EL ESPECTRO Y EL SALTEADOR DE CAMINOS -- DANIEL DEFOE
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El espectro y el salteador de caminos
Daniel Defoe
Cuenta la historia que Hind, aquel famoso asaltante y proscripto, el más renombrado desde Robin Hood, encontró un espectro en el camino de un lugar llamado Stangatehole, en Huntingdonshire, donde él acostumbraba cometer sus robos y era famoso desde entonces por sus muchos asaltos.
El espectro se apareció con el traje de un simple ganadero de la zona. Y, como el diablo, como pueden suponer, conocía muy bien los refugios y escondites que Hind frecuentaba, vino a la posada y, habiendo tomado cuarto, puso en lugar seguro su caballo y ordenó al posadero que le llevara su maleta, que era muy pesada, a su cuarto. Cuando estuvo en ella abrió el equipaje, tomó el dinero, que estaba distribuido en pequeños envoltorios y colocó todo en más de dos bolsas que tendrían igual peso a cada lado del caballo y las hizo tan evidentes como le fue posible.
Las casas que alojan bandidos están pocas veces libres de espías que les proporcionan debida relación de lo que pasa.
Hind recibió noticias del dinero, vio al hombre, vio el caballo al que sabía que volvería a ver; averiguó qué camino seguiría; lo encontró en Stangatehole, justo en el valle entre las dos colinas y lo detuvo diciéndole que debía entregarle la bolsa.
Cuando habló de la plata, el ganadero fingió sorprenderse, mostró pánico, tembló y atemorizado y con un tono miserable dijo: "¡Como puedes ver yo sólo soy un pobre hombre! Por cierto, señor, no tengo dinero."
(Ahí mostró el diablo que podía decir la verdad cuando se presentaba la ocasión.)
"¡Ah, perro!" -dijo él- "¿No tienes dinero? Vamos, aparta tu capa y dame las dos bolsas, esas que están a cada lado de la silla. ¡Qué! ¿No tienes dinero y sin embargo tus bolsas son demasiado pesadas para ponerlas de un solo lado? ¡Vamos, termina o te cortaré en pedazos en este mismo momento!"
(Aquí se puso fuera de sí, y lo amenazó de la peor manera que pudo.)
Bien, el pobre diablo lloraba y le decía que debía estar equivocado; que lo había tomado por otro hombre, seguro, porque realmente él no tenía dinero.
"¡Vamos, vamos!" -dijo Hind- "¡Ven conmigo!" Entonces tomó el caballo por la rienda y lo sacó fuera del sendero, hacia el bosque, que es muy oscuro en aquel lugar, porque el negocio era demasiado largo para quedarse en el camino durante todo el tiempo que durara.
Cuando estuvo en el bosque, "¡Vamos, señor ganadero" -ordenó-, "desmonta y
dame las bolsas al instante!". En suma, hizo bajar al pobre hombre, le cortó las riendas y la cincha y abrió la alforja donde encontró las dos bolsas.
"Muy bien" -dijo- "aquí están y tan pesadas como antes". Las arrojó al suelo, las cortó para abrirlas; en una encontró una cuerda y en la otra una pieza de latón maciza con la forma exacta de una horca. Y el ganadero, detrás de él exclamó: "He aquí tu destino, Hind. ¡Ten cuidado!"
Si él se sorprendió por lo que encontró en las bolsas -pues no había ni un cuarto de penique en la alforja donde estaba la cuerda -más se sorprendió cuando oyó al ganadero llamarlo por su nombre, y se volvió para matarlo porque creyó que lo había reconocido. Pero se quedó sin aliento y sin vida cuando, volviéndose (como ya dije) para matar al hombre, no vio nada sino el pobre caballo.
Yo insinúo que no había allí más dinero que una moneda que la historia dice era es
cocesa: una pieza llamada allí de catorce peniques y en Inglaterra de trece y medio. De donde se supone que, desde entonces y hasta nuestros días, se dice que trece peniques y medio es el salario del verdugo.
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El espectro y el salteador de caminos
Daniel Defoe
Cuenta la historia que Hind, aquel famoso asaltante y proscripto, el más renombrado desde Robin Hood, encontró un espectro en el camino de un lugar llamado Stangatehole, en Huntingdonshire, donde él acostumbraba cometer sus robos y era famoso desde entonces por sus muchos asaltos.
El espectro se apareció con el traje de un simple ganadero de la zona. Y, como el diablo, como pueden suponer, conocía muy bien los refugios y escondites que Hind frecuentaba, vino a la posada y, habiendo tomado cuarto, puso en lugar seguro su caballo y ordenó al posadero que le llevara su maleta, que era muy pesada, a su cuarto. Cuando estuvo en ella abrió el equipaje, tomó el dinero, que estaba distribuido en pequeños envoltorios y colocó todo en más de dos bolsas que tendrían igual peso a cada lado del caballo y las hizo tan evidentes como le fue posible.
Las casas que alojan bandidos están pocas veces libres de espías que les proporcionan debida relación de lo que pasa.
Hind recibió noticias del dinero, vio al hombre, vio el caballo al que sabía que volvería a ver; averiguó qué camino seguiría; lo encontró en Stangatehole, justo en el valle entre las dos colinas y lo detuvo diciéndole que debía entregarle la bolsa.
Cuando habló de la plata, el ganadero fingió sorprenderse, mostró pánico, tembló y atemorizado y con un tono miserable dijo: "¡Como puedes ver yo sólo soy un pobre hombre! Por cierto, señor, no tengo dinero."
(Ahí mostró el diablo que podía decir la verdad cuando se presentaba la ocasión.)
"¡Ah, perro!" -dijo él- "¿No tienes dinero? Vamos, aparta tu capa y dame las dos bolsas, esas que están a cada lado de la silla. ¡Qué! ¿No tienes dinero y sin embargo tus bolsas son demasiado pesadas para ponerlas de un solo lado? ¡Vamos, termina o te cortaré en pedazos en este mismo momento!"
(Aquí se puso fuera de sí, y lo amenazó de la peor manera que pudo.)
Bien, el pobre diablo lloraba y le decía que debía estar equivocado; que lo había tomado por otro hombre, seguro, porque realmente él no tenía dinero.
"¡Vamos, vamos!" -dijo Hind- "¡Ven conmigo!" Entonces tomó el caballo por la rienda y lo sacó fuera del sendero, hacia el bosque, que es muy oscuro en aquel lugar, porque el negocio era demasiado largo para quedarse en el camino durante todo el tiempo que durara.
Cuando estuvo en el bosque, "¡Vamos, señor ganadero" -ordenó-, "desmonta y
dame las bolsas al instante!". En suma, hizo bajar al pobre hombre, le cortó las riendas y la cincha y abrió la alforja donde encontró las dos bolsas.
"Muy bien" -dijo- "aquí están y tan pesadas como antes". Las arrojó al suelo, las cortó para abrirlas; en una encontró una cuerda y en la otra una pieza de latón maciza con la forma exacta de una horca. Y el ganadero, detrás de él exclamó: "He aquí tu destino, Hind. ¡Ten cuidado!"
Si él se sorprendió por lo que encontró en las bolsas -pues no había ni un cuarto de penique en la alforja donde estaba la cuerda -más se sorprendió cuando oyó al ganadero llamarlo por su nombre, y se volvió para matarlo porque creyó que lo había reconocido. Pero se quedó sin aliento y sin vida cuando, volviéndose (como ya dije) para matar al hombre, no vio nada sino el pobre caballo.
Yo insinúo que no había allí más dinero que una moneda que la historia dice era es
cocesa: una pieza llamada allí de catorce peniques y en Inglaterra de trece y medio. De donde se supone que, desde entonces y hasta nuestros días, se dice que trece peniques y medio es el salario del verdugo.
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