LA NAVE QUE CANTABA
Anne Mc Caffrey
Al nacer era un monstruo, y como tal hubiera sido condenada si no hubiera logrado pasar el test encefalográfico requerido para todos los niños recién nacidos. Existía siempre la posibilidad de que, aunque los miembros estuvieran retorcidos, el cerebro estuviera en perfecto estado, y de que aunque los oídos apenas pudieran oír y los ojos percibieran muy vagamente las imágenes, la mente que había tras ellos fuera receptiva y estuviera alerta.
El electroencefalograma fue totalmente favorable, incluso más de lo que se esperaba, y así se les informó a los apenados padres que esperaban el resultado. Finalmente, se les presentaba la última y más dura decisión: practicarle la eutanasia a su hijo o permitir que se convirtiera en un «cerebro» encapsulado, en un mecanismo director al que se enseñaría un buen número de profesiones diversas. Si optaban por esto último, su hija no sufriría dolor alguno, viviría una existencia confortable en una cápsula de metal durante varios siglos realizando un servicio inapreciable para los Mundos Centrales.
Se le permitió vivir y se le dio un nombre, Helva. Durante sus tres primeros meses de vida vegetativa, agitó sus muñones, pataleó débilmente con sus piececitos deformes y disfrutó de la rutina normal de todos los niños. No estaba sola; había otros tres niños especiales en el gran hospital especial de la ciudad. Al poco tiempo, fueron trasladados al Laboratorio Central, donde comenzó su delicada transformación.
Uno de los niños murió durante el trasplante inicial, pero los de la «clase» de Helva, diecisiete miembros en total, sobrevivieron en cápsulas de metal. En vez de pies con los que patalear, los impulsos neuronales de Helva movían unas ruedas; en vez de agitar las manos manipulaba extensiones mecánicas. A medida que iba creciendo le iban creciendo más sinapsis neuronales para que manipulara otros mecanismos que servirían para el mantenimiento y la buena marcha de una nave espacial. Porque Helva había sido destinada a convertirse en la mitad «cerebral» de una nave espacial, en compañía de una mujer o un hombre, lo que ella quisiera escoger, que actuaría como parte móvil. Estaría entre la élite de los de su especie. Sus tests de inteligencia iniciales registraron un nivel superior al normal y su índice de adaptación era inusitadamente alto. Si su desarrollo dentro de la cápsula metálica respondía a lo que se esperaba de ella y no se producían efectos secundarios derivados de las manipulaciones sobre su pituitaria, Helva viviría una vida plena de recompensas, rica y fuera de lo habitual, muy distinta de la que hubiera podido esperar de haber sido un ser «normal»,
Sin embargo, ni los diagramas de sus circunvalaciones cerebrales, ni las primeras pruebas CI recogían ciertos hechos acerca de Helva que la Central debería saber. Pero tendrían que esperar el tiempo prescrito oficialmente para poder comprobarlos, confiando en que las dosis masivas de psicología celular le serían suficientes para preservarla de las tensiones inherentes a la soledad de su confinamiento y a las presiones de su profesión. No se podía correr el riesgo de que una nave dirigida por un cerebro humano realizara actos delictivos o demenciales con el poder y los reclusos con que la Central equipaba sus naves patrulleras. Claro está que el cerebro de la nave había sufrido largos períodos experimentales. La mayoría de los niños sobrevivían a las técnicas perfeccionadas de manipulación de la pituitaria que mantenía sus cuerpos pequeños, eliminando la necesidad de transferirlos de unas conchas más pequeñas a otras mayores. Y muy pocos morían cuando se establecía la conexión final con los paneles de control de la nave o del complejo industrial. Los hombres-cápsula parecían por su tamaño enanos adultos, fueran cuales fuesen sus deformaciones congénitas, pero ningún cerebro bien orientado hubiera cambiado su lugar ni con el cuerpo más perfecto del universo.
Y así, durante varios años felices, Helva retozó en su cápsula junto con sus demás compañeros, jugando a juegos como esconde-la-energía, estudiando sus lecciones de trayectoria, técnicas de propulsión, computación, logística, higiene mental, psicología básica alienígena, filología, historia espacial, derecho, tráfico, códigos y todos los etcéteras que normalmente conoce un ciudadano razonable, lógico y bien informado. Aunque no muy obvio para ella, pero sí de gran importancia para sus profesores, Helva ingirió los preceptos de su acondicionamiento tan fácilmente como absorbía su líquido nutritivo. Algún día estaría agradecida al paciente grillo de su instrucción a nivel inconsciente.
La civilización de Helva acogía también en su seno a esas asociaciones de bienpensantes que investigaban posibles actos inhumanos cometidos contra los ciudadanos terrestres tanto como contra los extraterrestres. Uno de tales grupos, la Sociedad para la Conservación de los Derechos de las Minorías Inteligentes, centró sus preocupaciones sobre los «niños» encapsulados cuando Helva acababa de cumplir los catorce años. Cuando se vieron obligados a ello, los de Mundos Centrales se encogieron de hombros, prepararon una visita a los laboratorios y les mostraron el historial de los miembros, completado con fotografías. Muy pocos de los comisionados pasaron de las primeras fotografías. La mayor parte de sus anteriores objeciones a las «cápsulas» fueron olvidadas ante el alivio que suponía (para ellos) que aquellos horribles cuerpos hubieran sido piadosamente ocultados.
Los de la clase de Helva estaban aprendiendo bellas artes, un tema optativo en su ya muy apretado programa. Ella había activado uno de sus utensilios microscópicos, que más tarde utilizaría para las reparaciones inmediatas de diversas partes de su panel de control. Su modelo era grande (una copia de la última cena) y su lienzo pequeño: la cabeza de un clavo. Había ajustado su vista a la dimensión adecuada. Mientras trabajaba, canturreaba ausente, emitiendo un curioso sonido. La gente encapsulada utilizaba sus propias cuerdas vocales y diafragmas, pero sonaba como salida de un micrófono y no de una boca. El «mmmm» de Helva tenía, sin embargo, una curiosa vibración, un matiz cálido y dulce incluso en sus modulaciones cromáticas.
- Oh, qué voz más agradable tienes - dijo una de las visitantes.
Helva «levantó la vista» y captó un panorama fascinante de cráteres regulares y sucios sobre una superficie rosa. Su «mmmm» se convirtió en una exhalación de sorpresa. Reguló instintivamente su visión hasta que la piel perdió su aspecto de paisaje de cráteres y los poros asumieron sus proporciones normales.
- Sí, llevamos unos cuantos años entrenando la voz, señora - señaló Helva -. Las peculiaridades vocales se convierten con frecuencia en algo excesivamente irritante durante las prolongadas distancias interestelares y han de ser eliminadas. Yo disfrutaba de las lecciones.
Aunque era la primera vez que Helva veía gente no encapsulada, asumió su experiencia con tranquilidad. Cualquier otra reacción hubiera sido inmediatamente reportada.
- Quiero decir que posee una agradable voz para cantar..., querida - dijo la señora.
- Gracias. ¿Le gustaría ver mi trabajo? - preguntó amablemente Helva. Instintivamente se escabullía de las conversaciones que giraban en torno a cuestiones personales, pero archivó el comentario para una posterior meditación.
- ¿Trabajo? - preguntó la señora.
- Estoy reproduciendo la Ultima Cena en la cabeza de un clavo.
- Oh, ya comprendo - gorjeó la señora.
Helva readaptó de nuevo su visión y observó la reproducción con ojo crítico.
- Por supuesto, algunos de mis valores colorísticos no se adecuan a los del viejo maestro y la perspectiva es errónea, pero creo que resultará una reproducción muy aceptable.
Los ojos de la señora, no adaptados, bizquearon.
- Oh, lo olvidé - la voz de Helva mostraba auténtico sentimiento. Si hubiera podido enrojecer, lo habría hecho -. Ustedes no poseen visión adaptable.
El responsable de aquella entrevista sonrió entre orgulloso y divertido por el tono de Helva, que indicaba lástima por aquella persona desdichada.
- Mire, con esto podrá verlo - dijo Helva, sosteniendo un instrumento amplificador en una de sus extensiones y situándolo sobre la pintura.
En medio de un estupor general, las damas y los caballeros de la comisión se acercaron a observar aquella última cena tan increíblemente copiada y tan brillantemente ejecutada sobre la cabeza de un clavo.
- Bueno - apuntó uno de los caballeros, que habla sido obligado a ir allí por su mujer -, el Buen Dios puede comer donde los ángeles temen pisar.
- ¿Está usted aludiendo, señor - preguntó Helva cortésmente -, a las discusiones que se desarrollaron en las Edades Oscuras acerca del número de ángeles que podían caber en la cabeza de un alfiler?
- Efectivamente, estaba pensando en eso.
- Si usted sustituye «átomo» por «ángel», el problema no es insoluble, conociendo el contenido metálico del alfiler en cuestión.
- Cosa para la que te han programado.
- Efectivamente.
- ¿Recordaron programar un sentido del humor también, jovencita?
- Estamos impulsadas a desarrollar un sentido de la proporción, señor, que contribuye a lograr el mismo efecto.
El buen hombre sonrió apreciativamente y pensó que aquel viaje había merecido la pena.
Si el comité de investigación tardó meses en digerir la completísima comida que les habían servido en el laboratorio, Helva también se quedó con un buen pedazo.
El concepto «cantar» aplicado a sí misma requería ser investigado. Efectivamente, había recibido, y lo había disfrutado, un curso de apreciación musical que incluía las obras clásicas más conocidas, tales como Tristán e Isolda, Candide, Oklahoma y Las bodas de Fígaro, junto con cantantes de la era atómica, como Brigit Nilsson, Bob Dylan y Geraldine Todd, y las curiosas progresiones rítmicas de los venusianos, las cromatías visuales de Capella, el concierto sónico de los altairianos y los canturreos Reticulanos. Pero «cantar» supone grandes dificultades técnicas para cualquier persona encapsulada. Las personas-cápsula están entrenadas para examinar todos los aspectos de un problema o situación antes de hacer cualquier diagnóstico. Adecuadamente equilibrados entre el optimismo y el sentido de la realidad, la actitud antiderrotista de las personas-cápsula les permitía salir con bien (a ellas, a sus naves y a la tripulación de éstas) de situaciones insólitas. Por eso a Helva el problema de que no pudiera abrir la boca para cantar, entre otras restricciones, no le molestaba. Encontraría la forma de cantar.
Se aproximó al problema investigando los métodos de reproducción del sonido utilizados a través de los siglos, tanto humanos como instrumentales. Su propio equipo de producción de sonido era esencialmente más instrumental que vocal. El control de la respiración y una adecuada pronunciación de las vocales dentro de la cavidad oral parecía requerir una gran dosis de desarrollo y práctica. La gente-cápsula, estrictamente hablando, no respiraba. Para el objetivo al que iban destinados, el oxígeno y los demás gases no se extraían de la atmósfera circundante por medio de los pulmones, sino a través de una solución artificial contenida en sus propias cápsulas. Después de varios experimentos, Helva descubrió que podía manipular su unidad diafragmática para mantener el tono. Relajando los músculos de la garganta y expandiendo la capacidad oral hacia los senos frontales, podía dirigir los sonidos de las vocales a una magnífica posición, adecuada para la reproducción a través del micrófono colocado en su garganta. Comparó los resultados con los discos de los cantantes modernos y no le desagradaron, si bien sus grabaciones poseían una cualidad peculiar que aquellos no tenían, y que no era disarmónica, sino sencillamente única. Conseguir un repertorio de la biblioteca del laboratorio no resultaba un problema para una persona dotada de una memoria perfecta. Se dio cuenta de que era capaz de cantar cualquier canción que captara su fantasía. No se le hubiera ocurrido que resultaba curioso para una mujer cantar como bajo, barítono, tenor, mezzo, soprano, a voluntad. Para Helva eso era únicamente una cuestión de correcta reproducción y del control diafragmático que requiriera la música elegida.
Si las autoridades se dieron cuenta de aquellas curiosas aficiones, lo comentaron únicamente a nivel interno. Se fomentaba el deseo entre la gente-cápsula a desarrollar una afición siempre que no interfiriera en su trabajo técnico.
Cuando cumplió los dieciséis años, Helva recibió su diploma y se la instaló en una nave, la XH-834. Su cápsula permanente de titanio fue cubierta por una barrera mucho más indestructible, en el eje central de la nave patrullera, las conexiones neuronales, audiovisuales y sensoriales quedaron establecidas y definitivamente conectadas. Las extensiones fueron desviadas, conectadas o aumentadas y finalmente se completaron las últimas y más delicadas conexiones cerebrales, mientras Helva dormía anestesiada.
Cuando despertó, era la nave. Su cerebro y su inteligencia controlaban todas y cada una de las funciones de la navegación tal y como le era preciso a una nave Patrullera de su clase. Podía ocuparse de sí misma y de su mitad móvil en cualquier situación, ya recogida en los anales de los Mundos Centrales, o en cualquier otra que la mente más fértil pudiera imaginar.
Su primer vuelo real (ya que ella y los de su especie habían realizado vuelos ficticios desde que tenían ocho años) le demostró que poseía un completo dominio de las técnicas de su profesión. Ya estaba preparada para las grandes aventuras que le esperaban y para recibir a su compañero móvil.
Había nueve patrulleros cualificados en la base el día que Helva fue dada de alta para el trabajo activo. Había algunas misiones que requerían una atención inmediata, pero Helva les interesaba a algunos jefes de departamento de la Central desde hacia algún tiempo y todos ellos querían que fuera asignada a su sección. Tan preocupados estaban por ello que ninguno había pensado en presentar a Helva a sus posibles compañeros. Era siempre la nave la que elegía a su compañero. Si hubiera habido en aquel momento en la base otra nave «cerebro», le hubiera aconsejado a Helva dar el primer paso. Pero no la había, y mientras los de la Central discutían entre sí, Robert Tanner salió de las barracas destinadas a los pilotos y se dirigió sin vacilar hacia el brillante casco de metal de Helva.
- Hola, ¿hay alguien en casa? - preguntó Tanner.
- Pues claro - respondió Helva, activando sus visores exteriores -. ¿Eres mi compañero? - le preguntó esperanzadora al reconocer su uniforme del Servicio de Patrulleros.
- Todo lo que tienes que hacer es pedirlo - le contestó él con un tono anhelante.
- No ha venido nadie. Pensé que tal vez no había compañeros disponibles y no he recibido ninguna orden de la Central.
Incluso a ella misma, le sonó su voz como si tuviera un tono de autocompasión, pero la verdad es que se encontraba sola, situada en un lugar oscuro. Antes siempre había tenido la compañía de los otros encapsulados, y más recientemente, la de los técnicos que habían realizado todos aquellos trabajos. Su repentina soledad había perdido su momentáneo encanto y había llegado a hacerse opresiva.
- Que no hayas recibido órdenes de la Central no tiene por qué ser motivo de disgusto, porque sucede que hay otros ocho chicos comiéndose las uñas mientras esperan que les invites a subir a bordo, hermosa.
Tanner se encontraba en la cabina central, y mientras decía aquello pasaba apreciativamente sus dedos sobre su panel, sobre las sillas de gravedad, metía la cabeza en las cabinas, los pasillos y los departamentos de acumulación de presión.
- Ahora, si deseas burlarte de la Central y hacernos a nosotros un favor, todo de una vez, llama a las barracas y diles que deseas que tengamos una fiesta para elegir a un compañero, ¿eh?
Helva se rió para sí. Era tan radicalmente diferente de todos los demás visitantes y de los técnicos del laboratorio que había conocido. Era tan alegre, tan seguro de sí, y ella estaba encantada con su sugerencia de organizar una fiesta para elegir a su compañero. Realmente, no había nada en el reglamento que impidiera ponerlo en práctica.
- ¿Central de comunicaciones? Aquí XH-834. Póngame con el barracón de pilotos.
- ¿Visual?
- Por favor.
Todo un panorama de hombres perezosos en diversas actitudes de aburrimiento apareció en la pantalla.
- Aquí la XH-834. ¿Querrían hacerme el favor los patrulleros sin misión asignada de subir a bordo?
Ocho figuras entraron inmediatamente en acción; tomaron sus ropas, desconectaron sus magnetófonos y arrojaron a un lado lo que tenían entre manos.
Helva cortó la conexión y oyó que Tanner se reía complacido y se sentaba a esperar su llegada.
Helva se sintió arrebatada por la alegría y la impaciencia, sensaciones poco habituales en los seres encapsulados. Una actriz en el día de su estreno no se hubiera sentido más nerviosa, más temerosa y agitada. Pero, a diferencia de la actriz, a Helva no le quedaba la válvula de escape de sumergirse en una crisis nerviosa, de romper un juego de té o sus tarros de maquillaje. Pero sí podía comprobar su stock de bebidas y comestibles, y eso fue lo que hizo.
Tanner fue el primero en probar los víveres seleccionados por el oficial de intendencia.
En el argot de la base a los patrulleros se les conocía con el nombre de «músculos», en oposición a los «cerebros». Habían de someterse a un entrenamiento tan riguroso como el de sus compañeros los cerebros, y solamente los estudiantes que habían obtenido las notas más elevadas en los diferentes centros del mundo eran admitidos en los cursos de los Mundos Centrales. De modo que los ocho jóvenes que subieron por la pasarela y se amontonaron en la agradable cabina de Helva eran de una inteligencia, de una belleza y de un equilibrio superiores a lo normal, y se mostraron encantados por aquella reunión tras la que esperaban, con permiso de Helva, poder emborracharse un poco y competir deportivamente entre ellos para conseguir merecerla.
Ante aquella marea humana, Helva se sintió aturdida, y se dispuso a disfrutar plenamente de aquel lujo que por tan breve tiempo le sería permitido.
Los sopesó a todos. El oportunismo de Tanner le divertía, pero no le atraía específicamente. El rubio Nordsen parecía demasiado simple; el moreno Alatpay mostraba una cabezonería por la que no sentía la menor inclinación. La amargura de Mir-Ahnin poseía unos oscuros orígenes que ella no deseaba descubrir, aunque él mostró el mayor despliegue de recursos para atraer su atención. Era un curioso galanteo aquél; para ella no suponía más que el primero de toda una serie de matrimonios, dado que los músculos se retiraban a los setenta y cinco años de servicio, o antes si tenían mala suerte. Los cerebros, con sus cuerpos a salvo del deterioro, eran indestructibles. En teoría, una persona encapsulada, una vez que había pagado su gran deuda contraída por los primeros cuidados, la adaptación quirúrgica y los gastos de mantenimiento, quedaba libre para buscar trabajo en cualquier otro lugar. En la práctica, las personas encapsuladas permanecían en el servicio hasta que optaban por la autodestrucción o perecían en algún accidente. Helva había tenido la oportunidad de hablar con una persona-cápsula de 322 años. Había quedado tan impresionada con aquel encuentro que no se habla atrevido a preguntarle acerca de aquellas cuestiones personales que hubiera deseado indagar.
No supo por quién decidirse hasta el momento en que Tanner comenzó a entornar una canción de los patrulleros que narraba las desgracias del intrépido, obtuso e imbécil «Billy Músculos». Todos los invitados se pusieron a cantar a coro, pero el resultado fue tan desastroso que Tanner se puso a agitar los brazos para reclamar silencio.
- Lo que necesitamos es un buen tenor. Jennan, aparte de hacer trampas con las cartas, ¿qué otra cosa sabes hacer? ¿Qué tal cantas?
- En «do» sostenido - le contestó Jennan de buen humor.
- Si os resulta absolutamente necesario un tenor, Intentaré hacerlo yo - se ofreció Helva.
- Pero, mi señora... - Protestó Tanner.
- A ver, danos el «la» - dijo Jennan, riéndose.
Jennan rompió el estupefacto silencio que siguió al magnífico «la» de Helva y observó con delicadeza:
- El propio Caruso hubiera dado todas las notas de la escala a cambio de poder cantar un «la» como ése.
No tardaron mucho tiempo en descubrir todas las posibilidades de la voz de Helva.
- Todo lo que Tanner había pedido era un buen tenor - dijo Jennan, sonriendo - y nuestra dulce dueña nos ofrece una compañía de ópera completa. Aquel al que elija como pareja va a llegar lejos, muy lejos.
- ¿Hasta la Nebulosa de la Cabeza del Caballo? - preguntó Nordsen, aludiendo a una vieja frase hecha de los patrulleros.
- Navegaremos cantando hasta la nebulosa y aún más allá - aseguró Helva, riéndose.
- Lo haremos nosotros juntos - añadió Jennan -. Pero con la voz que tengo será mejor que seas tú quien cante y yo el que escuche.
- Pensé que más bien tendría que ser yo la que escuchara - sugirió Helva.
Jennan ejecutó un saludo majestuoso, quitándose elegantemente su entorchado gorra. Para hacerlo se giró hacia el pilar de control, allá donde se encontraba Helva. Fue en aquel mismo momento cuando cristalizó su elección, y por una razón muy simple: tan sólo Jennan, al hablarle, se dirigía directamente a su presencia física, prescindiendo del hecho de que ella podía captar su imagen en cualquier lugar de la nave donde se encontrara, y de que su cuerpo estaba oculto tras enormes paredes metálicas. Mientras duraron sus viajes juntos, Jennan no dejó nunca de volver la cabeza en su dirección para hablarle, estuviera donde estuviese con relación a ella. Y Helva adquirió la costumbre de utilizar su micrófono central cuando le hablaba a Jennan, pese a que el método no era el más eficaz.
Helva no se dio cuenta aquella misma noche de que se había enamorado de Jennan. Como no había conocido nunca sentimientos tales como el amor o el afecto, ni siquiera sus parientes más pobres, la estima y la admiración, no era capaz de identificar la reacción que suscitaba en ella el calor de su personalidad y de su consideración. En su calidad de «encapsulada» se creía inaccesible a emociones cuya fuente principal eran los deseos físicos.
- Bueno, Helva, me siento muy dichoso de haberte conocido - dijo repentinamente Tanner, mientras ella y Jennan conversaban acerca de la calidad barroca de Come All Ye Sons of Art -. Ya nos veremos alguna vez en el espacio, Jennan, tipo afortunado. Gracias por la fiesta, Helva.
- ¿Tenéis que iros tan pronto? - preguntó Helva, dándose cuenta de que ella y Jennan habían quedado al margen de la conversación de los demás.
- El mejor hombre gana - dijo Tanner con tristeza -. Creo que haré bien documentándome en frases galantes. Puede que las necesite la próxima vez, en el caso de que haya más cerebros como tú.
Helva y Jennan vieron cómo se alejaban, algo confusos los dos.
- Tal vez Tanner ha sacado conclusiones precipitadas - sugirió Jennan.
Helva le miró. Estaba apoyado, en el cuadro de mandos y miraba directamente a su cápsula. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y hacía tiempo que el vaso que sostenía entre las manos estaba vacío. Era hermoso, como lo eran todos; pero sus ojos miraban directamente, su boca sonreía con facilidad y su voz (que era lo que a Helva le había gustado particularmente) era resonante, profunda y sin tonos o acentos desagradables.
- De cualquier modo, Helva, consúltalo con la almohada. Llámame por la mañana si es que ya has decidido algo.
Ella le llamó a la hora del desayuno, una vez discutida su elección con los de la Central. Jennan llevó sus cosas a bordo, recibió su denominación común, vio el dossier que contenía la historia de su vida y su experiencia registrada en el visor de Helva, le indicó las coordenadas de su primera misión, y la XH-834 se convirtió, oficialmente, en la JH-834.
Su primera misión era aburrida, pero necesaria y urgente (el Servicio Médico era el que finalmente había conseguido a Helva); se trataba de transportar lo antes posible un cargamento de vacunas a una colonia en la que se había desencadenado una violenta epidemia. Lo único que tenían que hacer era llegar a Spica lo más rápido posible.
Tras el magnífico descubrimiento de la embriaguez inicial de las grandes velocidades, Helva se dio cuenta de que sus músculos iban a hacer más trabajo que su cerebro en aquel tedioso viaje. Pero ambos tuvieron gran cantidad de tiempo para dedicarlo a explorar sus respectivas personalidades, por supuesto, Jennan sabía de lo que Helva era capaz como nave y como compañera, lo mismo que ella sabia todo lo que podía esperar de él. Pero eso sólo eran hechos, y lo que Helva quería conocer era el lado humano de su compañero, aspecto que no podía ser reducido a series de símbolos. Tampoco podía aprenderse en un libro lo que podía dar de sí el intercambio de dos personalidades. Eso había que experimentarlo.
- Mi padre era patrullero también. ¿O eso ya está programado? - comenzó a decir Jennan al tercer día de su viaje.
- Naturalmente.
- Eso no está bien. Tú conoces toda la historia de mi familia y yo no sé ni una sola cosa acerca de la tuya.
- Yo no los conocí - dijo Helva -. Hasta que no leí cosas acerca de tu familia no se me ocurrió que yo también debla tener mi historial en algún lugar de los archivos de la Central.
Jennan se echó a reír.
- ¡Psicología de cápsulas!
Helva rió a su vez.
- Sí. E incluso he sido programada para evitar sentir curiosidad acerca de ello. Y tú harías mejor también en no tenerla.
Jennan ordenó una bebida, se acomodó en su colchón de gravedad, puso los pies sobre el almohadillado y comenzó a balancearse.
- Helva... es un hermoso nombre...
- Con resonancias escandinavas.
- Pero no eres rubia - afirmó Jennan.
- Bueno, también hay suecas morenas.
- Y turcos rubios, pero este harén se limita a una.
- La esposa se oculta tras su purdah. Dios te libre, sin embargo, de hollar las casas del placer... - la propia Helva se sorprendió al ver que los nervios se traicionaban en su voz, tan cuidadosamente entrenada.
- ¿Sabes? - le interrumpió Jennan, que estaba sumido en profundos pensamientos -, mi padre me dio siempre la impresión de que estaba mucho más casado con su nave, Silvia, que con mi madre. Recuerdo que solía pensar que Silvia era mi abuela, poseía un número muy bajo, de modo que tendría que haber sido mi tatarabuela, por lo menos. Solía hablar con ella horas enteras.
- ¿Cuál era su número de registro? - preguntó Helva, sintiéndose celosa de todos aquellos que habían compartido las horas de Jennan.
- 422. Creo que ahora es TS. Yo navegué con Tom Burguess una vez.
El padre de Jennan había muerto de una enfermedad planetaria, cuya vacuna transportaba para curar a los ciudadanos del lugar.
- Según Tom, Silvia se ha vuelto lenta y coriácea. Si pierdes tu dulzura después de mi muerte, vendré a atormentarse como un fantasma.
Helva sonrió dulcemente. Quedó sorprendido al ver que Jennan se ponía en pie de un salto y acariciaba los controles con dedos suaves y ligeros.
- Me pregunto cómo serás realmente - dijo suavemente, pensativo.
Helva estaba prevenida, pues la habían preparado para esperar esos accesos de curiosidad por parte de sus parejas. Pero no sabía nada de si misma, ni tampoco podría saberlo nunca.
- Escoge la forma y el aspecto que más te guste y me sentiré feliz de ser como tú deseas.
- Doncella de hierro, me gustan las rubias de largas trenzas - dijo Jennan -. Puesto que estás inmolada en titanio, te llamaré Brunilda, querida.
Riendo, Helva entonó el aria obligada en el preciso instante en que entraban en contacto con Spica.
- Por Dios, ¿quién grita así? ¿Quiénes son ustedes? A menos que pertenezcan al Servicio Médico de los Mundos Centrales, aléjense. Estamos sufriendo una epidemia. No se admiten visitantes.
- Es mi nave la que está cantando; somos la JH-834 de los Mundos Centrales y les traemos la vacuna. ¿Cuáles son sus coordenadas de aterrizaje?
- ¿Su nave está cantando?
- El mejor S.A.T.B. del espacio organizado. ¿Desea escuchar alguna melodía en particular?
La JH-834 les entregó la vacuna, pero sin cantar ningún aria más, y recibieron órdenes inmediatas de dirigirse a Levíticus IV. Cuando llegaron allí, Jennan descubrió que su fama les había precedido y tuvo que defender la reputación de JH-834.
- Ya no volveré a cantar - murmuró Helva, contrita, mientras preparaba cataplasmas para el tercer ojo amoratado de la semana.
- Continuarás cantando - dijo Jennan con los dientes apretados -. Aunque sigan poniéndome los ojos morados desde aquí a la Cabeza del Caballo, conseguiré mantener tu reputación como cantante sin que despierte ironías. Serás la nave que canta.
Después que la «nave que canta» se enfrentó victoriosamente con una pandilla, pequeña pero maligna, de traficantes de drogas en las Magallánicas Inferiores, el título adquirió definitiva respetabilidad. La Central conocía todos y cada uno de los episodios y colocó una etiqueta de «interés especial» sobre el dossier de JH-834. Acababa de formarse un equipo de primera clase.
Jennan y Helva también se consideraban un equipo de primera clase después de su espectacular arresto.
- De todos los vicios del universo, lo que más odio es la adicción a las drogas - subrayó Jennan mientras regresaban a la Base Central -. La gente se va ya con demasiada facilidad al diablo sin este tipo de ayuda.
- ¿Por eso te ofreciste voluntario al Servicio de Patrulleros? ¿Para acabar con el tráfico?
- Encontrarás tu respuesta oficial en tus registros.
- Con palabras demasiado floridas: «Siguiendo la tradición de mi familia, que se enorgullece de cuatro generaciones de servicio», si me permites citar tus propias palabras.
Jennan lanzó un sonido despreciativo.
- Yo era muy joven cuando escribí aquello. Y desde luego, no había pasado por el Entrenamiento Final. Y una vez que estuve en ese Entrenamiento, mi orgullo me hubiera impedido desertar...
»Como te dije antes, solía visitar a mí padre a bordo de Silvia, y tal vez ésta tenía la esperanza de que yo ocupara el puesto de mi padre cuando abandonara el servicio, porque vertió dentro de mí unas buenas dosis de propaganda para favorecer mi vocación de patrullero. Y la favoreció. Desde que tenía siete años me hice el firme propósito de que no sería otra cosa que patrullero. Se encogió de hombros como para quitarle importancia a una decisión juvenil cuya realización le había exigido años de esfuerzos.
- ¿De modo que es eso? ¿El patrullero Sahir Silan, en la JS-422, penetrando en la Nebulosa de la Cabeza del Caballo?
Jennan hizo caso omiso de su sarcasmo.
- Contigo tal vez vaya mucho más lejos. Pero, pese a los ánimos que me daba Silvia, nunca soñé, ni en los momentos más delirantes, alcanzar ese tipo de gloria. Dejo en manos de tu magnífico cerebro la realización de tales maravillas. En la mente tengo una contribución mucho más pequeña a la historia espacial.
- ¿Tan modesto eres?
- No. Práctico. El grano de arena, etc. etc. - puso con aire dramático una mano sobre su corazón.
- ¡A la caza de la gloria! - dijo Helva con tono burlón.
- Mira quién está hablando. ¡Mi amiga, la que sueña con la Nebulosa! Al menos yo no exijo demasiado. No habrá otro héroe como mi padre en Parasea, pero está claro que no me importaría distinguirme por algún hecho meritorio. A todo el mundo le sucede lo mismo. De lo contrario, ¿para qué arriesgarse?
- Tu padre murió cuando regresaba de Parasea, si me permites apuntar algunos datos. Pero él nunca pudo saber que había sido un héroe por haber detenido la epidemia con su nave, lo que les permitió a los colonos quedarse en el planeta y descubrir así sus cualidades antiparalíticas. Y esto último tampoco llegó a saberlo nunca.
- Lo sé yo - dijo Jennan suavemente.
Helva se arrepintió inmediatamente por el tono que había dado a su refutación. Sabía muy bien el cariño que Jennan le tenía a su padre. En su historial se apuntaba que él había racionalizado la muerte de su padre con el inesperado y bien venido resultado del asunto Parasea.
- Los hechos no son humanos, Helva. Mi padre sí lo fue, y yo también lo soy. Y de igual forma, básicamente, también lo eres tú. Inspecciona tus indicaciones, JH-834. En medio de los cables que te han conectado hay un corazón, un desarrollado corazón humano. ¡Eso es obvio!
- Perdóname, Jennan - dijo Helva, apenada.
Jennan dudó durante un momento, hizo un gesto con las manos en señal de aceptación y luego le dio un golpecito afectuoso a su cápsula.
- Si dejamos algún día de ir tontamente de un lado a otro, nos dedicaremos a buscar la Nebulosa, ¿eh?
Y como con tanta frecuencia sucedía en el Servicio de Patrulleros, a la hora siguiente tenían órdenes de cambiar el rumbo, y no hacia la Nebulosa, sino a un sistema recientemente colonizado con dos planetas habitables, uno tropical, el otro glacial. El sol, llamado Ravel, había entrado en una fase de inestabilidad; su espectro parecía una concha que se expandiera rápidamente, con líneas de absorción que se desplazaban velozmente hacía el violeta. El calor en aumento había obligado ya a evacuar el mundo más cercano, Dafnis. El modelo de las emisiones espectrales indicaban que el sol dejaría seco también a Cloe. Todas las naves que se encontraban en los espacios inmediatos tenían que presentarse ante los cuarteles del Desastre de Cloe para encargarse de recoger a los colonos que aún quedaban por evacuar.
La JH-834 se presentó obedientemente y fue enviada a diversas áreas de Cloe para recoger a unos colonos dispersos que no parecían darse cuenta de la urgencia de la situación, pese a que Cloe estaba disfrutando ya de las primeras temperaturas por encima de los cero grados desde que llegaran allí colonos por primera vez. Como muchos de sus colonos eran religiosos fanáticos que se habían establecido en el duro planeta en busca de una existencia de piadosa reflexión, el brusco cambio producido en Cloe fue atribuido a cosas que nada tenían que ver con el problema del sol.
Jennan tuvo que perder una buena cantidad de tiempo en discusiones absurdas, de forma que él y Helva se hallaban retrasados en el horario previsto cuando se dirigieron al cuarto y último campamento.
De un salto, Helva pasó por encima de la elevada cadena de picos abruptos que rodeaban el valle y lo protegían de las tempestades de nieve, y que ahora servía como resguardo a la creciente temperatura. El sol violeta, con su corona brillante, estaba comenzando a refulgir mucho más cuando aterrizaron.
- Lo mejor que podrían hacer es coger sus cosas y subir a bordo - dijo Helva -. El cuartel general ha comunicado que hay que apresurarse.
- Todas son mujeres - contestó Jennan, sorprendido, mientras se dirigía a su encuentro -. A menos que los hombres de Cloe lleven faldas de pieles.
- Date prisa en seducirlas y reduce los trámites a lo esencial. No olvides conectar tu circuito privado.
Jennan avanzó hacia ellas sonriendo, pero la explicación de su misión se encontró con la más absoluta incredulidad sobre su autenticidad. Gimió para sí mismo cuando la superiora comenzó a exponerle, como antes lo habían hecho los otros, las causas a las que ella atribula el sobrecalentamiento de la atmósfera.
- Reverenda madre, se ha producido una sobrecarga en vuestro circuito de plegarias y el sol está a punto de estallar. He recibido la orden de conduciros al espaciopuerto de Rosary...
- ¿A esa Sodoma? - La mujer enrojeció y se encogió de hombros desdeñosamente ante aquella sugerencia -. Agradecemos tu advertencia, pero no deseamos abandonar nuestro claustro y entrar en el mundo violento. Y ahora continuaremos con nuestra oración matutina, que ha sido interrumpida...
- Y permanentemente interrumpida quedará cuando el sol estalle y hiervan todas. Deben venir conmigo ahora - dijo Jennan con firmeza.
- Señora... - dijo Helva, pensando que tal vez una voz femenina tendría más peso en aquellas circunstancias que el varonil encanto de Jennan.
- ¿Quién habla? - gritó la monja, asustada de oír una voz sin cuerpo.
- Yo, Helva, la nave. Bajo mi protección, tú y tus hermanas de fe llegaréis a salvo y sin profanarse por la asociación con ningún hombre. Yo os protegeré y os conduciré a un lugar especialmente destinado para vosotras.
La mujer miró cautelosamente a través de la abertura de la puerta de la nave.
- Puesto que los Mundos Centrales te permiten utilizar tales naves, reconozco que no estás burlándote de nosotras, joven. Sin embargo, sigo pensando que aquí no corremos peligro alguno.
- La temperatura en Rosary es ahora de treinta y siete grados - dijo Helva -. Tan pronto como los rayos del sol penetren directamente en este valle, también aquí será de treinta y siete grados, y probablemente alcanzará hoy los noventa en su punto álgido. Veo que vuestras casas están hechas de madera y paja. Paja seca. Hacia el mediodía estarán todas ardiendo.
La luz del sol comenzaba a penetrar en el valle entre los picachos de las montañas, y aquellos ardientes rayos caldearon al inquieto grupo que había tras la superiora. Algunas se abrieron los escotes de sus vestidos de pieles.
- Jennan - le dijo Helva por el comunicador privado -, el tiempo se nos está reduciendo.
- No puedo dejarlas aquí, Helva. Algunas de esas chicas son apenas unas adolescentes.
- Y hermosas, además. No me extraña que la superiora se niegue a dejarlas subir.
- Helva.
- Se cumpla la voluntad de Dios - dijo la superiora con firmeza, dando la espalda a sus salvadores
- ¿Quemarse hasta la muerte? - les gritó Jennan mientras ella se abría paso entre sus novicias.
- ¿Desean ser mártires? Es su elección.
- Jennan - dijo, desapasionadamente, Helva -. Nosotros tenemos que irnos, y esto ya no es una cuestión en la que podamos elegir.
- ¿Cómo voy a dejarlas, Helva?
- ¿Parasea? - sugirió Helva mientras él daba unos pasos y cogía a una de las mujeres. - No puedes raptarlas a todas a bordo y no tenemos tiempo de luchar con ellas. Sube, Jennan, o tendré que informar de tu actitud.
- Van a morir... - musitó Jennan desesperado, mientras regresaba a la nave.
- No podemos correr más riesgos - dijo Helva, razonablemente -. Tal y como están ya las cosas, vamos a tener problemas para alcanzar el lugar de la cita. El informe del laboratorio señala una aceleración crítica de la evolución espectral.
Jennan estaba ya subiendo a la escotilla cuando una de las mujeres más jóvenes se dio media vuelta y echó a correr tras él, gritando. Su acción fue imitada por sus compañeras. Pasaron en estampida a través de la estrecha abertura. Pero no había suficiente espacio en el interior para todas las mujeres. Jennan sacó trajes espaciales para las tres que habrían de quedarse con él en la cámara de descompresión. Tuvo que perder aún un tiempo precioso para explicar a la superiora que tenía que colocarse el traje espacial porque la cámara de descompresión no tenía ni provisión de oxígeno ni dispositivo de climatización independiente.
- La ola de calor va a alcanzarnos - dijo Helva en tono apremiante a Jennan a través del comunicador privado -. Llevamos dieciocho minutos de retraso y ahora tendré que forzar la velocidad máxima para escapar a la ola de calor.
- ¿Puedes despegar? Nosotros ya tenemos puestos los trajes.
- ¿Despegar? Sí - dijo, mientras, efectivamente, lo hacía -. Pero ¿correr? Siento como si tropezara.
Jennan trató de sostenerse a sí mismo y a las mujeres; notaba el peso de la nave, sin dejarse llevar por la piedad, sabiendo que la aceleración aplastaba violentamente a los pasajeros de la cabina (dos de las mujeres murieron), Helva aceleró al máximo durante el mayor tiempo posible. La suerte que corriera Jennan era su único motivo de preocupación. Pese a sus trajes espaciales, las cuatro personas aprisionadas en aquella cámara de descompresión desprovista de oxígeno y sin climatizar, protegida por una sola capa de metal en lugar de tres, no estaban seguras. Sus escafandras eran del tipo estándar; no estaban diseñadas para soportar el excesivo calor al cual iba a someterse la nave.
Helva voló tan rápido como pudo, pero la increíble ola de calor que desprendió la explosión del sol les alcanzó a mitad de camino de su destino, en la zona fría.
No prestaba atención a los llantos, los gemidos, los ruegos ni las plegarias que llenaban su cabina. Lo único que escuchaba era la torturada respiración de Jennan a través del sistema de purificación de aire de su traje y el murmullo de la sobrecargada unidad de refrigeración. Sin poder hacer nada, oía los gritos histéricos de sus tres acompañantes a medida que penetraban en el brutal calor. En vano Jennan trataba de calmarlas, intentando explicarles que pronto estarían a salvo si soportaban aquel calor. Enloquecidas por el terror y el sufrimiento, se echaron sobre él pese a lo exiguo de la cámara. Cuando una de ellas intentó golpearle, se le enrolló un brazo en los cables de su generador individual de energía y la catástrofe no tardó en producirse. Uno de aquellos cables, debilitado por el calor, se rompió bajo la presión.
Pese a toda su potencia, Helva estaba desarmada. Vio a Jennan ahogarse, le vio girar la cabeza en su dirección, implorarle con la mirada y morir.
Sólo el férreo condicionamiento de su educación impidió que Helva diera media vuelta y se inmolase hundiéndose en el ardiente corazón del sol. Muda por el sufrimiento, alcanzó el convoy de refugiados y transfirió a los pasajeros enfermos, cubiertos de quemaduras, al transporte que le fue indicado.
- Guardo conmigo el cuerpo de mi patrullero - informó después al Centro con voz sorda.
- Te proporcionaremos una escolta - fue toda la respuesta que recibió.
- No necesito escolta.
- Ya te ha sido asignada una escolta, XH-834 - se le dijo con sequedad. El trauma de escuchar cómo le quitaban la inicial del nombre de Jennan de su número de registro cortó su protesta. Descorazonada, esperó junto al transporte hasta que sus pantallas le mostraron la llegada de otras dos naves cerebrales. El cortejo regresó a la velocidad de funeral.
- ¿834? ¿La nave que canta?
- Ya no tengo más canciones.
- Tu patrullero era Jennan.
- No deseo entrar en comunicación.
- Soy la 422.
- ¿Silvia?
- Silvia murió hace mucho tiempo. Soy la 422. Por ahora MS - dijo la nave -. AH-640 es nuestro otro amigo. Pero Henry no está a la escucha. Tanto mejor..., seguramente no lo comprendería si pasaras a la ilegalidad. Pero yo no le dejaré que trate de impedírtelo.
- ¿Ilegalidad? - el término sacó a Helva de su apatía.
- Claro. Tú eres joven. Te queda energía para muchos años. Huye. Ya otras lo han hecho. La 732 se escapó hace tres años, tras haber perdido a su patrullero en la famosa misión de la enana blanca. Desde entonces no la hemos vuelto a ver.
- Nunca oí hablar de esas cosas.
- Desde luego, en la escuela no has podido escucharlo, querida, puesto que precisamente nos condicionan contra eso - dijo 422.
- ¿Romper el condicionamiento? - gritó Helva, angustiada, pensando en el blanco y furioso corazón del sol que acababan de abandonar.
- Creo que, para ti, no resultaría duro de momento - dijo, sosegadamente, la 422 en cuya voz se apuntaba un cierto cinismo -. Las estrellas están ahí, palpitando.
- ¿Y estaría sola? - preguntó Helva, sofocada.
- ¡Sola! - le confirmó 422.
Sola con todo el tiempo y el espacio. Ni siquiera la Nebulosa de la Cabeza del Caballo estaría lo suficientemente lejos como para desanimarla. Sola con cientos de estrellas que vivirían con sus recuerdos y nada... nada más.
- ¿Parasea valía la pena? - le preguntó suavemente a la 422.
- ¿Parasea? - repitió 422, sorprendida -. ¿Con su padre? Sí. Estuvimos en Parasea cuando se nos necesitaba. Lo mismo que ha sucedido ahora..., y su hijo... estaba en Cloe. Cuando os necesitaban. El crimen es no saber dónde nos necesitan y no estar allí.
- Pero yo le necesito a él. ¿Quién va a colmarme esta necesidad? - preguntó Helva, amargamente.
- 834 - dijo 422 al cabo de un día de navegar en silencio -, la Central desea tu informe. En la Base Régulus te espera un reemplazo. Rectifica tu rumbo y dirígete hacia allá.
- ¿Un reemplazo?
No era eso lo que necesitaba. No era alguien que le recordara a Jennan sin llenar el vacío que él había dejado. Porque su casco estaba aún caliente del calor de Cloe. Empujada por un atavismo, Helva deseaba tiempo para llorar a Jennan.
- ¡Oh! Todos los patrulleros sirven si la nave es buena - subrayó 422 filosóficamente -. Y es precisamente lo que necesitas. Cuanto antes mejor.
- Les has dicho que no iba a huir, ¿verdad? - preguntó Helva.
- Acabas de dejar pasar la ocasión hace un momento, lo mismo que yo tras Parasea, tras Glenn Arthur, tras Betelgeuse.
- Nuestro condicionamiento nos impide actuar así, ¿verdad? Nos resulta imposible hacerlo. Lo que me dijiste antes era una prueba, ¿verdad?
- Sí, órdenes. Ni siquiera los psiquiatras saben por qué una nave entra en la ilegalidad. El Centro está muy inquieto, y también nosotros, tus hermanos. Fui yo misma quien pidió servirte de escolta. Yo... no quiero perderos a los dos.
Helva sintió claramente cómo surgía dentro de ella un sentimiento de gratitud hacia Silvia.
- Todos hemos pasado por eso, Helva. Lo que voy a decirte no te servirá de consuelo, pero, ¿qué seríamos nosotras si no pudiéramos sufrir con nuestros patrulleros? Máquinas equipadas con altavoces.
Helva miró el cuerpo de Jennan, tendido ante ella en su ataúd, y creyó oír el potente eco de su voz en la cabina.
- ¡Silvia, no pude ayudarle! - gritó desde el fondo de su alma.
- Si, querida, lo sé - murmuró cariñosamente la 422.
Luego quedó en silencio.
Las tres naves aumentaron la velocidad en silencio hacia la gran base que los Mundos Centrales tenían en Régulus. Helva rompió el silencio para pedir instrucciones con respecto al aterrizaje y para recoger las condolencias oficiales.
Las tres naves aterrizaron simultáneamente dentro del boscoso recinto en que los gigantescos árboles azules de Régulus montaban guardia cerca de los muertos en el pequeño cementerio del Servicio. El contingente de la base en pleno se acercó con paso lento para formar una senda de honor entre Helva y el cementerio. Una delegación subió hasta la escotilla y entró en su cabina. El cuerpo de su amado compañero fue respetuosamente colocado en el ataúd especialmente montado sobre unas ruedas y cubierto con la bandera azul oscuro tachonada de estrellas del Servicio. Contempló cómo se lo llevaban lentamente, mientras el largo sendero humano formado por la escolta se iba cerrando tras él.
Luego, después de pronunciadas las sencillas palabras de la despedida y de que los aviones pasaran sobre la tumba para rendirle el último homenaje al patrullero, Helva recuperó la voz.
Suavemente, apenas audible al principio, las notas de una antigua canción de duelo salieron al exterior, hasta que la propia negrura del espacio devolvió el eco de la canción de la nave que cantaba.
FIN
Anne Mc Caffrey
Al nacer era un monstruo, y como tal hubiera sido condenada si no hubiera logrado pasar el test encefalográfico requerido para todos los niños recién nacidos. Existía siempre la posibilidad de que, aunque los miembros estuvieran retorcidos, el cerebro estuviera en perfecto estado, y de que aunque los oídos apenas pudieran oír y los ojos percibieran muy vagamente las imágenes, la mente que había tras ellos fuera receptiva y estuviera alerta.
El electroencefalograma fue totalmente favorable, incluso más de lo que se esperaba, y así se les informó a los apenados padres que esperaban el resultado. Finalmente, se les presentaba la última y más dura decisión: practicarle la eutanasia a su hijo o permitir que se convirtiera en un «cerebro» encapsulado, en un mecanismo director al que se enseñaría un buen número de profesiones diversas. Si optaban por esto último, su hija no sufriría dolor alguno, viviría una existencia confortable en una cápsula de metal durante varios siglos realizando un servicio inapreciable para los Mundos Centrales.
Se le permitió vivir y se le dio un nombre, Helva. Durante sus tres primeros meses de vida vegetativa, agitó sus muñones, pataleó débilmente con sus piececitos deformes y disfrutó de la rutina normal de todos los niños. No estaba sola; había otros tres niños especiales en el gran hospital especial de la ciudad. Al poco tiempo, fueron trasladados al Laboratorio Central, donde comenzó su delicada transformación.
Uno de los niños murió durante el trasplante inicial, pero los de la «clase» de Helva, diecisiete miembros en total, sobrevivieron en cápsulas de metal. En vez de pies con los que patalear, los impulsos neuronales de Helva movían unas ruedas; en vez de agitar las manos manipulaba extensiones mecánicas. A medida que iba creciendo le iban creciendo más sinapsis neuronales para que manipulara otros mecanismos que servirían para el mantenimiento y la buena marcha de una nave espacial. Porque Helva había sido destinada a convertirse en la mitad «cerebral» de una nave espacial, en compañía de una mujer o un hombre, lo que ella quisiera escoger, que actuaría como parte móvil. Estaría entre la élite de los de su especie. Sus tests de inteligencia iniciales registraron un nivel superior al normal y su índice de adaptación era inusitadamente alto. Si su desarrollo dentro de la cápsula metálica respondía a lo que se esperaba de ella y no se producían efectos secundarios derivados de las manipulaciones sobre su pituitaria, Helva viviría una vida plena de recompensas, rica y fuera de lo habitual, muy distinta de la que hubiera podido esperar de haber sido un ser «normal»,
Sin embargo, ni los diagramas de sus circunvalaciones cerebrales, ni las primeras pruebas CI recogían ciertos hechos acerca de Helva que la Central debería saber. Pero tendrían que esperar el tiempo prescrito oficialmente para poder comprobarlos, confiando en que las dosis masivas de psicología celular le serían suficientes para preservarla de las tensiones inherentes a la soledad de su confinamiento y a las presiones de su profesión. No se podía correr el riesgo de que una nave dirigida por un cerebro humano realizara actos delictivos o demenciales con el poder y los reclusos con que la Central equipaba sus naves patrulleras. Claro está que el cerebro de la nave había sufrido largos períodos experimentales. La mayoría de los niños sobrevivían a las técnicas perfeccionadas de manipulación de la pituitaria que mantenía sus cuerpos pequeños, eliminando la necesidad de transferirlos de unas conchas más pequeñas a otras mayores. Y muy pocos morían cuando se establecía la conexión final con los paneles de control de la nave o del complejo industrial. Los hombres-cápsula parecían por su tamaño enanos adultos, fueran cuales fuesen sus deformaciones congénitas, pero ningún cerebro bien orientado hubiera cambiado su lugar ni con el cuerpo más perfecto del universo.
Y así, durante varios años felices, Helva retozó en su cápsula junto con sus demás compañeros, jugando a juegos como esconde-la-energía, estudiando sus lecciones de trayectoria, técnicas de propulsión, computación, logística, higiene mental, psicología básica alienígena, filología, historia espacial, derecho, tráfico, códigos y todos los etcéteras que normalmente conoce un ciudadano razonable, lógico y bien informado. Aunque no muy obvio para ella, pero sí de gran importancia para sus profesores, Helva ingirió los preceptos de su acondicionamiento tan fácilmente como absorbía su líquido nutritivo. Algún día estaría agradecida al paciente grillo de su instrucción a nivel inconsciente.
La civilización de Helva acogía también en su seno a esas asociaciones de bienpensantes que investigaban posibles actos inhumanos cometidos contra los ciudadanos terrestres tanto como contra los extraterrestres. Uno de tales grupos, la Sociedad para la Conservación de los Derechos de las Minorías Inteligentes, centró sus preocupaciones sobre los «niños» encapsulados cuando Helva acababa de cumplir los catorce años. Cuando se vieron obligados a ello, los de Mundos Centrales se encogieron de hombros, prepararon una visita a los laboratorios y les mostraron el historial de los miembros, completado con fotografías. Muy pocos de los comisionados pasaron de las primeras fotografías. La mayor parte de sus anteriores objeciones a las «cápsulas» fueron olvidadas ante el alivio que suponía (para ellos) que aquellos horribles cuerpos hubieran sido piadosamente ocultados.
Los de la clase de Helva estaban aprendiendo bellas artes, un tema optativo en su ya muy apretado programa. Ella había activado uno de sus utensilios microscópicos, que más tarde utilizaría para las reparaciones inmediatas de diversas partes de su panel de control. Su modelo era grande (una copia de la última cena) y su lienzo pequeño: la cabeza de un clavo. Había ajustado su vista a la dimensión adecuada. Mientras trabajaba, canturreaba ausente, emitiendo un curioso sonido. La gente encapsulada utilizaba sus propias cuerdas vocales y diafragmas, pero sonaba como salida de un micrófono y no de una boca. El «mmmm» de Helva tenía, sin embargo, una curiosa vibración, un matiz cálido y dulce incluso en sus modulaciones cromáticas.
- Oh, qué voz más agradable tienes - dijo una de las visitantes.
Helva «levantó la vista» y captó un panorama fascinante de cráteres regulares y sucios sobre una superficie rosa. Su «mmmm» se convirtió en una exhalación de sorpresa. Reguló instintivamente su visión hasta que la piel perdió su aspecto de paisaje de cráteres y los poros asumieron sus proporciones normales.
- Sí, llevamos unos cuantos años entrenando la voz, señora - señaló Helva -. Las peculiaridades vocales se convierten con frecuencia en algo excesivamente irritante durante las prolongadas distancias interestelares y han de ser eliminadas. Yo disfrutaba de las lecciones.
Aunque era la primera vez que Helva veía gente no encapsulada, asumió su experiencia con tranquilidad. Cualquier otra reacción hubiera sido inmediatamente reportada.
- Quiero decir que posee una agradable voz para cantar..., querida - dijo la señora.
- Gracias. ¿Le gustaría ver mi trabajo? - preguntó amablemente Helva. Instintivamente se escabullía de las conversaciones que giraban en torno a cuestiones personales, pero archivó el comentario para una posterior meditación.
- ¿Trabajo? - preguntó la señora.
- Estoy reproduciendo la Ultima Cena en la cabeza de un clavo.
- Oh, ya comprendo - gorjeó la señora.
Helva readaptó de nuevo su visión y observó la reproducción con ojo crítico.
- Por supuesto, algunos de mis valores colorísticos no se adecuan a los del viejo maestro y la perspectiva es errónea, pero creo que resultará una reproducción muy aceptable.
Los ojos de la señora, no adaptados, bizquearon.
- Oh, lo olvidé - la voz de Helva mostraba auténtico sentimiento. Si hubiera podido enrojecer, lo habría hecho -. Ustedes no poseen visión adaptable.
El responsable de aquella entrevista sonrió entre orgulloso y divertido por el tono de Helva, que indicaba lástima por aquella persona desdichada.
- Mire, con esto podrá verlo - dijo Helva, sosteniendo un instrumento amplificador en una de sus extensiones y situándolo sobre la pintura.
En medio de un estupor general, las damas y los caballeros de la comisión se acercaron a observar aquella última cena tan increíblemente copiada y tan brillantemente ejecutada sobre la cabeza de un clavo.
- Bueno - apuntó uno de los caballeros, que habla sido obligado a ir allí por su mujer -, el Buen Dios puede comer donde los ángeles temen pisar.
- ¿Está usted aludiendo, señor - preguntó Helva cortésmente -, a las discusiones que se desarrollaron en las Edades Oscuras acerca del número de ángeles que podían caber en la cabeza de un alfiler?
- Efectivamente, estaba pensando en eso.
- Si usted sustituye «átomo» por «ángel», el problema no es insoluble, conociendo el contenido metálico del alfiler en cuestión.
- Cosa para la que te han programado.
- Efectivamente.
- ¿Recordaron programar un sentido del humor también, jovencita?
- Estamos impulsadas a desarrollar un sentido de la proporción, señor, que contribuye a lograr el mismo efecto.
El buen hombre sonrió apreciativamente y pensó que aquel viaje había merecido la pena.
Si el comité de investigación tardó meses en digerir la completísima comida que les habían servido en el laboratorio, Helva también se quedó con un buen pedazo.
El concepto «cantar» aplicado a sí misma requería ser investigado. Efectivamente, había recibido, y lo había disfrutado, un curso de apreciación musical que incluía las obras clásicas más conocidas, tales como Tristán e Isolda, Candide, Oklahoma y Las bodas de Fígaro, junto con cantantes de la era atómica, como Brigit Nilsson, Bob Dylan y Geraldine Todd, y las curiosas progresiones rítmicas de los venusianos, las cromatías visuales de Capella, el concierto sónico de los altairianos y los canturreos Reticulanos. Pero «cantar» supone grandes dificultades técnicas para cualquier persona encapsulada. Las personas-cápsula están entrenadas para examinar todos los aspectos de un problema o situación antes de hacer cualquier diagnóstico. Adecuadamente equilibrados entre el optimismo y el sentido de la realidad, la actitud antiderrotista de las personas-cápsula les permitía salir con bien (a ellas, a sus naves y a la tripulación de éstas) de situaciones insólitas. Por eso a Helva el problema de que no pudiera abrir la boca para cantar, entre otras restricciones, no le molestaba. Encontraría la forma de cantar.
Se aproximó al problema investigando los métodos de reproducción del sonido utilizados a través de los siglos, tanto humanos como instrumentales. Su propio equipo de producción de sonido era esencialmente más instrumental que vocal. El control de la respiración y una adecuada pronunciación de las vocales dentro de la cavidad oral parecía requerir una gran dosis de desarrollo y práctica. La gente-cápsula, estrictamente hablando, no respiraba. Para el objetivo al que iban destinados, el oxígeno y los demás gases no se extraían de la atmósfera circundante por medio de los pulmones, sino a través de una solución artificial contenida en sus propias cápsulas. Después de varios experimentos, Helva descubrió que podía manipular su unidad diafragmática para mantener el tono. Relajando los músculos de la garganta y expandiendo la capacidad oral hacia los senos frontales, podía dirigir los sonidos de las vocales a una magnífica posición, adecuada para la reproducción a través del micrófono colocado en su garganta. Comparó los resultados con los discos de los cantantes modernos y no le desagradaron, si bien sus grabaciones poseían una cualidad peculiar que aquellos no tenían, y que no era disarmónica, sino sencillamente única. Conseguir un repertorio de la biblioteca del laboratorio no resultaba un problema para una persona dotada de una memoria perfecta. Se dio cuenta de que era capaz de cantar cualquier canción que captara su fantasía. No se le hubiera ocurrido que resultaba curioso para una mujer cantar como bajo, barítono, tenor, mezzo, soprano, a voluntad. Para Helva eso era únicamente una cuestión de correcta reproducción y del control diafragmático que requiriera la música elegida.
Si las autoridades se dieron cuenta de aquellas curiosas aficiones, lo comentaron únicamente a nivel interno. Se fomentaba el deseo entre la gente-cápsula a desarrollar una afición siempre que no interfiriera en su trabajo técnico.
Cuando cumplió los dieciséis años, Helva recibió su diploma y se la instaló en una nave, la XH-834. Su cápsula permanente de titanio fue cubierta por una barrera mucho más indestructible, en el eje central de la nave patrullera, las conexiones neuronales, audiovisuales y sensoriales quedaron establecidas y definitivamente conectadas. Las extensiones fueron desviadas, conectadas o aumentadas y finalmente se completaron las últimas y más delicadas conexiones cerebrales, mientras Helva dormía anestesiada.
Cuando despertó, era la nave. Su cerebro y su inteligencia controlaban todas y cada una de las funciones de la navegación tal y como le era preciso a una nave Patrullera de su clase. Podía ocuparse de sí misma y de su mitad móvil en cualquier situación, ya recogida en los anales de los Mundos Centrales, o en cualquier otra que la mente más fértil pudiera imaginar.
Su primer vuelo real (ya que ella y los de su especie habían realizado vuelos ficticios desde que tenían ocho años) le demostró que poseía un completo dominio de las técnicas de su profesión. Ya estaba preparada para las grandes aventuras que le esperaban y para recibir a su compañero móvil.
Había nueve patrulleros cualificados en la base el día que Helva fue dada de alta para el trabajo activo. Había algunas misiones que requerían una atención inmediata, pero Helva les interesaba a algunos jefes de departamento de la Central desde hacia algún tiempo y todos ellos querían que fuera asignada a su sección. Tan preocupados estaban por ello que ninguno había pensado en presentar a Helva a sus posibles compañeros. Era siempre la nave la que elegía a su compañero. Si hubiera habido en aquel momento en la base otra nave «cerebro», le hubiera aconsejado a Helva dar el primer paso. Pero no la había, y mientras los de la Central discutían entre sí, Robert Tanner salió de las barracas destinadas a los pilotos y se dirigió sin vacilar hacia el brillante casco de metal de Helva.
- Hola, ¿hay alguien en casa? - preguntó Tanner.
- Pues claro - respondió Helva, activando sus visores exteriores -. ¿Eres mi compañero? - le preguntó esperanzadora al reconocer su uniforme del Servicio de Patrulleros.
- Todo lo que tienes que hacer es pedirlo - le contestó él con un tono anhelante.
- No ha venido nadie. Pensé que tal vez no había compañeros disponibles y no he recibido ninguna orden de la Central.
Incluso a ella misma, le sonó su voz como si tuviera un tono de autocompasión, pero la verdad es que se encontraba sola, situada en un lugar oscuro. Antes siempre había tenido la compañía de los otros encapsulados, y más recientemente, la de los técnicos que habían realizado todos aquellos trabajos. Su repentina soledad había perdido su momentáneo encanto y había llegado a hacerse opresiva.
- Que no hayas recibido órdenes de la Central no tiene por qué ser motivo de disgusto, porque sucede que hay otros ocho chicos comiéndose las uñas mientras esperan que les invites a subir a bordo, hermosa.
Tanner se encontraba en la cabina central, y mientras decía aquello pasaba apreciativamente sus dedos sobre su panel, sobre las sillas de gravedad, metía la cabeza en las cabinas, los pasillos y los departamentos de acumulación de presión.
- Ahora, si deseas burlarte de la Central y hacernos a nosotros un favor, todo de una vez, llama a las barracas y diles que deseas que tengamos una fiesta para elegir a un compañero, ¿eh?
Helva se rió para sí. Era tan radicalmente diferente de todos los demás visitantes y de los técnicos del laboratorio que había conocido. Era tan alegre, tan seguro de sí, y ella estaba encantada con su sugerencia de organizar una fiesta para elegir a su compañero. Realmente, no había nada en el reglamento que impidiera ponerlo en práctica.
- ¿Central de comunicaciones? Aquí XH-834. Póngame con el barracón de pilotos.
- ¿Visual?
- Por favor.
Todo un panorama de hombres perezosos en diversas actitudes de aburrimiento apareció en la pantalla.
- Aquí la XH-834. ¿Querrían hacerme el favor los patrulleros sin misión asignada de subir a bordo?
Ocho figuras entraron inmediatamente en acción; tomaron sus ropas, desconectaron sus magnetófonos y arrojaron a un lado lo que tenían entre manos.
Helva cortó la conexión y oyó que Tanner se reía complacido y se sentaba a esperar su llegada.
Helva se sintió arrebatada por la alegría y la impaciencia, sensaciones poco habituales en los seres encapsulados. Una actriz en el día de su estreno no se hubiera sentido más nerviosa, más temerosa y agitada. Pero, a diferencia de la actriz, a Helva no le quedaba la válvula de escape de sumergirse en una crisis nerviosa, de romper un juego de té o sus tarros de maquillaje. Pero sí podía comprobar su stock de bebidas y comestibles, y eso fue lo que hizo.
Tanner fue el primero en probar los víveres seleccionados por el oficial de intendencia.
En el argot de la base a los patrulleros se les conocía con el nombre de «músculos», en oposición a los «cerebros». Habían de someterse a un entrenamiento tan riguroso como el de sus compañeros los cerebros, y solamente los estudiantes que habían obtenido las notas más elevadas en los diferentes centros del mundo eran admitidos en los cursos de los Mundos Centrales. De modo que los ocho jóvenes que subieron por la pasarela y se amontonaron en la agradable cabina de Helva eran de una inteligencia, de una belleza y de un equilibrio superiores a lo normal, y se mostraron encantados por aquella reunión tras la que esperaban, con permiso de Helva, poder emborracharse un poco y competir deportivamente entre ellos para conseguir merecerla.
Ante aquella marea humana, Helva se sintió aturdida, y se dispuso a disfrutar plenamente de aquel lujo que por tan breve tiempo le sería permitido.
Los sopesó a todos. El oportunismo de Tanner le divertía, pero no le atraía específicamente. El rubio Nordsen parecía demasiado simple; el moreno Alatpay mostraba una cabezonería por la que no sentía la menor inclinación. La amargura de Mir-Ahnin poseía unos oscuros orígenes que ella no deseaba descubrir, aunque él mostró el mayor despliegue de recursos para atraer su atención. Era un curioso galanteo aquél; para ella no suponía más que el primero de toda una serie de matrimonios, dado que los músculos se retiraban a los setenta y cinco años de servicio, o antes si tenían mala suerte. Los cerebros, con sus cuerpos a salvo del deterioro, eran indestructibles. En teoría, una persona encapsulada, una vez que había pagado su gran deuda contraída por los primeros cuidados, la adaptación quirúrgica y los gastos de mantenimiento, quedaba libre para buscar trabajo en cualquier otro lugar. En la práctica, las personas encapsuladas permanecían en el servicio hasta que optaban por la autodestrucción o perecían en algún accidente. Helva había tenido la oportunidad de hablar con una persona-cápsula de 322 años. Había quedado tan impresionada con aquel encuentro que no se habla atrevido a preguntarle acerca de aquellas cuestiones personales que hubiera deseado indagar.
No supo por quién decidirse hasta el momento en que Tanner comenzó a entornar una canción de los patrulleros que narraba las desgracias del intrépido, obtuso e imbécil «Billy Músculos». Todos los invitados se pusieron a cantar a coro, pero el resultado fue tan desastroso que Tanner se puso a agitar los brazos para reclamar silencio.
- Lo que necesitamos es un buen tenor. Jennan, aparte de hacer trampas con las cartas, ¿qué otra cosa sabes hacer? ¿Qué tal cantas?
- En «do» sostenido - le contestó Jennan de buen humor.
- Si os resulta absolutamente necesario un tenor, Intentaré hacerlo yo - se ofreció Helva.
- Pero, mi señora... - Protestó Tanner.
- A ver, danos el «la» - dijo Jennan, riéndose.
Jennan rompió el estupefacto silencio que siguió al magnífico «la» de Helva y observó con delicadeza:
- El propio Caruso hubiera dado todas las notas de la escala a cambio de poder cantar un «la» como ése.
No tardaron mucho tiempo en descubrir todas las posibilidades de la voz de Helva.
- Todo lo que Tanner había pedido era un buen tenor - dijo Jennan, sonriendo - y nuestra dulce dueña nos ofrece una compañía de ópera completa. Aquel al que elija como pareja va a llegar lejos, muy lejos.
- ¿Hasta la Nebulosa de la Cabeza del Caballo? - preguntó Nordsen, aludiendo a una vieja frase hecha de los patrulleros.
- Navegaremos cantando hasta la nebulosa y aún más allá - aseguró Helva, riéndose.
- Lo haremos nosotros juntos - añadió Jennan -. Pero con la voz que tengo será mejor que seas tú quien cante y yo el que escuche.
- Pensé que más bien tendría que ser yo la que escuchara - sugirió Helva.
Jennan ejecutó un saludo majestuoso, quitándose elegantemente su entorchado gorra. Para hacerlo se giró hacia el pilar de control, allá donde se encontraba Helva. Fue en aquel mismo momento cuando cristalizó su elección, y por una razón muy simple: tan sólo Jennan, al hablarle, se dirigía directamente a su presencia física, prescindiendo del hecho de que ella podía captar su imagen en cualquier lugar de la nave donde se encontrara, y de que su cuerpo estaba oculto tras enormes paredes metálicas. Mientras duraron sus viajes juntos, Jennan no dejó nunca de volver la cabeza en su dirección para hablarle, estuviera donde estuviese con relación a ella. Y Helva adquirió la costumbre de utilizar su micrófono central cuando le hablaba a Jennan, pese a que el método no era el más eficaz.
Helva no se dio cuenta aquella misma noche de que se había enamorado de Jennan. Como no había conocido nunca sentimientos tales como el amor o el afecto, ni siquiera sus parientes más pobres, la estima y la admiración, no era capaz de identificar la reacción que suscitaba en ella el calor de su personalidad y de su consideración. En su calidad de «encapsulada» se creía inaccesible a emociones cuya fuente principal eran los deseos físicos.
- Bueno, Helva, me siento muy dichoso de haberte conocido - dijo repentinamente Tanner, mientras ella y Jennan conversaban acerca de la calidad barroca de Come All Ye Sons of Art -. Ya nos veremos alguna vez en el espacio, Jennan, tipo afortunado. Gracias por la fiesta, Helva.
- ¿Tenéis que iros tan pronto? - preguntó Helva, dándose cuenta de que ella y Jennan habían quedado al margen de la conversación de los demás.
- El mejor hombre gana - dijo Tanner con tristeza -. Creo que haré bien documentándome en frases galantes. Puede que las necesite la próxima vez, en el caso de que haya más cerebros como tú.
Helva y Jennan vieron cómo se alejaban, algo confusos los dos.
- Tal vez Tanner ha sacado conclusiones precipitadas - sugirió Jennan.
Helva le miró. Estaba apoyado, en el cuadro de mandos y miraba directamente a su cápsula. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y hacía tiempo que el vaso que sostenía entre las manos estaba vacío. Era hermoso, como lo eran todos; pero sus ojos miraban directamente, su boca sonreía con facilidad y su voz (que era lo que a Helva le había gustado particularmente) era resonante, profunda y sin tonos o acentos desagradables.
- De cualquier modo, Helva, consúltalo con la almohada. Llámame por la mañana si es que ya has decidido algo.
Ella le llamó a la hora del desayuno, una vez discutida su elección con los de la Central. Jennan llevó sus cosas a bordo, recibió su denominación común, vio el dossier que contenía la historia de su vida y su experiencia registrada en el visor de Helva, le indicó las coordenadas de su primera misión, y la XH-834 se convirtió, oficialmente, en la JH-834.
Su primera misión era aburrida, pero necesaria y urgente (el Servicio Médico era el que finalmente había conseguido a Helva); se trataba de transportar lo antes posible un cargamento de vacunas a una colonia en la que se había desencadenado una violenta epidemia. Lo único que tenían que hacer era llegar a Spica lo más rápido posible.
Tras el magnífico descubrimiento de la embriaguez inicial de las grandes velocidades, Helva se dio cuenta de que sus músculos iban a hacer más trabajo que su cerebro en aquel tedioso viaje. Pero ambos tuvieron gran cantidad de tiempo para dedicarlo a explorar sus respectivas personalidades, por supuesto, Jennan sabía de lo que Helva era capaz como nave y como compañera, lo mismo que ella sabia todo lo que podía esperar de él. Pero eso sólo eran hechos, y lo que Helva quería conocer era el lado humano de su compañero, aspecto que no podía ser reducido a series de símbolos. Tampoco podía aprenderse en un libro lo que podía dar de sí el intercambio de dos personalidades. Eso había que experimentarlo.
- Mi padre era patrullero también. ¿O eso ya está programado? - comenzó a decir Jennan al tercer día de su viaje.
- Naturalmente.
- Eso no está bien. Tú conoces toda la historia de mi familia y yo no sé ni una sola cosa acerca de la tuya.
- Yo no los conocí - dijo Helva -. Hasta que no leí cosas acerca de tu familia no se me ocurrió que yo también debla tener mi historial en algún lugar de los archivos de la Central.
Jennan se echó a reír.
- ¡Psicología de cápsulas!
Helva rió a su vez.
- Sí. E incluso he sido programada para evitar sentir curiosidad acerca de ello. Y tú harías mejor también en no tenerla.
Jennan ordenó una bebida, se acomodó en su colchón de gravedad, puso los pies sobre el almohadillado y comenzó a balancearse.
- Helva... es un hermoso nombre...
- Con resonancias escandinavas.
- Pero no eres rubia - afirmó Jennan.
- Bueno, también hay suecas morenas.
- Y turcos rubios, pero este harén se limita a una.
- La esposa se oculta tras su purdah. Dios te libre, sin embargo, de hollar las casas del placer... - la propia Helva se sorprendió al ver que los nervios se traicionaban en su voz, tan cuidadosamente entrenada.
- ¿Sabes? - le interrumpió Jennan, que estaba sumido en profundos pensamientos -, mi padre me dio siempre la impresión de que estaba mucho más casado con su nave, Silvia, que con mi madre. Recuerdo que solía pensar que Silvia era mi abuela, poseía un número muy bajo, de modo que tendría que haber sido mi tatarabuela, por lo menos. Solía hablar con ella horas enteras.
- ¿Cuál era su número de registro? - preguntó Helva, sintiéndose celosa de todos aquellos que habían compartido las horas de Jennan.
- 422. Creo que ahora es TS. Yo navegué con Tom Burguess una vez.
El padre de Jennan había muerto de una enfermedad planetaria, cuya vacuna transportaba para curar a los ciudadanos del lugar.
- Según Tom, Silvia se ha vuelto lenta y coriácea. Si pierdes tu dulzura después de mi muerte, vendré a atormentarse como un fantasma.
Helva sonrió dulcemente. Quedó sorprendido al ver que Jennan se ponía en pie de un salto y acariciaba los controles con dedos suaves y ligeros.
- Me pregunto cómo serás realmente - dijo suavemente, pensativo.
Helva estaba prevenida, pues la habían preparado para esperar esos accesos de curiosidad por parte de sus parejas. Pero no sabía nada de si misma, ni tampoco podría saberlo nunca.
- Escoge la forma y el aspecto que más te guste y me sentiré feliz de ser como tú deseas.
- Doncella de hierro, me gustan las rubias de largas trenzas - dijo Jennan -. Puesto que estás inmolada en titanio, te llamaré Brunilda, querida.
Riendo, Helva entonó el aria obligada en el preciso instante en que entraban en contacto con Spica.
- Por Dios, ¿quién grita así? ¿Quiénes son ustedes? A menos que pertenezcan al Servicio Médico de los Mundos Centrales, aléjense. Estamos sufriendo una epidemia. No se admiten visitantes.
- Es mi nave la que está cantando; somos la JH-834 de los Mundos Centrales y les traemos la vacuna. ¿Cuáles son sus coordenadas de aterrizaje?
- ¿Su nave está cantando?
- El mejor S.A.T.B. del espacio organizado. ¿Desea escuchar alguna melodía en particular?
La JH-834 les entregó la vacuna, pero sin cantar ningún aria más, y recibieron órdenes inmediatas de dirigirse a Levíticus IV. Cuando llegaron allí, Jennan descubrió que su fama les había precedido y tuvo que defender la reputación de JH-834.
- Ya no volveré a cantar - murmuró Helva, contrita, mientras preparaba cataplasmas para el tercer ojo amoratado de la semana.
- Continuarás cantando - dijo Jennan con los dientes apretados -. Aunque sigan poniéndome los ojos morados desde aquí a la Cabeza del Caballo, conseguiré mantener tu reputación como cantante sin que despierte ironías. Serás la nave que canta.
Después que la «nave que canta» se enfrentó victoriosamente con una pandilla, pequeña pero maligna, de traficantes de drogas en las Magallánicas Inferiores, el título adquirió definitiva respetabilidad. La Central conocía todos y cada uno de los episodios y colocó una etiqueta de «interés especial» sobre el dossier de JH-834. Acababa de formarse un equipo de primera clase.
Jennan y Helva también se consideraban un equipo de primera clase después de su espectacular arresto.
- De todos los vicios del universo, lo que más odio es la adicción a las drogas - subrayó Jennan mientras regresaban a la Base Central -. La gente se va ya con demasiada facilidad al diablo sin este tipo de ayuda.
- ¿Por eso te ofreciste voluntario al Servicio de Patrulleros? ¿Para acabar con el tráfico?
- Encontrarás tu respuesta oficial en tus registros.
- Con palabras demasiado floridas: «Siguiendo la tradición de mi familia, que se enorgullece de cuatro generaciones de servicio», si me permites citar tus propias palabras.
Jennan lanzó un sonido despreciativo.
- Yo era muy joven cuando escribí aquello. Y desde luego, no había pasado por el Entrenamiento Final. Y una vez que estuve en ese Entrenamiento, mi orgullo me hubiera impedido desertar...
»Como te dije antes, solía visitar a mí padre a bordo de Silvia, y tal vez ésta tenía la esperanza de que yo ocupara el puesto de mi padre cuando abandonara el servicio, porque vertió dentro de mí unas buenas dosis de propaganda para favorecer mi vocación de patrullero. Y la favoreció. Desde que tenía siete años me hice el firme propósito de que no sería otra cosa que patrullero. Se encogió de hombros como para quitarle importancia a una decisión juvenil cuya realización le había exigido años de esfuerzos.
- ¿De modo que es eso? ¿El patrullero Sahir Silan, en la JS-422, penetrando en la Nebulosa de la Cabeza del Caballo?
Jennan hizo caso omiso de su sarcasmo.
- Contigo tal vez vaya mucho más lejos. Pero, pese a los ánimos que me daba Silvia, nunca soñé, ni en los momentos más delirantes, alcanzar ese tipo de gloria. Dejo en manos de tu magnífico cerebro la realización de tales maravillas. En la mente tengo una contribución mucho más pequeña a la historia espacial.
- ¿Tan modesto eres?
- No. Práctico. El grano de arena, etc. etc. - puso con aire dramático una mano sobre su corazón.
- ¡A la caza de la gloria! - dijo Helva con tono burlón.
- Mira quién está hablando. ¡Mi amiga, la que sueña con la Nebulosa! Al menos yo no exijo demasiado. No habrá otro héroe como mi padre en Parasea, pero está claro que no me importaría distinguirme por algún hecho meritorio. A todo el mundo le sucede lo mismo. De lo contrario, ¿para qué arriesgarse?
- Tu padre murió cuando regresaba de Parasea, si me permites apuntar algunos datos. Pero él nunca pudo saber que había sido un héroe por haber detenido la epidemia con su nave, lo que les permitió a los colonos quedarse en el planeta y descubrir así sus cualidades antiparalíticas. Y esto último tampoco llegó a saberlo nunca.
- Lo sé yo - dijo Jennan suavemente.
Helva se arrepintió inmediatamente por el tono que había dado a su refutación. Sabía muy bien el cariño que Jennan le tenía a su padre. En su historial se apuntaba que él había racionalizado la muerte de su padre con el inesperado y bien venido resultado del asunto Parasea.
- Los hechos no son humanos, Helva. Mi padre sí lo fue, y yo también lo soy. Y de igual forma, básicamente, también lo eres tú. Inspecciona tus indicaciones, JH-834. En medio de los cables que te han conectado hay un corazón, un desarrollado corazón humano. ¡Eso es obvio!
- Perdóname, Jennan - dijo Helva, apenada.
Jennan dudó durante un momento, hizo un gesto con las manos en señal de aceptación y luego le dio un golpecito afectuoso a su cápsula.
- Si dejamos algún día de ir tontamente de un lado a otro, nos dedicaremos a buscar la Nebulosa, ¿eh?
Y como con tanta frecuencia sucedía en el Servicio de Patrulleros, a la hora siguiente tenían órdenes de cambiar el rumbo, y no hacia la Nebulosa, sino a un sistema recientemente colonizado con dos planetas habitables, uno tropical, el otro glacial. El sol, llamado Ravel, había entrado en una fase de inestabilidad; su espectro parecía una concha que se expandiera rápidamente, con líneas de absorción que se desplazaban velozmente hacía el violeta. El calor en aumento había obligado ya a evacuar el mundo más cercano, Dafnis. El modelo de las emisiones espectrales indicaban que el sol dejaría seco también a Cloe. Todas las naves que se encontraban en los espacios inmediatos tenían que presentarse ante los cuarteles del Desastre de Cloe para encargarse de recoger a los colonos que aún quedaban por evacuar.
La JH-834 se presentó obedientemente y fue enviada a diversas áreas de Cloe para recoger a unos colonos dispersos que no parecían darse cuenta de la urgencia de la situación, pese a que Cloe estaba disfrutando ya de las primeras temperaturas por encima de los cero grados desde que llegaran allí colonos por primera vez. Como muchos de sus colonos eran religiosos fanáticos que se habían establecido en el duro planeta en busca de una existencia de piadosa reflexión, el brusco cambio producido en Cloe fue atribuido a cosas que nada tenían que ver con el problema del sol.
Jennan tuvo que perder una buena cantidad de tiempo en discusiones absurdas, de forma que él y Helva se hallaban retrasados en el horario previsto cuando se dirigieron al cuarto y último campamento.
De un salto, Helva pasó por encima de la elevada cadena de picos abruptos que rodeaban el valle y lo protegían de las tempestades de nieve, y que ahora servía como resguardo a la creciente temperatura. El sol violeta, con su corona brillante, estaba comenzando a refulgir mucho más cuando aterrizaron.
- Lo mejor que podrían hacer es coger sus cosas y subir a bordo - dijo Helva -. El cuartel general ha comunicado que hay que apresurarse.
- Todas son mujeres - contestó Jennan, sorprendido, mientras se dirigía a su encuentro -. A menos que los hombres de Cloe lleven faldas de pieles.
- Date prisa en seducirlas y reduce los trámites a lo esencial. No olvides conectar tu circuito privado.
Jennan avanzó hacia ellas sonriendo, pero la explicación de su misión se encontró con la más absoluta incredulidad sobre su autenticidad. Gimió para sí mismo cuando la superiora comenzó a exponerle, como antes lo habían hecho los otros, las causas a las que ella atribula el sobrecalentamiento de la atmósfera.
- Reverenda madre, se ha producido una sobrecarga en vuestro circuito de plegarias y el sol está a punto de estallar. He recibido la orden de conduciros al espaciopuerto de Rosary...
- ¿A esa Sodoma? - La mujer enrojeció y se encogió de hombros desdeñosamente ante aquella sugerencia -. Agradecemos tu advertencia, pero no deseamos abandonar nuestro claustro y entrar en el mundo violento. Y ahora continuaremos con nuestra oración matutina, que ha sido interrumpida...
- Y permanentemente interrumpida quedará cuando el sol estalle y hiervan todas. Deben venir conmigo ahora - dijo Jennan con firmeza.
- Señora... - dijo Helva, pensando que tal vez una voz femenina tendría más peso en aquellas circunstancias que el varonil encanto de Jennan.
- ¿Quién habla? - gritó la monja, asustada de oír una voz sin cuerpo.
- Yo, Helva, la nave. Bajo mi protección, tú y tus hermanas de fe llegaréis a salvo y sin profanarse por la asociación con ningún hombre. Yo os protegeré y os conduciré a un lugar especialmente destinado para vosotras.
La mujer miró cautelosamente a través de la abertura de la puerta de la nave.
- Puesto que los Mundos Centrales te permiten utilizar tales naves, reconozco que no estás burlándote de nosotras, joven. Sin embargo, sigo pensando que aquí no corremos peligro alguno.
- La temperatura en Rosary es ahora de treinta y siete grados - dijo Helva -. Tan pronto como los rayos del sol penetren directamente en este valle, también aquí será de treinta y siete grados, y probablemente alcanzará hoy los noventa en su punto álgido. Veo que vuestras casas están hechas de madera y paja. Paja seca. Hacia el mediodía estarán todas ardiendo.
La luz del sol comenzaba a penetrar en el valle entre los picachos de las montañas, y aquellos ardientes rayos caldearon al inquieto grupo que había tras la superiora. Algunas se abrieron los escotes de sus vestidos de pieles.
- Jennan - le dijo Helva por el comunicador privado -, el tiempo se nos está reduciendo.
- No puedo dejarlas aquí, Helva. Algunas de esas chicas son apenas unas adolescentes.
- Y hermosas, además. No me extraña que la superiora se niegue a dejarlas subir.
- Helva.
- Se cumpla la voluntad de Dios - dijo la superiora con firmeza, dando la espalda a sus salvadores
- ¿Quemarse hasta la muerte? - les gritó Jennan mientras ella se abría paso entre sus novicias.
- ¿Desean ser mártires? Es su elección.
- Jennan - dijo, desapasionadamente, Helva -. Nosotros tenemos que irnos, y esto ya no es una cuestión en la que podamos elegir.
- ¿Cómo voy a dejarlas, Helva?
- ¿Parasea? - sugirió Helva mientras él daba unos pasos y cogía a una de las mujeres. - No puedes raptarlas a todas a bordo y no tenemos tiempo de luchar con ellas. Sube, Jennan, o tendré que informar de tu actitud.
- Van a morir... - musitó Jennan desesperado, mientras regresaba a la nave.
- No podemos correr más riesgos - dijo Helva, razonablemente -. Tal y como están ya las cosas, vamos a tener problemas para alcanzar el lugar de la cita. El informe del laboratorio señala una aceleración crítica de la evolución espectral.
Jennan estaba ya subiendo a la escotilla cuando una de las mujeres más jóvenes se dio media vuelta y echó a correr tras él, gritando. Su acción fue imitada por sus compañeras. Pasaron en estampida a través de la estrecha abertura. Pero no había suficiente espacio en el interior para todas las mujeres. Jennan sacó trajes espaciales para las tres que habrían de quedarse con él en la cámara de descompresión. Tuvo que perder aún un tiempo precioso para explicar a la superiora que tenía que colocarse el traje espacial porque la cámara de descompresión no tenía ni provisión de oxígeno ni dispositivo de climatización independiente.
- La ola de calor va a alcanzarnos - dijo Helva en tono apremiante a Jennan a través del comunicador privado -. Llevamos dieciocho minutos de retraso y ahora tendré que forzar la velocidad máxima para escapar a la ola de calor.
- ¿Puedes despegar? Nosotros ya tenemos puestos los trajes.
- ¿Despegar? Sí - dijo, mientras, efectivamente, lo hacía -. Pero ¿correr? Siento como si tropezara.
Jennan trató de sostenerse a sí mismo y a las mujeres; notaba el peso de la nave, sin dejarse llevar por la piedad, sabiendo que la aceleración aplastaba violentamente a los pasajeros de la cabina (dos de las mujeres murieron), Helva aceleró al máximo durante el mayor tiempo posible. La suerte que corriera Jennan era su único motivo de preocupación. Pese a sus trajes espaciales, las cuatro personas aprisionadas en aquella cámara de descompresión desprovista de oxígeno y sin climatizar, protegida por una sola capa de metal en lugar de tres, no estaban seguras. Sus escafandras eran del tipo estándar; no estaban diseñadas para soportar el excesivo calor al cual iba a someterse la nave.
Helva voló tan rápido como pudo, pero la increíble ola de calor que desprendió la explosión del sol les alcanzó a mitad de camino de su destino, en la zona fría.
No prestaba atención a los llantos, los gemidos, los ruegos ni las plegarias que llenaban su cabina. Lo único que escuchaba era la torturada respiración de Jennan a través del sistema de purificación de aire de su traje y el murmullo de la sobrecargada unidad de refrigeración. Sin poder hacer nada, oía los gritos histéricos de sus tres acompañantes a medida que penetraban en el brutal calor. En vano Jennan trataba de calmarlas, intentando explicarles que pronto estarían a salvo si soportaban aquel calor. Enloquecidas por el terror y el sufrimiento, se echaron sobre él pese a lo exiguo de la cámara. Cuando una de ellas intentó golpearle, se le enrolló un brazo en los cables de su generador individual de energía y la catástrofe no tardó en producirse. Uno de aquellos cables, debilitado por el calor, se rompió bajo la presión.
Pese a toda su potencia, Helva estaba desarmada. Vio a Jennan ahogarse, le vio girar la cabeza en su dirección, implorarle con la mirada y morir.
Sólo el férreo condicionamiento de su educación impidió que Helva diera media vuelta y se inmolase hundiéndose en el ardiente corazón del sol. Muda por el sufrimiento, alcanzó el convoy de refugiados y transfirió a los pasajeros enfermos, cubiertos de quemaduras, al transporte que le fue indicado.
- Guardo conmigo el cuerpo de mi patrullero - informó después al Centro con voz sorda.
- Te proporcionaremos una escolta - fue toda la respuesta que recibió.
- No necesito escolta.
- Ya te ha sido asignada una escolta, XH-834 - se le dijo con sequedad. El trauma de escuchar cómo le quitaban la inicial del nombre de Jennan de su número de registro cortó su protesta. Descorazonada, esperó junto al transporte hasta que sus pantallas le mostraron la llegada de otras dos naves cerebrales. El cortejo regresó a la velocidad de funeral.
- ¿834? ¿La nave que canta?
- Ya no tengo más canciones.
- Tu patrullero era Jennan.
- No deseo entrar en comunicación.
- Soy la 422.
- ¿Silvia?
- Silvia murió hace mucho tiempo. Soy la 422. Por ahora MS - dijo la nave -. AH-640 es nuestro otro amigo. Pero Henry no está a la escucha. Tanto mejor..., seguramente no lo comprendería si pasaras a la ilegalidad. Pero yo no le dejaré que trate de impedírtelo.
- ¿Ilegalidad? - el término sacó a Helva de su apatía.
- Claro. Tú eres joven. Te queda energía para muchos años. Huye. Ya otras lo han hecho. La 732 se escapó hace tres años, tras haber perdido a su patrullero en la famosa misión de la enana blanca. Desde entonces no la hemos vuelto a ver.
- Nunca oí hablar de esas cosas.
- Desde luego, en la escuela no has podido escucharlo, querida, puesto que precisamente nos condicionan contra eso - dijo 422.
- ¿Romper el condicionamiento? - gritó Helva, angustiada, pensando en el blanco y furioso corazón del sol que acababan de abandonar.
- Creo que, para ti, no resultaría duro de momento - dijo, sosegadamente, la 422 en cuya voz se apuntaba un cierto cinismo -. Las estrellas están ahí, palpitando.
- ¿Y estaría sola? - preguntó Helva, sofocada.
- ¡Sola! - le confirmó 422.
Sola con todo el tiempo y el espacio. Ni siquiera la Nebulosa de la Cabeza del Caballo estaría lo suficientemente lejos como para desanimarla. Sola con cientos de estrellas que vivirían con sus recuerdos y nada... nada más.
- ¿Parasea valía la pena? - le preguntó suavemente a la 422.
- ¿Parasea? - repitió 422, sorprendida -. ¿Con su padre? Sí. Estuvimos en Parasea cuando se nos necesitaba. Lo mismo que ha sucedido ahora..., y su hijo... estaba en Cloe. Cuando os necesitaban. El crimen es no saber dónde nos necesitan y no estar allí.
- Pero yo le necesito a él. ¿Quién va a colmarme esta necesidad? - preguntó Helva, amargamente.
- 834 - dijo 422 al cabo de un día de navegar en silencio -, la Central desea tu informe. En la Base Régulus te espera un reemplazo. Rectifica tu rumbo y dirígete hacia allá.
- ¿Un reemplazo?
No era eso lo que necesitaba. No era alguien que le recordara a Jennan sin llenar el vacío que él había dejado. Porque su casco estaba aún caliente del calor de Cloe. Empujada por un atavismo, Helva deseaba tiempo para llorar a Jennan.
- ¡Oh! Todos los patrulleros sirven si la nave es buena - subrayó 422 filosóficamente -. Y es precisamente lo que necesitas. Cuanto antes mejor.
- Les has dicho que no iba a huir, ¿verdad? - preguntó Helva.
- Acabas de dejar pasar la ocasión hace un momento, lo mismo que yo tras Parasea, tras Glenn Arthur, tras Betelgeuse.
- Nuestro condicionamiento nos impide actuar así, ¿verdad? Nos resulta imposible hacerlo. Lo que me dijiste antes era una prueba, ¿verdad?
- Sí, órdenes. Ni siquiera los psiquiatras saben por qué una nave entra en la ilegalidad. El Centro está muy inquieto, y también nosotros, tus hermanos. Fui yo misma quien pidió servirte de escolta. Yo... no quiero perderos a los dos.
Helva sintió claramente cómo surgía dentro de ella un sentimiento de gratitud hacia Silvia.
- Todos hemos pasado por eso, Helva. Lo que voy a decirte no te servirá de consuelo, pero, ¿qué seríamos nosotras si no pudiéramos sufrir con nuestros patrulleros? Máquinas equipadas con altavoces.
Helva miró el cuerpo de Jennan, tendido ante ella en su ataúd, y creyó oír el potente eco de su voz en la cabina.
- ¡Silvia, no pude ayudarle! - gritó desde el fondo de su alma.
- Si, querida, lo sé - murmuró cariñosamente la 422.
Luego quedó en silencio.
Las tres naves aumentaron la velocidad en silencio hacia la gran base que los Mundos Centrales tenían en Régulus. Helva rompió el silencio para pedir instrucciones con respecto al aterrizaje y para recoger las condolencias oficiales.
Las tres naves aterrizaron simultáneamente dentro del boscoso recinto en que los gigantescos árboles azules de Régulus montaban guardia cerca de los muertos en el pequeño cementerio del Servicio. El contingente de la base en pleno se acercó con paso lento para formar una senda de honor entre Helva y el cementerio. Una delegación subió hasta la escotilla y entró en su cabina. El cuerpo de su amado compañero fue respetuosamente colocado en el ataúd especialmente montado sobre unas ruedas y cubierto con la bandera azul oscuro tachonada de estrellas del Servicio. Contempló cómo se lo llevaban lentamente, mientras el largo sendero humano formado por la escolta se iba cerrando tras él.
Luego, después de pronunciadas las sencillas palabras de la despedida y de que los aviones pasaran sobre la tumba para rendirle el último homenaje al patrullero, Helva recuperó la voz.
Suavemente, apenas audible al principio, las notas de una antigua canción de duelo salieron al exterior, hasta que la propia negrura del espacio devolvió el eco de la canción de la nave que cantaba.
FIN
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