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miércoles, 3 de octubre de 2012

LAS PERVERSAS CRIATURAS DE SERGIO LAIGNELET

LAS PERVERSAS CRIATURAS DE SERGIO LAIGNELET
(Jorge Ariel Madrazo, Buenos Aires, enero de 2010)

“Caperucita / con falda corta / en los ojos del lobo…” Caramba, ¿qué versión es ésta del celebérrimo cuento de Perrault, luego popularizado por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm? Ya al moralizante Perrault se le había ido la mano: el lobo devoraba a la niña, por el solo hecho de que ésta “desafió la prohibición de hablar con desconocidos”. Pero esta nueva vuelta de tuerca de Sergio Laignelet, ¿no es en su regodeo erótico mucho más audaz aún?
Y a qué mentir: casi me sonrojo ante ese Gato con Botas pasado también por el tamiz laigneletano, que enarbolando su látigo ejerce el sadomasoquismo con el pobre Marqués de Carabás, postrado a sus plantas. Por no hablar de lo ocurrido a los Tres Cerditos a manos del Lobo, en cierto motel de cuyo nombre ni quiero acordarme…
Estos textos insolentemente deliciosos de Laignelet me evocaron por su talentoso desparpajo los cantitos no menos perversos de Edward Gorey, quien en su Alfabeto macabro −pero no sólo allí− pergeñó fabulitas y dibujos maravillosos que se engolosinaban con los destinos trágicos de veintiséis criaturas, cuyos nombres comenzaban con cada una de las letras del alfabeto inglés.
Todos aquellos que disfruten con estos toques de espléndido sadismo recordarán asimismo los cuentos de Saki (Héctor Hugh Munro), empeñados en hilvanar situaciones cuyo absurdo lindaba con la paradoja y el horror más refinados.
Y bien: tan refrescante maná de un placer sibarítico-literario, que como se dijo había arañado ya un clímax nada apto para niños en algunos de los cuentos de los hermanos Grimm, volvió a perfumar mis sentidos cuando abordé la lectura, deparadora de un goce ligeramente “maldito”, de estos poemas brotados de la pluma, y del alma irreverente, de Sergio Laignelet. Que son hasta cierto punto un ejercicio de inquietante nonsense, pero sobre todo una muy creativa demostración de maestría para “traicionar” y al mismo tiempo, rendir conmovedor homenaje, a las consejas y cuentos tan inocentes como escandalosos que jalonaron nuestra niñez.
Adelante, pues, los audaces, y a no asustarse ni con ese Barba Azul que duerme impertérrito junto a quien fue su esposa, ni con la Sirenita degollada y descamada, nada menos, por el inescrupuloso Capitán. El placer y el goce aguardan a quienes osen recorrer estas páginas. Al principio y al final de ellas aguarda un poeta que aun en textos tan breves y concentrados logra −como ocurre con los buenos licores−arribar a la quinta esencia de la palabra justa y de ese toque de magia sin el cual ni la vida, ni la literatura, merecerían existir.







POEMAS DE SERGIO LAIGNELET

EL GATO CON BOTAS

El gato se deja de cuentos
y empuña el látigo

suenan cintarazos

acto seguido
el Marqués de Carabás
sin chistar
relame el cuero de sus botas


CENICIENTA

Cenicienta baila
con el príncipe heredero

el príncipe le susurra al oído
y le echa un cuento

a continuación
una por una
caen del techo
las prendas que viste Cenicienta

finalmente cae un zapato


CAPERUCITA ROJA

Caperucita
con falda corta
en los ojos del lobo

el lobo
con destreza
maniobra su ganzúa
mientras
ruedan manzanas desde la canasta

días después
vuelven al bosque para mantener el cuento


LOS TRES CERDITOS

Los tres cerditos
caminan rumbo a sus casas
vestidos con pantalón corto

luego
atados sobre la cama de un motel
con los pantaloncitos rodeándoles los tobillos
echan a llorar

mientras tanto
exhausto y sin aire duerme el lobo


HANSEL Y GRETEL

Solos
en el bosque
hallan la casa de chocolate

Gretel se embadurna toda
Hansel
no le quita la mirada de encima

y en silencio
se muerde la lengua



LA SIRENITA

Enfiestado
el capitán acaricia a Sirenita
pero su cuerpo lo desconcierta

de modo que
la levanta por la cola
y le corta la cabeza

y
con el mismo cuchillo
la desescama bajo el sol



BLANCANIEVES

Blancanieves y los siete enanitos
van camino del hospital

en maternidad
la princesa alumbra

en tanto
burlado el príncipe
envenena gaseosas de manzana


EL PATITO FEO

El pequeño pato inclina la cabeza
sobre la superficie del lago
y se contempla

un eco de risotadas apresa su mente

palidece
temblequea

cuenta hasta tres
y se zambulle hasta el fondo
con una piedra atada a su cuerpo



LA BELLA DURMIENTE

En el bosque
cubierta de hojas
yace la Bella Durmiente

el héroe le da un beso
lo repite
y lo apura con la punta de la lengua

al tiempo que
para la jovenzuela
empieza otro sueño















EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

Engatusado
sin conseguir recompensa
el flautista abandona Hamelín

lejos
con el estómago en los pies
mira de reojo por si alguien lo espía

entonces
toma una rata por la cola
le vacía cuidadosamente las entrañas
e ipso facto
se sacia con ella


BARBA AZUL

Barba Azul se acuesta junto a su esposa

le besa el cuello
el mentón
la boca

rodea con sus brazos el cadáver
y reanuda la fiesta nocturna



viernes, 28 de septiembre de 2012

Casi Extinguidos - Alan Barclay






Casi Extinguidos
Alan Barclay


Desde lo alto de una escarpada colina, Harrison, sentado sobre una roca, podía
ver, a intervalos, por entre los árboles, a la persona que se acercaba corriendo. No
se veía ni se oía aún a los perseguidores. Las empinadas laderas del macizo
central surgían abruptamente de la planicie solamente a seis kilómetros de
distancia. Harinosa adivinaba el pensamiento del desconocido: la esperanza de
que, una vez entre las pendientes laderas y barrancos, de exuberante vegetación,
que llegaban hasta la meseta, sería posible escapar de los perseguidores.
Si hubiera sido un hombre aficionado a las apuestas o si hubiera tenido allí a
alguien con quien apostar hubiera apostado contra el corredor. Muy pocas veces
escapaba nadie de los perseguidores, excepto, naturalmente, los que, como él,
tenían facultades especiales. Harrison no estaba particularmente interesado en el
resultado de esta persecución. Sentía, quizá, un poco de simpatía por el
perseguido, pero en realidad sería mejor que este individuo fuera alcanzado y
capturado. Si escapaba, organizarían la búsqueda Y volverían por aquellos
parajes.
El corredor pasó justamente por debajo de donde estaba Harrison v saltó un
arroyuelo, y entonces Harrison vio con sorpresa que era una mujer; una mujer
fuerte, joven, con largas piernas, y de aspecto vigoroso.
Cuando descubrió esto dejó de ser mero espectador y le embargó una gran
emoción. Se poso de pie lentamente, con la cabeza erguida, como un animal
grande. Harrison era realmente un animal, un animal inteligente y peligroso.
Miró al antiguo camino con los ojos muy abiertos y el oído alerta, por si se
acercaban los perseguidores.
La joven, que había corrido velozmente, sin descanso, jadeaba y sudaba. Durante
la última media hora había trepado por la ladera hasta llegar a la tierra
resquebrajada al pie de la meseta. De cuando en cuando, oía tras ella a sus
enemigos: una piedra que rodaba, una rama que se tronchaba, las voces agudas
de los perseguidores llamándose unos a otros. No estaban muy lejos. Una parte
de ella, la parte inteligente y civilizada, sabía que su fin era seguro. A pesar de
esto, no tenía la menor intención de ceder, ni de estarse quieta esperando que la
cogieran. Estaba viva en este momento, solamente porque ella, y sus padres
antes que ella, habían sido buenos luchadores. En la raza humana, únicamente
habían sobrevivido los que tenían una furiosa y salvaje ansia de luchar y de
Correr’, que eran los invencibles. Continuaría corriendo, revolviéndose, mordiendo
y pataleando hasta su último aliento.
Se adentró en un barranco estrecho y pasó entre dos rocas salientes. Harrison
estaba allí sentado en un tronco y ella se sobresaltó al verle, y Se paró en seco.
En su mano apareció un cuchillo de hoja larga y afilada.
Harrison era alto, de ancho pecho y musculoso.
Llevaba una chaqueta de cuero sin mangas, talones cortos de cuero y un par de
mocasines bien hechos. Tenía el cabello y la barba su aspecto general era limpio
y cuidado. Un pesado cuchillo de monte con una hoja muy afilada, casi una
espada corta, colgaba de su cinto su mano sujetaba un arco. El arco era una
verdadera arma moderna, magistralmente hecha de acero y madera.
Harrison la miró serio. Ella devolvió la desconfiada, con el cuchillo preparado.
Ve por este lado - indicó el hombre -. Por ese barranco de la izquierda y por aquel
pico y valle abajo. Después sigue el arroyo hasta unas casas viejas. ¿Me
entiendes?
Sí – contestó, respirando con fuerza ¿ y después qué?
Estarás libre. Iré a buscarte allí.
Ella le miró un momento desconfiando, y, a continuación, sin preguntar nada más,
sin darle las gracias y sin saber cómo se las iba a arreglar, salió corriendo por cl
barranco en la dirección que él le había indicado.
* * *
Harrison marchó barranco abajo y siguió el camino real por el valle, andando sin
prisa, parándose a escuchar de cuando en cuando. Oyó a los perros y rebuscar
por la maleza tras él cogió el machete y se preparó. No le preocuparon los perros.
Eran dos mastines de ganado de pelo negro. Esperó tras un árbol a que se
aproximaran, y entonces saltó y acuchilló al primero que murió sin un gemido. El
otro no era un animal muy agresivo y al ver al hombre y la suerte que había
corrido su compañero, debió de asustarse bastante.
¡Fuera, Fido, vete! Le gritó Harrison y el perro metió el rabo entre las patas de un
modo muy cómico y salió corriendo.
Un minuto después apareció el primero de los perseguidores. Llevaba el fusil al
hombro e iba escudriñando por delante buscando los perros. Vio a Harrison. Por
un momento los dos hombres se miraron uno al otro. El rostro del recién llegado
no reflejó el sobresalto y la sorpresa que debió de sentir al encontrarse cara a cara
con Harrison, considerado como más peligroso que un animal salvaje. En cuanto
Harrison le vio se lanzó sobre él, atravesándole el cuello con su cuchillo. El otro
dio un grito y se derrumbó sin vida.
El otro perseguidor oyó él gritó. Entre los árboles Se oía trastear en la maleza.
Estos perseguidores estaban muy bien preparados para andar por el bosque.
Durante varias generaciones habían organizado estas batidas para exterminar a
los escasos supervivientes de raza humana.
Harrison sabía que le era imposible subir por la montaña, pues habría hombres
emboscados para no dejarle llegar a ninguna cima. Tratarían de rodearle para
cortarle la retirada.
Preparó su arco y cambió de sitio; pero, aunque tiró muy rápidamente a un bulto
negro que vio moverse entre la maleza, erró el blanco.
Media hora después comprendió que estaba rodeado y que iban estrechando el
cerco. Levantó la cabeza y miró hacia cl pico más alto, por el cual debía de estar
subiendo ahora la joven. Una vez allí estaría a salvo; pero él deseaba con toda su
alma matar a otro de los perseguidores.
Las ramas de un arbusto se movieron de pronto. Harrison apuntó. Una figura
agachada sé mostró un instante y él disparó. La flecha surcó veloz el aire y se oyó
un agudo grito.
Al mismo tiempo oyó silbar las balas a su alrededor. Tenían un sentido de oído
muy desarrollado y debían haberle localizado. Las balas venían ahora de todos los
lados.
Levantó los ojos hacia el pico de la montaña y miró hacia allí con un deseo fiero.
* * *
La mujer, escondida tras un muro medio derrumbado, que había sido parte de una
casa, salió de su escondite cuando vio a Harrison por lo que antes había sido la
calle principal del pueblo.
Andaba tranquilamente con el arco al hombro mirando a los lados, fatigado, pero
no exhausto. La miró con admiración. Comparándola con el tipo corriente de la
mujer antigua no era muy atractiva. Era tosca> con largas piernas y tan salvaje
como un gato montés.
Ven conmigo.
No lo dijo en son de pregunta ni tampoco de orden. Lo dijo como quien habla de
un hecho ya sabido. Eran dos animales, macho y hembra. Eso era todo. A ella ni
quisiera se le ocurrió rehusar. Puede ser que si hubiese rechazado la proposición
la hubiera dejado marcharse. También era posible que si hubiese rehusado le
habría pegado hasta que se sometiese.
¿Muy lejos? - preguntó ella.
• Seis kilómetros - respondió Harrison -. Más allá de aquel barranco.
El hombre echó a andar delante, abandonando el camino real, y caminando por un
sendero un poco por encima del pueblecillo.
¡Entres horas, andando y subiendo las laderas sin cesar, llegaron a un estrecho
valle.
Harrison no hablaba mucho. Probablemente no estaba acostumbrado a hablar con
desconocidos. La mujer no supo que ya estaban llegando a su destino hasta que
se encontraron con otro ser humano que venía por el sendero en dirección
contraria.
Estaba anocheciendo y la mujer distinguía con dificultad la figura del que se
acercaba, que salió 1inesperadamente de detrás de la sombra de un 1arbusto.
Harrison, de todos modos, no dio señal alguna de sorpresa, como si esperase
encontrar a alguien allí. Llamó a la figura con el nombre de Jim y ella vio que Jím
era un muchacho de unos doce años.
Vienes con retraso, Pop - indicó el muchacho -. Estábamos ya
preocupados.
Tuve que venir por el peor camino - gruñó Harrison -. Traje esta mujer. Los
«Ranas» la perseguían.
El muchacho la miró con interés.
Bueno, Pop, tienes las manos llenas ahora, conforme; pero no sé que
pasará cuando Ma la vea. ¿Cómo te llamas? - preguntó a la joven.
Magdalena - contestó ella.
¿De dónde eres?
De allí abajo, del Sur, donde está el mar.
¿Tienes familia?
Ahora no, la perdí hace dos inviernos.
Entremos - ordenó Harrison -. Tengo tanta hambre que podría comerme un
«Rana». ¿Tenéis algo que darnos, Jim?
Seguramente. Cogí una liebre muy grande esta mañana.
* * *
Echaron a andar, rodeando una roca, sé metieron por una abertura natural del
terreno y sé encontraron en una gran cueva. Estaba alumbrada con una luz tenue
y vacilante por varias lámparas colocadas en una especie de nichos en la roca.
Había tres hogueras encendidas y un gran número de figuras, humanas al
parecer, se movían sin cesar de un lado a otro, mientras sus sombras se
proyectaban en las paredes y en el techo.
Después de un momento de confusión, Magdalena pudo ver que en realidad no
había tanta gente.
Vio dos mujeres, una de unos treinta y cinco años v la otra de unos veinte. Esta
última estaba encinta. También había un hombre que parecía viejo, con el cabello
blanco y un brazo deforme. Y varios niños; calculó que debían de ser más de diez.
A pesar de la cantidad de gente que habitaba la cueva, olía a limpio, más que la
vieja bodega que ocuparon sus padres. Un olor a carne guisada le hizo la boca
agua.
Harrison se acercó al fuego donde estaba la mayor de las dos mujeres
inclinándose sobre una olla.
Esta es Magdalena - explicó bruscamente -; los «Ranas» la estaban persiguiendo
y yo la salvé.
Salvarla era tu deber - respondió la mujer -, pero traerla aquí no veo el porqué, Joe
Harrison. Por lo visto esperas que cargue también con esta.
Bueno, yo no veo el modo. Mañana por la mañana a primera hora, se marcha.
Cállate y danos algo que comer - gruñó Harrison.
Por una vez parecía no encontrarse a gusto, e incluso un poco azarado.
La mujer, de un modo poco afable, les puso dos platos de madera, echando un
trozo de carne en cada uno.
Magdalena, que no había comido mucho los dos últimos días, cogió la carne y
empezó a partiría con los dientes. La otra mujer le dio un fuerte pescozón.
Deja de hacer eso – ordenó -. Escúchame.. Muchas cosas han cambiado
desde los antiguos tiempos y supongo que tengo que ayudar a Harrison en lo que
tenga pensado para ti, lo mismo que hice con la joven Lucy que está ahí, pero
todavía hay una o dos cosas que no han cambiado. Esta es mi casa. Puede ser
que vivas en ella y que tengas hijos en ella, pero siempre continuará siendo mi
casa. Y mientras siga siendo mía tiene que estar limpia y decente. Nada de
porquería. Nada de escupir en el suelo. Nada de tirar huesos, ni carne
estropeada por los rincones. Nos hemos hundido muy bajo, pero no hemos
llegado todavía al nivel de los animales. Ahora cómete tu comida limpia y
decentemente no como una bestia salvaje.
- Eso está bien dicho - añadió Harrison -. Esta es Liz, mi mujer. Ella es la que
manda en esta casa.
* * *
Cuando acabaron de comer, Harrison se puso de pie.
Enséñale dónde tiene que dormir, Ma ~ ordenó.
Dio la vuelta sobre sus talones y se acercó al otro fuego donde estaba sentado el
viejo.
Liz condujo a Magdalena a un rincón oscuro donde encontró un catre de lona y
algunas mantas.
Esta noche puedes dormir aquí - le dijo -. Y sacude bien la alfombra y
arregla todo por la mañana. Ahí fuera hay un tanque de agua y puedes lavarte si
quieres y el aseo también está fuera, no quiero porquerías aquí dentro. Y
escúchame bien, joven; sé muy bien lo que piensa Harrison respecto a ti y
supongo que tú lo sabes tan bien como yo. Si no te agrada, lo mejor es que te
marches mañana por la mañana. Si té quedas me figuro que tendré que
apechugar con ello, pero no quiero enterarme de nada. Pase lo que pase entre tú
y Joe tiene que ser fuera de aquí. Tenemos muchos niños, míos y de Lucy, y yo
quiero las cosas decentes y respetables.
Los «Ranas» casi me atraparon, no tengo familia ni dónde ir.
Ya lo sé - respondió Liz -. Quédate si quieres. Este sitio es mejor que
muchos otros, a pesar de que hoy aquí ocurren muchas cosas raras, cosas
difíciles de creer, pero el resultado es que vivimos mejor que muchos. Siempre
tenemos comida abundante.
* * *
Ocurrían allí cosas difíciles de creer. Magda no notó nada extraordinario el primer
día. Por la mañana le despertó el ruido que hacían los niños riéndose y charlando
y se levantó enseguida. Liz estaba quitando las cenizas del fuego. A Harrison v a
los muchachos no se los veía por parte alguna.
Vete abajo al río Y lávate bien - ordenó Liz -. Después te daré el desayuno.
Camina por encima de las rocas todo el tiempo.
Cuando salió, Magda se quedó un momento deslumbrada por la brillante mañana
de sol. El río, que no había visto en la semioscuridad la tarde anterior, estaba
justamente debajo. Los niños estaban salpicándose en la orilla, alborotando y
echándose agua unos a otros. Empezó a bajar a la playa de cascajo.
Anda por las rocas - aconsejó una voz cerca de ella.
Era Jim.
Ten cuidado de andar solo sobre las rocas, no queremos dejar huellas que
los «Ranas» puedan ver desde el aire.
Se volvió para hablarle, pero el sol todavía la deslumbraba y no pudo verle. Un
momento después, sin embargo. Le vio en el río con los otros niños. Fue por la
orilla, lejos del remanse donde estaban los niños v se metió en el río; pero salió
pronto, porque el agua, como venia de la montaña, estaba muy fría. Cuando volvía
se fijó en que todos los niños se habían ido, excepto dos, de unos tres años que
trepaban por las rocas hacia la cueva. Tuvo una vaga impresión de que los niños
habían abandonado el baño de repente.
Lis y la joven Lucy estaban sentadas fuera de la cueva con una fuente de madera
llena de bollos recién sacados del horno.
Magda empezaba a tener la impresión de que había algo anormal en aquel lugar y
en aquella gente. EJ anciano, no tenía más que sesenta años, pero era muy viejo
para un ser humano, ahora que los que quedaban de la raza se veían obligados a
correr y a esconderse para conservar la vida. Salió de la cueva y los niños le
rodearon charlando.
Cogió la bandeja de los bollos. Se puso muy erguido y de repente desapareció.
A nadie pareció sorprenderle. Nadie se inmutó. Los niños se volvieron y miraron
hacia arriba. Magda también miró. Allí estaba Dad de pie en lo alto de un picacho,
a unos cuarenta metros de distancia. Estaba colocando la bandeja de los bollos a
sus pies y de repente apareció de nuevo junto a las mujeres.
Ve a tomar tu desayuno, Johnnie - ordenó Liz.
Johnnie, que tenía unos siete años, miró hacia el picacho. Un momento después
estaba en lo alto, y enseguida bajó con un par de bollos, uno en cada mano.
* * *
Los otros niños: un muchacho y dos chicas fueron a buscar su desayuno del
mismo modo milagroso. A nadie le extrañó este procedimiento.
El viejo trasladó la bandeja a un sitio más cercano y más bajo y los chicos de tres
y cuatro años fueron cogiendo su desayuno igual que otros. Las mujeres se
sirvieron del mismo modo. Liz invitó a Magda a que se uniera a ellas.
Son bollos de avena - le explicó -. En ese bote hay mantequilla, y, en aquel otro,
miel.
Magda se sentó junto a ellas y empezó a comer.
¿Te sorprenden estas costumbres, muchacha? - preguntó Liz.
Hasta ahora no había visto nada igual - afirmó la joven -. Mi padre me contaba
cosas maravillosas sucedidas en tiempos antiguos, pero en aquellos tiempos todo
eran máquinas y aquí no veo ninguna máquina.
Esto no son máquinas - aseguró Liz -. Esto es todo nuevo. Está hecho por la
evolución moderna.
No lo entiendo bien - respondió Magda.
Tampoco yo - afirmó Liz -. Es como lo llama Dad. Es cosa de él, de Joe y de los
niños. Había como sabe millones de los nuestros.
Claro que lo sé. Ciudades llenas de gente, automóviles, aviones. Antes que
vinieran los «Ranas».
Está bien. Nunca comprendí por qué nos odian tanto los «Ranas». Ellos
destruyeron todas las ciudades, persiguen a los que hemos sobrevivido.
Mi padre dice que ya queda poca gente. Dice que dentro de cincuenta años
estaremos totalmente extinguidos. Tiene razón. Antes vivían aquí varias familias,
ahora ya no quedamos más que nosotros.
Pero ¿por qué es esto un adelanto?
Es algo que no acabo de entender. Dad sí. Sabía muchas cosas de la gente
cuando era más joven; les hablaba y se iba educando con lo que oía. El y mi Joe
no olvidan fácilmente las cosas. Son hombres de lucha. Cuando miro a Joe no
puedo imaginármele a él y a sus semejantes extinguidos. Me parece que no
podrían serlo de ningún modo. Dad dice que la humanidad forma parte de todo el
Universo. Que todos descienden de los monos. Que hay millones de los nuestros
viviendo aquí en la Tierra y en Marte. Hemos hecho toda clase de cosas, escrito
toda clase de libros, construido toda clase de máquinas maravillosas, y cuando los
que quedamos pensamos que vamos a ser totalmente extinguidos, algo muy
dentro de nosotros nos dice que esta idea es intolerable y nos defendemos con un
nuevo invento. Este invento es el de saltarnos el espacio.
Muchos otros animales han sido extinguidos - objetó Magda -. Me figuro que ellos
no se lo figuraban, pero el caso es que fueron extinguidos.
No eran animales racionales, como nosotros. Dudo que ellos fueran lo bastante
inteligentes para saber que iban a ser extinguidos. Pero Joe Harrison no es la
clase de persona que acepta tranquilamente esa idea. Me imagino que solo ese
pensamiento le revuelve el estómago.
Así pues, ¿es usted capaz de hacer ese salto en el espacio?
Yo no, querida - contestó Liz, sonriendo -. Joe si, y el padre de Joe y la mayor
parte de los niños. Y también podrán los tuyos cuando los tengas, no lo dudes.
¿Qué pasará si los «Ranas» nos encuentran?
Dad, Joe y todos los niños pueden escapar aseguró Liz.
Pero ¿nosotras...?
Nosotras no, muchacha - repuso Liz sonriendo.
* * *
Liz era un alma amiga. Una hora después pidió a Magda que fuera con ella a lo
alto de la montaña.
Los muchachos han ido a cazar - explicó -. Esto les sienta bien, pero son jóvenes.
Siempre es conveniente andar cerca de ellos. Si tú te vas a quedar con nosotros lo
mejor será que te ocupes de esto. Eres más joven y más ligera que yo. Ahora,
ven.
Liz miró dentro de la cueva.
¡Jim! - gritó -, ven, vamos a subir al monte.
Yo os encontraré allí - replicó la voz de Jim-. Os encontraré cerca de los pinos.
Magda y Liz treparon por las rocas hasta lo alto del monte con mucho trabajo. Liz
no cesaba de hablar. En la cumbre, donde hacía más calor v había arbustos y
maleza, había un grupo de cinco árboles. Cuando se acercaron salió Jim de detrás
de ellos.
¿Dónde están los otros, Jim? - preguntó Liz ansiosamente.
Más allá. Está bien, Ma - la tranquilizó cl muchacho.
Los tres empezaron a subir la pendiente de la montaña. Otros dos o tres niños
aparecieron por allí, pero Jim era el que parecía conocer mejor el camino.
Después de andar una milla, saltó una liebre delante de Magda y desapareció a
gran velocidad. Ella pensó que podía haber hecho algo y continuó mirando la
liebre que pasó al lado de un arbusto y apareció Jim justamente delante de ella. La
liebre reaccionó violentamente, pero el muchacho cayó sobre ella. Magda vio
como le puso la mano en el cuello con un movimiento rapidísimo.
Nos vendrá muy bien para comer - dijo Magda en tono maternal -. Espero que Joe
traiga esta noche un gamo.
* * *
Harrison y Magda salieron juntos por la noche.
No era la primera vez que salían juntos. Cuando salían ni Liz ni nadie hacían
preguntas ni comentarios. Harrison no le había instado para que sea quedara.
Magda pensaba que él toleraría que se fuese, aunque no lo deseaba. Pero
¿adónde iba a ir? El no era un hombre particularmente amable ni simpático.
Hablaba muy poco. Era evidente que no quería tener otra mujer, pero sí más
niños. Niños que pudiesen dar el salto en el espacio como él decía. Pero ella
nunca había conocido lo que era afecto ni amistad y con él sentía una sensación
de seguridad como nunca en su vida había sentido.
Anduvieron juntos barranco abajo sin cogerse de la mano. Esto no entraba en el
carácter de Harrison, caminaban tranquilamente, uno al lado del otro.
Allá abajo, en otro valle, Magda vio un resplandor rojo. Cogió a Harrison por las
muñecas v señaló:
Es una expedición de caza de los «Ranas». Puede ser que desde que tú me
libraste de ellos sepan que hay algunos de los nuestros viviendo en estas
montañas.
El se quedó mirando el resplandor rojo. A la luz de la luna se veía su expresión
feroz.
Voy a ir allí abajo - le dijo a ella -. Tú vete a casa y díselo a Dad. Yo tengo que
irme escondiendo en sitios donde pueda verlos sin ser visto; por tanto no
esperarme hasta mañana. Ve v dile a mi familia que tenga los niños preparados
para trasladarlos si llega el caso...
Sacó su machete de la vaina y como una sombra desapareció de su lado.
Las partidas de caza de los «Ranas» no estaban acostumbradas a luchar con los
humanos que se esconden en sitios más difíciles; cuando se ven perseguidos
huyen y se esconden y no presentan batalla más que cuando se ven acorralados.
No tenían noción de ningún ataque reciente, no provocado, por parte de los
humanos. De todos modos el ser humano era un animal astuto y peligroso y «los
Ranas» tomaron precauciones Mientras cuatro de ellos dormían, el quinto se
quedó de guardia.
Harrison bajó corriendo por el barranco desde lo alto del monte hacia donde se
veía el resplandor de la hoguera y aterrizó muy cerca de ellos, silenciosamente
como una hoja, y se quedó completamente inmóvil. Escuchando atentamente
podía oír los pequeños movimientos que hacía el que estaba de guardia y
consiguió distinguirlo bien para tenerle a tiro. Escogió su posición con cuidado y se
fue acercando hasta que estuvo a un metro de distancia del «Rana» y
describiendo un círculo con la pesada hoja de su cuchillo, le degolló. No se oyó
más que un pequeño zumbido cuando cayo el cuerpo.
Los otros cuatro estaban tendidos alrededor del fuego envueltos en gruesos
capotes. Harrison se acercó con mucho cuidado para cerciorarse de que estaban
dormidos. De repente saltó sobre el más próximo y le cortó la cabeza. El segundo
se movió y empezó a despertarse mientras Harrison sé abalanzaba sobre él y él
«Rana» no exhaló más que un leve gemido antes de morir. Mientras caía sobre su
tercera víctima se dio cuenta de que el último miembro de la banda se incorporaba
y buscaba sus armas. Rápidamente dio una cuchillada al
«Rana» que tenía más cerca y en seguida enfocó con la vista un árbol a medio
kilómetro de distancia y se plantó en su copa en el tiempo de un suspiró.
Permaneció allí hasta el amanecer. El único superviviente de la partida de caza se
quedó alerta mirando a las sombras. Varias veces hizo fuego en cuanto veía
moverse los arbustos. Cuando amaneció examinó los cadáveres de sus
compañeros. El último «Rana» que acuchilló Harrison, vivía aún y su compañero
le disparó en la cabeza para rematarle. Había muy poca compasión y muy poco
compañerismo entre los «Ranas».
Harrison no dejó de observar al «Rana» cuando este se dirigía por la senda abajo
hacia el campo abierto; si hubiese tenido allí su arco probablemente hubiera
acabado con él.
En tres saltos volvió a la cueva y cogió el arco.
Uno de ellos se ha escapado explicó -; tengo que alcanzarle antes que propague
la noticia.
Pero nunca pudo dar con él. Quizá encontró otra banda de «Ranas» que tenía
vehículo. Quizá logró pedir ayuda. Los humanos sabían muy poco sobre la técnica
de los «Ranas» y sobre los medios que poseían para comunicarse.
Bien; ellos saben ya que existen humanos en estos parajes y saben también que
somos luchadores y no siempre huimos y nos escondemos - decía Harrison a su
padre.
¿Crees que debemos mudarnos?
Oh - dijo Harrison moviendo la cabeza con obstinación -; entre otras cosas hay
quien no puede moverse con tanta facilidad como los demás
y miró a Lucy -. Además estas montañas son tan buenas como cualquier otro sitio.
Son salvajes. Hay comida, caza y buenos escondites. Necesitaremos un sitio
donde procrear.
Su padre insistió:
Cuando se den cuenta de que vivimos aquí unos cuantos humanos con mujeres
criando niños, caerán sobre nosotros en expediciones bien organizadas.
Puede ser. Pero creo que los «Ranas» actualmente son muy distintos de como
eran cuando vinieron. Ahora ya son colonos y no conquistadores.
Además deben de estar muy seguros de que nos tienen va dominados. Creo que
si nos limitamos a no atacarlos si no suben ellos a las montañas, quizá se
convenzan que estas montañas son peligrosas para ellos y se abstengan de
intentarlo.
* * *
Era muy fácil para Harrison, su padre y Jim, vigilar los alrededores. Podían saltar
de lo alto de una colina a otra y tener bajo su vigilancia los valles.
Otra expedición de caza, mayor que la anterior, apareció dos semanas después.
Harrison soltó a perros para que le siguieran el rastro y entre su padre y él,
turnándose a razón de cinco kilómetros por día, fueron trazando una senda hasta
la salida del distrito.
Tienen que reconocer que somos más modernos y más fuertes para la caza, Dad -
afirmó Harrison -. Corremos delante de ellos sin parar, día y noche, dando vueltas
y revueltas, y de repente desaparecemos del todo.
Dad esperaba que los iban a dejar ya tranquilos.
Podría ser que los «Ranas» estuvieran preocupados. Lo más probable sería que
tuvieran curiosidad por descubrir cómo se las arreglaban los humanos para
escapar.
De todos modos, mandaron una nave aérea. Harrison y su gente la vieron
acercarse por el Este y se dieron prisa en meter a los niños en la cueva.
Era un aparato grande que flotaba lenta y 51-lenciosamente sobre las montañas.
Les quedaban muy pocos de los conocimientos técnicos que tenían antes los de
su raza v no sabían cuál era la fuerza motriz. Tan solo sabían que era mortal para
ellos. Luego, volvió a pasar más bajo, casi rozando las copas de los árboles. La
cabina era transparente y pudieron ver en su interior una docena de personas
negras.
Harrison, que los estaba observando detrás de un arbusto> rechinó los dientes.
¿Crees que de un salto podríamos meternos allí, entre ellos?- preguntó al viejo.
No veo por qué no - respondió el viejo.
La nave giró bruscamente cuando estaba sobre ellos.
Algo han visto - gruñó Harrison -. Me parece imposible tener a todos estos niños
corriendo por aquí fuera y por el río, expuestos a que los vean y les disparen.
* * *
El artefacto evolucionó durante un par de minutos y luego se dirigió rápidamente
hacia el Sur. Ellos le miraban cómo iba disminuyendo con la distancia, hasta
desaparecer.
Lo mejor es que los niños salgan ahora a dar unas carreras, antes que vuelvan - le
sugirió Harrison.
Fue a buscarlos a la cueva y en un momento estuvieron todos abajo en el río,
chapoteando y salpicándose los unos a los otros como siempre.
No hacía más que cinco minutos que estaban allí, cuando el joven Jim lanzó un
fuerte silbido.
¡Dad! Exclamó señalando.
La nave aérea venía muy baja, a lo largo del río y luego dio media vuelta alrededor
del monte.
Recoge a los niños, Jim - gritó Harrison.
Jim estaba abajo, en el río, entre ellos.
El aeroplano volaba cada vez más bajo. Jim consiguió que los niños
desaparecieran del río. Desaparecieron como hacen las figuras de una pantalla de
cine, quedando inmóviles de pronto. Harrison estaba de pie mirando la nave.
Deben de haber visto algo. Se conoce que nos han visto fuera. Ahora ya saben
que vivimos aquí una familia y verán que somos diferentes del resto de los
humanos.
Enseñó los dientes con un gesto de rabia.
Joe dijo el padre -, vamos allí arriba a arreglarlos.
Harrison miró a su padre y luego al buque, dudando.
¿Crees que podemos?
Sacó su machete de la vaina.
Conforme – repuso -. Diré la palabra mágica. Volvió su fiera y cruel cara hacia
arriba, mirando al aeroplano.
- Ahora - gritó.
Estaban en la nave.
* * *
Había allí ocho «Ranas». Ocho criaturas tan negras que daba pánico mirarlas y
que no comprendían lo que había pasado. Harrison y el viejo empezaron a cortar
piernas, brazos y cabezas. La nave era un vehículo largo y cómodo, con laterales
transparentes, amplias literas y mullidos tapices. En pocos minutos, los humanos
lo dejaron reducido a una cámara sepulcral llena de sangre, de miembros
destrozados y de cadáveres yacentes.
Harrison dejó de acuchillarlos y de dar golpes con el machete.
¿Estás bien, Pa?
Muy bien. Una de estas bestias me ha atravesado una pierna con su cuchillo, pero
estoy sin novedad.
En el extremo delantero estaba el piloto que conducía el aparato, separado del
salón general por un tabique transparente. El conductor estaba inclinado sobre el
cuadro de mandos moviendo febrilmente las palancas. Veían cómo el aparato
subía y bajaba.
Harrison se lanzó sobre el tabique, que crujió, pero no se rompió.
Cuidado, Joe - advirtió el padre.
Tenemos que cogerle. Si vuelve a su base les dirá que tenemos niños y vendrá
por nosotros con más gente.
Vamos a dar un 5a1to dentro de la cabina.
Conforme - gruñó Harrison -. Los dos al mismo tiempo...
Pero su padre saltó primero y cayó sobre el conductor. -
A pesar de la sorpresa que le produjo el milagro de ver a dos hombres atravesar el
tabique, él «Rana» pudo sacar su pistola y montar el gatillo y se oyó una
detonación. Un instante después. Harrison le cogió por detrás y le atravesó el
cuello.
Este es el último.
Miró hacia el salón. El trabajo allí había sido hecho a conciencia. Luego, miró a su
alrededor.
La nave que, evidentemente había sido puesta por el piloto en una ruta fija, se
dirigió hacia el Sur deprisa e iba subiendo.
Tenemos que salir de aquí enseguida - apremió Harrison -. Si perdemos la
orientación y los sitios que conocemos, vamos a vernos muy mal para encontrar
nuestro camino a casa. Ven, Dad, allí tenemos el monte. Vamos a saltar a él.
Su padre estaba recostado contra la pared y se apretaba un costado.
Me siento muy mal - gimió.
Tienes que salir de aquí. Pon los ojos en el monte y salta. Ya te curaremos en
cuanto estemos en casa.
El viejo levantó los ojos y le miró lloroso.
Me parece que no puedo... No tengo fuerza suficiente.
No tienes más remedio, Dad, no tienes más remedio. Tienes que salir de aquí.
Salir de esta nave o te vas al infierno.
Conforme, hijo, haré la prueba.
Mira bien a la colina, a la izquierda - insistió Harrison.
El viejo enfocó bien los ojos, hizo un esfuerzo visible para concentrarse, y
desapareció.
Harrison miró hacia afuera, hacia el monte, \ vio el cadáver de su padre en mitad
del espacio, a unos cien metros de la nave, que caía dando vueltas sobre las
rocas, trescientos metros más abajo.
Harrison saltó un momento después.
La nave con su carga macabra flotó suavemente, y se supone que sería recogida
más tarde, tal vez a miles de kilómetros de allí.
Harrison estaba tumbado sobre la roca ante la cueva mirando a lo lejos, más allá
del valle.
Los matamos a todos. Estamos libres por el momento.
¿Estás apenado por tu Dad?- preguntó Liz.
Supongo que sí - contestó él -. Tú sabes que yo no tengo muchos sentimientos.
No tengo más que la voluntad de vivir, de no ser extinguido
Miró a las estrellas.
Si pudiéramos descubrir de cuál de esas estrellas vienen los «ranas»- musitó -,
podríamos aprender a dar un gran salto de aquí a su planeta. Así podríamos
acabar con ellos.
Dios proteja a los «Ranas» el día en que Joe Harrison y su prole lleguen hasta
ellos - comentó Liz.
Sí, eso es cierto - convino Harrison, enseñando los dientes.

sábado, 11 de agosto de 2012

A FOX TALE


AGRADECIMIENTO A :


Esta semana comparto una historia que tiene un poco de todo, quizás les resulte un poco exagerada, pero esa es la naturaleza de la animación y además posee estéticamente una calidad excepcional.
Vista previa de A Fox Tale, corto de animación
Un zorro y una misteriosa transformación llevará a dos amigos cazadores a los extremos de luchar entre si. Destaco los escenarios y el detalle en su composición, así como la calidad de diseño en los personajes.

A Fox Tale fue creada por Thomas Bozovic, Alexandre Cazals, Julien Legay y Chao Ma. Una buena historia para divertirse durante unos minutos. 

lunes, 6 de agosto de 2012

LA SEGUNDA LEY Barry Longyear


LA SEGUNDA LEY

LA SEGUNDA LEY
Barry Longyear

Cuando subía por los graderíos del sector de espectadores del Gran Circo, lord Ashly
Allenby se detuvo a escuchar cómo un poeta menor de Porse ensayaba su
argumentación. El individuo, regordete y ataviado con una túnica a rayas azules y
grises, se aclaró la gargarita, se irguió, se inclinó saludando y recitó.
Estamos aquí para votar la Segunda Ley,
aunque ignoro bien por qué.
Los horrores del debate, al parecer,
no vale este esfuerzo.
Lord Allenby nos ha convocado aquí,
para rogarle al Noveno que pierda su miedo.
El malvado Décimo no tardará en llegar,
cosa terrible, Si es cierta.
En el momento en que Allenby fruncía el ceño y avanzaba hacía el poeta, sintió que
Disus, su jefe de personal, le tocaba en el brazo. Se volvió y vio cómo el payaso
sacudía la cabeza.
Pero, descendientes de la nove cirense
Ciudad de Baraboo,
he de formuIaros una pregunta:
Hemos vivido aquí libres y con una sola Ley
durante cien años, sin un fallo.
¿Necesitamos otra? ¡Yo digo que no! Y ahora, adiós.
Mientras los escasos oyentes aplaudían. Disus se llevó a Allenby hacia sus asientos. El
embajador tomó asiento de golpe y movió la cabeza.
- ¡Junio, plenilunio, infortunio! - exclamó - Espero que los ejércitos del Décimo
Cuadrante se diviertan con el bufón.
Echó hacia atrás la caperuza de listas negras y escarlatas de su túnica de mago, y se
recodó en el peldaño de piedra del anfiteatro, con los codos apoyados en la grada
superior. Disus se alisó su túnica anaranjada y adoptó una postura similar. Cuando el
embajador del Noveno Cuadrante se hubo calmado un poco, Disus sacó su bolsa.
- Un móvil por tus pensamientos.
Allenby extendió la mano y el payaso dejó caer una moneda de cobre en ella.
- Hallan mi misión excesivamente cómica, y tal vez... - sonrió - ...demasiada seriedad en
mí.
- Tienes que estar orgulloso de muchas cosas, Allenby. Míralos - Disus señaló a las
gradas llenas de masas, jinetes, payasos, representantes, mimos, juglares, monstruos,
acróbatas, mercaderes y artesanos -.Todos son maestros... ¡Mira! Allí está el Gran
Vyson de los representantes de Dofstaffl... ¡Y mira! ¡El Gran Kamera!
Allenby sonrió, sabiendo que Disus, el también un maestro de Payasos, miraba con
adoración al Gran Kamera, maestro de payasos y jefe de la delegación para el Circo de
Tarzak. Sintió saltar su propio corazón cuando reconoció al Gran Fyx, el anciano
maestro de magos, en la delegación. Se inclinó hacia delante, y él y Disus saludaron
cuando la delegación llegó a los asientos de los espectadores.
Kamera saludó a Disus, pero Fyx se apartó de los delegados y le hizo un signo a
Allenby para que se le acercase. Con el corazón palpitante, Allenby pasó por entre las
gradas de espectadores y se detuvo ante el Gran Fyx.
- Allenby, debería haber venido antes, pero los años pesan más que mi magia. ¿Que
me cobras por el viaje?
- Nada, Gran Fyx. Es un honor para mí.
Fyx sonrió con su boca desdentada.
- Baja a la arena. Deseo hablarte en privado.
Allenby saltó el parapeto de piedra y quedó de pie junto al gran mago.
- ¿Qué deseas?
Fyx se le acercó, se llevó su huesuda mano a los labios y susurró:
- Tu truco de las siete cartas. Quiero adquirirlo.
- Me siento muy honrado
- ¿Cuánto?
- Perdona, Gran Fyx - respondió Allenby - pero creo que he perdido el sentido ¿Tú
quieres comprarme un truco? ¡Estoy asombrado!
- Un buen truco es un buen truco, venga de dónde venga. Te vi ejecutarlo en el camino
de Miira.
- Imposible - frunció Allenby el ceño -. Perdona, Gran Fyx, pero te habría reconocido.
No has podido ver ese truco en el camino de Miira.
- Eres un gran mago, AIlenby - carraspeó Fyx, golpeando la arena con el pie -, pero
eres novato. Escucha - Fyx compuso sus facciones, cerró los ojos un segundo y se
cubrió el rostro con la túnica. Cuando la apartó de nuevo, la cara de una joven le
sonreía sensualmente a Allenby - Iría contigo detrás de las dunas Lord Allenby, Ashly...
pero debo preservarme para mi amado...
- ¡Dorna! - exclamó Allenby. Después, sonrió al ver como el Gran Fyx recuperaba su
propio rostro, con sus arrugas que se retorcían cuando reía - ¡Excelente, Fyx! Y es
cierto que he pensado mucho en esa doncella.
- Fuste muy convincente, Allenby, pero me alegro de no haber cedido a tu encanto. ¡Yo
no soy ese estupendo ilusionista!
Los dos magos rieron hasta saltárseles las lagrimas.
- Sí, Gran Fyx, éste es mi precio por el truco de las siete cartas: la verdad acerca de
Dorna. Y tal vez ahora podré soñar en otras cosas.
Allenby sacó una cartera de entre los pliegues de su túnica. Rebuscó entre varios
papeles, escogió uno y se lo entregó al mago. Fyx se lo metió en su propia cartera,
extrajo otro y se lo tendió a Allenby.
- Tu magia es buena, Allenby, pero como comerciante eres muy débil. Toma esto: es
sólo una ilusión menor a cambio del truco.
Allenby aceptó el papel con manos temblorosas.
- Me siento muy honrado. Muchas gracias.
Fyx miró hacia el centro del Circo donde un individuo, ataviado con prendas de color
rojo brillante, daba instrucciones a otros vestidos de blanco.
- El amo del Circo da instrucciones a los cajeros, y debo reunirme con mi delegación.
Allenby se inclinó, el viejo mago saludó y se dirigió cojeando hacia la parte de graderías
que pertenecía a la ciudad de Tarzak.
Allenby examinó el papel que le acababa de dar Fyx. Era la ilusión de éste para una
persona desplazada; una ilusión menor para Fyx, pero que constituiría la pieza maestra
para un mago de menor categoría. Metió el papel en su cartera y trepó por las gradas
hasta donde se hallaba Disus. Al sentarse, sus ojos captaron el vislumbre del verde y
amarillo de una especie de monstruo.
- ¿Es aquél Yehudin, Disus? - inquirió.
Disus volvió la cabeza, protegiéndose los ojos del sol con la mano.
- Sí, es él. Y corre... ¿Habrá aterrizado ya la misión?
Allenby frunció el ceño y los dos se pusieron de pie para recibir a Yehudin. Éste, casi
falto de aliento, se detuvo ante ellos y extendió la mano. Allenby le puso una moneda
en la palma. La piel de la mano de Yehudin, así como del resto de su cuerpo, era
gruesa, estaba segmentada y mostraba un color marrón.
- ¿Qué pasa? - preguntó Allenby.
- Allenby, ha llegado Humphries. Y desea verte al instante.
- ¿Que hace aquí? - Allenby se volvió hacia Disus y dejó caer unas monedas en la
mano del payaso -. Vigila por ahí y ven a mí si me necesitan.
Allenby y Yehudin descendieron por las gradas y dieron la vuelta al Circo hasta llegar a
la entrada de los espectadores. Tras internarse por el túnel tallado en la roca, Allenby
apretó el hombro espinoso de Yehudin.
- ¿Dijo Humphries qué quería?
- No le entendí, Allenby. Pero parecía muy trastornado. - Salieron del helado túnel a una
calle polvorienta, flanqueada por casas y tiendas de una sola planta -. Se mostró muy
desdeñoso hasta que le enseñé las oficinas de la embajada. ¡Entonces empezó a
insultarme!
- Me disculpo en su nombre, Yehudin.
- No eres tú el que debe disculparse.
Allenby asintió y ambos se dirigieron hasta un edificio de dos plantas, construido de
adobe. Encima del portal se leían las palabras: «Embajada del Noveno Cuadrante de la
Federación de Planetas Habitables». De pie en la entrada, Allenby divisó a Bertrum
Humphries, su más próximo subordinado, gordinflón, y resplandeciente con su uniforme
de vice-embajador.
- Soy Allenby.
Humphries miró a Allenby desde su caperuza negra y escarlata a sus sandalias y sus
pies sucios.
- Allenby - rió Humphries, señalando el edificio -, ¿qué significa esto? ¿Espera que me
comporte como un auténtico representante del cuadrante en una..., cuadra? ¿Y por qué
lleva usted un traje tan carnavalesco?
- Primero, Humphries, llámeme lord Allenby o señor embajador - le recriminó Allenby.
Humphries frunció el ceño, luego bajó el brazo y entrecerró los ojos -. Segundo, creo
que usted le debe disculpas a mi secretario.
- ¿Esto... - Humphries blandió un dedo hacia Yehudin - esto es su secretario?
- ¡Esto tiene un nombre, Humphries! Se llama Yehudin, el cocodrilo de los Monstruos de
Tarzak. Su familia es una de las más distinguidas de Momus, y es mi secretario, señor
vice-embajador.
Humphries esbozó una mueca, después se volvió hacia Yehudin y ladeó ligeramente la
cabeza.
- Le ofrezco mis excusas por mis observaciones, señor...
- Yehudin - El hombre cocodrilo sonrió, dejando al descubierto dos hileras de dientes
afiladísimos, y luego extendió la mano con la palma hacia arriba.
Humphries miró a Allenby y luego a la mano extendida.
- Humphries, usted le debe una disculpa. Creo que veinte móviles serán suficientes.
Yehudin asintió.
- ¿Espera seriamente que yo pague a esto..., a esto...?
- Sí, a mi secretario..., y lo espero.
Humphries metió una mano en su bolsillo del pecho y exhibió la cartera. La abrió y sacó
varios billetes.
- ¿A cómo está el cambio?
- Todos los cajeros de Tarzak están en el Circo - repuso Yehudin.
Allenby le cogió algunos billetes a Humphries y le entregó veinte monedas de cobre.
- Éste es el cambio, Humphries.
Humphries cogió las monedas, con una expresión de extrañeza en su rostro, y se las
dio a Yehudin. Éste se las embolsó, sonrió otra vez y, pasando por detrás de
Humphries, abrió la cortina que cerraba la puerta de la embajada.
- ¿Caballeros...?
Ya dentro de la embajada, sentado en uno de los varios almohadones de color bronce
colocados en torno a una mesita baja, Allenby fue dándose cuenta de cómo Humphries
se iba sintiendo más incómodo minuto a minuto. Era obvio que la blusa de cuello alto de
su uniforme le estaba asfixiando. Allenby no tuvo el valor para comunicarle al viceembajador
que cuando se había recostado en la pared de adobe encalado se había
manchado la espalda de su uniforme color medianoche con blanco de cal.
- Oh, Humphries - dijo en cambio -, lamento mucho haber empezado tan mal. Es
importante que nuestras relaciones sean de mutuo respeto y buena colaboración.
- Supongo que habrá actuado al saber la noticia, Lord Allenby.
- ¿Qué noticia?
- ¿Cómo qué noticia? ¡Que Momus todavía no ha autorizado las relaciones con la
Federación del Cuadrante!
- Estas cosas necesitan tiempo, Bertrum..., ¿puedo llamarle Bertrum?
- Ben.
- Muy bien, Ben.
- Lleva usted en este planeta más de dos años, Lord Allenby, y creo que ya ha habido
tiempo suficiente.
Allenby se encogió de hombros y elevó los brazos.
- Primero tuvo que esparcirse la noticia, después vinieron las solicitudes de las
poblaciones, las asambleas, la formación de las delegaciones y el traslado a Tarzak.
Las delegaciones ciudadanas se están reuniendo ahora en el Gran Circo para votar la
Segunda Ley...
- ¿La Segunda ley? - frunció el ceño Humphries -. ¿Ha dicho la Segunda Ley?
Allenby dejó caer los brazos y asintió.
- Sí, Ben. Momus sólo tiene una Ley. La Primera Ley se votó hace más de un siglo, sin
que realmente nadie recuerde por qué se votó.
- ¿Y cuál es la Primera ley?
- Es la ley que permite hacer leyes. Si, es una lástima que desde entonces no hayan
dictado ninguna más. Porque, para dictar otra, primero tiene que reunirse la gente de
una población y solicitar una asamblea general a fin de elegir una delegación...
- Por favor - le interrumpió Humphries levantando una mano. Luego sacudió la cabeza -
¿Es decir que no existe ningún cuerpo político con el que tratar?
- Ha acertado - sonrió Allenby.
- ¡Imposible! Esto va en contra de todas las cláusulas de la aceptada teoría política para
una población de esta densidad... Quiero decir, ¿qué hacen con los impuestos, el
crimen y, por ejemplo, la representación de este planeta en la Federación del Noveno
Cuadrante?
Allenby tabaleó sobre la mesa y estudió al vice-embajador.
- Respecto a los impuestos, Ben - repuso con un suspiro -, todo el mundo paga por lo
que usa según el grado en que lo usa.
- Y por lo visto no existe la criminalidad - rezongó Humphries.
- Poca, aunque existe. Si uno roba o estafa, hay que indemnizar a la víctima o sufrir el
exilio. En caso de homicidio, sólo hay el exilio.
- ¿Exilio de dónde o de qué?
- Exilio de la compañía de las personas honradas. Los exiliados son marcados y
enviados al desierto. Nadie les da nada ni les vende charla, descanso, comida o
consuelos.
- ¿Y quiénes juzgan?
- El pueblo..., Ben, ¿no ha estado jamás en un circo?
- ¿Un circo? - Humphries se quedó boquiabierto.
- Sí
- Bueno, de niño, por televisión...
- Es una sociedad muy unida, Ben, apegada a sus costumbres y tradiciones. Y la
naturaleza de estas costumbres y tradiciones es la causa de que Momus sólo posea
una Ley, y que probablemente hubiese podido sobrevivir sin ella.
- Excepto por una cosa, lord Allenby: el Décimo Cuadrante.
- Cierto - asintió Allenby.
- Lo cual nos lleva de nuevo a la pregunta de lo que ha hecho usted durante estos dos
años.
- Ben, tuve que apoderarme de una nave transbordadora para llegar hasta aquí y
cuando aterricé sólo llevaba una capa. Primero tuve que llamar la atención de la gente y
después conseguir su respeto.
- ¿Respeto? ¡Usted es un embajador de primer rango!
- La política y la diplomacia - se encogió de hombros Allenby -, no se reconocen aquí
como ocupaciones legítimas...
- ¿Legítimas? Supongo que consiguió el respeto vistiendo esas ropas ridículas...
- Me gané los colores de Mago, Ben, y a decir verdad, son unas ropas mas confortables
que la chaqueta que lleva usted.
- ¡Dios mío, vaya pantalones! ¿Lleva algo más debajo?
- No, Ben, en absoluto. Aparte de lo indispensable - Sonrió Allenby.
- Lord Allenby, esta broma es de un gusto pésimo - gruñó Humphries.
- Pues Disus afirma que es un chiste bueno, y me costó diez monedas de cobre.
- ¿Disus?
- Mi jefe de personal.
- Supongo que es un comediante.
- No, un payaso.
- ¿Y así se la ganado usted el respeto de este pueblo?
- Puedo demostrarlo - Allenby rebuscó en sus bolsillos y exhibió su cartera. Extrajo de
ella un papel que dejó sobre la mesa, delante de Humphries -. El Gran Fyx, el más
honorable de los magos de Momus, me dio esto a cambio de mi truco de las siete
cartas. Esta ilusión de la persona desplazada.
- ¿Puedo hablar con franqueza. lord Allenby? - preguntó Humphries, con el ceño
fruncido.
- Adelante.
Allenby volvió a meter el papel en su cartera y ésta en su túnica.
- Antes de abandonar el sistema solar, Bensonhurst, el secretario de Estado del
Cuadrante...
- Le conozco.
- Por lo visto, también él le conoce a usted.
- Vamos, desembuche.
- El secretario me manifestó que a usted lo eligieron embajador en Momus a causa de
sus tácticas diplomáticas poco ortodoxas... - Humphries hizo un gesto como abarcando
todo el planeta -. Y ya tengo algunos indicios del por qué. Pero esto... - bajó las manos
hasta sus rodillas -, esto es lastimoso.
- Algo parecido me dijo el Gran Fyx, más él puede decirlo como superior mío que es.
Como superior de usted, será mejor que me de una explicación.
- ¿Una explicación? La misión diplomática lleva diez días en órbita alrededor de
Momus, y la misión militar llegará dentro de otras tres semanas. Y aquí está usted, con
un albornoz, viviendo en una cabaña de barro, y glorificándose por un nuevo truco...
- Una ilusión.
- Bien, ilusión. ¡De todos modos, está usted jugando a magias con un monstruo y un
payaso, mientras aún no ha quedado satisfecha la legalidad de las misiones diplomática
y militar.
- Creo que ya está bien de franqueza por hoy, Humphries
- Pues aún tiene que enterarse de otra cosa.
- ¿De qué se trata?
- He de informar directamente al secretario.
Allenby asintió. No había esperado otra cosa.
- ¿Qué sabe usted de Momus?
- Me dieron unas lecciones, claro.
- No le pregunto esto.
- Está bien. Hace ciento setenta unidades anuales terrestres, el circo espacial City of
Baraboo, en ruta al primer sistema de su circuito por los planetas del Décimo
Cuadrante, estableció una órbita en torno a Momus debido a dificultades de los
motores. Su órbita, debido a las mismas dificultades, era irregular, y sólo permitió a los
titiriteros y parle del ganado...
- Animales.
- Perdón. Parte de los animales a huir en naves salvavidas antes de que la nave y la
tripulación ardieran en la atmósfera.
- ¿Y...?
- Creo que esto es todo, salvo los datos astrofísicos. Las coordinadas del Cuadrante y
otros factores
- O sea que usted apenas sabe nada de Momus.
- Por lo que veo, Lord Allenby, Momus está a dos pasos de sociedad muy primitiva.
Mi..., nuestro primordial interés es contrarrestar las ambiciones territoriales del Décimo
Cuadrante. Estoy seguro de que nosotros y el general Kahn podemos llevar a cabo esta
misión sin tener que mezclarnos para nada con una pandilla de titiriteros pintarrajeados.
- ¡Titiriteros! - exclamó Allenby sin cambiar de expresión. Luego, se ajustó la túnica y se
inclinó hacia el vice-embajador -. Humphries, viejo amigo...
- ¿Sí?
- ¿Ve esta marca negra entre los ojos?
El vice-embajador se inclinó a su vez y casi bizqueó sus ojos.
- Hummm..., sí. ¿A qué se debe?
- Siga mirándola. Ahora, coloque las palmas de sus manos sobre la mesa.
Humphries colocó las manos planas sobre la mesa, con gesto lento, Allenby sonrió a
medida que las manos de Humphries se iban calentando cada vez más.
- ¿Qué diablos pasa aquí?
- Bien, Humphries, baje la vista. Mire la mesa.
Humphries obedeció, atemorizado. Al instante siguiente, soltó un chillido y trató de
liberar sus manos. Allenby sabía que el otro se veía a sí mismo gritando en un pozo
insondable de llamas y azufre, con la piel chamuscada, asándose hasta los huesos.
También él había sufrido el mismo efecto, y por esto le había pagado a Norman dos mil
móviles por la ilusión. Sintióse casi feliz por la llegada de Humphries. Nunca había
odiado tanto a un ser humano. Allenby dio dos palmadas y Humphries cayó de bruces
sobre la mesa.
- ¡Dios mío! ¡Dios...!
- Humphries, viejo amigo..
- Allenby..., ¿qué ha pasado?
- Es un truco menor, una ilusión llamada «visiones del infierno». ¿Le ha gustado?
- ¡Dios mío, Allenby!
El vice-embajador se incorporó, se desabrochó el cuello de su chaqueta de uniforme y
se secó el sudor del rostro.
- Momus no es una colonia de titiriteros, Bert. Y le haría mucho bien a usted, por otra
parte, conocer algunos trucos. Como dije, ésta es sólo una ilusión menor - Allenby
volvióse hacia la puerta -. ¡Yehudin!
El hombre cocodrilo entró y se cuadró junto a la mesa.
- ¿Por fin has probado la ilusión infernal?
- Sí, Yehudin. Por favor, ayuda al vice-embajador a llegar a su trasbordador.
Yehudin ayudó a Humphries a levantarse y se embolsó las monedas que Allenby arrojó
sobre la mesa.
- Humphries...
- ¿Sí?
- No volverá al planeta sin mi permiso. Y esto se aplica también a todo el personal de la
misión ¿Está claro?
- Sí.
Allenby hizo un gesto con la mano y el hombre cocodrilo condujo al tembloroso
diplomático hacia fuera. Durante largo tiempo, Allenby permaneció sentado, tabaleando
sobre la mesa. Comprendía la actitud de Humphries. Aunque considerándolo un poco
falto de ortodoxia por parte del cuerpo diplomático del Cuadrante, Allenby había servido
en él la mayor parte de su vida y conocía y respetaba las costumbres y tradiciones del
mismo, fundadas sobre siglos de experiencia diplomática. Sonrió al recordar su primer
encuentro con un habitante de Momus, y luego frunció el entrecejo al evocar la
detestable declaración de Humphries respecto a Bensonhurst. Desde el primer
momento, el secretario había dado a entender que echar del cuerpo diplomático a
Allenby era uno de los grandes objetivos de su existencia. De pronto, Allenby sacó de
entre los pliegues de su túnica el comunicador de bolsillo que le había entregado la
partida de aterrizaje, al iniciar su misión. Sabía que aquel aparato de radio era el único
que parecía amenazador en todo el planeta, aunque ignoraba cómo y porqué. Pulsó el
botón de llamada.
- Nave EIite del Cuadrante. Comunicaciones. - carraspeó la cajita del tamaño de la
palma de la mano, con la magia de otros tiempos.
- Aquí Allenby.
- Si, señor embajador. ¿Qué se le ofrece?
- Deseo hablar con el comandante de la misión militar.
- ¿El general Kahn? Un momento, por favor, señor embajador - la cajita calló unos
instantes y luego volvió a la vida con otra voz mas poderosa -. Lord Allenby, soy el
general Kahn.
- General, necesito cierta información.
- De acuerdo, Lord Allenby.
- ¿Está completo el plan de defensa y ocupación de Momus, general?
- Si.
- Deseo verlo..., aquí.
- ¿Ya sabe, lord Allenby, que todo está en fichas de memoria?
- ¿Representa esto un problema?
- Todos nuestros lectores, es decir, los aparatos de lectura están con el contingente
militar. Lo único que tenemos en la Elite son las computadoras de la nave y una unidad
de mando de campaña. Los transbordadores de la Elite no están equipados para los
aparatos de lectura. No se trata del peso, sino del tamaño.
- General, no me importa que tenga que abrir un transbordador nuevo en torno al lector.
- De acuerdo, señor. ¿Para cuándo lo quiere?
- ¿Cuándo puede llegar aquí sin demora alguna?
- ¿Sin demora alguna?
- Sin demora. Cierro.
Allenby se alisó la túnica, se puso de pie y se acercó a la ventana abierta para
contemplar la polvorienta callejuela.
- ¡Eh, pregonero! - gritó, al divisar la figura con la túnica a rayas rojas y purpúreas de un
pregonero.
El aludido cruzó la calle y se detuvo bajo la ventana, con la mano extendida. Allenby
dejó caer una moneda en ella.
- ¿Qué se te ofrece, mago?
- ¿Puedes ir en busca de Tayla, la adivinadora?
- Cobrará caro.
- Pagaré lo que pida, y doscientos cobres para tí si la traes antes de una hora.
El pregonero desapareció calle abajo, antes de que el polvo de su primer paso se
hubiera asentado otra vez.
Aquella tarde, en el desierto al oeste de Tarzak, Allenby estuvo dentro del
transbordador y se preguntó qué magia habría usado Khan para meter el enorme lector
holográfico por la diminuta portilla del aparato. La esfera, que representaba a Momus
bajo un ataque de las fuerzas del Décimo Cuadrante, apenas dejaba espacio libre en el
techo. Tayla tomó asiento ante la esfera, en tanto sus negros ojos absorbían cada
detalle de la imaginaria batalla. El general Kahn, todavía dudoso de las dotes
adivinatorias de Tayla, se colocó entre ella y el operador del aparato lector.
La adivinadora se pasó sus arrugadas manos por los ojos y después sobre la esfera, y
finalmente se echó hacia atrás su capuchón celeste y miró al general.
- Kahn, ordene que el planeta se vea más grande.
Kahn le hizo una seña al operador, el cual pulsó un botón. La esfera quedó llena con el
planeta, con sus desiertos, sus selvas, sus océanos y sus ciudades, todo ello lleno de
vida.
- Muéstreme las instalaciones, Kahn, y esta vez explíqueme cómo funcionan.
Khan señaló una pantalla situada sobre la consola, bajo la esfera.
- Ahí aparecerá todo lo que usted desee saber sobre las bases.
Tayla miró a Allenby con vacilación.
- Tayla es una adivinadora, general, y no sabe leer. Hágalo usted por ella.
Kahn volvió a hacerle una seña al operador y la esfera se oscureció, salvo unos puntitos
que conservaron un color terroso, amarillo-rojizo, verde-castaño.
- Dame la base de Tarzak.
Desaparecieron todos los puntitos excepto uno que se amplió hasta ocupar toda una
cara de las esfera de Tayla. El general se aclaró la garganta.
- Ésta es la base de Tarzak, la primera y la mayor. Servirá primordialmente como
cuartel general de la misión militar y para alojar al personal que no esté en órbita y a
sus familias.
- ¿Cuántos? - preguntó Tayla, levantando una mano.
- ¿Cuántos..., qué?
- Soldados y demás.
Kahn alargó una mano y pidió la respuesta a la consola.
- El total del personal civil y militar será de doscientos veinte mil.
Tayla asintió.
- Otra base, general.
El general y la adivinadora repasaron todas las instalaciones militares del Cuadrante,
desde la base de entrenamiento de combate localizada en el Gran Desierto hasta los
sistemas de Satélites defensivos en órbita. La vieja adivinadora examinó de este modo
las bases de lucha orbitales y planetarias, los almacenes de víveres, los comisariados y
las instalaciones del correo, los materiales en crudo y las dependencias pedagógicas,
sanitarias y recreativas. Cuando terminó toda la serie, Tayla cerró los ojos e inclinó la
cabeza.
- Apague esto, Kahn.
El general miró al operador, y la esfera se tornó transparente y sin vida. Allenby se
acercó a Tayla y le oprimió un brazo.
- ¿Te encuentras bien, Gran Tayla?
Ella levantó la cabeza, mostrando sus fatigados ojos.
- He visto tales cosas en la bola de cristal, Allenby..., tales cosas... - sacudió la cabeza -
Tardaré algún tiempo, pues debo consultar a mi pobre bola - miró hacia el aparato lector
-. Ah, daría una fortuna por poseer esta bola, aunque - sacudió de nuevo la cabeza -
forme parte del problema.
Extrajo una pequeña bola de cristal de entre los pliegues de su ropón y la sostuvo de
manera que captase el rayo de una luz de Servicio de la consola del lector. Al cabo de
unos segundos, la adivinadora empezó a respirar pausadamente, mientras contemplaba
la esfera fijamente.
El general Kahn golpeó el hombro del operador del lector y lo condujo hacia la carlinga
del transbordador. Quedamente, el soldado abandonó el compartimiento. Kahn se
apartó del aparato lector, cogió a Allenby por el codo y lo llevó al fondo de la zona de
pasaje.
- Lord Allenby, para obedecer sus órdenes me he saltado alegremente medio volumen
de los reglamentos del Cuadrante, pero esto de la bola de cristal es demasiado. ¿Qué
puede ver esa mujer en su bola que no haya visto en el lector?
- En su bola no ve nada, Kahn - replicó Allenby -. Emplea la luz de la bola para
concentrar sus ideas. Ahora, su mente trabaja a toda marcha, organizando asociando y
abstactando todo lo que ella sabe, incluyendo la información obtenida por el lector.
Toma esta información, la sospesa y saca sus propias conclusiones.
- Pero se trata de una adivinadora... - Kahn frunció el ceño.
- Tiene otro nombre: previsora por estadísticas...
- Pero a bordo de la nave tenemos el equipo necesario para efectuar proyecciones
sociológicas, y hay científicos altamente adiestrados que pueden interpretar y
comprobar las informaciones. Y lo único que tenemos aquí es la palabra de una anciana.
- No, Kahn. Tenemos la palabra de la Gran Tayla, la mejor adivinadora de Momus. Más
aún, porque ella posee unas cualidades de las que carece su equipo, general.
- ¿Como cuales?
- Sentido común, sentimientos, y un corazón sintonizado con los intereses de Momus y
su población.
Tayla levantó la cabeza, se puso de pie y dejó que la bola se rompiese sobre la mesa.
- ¡Allenby!
Éste se apresuró a su lado y la cogió del brazo al ver que empezaba a tambalearse.
- ¿Qué sucede, Tayla?
- Nos destruirán. Hay que mantenerles alejados. Los soldados no deben venir a nuestro
planeta.
Aquella noche, con la calle que se veía desde la ventana de la habitación de Allenby,
helada y tranquila. Allenby y Kahn estuvieron sentados en la oscuridad, bebiendo vino.
Yehudin había acompañado a Tayla hasta su hogar, había vuelto y les había deseado
una buena noche. AIlenby, con su bolsa bastante aligerada a causa de los sucesos del
día, dejó su copa y miró a Kahn. En la oscuridad, el general se parecía a un oso
inclinado sobre la mesa y sorbiendo su la copa.
- ¿Y bien, general?
La oscura figura asintió con lentitud.
- Lo que dice esa anciana adivinadora es cierto, Allenby. Ya lo vi antes, en el Markab
VIII.
- Entonces, ¿qué le trastorna?
- Lo vi antes, mas jamás pensé en ello. Siempre ha sido un mal necesario de la
Ocupación militar - Kahn vació su copa y volvió a llenarla -. Llegan las tropas, los
créditos empiezan a circular profusamente, la economía sufre un súbito aumento en
sueldos y ventas, y casi al momento las bases están repletas de prostitutas, tabernas y
garitos. Después, ya es sólo cuestión de tiempo que la criminalidad llegue al punto en
que la única respuesta sea un hombre a caballo - Kahn vació nuevamente su copa -.
Entonces, entran en acción los mandos militares y establecen un gobierno. Sí, la
importancia de la misión militar que debe ocupar Momus atraerá el comercio del resto
del Cuadrante.
- Lo que significa más gente, más basura, más crímenes...
- Y más gobierno - Kahn sacudió la cabeza -. Bien, no debe preocuparme tanto. Ya lo
he visto antes. Pero esa anciana..., lo que ha descrito es la muerte de toda una
población. Ha descrito su propia muerte.
- ¿Qué sería peor, Kahn: esto o que el Décimo Cuadrante ocupara Momus?
- No hay elección. Depende de que uno desee morir lentamente o deprisa - Kahn llenó
su copa con exceso y derramó unas gotas de vino sobre la mesa -. Lo siento.
- No importa.
El general bebió apresuradamente y dejó la copa en la mesa.
- Bien, no es misión nuestra freír este pescado, ¿verdad?
- ¿Cómo?
- Como ya habrá indicado el vice-embajador Humphries, todos nosotros trabajamos
para el Cuadrante. No se trata sólo de impedir que el Décimo Cuadrante ocupe Momus.
Hay mucho más en juego. El Décimo Cuadrante ha puesto en pie una armada que
supera a todas las de la Galaxia, y están dispuestos a usarla. Si pueden conquistar
planetas sin luchar, estupendo. Pero tampoco les asusta el combate. En realidad, ya
hemos tenido algunas escaramuzas con ellos.
- No sabía nada de esto.
- Ni nuestro Cuadrante ni el Décimo lo admiten, pues una sola mención oficial
significaría la guerra. Se limitan a ir lo más lejos posible sin perder naves y vidas. Lo
que desean es este Cuadrante, y si nosotros preferimos defender los intereses de
Momus contra los de todo el Cuadrante...
- Entonces, sacrificamos al peón.
- Ahora ha hablado como un verdadero diplomático - Kahn arrojó su copa al suelo -.
¡Diablo, estoy borracho!
- ¿Y qué hay de la solución de Tayla?
- ¿La adivinadora? - Kahn movió la cabeza de lado a lado - Imposible. La única forma
de mantenerlos apartados del planeta sería poner en órbita a toda la misión militar. Y
aun así, necesitaríamos poseer la fuerza y el material.
- La fuerza y el material podrían conseguirse con un mínimo de contacto, ¿no?
- Supongo que sí. Pero aquí está la cosa. El gasto de mantener a la misión en órbita...
El secretario jamás lo avalaría. Es prohibitivo.
- ¿Éste es todo el dilema? ¿El gasto?
- Técnicamente podría hacerse.
- Bien, Kahn - rió Allenby -. Momus pagará su propia defensa.
- ¿Qué?
- Si no la pagan, la población de Momus pensará que su defensa no vale nada. Habrá
un intenso regateo, pero Momus pagará por mantener la misión en órbita. ¿Cuánto
tiempo tardará usted en trazar un plan?
- ¿Sin que importe el coste? - Allenby rió y asintió. Kahn meditó unos instantes -.
Cuando me haya serenado, unas tres o cuatro horas Todo está en la computadora. Lo
único que hemos de hacer es alterar los datos.
- ¿Mañana al mediodía?
- No. Tardaré una hora en llegar a la nave, y algo mas en izar hasta ella el lector. ¿Y si
lo hiciésemos aquí, en el planeta? Puedo utilizar el transbordador y meter el lector en
las computadoras de la nave. Estaría antes de mediodía.
- De acuerdo. Que sea de este modo.
- Bien, ¿dónde duermo?
- Junte unos almohadones en el suelo y tiéndase encima.
Kahn dio unas vueltas por la habitación, y luego se dejó caer sobre los almohadones.
Unos segundos más tarde, respiraba ya pausadamente, prometiendo roncar. Disus se
levantó de su oscuro rincón y dejó unas monedas sobre la mesa.
- Un viaje a través de una mente ajena..., excelente, Allenby. La ilusión de la persona
desplazada vale diez veces su precio.
- Me sorprende haber movido bien mis piezas al primer intento. Fyx jamás se ganará la
vida como escriba.
- Cuando sentí la aproximación del aura, intuí que él no habría observado que no había
consumido mucha parte de tu savia.
- Conseguiré la adecuada combinación con la práctica - afirmó Allenby - ¿Y respecto a
lo que te pregunté?
- Kahn es un hombre honrado, Allenby. Intentará cuanto pueda.
Allenby colocó sus almohadones y se tumbó encima
- Disus, he de descansar. Quiero estar temprano en el Circo.
Disus asintió y dio media vuelta, dispuesto a marcharse.
- Mañana te necesitaremos. Hablará el Gran Kamera y se opondrá a la Segunda ley.
A la mañana siguiente, muy temprano, calentando el sol sólo el borde superior del muro
occidental del anfiteatro, Allenby contemplaba ya cómo los representantes de Boosthit
de Farransetti y su aprendiz relataban una vez más las noticias que Allenby había
llevado a Momus. El aprendiz interpretaba el papel de Allenby, y por haber presenciado
ya antes la misma representación, se perdía el factor sorpresa. Pero la representación
era buena y conseguía muchas monedas. Cuando los dos representantes se inclinaron
delante de Allenby, sentado en el sector de los espectadores, los cajeros de túnica
blanca cogieron las bandejas del dinero y se estacionaron entre los delegados. El amo
del Circo tocó el silbato y la cháchara de los delegados bajó de tono. Un cajero salió de
entre la delegación de Tarzak, anduvo hasta el centro del Circo y le entregó al amo un
papelito. Después de tocar de nuevo el silbato, el amo del truco se dirigió a las
graderías.
- ¡Damas y caballeros! ¡El Gran Fyx de la delegación de Tarzak hablará para el Gran
Circo!
Los cajeros se movían entre los delegados, cobrando de aquellos que escucharían a
Fyx, y haciendo salir a los que no deseaban oír el discurso. Cuando terminaron, los
cajeros se agruparon al borde del Circo y presentaron sus cobros al cajero mayor,
quien. a su vez, se los ofreció a Fyx. El anciano mago aceptó sus móviles, se puso de
pie y pasó el centro del Circo. Levantando las manos, hizo aparecer una bola de llamas
anaranjadas por encima de su cabeza, que después se convirtió en un humo negro que
lentamente se disolvió en el aire.
- Un grano de arena - empezó Fyx. señalando el humo - es a una montaña como estas
volutas de humo son a la guerra.
Los delegados aplaudieron esta primera frase del mago, y Allenby, por su parte,
aplaudió más que nadie. Era un truco viejo, pero captaba la atención. La multitud volvió
a aquietarse, y Fyx bajó las manos y miró a los delegados de las gradas.
- Ya hemos oído a los representantes de Boosthit de Farransetti contar las noticias que
Allenby trajo a Momus. Y hemos oído los malvados planes de la Federación del Décimo
Cuadrante. Controlarían nuestro planeta con o sin nuestro consentimiento. Con nuestro
consentimiento seríamos esclavos; sin nuestro consentimiento... - Fyx indicó la
nubecilla de humo - nos atacarían con terribles armas y se apoderarían de cuanto
quisieran - volvió a bajar la mano -. Al protegernos, el Noveno Cuadrante nos ahorraría
tal elección, más no podemos conseguir su protección sin dar nuestro consentimiento.
El anciano mago señaló a la delegación de Tarzak y un aprendiz salió de las graderías
llevando un cayado de puño curvo. Se lo entregó a Fyx y regresó a su sitio. El mago se
apoyó en el cayado con ambas manos. Inclinó su cabeza por un instante y prosiguió su
perorata.
- La Segunda ley debe, en primer lugar, pedirle a la Federación del Noveno Cuadrante
que actúe en defensa nuestra. Segundo, debe crear el medio de representar a Momus
como un planeta completo que planee y forme la naturaleza de tal defensa,
conjuntamente con los oficiales del Noveno Cuadrante - levantó más la cabeza y el
cayado por encima de aquélla -. Henos de hacer esto. ¡Y recordad lo que nos aguarda
en caso contrario!
En aquel momento, la parte del circo donde estaba Fyx se llenó de un humo blanco,
muy denso. Cuando se despejó, el viejo mago estaba sentado otra vez con la
delegación de Tarzak.
Mientras todos aplaudían, Allenby divisó a Disus trepando por las gradas en su
dirección.
- ¿Me he perdido la actuación del Gran Kamera, Allenby?
- No. Fyx estuvo bastante bien, pero no veo a Kamera con su delegación.
Disus se sentó y se frotó las manos.
- Es el mejor payaso de Momus, Allenby. Por tanto, tiene que hacer su entrada.
- ¿Y qué hay de Kahn? - Disus pareció confuso un instante y después asintió con el
gesto.
- Asegura que tendrá trazado el plan cuando el sol caliente el Circo.
Extendió la mano y aceptó las monedas. Tras embolsarlas, dirigió su atención hacia la
entrada norte del Circo. Un cajero entró por allí y corrió hacia el amo del Circo, a quien
entregó un papel.
- ¡Damas y caballeros, el Gran Kamera hablará al Gran Circo de Tarzak!
Los cajeros se apresuraron a efectuar los cobros, y el cajero mayor hizo que un
aprendiz le ayudase a llevar el dinero al Gran Kamera, pues muchos habían pagado por
verle actuar. El cajero mayor y el aprendiz se perdieron en la oscuridad de la entrada
norte y luego volvieron al Circo tratando de ahogar sus risas al ocupar de nuevo sus
sitios respectivos.
Allenby tendió la mirada por las gradas y la detuvo en Disus. Todo el gentío, excepto él,
miraba hacia la entrada norte, disponiéndose a reír como tontos. Al volver la vista a
dicha entrada, Allenby trató de ahuyentar su aprensión. Pero volvió a experimentarla
cuando un lastimoso sonido de «¡skiugi, skiugi!» resonó en la entrada, provocando un
alud de carcajadas. Cuando éstas empezaron a calmarse, una máscara de papel liso
surgió a la luz, miró a derecha e izquierda, y después al frente, de manera que todo el
mundo, menos los que estaban detrás de la entrada, pudieran verla. Allenby se
estremeció al oír las carcajadas causadas por la máscara, y también ante ésta. Con
unos ojos azules, anormalmente grandes y anchos, unas mejillas sonrosadas y una
boca en forma de O, era la cara de un chiquillo asombrado, y al mismo tiempo una
grotesca imitación del rostro de Allenby.
Con el sonido de «¡skiugi, skiugi!» la figura penetró en el Circo.
El sonido, causado por unos enormes pies postizos, pronto quedó ahogado por las risas
y los aplausos de la multitud. El payaso, sosteniendo la máscara ante su rostro, llevaba
una túnica de mago en su lado derecho y una túnica de representante en el izquierdo.
Los extremos sueltos estaban anudados en torno a su cuerpo, sujetos por un cinturón
del que colgaba una gran variedad de objetos. Cuando llegó casi al centro del Circo,
Kamera se detuvo y levantó la mano libre pidiendo silencio, con la manga floja sobre su
mano. Inmediatamente, el extremo de la manga empezó a echar humo, y los intentos
de Kamera para apagar el fuego con sus enormes pies no tardaron en provocar la risa
en Allenby.
Una vez aparentemente apagado el fuego, Kamera volvió a levantar su brazo libre,
siempre con la mano sobre su mano. El Payaso volvió la máscara y el rostro hacia el
brazo levantado, y la muchedumbre calló cuando el brazo cubierto con la manga
empezó a temblar. Al cabo de un momento, el brazo se alargó más que la manga,
dejando al descubierto el puño. El brazo dejó de temblar y el payaso pareció
acobardarse al contemplar cómo se le abría el puño. Ya con los dedos bien extendidos,
Kamera se volvió y mostró su mano abierta a todos los espectadores de las gradas.
- ¡Damas y caballeros, os doy la ilusión de la Mano Renacida! ¡Ta, ta, taaa!
Allenby frunció el ceño y se volvió hacia Disus.
- ¡Está yendo demasiado lejos! ¡Me gustaría enseñarle la ilusión del payaso frito!
Ya muerto de risa, cuando oyó a Allenby, Disus se dobló sobre sí y cayó rodando por
las gradas. Allenby, sin prestarle mucha atención, miró a Kamera, que de nuevo
intentaba aquietar su mano.
- Os hablo, damas y caballeros, como Allenby, el mago... - Kamera miró la manga negra
que era la derecha de su vestidura -. No, ésta es una manga de representante.
Entonces, os hablo como Allenby, el representante... - de pronto, el payaso miró su otra
manga, a rayas negras y rojas - ¡Ah, ahora soy un mago! ¿Cómo podría deslumbraros
con mi magia? - Hizo una pausa -. Pero, si no soy un representante de noticias, ¿cómo
podré daros las noticias del ofrecimiento del Noveno Cuadrante?
Volvió a mirar su manga izquierda. Se sobresaltó a su vista, se llevó una mano al
cinturón y cogió una cinta. Usándola para asegurar la máscara al rostro, extendió
ambos brazos al frente. Primero se miró una manga y luego la otra. Dejó caer los
brazos al costado y sacudió tristemente la cabeza.
- Dejémoslo por el momento - extendió ambos brazos -. De todos modos os hablaré
como el Allenby de la ciudad de..., de la ciudad de... Vaya, tampoco me acuerdo de esto
- se volvió hacia la delegación de Tarzak -. Yo vivo en Tarzak, pero ¿he sido aceptado
alguna vez por la población?
- ¡No! - grito un sacerdote ataviado de negro y diamante blanco levantándose entre los
delegados.
Kamera se volvió de espaldas a la delegación de Tarzak y meneo la cabeza. Entonces,
empezó a pasearse trazando un pequeño círculo, mientras con los pies hacía «¡skiugi!
¡skiugi!». Tendió las manos adelante y dio la vuelta al Circo.
- ¿Soy acaso de Kuumic?
- ¡No! - repitió el sacerdote de la delegación de Kuumic.
(«Skiugi; skiugi.»)
- ¿Soy de la ciudad de Miira?
- ¡No!
El payaso fue de delegación en delegación, meneando la cabeza, rascándosela,
frotándose la barbilla y tirándose de la nariz sin cesar. Al fin, se detuvo cerca del centro
del Circo y se encogió de hombros.
- No importa, ya me acordaré - levantó la mano derecha y señaló a la multitud -. Al
menos, os hablo como Allenby. ¡De esto si estoy seguro! - Dejó caer la mano y volvió a
rascarse la cabeza. Completamente seguro.
Allenby señaló a Kamera y se volvió hacía Disus.
- ¿Acaso no acabará nunca? ¡Me está matando aquí mismo!
Disus, con sus mejillas bañadas por las lágrimas, sólo logró asentir y absorber una
bocanada de aire. Allenby miró a la delegación de Tarzak, y a Fyx que estudiaba
atentamente a Kamera.
El payaso levantó de nuevo las manos.
- Ya me acuerdo. Yo soy Allenby - cuando los gritos de la multitud se acallaron, Kamera
bajó las manos y dio una palmada -. Soy un embajador, esto también lo recuerdo. Soy
de la Federación del Noveno Cuadrante de los Planetas Habitables, y tengo un plan. Mi
plan es lograr que vosotros representáis a Momus ante el Noveno Cuadrante, eligiendo
a un payaso para este servicio.
- ¡No! - gritaron los delegados, la mayoría de los cuales no eran payasos.
Kamera se rascó la cabeza.
- Al menos, creí que éste era el plan..., ¿tal vez un mago?
- ¡No!
El payaso sacudió la cabeza.
- Ya veo que no era éste el plan - Tal vez una ciudad. Una ciudad posee todos los
comercios, y Tarzak es la ciudad más poblada. ¿Representará Tarzak a todas las
ciudades? ¿Era éste mi plan?
- ¡No! - gritaron los delegados, la mayor parte de los cuales no eran de Tarzak.
- Ya veo que no es éste mi plan - asintió Kamera -. Y estaba seguro de tener uno... - El
payaso se enderezó muy erguido y adoptó la postura de Eureka, con un dedo al aire -.
¡Ya me acuerdo! Este Gran Circo representa a todas las ciudades y a todos los
comercios de Momus. Mi plan es reteneros aquí por el resto de vuestra vida, aquí, en el
Gran Circo, para que representáis a Momus ante el Noveno Cuadrante.
- ¡No!
Kamera abatió sus hombros y meneé la cabeza.
- No, de acuerdo - se enderezó ligeramente, y empezó a dirigirse a la entrada norte
(«¡skiugi, skiugi!») -. Por un momento me pareció claro que... que tal vez tuviera otro
plan en mi cesto («¡skiugi, skiugi!»).
Se detuvo en la salida, se quitó la máscara y saludó.
A Allenby le pareció oír cómo se estremecían las piedras del Oran Circo bajo los
aplausos.
Cuando éstos cesaron, Allenby se volvió hacia Disus. El payaso se estaba secando las
lágrimas con la manga de su túnica color naranja.
- ¿Bien, Disus?
Disus miró a Allenby y estalló en una carcajada. Otros miraron en su dirección, y pronto
todo el sector de espectadores estuvo riendo alocadamente.
- Perdona, Allenby..., - el payaso dejó caer unas monedas en la mano del embajador -.
¿Cuál era tu pregunta?
- Los aplausos... ¿han sido por la representación o por la posición adoptada?
- Por ambas cosas - repuso Disus, dejando de reír -. Él no se opone a que el Noveno
Cuadrante defienda a Momus, por lo cual somos muy afortunados. Mas, en tu calidad
de embajador del Noveno, Allenby, ¿con quién has de tratar? Esto es a lo que has de
responder.
Allenby volvióse hacia el frente y murmuró:
- Yo no he de responder a esa pregunta, Disus.
- Cierto. Momus debe escoger su propio camino - Disus señaló al Circo -. Mas creo que
tu pregunta se aproxima ya.
Un cajero salió de entre la delegación de Tarzak y le entregó otro papel al amo del
Circo. Allenby miró a aquella delegación y vio a una figura ataviada como adivinadora
que se disponía a levantarse.
- ¡Tayla!
- Sí - asintió Disus -. Ignoraba que fuese delegada.
Allenby golpeó su puño derecho contra su mano izquierda.
- No lo era. Debe de haber ingresado esta mañana.
- ¡Damas y caballeros! - se hizo un silencio total -. Gran Tayla de la delegación de
Tarzak hablará para el Gran Circo.
Los cajeros pasaron entre los delegados y el cajero mayor se acercó a Tayla. Allenby
vio cómo la mujer rebuscaba en su túnica y le entregaba una bolsa al cajero mayor.
- Tayla es respetada..., ¿por qué ha de abonar el saldo?
- Es difícil actuar después de Kamera - sonrió Disus.
Allenby asintió. Tayla abrió los brazos.
- Yo, Tayla, hablo como persona que ha visto lo que debía ver. - La voz de la anciana
era débil y la multitud calló como si encima le hubiera caído una casa -. Vi muchas
cosas en la gran bola de cristal de la nave de la Federación del Noveno Cuadrante...,
muchas cosas. He visto un gran ejército descendiendo sobre Momus para destruirnos.
Convirtiendo nuestros móviles en papel y nuestras acciones en vergüenza. Tienta a
nuestros hijos con su brillo y los aparta del camino de sus padres; alejándolos de
Momus..., para cobijarse en los pozos inmundos de miles de planetas.. - Este ejército se
aproxima desde la Federación del Noveno Cuadrante...
El gentío estalló en miles de conversaciones y parloteos, mientras el amo del Circo
tocaba el silbato pidiendo silencio. El alboroto se transformó en un murmullo y al final
cesó. Allenby pidió un cajero. Un espectador del borde del Circo silbó a uno y señaló a
Allenby. Mientras Tayla continuaba, el cajero subió la gradería y se inclinó ante Allenby.
- El saldo de la oradora es de mil doscientos móviles - susurró el cajero.
Allenby exhibió dos bolsas y las dejó sobre la bandeja del cajero.
- No hay preguntas. Hablaré. Soy Allenby, el mago.
- ¿Tu ciudad? - inquirió el cajero levantando la vista de su libreta.
- No tengo ciudad.
El cajero frunció el ceño, y al fin enarcó las cejas en señal de reconocimiento.
Descendió de las gradas, corrió por la arena y el aserrín de la pista, y le entregó el
papel al amo del Circo. Éste lo leyó y aguardó a que Tayla terminase sus conclusiones.
Allenby observó cómo un pregonero le señalaba a él desde la entrada de los
espectadores, y después divisó a Humphries al lado del pregonero.
Tayla concluyó su oratoria y fue a sentarse, al tiempo que Humphries subía las gradas.
- ¡Damas y caballeros, Allenby el mago hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros estaban atentos a su negocio, Humphries llegó al lado de Allenby.
- Allenby, ¿qué está haciendo?
- Intento salvar la Segunda Ley, pero creo haber dado la orden de que usted se
quedase en la nave.
Humphries tomó asiento junto á Disus.
- Estoy aquí por orden directa del secretario -. Allenby hizo callar a su interlocutor
cuando el cajero mayor subió para ofrecerle a Allenby cuatro bolsas llenas de móviles.
Allenby le dio las bolsas a Disus, se levantó y abrió los brazos.
- Yo, Allenby, hablo como embajador en Momus de la Federación del Noveno
Cuadrante de los Planetas Habitables.
La multitud se alborotó. y al fin se restableció el silencio.
- Gran Tayla ha dicho la verdad - el silencio se hizo más pesado -. La verdad que ha
dicho es que sí la misión militar del Cuadrante se establece en el planeta, todo iría mal.
Este era nuestro plan. Pero ahora se ha cambiado - Allenby observó cómo el sol
iluminaba el reborde del Circo - En este momento el general Kahn de la misión militar
del Cuadrante está completando un plan que mantendrá a la misión en órbita, fuera del
planeta... lejos de la población de Momus.
Allenby sintió un tirón en la manga y vio que era Humphries el autor del tirón.
- ¡Calle Allenby! ¡No puede decir al cosa!. Tengo órdenes del secretario...
- ¿Me han dimitido como embajador?
- No, pero...
- Entonces, calle usted. Mis órdenes aún se obedecen aquí.
- Pero el secretario...
- ¡Silencio! - Allenby volvióse hacia la asamblea, respiró profundamente y continuó -:
Por quinientos móviles haría que Tayla os contase lo que vio si las fuerzas quedasen
separadas del pueblo, y lo que vio si Momus estuviera indefenso contra la Décima
Federación.
Allenby se sentó y Disus despidió al cajero, dándole el saldo, mientras Tayla se
levantaba y aceptaba el pago de manos del cajero
- Ahora - le pidió Allenby a Humphries mientras tanto -, explíquese.
- Por orden del secretario he enviado a Kahn a la nave. Y yo he venido para acelerar las
cosas...
- Déjeme ver esta orden - Humphries le entrego a Allenby una hoja de papel doblada.
Allenby la desdobló, la leyó y abrió los ojos aterrado - ¿Usted hizo todo esto?
- Sí...
- ¿Usted se apoderó de la embajada y apostó guardias armados?
- Oh, mis órdenes...
Antes de que Humphries terminase la frase, Allenby corrió frenéticamente arriba del
graderío, hasta el muro. Tendió la vista hacia el sur, donde se hallaba la embajada, y
distinguió una débil nube de humo y el rayo de una pistola energética a través de la
bruma del mediodía. Al instante siguiente, Humphries estaba a su lado.
- ¿Qué ocurre? - preguntó con voz alterada.
- ¡Idiota! - le apostrofó Allenby -. ¡Maldito, maldito idiota!
En la embajada, sentado a su mesa, Allenby miró a Humphries, deseando que la ira
lograra apartar de su mente la escena de carnicería que había presenciado. Dos
tiendas situadas al otro lado de la calle aún estaban en llamas, mientras cuatro
soldados del Cuadrante y diecisiete ciudadanos de Tarzak yacían muertos en el polvo,
entre ellos Yehudin, el hombre cocodrilo. Humphries estaba sentado, de codos sobre la
mesa, con los puños apretados, contemplando al joven representante de noticias,
sentado frente a él. El representante tenía la cabeza inclinada, como sumido en honda
meditación, mientras Disus le estaba vendando un brazo.
- ¡Ya estoy harto! - rugió Humphries, dirigiéndose al representante -. ¡Habla! ¿Qué ha
sucedido?
Allenby asió a Humphries por el cuello de su uniforme y lo contuvo.
- ¡Cállese asno! ¿Aún no ha hecho bastante daño?
Humphries se liberó y se frotó la garganta.
- Esto es imperdonable, Allenby. Y se enterará el secretario, se lo aseguro.
- Dije que se callase; Humphries. El representante tiene que preparar su material.
- Ya está, Allenby - dijo de pronto Disus, soltando el brazo vendado del herido.
- Gracias - expresó Allenby -. Ahora, ocúpate de Yehudin.
Disus asintió y salió del cuarto. Por un momento reinó el silencio, luego el representante
se echó atrás su capuchón negro. En su cabeza se veían unas magulladuras de mal
aspecto.
- Allenby - empezó a decir -, tú te ganaste tu túnica negra con Boosthit en el canino de
Tarzak a Kuumic. Y sabes por qué he de llevar mis noticias al camino.
- Lo comprendo. Zath - afirmó Allenby -, y juro que nadie de aquí las repetirá. Dinos qué
viste y obtendrás nuestro silencio y mil móviles.
- Interpretaré la Gran Plaza.
- La conozco
- Muy bien - murmuró el representante, encogiéndose de hombros. Cerró un instante los
ojos, los abrió y puso las palmas de sus manos delante de los dos diplomáticos -. Esta
noticia es la gloriosa Batalla de la calle de la embajada entre soldados de la Federación
del Noveno Cuadrante y los viajeros y los residentes de la calle.
- Buen principio, Zath - alabó Allenby -. Continúa.
- Gorgo, el hombre forzudo de los Monstruos de Tarzak se hallaba delante de la
embajada, pasando el tiempo con Yehudin, el hombre cocodrilo, cuando Elena, la
ayudante del mago, pasó por allí y les dio los buenos días.
Allenby levantó una mano.
- Yo usaría más diálogo, Zath...
- ¿Quiere dejar de interrumpir? - gruñó Humphries, aporreando la mesa.
- Solo deseo que mejore su interpretación.
Humphries arrugó la frente y movió la cabeza.
- Un soldado que se hallaba delante de la puerta de la embajada - prosiguió Zath - le
silbó a Elena y le dedicó un piropo obsceno. Gorgo fue hacia el soldado y le rogó que se
excusase. El soldado se echó a reír. Entonces, lo levantó en vilo y volvió a pedirle que
se disculpara.
«Otro soldado que salía de la embajada se dio cuenta de lo que ocurría, sacó su arma y
disparó contra Gorgo, matándole. Entonces... un fuego pareció iluminar los ojos de
Zath. entonces, Yehudin lanzó el antiguo grito de combate. Gritó: «¡Eh, Ruben!», la
llamada a la guerra.
«Yehudin hundió sus afilados dientes en el cuello del segundo soldado, matándole,
mientras otros dos soldados salían corriendo de la embajada, llameantes sus armas.
Yehudin cayó partido en dos por aquellas terribles pistolas.»
«Por aquel entonces, la gente de la calle, los monstruos, los pregoneros y hasta los
mercaderes estaban corriendo y atacando a los soldados con palos, piedras, dientes y
uñas. Las terribles pistolas abatieron a diecisiete e hirieron a muchos más antes de que
todos los soldados cayeran muertos.»
- Excelente, Zath. Necesita un poco más de pulimento, pero está bien hecho.
Allenby empujó dos bolsas hacia el representante, el cual se las metió entre la túnica,
se puso de pie y se marchó. Humphries estaba que echaba humo.
- ¡Por el Dios vivo, castigaré a todo el mundo como responsables y los llevaré ante un
pelotón de ejecución!
- ¿Piensa suicidarse?
- ¿Qué dice?
- El hombre responsable está ahora sentado sobre su almohadón, Humphries.
- ¡Tonterías!
- ¿No es verdad?
- Yo no he cometido ningún crimen, Allenby. Sólo he seguido las órdenes del
secretario...
- Y ha desobedecido las mías.
- Seguí las directrices del secretario de Estado del Cuadrante, y cuatro de mis hombres
han sido brutalmente asesinados. ¡En la Elite tenemos bastantes oficiales para formar
un tribunal! ¡Formaremos uno y juzgaremos a esos culpables!!
Allenby tamborileó sobre la mesa y luego se sirvió una copa de vino.
- No habrá ningún tribunal, Humphries - apuró la copa y la dejó sobre la mesa -. Hasta
que se apruebe la Segunda Ley, el Cuadrante no sentenciará la extradición de Momus -
Claro que usted tiene razón en una cosa.
- ¿Sí?
- Se ha cometido un crimen. Usted lo posibilitó, aunque no lo cometió.
- ¿Y las partes culpables?
- Ya han sido juzgadas, sentenciadas y juzgadas.
Humphries se puso de pie.
- ¿No piensa hacer nada?
- Como dije, los tribunales de Momus ya han sentenciado. Esto cae fuera de la
jurisdicción del Cuadrante.
- ¡Por Dios, Allenby! ¿Se olvida de su juramento? ¿Es usted miembro del cuerpo
diplomático o es uno de esos monstruos? ¿De que lado está usted?
Allenby contempló la mesa y no contestó.
- Márchese, Humphries. Vuelva a la nave.
- ¿Cree que el Secretario no se enterará de esto?
- ¡He dicho que largo!
Humphries salió del cuarto como alma que lleva el diablo. Tras llenar otra vez su copa,
Allenby sentóse a beber. En tanto la luz de la calle iba disminuyendo hasta oscurecer
por completo, Allenby seguía sin encontrar respuesta a la pregunta de Humphries. De
pronto, lloró al recordar a su amigo Yehudin. El joven representante no había realizado
una buena interpretación, pues debía haber aprendido los nombres de los muertos y los
heridos. Allenby era agradecido. Sólo podía Imaginarse qué otros amigos habría
perdido o habrían quedado mutilados en la batalla. Llegó Disus, pero estaba demasiado
oscuro para ver a través de sus ojos arrasados en llanto.
- ¿Te has ocupado de Yehudin?
- Sí, todo está listo.
- ¿Quiénes..., quiénes otros murieron?
- Mañana.
Disus encendió un quinqué y lo sostuvo bajo su barbilla. Su cara, pintada de blanco,
con unos labios muy rojos, aparecía triste bajo su peluca rizada de color púrpura. Cruzó
la estancia, cambió su túnica por unos pantalones abombados sujetos por unos tirantes
amarillos y encendió otro quinqué e imitó a una carretilla, aterrizando sobre el suelo
panza arriba.
- Basta, Disus. Me harás reír.
- Para esto estamos los payasos, Allenby. Ríe, que el mañana llegará demasiado pronto.
Mientras Disus divertía a Allenby, Fyx y Kamera se hallaban juntos en el Gran Circo.
Vacío y en tinieblas, el anfiteatro parecía tragarse sus voces. Ataviado con la túnica
anaranjada de los payasos, Kamera sacudió la cabeza.
- Un asunto espantoso.
Fyx se indiné hacía atrás y apoyó los codos en la grada que tenia a su espalda.
- Por ahora sólo chismorreos, Kamera. Todavía no hemos oído a ningún representante.
- ¿No crees en las habladurías? Tayla parece tener razón - asintió Fyx -. Aunque el
Noveno nos defienda, debemos mantenerles alejados.
Kamera imitó a Fyx y señaló el cielo negro con una mano.
- ¿Cómo podremos mantenerles alejados, Fyx, sin que algo o alguien vele por nuestros
intereses?
- Estuviste muy bien esta mañana - Fyx volvió a inclinarse hacia delante y se volvió cara
al payaso - Pero, ¿no son estas cosas excesivamente pesadas y morbosas para los
oídos de un payaso?
- Lo cierto es que tengo muy pocas cosas de qué reírme - respondió el payaso.
- ¿No querría el mejor payaso de Momus adquirir un chiste a un pobre mago?
- ¿Comedia de un mago? - inquirió Kamera, enarcando una ceja y sonriendo.
- Hoy he visto a un payaso hacer magia - replicó Fyx, encogiéndose de hombros.
- ¿Qué escondes en tu manga, viejo tramposo? - preguntó Kamera, incorporándose.
- Te diré una cosa: es algo más sustancioso que la famosa ilusión de la Mano Renacida.
- ¿Cuánto pides por este esfuerzo de aficionado?
- ¿Cuánto pagarías por el mejor de todos tus chistes? - quiso saber Fyx, sonriendo.
- Vaya - rió Kamera -, la edad no te hace más modesto.
- Kamera, es un chiste que hará palidecer a todas tus interpretaciones anteriores, un
chiste del que se enterará todo el Cuadrante..., tal vez toda la Galaxia.
- Fyx, tienes alma de pregonero - el payaso se restregó la barbilla y asintió -. Muy bien,
te escucho.
A la mañana siguiente en el Gran Circo, con el anfiteatro atestado por completo y en
absoluto silencio, el amo del Circo abrió el papel que acababa de entregarle el cajero de
los espectadores. Lo leyó, miró a los delegados y se aclaré la garganta.
- ¡Damas y caballeros! ¡Allenby, el mago, hablará para el Gran Circo!.
Los cajeros pasaron silenciosamente por entre los delegados. El cajero mayor subió
hasta donde se hallaba Allenby y se inclinó.
- Allenby, si quieres hablar, nos debes ochocientos treinta móviles.
Allenby se volvió hacia Disus y asintió.
El payaso contó las monedas y se las dio al cajero mayor.
Allenby se puso de pie y paseó la mirada por todo el anfiteatro.
- Yo, Allenby, os hablo..., sólo como Allenby. Esta mañana, hace apenas unos minutos,
el secretario de Estado del Noveno Cuadrante de la Federación de Planetas Habitables
me ha cesado en el cargo de embajador de Momus.
La multitud murmuró y algunos gritaron. Cuando se restableció el silencio, Allenby bajó
la mirada.
- Desde el Décimo Cuadrante estáis en trance de una aniquilación rápida y total a
menos que os defendáis. Mas, desde el Noveno Cuadrante, si no tan deprisa, vuestra
aniquilación no será por ello menos completa. Ya oísteis a la Gran Tayla - Allenby
paseó de nuevo la mirada por las gradas y se detuvo en Kamera - También oísteis al
Gran Kamera y sabéis por qué Momus no puede decidirse por un representante que
entre en tratos con el Noveno Cuadrante. Pero os diré una cosa: si la Segunda Ley no
nombra a nadie que mire por los intereses de Momus, nadie lo hará.
«Esta tarde, el embajador Humphries hablará ante el Gran Circo y tratará de que votéis
que sea su departamento el que se ocupe de vuestra defensa. El secretario de Estado
ha dictaminado que esto satisfaría a las leyes del Cuadrante. Si os conformáis con esto
la Gran Tayla habrá tenido razón... - tartamudeó y volvió a bajar la vista. Disus se
levantó, quedándose a su lado -. Yo..., yo terno ser el culpable de haberes colocado en
esta situación. Las minas de Momus no tienen cobre bastante para mis disculpas.»
Allenby inclinó la cabeza y se sentó. Disus miró en tomo al Circo, y también se sentó al
lado del ex-embajador.
Por la entrada norte, un cajero se acercó al amo del Circo y le entregó un papel.
- ¡Damas y Caballeros, el Gran Kamera hablará para el Gran Circo!
Mientras los cajeros se movían entre los delegados, Disus le preguntó a Allenby:
- ¿Deseas marcharte?
- Igual que los niños - repuso Allenby en un murmullo -, siguen jugando mientras arden
sus casas, ellos tienen derecho a divertirse. Me quedo.
Cuando el cajero mayor y su aprendiz regresaron de tas tinieblas de la entrada norte,
Allenby observó que Humphries y dos ayudantes habían entrado por el sector de los
espectadores, tomando asiento en la primera grada. El silencio fue roto por el familiar
«¡skiugi, skiugi!», y las carcajadas. Pero éstas sonaban diferentes, casi amargas.
La máscara que surgió a la luz era la de un chico, pero también era la máscara de la
tristeza. Los grandes ojos azules soltaban lágrimas de gelatina y las comisuras de la
boca caían hacia abajo. Ante los aplausos, Kamera dio la vuelta al Circo con su atavío
medio de mago, medio de representante, y sus torpes pies postizos. Levantó los brazos
pidiendo silencio.
- Os hablo como Allenby, el alma pérdida. Ah, no sería perdida si una ciudad me
aceptase - extendió los brazos al frente y dio media vuelta («¡skiugi, skiugi!») -.
¿Ninguna ciudad me aceptará?
En medio de las carcajadas, se oyó distintamente varios «¡No!». Kamera bajó los
brazos, abatió los hombros e inclinó la cabeza.
- Entonces, ninguna ciudad me debe lealtad, por lo que yo no puedo dar mi lealtad a
ninguna ciudad. - Dos lagrimones saltaron de los ojos de la máscara. Kamera levantó
una mano y se irguió en toda su estatura -. ¡Esperad! ¡Al menos, soy un mago...!
- ¡No! - Todos vieron a Fyx de pie entre los delegados de Tarzak -. Tú no eres un mago,
Allenby. Jamás hiciste el aprendizaje y vistes el negro de los representantes. ¡los
magos no te deben nada!
Fyx sentóse entre fuertes aplausos.
Kamera corrió hacia la delegación Sina («¡skiugi, skiugi!»).
- Booshit, yo hice el aprendizaje gracias a ti. ¿Soy acaso un representante de noticias?
- No, Allenby - negó Boosthit, poniéndose de pie -. Abandonaste tu ropaje de
representante para disfrazarte de mago. Los representantes no te debemos nada.
Con pánico fingido, Kamera corrió («¡skiugi, skiugi!») y se detuvo delante de Humphries.
- ¿Soy al menos un embajador?
Humphries se levantó y miró nerviosamente al imitador de Allenby que suplicaba ante él.
- Yo creía... - señaló al verdadero Allenby y luego volvió a mirar a Kamera -. Ashly
Allenby ha sido cesado como embajador para Momus. Además, usted..., hum...,
también ha cesado como miembro del cuerpo diplomático. Ya no posee la menor
autoridad.
Otras lágrimas manaron de los ojos de la máscara de Kamera, mojando el uniforme de
Humphries. Después, se volvió hacia los delegados («¡skiugi, skiugi!»).
- Bien, ya no me queda nada... ¡Nada! - aumentó el volumen de las lágrimas, y de
pronto cesaron -. Nada, excepto ser el representante de Momus ante el Noveno
Cuadrante... - todo el graderío guardó silencio -. Y lo pongo a votación. ¿Debo
convenirme en el Gran Allenby, Estadista de Momus, para tratar con el Noveno
Cuadrante en favor del planeta Momus?
Allenby empezó a sonreír al ver la confusión que sé pintaba en el rostro de Humphries.
Entonces, soltó la carcajada que fue coreada por todos los espectadores del Circo,
incluyendo a los delegados.
- ¡SÍ! ¡SÍ!
Kamera se quitó la máscara y saludó a Allenby, mas su gesto se perdió en el aire.
Allenby, Gran Estadista de Momus, se había caído rodando de su grada.
FIN

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