LO QUE TE COME
Norman Spinrad
Esta es la ciudad. Los Angeles California. Siete millones de personas. Algunas de ellas todavía eligen jugar con los naipes que les tocaron. Demasiadas de ellas no. Tarde o temprano, algún meme se enloquece y se esparce como hongo de vestuario en el sudoroso cuerpo político. Cuando eso sucede, es mi trabajo.
Me llamo Friday.
Soy polizonte.
Joe Friday es el meme ideal para las tareas policiales. Nunca esboza una sonrisa, nunca mete las manos en la mercadería, José Ley en persona, jamás soñaría con nacionalizarse.
No es que no se hayan intentado personificaciones más drásticas, entienda.
Mike Hammer, por ejemplo, parecía el meme ideal para tratar con el Simio Heavy Metal cuando éste andaba por las calles, pero las cosas se fueron un poquito de las manos cuando La Flor y Nata de Los Angeles se puso a reventar a los ciudadanos decentes por cruzar la calle a mitad de cuadra. Después de lo cual pusieron por escrito a Roy Rogers y su fiel ladero Doc Holliday, pero se vieron forzados a reconsiderarlo cuando esos memes comenzaron a actuar como un Lagartocuero birifle y un Nietzsche con Espuelas y comenzaron a circular por el carnecarril de Selma.
- Eres lo que comes - asegura el teniente en el escuadrón -. Esta mercadería viene directamente de los tanques de cultivo del Departamento de Policía de Los Angeles, y les garantizamos que el antídoto los devolverá a su propia y querida integridad.
Pero la calle es más sabia, y tú también, seas quien seas en ese momento, una vez mezclados tus propios naipes.
- Eres lo que te come - admite libremente el traficante del callejón, mientras agita su alfiletero Baskin-Robbins, para deleite de las masas de mala entraña.
El asunto es que a Mike Hammer, que no se queda atrás de Mack el Cuchillo, le gusta mucho estar fuera del armario, y debe ser arrastrado, pateando y aullando, hasta la estación de policía para recibir su higienización diaria.
Porque, a pesar de lo que puedan decirte el teniente y el traficante, diseñar estos virus de confección es un arte, no una ciencia.
¿Cuál es el ángel que baila en la punta del alfiler que tienes en la mano? Para verlo tienes que pagar, y cuando lo haces ya hay algún otro mirando. Algún meme cuyos anzuelos moleculares se dirigen a tus centros de placer, con garantía, por lo tanto y aunque más no sea, de que te agradará mucho su nido de tordos cerebral.
Esa es la tecnología básica. Así es el núcleo más o menos estándar. Migra por el torrente sanguíneo hasta el cerebro, penetra en las células, maximiza las endorfinas, y se multiplica.
El Sr. Natural, como decían los traficantes, eras "tú, pero más". Supercargaba tu química cerebral, aceleraba tus reflejos, turbocargaba tu equipo sensorial, bombeaba esas endorfinas, y lo único que necesitabas comprar era un solo alfiler. ¿No lo harías?
Por supuesto que lo hacías.
No es que el Jefe Parker Porker adoptara lo que se llamaría una actitud reservada en aquel momento. Como era tradicional, el Jefe del Departamento de Policía de Los Angeles estaba planeando candidatearse para un cargo en el gobierno estatal según la plataforma usual Atila el Huno, y el Sr. Natural era el perfecto envoltorio paranoide. Willy Horton en un alfiler.
No digamos que no hubiera motivos para estar paranoico. "Si entra basura, sale basura", solían decir los viejos hackers, en tiempos en que el software era el filo del cuchillo de los forajidos. Pero el software funciona dentro del hardware, y cuando se bombea un virus no-personificado a través del viejo carneware cerebral lo que se obtiene a la salida es, sin duda, lo que promete el traficante: "tú, pero más".
Y si el "tú" es un artista robabolsos, un asaltante, un Sangriento, un Deforme, o simplemente un villano callejero normal, el "pero más" no encajará precisamente dentro del perfil ideal del ciudadano decente.
Así que lo que el Departamento de Policía de Los Angeles se encontró enfrentando fue una epidemia de Rambos bajo los efectos de la metedrina, Supermanes dirigiéndose al lado oscuro de la Fuerza, maniáticos sexuales turbocargados e infractores de tránsito con los reflejos y los modales de Ayrton Senna en la pista, que convirtieron las calles y carreteras en el Gran Premio Guerra Mundial.
Para no mencionar el cálido sentido de seguridad que esta situación infundió en el electorado. Pero mejor mencionarlo en voz alta y a menudo, como lo hacía nuestro futuro Senador Porker, tan seguro como los déficits y los impuestos.
Hace muchos jefes de policía con botas hasta el muslo atrás, el Departamento de Policía de Los Angeles estaba siendo castigado, como de costumbre, por recurrir excesivamente a las pistolas, obligando al patán en jefe de aquel momento a defender su presupuesto para municiones ante el Concejo Deliberante. "¿Dicen que mis muchachos disparan demasiadas balas?", les dijo. "Ningún problema. Entréguennos balas dum-dum. Con un solo disparo volaremos a los malandrines y los convertiremos en carne de perro. Podremos liquidar dos veces más delincuentes con la mitad de cartuchos. Si no cumplimos, no apoyen mi campaña para Vice-Gobernador".
"Sí", replicó el Concejo luego de una ardua deliberación, "eso tiene sentido", y así lo hicieron.
Los memes, como todos sabemos ahora, son patrones de personalidad en software, moviéndose por el hardware cerebral, pero tendemos a olvidar que ya existía una pléyade de personalidades de la variedad demente en el charco genético de la psiquis, mucho antes que los tipos de sombrero negro y chaqueta blanca se las ingeniaran para adosar sus propias versiones artificiales a nuestros virus cerebrales básicos.
El meme Parker ya había habitado en varias generaciones de jefes de policía, y el meme Concejal no había mutado mucho desde que Sam Yorty escribiera la personificación, así que cuando el Jefe Porker exigió al Sr. Natural para las Fuerzas de la Ley y el Orden, también se lo dieron.
Por cierto, las cosas se estabilizaron a un nivel más alto de frenesí, es decir que mientras crecía el conteo de cadáveres, el Departamento de Policía de Los Angeles al menos pudo llevar la proporción toma y daca hasta la cifra que había mantenido por mucho tiempo, más-menos tres por ciento.
Entonces, algún avispado empezó a escribir personificaciones en los virus. Hay cierta disputa en cuanto a qué fue lo que entró primero al mercado - Mambo, el Hombre Macho, el Simio Heavy Metal -, pero no hay disputa en cuanto a que la mercadería salió de los laboratorios clandestinos de los grandes traficantes, y no del Pentágono o de la CIA, como dicen algunos mentecatos.
Desde el punto de vista del bajo fondo, el Sr. Natural era un producto espantoso. Vendían uno y perdían permanentemente al cliente. ¿Esa es forma de llevar adelante el Negocio de los Narcóticos?
Por supuesto que no. Lo que se necesitaba era una mercadería que obligara al cliente felizmente infectado a comprar otro alfiler. Y otro, y otro. Puesto que la necesidad es la madre del ingenio, tarde o temprano alguien debía desarrollar la técnica para darle un patrón de personalidad al virus de los alfileres.
"¿Tú, pero más?", podían ahora deslizar los traficantes. "¿Por qué conformarse con eso? ¿Por qué no ser exactamente lo que quieres ser? Y si eres demasiado estúpido o descerebrado para darte cuenta de lo que quieres, eh, no hay problema, cómprate uno de estos alfileres y diviértete con tu nueva cabeza. ¿Qué tienes que perder? Si no te gustas, bueno, te vendemos otro, y otro, y otro, hasta que encuentres tu propio ideal personal".
Una vez que la merca llegó a Hollywood, donde hay varios miles de guionistas de TV sin trabajo en cualquier momento dado, fue inevitable que el negocio de los virus se transformara en negocio del espectáculo, con los adulteradores de patrones haciendo batidos de personalidades imaginarias y rusticoides más rápido de lo que los técnicos podían fijarlas en los núcleos. Siendo la TV lo que es, esos memes no eran lo que se dice sutiles, puesto que Proust no es precisamente un favorito del hombre de la calle y que los guionistas de personificaciones eran de los que creían que Moby Dick era una enfermedad venérea.
El resto es lo que queda de la historia, o sea cuando el Centro Parker presentó la inevitable solicitud de personificaciones policíacas a medida, y el Concejo Deliberante respondió con el inevitable jawohl.
Hay policías que todavía recuerdan los días en que entraban al escuadrón sin saber quiénes serían la próxima vez que salieran a la calle. En aquellos días probaban de todo. Mike, Roy, el Doc, el Duque, Kojak, Wyatt, Sonny, el Sargento Preston y quién se acuerda qué más.
¿Quién, por cierto?
Seguramente no Joe Friday. Así son las cosas, señora. Mi nombre es Polizonte y soy un viernes, ¡qué alivio! Mi fría sangre azul se entibia cuando pienso en lo que mi corpus actual llevó a cabo cuando por mis sinapsis pululaban esos conceptos de Hollywood. Cuando alguno de esos viejos engramas policíacos reaparece para contaminar los fluidos vitales de la memoria, me siento urgentemente tentado a ahogar mi vergüenza en malteadas de chocolate.
El concepto que tenía Doc Holliday del control de las multitudes era disparar contra el Corral. OK. Mike Hammer era gravemente remiso a leerles a los perpetradores sus derechos antes de romperles las rótulas, y el viejo y noble Duque no veía nada anti-norteamericano en el hecho reventar en pedazos cualquier cosa que perturbara su paz momentánea.
Fue un proceso de eliminación, de los cuales hubo muchos en esa época, pero ahora me llamo Friday, soy el polizonte, igual que cualquier Flor y Nata de Los Angeles que usted encuentre por las calles. Si Joe Friday se enoja realmente, puede hacerlo objeto de una honesta reprimenda moral y tres minutos de falta de aire, pero eso es mejor que Mike Hammer rompiéndole la cabeza con una botella, ¿no es cierto, señora?
Estábamos trabajando en el turno noche de la División Bionarcóticos. El jefe es el habitual futuro Vice-Gobernador con anteojos espejados. Mi compañero es Joe Friday, ¿quién otro?
En alguna parte de la tierra de nadie entre Hollywood y el este de Los Angeles parecía estar operando un taller minorista, y la ciudad tenía una buena razón para estar nerviosa.
Mientras que el productor ilegal de alfileres de nivel profesional posee fábricas con importante respaldo bancario, equipos de primera línea y una dotación rebosante de técnicos y escritores de personificaciones, el taller minorista es una operación estrictamente rusticoide y de escaso capital manejada por los descerebrados restos de la clientela.
Sus equipos son los que se las ingeniaron en robar de ciertas fuerzas que gozosamente los vaporizarían en el acto de reexpropiación, instalados en sótanos que habían disfrutado por última vez de la cohabitación de seres no-roedores durante la administración del Gobernador Moonbeam.
Despojados de equipamiento financiero y mental para la producción coherente de software molecular, estos zombis piratean memes preexistentes, por el método de clavar alfileres al azar en las nalgas de muestras humanas de las calles, y luego recombinándolas con una batidora de huevos y vendiendo como producto el cieno resultante.
La primera pista sutil de que estaba operando un taller minorista apareció cuando un hombre que vestía cuero negro y cota de malla de cromo, y lucía una hilera de antiguas hojas de afeitar de filo simple cementadas a lo largo de la línea media de su cráneo afeitado, entró en el supermercado de Ralph, en el Boulevard Sunset, armado con una Uzi y una enorme espada de samurai. Después de decapitar al guardia de seguridad, al gerente y a tres cajeros, y de reventar un número aleatorio de clientes, convenció a los sobrevivientes de donar el contenido de las cajas registradoras a la causa.
Para entonces, sin embargo, el disturbio ya había atraído la atención oficial, y cuando el perpetrador emergió en el estacionamiento se encontró con un equipo SWAT que había sido transportado por aire al lugar de la escena, con órdenes de capturar vivo al espécimen. Lo cual consiguieron inmediatamente, destrozándole las rótulas con balas dum-dum.
Ya en la central, bajo la influencia de la escopolamina, de los dispositivos de bio-realimentación y de los típicos manguerazos, el sospechoso se identificó como Satán, pero no pudo ser inducido a suministrar mayores informaciones de utilidad.
Dieciocho horas más tarde, en la esquina de Hollywood y Vine, arrestaron a una sospechosa que estaba arrancándoles las cabezas a un hato de gatitos a mordiscones y escupiéndolas a los carromatos que pasaban. Estaba completamente desnuda, manchada con manteca de maní y sangre, y se necesitaron doce oficiales para someterla.
Poco después, una pandilla de Hare Krishnas armados con motosierras y bates de béisbol, liderados por un bestial muchacho empapado de pintura de paredes color azul que declaraba ser Shiva, invadió el Centro de Cientología del Boulevard Hollywood. Recién se pudo restablecer el orden cuando aterrizó en la azotea un minicóptero del Escuadrón Táctico y bañó el edificio con gas vomitógeno.
Cuando los tipos del laboratorio estudiaron la materia gris de estos perpetradores bajo los ciberscopios, su informe resultó un tanto perturbador.
Las personificaciones eran el habitual guiso de material pirateado de los talleres minoristas, incapaz de cohesionar en algún meme plausible de sustentar un control consistente del organismo, resultando en una criatura que exudaba algo parecido a la estática sináptica, como el Abraham Lincoln de Disneylandia con algún surco reescrito por William Burroughs.
Sin embargo, el núcleo viral que estaban usando habría sido materia para el FBI o para agencias federales más drásticas, si Parker hubiese estado dispuesto a compartir la cancha con los encapuchados de Washington. ¿Cómo era posible que un rusticoide taller minorista hubiese puesto sus grasientos tentáculos en este trozo de sesoware militar?
Pregunta estúpida.
Habían clavado alguno de sus alfileres, por casualidad, en el culo de algún portador. Habían pinchado a algún espía en misión en la escalera mecánica del Beverly Center. Sin siquiera saberlo, habían muestreado a algún agente del Servicio Secreto desempeñándose en control de multitudes. Algún comando Marine había salido de licencia, para un fin de semana de borrachera y putas, y ellos lo habían capturado en el excusado.
Por el medio que fuera, el núcleo viral birlado que este taller minorista estaba revistiendo con su pútrido pegote molecular era un virus militar ultrapesado, diseñado para emplearse a corto plazo en situaciones de combate. Desconectaba los centros del dolor, y enloquecía el metabolismo, los reflejos y las neuronas sensoriales hasta el límite, pasando la línea roja, para producir una unidad militar pasada de revoluciones, capaz de atravesar las paredes durante aproximadamente doscientas horas antes de agotar sus reservas protoplásmicas.
En la aplicación militar aprobada, este núcleo era personificado con algún meme militar adecuado, dependiendo del rango y la misión. Hornblower, Flynn y Lee para inspirar al personal de mando; G.I.Joe y el Oficial Auxiliar para los leales lanceros rumiabalas. El meme de mando seguiría la directiva primordial de la misión, y las tropas se autoconsiderarían hijos heroicos de futuras madres condecoradas.
Sin personificación militar que lo civilizara, este núcleo producía algo así como un feroz guerrero vikingo después de aspirar cocaína, un organismo sobrehumano que funcionaba en un software cerebral fortuito decididamente subhumano.
Peor todavía, los rusticoides del taller minorista estaban personificando este núcleo con un emplasto base compuesto por los memes recombinados de muestras selectas, generalmente obtenidas de alfileteros humanos.
Los acontecimientos subsiguientes no fueron tranquilizadores. Un tipo vestido como el Hombre Araña pero de cuero negro se escabulló hasta la terraza del edificio de la Compañía Discográfica Capitol, para estupor de los mirones, y luego se lanzó en clavado sobre éstos, dejando un cráter de impacto bastante ensangrentado. Un travesti que semejaba una Mujer Maravilla prehistórica secuestró a mano armada un camión de gasolina, y lo condujo hasta salir volando de la rampa del cruce de carreteras de Santa Mónica, en dirección al sur por la autopista a San Diego.
Hasta ahora, eran los únicos hechos que encajaban con el modus operandi.
Esa era la buena noticia. Al menos por el momento, parecía que estos aficionados no sabían lo que tenían en su poder, o si lo sabían, ningún traficante pesado les había expropiado sus bienes aún. Es decir que todavía teníamos tiempo de desbaratar la operación, antes de que sucediera lo inevitable.
La mala noticia era lo que pasaría si no lo lográbamos. Desde el punto de vista policíaco-profesional, este alfiler podía ser un callejón de pesadilla, pero desde el punto de vista de los traficantes adinerados, sería la época de las vacas gordas. Lo único que tenían que hacer era despojar al núcleo militar de todo el pegote, personificarlo con memes como el Simio Heavy Metal, el Sedicioso del Ejército Muerto y Mike Rompehuelgas, y obtendrían un alfiler que todos los pendencieros mala entraña de los bares y todos los perpetradores profesionales cabeza de chorlito clamarían por clavarse. Que la clientela acabara cerebralmente muerta unos días después era una advertencia que, muy probablemente, no aparecería escrita en algún lugar muy visible del envoltorio.
Hay gente mala allá afuera, señor. Por eso Dios inventó a los polizontes. Piénselo.
Alguien de la central de seguro lo pensó, después de lo cual el Centro Parker comunicó al escuadrón que a menos que la operación fuese exterminada antes de tener que incluir en la fiesta a los agentes federales, el Jefe Porker accedería a los deseos de la ciudadanía y aplicaría un meme más drástico en reemplazo del Sargento Friday. Por ejemplo Heinrich Himmler, Bull Corner o el Angel Guardián.
El quid de la cuestión era: "Si para el domingo que viene no has desbaratado ese taller minorista, Friday, te encontrarás no encontrándote en absoluto".
Bueno, Joe Friday no es más que un meme humano, señora, no desprovisto de un software que le da sentido de auto - conservación, además de verse atormentado, de cuando en cuando, por pantallazos de sus desabridos habitantes previos que lo dejan sin deseos de ser reemplazado por todavía más actualizaciones gatillofáciles de la misma calaña.
De modo que los Fridays de la fuerza hicimos lo que mejor sabíamos.
Iniciamos la pesquisa.
Vigilamos. Entrevistamos soplones. Seguimos a los chicos malos. Tarde o temprano encontraríamos un cabo suelto que nos conduciría hacia algún sitio. O arrestaríamos al tipo correcto. O nos encontraríamos con otro demonio de taller minorista que capturar.
Créame, hasta a Joe Friday lo tenía sin cuidado contemplar ese detalle. Siendo un buen polizonte que sabe trabajar en equipo, no tenía deseos de obtener la gloria de ese arresto en particular. Que un colega tenga el honor, preferiblemente alguno que esté bien seguro dentro de un transporte blindado de personal.
Resultó no ser así.
A los hechos, señora.
Estábamos circulando por el Boulevard Hollywood, varios coches atrás de un conocido traficante cuya Excalibur de armazón de neón no precisamente obstaculizaba nuestra vigilancia. Siendo jueves por la noche, el tráfico se movía libremente y las aceras estaban bastante tranquilas, es decir que, aparte de los habituales contingentes de Cleopatras con Tapado de Piel, Lagartocueros y Surfistas Nazis Adolescentes Mutantes, no estaba ocurriendo nada de interés profesional.
Esto es, hasta que mi compañero me llamó la atención sobre los acontecimientos que tenían lugar en las sombras de un puesto de tacos cerrado, en la esquina de Las Palmas. Un surfista de rubia melena con pantalones jeans recortados arrojó a una prostituta contra las persianas y estaba a punto de hundirle los dientes en el hombro.
- ¿Qué piensas, Joe?
- A mí me parece sospechoso.
- Mejor revisemos - decidí, extrayendo la General Dynamics arribabajo, que en aquellos tiempos había reemplazado a la tradicional de repetición calibre doce. El arma tenía la opción de un lanzacable capaz de dejar a un gorila neurológicamente discapacitado, o la de municiones dum-dum disparadas semiautomáticamente que podían convertir a un elefante en hamburguesas. Polizonte bueno, polizonte malo, todo en una sola empaquetadura de plástico y titanio.
- Departamento de Policía de Los Angeles, señor - anuncié claramente, disparando un dardo lanzacable en la nalga izquierda del sospechoso. El voltaje del cable habría derribado al Increíble Hulk, pero el sospechoso ni siquiera pareció notarlo hasta que llevé el reóstato al nivel donde la garantía del fabricante no cubre la mortandad.
En este punto, dejó caer a la víctima y se me vino encima escupiendo sangre. Mi compañero lo cableó en el cuello y nuestras corrientes combinadas fueron suficientes para inmovilizar al perpetrador, lo que es decir que éste se quedó donde estaba, petrificado y vibrando, pero que no cayó al piso.
- Queda usted arrestado, tiene el derecho a permanecer callado... - Procedí con la lectura de los derechos mientras mi compañero llamaba una ambulancia para la prostituta.
El sospechoso era un hombre rubio caucásico. Vestía un par de Lee Wranglers recortados. Sus señas particulares incluían un tatuaje de Elvis en el pecho, un arete nasal hecho con una anilla de lata de cerveza y una boca llena de dientes limados.
- Encaja con el modus operandi, Joe. Mejor llevémoslo a la central.
Transportar al sospechoso hasta el auto resultó ser algo así como un problema logístico. Nuestros lanzacables tenían, entre los dos, suficiente jugo como para mantenerlo inmóvil, pero ninguno de nosotros estaba dispuesto a arriesgarse al contacto físico que implicaría el hacerlo caminar manualmente.
- Mejor pidamos refuerzos, Joe. Tal vez el helicóptero grúa.
- Tengo una idea mejor, Joe - le dije, mientras hacía bajar lentamente el flujo de corriente de mi lanzacable -. Si tenemos cuidado, quizás podamos hacer caminar a este zombi.
Los ojos inyectados en sangre del sospechoso parecieron enfocar un poco. Sus músculos faciales se crisparon y retorcieron y luego avanzó un paso, tambaleándose. Disminuí el voltaje un poquitín más.
- ¿Qué pasa, amigo? - lo animé -. Todo sería mucho más fácil para usted si cooperara.
- ¡Sangre humana me como tu corazón con dientes animales!
- Pésima actitud, señor - le dije, aumentando la corriente.
- Un verdadero avispado, ¿no es cierto, Joe?
- Dénos alguna identificación - dije, aflojando de nuevo.
Tal vez fue una serie de secuencias al azar, o tal vez todavía existía en él algún tipo de sustrato capaz de responder de manera cruda a la pregunta.
- ¡DRÁCULA! ¡REY VAMPIRO DEL SUPERMERCADO PANTANO DEL HEAVY METAL! ¡ESTA NOCHE HAY SURF EN TRANSILVANIA TRANSEXUAL!
- ¿Drácula, eh? Bueno, pórtese bien, Conde, y le permitiremos que nos lleve hasta su ataúd. De lo contrario, flambearé unos ajos bajo sus uñas a la luz del amanecer.
Las palomas no tienen un cerebro anterior mucho más funcional que el que tenía el sospechoso en cuestión, pero se las puede motivar con sistemas sencillos de premio y castigo. Por lo tanto, con nuestros dardos lanzacable firmemente implantados en su carne, y con una larga serie de refuerzos negativos, logramos establecer un cierto control limitado del sujeto.
Cumpliendo con nuestra obligación, señor. ¿O es que usted prefiere a los detectives de mala muerte y sus mangueras de goma?
- ¿Dónde consiguió el alfiler, amigo? - inquirí, disminuyendo el voltajugo.
- ¡Pequeñas vidas, amo, zarigüeyas, gorgojos, camareras patinadoras altamente perturbadas, carne para el monstruo, id y multiplicáos con el primer mordisco de mi amanecer!
Zap.
- ¡Los maricones de las hojas de afeitar me obligaron a hacerlo!
Zap.
Aunque tal vez no había nada de coherencia significativa en el asiento del conductor, los datos parecían persistir. Y, con los fragmentos de memes revueltos en una conectividad aleatoria, cada descarga de corriente era suficiente para liberar una nueva explosión en algún sitio.
Como lanzarse a través de sesenta y cinco canales de TV con el control remoto en busca del informe meteorológico, señora. A veces el trabajo de la policía es como caminar en la niebla, señor.
- ¡Las Chicas del Gulag se Vuelven Locas! ¡Esclavas Sexuales del Ayatollah! ¡Cerdozombis Vampiros del Espacio Exterior!
- ¡Joe, no cambies de canal!
- ¿Tienes algo?
- Es la función triple de esta semana en el Cine Sexray de la calle Western, Joe. Lo vi cuando iba a la cervecería.
Puede que no fuera mucho para empezar, pero era la única pista que teníamos. Con el lanzacable, condujimos al Conde Drácula hasta el interior del patrullero, y nos dirigimos a la calle Western, una lonja de la frontera hollywoodiana no-yuppificada, invadida por los puestos de tacos turcos, los garitos coreanos, el tráfico nocturno para drogadictos comebasura, cervecerías con exposiciones ginecológicas y casas de películas porno.
Si la-la-landia hubiese tenido vías de ferrocarril, este sector habría estado indiscutiblemente del otro lado de ellas.
Observamos que el sospechoso, sin embargo, respondía con entusiasmo a lo que parecían ser sus guaridas familiares. "Doble porción de queso, sin anchoas y poca salsa de pescado", gritó por la ventanilla cuando pasamos por una pizzería camboyana.
Se puso maniáticamente agitado cuando estacionamos en Western, frente al Cine Sexray. Se le dieron vuelta los ojos, babeó espuma y comenzó a azotarse contra el asiento al punto de que fue necesario un incremento de corriente para someterlo.
- ¡Hogar es horror para la tierra de los libres y el conducto de la tumba! ¡La cucarachita vive deslizándose entre los tulipanes! ¡Por favor, señor, quiero otro!
El Cine Sexray, abierto toda la noche, tres películas XXX y un cortometraje clásico del Superman Cubano en continuado, tenía una desgastada marquesina en donde el neón púrpura latía en una frecuencia de pánico, y en el siglo anterior había sido pintado de un pálido rosa pastel. Sus húmedas paredes de estuco en vías de desmoronarse tenían una costra de graffitti que ofrecía un salpiporno mutado y observaciones obscenas en catorce idiomas diferentes, ninguno de los cuales será identificado jamás.
- ¿Y ahora qué, Joe, vigilancia?
Miré el reloj.
- Sólo faltan dos horas para el final del turno. Sabes cómo se han puesto los contadores de la central en lo que respecta a las horas extras no autorizadas. Ni siquiera nos pagarán el gasto de las rosquillas.
- Entonces creo que mejor entramos a revisar. ¿Qué hacemos con el Conde?
Entrar en las instalaciones con el estorbo del sospechoso parecía ser un procedimiento policial cuestionable. Nos veríamos impedidos de usar los lanzacables, ya que cualquier disminución adicional del circuito, que por ahora evitaba que el tipo se pusiera a devorar el protoplasma más cercano a su disposición, resultaría sin duda en su desafortunada liberación.
Resolvimos el dilema conectando al Conde con el encendedor de cigarrillos. En la batería tenía que haber suficiente voltajugo para mantenerlo quieto hasta que terminara el turno.
Como no teníamos orden judicial o causa probable, nos vimos forzados a pagar la entrada y a obtener, con considerable dificultad, un recibo para que los miserables de contaduría nos reconocieran el viático, que nos fue entregado por el empleado de la boletería blindada, un individuo afro-norteamericano del tamaño y el comportamiento aproximados de un rinoceronte lobotomizado, quien nos arrojó el cambio sobre el mostrador al ritmo selvático de su propio y distante tamborilero.
El vestíbulo estaba iluminado por un solo reflector de luz negra reciclado de un burdel hippie. Lo único que quedaba en el abandonado puesto de comida era una máquina de palomitas de maíz tostado, llena de cucarachas intostadas y ahogadas en aceite rancio. Desde la oscura escalera que descendía hasta los excusados llegaba un aroma ácido a orina muerta y a luchadores vivos.
Se oían vagamente unos gruñidos embozados y unos baboseos indescriptibles que partían de la banda sonora de la película que estaban dando adentro, pero parecía preferible exponerse a cualquier cosa antes que ir a investigar a las criaturas de la verde letrina.
Subimos por un tramo de escalera oscura, atravesando un revoltijo de vida animal, y entramos en el sector del palco. En la pantalla deshilachada y veteada de gris los órganos latían en primer plano, y media docena de agentes de viaje, desparramados en las butacas, hacían lo propio bajo sus chaquetones.
Logramos llegar a la primera fila, tomamos asiento y echamos un vistazo abajo, a la platea. El público de allí consistía en alrededor de treinta individuos similares, quizás la mitad de ellos conscientes. Se escuchaban ocasionales murmullos sudorosos y gruñidos malsanos, pero los sujetos parecían pacíficos y no involucrados en actividad ilegal alguna.
- ¿Y ahora qué, Joe?
- Esperemos el espectáculo en vivo.
Nos quedamos sentados hasta que finalizó "Las Chicas del Gulag se Vuelven Locas". Después de diez minutos de comenzada "Cerdozombis Vampiros del Espacio Exterior", media docena de figuras oscuras se introdujeron en la platea desde atrás y comenzaron a alfiletear al público.
- ¡Están entrando!
- ¡Vamos a agarrarlos!
Corrimos a la salida y bajamos por la escalera, donde para entonces las ratas y las cucarachas lanzaban aullidos ultrasónicos en contrapunto con los horrendos sonidos que brotaban de la platea, ahogados por la mampostería divisoria hasta quedar convertidos en algo no más feroz que una festichola en un criadero de martas.
Llegamos al vestíbulo justo cuando el último escuadrón minorista desaparecía en la oscuridad de la escalera que bajaba al excusado. La idea de descender por el orificio anal de Calcuta tras ellos era algo que no hacía mucho por incentivar nuestra devoción al cumplimiento del deber.
Miré el reloj. Cincuenta y un minutos para el final del turno. ¿Que tal vez serían mejor aprovechados entregando multas por mal estacionamiento en Wilshire?
- ¡OJOS ANIMALES HERVIDOS EN SANGRE!
- ¡YO SOY EL CAPRICHOSO!
- ¡EL PUEBLO AL PODER DE LA SEXOMAQUINA DE HIERRO!
- ¡CHUPEN TRIPAS DE POLLO!
El contenido recombinado del Cine Sexray hizo erupción en el vestíbulo, aullando, farfullando y desgarrándose unos a otros, pálidos holgazanes de pornoteatro transformados en una manada de Godzillas sedientos de sangre. Hicieron añicos el vidrio del puesto de comida, despedazaron a golpes la máquina de palomitas de maíz y comenzaron a introducirse su contenido en las babeantes bocotas, lloriqueando y bufando de la manera más impúdica, mientras el movimiento browniano los arrastraba más o menos en dirección a las tiernas calles de la - la - landia.
De inmediato, la discreción se transformó en la madre del valor, ya que nuestro movimiento, decididamente más concentrado en un punto, nos llevó velozmente a descender por las escaleras del excusado hasta perdernos de vista. Hay veces en que resulta muy lógico trocar una jaqueca terminal por un estómago revuelto.
El pasillo estaba iluminado con una bombita de 40 watts, apenas suficiente para revelar los teléfonos públicos destrozados y el gato momificado que estaba crucificado con jeringas hipodérmicas contra la puerta del baño de hombres. Bajo la puerta del baño de damas había una trémula línea de luz pálida y amarillenta que denotaba la posible presencia de los perpetradores.
Cautelosamente, tanteé la puerta con el hombro.
- Está cerrada con llave.
- ¿Procedemos según el manual, Joe?
- ¿Qué otra cosa nos queda?
Apuntamos nuestras General Dynamics hacia la ofensiva puerta.
- ¡Departamento de Policía de Los Angeles - anuncié, rapeando elegantemente -, abran en nombre de la ley!
Cuando esto no provocó nada más que unos gruñidos poco cooperativos del lado de adentro, retrocedimos unos pasos y disparamos dos descargas dum - dum más o menos a quemarropa.
La puerta explotó hacia adentro en una nube de astillas voladoras y humo de cordita, bajo cuya protección nos introdujimos en el local.
- ¡Quietos!
- ¡Quedan arrestados!
- Tienen derecho a permanecer callados...
- Tienen derecho a consultar...
Las puertas de los retretes individuales habían sido arrancadas de sus goznes. Los inodoros aparecían ubicados en hilera, y el emplasto amarillento y grumoso que se apreciaba en su interior nos proveyó de la evidencia circunstancial de que los mismos estaban siendo utilizados como tanques de cultivo del virus.
Por cierto, un individuo de raza blanca ataviado únicamente con pantaloncitos de jockey y una gorra de los Dodgers con la visera hacia atrás, en posición de catcher, estaba dedicándose a sumergir un carnoso puñado de alfileres dentro de uno de los inodoros.
Había otros seis sospechosos presentes. Un sujeto afro-norteamericano vestido con botas hasta los muslos y una ensangrentada túnica de Hare Krishna. Un Lagartocuero con un destornillador Philips atravesado desprolijamente en el lóbulo de la oreja izquierda. Un Cowboy del Boulevard Hollywood succionando ávidamente del pescuezo de una paloma decapitada. Un individuo que no tenía puesto más que la mugrienta parte superior de un disfraz de gorila. Algo enorme y cubierto de pelo, barba y bolsas plásticas de lavandería, que tenía aferrado un bate de béisbol tachonado de hojas de afeitar.
Sentada sobre las baldosas blancas manchadas de orina y rodeada de harapientas planchas de embalaje de espuma, en posición de medio loto y bien erizada de alfileres, había una criatura esquelética con ojos como platillos voladores y trenzas grises que hacía mucho tiempo habían sido entrelazadas con rabos de ratas en descomposición. Lucía una manchada remera de Bart Simpson sobre cuya impronta se habían garrapateado con sangre, crudamente, las palabras "¡Charlie Vive!". Sus piernas huesudas y fibrosos brazos estaban repletos de lo que parecían ser alfileres del producto.
- ¡Bienvenidos a la Jaula Darwiniana de los Monos del Aullido de Hierro! - nos farfulló en jerigonza, enterrándose otro alfiler en el glúteo.
- ¿Qué piensas, Joe?
- A mí me parece que es la Gran Enchilada.
- ¡Soy los Hijos de la Noche!
- Seguro, amigo - dije, sacando prontamente las esposas.
- ¡Hombre de la puerta trasera! ¡La gente come lo que las ratas no entienden!
- Puede contárnoslo todo en la central, señor.
- ¡A troche y moche, mis corazoncitos! ¡Chupen sangre de cerdo! - chilló, agarrando un puñado de alfileres y clavándoselos en la parte superior de la cabeza.
Se nos vinieron encima, desenvainando oxidados cuchillos de monte, ganchos de estibador, barretas de hierro, botellas rotas de Perrier, media tonelada de carne cruda y más, bamboleándose, tambaleándose, tropezándose y brincando hacia nosotros con indudables intenciones ilegales.
No disparamos balas innecesarias. Teníamos causa probable de presunción de resistencia al arresto, Teniente, está todo en el informe.
Sin implicar un aval a productos ilegales, señora, hay que reconocer la eficiencia de la General Dynamics en esta situación táctica.
El Lagartocuero explotó en una nube voladora de mercadería selecta de McDonald's. El disfrazado de gorila, después de que le volamos la cabeza contra la pared del retrete, se balanceó hacia adelante varios pasos para luego caer al piso contorsionándose, sacudiéndose y manando coágulos. El Hare Krishna alcanzó el sushi satori en la mitad de un mantra. El Cowboy de Hollywood llegó al Paraíso de las Hamburguesas. Le di al fanático de los Dodgers cuando salía del retrete y envié la mitad de su cuerpo de vuelta al interior del inodoro.
El monstruo de las bolsas de lavandería, no obstante, había retirado la parte superior del cráneo de mi compañero con su bate de béisbol tachonado de hojas de afeitar, y se encontraba escarbándolo con la lengua y los dedos.
A nadie le gusta un mata-polizontes, señor, y la ineptitud de los jueces a la hora de emplear la cámara de gas en casos semejantes, como Dios manda, no ayuda a fomentar un excesivo autocontrol en tales circunstancias, señora. Está todo en el informe, Teniente. Le inserté el caño de mi arma entre las nalgas y le volé el culo.
El excusado estaba ahogado en humo químico. Unos glóbulos de sangre primorosamente divididos aún estaban atravesando el proceso de precipitación desde la atmósfera en Primera Etapa de Alerta de Smog. El cuarto reverberaba como el interior de un tambor jamaicano. Toda clase de partes de cuerpos, depositadas en icorosas charcas rojas, despedían sangre a chorros y sufrían espasmos. Sesos e intestinos se escurrían por las paredes.
El supuesto cabecilla todavía estaba sentado en su lugar, enterrando puñados de alfileres en su anatomía y farfullando incoherencias, aparentemente indiferente a los restos de sus colegas que le chorreaban por el corpus como cerveza Heinz extra-espesa.
Un panorama repugnante, Teniente, pero era el único arresto de la ciudad, y no había otro que lo hiciera.
Las esposas quedaban definitivamente contraindicadas, viendo cómo los puños del sospechoso agitaban varias docenas de muestras gratis surtidas de los mismos alfileres que habían precipitado esta intervención policial. En consecuencia, mantuve una distancia adecuada y le disparé un lanzacable en el plexo solar.
Elevé el voltajugo hasta el nivel hacha, a fin de dejar al sospechoso en coma mientras regresaba al patrullero para asegurarme la presencia de un camión frigorífico y refuerzos, pero él no perdió el conocimiento. En cambio, sus ojos empezaron a dar vueltas asincrónicamente al tiempo que algunos músculos temblequeaban y se sacudían al azar, mientras continuaba desvariando.
- ¡Alfileres a las pústulas del lagartoware del cementerio! ¡Convoco a los monos mueleorgones recombinados de la máquina de agujeros negros para que lo consideren como la evolución en acción!
Cada pocos fonemas, la voz del sospechoso variaba de timbre, tono, volumen, ritmo y cadencia, produciendo el efecto de una cotorreante multitud de maniáticos babosos inyectados con púas de tocadiscos al azar.
No había duda de que esta era precisamente la naturaleza de la bestia, con el carneware completamente infectado de memes fragmentados y recombinados al punto de que el único sistema operativo del tablero de control era la voz del remolino neurológico que hacía chasquear las sinapsis sin ton ni son en la gama de los bajos.
Aun así, se me ocurrió que sería posible obtener del sospechoso alguna frase coherente, empleando el método utilizado para interrogar al Conde. Puesto que ya le habíamos leído sus derechos, el testimonio adquirido resultaría admisible en la corte.
- Muy bien, amigo, ¿quiere hablarme de eso? - dije, aplicándole una carga de corriente que le hizo despedir humo por las orejas -. No puedo prometerle un jardín de rosas, pero será mejor considerado en la corte si el informe dice que usted cooperó.
- ¡El caos es el enemigo del orden! ¡Haz lo que yo! ¡Deja que tus memes caminen al ritmo de la música de las esferas colectivas de Belcebú! ¡Inclínate ante Elvis!
- ¿Está usted tratando de decirme que este es sólo otro culto loco de la-la-landia, señor?
- ¡Obligamos al Diablo a hacerlo! ¡La Fuerza está con nosotros! ¡Considérenlo como la fabricadora de salchichas de la evolución en acción!
- No me venga con toda esa farsa prigogenética, amigo - le dije, poniéndole otra descarga -. No me venga con esa cháchara sobre el estado superior de conciencia que emerge al remezclar el equipo neurológico de Mandelbrot. Soy un oficial de policía profesional, señor, y todo eso ya lo escuché antes.
Por supuesto que lo había escuchado. De boca de todos los clavalfileres de los bajos fondos que alegaban ser los agentes secretos de la evolución. Sólo cumplo con mi deber, oficial. ¡No se puede hacer una evolución sin romper algunos huevos milenarios!
Incluso he oído que tales villanos callejeros presumen de sugerir que el mismísimo Joe Friday no es más que un meme con placa y cachiporra que mantiene un orden inestable en las cazuelas de sesos de la fuerza policial, cuyo carneware ya está absolutamente saturado de restos de programas de personalidad anteriores.
"Mike Hammer, Wyatt the Kid, Bull Tracy, y toda la dotación sobrehumana del Palacio Porker son los fantasmas de tu máquina, Friday", tuvo la temeridad de mofárseme uno de estos malandrines antes de ser silenciado con un tiro breve y certero. "La policía encuentra sus propias aplicaciones".
Aun así, había algo acerca de su modus operandi que parecía requerir mayores investigaciones. Los sospechosos habían alfileteado al público de la platea sin que existiera transferencia de papel moneda. ¿Esa era forma de llevar adelante una operación de alfileteado? Que sus genes patrióticos no se sientan ultrajados, señor, pero esto tenía visos de... bueno, comunista.
- ¿No será usted alguna clase de agente secreto bolchevique, contaminando nuestros fluidos vitales cerebrales, para convertir al cuerpo político en una diluida sopa lumpenproletaria y servírsela a sus amos secretos del Instituto Pavlov, verdad, amigo? - inquirí, dándole una sacudida que dejó a su cuerpo con el mal de San Vito y aceleró hasta un chillón y sincopado 78 el giradiscos de su balbuceo.
- ¡Eres lo que te come tú pero más soldados vampiros del primer terror del amanecer canto el Batiubermensch con sabroso baño de azúcar cerebral! ¡Toda tu vida has esperado la llegada de este momento!
Ciertamente, no de ese momento, señor, cuando algo me agarró por detrás y, gruñendo y babeando, me hundió los colmillos en la nuca.
- Te dolerá solamente por mil años de garras al rojo vivo - prometió el cabecilla -, y después... ¡Cuchilla Eterna!
Giré a la derecha, arrancando el cuello de las pinzas ofensivas, no sin perder un suculento bocado de mi propio protoplasma personal, empuñando la General Dynamics para hacer efectivo el procedimiento policíaco terminal.
- ¡EL PEQUEÑO ASESINA AL AMO! ¡UN MORDISCO ME AGRANDA UN MORDISCO TE DEJA POR EL SUELO! ¡PERO LOS SESOS QUE MAMA TE DIO QUEDAN CONTRA LA PARED!
Indudablemente, algún mono engrasado del depósito de patrullas había vuelto a instalar en mi auto una batería espuria reacondicionada, en lugar de la batería ultrapesada multiclima que requerían claramente las especificaciones. El desafortunado resultado ahora se encontraba ante mí, con ira en los ojos y mi sangre en los labios, amén de que ahora yo también iba a tener que empujar el auto. Escatiman en gastos insignificantes y después derrochan a lo grande, Teniente.
Tratando de agarrarme de nuevo estaba el Conde, liberado de su conexión electrónica con el encendedor debido a la defunción de la batería, babeando mazacotes rojizos de mi propia flor y nata, y evidenciando claramente y a todo pulmón su deseo de mayores intenciones dañinas.
Al mismo tiempo que jalaba el gatillo, me di cuenta de que mis movimientos habían desprendido del cuerpo del cabecilla el lanzacable de mi arma, pero para entonces Joe Friday parecía haber desaparecido, gracias a los ponzoñosos alfileres que el Conde había incrustado en mis tiernas carnes.
A los hechos, señora. El contenido recombinado de los inodoros que chorreaba de los colmillos del Conde había mutado hasta convertirse en algo vampíricamente infeccioso.
Mientras el Conde explotaba en gazpacho, sentí múltiples picaduras de insectos en la espalda. Estiré los brazos y me arranqué un puñado de alfileres.
Al tiempo que lo hacía, sentí otra descarga, y al darme vuelta recibí un beso de alfileres en la boca, todos provenientes de los puñados que me estaba arrojando con ambas manos el único cuerpo caliente que quedaba.
- ¡AHORA ES LA HORA DEL TODO O NADA! ¡ESTE CHANCHITO SE VA A COMPRAR LOS DROGAVINCULOS DE LOS MUERTOS VIVOS! ¡CONSIDÉRALO COMO SESOMURCIELAGOS VAMPIROS EN ACCIÓN!
No sé quién se apoderó de mí, señora. Quienquiera que haya sido, parecía bastante malhumorado, señor, no sin causa probable, entienda, Teniente.
- Gracias, señor, pero acabo de terminar mis labores - le dije -, aunque ahora que lo menciona, me vendría bien una comida caliente.
Así diciendo, pateé al perpetrador en la entrepierna, al tiempo que le disparaba una balacera derecho a la quijada, la cual hizo volar dientes ensangrentados, con la reconfortante sensación de haber lanzado una bola rápida a lo Nolan Ryan, con un fuerte golpe, a la esquina izquierda del campo de juego.
Me arrastré y coloqué mis rodillas sobre su pecho con un encantador sonido a costillas rotas y lo agarré de la garganta con mis garfios de carne, provocando en el sujeto resuellos y gorgoteos mientras le aplastaba la cabeza contra los ensangrentados mosaicos del piso. Estos gargarismos indecorosos, para no mencionar lo que le chorreaba de la nariz y la boca, poco hicieron por sofocar mi ira, señor, y continué quebrándole el coco contra el piso del excusado hasta que despidió su carne y su leche, las cuales comencé entonces a devorar ávidamente.
Es un trabajo sucio, señora, pero alguien tiene que hacerlo. Tuvimos que comernos los corazones y las mentes de la aldea global para salvarla, ¿no es cierto, Teniente? No se puede enseñar a una cotorra los procedimientos policíacos apropiados sin chupar unos huevos.
¿Quién se apoderó de mí? ¿Mike Hammer? ¿Jack el Cuchillo? ¿Mil años de series policiales levantadas de programación? ¿Mensajes espiritistas del Tío Charlie y sus Comandos de la Muerte en Autitos Playeros? Todos somos fortachones sin seso en este ómnibus, señor, hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda, y esta fue una de ellas.
¿Usted no?
Sin embargo, cuando la alarma de mi reloj señaló el final del turno, y yo me encontraba engullendo materia cerebral que recogía del piso del baño, Joe Friday consideró necesario enviar a los muchachos de vuelta al cuarto trasero y tomar el control. Hasta La Flor y Nata de Los Angeles tiene sus avispados, y podía imaginarme las chanzas de las que sería objeto en el escuadrón si me presentaba con esta facha.
Desde luego que los chicos del escuadrón podían llegar a adoptar actitudes diferentes del procedimiento policíaco apropiado si se les otorgaba el beneficio del virus vampiro que ahora latía alegremente en mis venas. Todos vivimos en tu Submarino Blanco y Negro, me dijo un fragmento de personificación, y a los Despreciables Azules también les iba a venir bien brincar un poco entre los tulipanes.
Considérelo como que yo estaba cumpliendo con mi obligación ante lo más granado de la evolución en acción, Teniente. Piense en las madres condecoradas cuya patriótica ensalada cerebral pereció para llenar mis colmillos con las personalidades policíacas más selectas de Los Angeles, un Seleccionado Estrella de legendarios esbirros de la ley.
¿Quedará Mike Hammer fuera de programación para siempre? ¿Jamás volverán Doc y Wyatt a ver otro Corral OK? ¿Sucumbirá el ángel vengador de Bronson bajo el hacha de Nielsen? ¿Acaso Bernie Goetz no asesinó por nuestros blancopálidos pecados liberales?
No tema, señor, contengo multitudes sindicalizadas, y muy pronto las reposiciones de programación encontrarán su fe en mí. La Flor y Nata de Los Angeles, pero más, mucho más, entienda, defendiendo la ley y el orden como Dios manda, suministrándole exactamente lo que usted necesita para dormir plácidamente en su ventajoso condominio cuando el sol rojo sangre se va escurriendo por el banco de smog.
Considérelo un procedimiento policíaco apropiado en acción, señora. Piense en el Sargento Joe Friday, allá afuera, con los muchachos azules de la Noche del Centro Parker.
Es un trabajo sabroso, señora, pero alguien consigue hacerlo.
Esta historia es verdadera.
Su cerebro ha sido alterado para proteger mi inocencia.
FIN
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