Desolación
(Fragmento)
Gabriela Mistral
-
Al pueblo hebreo
(Matanzas de Polonia)
-
Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece aún tu selva de clamores.
Nunca han dejado de orearse tus heridas;
nunca han dejado que a sombrear te tiendas
para estrujar y renovar tu venda,
más que ninguna rosa enrojecida.
Con tus gemidos se ha arrullado el mundo,
y juega con las hebras de tu llanto.
Los surcos de tu rostro, que amo tanto,
-son cual llagas de sierra de profundos.
Temblando mecen su hijo las mujeres,
temblando siega el hombre su gavilla.
En tu soñar se hincó la pesadilla
y tu palabra es sólo el "¡miserere!"
Raza judía, y aún te resta pecho
y voz de miel, para alabar tus lares,
y decir el Cantar de los Cantares
con lengua, y labio, y corazón deshechos.
En tu mujer camina aún María.
Sobre tu rostro va el perfil de Cristo;
por las laderas de Sión le han visto ´
llamarte en vano, cuando muere el día ...
Que tu dolor en Dimas le miraba
y El dijo a Dimas la palabra inmensa,
y para ungir sus pies busca la trenza
de Magdalena ¡y la halla ensangrentada!
¡Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece tu ancha selva de clamores!
-
Los Sonetos de la Muerte
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con
una dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu. cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejará cantando mil venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir ...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el porqué, no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste qué bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él ...
Y yo dije al Señor: -"Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar¡
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o te siegas en flor".
Se detuvo la barca rosa de su vivir ...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Amo amor
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal. pensamiento:
¡le tendrás que escuchar¡
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar¡
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale el decirle que albergarlo rehusas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz del mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizado aunque vieras
¡que eso para en morir!
El Encuentro
Le he encontrado en el sendero.
No turbó su sueño el agua
ni sé abrieron más las rosas;
pero abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene
su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
hondo el canto que entonaba.
Miré la senda, la hallé
extraña y como soñada.
¡Y en el alba de diamante
tuve mi cara con lágrimas¡
Siguió su marcha cantando
y se llevó mis miradas...
Detrás de él no fueron más
azules y altas las salvias.
¡No importa¡ Quedó en el aire
estremecida mi alma.
¡Y aunque ninguno me ha herido
tengo la cara con lágrimas!
Esta noche no ha velado
como yo junto a la lámpara;
como él ignora, no punza
su pecho de nardo mi ansia;
pero tal vez por su sueño
pase un olor de retamas,
¡porque una pobre mujer
tiene su cara con lágrimas¡
¡Iba sola y no temía;
con hambre y sed no lloraba¡
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza
por mí su oración confiada.
¡Pero yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!
El ruego
Señor, Tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.
Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!
Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.
Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trazándose las sienes como vasos sutiles.
Pero yo, Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!
¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y que él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría
¡No importa! Tú comprende ¡yo le amaba, le amaba!
Y amor (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ella, los ojos extasiados
El hierro que taladra tiene un gusto frío
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.
Aquí me estoy,- Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos, los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.
Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos,
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.
¡Di el perdón, dilo al fin! Va a espaciar en el viento
la palabra, el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.
Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste,
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡Toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!
-
Obrerito
Madre, cuando sea grande
¡ay! ¡qué mozo el que tendrás-
!Te levantará en mis brazos
como el viento alza el trigal.
Yo no sé si haré tu casa
cual me hiciste tú el pañal;
y si fundiré los bronces,
los que son eternidad.
Qué hermosa casa ha de hacerte
tu niñito, tu titán,
y qué sombra tan amante
el alero te va a dar.
Yo te regaré una huerta
y tu falda he de colmar,
con las frutas perfumadas:
pura miel y suavidad.
O mejor te haré tapices
con la juncia de trenzar;
O mejor tendré un molino,
el que canta y hace el pan.
¡Ay! qué alegre tu hombrecito
en la fragua va a cantar,
O en la rueda del molino
en las jarcias y en el mar.
Cuenta, cuenta las ventanas
que estas manos abrirán;
cuenta, Cuenta las gavillas
si las puedes tú contar ...
Con la greda purpurina
me enseñaste tú a crear,
y me diste en tus canciones
todo el valle y todo el mar ...
¡Ay, qué hermoso niño
el tuyo que jugando te pondrá
en lo alto de las parvas
y en las olas del trigal ... !
Desolación
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir inmensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos¡
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras dónde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras cae oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no cuento los instantes,
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!.
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
(Fragmento)
Gabriela Mistral
-
Al pueblo hebreo
(Matanzas de Polonia)
-
Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece aún tu selva de clamores.
Nunca han dejado de orearse tus heridas;
nunca han dejado que a sombrear te tiendas
para estrujar y renovar tu venda,
más que ninguna rosa enrojecida.
Con tus gemidos se ha arrullado el mundo,
y juega con las hebras de tu llanto.
Los surcos de tu rostro, que amo tanto,
-son cual llagas de sierra de profundos.
Temblando mecen su hijo las mujeres,
temblando siega el hombre su gavilla.
En tu soñar se hincó la pesadilla
y tu palabra es sólo el "¡miserere!"
Raza judía, y aún te resta pecho
y voz de miel, para alabar tus lares,
y decir el Cantar de los Cantares
con lengua, y labio, y corazón deshechos.
En tu mujer camina aún María.
Sobre tu rostro va el perfil de Cristo;
por las laderas de Sión le han visto ´
llamarte en vano, cuando muere el día ...
Que tu dolor en Dimas le miraba
y El dijo a Dimas la palabra inmensa,
y para ungir sus pies busca la trenza
de Magdalena ¡y la halla ensangrentada!
¡Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece tu ancha selva de clamores!
-
Los Sonetos de la Muerte
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con
una dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu. cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejará cantando mil venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir ...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el porqué, no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste qué bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él ...
Y yo dije al Señor: -"Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar¡
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o te siegas en flor".
Se detuvo la barca rosa de su vivir ...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Amo amor
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal. pensamiento:
¡le tendrás que escuchar¡
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar¡
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale el decirle que albergarlo rehusas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz del mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizado aunque vieras
¡que eso para en morir!
El Encuentro
Le he encontrado en el sendero.
No turbó su sueño el agua
ni sé abrieron más las rosas;
pero abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene
su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
hondo el canto que entonaba.
Miré la senda, la hallé
extraña y como soñada.
¡Y en el alba de diamante
tuve mi cara con lágrimas¡
Siguió su marcha cantando
y se llevó mis miradas...
Detrás de él no fueron más
azules y altas las salvias.
¡No importa¡ Quedó en el aire
estremecida mi alma.
¡Y aunque ninguno me ha herido
tengo la cara con lágrimas!
Esta noche no ha velado
como yo junto a la lámpara;
como él ignora, no punza
su pecho de nardo mi ansia;
pero tal vez por su sueño
pase un olor de retamas,
¡porque una pobre mujer
tiene su cara con lágrimas¡
¡Iba sola y no temía;
con hambre y sed no lloraba¡
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza
por mí su oración confiada.
¡Pero yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!
El ruego
Señor, Tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.
Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!
Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.
Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trazándose las sienes como vasos sutiles.
Pero yo, Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!
¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y que él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría
¡No importa! Tú comprende ¡yo le amaba, le amaba!
Y amor (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ella, los ojos extasiados
El hierro que taladra tiene un gusto frío
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.
Aquí me estoy,- Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos, los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.
Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos,
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.
¡Di el perdón, dilo al fin! Va a espaciar en el viento
la palabra, el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.
Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste,
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡Toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!
-
Obrerito
Madre, cuando sea grande
¡ay! ¡qué mozo el que tendrás-
!Te levantará en mis brazos
como el viento alza el trigal.
Yo no sé si haré tu casa
cual me hiciste tú el pañal;
y si fundiré los bronces,
los que son eternidad.
Qué hermosa casa ha de hacerte
tu niñito, tu titán,
y qué sombra tan amante
el alero te va a dar.
Yo te regaré una huerta
y tu falda he de colmar,
con las frutas perfumadas:
pura miel y suavidad.
O mejor te haré tapices
con la juncia de trenzar;
O mejor tendré un molino,
el que canta y hace el pan.
¡Ay! qué alegre tu hombrecito
en la fragua va a cantar,
O en la rueda del molino
en las jarcias y en el mar.
Cuenta, cuenta las ventanas
que estas manos abrirán;
cuenta, Cuenta las gavillas
si las puedes tú contar ...
Con la greda purpurina
me enseñaste tú a crear,
y me diste en tus canciones
todo el valle y todo el mar ...
¡Ay, qué hermoso niño
el tuyo que jugando te pondrá
en lo alto de las parvas
y en las olas del trigal ... !
Desolación
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir inmensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos¡
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras dónde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras cae oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no cuento los instantes,
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!.
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
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