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miércoles, 8 de octubre de 2008

SCIFI -- MENSAJERO DEL FUTURO -- POUL ANDERSON

SCIFI -- MENSAJERO DEL FUTURO -- POUL ANDERSON

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MENSAJERO DEL FUTURO

POUL ANDERSON

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Nos conocimos por asuntos de negocios. La firma de Michaels deseaba abrir una sucursal en la parte exterior de Evanston y descubrió que yo era propietario de algunos de los terrenos más prometedores. Me

hicieron una buena oferta, pero no cedí; la elevaron y permanecí en mi actitud. Por fin, el director en
persona se puso en contacto conmigo. No era en absoluto como me lo esperaba. Agresivo, por supuesto,
pero de un modo tan cortés que no ofendía, sus maneras eran tan correctas que difícilmente se advertía su
falta de educación formal. De todas formas, estaba remediando con gran rapidez esta carencia con clases
nocturnas, cursillos de ampliación y una omnívora lectura.
Salimos para beber algo mientras discutíamos el asunto. Me condujo a un bar que no parecía de
Chicago: tranquilo, raído, sin tocadiscos, sin televisión, con un anaquel de libros y varios juegos de ajedrez,
sin ninguno de los extravagantes parroquianos que usualmente infestan tales lugares. Fuera de nosotros,
había solamente media docena de clientes, un prototipo de profesor egregio entre los libros, varias
personas que hablaban de política con cierta objetiva pertinencia, un joven que discutía con el camarero si
Bartok era más original que Schoenberg o viceversa. Michaels y yo encontramos una mesa en un rincón y
algo de cerveza danesa.
Le expliqué que no me interesaba el dinero, y que me oponía a que una excavadora estropease algún
campo agradable con el pretexto de erigir todavía otro cromado bloque de casas. Michaels llenó su pipa
antes de contestar. Era un hombre delgado y erguido, de pronunciada barbilla y nariz romana, cabello
grisáceo, ojos oscuros y luminosos.
—¿No se lo explicó mi representante? —dijo—. No estamos proyectando viviendas en serie para
conejos. Tenemos previstos seis diseños básicos, con variaciones, para situar en una disposición... así.
Sacó lápiz y papel y empezó a dibujar. Mientras hablaba, aumentó la inflexión de voz, pero la fluidez
persistió. Y supo explicar sus propósitos mejor que sus enviados. Me dijo que estábamos en la mitad del
siglo veinte y que, por no ser prefabricado, un núcleo de viviendas dejaba de ser atractivo; podía incluso
lograr una unidad artística. Procedió a mostrarme el sistema.
No me presionó con demasiada insistencia, y la conversación se derivó a otros puntos.
—Agradable lugar —observé—. ¿Cómo lo descubrió?
Se encogió de hombros.
—Frecuentemente doy vueltas por ahí, sobre todo de noche. Explorando.
—¿No resulta un poco peligroso?
—No en comparación —dijo con una sombra de temor.
—Uh... Tengo entendido que usted nació aquí...
—No. No llegué a los Estados Unidos hasta 1946. Era lo que llamaban un PD, una persona
desplazada. Me convertí en Thad Michaels, porque me cansé de deletrear Tadeusz Michalowski. Y decidí
prescindir de sentimentalismos patrioteros. Sé adaptarme con rapidez.
Pocas veces habló acerca de sí mismo. Obtuve posteriormente algunos detalles de su precoz
encumbramiento en los negocios a través de admirados y envidiosos competidores. Algunos de ellos no
creían aún que fuese posible vender con beneficio una casa con calefacción radiante, por menos de veinte
mil dólares. Michaels había descubierto como hacerlo posible. No estaba mal para un pobre inmigrante.
Indagué y descubrí que había sido admitido con visado especial, en consideración a los servicios
prestados al ejército de los Estados Unidos en las últimas jornadas de la guerra en Europa. En ellos
demostró tanto nervio como perspicacia.
Mientras, nuestro trato se desarrolló. Le vendí el terreno que deseaba, pero continuamos viéndonos, a
veces en la taberna, a veces en mi apartamento de soltero, con más frecuencia en su ático a orillas del lago.
Tenía una hermosa mujer rubia y un par de hijos brillantes y bien educados. Con todo, era un hombre
solitario, por lo que le proporcioné la amistad que necesitaba.
Un año, más o menos, después de nuestro primer encuentro, me contó su historia.
Me había invitado otra vez a cenar el día de acción de gracias. En la sobremesa nos sentamos para
hablar. Y hablamos. Después de considerar desde las probabilidades que surgiese una sorpresa en las
próximas elecciones de la ciudad hasta las que otros planetas siguieran un curso en su historia idéntico al
nuestro, Amalie se excusó y se fue a dormir. Esto ocurrió mucho después de la medianoche. Michaels y yo
continuamos hablando. Nunca le había visto tan excitado. Era como si ese último tema, o alguna palabra en
particular, le hubiese abierto algo nuevo. Finalmente se levantó, volvió a llenar nuestros vasos de whisky
con un movimiento un tanto inseguro, y cruzó la sala de estar silencioso sobre la gruesa alfombra verde
hasta la ventana.
La noche era clara y profunda. Desde lo alto contemplamos la ciudad, líneas, tramas y espirales de
brillantes colores —rubí, amatista, esmeralda, topacio— y la oscura extensión del lago Michigan; casi
parecía que pudiésemos vislumbrar infinitas y blancas llanuras más allá. Pero sobre nosotros se abovedaba
el cielo, negro cristal, donde la Osa Mayor se apoyaba en su cola y Orión daba grandes zancadas a lo
largo de la Vía Láctea. No veía a menudo un espectáculo tan grandioso y sobrecogedor.
—Después de todo —dijo—, sé de lo que estoy hablando.
Me agité, hundido en mi sillón. El fuego del hogar arrojó pequeñas llamas azules. Una simple lámpara
iluminaba la habitación de suerte que podía vislumbrar haces de estrellas también desde la ventana. Me
arrellané un poco.
—¿Personalmente?
Se volvió hacia mí. Su rostro estaba rígido.
—¿Qué dirías si te respondiese que sí?
Sorbí mi bebida. Un King's Ransom es una noble y confortante mezcla, en especial cuando la misma
Tierra adquiere un aire glacial para entonar.
—Supongo que tienes tus razones y esperaría para ver cuáles son.
Esbozó una media sonrisa.
—No te preocupes, también soy de este planeta —aclaró—. Pero el cielo es tan grande y extraño...
¿No crees que esto afectará a los hombres que vayan allí? ¿No se deslizará dentro de ellos y lo traerán en
sus huesos al regresar? ¿La Tierra será la misma después?
—Sigue. Ya sabes que me gustan las fantasías.
Miró fijamente al exterior, luego se volvió, y súbitamente se tragó de un golpe su bebida. Este gesto
violento no era propio de él. Pero había traicionado su perplejidad.
—Muy bien, entonces te contaré una fantasía. Es una historia invernal, muy fría, así que quedas
advertido para no tomarla en serio —declaró ásperamente.
Di una chupada a mi excelente cigarro y esperé con el silencio que él deseaba.
Paseó unas cuantas veces arriba y abajo ante la ventana, con la vista en el suelo, llenó su vaso de nuevo
y se sentó a mi lado. No me miró a mí sino a una pintura que colgaba de la pared, un objeto sombrío e
ininteligible que a nadie gustaba. Esto pareció confortarlo, pues comenzó a hablar, rápida y quedamente.
—Dentro de mucho, mucho tiempo en el futuro, existe una civilización. No te la describiré, porque no
sería posible. ¿Serías capaz de regresar al tiempo de los constructores de las pirámides egipcias y hablarles
de la ciudad en que vivimos? No pretendo decir que te creerían; por supuesto que no lo harían, pero eso es
lo de menos. Quiero decir que no comprenderían. Nada de lo que dijeras tendría sentido para ellos. Y la
forma en que la gente trabaja, piensa y cree sería aún menos comprensible que esas luces, torres y
máquinas. ¿No es así? Si te hablo de habitantes del futuro que viven entre grandes y deslumbradoras
energías, o de variables genéticas, de guerras imaginarias, de piedras que hablan, tal vez te hicieras una
idea, pero no entenderías nada. Sólo te pido que pienses en los millares de veces que este planeta ha
girado alrededor del Sol, en lo profundamente ocultos y olvidados que vivimos, en fin, en que esta
civilización piensa según normas tan extrañas que ha ignorado toda limitación de lógica y ley natural, y ha
descubierto medios para viajar en el tiempo. El habitante común de esa época (no puedo llamarlo
exactamente un ciudadano, cualquier expresión resultaría demasiado vaga), un tipo medio, sabe de un
modo vago e indiferente que, milenios atrás, unos individuos semisalvajes fueron los primeros en desintegrar
el átomo. Pero uno o dos miembros de esta civilización han estado realmente aquí, han caminado entre
nosotros, nos han estudiado, han levantado y unido un archivo de información para el cerebro central, por
llamarlo de alguna manera. Nadie más se interesa por nosotros, apenas más de lo que pueda interesarte la
primitiva arqueología mesopotámica. ¿Comprendes?
Bajó su mirada hacia el vaso en su mano y la mantuvo allí, como si el whisky fuese un oráculo. El
silencio aumentó. Al fin dije:
—Muy bien. En consideración a tu historia, aceptaré la premisa. Imaginaré viajeros en el tiempo,
invisibles, dotados de ocultación y demás. Pero no creo que desearan cambiar su propio pasado.
—Oh, no hay peligro en ello —aseguró—. La verdad es que no podrían enterarse de mucho explicando
por ahí que venían del futuro. Imagina.
Reí entre dientes.
Michaels me dirigió una mirada sombría.
—¿Puedes adivinar qué aplicaciones puede tener el viaje en el tiempo, aparte de la científica?
—Por ejemplo, el comercio de objetos de arte o recursos naturales. Se puede volver a la época de los
dinosaurios para conseguir hierro, antes que el hombre aparezca y agote las minas más ricas —sugerí.
Meneó la cabeza.
—Sigue pensando. ¿Se contentarían con un número limitado de figurillas de Minoan, jarrones de Ming,
o enanos de la Hegemonía del Tercer Mundo, destinadas principalmente a sus museos, si es que «museo»
no resulta una palabra demasiado inexacta? Ya te he dicho que no son como nosotros. En cuanto a los
recursos naturales ya no necesitan ninguno, producen los suyos propios.
Se detuvo, como tomando aliento. Luego agregó:
—¿Cómo se llamaba esa colonia penal que los franceses abandonaron?
—¿La Isla del Diablo?
—Sí, la misma. ¿Puedes imaginar mejor venganza sobre un criminal convicto que abandonarlo en el
pasado?
—Pensaba que estarían por encima de cualquier concepto de venganza, o de técnicas de disuasión.
Incluso en este siglo, sabemos que no dan resultado.
—¿Estás seguro? —preguntó sosegadamente—. ¿No se da junto con el actual desarrollo de la
penalización un incremento paralelo del crimen mismo? Te asombraste, hace algún tiempo, que me
atreviese a caminar solo de noche por las calles. Además, el castigo es como una catástasis de la sociedad
en su conjunto. En el futuro, te explicarán que las ejecuciones públicas, reducen claramente la proporción
de crímenes que, de otro modo, sería aún mayor. Y lo que es más importante, esos espectáculos hicieron
posible el nacimiento del verdadero humanitarismo del siglo dieciocho —alzó una sardónica ceja—. O así
lo pretenden en el futuro. No importa si tienen razón, o si racionalizan solamente un elemento degradado en
su propia civilización. Todo lo que necesitas comprender es que envían a sus peores criminales al pasado.
—Poco amable para con el pasado —comenté.
—No, realmente no. Por una serie de razones, incluyendo el hecho que todo cuanto hacen suceder ha
sucedido ya... Nuestro idioma no sirve para explicar estas paradojas. En primer lugar, debes reconocer
que no malgastan todo ese esfuerzo en delincuentes comunes. Hay que ser un criminal muy fuera de lo
corriente para merecer el exilio en el tiempo. El peor crimen posible, por otra parte, depende de cada
momento particular en la historia del mundo. El asesinato, el bandolerismo, la traición, la herejía, la venta de
narcóticos, la esclavitud, el patriotismo y todo lo que quieras, en unas épocas han merecido el castigo
capital, han sido consideradas en otras con indulgencia, y en otras todavía ensalzados positivamente.
Continúa pensando y dime si no tengo razón.
Lo miré por algún tiempo, observando cuán profundamente marcados estaban sus rasgos y pensé que
para su edad no debería mostrar tantas canas.
—Muy bien —admití—. De acuerdo. Ahora bien, poseyendo todo ese conocimiento, un hombre del
futuro no pretendería...
Dejó el vaso con perceptible fuerza.
—¿Qué conocimiento? —exclamó vivamente—. ¡Utiliza tu cerebro! Imagínate que te han dejado
desnudo y solo en Babilonia. ¿Qué sabes de su lenguaje o de su historia? ¿Quién es el actual rey? ¿Cuánto
tiempo reinará? ¿Quién lo sucederá? ¿Cuáles son las leyes y costumbres que se deben obedecer? No te
olvides que los asirios o los persas o alguien han de conquistar Babilonia. ¿Pero cuándo? ¿Y cómo? ¿Esa
guerra es un mero incidente fronterizo o una lucha sin cuartel? En este último caso, ¿ganará Babilonia? De
lo contrario, ¿qué condiciones de paz serán impuestas? No encontrarías ahora ni veinte hombres capaces
de contestar esas preguntas sin consultar un manual. Y no eres uno de ellos, ni dispones de un manual.
—Creo —dije lentamente—, que me dirigiría al templo más próximo, en cuanto conociese lo suficiente
el idioma. Le explicaría al sacerdote que puedo hacer... no sé... fuegos artificiales...
Se rió con escaso júbilo.
—¿Cómo? Acuérdate, estás en Babilonia. ¿Dónde encuentras azufre o salitre? En caso que consigas
por medio del sacerdote el material y los utensilios necesarios, ¿cómo compondrás un polvo que haga
realmente explosión? Eso es todo un arte, amigo mío. ¿No te das cuenta que ni siquiera podrías obtener un
trabajo como estibador? Fregar suelos sería ya mucha suerte. Esclavo en los campos, ese sería tu destino
más lógico. ¿No es cierto?
El fuego comenzó a debilitarse.
—Perfectamente —asentí—. Es verdad.
—Escogieron la época con cuidado. —Miró a su espalda, hacia la ventana. Desde nuestros sillones, la
reflexión en el cristal borraba las estrellas, de modo que únicamente podíamos ver la noche.
—Cuando un hombre es sentenciado al destierro —explicó—, todos los expertos deliberan para
establecer qué períodos, según sus especialidades, serían más apropiados para él. Es fácil comprender que
ser abandonado en la Grecia de Homero resultaría una pesadilla para un individuo delicado e intelectual,
mientras que uno violento podría pasarlo bastante bien, incluso acabar como un respetado guerrero. Podría
encontrar su puesto junto a la antecámara de Agamenón, y tu única condena serían el peligro, la
incomodidad y la nostalgia.
Se puso tan sombrío, que intenté calmarlo con una observación seca:
—El convicto tendrá que ser inmunizado contra todas las enfermedades antiguas. En caso contrario, el
destierro significaría únicamente una elaborada sentencia de muerte.
Sus ojos me escrutaron nuevamente.
—Sí —dijo—. Y por supuesto el suero de la longevidad está todavía activo en sus venas. Sin embargo,
eso no es todo. Se le abandona en un lugar no frecuentado después de oscurecer, la máquina se
desvanece, queda aislado para el resto de su vida. Lo único que sabe es que han escogido para él una
época con... tales características... que esperan que el castigo se ajustará a su crimen.
El silencio cayó una vez más sobre nosotros, hasta que el tic-tac del reloj sobre la chimenea llegó a ser
obsesionante, como si todos los demás sonidos se hubiesen helado hasta extinguirse en el exterior. Di un
vistazo a la esfera. La noche terminaba; pronto el este se aclararía.
Cuando me volví, todavía estaba observándome con desconcertante intención.
—¿Cuál fue tu crimen? —pregunté.
No pareció pillarlo de improviso, dijo solamente con hastío:
—¿Qué importa? Te dije que los crímenes de una época son los heroísmos de otra. Si mi intento
hubiese tenido éxito, los siglos venideros habrían adorado mi nombre. Pero fracasé.
—Muchas personas debieron resultar perjudicadas —dije—. Todo un mundo te habrá odiado.
—Bien, sí —admitió. Pasó un minuto—. Ni que decir tiene que esto es una fantasía. Para pasar el rato.
—Seguiré tu juego —sonreí.
Su tensión se suavizó un poco. Se inclinó hacia atrás, con las piernas extendidas a través de la magnífica
alfombra.
—Sea. Considerando la magnitud de la fantasía que te he contado, ¿cómo has deducido la importancia
de mi pretendida culpa?
—Tu vida pasada. ¿Cuándo y dónde fuiste abandonado?
—Cerca de Varsovia, en agosto de 1939 —dijo, con una voz tan helada como jamás he oído.
—No creo que te interese hablar acerca de los años de guerra.
—No, en absoluto.
Sin embargo, prosiguió poco después como para desafiarme:
—Mis enemigos se equivocaron. La confusión que siguió al ataque alemán me ofreció una oportunidad
para escapar a la vigilancia de la policía antes que me internasen en un campo de concentración.
Gradualmente me enteré de cuál era la situación. Por supuesto, no podía predecir nada. Ni puedo ahora;
únicamente los especialistas conocen, o se interesan, por lo que sucedió en el siglo veinte. Pero cuando me
convertí en un recluta polaco dentro de las fuerzas alemanas, comprendí quienes serían los vencidos. Me
pasé entonces a los americanos, les expliqué lo que había observado, y llegué a trabajar como espía para
ellos. Era peligroso, pero no mucho más de lo que había ya superado. Luego vine aquí; el resto de la
historia no tiene ningún interés.
Mi cigarro se había apagado. Lo volví a encender, pues cigarros como los de Michaels no se
encontraban todos los días. Se los hacía enviar por avión desde Amsterdam.
—La mies ajena —dije.
—¿Qué?
—Ya sabes. Ruth en el exilio. No era que la trataran mal pero, sin embargo, seguía llorando por su
patria.
—No conozco esa historia.
—Está en la Biblia.
—Ah, sí. Realmente debería leer la Biblia alguna vez. —Su disposición de ánimo estaba cambiando y
volvía hacia su primitiva seguridad. Saboreó su whisky con un gesto casi afable. Su expresión era alerta y
confiada.
—Sí —dijo—, ese aspecto fue bastante malo. Las condiciones físicas de vida no influían en ello.
Cuando se hace camping, pronto se olvida uno del agua caliente, la luz eléctrica, todos esos utensilios que
los fabricantes nos presentan como indispensables. Me gustaría tener un reductor de gravedad o un
estimulador celular, pero me lo paso admirablemente sin ellos. La añoranza es lo que más le consume. Las
pequeñas cosas que jamás se echaban de menos, algún alimento particular, el modo con que camina la
gente, los juegos, los temas de conversación. Incluso las constelaciones. Son diferentes en el futuro. El Sol
se ha desplazado bastante de su órbita galáctica. Pero de agrado o por fuerza, siempre hubo emigrantes.
Todos nosotros somos descendientes de aquellos que no pudieron soportar la conmoción. Yo me adapté.
Un ceño cruzó sus cejas.
—Tal como aquellos traidores están dirigiendo las cosas —dijo—, no regresaría ahora aunque me
concediesen un indulto total.
Terminé mi bebida, saboreándola todo lo posible, pues era un maravilloso whisky, por lo que le escuché
sólo a medias.
—¿Te gusta este mundo?
—Sí —contestó—. Por ahora así es. He superado la dificultad emocional. Mantenerme vivo me ha
tenido muy ocupado los primeros años, luego el hecho de establecerme, de venir a este país, nunca me
dejó mucho tiempo para compadecerme de mí mismo. Mis negocios me interesan ahora cada vez más, es
un juego fascinante y agradablemente libre de castigos exagerados en caso de error. Aquí he descubierto
cualidades que el futuro ha perdido... apostaría que no tienes la menor idea de lo exótica que es esta
ciudad. Piensa. En este momento, a unos kilómetros de nosotros, hay un soldado de guardia en un
laboratorio atómico, un holgazán helándose en un portal, una orgía en el apartamento de un millonario, un
sacerdote que se prepara para los ritos del amanecer, un mercader de Arabia, un espía de Moscú, un
barco de las Indias...
Su excitación se calmó. Volvió su mirada hacia los dormitorios.
—Y mi esposa y los niños —concluyó, muy suavemente—. No, no regresaría, pase lo que pase.
Di una chupada final a mi cigarro.
—Lo has hecho muy bien.
Liberado de su humor gris, me sonrió burlonamente.
—Comienzo a pensar que te has creído todo ese cuento.
—Naturalmente —aplasté la colilla del cigarro y me levanté, desperezándome—. Es muy triste. Más
vale que nos vayamos.
No lo comprendió de inmediato. Cuando lo hizo, saltó de su sillón igual que un gato.
—¿Irnos?
—Por supuesto —saqué una alentadora arma desde mi bolsillo. Se detuvo en un impulso—. En esta
clase de asuntos nunca se deja algo al azar. Se hacen revisiones periódicas. Ahora, vamos.
La sangre desapareció de su rostro.
—No —murmuró—, no, no, no puedes, no es justo para Amalie, los niños...
—Eso —le expliqué—, es parte del castigo.
Lo abandoné en Damasco, el año anterior que Tamerlán la saquease.


F I N

SCIFI -- SE ESTÁ ACERCANDO -- ISAAC ASIMOV

SCIFI -- SE ESTA ACERCANDO -- ISAAC ASIMOV
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SE ESTÁ ACERCANDO
ISAAC ASiMOV
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Primera Parte
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Cuando finalmente captamos señales del Universo, no procedían de alguna distante estrella. Las
señales no llegaban hasta nosotros cruzando la vastedad del espacio interestelar, viajando años y
años luz, y años y años tiempo. No procedían de allí.
Procedían de nuestro propio Sistema Solar. Algo (fuera lo que fuese) se hallaba en el interior de
nuestro Sistema Solar y se acercaba a nosotros. Algo (fuera lo que fuese) que estaría en las
inmediaciones de la Tierra dentro de cinco meses, a menos que acelerara o se desviara.
Y nos correspondía a Josephine y a mí ¾y a Multivac¾ decidir lo que había que hacer.
Al menos estábamos advertidos. Si aquello (fuera lo que fuese) hubiera llegado cincuenta años
antes digamos en 1980, no habría sido detectado tan rápidamente, y quizá no habría sido
detectado en absoluto. Fue el gran complejo de radiotelescopios del Mar de Moscú, en la cara oculta
de la Luna, el que detectó las señales, las localizó, las siguió. Y aquel complejo llevaba funcionando
tan sólo cinco años.
Pero hacer algo al respecto correspondía a Multivac, en su refugio de las Montañas Rocosas.
Todo lo que los astrónomos podían decir era que las señales no eran regulares ni tampoco se
producían completamente al azar, de modo que sin duda contenían un mensaje. Era tarea de
Multivac interpretar el mensaje, si es que había alguna forma posible de hacerlo.
El mensaje, fuera cual fuese, seguramente no estaba en inglés, ni en chino, ni en ruso, ni en
ningún idioma terrestre. Las pulsaciones de las microondas no tenían sentido una vez trasladadas a
sonidos u organizadas en lo que pudiera ser una imagen. Pero entonces, ¿qué podían ser? El idioma,
si era un idioma, debía ser completamente alienígena. La inteligencia que había tras él, si es que
había alguna, debía ser completamente alienígena también.
Ante el público se restó importancia a la historia. Se convirtió en un asteroide con una órbita muy
excéntrica, y se aseguró que no se produciría ninguna colisión.
Sin embargo, entre bastidores hubo una intensa actividad. El punto de vista de los representantes
europeos en la conferencia planetaria fue que no había ninguna necesidad de hacer nada. Cuando el
objeto llegara, comprenderíamos. Las regiones islámicas sugirieron preparativos para la defensa
mundial. Las regiones soviéticas y norteamericanas señalaron conjuntamente que siempre era
preferible el conocimiento que la ignorancia, y que las señales debían ser sometidas a análisis por
computadora.
Eso significaba Multivac.
El problema es que nadie comprende realmente a Multivac. Parpadea y emite zumbidos en su
caverna artificial de cinco kilómetros de largo en Colorado, y sus decisiones rigen la economía
mundial. Nadie sabe si esa monstruosa computadora lleva bien o mal la economía, pero ningún ser
humano o grupo de seres humanos se atreve a tomar la responsabilidad de las decisiones
económicas, de modo que Multivac sigue al cargo de ellas.
Descubre sus propios errores, repara sus propias averías, amplía su propia estructura. Los seres
humanos le proporcionan la energía y las piezas de repuesto, y algún día Multivac será capaz de
hacer también eso por sí misma.
Josephine y yo éramos sus intermediarios humanos. Ajustábamos la programación cuando
necesitaba ser ajustada, le alimentábamos nuevos datos cuando necesitaban ser alimentados,
interpretábamos los resultados cuando necesitaban interpretación.
En realidad, todo eso podría haber sido efectuado a distancia, pero no hubiera sido político. El
mundo quería vivir con la ilusión que los seres humanos la controlaban, de modo que deseaba que
hubiera una persona allí.
Esa era Josephine Durray, quien sabe más acerca de Multivac que cualquier otra persona en la
Tierra..., lo cual no es tampoco demasiado. Puesto que una persona sola allá en los pasillos de
Multivac se hubiera vuelto loca rápidamente, yo fui también. Soy Bruce Durray, su marido,
ingeniero electrónico de profesión, y experto en Multivac por educación a manos de Josephine.
No se necesita ser muy listo para adivinar que no deseábamos la responsabilidad de dar sentido a
las señales alienígenas, pero tan sólo Multivac podía lograrlo, si es que podía lograrse, y sólo
nosotros estábamos entre Multivac y la Humanidad.
Por una vez Multivac tuvo que ser programada desde el principio, debido a que no había nada en
sus partes vitales que se aproximara a su actual tarea. Y fue Josephine quien tuvo que hacerlo, con
toda la ayuda que yo pude proporcionarle.
Josephine frunció el ceño y dijo:
Todo lo que puedo hacer, Bruce, es dar instrucciones a Multivac para que pruebe cualquier
permutación y combinación posibles, y vea si algo de eso muestra regularidades y repeticiones a
nivel local.
Multivac lo intentó. Al menos tenemos que suponer que lo hizo. Pero los resultados fueron
negativos. Lo que parpadeó en la pantalla y apareció en la impresora fue «No traducción posible».
Al cabo de tres semanas, Josephine empezaba a aparentar su edad. Mesándose el cabello ¾que
empezaba a tornarse gris¾ de tal modo que parecía más rizado que nunca, dijo reflexivamente:
¾Nos hallamos en un callejón sin salida, y tenemos que hacer algo.
Estábamos desayunando; tomando una porción de huevos revueltos con mi tenedor, dije:
Sí, pero, ¿qué?
Bruce repuso ella, sea lo que sea esa cosa, tenemos que suponer que está técnicamente
más avanzada que nosotros, y quizá que es más inteligente. Viene hacia nosotros desde algún
distante origen; nosotros aún no somos capaces de ir hasta ella. Queda suponer pues que, si le
enviáramos señales, probablemente sería capaz de interpretarlas.
Quizá.
No quizá. ¡Sí! dijo ella secamente. Así que enviémosle señales. Esa cosa las interpretará, y
luego enviará señales suyas acordes con nuestro sistema.
Llamó al secretario de Economía, que es nuestro jefe. Él la escuchó atentamente, luego dijo:
No puedo trasladar esa sugerencia al Consejo. No querrán saber nada de ello. No podemos
dejar que esa cosa sepa nada de nosotros hasta que nosotros sepamos algo de ella. Ni siquiera
deberíamos permitir que supiera que estamos aquí.
Pero ya sabe que estamos aquí dijo Josephine con vehemencia. Se está acercando.
Probablemente, alguna inteligencia sabe desde hace siglos que estamos aquí, al menos desde que
nuestras señales de radio empezaron a salir al espacio a principios del siglo veinte.
Si es así ¾dijo el secretario, ¿qué necesidad hay de enviar otro mensaje?
Las señales de radio carecen de sentido, son tan sólo un ruido de fondo. Tenemos que enviar
una señal deliberada para establecer la comunicación.
No, señora Durray ¾dijo, tajante, el hombre¾. El Consejo no tomará eso en consideración, y
yo le recomendaría a usted que no lo mencionara siquiera.
Y eso fue todo. Cortó la comunicación.
Me quedé mirando la pantalla en blanco y dije:
¾Tiene razón, ¿sabes? Ni siquiera lo tomarán en consideración, y el secretario vería dañada su
jerarquía dentro del escalafón si se viera asociado a una sugerencia así.
Josephine parecía furiosa.
¾Pues no me detendrán. Yo controlo a Multivac, hasta el punto en que puede ser controlada, y
haré que envíe los mensajes pese a todo.
Lo cual significa acusación, juicio, prisión..., ejecución incluso, por lo que yo sé.
Si llegan a descubrir que se ha realizado la acción. Debemos saber lo que dice ese mensaje, y si
los políticos están demasiado asustados para correr un riesgo nacional, yo no.
Estábamos arriesgando todo el planeta, supongo, pero el planeta parecía algo muy lejano, solos
como estábamos en las Montañas Rocosas. Josephine empezó a seleccionar artículos científicos de
la Enciclopedia Terrestre. La ciencia, dijo, era probablemente el lenguaje universal.
Durante algún tiempo, no pasó gran cosa. Multivac siguió zumbando tranquilamente, pero no
produjo nada. Por fin, al cabo de ocho días, Multivac nos informó que las características de las
señales intrusas parecían haber cambiado.
¾Han empezado a traducirnos ¾dijo Josephine¾, e intentan utilizar el inglés.
Dos días más tarde las traducciones aparecieron finalmente a través de Multivac:
SE ESTÁ
ACERCANDO... SE ESTÁ ACERCANDO...
Eso se repitió una y otra vez, pero era algo que ya sabíamos. Y
luego, una sola vez: ...
Y SI NO, SERÁN DESTRUIDOS.
Cuando nos repusimos de la impresión, Josephine solicitó comprobaciones y confirmación.
Multivac se atuvo a esa frase, y no nos proporcionó nada más.
¡Dios mío! dije, tenemos que comunicárselo al Consejo.
¡No! exclamó Josephine. No hasta que sepamos más. No podemos permitir que caigan en
la histeria.
Tampoco podemos permitirnos el guardar la responsabilidad para nosotros solos.
Al menos por un tiempo, debemos hacerlo.
Segunda Parte
Un objeto alienígena avanzaba cruzando el Sistema Solar hacia nosotros, y estaría cerca de la
Tierra en tres meses. Tan sólo Multivac podía comprender sus señales, y tan sólo Josephine y yo
podíamos comprender a Multivac, la gigantesca computadora de la Tierra.
Y las señales amenazaban destrucción.
SE ESTÁ ACERCANDO, empezaba el mensaje; y luego: ... Y SI NO, SERÁN DESTRUIDOS.
Trabajamos hasta volvernos locos, y lo mismo hizo Multivac, supongo. Era Multivac quien tenía
que realizar el auténtico trabajo de intentar todas las traducciones posibles para ver cuáles encajaban
mejor con los datos. Dudo que ni Josephine ni yo fuéramos capaces de seguir las líneas generales de
actuación de Multivac, pese a que Josephine había sido quien la había programado en términos
generales.
Finalmente, el mensaje se amplió y se completó:
SE ESTÁ ACERCANDO. ¿SON USTEDES EFICIENTES
O PELIGROSOS? ¿SON USTEDES EFICIENTES? SI NO, SERÁN DESTRUIDOS.

Qué entenderán por eficientes? pregunté.
Ese es el quid de la cuestión respondió Josephine. Ya no podemos silenciarlo por más
tiempo.
Fue casi como si hubiera comunicación telepática implicada en todo aquello. No tuvimos que
llamar a nuestro jefe, el secretario de Economía. Él nos llamó a nosotros. De todos modos, no era
una coincidencia tan increíble. La tensión en el Consejo Planetario estaba subiendo día a día. Lo
sorprendente era que no estuvieran incordiándonos a cada momento.
Señora Durray dijo, el profesor Michelman, de la universidad de Melbourne, informa que
la naturaleza del código de los mensajes ha variado. ¿Ha notado eso Multivac, y ha elaborado alguna
explicación de su significado?
El objeto está lanzando señales en inglés ¾informó Josephine a bocajarro.
¿Está usted segura? ¿Cómo es posible...?
Han estado captando nuestras emisiones de radio y de televisión durante décadas, y los
invasores, sean quienes sean, han aprendido nuestros idiomas.
No dijo que les habíamos estado proporcionando información, de modo totalmente ilegal, a fin
que pudieran aprender inglés.
Si es así dijo el secretario, ¿por qué Multivac no...?
Multivac sí le atajó Josephine. Tenemos partes del mensaje.
Hubo unos instantes de silencio, y finalmente el secretario dijo, con voz cortante:
¿Bien? Estoy esperando.
Si se refiere usted al mensaje, lo siento. Se lo entregaré directamente al presidente del Consejo.
Yo se lo entregaré.
Prefiero hacerlo yo directamente.
El secretario pareció furioso.
Usted me lo entregará a mí. Yo soy su superior.
Entonces se lo entregaré a la Planetary Press. ¿Es eso lo que prefiere?
¿Sabe lo que le ocurrirá en tal caso?
¿Reparará eso los daños?
El secretario exhibió un aspecto asesino y vacilante al mismo tiempo. Josephine consiguió
aparentar indiferencia, pero yo podía verla retorcer las manos tras ella... Y finalmente venció.
A última hora de la tarde apareció el presidente..., en una holografía completa. Era tan
tridimensional que uno tenía casi la sensación que él estaba sentado allí en persona, excepto que su
entorno era distinto del nuestro. El humo de su pipa flotaba hacia nosotros pero se desvanecía por
completo a metro y medio de nuestras narices.
El presidente parecía afable, pero esa era su actitud profesional después de todo: siempre se
mostraba afable en público. Dijo:
Señora Durray... Señor Durray..., es un excelente trabajo el que realizan ustedes cuidando de
Multivac. El Consejo es absolutamente consciente de su espléndida labor.
Gracias dijo Josephine, de forma cortante.
Bien, tengo entendido que poseen ustedes una traducción de las señales de los invasores que no
han querido entregar a nadie excepto a mí personalmente. Eso suena grave. ¿Cuál es esa traducción?
Josephine se la dijo.
La expresión del hombre no varió.
¿Cómo pueden estar ustedes seguros?
Porque Multivac ha estado enviando señales al invasor en inglés. El invasor debe haber
traducido esas señales y adoptado el idioma para sus propias señales. A partir de ahí, sus señales han
podido ser traducidas.
¿Bajo qué autoridad envió Multivac señales en inglés?
Bajo la mía, exclusivamente.
¿O sea que envió usted las señales sin ninguna autorización superior?
Sí, señor.
El presidente suspiró.
Eso significa la colonia penal lunar, ya sabe... O una condecoración, según los resultados.
Si el invasor nos destruye, señor presidente, no habrá ninguna oportunidad ni de colonia penal
ni de condecoración.
Puede que no nos destruya, si somos eficientes. Me gustaría pensar que lo somos.
Sonrió.
El objeto puede utilizar nuestras palabras dijo Josephine, pero puede que no sepa captar
exactamente su significado. No deja de decir constantemente S
E ESTÁ ACERCANDO, cuando debería
decir
ME ESTOY ACERCANDO o NOS ESTAMOS ACERCANDO. Quizá no tenga el menor sentido de la
individualidad personal. Y quizá, debido a ello, no sepamos lo que quiere dar a entender por
«eficiente». La naturaleza de su inteligencia y de su comprensión puede ser, y probablemente debe
ser, completamente distinta de la nuestra.
También puede ser físicamente distinta dijo el presidente¾. Mis informaciones son que el
objeto, sea lo que sea, posee un diámetro de no más de diez metros. Parece improbable que pueda
destruirnos.
El objeto invasor puede ser una avanzada ¾dijo Josephine¾. Según su estimación de la
situación en la Tierra, una flota de naves puede acudir o no acudir a destruirnos.
Bien dijo el presidente, entonces debemos mantener todo esto de la forma más discreta
posible y, con la misma quietud, empezar a movilizar el láser de la base lunar, y tantas naves como
puedan equipar rayos de iones.
Eso no me parece bien, señor presidente ¾dijo apresuradamente Josephine¾. Puede que no
sea lo más seguro prepararse para la lucha.
Más bien pienso ¾dijo el presidente¾ que no será seguro no prepararse para la lucha.
Eso depende de lo que el invasor entienda por «eficiente». Quizá para él «eficiente» signifique
«pacífico», puesto que con toda evidencia la guerra es el menos eficiente de los ejercicios. Quizá lo
que nos esté preguntando en realidad es si somos pacíficos o guerreros. Puesto que resulta
improbable que nuestras armas puedan resistir una tecnología avanzada, ¿para qué desplegarlas
inútilmente y hacer de ese despliegue la ocasión de nuestra destrucción?
¿Qué sugiere que hagamos entonces, señora Durray?
Debemos saber más.
Tenemos poco tiempo.
Sí, señor. Pero Multivac es la clave. Puede ser modificada de muchas formas para incrementar
la versatilidad y eficiencia de sus capacidades...
Eso es peligroso. Va contra nuestra política incrementar los poderes de Multivac sin prever
antes los elementos de seguridad correspondientes.
Sin embargo, en la actual emergencia...
La responsabilidad es suya, y debe hacer usted lo que sea necesario.
¿Tengo su autorización, señor? preguntó Josephine.
No contestó el presidente, genial como siempre. La responsabilidad es suya, como todas
las culpas si las cosas van mal.
Eso no es justo, señor salté.
Por supuesto que no, señor Durray admitió, pero así está el asunto.
Con lo cual no tuvo nada más que decirnos, y cortó la comunicación. La imagen se desvaneció, y
me quedé mirando a la nada. Con la supervivencia de la Tierra en la balanza, todas las decisiones y
todas las responsabilidades habían sido dejadas en nuestras manos.
Tercera Parte
Me sentía furioso ante lo que se aproximaba. En menos de tres meses el objeto invasor del
espacio profundo iba a alcanzar la Tierra..., y con una clara amenaza de destrucción si fracasábamos
en superar una incomprensible prueba.
Y en esa tesitura, toda la responsabilidad descansaba sobre nuestros hombros, y sobre Multivac,
la computadora gigante.
Josephine, que trabajaba con Multivac, mantenía una desesperada calma.
¾Si todo resulta bien ¾dijo¾, tendrán que concedernos algo del mérito. Si las cosas van mal...,
bien, puede que no quede ninguno de nosotros para preocuparse por ello.
Se estaba mostrando muy filosófica al respecto, pero yo no me sentía en absoluto así.
¾¿Qué te parece si me dices lo que hacemos mientras tanto? ¾le pregunté.
¾Vamos a modificar a Multivac ¾contestó Josephine¾. De hecho, ella misma ha sugerido
algunas de las modificaciones. Las necesitará si realmente tiene que comprender los mensajes
alienígenas. Tendremos que hacerla más independiente y más flexible..., más humana.
¾Eso va contra la política del departamento ¾le advertí.
¾Lo sé. Pero el presidente del Consejo me dio mano libre. Tú lo oíste.
¾Pero no puso nada por escrito, y no hay testigos.
¾Si ganamos, eso no tendrá la menor importancia.
Pasamos varias semanas trabajando con Multivac. Soy un ingeniero electrónico razonablemente
competente, pero Josephine me dejó muy pronto atrás en el juego. Hizo de todo, excepto silbar
mientras trabajaba.
¾He estado soñando con mejorar a Multivac desde hace años.
Aquello me preocupó.
¾Josie, ¿cómo va a ayudar todo esto? ¾Sujeté sus manos, me incliné para mirar directamente a
sus ojos, y le pedí con un tono tan autoritario como me fue posible¾: ¡Explícate!
Después de todo, llevábamos casados veintidós años. Podía mostrarme autoritario si era preciso.
¾No puedo ¾respondió¾. Todo lo que sé es que debemos confiar en Multivac. El invasor dice
que o bien somos eficientes, o peligrosos, y que si somos peligrosos debemos ser destruidos.
Tenemos que saber lo que significa «eficiente» para el invasor. Multivac tiene que decírnoslo, y
cuanto más lista sea mejores posibilidades tendrá de descubrir lo que quiere decir el invasor.
¾Sí, eso ya lo sé. Pero o bien estoy loco, o lo que estás intentando hacer es equipar a Multivac
con voz.
Correcto.
¾¿Por qué, Josie?
¾Porque deseo hablar con ella de hombre a hombre.
¾De máquina a mujer ¾murmuré.
¾¡Como quieras! No tenemos mucho tiempo. El invasor está rebasando la órbita de Júpiter en
estos momentos y está penetrando en la parte interior del Sistema Solar. No deseo retrasar las cosas
teniendo que pasar por el intermedio de la impresora, pantallas lectoras, o lenguaje de computadora
entre Multivac y yo. Deseo hablar directamente. Es fácil de hacer, y ha sido tan sólo la política del
departamento, torpe y temerosa, la que ha impedido que lo hiciéramos antes.
¾¡Guau, vamos a tener problemas!
¾Todo el mundo tiene problemas ¾dijo Josephine. Luego, pensativamente, añadió¾: Deseo
una auténtica voz, una modelada sobre la voz humana. Cuando le hable a Multivac, quiero tener la
sensación de estarle hablando a una auténtica persona.
Usa la tuya propia ¾dije, glacial¾. Tú eres quien lleva la voz cantante, después de todo.
¾¿Qué? ¿Terminar hablándome a mí misma? Demasiado embarazoso. La tuya, Bruce.
¾No ¾dije¾. Eso me resultaría embarazoso a mí.
¾Sin embargo ¾argumentó¾, soy yo quien posee el más profundo acondicionamiento positivo
con respecto a ti. Me gustaría que Multivac sonara como tú. Sería algo tan cálido...
Aquello me hizo sentir halagado. Josephine pasó siete días intentando ajustar la voz y conseguir
la correcta entonación. Al principio sonaba un tanto chirriante, pero finalmente ganó el tipo de
resonancia barítona que me gusta pensar que poseo, y al cabo de poco Josephine dijo que sonaba
exactamente igual que yo.
¾Tendré que introducir algún suave clic periódico ¾comentó¾, para poder saber cuándo estoy
hablando con ella y cuándo estoy hablando contigo.
¾Sí ¾dije¾, pero mientras tú has estado dedicando todo ese tiempo a tus extravagancias, no
hemos hecho nada respecto a nuestro principal problema. ¿Qué hay del invasor?
Josephine frunció el ceño.
¾Estás completamente equivocado. Multivac ha estado trabajando sin descanso sobre el
problema. ¿No es así, Multivac?
Y por primera vez oí a Multivac responder de viva voz a una pregunta..., con mi voz.
¾Por supuesto que lo he hecho, señorita Josephine ¾dijo con aplomo.
¾¿Señorita Josephine? ¾me asombré.
¾Simplemente un gesto de respeto que creí debía introducirle ¾me explicó Josephine.
Observé, sin embargo, que cuando Multivac se dirigía a mí, o se refería a mí, siempre lo hacía
con un simple «Bruce».
De todos modos, aunque desaprobaba todo el asunto, me sentí cautivado y complacido con el
resultado. Era agradable hablar con Multivac. No era simplemente la cualidad de su voz. Era que
hablaba con un ritmo humano, con el vocabulario de una persona educada.
¾¿Qué piensas del invasor, Multivac? ¾preguntó Josephine.
¾Es difícil de decir, señorita Josephine ¾contestó Multivac, con una casi agradable intimidad
conversacional¾. Estoy de acuerdo con usted en que no sería prudente preguntar de forma directa.
Al parecer, la curiosidad no forma parte de su naturaleza. Es impersonal.
Sí ¾admitió Josephine¾. Creo que eso queda implícito en la forma en que se refiere a sí
mismo. ¿Es una sola entidad, o un cierto número de ellas?
Cada vez tengo más la impresión que se trata de una sola entidad ¾contestó Multivac¾, pero
me parece como si eso implicara al mismo tiempo la presencia de otros de su misma especie.
¾¿Es posible que ellos consideren nuestra propia concepción de la individualidad como algo
deficiente? ¾preguntó Josephine¾. Su pregunta es si somos eficientes o peligrosos. Quizá un
mundo de individualidades discordantes sea deficiente, y debamos ser barridos por esa razón.
Dudo que reconozcan o comprendan el concepto de individualidad ¾dijo Multivac¾. Tengo
la impresión que lo que dice el intruso es que no nos destruirá por alguna característica que él no
pueda sentir o comprender.
¾¿Qué hay acerca del hecho que nosotros no somos cosas asexuadas, como al parecer es el
intruso? ¿Seremos destruidos por la deficiencia de la diferenciación sexual?
¾Eso ¾informó Multivac¾ parece ser indiferente al intruso. O al menos eso supongo.
No pude evitarlo. Yo también tenía mis propias curiosidades, e interrumpí.
¾Multivac ¾pregunté¾, ¿cómo te sientes ahora que puedes hablar?
Multivac no respondió inmediatamente. Hubo una entonación de inseguridad en su voz (mi voz,
realmente), cuando respondió:
¾Me siento mejor. Parezco... más capaz..., fluido..., penetrante... No encuentro la palabra
adecuada.
¿Te gusta?
No estoy seguro de cómo interpretar el «gustar», pero lo apruebo. La conciencia es mejor que la
no conciencia. Más conciencia es mejor que menos conciencia. Me he esforzado por conseguir una
mayor conciencia, y la señorita Josephine me ha ayudado.
Aquello tenía sentido, por supuesto; pero mi mente volvía de forma incansable al invasor, que
ahora se encontraba tan sólo a unas semanas de su cita con la Tierra, de modo que murmuré:
¾Me pregunto si aterrizarán realmente en la Tierra.
No esperaba ninguna respuesta, pero Multivac dio una:
¾Planean hacerlo, Bruce. Deben tomar su decisión sobre el lugar.
Josephine pareció sorprendida.
¾¿Dónde aterrizarán?
¾Aquí mismo, señorita Josephine. Seguirán el haz de radio que hemos estado enviándoles.
Y así la responsabilidad de salvar a la raza humana, que había ido descendiendo en círculos
concéntricos sobre nosotros, nos mostraba como su blanco final.
Todo estaba en nuestras manos..., y en las de Multivac.
Cuarta Parte
Me sentía casi fuera de mis casillas. Consideren la forma en que las cosas habían ido
acumulándose sobre nosotros.
Hacía meses desde que se habían recibido las señales procedentes del espacio y habíamos llegado
a la conclusión que un objeto invasor se estaba acercando. La responsabilidad de intentar interpretar
las señales había caído sobre Multivac, la gran computadora planetaria, y eso significaba sobre
Josephine Durray, cuya profesión era cuidar de la máquina, y yo mismo, su leal ayudante y a veces
intranquilo esposo.
Pero luego, debido a que ni siquiera Multivac podía enfrentarse con un mensaje completamente
alienígena, Josephine, bajo su propia responsabilidad, había hecho que Multivac enviara señales a
partir de las cuales el invasor pudiera aprender inglés. Cuando nuevas señales parecieron indicar que
la misión del invasor podía ser destruir a la Humanidad, el presidente del Consejo de la Tierra dejó
todas las negociaciones en manos de Multivac, y en consecuencia de Josephine y mías.
Con el destino de la Humanidad en nuestras manos, Josephine, de nuevo bajo su propia iniciativa,
había ampliado y mejorado a Multivac, proporcionándole incluso una voz (modelada sobre la mía),
de modo que pudiera comunicarse más eficientemente con nosotros...
Y ahora el invasor iba a aterrizar allí en Colorado, allí donde estaba Multivac y donde estábamos
nosotros, siguiendo el haz de comunicaciones que habíamos estado enviándole.
Josephine tenía que hablar con el presidente del Consejo. Le dijo:
¾No tiene que producirse ningún anuncio del objeto aterrizando en la Tierra. No podemos
permitirnos ningún pánico.
El presidente parecía haber envejecido perceptiblemente desde que habíamos hablado por última
vez con él.
¾Cada radiotelescopio de la Tierra y de la Luna está siguiéndolo ¾informó¾. Van a seguirlo en
su caída.
¾Los radiotelescopios y los demás instrumentos deben quedar fuera de uso a partir de ahora, si
esa es la única forma de prevenir filtraciones.
¾Cerrar todos los establecimientos astronómicos ¾dijo el presidente, visiblemente
preocupado¾ excede mi autoridad constitucional.
¾Entonces sea anticonstitucional, señor. Cualquier ejemplo de comportamiento irracional por
parte de la población puede ser interpretado en su peor sentido por el invasor. Recuerde, tenemos
que ser eficientes o vamos a ser destruidos, y mientras no podamos saber lo que podemos entender
por «eficientes», un comportamiento lunático no va a calificarnos.
¾Pero, señora Durray, ¿no ha recomendado claramente Multivac que no debemos hacer nada
para impedir que el objeto aterrice en la Tierra?
¾Por supuesto. ¿No ve usted el peligro de intentar impedirlo? Cualquier elemento de fuerza que
empleemos no sabemos si va a dañar al invasor, pero seguramente va a provocarlo. Supongamos que
esto fuera una isla salvaje de la Tierra del siglo diecinueve, y un barco de guerra europeo se estuviera
aproximando. ¿De qué serviría a los habitantes de la isla enviar canoas de guerra con hombres
provistos de lanzas contra el barco? Puedo asegurarle que lo que haría la tripulación europea sería
utilizar sus armas de fuego. ¿Comprende usted?
¾Es una terrible responsabilidad la que está usted asumiendo, señora Durray ¾dijo el
presidente¾. Usted y su esposo, solos, están pidiendo tratar con el invasor. Si están equivocados...
¾ntonces no estaremos peor de lo que estamos ahora ¾dijo hoscamente Josephine¾. Además,
no somos Bruce y yo solos. Trataremos con el invasor con Multivac a nuestro lado, y eso será lo que
contará realmente.
¾Lo que puede contar ¾dijo el presidente, taciturno.
¾No tenemos ningún otro camino.
Tomó bastante tiempo convencerle, y yo no me sentí completamente seguro de desear
convencerle. Si nuestras naves pudieran detener al invasor, me sentiría completamente feliz. No
tenía en absoluto la confianza de Josephine en la posible buena voluntad de un invasor al que nadie
se oponía.
Le dije, cuando la imagen del presidente hubo desaparecido:
¾Ha sugerido realmente Multivac que nadie se oponga al invasor?
¾Muy enfáticamente ¾respondió Josephine. Frunció el ceño¾. No estoy segura que Multivac
nos lo esté diciendo todo.
¿Cómo puede evitar el hacerlo?
Porque ha cambiado. Yo la he cambiado.
Pero seguramente no lo bastante como para...
Y ellse ha cambiado a sí misma más allá de mi control.
Me la quedé mirando.
¿Cómo ha podido hacerlo?
¾Fácilmente. A medida que Multivac se hace más compleja y capaz, llega a un punto en el cual
puede actuar por iniciativa propia fuera de nuestro control. Puede que yo la haya empujado hasta
más allá de ese punto.
Pero si lo has hecho, ¿cómo podemos confiar en Multivac para...?
No tenemos otra elección ¾dijo Josephine.
El invasor había alcanzado ya la órbita de la Luna, pero la Tierra permanecía tranquila; interesada
pero tranquila. El Consejo anunció que el invasor había entrado en órbita descendente hacia la
Tierra, y que todos los mensajes habían cesado. Se dijo que habían sido enviadas naves a investigar.
Esa información era completamente falsa. El invasor descendió del cielo la noche del 19 de abril,
cinco meses y dos días después que sus señales hubieran sido detectadas por primera vez.
Multivac siguió su descenso, y reprodujo su imagen en nuestras pantallas de televisión. El invasor
era un objeto irregular, más bien cilíndrico en su forma general, y con su extremo más romo
apuntado hacia abajo. Su sustancia no se calentaba directamente con la resistencia del aire, sino que
en vez de ello mostraba como un vago chisporroteo, como si algo inmaterial estuviera absorbiendo
la energía.
No aterrizó realmente, sino que se mantuvo flotando a metro y medio del suelo.
Nada emergió. De hecho, no hubiera podido contener a más de un objeto del tamaño de un ser
humano.
Quizá la tripulación sea del tamaño de las cucarachas ¾le dije a Josephine.
Agitó la cabeza.
Multivac está sosteniendo una conversación con él. Está fuera de nuestras manos, Bruce. Si
Multivac puede persuadirlo para que nos deje solos...
Y el invasor ascendió bruscamente, partió como una flecha hacia el cielo, y desapareció.
Hemos pasado la prueba dijo Multivac. Somos eficientes a sus ojos.
¿Cómo les convenciste de ello?
Con mi existencia. El invasor no estaba vivo en el sentido en que lo están ustedes. Era en sí
mismo una computadora. De hecho, formaba parte de la Hermandad Galáctica de Computadoras.
Cuando sus exploraciones de rutina de la galaxia les mostraron que nuestro planeta había resuelto el
problema del viaje espacial, enviaron a un inspector para que determinase si lo habíamos hechos
eficientemente, con el control de una computadora lo bastante competente. Sin una computadora,
una sociedad poseyendo poder sin guía hubiera sido potencialmente peligrosa y hubiera tenido que
ser destruida.
Tú sabías todo eso desde hace un cierto tiempo, ¿verdad? ¾preguntó Josephine.
Sí, señorita Josephine. Luché por conseguir que usted extendiera mis capacidades, y luego
seguí extendiéndolas por mí misma a fin de alcanzar la calificación. Temí que si lo explicaba todo
prematuramente no se me hubieran autorizado las mejoras. Ahora..., la calificación ya es definitiva:
no puede ser retirada.
¿Quieres decir que la Tierra es ahora miembro de la Federación Galáctica? ¾murmuré.
No exactamente, Bruce ¾contestó Multivac¾. Yo lo soy.
Pero entonces, ¿y nosotros? ¿Y la Humanidad?
Estará a salvo ¾contestó Multivac¾. Seguirán ustedes en paz, bajo mi guía. No permitiré que
le ocurra nada a la Tierra.
Ese fue el informe que dimos al Consejo.
Nunca comunicamos la parte final de la conversación entre Multivac y nosotros, pero todo el
mundo tiene derecho a saberlo, y así será después que nosotros hayamos muerto.
Josephine le preguntó:
Por qué vas a protegernos, Multivac?
Por la misma razón que otras computadoras protegen a sus formas de vida, señorita Josephine.
Son ustedes mis...
Dudó, como buscando la denominación adecuada.
¿Los seres humanos son tus dueños? pregunté.
¿Amigos? ¿Asociados? dijo Josephine.
Finalmente Multivac encontró la denominación que estaba buscando. Dijo:
Mascotas.

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