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viernes, 11 de abril de 2008

LA HORMIGA ELECTRICA -- PHILIP K. DICK

La Hormiga Eléctrica
Philip K. Dick
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A las cuatro y cuarto de la tarde, cuando T. S. T. Garson Poole despertó en el
lecho del hospital, comprendió que estaba en un lecho de hospital y otras dos
cosas: que ya no tenía la mano derecha y que no sentía dolor alguno.
Le habían administrado un analgésico poderoso, se dijo, mirando hacia la pared
en la que había una ventana que daba al centro de Nueva York. Telas de araña
por las que los vehículos y los transeúntes se apresuraban, donde las ruedas
giraban bajo el postrero sol de la tarde. El brillo de la agonizante luz le gustó.
«Todavía no ha muerto», pensó. «Ni yo tampoco».
Había un fono en la mesita de al lado; vaciló, cogió el receptor, y marcó para
una línea exterior. Un momento más tarde estaba ante la imagen de Louis
Danceman, a cargo de las actividades Tri-Plan mientras él, Garson Poole,
estuviera en otra parte.
Gracias a Dios que está vivo suspiró Danceman al verle; su rostro carnoso
y grande, con superficie lunar llena de hoyos, se distendió a causa del alivio.
He llamado a todos.
Sólo me falta la mano derecha lo interrumpió Poole.
Pero está bien. Quiero decir que pueden injertarle una.
¿Cuánto tiempo estaré aquí? preguntó Poole.
No sabía dónde estaban los médicos ni las enfermeras; ni por qué no se reían o
alborotaban al efectuar una llamada.
Cuatro días respondió Danceman. Aquí en la planta todo marcha bien.
En realidad, hemos recibido pedidos de tres diferentes sistemas de policía,
todos de la Tierra. Dos de Ohio, y uno de Wyoming. Buenos pedidos en firme,
con un tercio por adelantado y la usual opción de arriendo por tres años.
Venga a sacarme de aquí pidió Poole.
No puedo sacarle hasta que la nueva mano...
Me la injertarán más tarde.
Anhelaba desesperadamente volver a su ambiente familiar; el recuerdo del
cohete mercantil elevándose grotescamente en la pantalla piloto carenada al
fondo de su mente; si cerraba los ojos volvía a sentirse en el vehículo
destrozado al ir de uno a otro, recibiendo grandes daños. Las sensaciones
cinéticas. Parpadeó al recordarlas. «Creo que tuve suerte», se dijo.
¿Está Sarah Benton con usted? preguntó Danceman.
No, claro.
Era su secretaria personal, y aunque sólo fuese por consideraciones de
empleo, debería estar a su lado, acunándole como a un bebé. Todas las
mujeres gruesas gustan a las madres, pensó. Y son peligrosas; si te caen
encima pueden matarte.
Tal vez fue esto lo que ocurrió dijo, en voz alta. Tal vez Sarah cayó sobre
mi cohete.
No, no, un eje del sistema de dirección del cohete se rompió en la hora de
más tráfico y usted...
Lo recuerdo.
Dio media vuelta en la cama al oír abrirse la puerta de la sala. Aparecieron un
médico con bata blanca y dos enfermeras con batas azules, y dirigieron sus
pasos hacia la cama.
Ya hablaremos más tarde dijo Poole, colgando el fono.
Respiró profundamente, con expectación.
No debió hablar por fono tan pronto le recriminó el médico, consultando el
diagrama. Señor Garson Poole, dueño de Electrónicas Tri-Plan. Constructor
de dardos identados que rastrean a su presa en un radio de mil millas,
respondiendo a un dibujo ondulado único. Usted es un hombre afortunado,
señor Poole. Pero usted no es un hombre. Usted es una hormiga eléctrica
¡Diablos! exclamó Poole, aturdido.
De modo que en realidad no podemos curarle aquí, ahora que lo hemos
descubierto. Lo supimos, claro está, tan pronto como examinamos su mano
derecha lesionada; cuando vimos los componentes eléctricos y cuando
miramos su torso por rayos X; y, naturalmente, estos análisis corroboraron
nuestra hipótesis.
¿Qué es una hormiga eléctrica? quiso saber Poole.
Pero ya lo sabía y podía descifrar el término.
Un robot orgánico respondió una enfermera.
Ya asintió Poole.
Un sudor frío afloró a su piel y le empapó todo el cuerpo.
Usted no lo sabía insinuó el médico.
No Poole sacudió la cabeza.
Casi todas las semanas viene una hormiga eléctrica continuó el doctor.
Vienen a causa de un accidente, como usted, o piden admisión
voluntariamente. Por ejemplo, uno que como usted no lo sabía, y funcionó
siempre junto a los seres humanos, creía ser también... un hombre. En cuanto a
su mano...
El doctor calló.
Olvide mi mano le atajó Poole, bruscamente.
Cálmese. El médico se inclinó sobre Poole y escrutó atentamente su
semblante. Una nave hospital lo llevará a un departamento donde harán la
reparación o la sustitución de su mano a un precio razonable, bien para usted,
siendo como es el dueño único, o para sus compañeros, si los tiene. De todos
modos, podrá volver a su despacho de la Tri-Plan, en las mismas condiciones
de funcionamiento que antes.
Excepto que ahora lo sé masculló Poole.
Ignoraba si Danceman, Sarah o alguno de la oficina lo sabrían. ¿Le había
alguno, o algunos, comprado? ¿Fabricado? Un figurón, eso era; esto había
sido. Ya no debía dirigir la compañía; era una ilusión implantada en él cuando lo
fabricaron..., junto con la ilusión de ser un humano y vivir.
Antes que sea trasladado al departamento de reparaciones dijo el
médico, ¿será tan amable de abonar su cuenta en el despacho de enfrente?
¿Cómo debo algo si ustedes no tratan aquí a las hormigas? replicó
agriamente Poole.
Por nuestros servicios aclaró una enfermera. Hasta que lo supimos.
Envíen la cuenta repuso Poole, sacudido por un furor impotente.
Envíenla a mi compañía.
Con un tremendo esfuerzo se sentó en la cama con la cabeza dándole vueltas,
bajó de ella y se afirmó en el suelo.
Me encantará marcharme de aquí añadió cuando consiguió mantenerse
erguido. Y gracias por su atención tan humana.
Gracias a usted, señor Poole respondió el médico. O tal vez deba decir
sólo Poole.
En el departamento de reparaciones le reemplazaron la mano perdida.
La mano resultaba fascinante; la examinó largo tiempo antes de permitir que los
técnicos la colocasen.
Por fuera parecía orgánica y, en realidad, su superficie lo era. Piel natural
cubierta de carne natural, y sangre auténtica llenaba las venas y los capilares.
Pero por debajo había cables y circuitos, corrientes en miniatura,
resplandecientes... Mirando al fondo de la muñeca vio multitud de puertas,
motores, válvulas multifases, todo pequeñísimo. Intrincado. Y la mano le costó
cuarenta ranas. El sueldo de una semana que él tenía asignado en la nómina a
compañía.
¿Está garantizada? le preguntó a los técnicos, mientras fusionaban la
sección ósea de la mano con el resto de su cuerpo.
Noventa días, las piezas y el trabajo contestó uno de los técnicos. A
menos que se vea sujeta a un abuso inusitado o intencionado.
Esto suena vagamente sugestivo comentó Poole.
El técnico, un hombre, pues todos lo eran, inquirió mirándole astutamente:
¿Ha estado pasando por lo que no es?
Sin intención.
¿Y ahora... es con intención?
Exactamente asintió Poole.
¿Sabe por qué jamás lo sospechó? De vez en cuando, debió de haber
chasquidos y chirridos en su interior. Pero usted no lo sospechó porque está
programado para no observarlo. Ahora tendrá la misma dificultad para descubrir
por qué lo construyeron y para quién ha estado funcionando.
Un esclavo gimió Poole. Un esclavo mecánico.
Pero se ha divertido.
He vivido una existencia agradable suspiró Poole. Y he trabajado mucho.
Pagó las cuarenta ranas, flexionó los dedos nuevos, los probó cogiendo varios
objetos, y se marchó. Diez minutos más tarde se hallaba a bordo un transporte
público, camino a casa. ¡Valiente día!
Ya en casa, en su apartamento de una sola habitación, se sirvió un vaso de
«Jack Daniel, Etiqueta Púrpura», sesenta años de antigüedad, y se sentó para
beberlo, mientras su vista vagaba por la única ventana hacia el edificio que se
elevaba al otro lado de la calle.
¿Debo ir a la oficina? se preguntó. Y en ese caso, ¿por qué? Y si no,
¿por qué no? Elige. Demonios, esto me está minando, saber esto... Soy un
fenómeno comprendió. Un objeto inanimado que imita a otro animado.
Pero... se sentía vivo. Y no obstante, ahora se sentía diferente. Respecto a sí
mismo. Y a partir de ahora, respecto a todos, especialmente a Danceman y
Sarah, a todos los de Tri-Plan.
«Creo que me mataré pensó. Aunque probablemente me programaron
para que no me matara; resultaría demasiado costoso para mi dueño. Y él no lo
querría. Programado. En algún rincón de mi cuerpo, existe una matriz fijada a
un lugar, una pantalla o filtro que me impide tener ciertos pensamientos o
realizar ciertas acciones. Y que me obliga a otras. No soy libre. Nunca lo fui,
aunque ahora lo sé y en esto estriba la diferencia...»
Haciendo opaca la ventana, encendió la luz del techo, y con sumo cuidado se
despojó de todas sus prendas. Había contemplado atentamente la forma en
que los técnicos le injertaron la mano nueva y ahora tenía una idea bastante
clara de cómo estaba ensamblado su cuerpo. Dos paneles principales, uno en
cada muslo; los técnicos los quitaron para comprobar los complicados circuitos
inferiores. «Si estoy programado, probablemente ahí estará la matriz», pensó.
El conjunto de circuitos lo dejó estupefacto.
«Necesito ayuda pensó. Veamos, ¿cuál es el código fono para el
computador clase BBB que alquilamos en la oficina?»
Levantó el fono, marcó el número de la computadora en su residencia
permanente de Boise, Idaho.
El uso de esta computadora cuesta cinco ranas el minuto pronunció en el
fono una voz mecánica. Luego añadió: Por favor, ponga su placa de crédito
personal delante de la pantalla.
Lo hizo.
Al sonar el zumbador, quedarán conectado con la computadora continuó la
voz. Por favor, pregunte lo más rápidamente posible, teniendo en cuenta que
la respuesta será dada en términos de un microsegundo, mientras su
pregunta...
Rebajó el sonido. Pero volvió a aumentarlo rápidamente cuando apareció en la
pantalla el audio-alimentador de la computadora. En aquel momento, la
máquina se convirtió en un oído gigante, para escucharle..., lo mismo que a
otros cincuenta mil interrogadores de la Tierra.
Escrútame visualmente le ordenó a la computadora. Y dime dónde
hallaré el mecanismo programación que controla mis pensamientos y conducta.
Esperó. En la pantalla del fono, un enorme ojo activo, de lentes múltiples, le
observó; Poole se exhibió por completo en su apartamento.
Quítate el panel del pecho dijo la computadora. Aplica una ligera presión
sobre tu esternón y sácalo luego hacia fuera.
Obedeció. Quedó separada una parte de su pecho; mareado, se sentó en el
suelo.
Distingo los módulos de controldijo la computadora, pero no puedo decir
qué... Una pausa mientras el ojo rodaba en la pantalla del fono. Distingo un
rollo de cinta grabada montada sobre el mecanismo de tu corazón. ¿Lo ves?
Poole torció el cuello, miró y también lo vio.
Cuando haya consultado los datos que poseo me pondré en contacto contigo
y te daré la respuesta. Buenos días.
La pantalla se oscureció.
Me arrancaré la cinta se dijo Poole. Pequeña, no mayor que dos ovillos
de hilo, con un escrutador montado entre el tambor de salida y el de entrada.
No veo ningún signo de movimiento; los ovillos parecen inertes
como brújulas cuando ocurren situaciones específicas. Dominan mis procesos
encefálicos. Y lo han hecho toda mi vida.
Con la mano tocó el tambor de salida. Pensó que lo único que tenía que hacer
era estirar y...
La pantalla del fono volvió a iluminarse.
Placa de crédito número 3-BNX-882-HQR446-T pronunció la voz de la
computadora. Aquí BBB-307DR en contacto de nuevo en respuesta a tu
pregunta de dieciséis segundos, 4 de noviembre de 1992. El rollo de cinta
grabada sobre el mecanismo de tu corazón no es una bobina de programación
sino un constructor de realidades supletorias. Todos los estímulos sensoriales
recibidos por tu sistema neurológico central emanan de esta unidad, y tocarla
sería peligroso, si no definitivo. Por lo visto añadió la voz, careces de
circuito programado. Pregunta contestada. Buenos días.
La voz calló.
Poole, de pie y desnudo delante de la pantalla del fono, tocó una vez más el
tambor de la cinta, con una precaución enorme y calculada.
«Ya entiendo pensó salvajemente. ¿O no? Esta unidad.... Si corto la cinta,
mi mundo desaparecerá. La realidad continuará para los demás, pero no para
mí. Porque mi realidad, mi universo, procede de esta minúscula unidad.
Alimenta al escrutador y luego mi sistema nervioso central a medida que se
desenrolla lentamente.»
«Lleva años desenrollándose», pensó.
Recogió sus ropas, se vistió, se sentó en su inmenso sillón, muy lujoso y
transportado a su apartamento desde las oficinas de la Tri-Plan, y encendió un
cigarrillo. Cuando dejó sobre la mesa el encendedor con sus iniciales le
temblaba la mano; se retrepó y exhaló el humo hacia delante, creando un
nimbo de color gris.
Iré despacio se dijo. ¿Qué trato de hacer? ¿Desviar mi programa? La
computadora no encontró circuito de programación. ¿Debo intervenir en la cinta
de la realidad? Y en tal caso, ¿por qué?
»Porque si la controlo se contestó, controlaré la realidad. Al menos, en lo
que a mí respecta. Mi realidad subjetiva..., pero esto no es todo. La realidad
objetiva es un constructor sintético, que trata con la universalización hipotética
de una multitud de realidades subjetivas.
»Mi universo está dentro de mis dedos comprendió. Si pudiese imaginar
cómo funciona todo... Lo que tengo que hacer en primer lugar es buscar y
localizar mi circuito de programación, a fin de obtener un verdadero
funcionamiento hemostático; o sea, el control de mí mismo. Pero con esto... con
esto, no sólo conseguiría el control de mí mismo sino el control de todo.
»Y esto me separa de cualquier ser humano que haya vivido y muerto añadió
sombríamente.
Fue hacia el fono y marcó el número de la oficina. Cuando tuvo a Danceman en
la pantalla, dijo animadamente:
Quiero que envíes una serie completa de microherramientas y pantallas
ampliadoras a mi apartamento. Tengo que trabajar en un microcircuito.
Interrumpió la conexión para no tener que discutir.
Media hora más tarde se produjo una llamada en la puerta. Cuando abrió, se
encontró delante de uno de los capataces del taller, cargado con toda clase de
microherramientas.
No especificó lo que necesitaba se disculpó el capataz, entrando en el
apartamento. De modo que el señor Danceman me envió con todo esto.
¿Y el sistema de lentes amplificadoras?
En el camión, arriba en el tejado.
«Tal vez desee morir», pensó Poole.
Encendió un cigarrillo, fumó y esperó, en tanto el capataz montaba la pesada
pantalla ampliadora, con el suministro de fuerza y el panel de control en el
apartamento.
«Lo que hago es un suicidio», pensó Poole.
Se estremeció.
¿Le ocurre algo, señor Poole? preguntó el capataz poniéndose de pie,
aliviado ante el trabajo concluido. Todavía debe estar un poco nervioso a
causa de su accidente.
Sí asintió Poole, quedamente.
Esperó a que el capataz se marchase.
Bajo el sistema de lentes ampliadoras, la cinta de plástico adoptó una nueva
forma: una cinta ancha en la que había cientos de miles de pequeños agujeros.
Eso es lo que pensaba se dijo Poole. Nada grabado en una capa de
óxido férrico, sino ranuras pinchadas.
Bajo las lentes, la cinta avanzaba visiblemente. Con gran lentitud, pero a una
velocidad uniforme, y en dirección al escrutador.
«Lo que me figuraba pensó de nuevo. Los agujeros están en salidas.
Funciona como una pianola: sólido es no, ranura es sí. ¿Cómo podría
probarlo?»
Obviamente, obturando algunos agujeros se respondió.
Calculó la cantidad de cinta que restaba en el tambor de salida. Calculó
también, con gran esfuerzo, la velocidad del movimiento de la cinta, y al final
obtuvo una cifra. Si alteraba la cinta visible en el borde que se introducía en el
escrutador, transcurrirían de cinco a siete horas antes que llegase aquel
período de tiempo. En realidad, suprimiría unos estímulos que debían tener
lugar al cabo de unas horas.
Con un micropincel pintó un sector grande relativamente grande de la cinta
con barniz opaco, obtenido del botiquín que acompañaba a las
microherramientas.
«He suprimido estímulos durante media hora pensó. Al menos obturé un
millar de agujeros.»
Sería interesante saber qué cambio, si sobrevenía alguno, se produciría a su
alrededor al cabo seis horas.
Cinco horas y media más tarde estaba sentado en el Krackter, un soberbio bar
de Manhattan, tomando un trago con Danceman.
Parece enfermo comentó Danceman.
Lo estoy asintió Poole.
Apuró su bebida, un whisky, y pidió otro.
¿Por el accidente?
En cierto sentido, sí.
¿Se trata de algo que averiguó respecto a sí mismo? inquirió Danceman.
Poole levantó la cabeza y miró al otro en la penumbra del bar.
Entonces, lo sabe.
Lo sé afirmó Danceman. Sé que debo llamarle Poole en vez de señor
Poole. Pero prefiero tratarlo de usted y seguiré haciéndolo.
¿Cuánto hace que lo sabe? indagó Poole.
Desde que entró en la empresa. Me dijeron que los auténticos dueños de Tri-
Plan, que se hallan en el Sistema Prox, deseaban que Tri-Plan fuese dirigida
por una hormiga eléctrica, a la que podrían controlar. Deseaban una hormiga
inteligente y enérgica.
¿Los auténticos dueños? era la primera noticia que tenía de ellos.
Tenemos dos mil accionistas. Diseminados por todas partes.
Marvis Bey y su esposo Ernan, de Prox 4, controlan el cincuenta y uno por
ciento de las acciones con derecho a voto. Y esto fue así desde el principio.
¿Por qué no lo supe?
Me prohibieron decírselo. Usted tenía que creer que había proyectado por sí
solo toda la política de la empresa. Con mi ayuda. En realidad, yo le estaba
transmitiendo lo que Bey y su esposa me transmitían a mí.
O sea, que he sido un figurón, un hombre de paja.
En cierto sentido, sí reconoció Danceman. Pero para mí, será siempre el
«señor Poole».
Un sector de la pared más alejada desapareció. Y con él, varias personas
sentadas en mesas cercanas al mismo. Y...
A través de la gran porción acristalada del bar, el cielo de Nueva York se
desvaneció.
¿Qué ocurre? inquirió Danceman, al observar el rostro de Poole.
Mire a su alrededor le pidió éste. ¿Nota algún cambio?
Tras mirar en torno suyo, Danceman contestó:
No. ¿Qué cambio?
¿Sigue viendo el firmamento?
Seguro, a pesar de la niebla. Las luces parpadean.
Ahora lo sé asintió Poole.
Estaba en lo cierto; cada agujero cubierto significaba la desaparición de un
objeto de su mundo real.
Nos veremos más tarde, Danceman dijo, poniéndose en pie. Volveré a mi
apartamento. Me espera cierto trabajo. Buenas noches.
Salió del bar en busca de un taxi.
No había ninguno.
«También éstos pensó. ¿Qué más habré borrado? ¿Las prostitutas? ¿Las
flores? ¿Las cárceles?»
En el estacionamiento del bar estaba el cohete de Danceman.
Decidió cogerlo. Todavía hay cohetes en el mundo de Danceman. El podría
coger uno más tarde. De todos modos, era un taxi-cohete de la compañía, y él
conservaba una copia de la llave.
De pronto, estuvo en el aire, camino de su apartamento.
La ciudad de Nueva York aún no regresaba. A la derecha y a la izquierda,
vehículos y edificios, calles, transeúntes, anuncios.. y en el centro nada.
¿Cómo puedo volar por ahí se asustó. Desapareceré. ¿O..., no?

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