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miércoles, 12 de junio de 2013

BILL EN EL PLANETA DE LOS PLACERES INSIPIDOS

BILL EN EL
PLANETA DE
LOS PLACERES
INSIPIDOS
Bill, héroe galáctico/3
Harry Harrison



1 - ¡EI doctor D. prescribe!
Es cierto que Bill nunca se dio cuenta de que el sexo era la causa de todo aquello, pero
de vez en cuando tenia sus sospechas.
—¡Es un pie de sátira! —le rugió al medico—. Vera, cerebro de mierda, ¡a mi no me
parece tan divertido!
Afortunadamente, el doctor Delazny era un civil, ya que de lo contrario la ofensa militar
cometida por Bill habría sido gravisima. El medico retrocedió ante el poder oratorio de Bill
(y ante la cebolla que se había comido a la hora del almuerzo), mientras sus ojos
parpadeaban detrás de unas gafas redondas de culo de botella.
—No, soldado. Un pie de sátiro. Era una criatura de la mitología griega, un hombrebestia
de lujuria rampante que copulaba desde la aurora hasta el ocaso, y también
durante toda la noche.
Bill podía comprenderlo. El mismo se sentía bastante necesitado. Cuando le habían
enviado allí, al hospital militar de Coloctomia IV, habían hablado de C y B. Para cualquier
soldado, C y B significaba Celo y Bebida, lo cual, a su vez, implicaba la presencia de: a)
hembras humanas, y b) grandes cantidades de bebida alcohólica. Dado que el hospital
tenia un bar muy bien provisto en el deposito de cadáveres, lo ultimo estaba bien
garantizado. Sin embargo, desafortunadamente, las enfermeras de aquella casa de locos
todavía eran robots. Cuando salió a tientas de su primera y heroica borrachera, se
encontró tentando a una de ellas lo cual fue altamente insatisfactorio, así como oxidado.
Así que ahora, en aquella sala de revisión, Bill se rascaba los finos cabellos con una de
sus manos derechas, y se miraba el pie. Tenia un aspecto bastante repulsivo.
—¿Que le esta pasando? —gimoteo.
—Esa es una buena pregunta —dijo el doctor Delazny—. Tendré que extraer una
muestra celular para confirmar mis sospechas... Pero, soldado, creo que ha contraído una
horrible infección espacial que consiste en un mosaico de plasmoides psicosomaticos.
—¿Eh?
—Un pie anímico.
—Es culpa suya, solo suya, del jodido espía chinger, Eager Beager. Desde que me
hizo el gran favor de cambiarme mi pata gigante de pollo no he tenido mas que problemas
de pie.
Bill cerro la boca como una tumba, pues sabia que nada bueno podía acarrearle hablar
acerca de su encuentro con el chinger. ¡El espía chinger, con su intento de hacerle
prometer que acabaría con la guerra, no era mas que un problema!. ¡Traición al Imperio!.
Sembrar el desacuerdo y hablar de paz. Propaganda astuta. Trabajar para los chingers.
Por supuesto, Bill jamas traicionaría su feroz lealtad hacia las Fuerzas Armadas del
Imperio, por mucho que le gustara hacerlo, pues su cerebro estaba demasiado
entorpecido a golpe de drogas condicionadoras y neuroimplantaciones conductistas como
para poder hacer una cosa así. En cuanto regreso al cuartel general, lo canto todo. Tras el
interrogatorio, el alto mando quedo tan agradecido por la visión que le había
proporcionado de la mentalidad chinger, que cuando el pie comenzó a adquirir un aspecto
extraño le enviaron a aquel planeta para seguir un tratamiento con el especialista proctopodologo,
doctor Látex Delazny.
—Si, se ajusta a las formas de las imágenes neuronales generadas por la relación de
síntesis de neocortex y complejo F. En otras palabras, soldado, su pie cree que esta unido
al cuerpo de una criatura que no piensa en otra cosa que en sexo y bebida. — Sonrió
desagradablemente y sacudió la cabeza —. Veamos, ¿guarda eso algún parecido con
alguien de su familia?
El doctor Delazny tenia una educación medica altamente especializada, con las mas
altas cualificaciones en ojos, oído, nariz y garganta, mas una cualificación mucho mas
baja en proctología. En otras palabras, era especialista en bocas y agujeros de culo, lo
cual significaba que era el medico de muchos abogados, casos en los que realizaba una
excelente labor de trasplantes, dado que, en estos, ambos orificios eran intercambiables.
No obstante, cuando el Emperador, en un repentino ataque de filantropía sádica, ejecuto
a todos los abogados del Universo del Reino, el doctor Delazny se encontró con que su
practica se estaba extinguiendo y tuvo que encontrar trabajo en otro campo. Todo aquello
se lo había confesado a Bill la noche anterior en el bar, por encima de una botella de Viejo
Granmierda.
—Maldita sea, doctor Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer un hombre.
Beber. ¿De que otra forma puede mantenerse cuerdo un soldado en esta organización de
locos?. ¡Y un hombre necesita el consuelo que solo una mujer puede proporcionarle! —
gimoteo Bill con autocompasión, y luego suspiro apasionadamente pensando en todas
sus viejas amigas. Y también en las jóvenes. Su musculatura endurecida en la batalla se
tenso al pensar en Meta, enviada ahora a algun planeta dejado de la mano de Dios,
desgarrado por las contiendas, a luchar en aquel infernal pero glorioso conflicto con los
chinger. ¡Meta!. ¡Eso si que era una mujer!. ¡Aquellos ojos! ¡Aquel pecho! ¡Aquel trasero
redondo y duro que ponia en ridículo a Inga-Maria, la de Phigerinadon II!. Pero, por otra
parte, Meta dificilmente seria el tipo de mujer que se metería en la cocina y tendría bebes
durante el resto de su vida. Meta era del tipo de chicas contra las que su madre le había
prevenido: mental, física y emocionalmente superiores a el, con un impulso sexual que
podía alimentar los motores de una nave espacial, en cuanto se ponia en marcha. Una
vez que consiguieron que su relación salvara la primera colina, por decirlo de alguna
manera, los cabrones militares habían tenido que destacarla a otro sitio. ¡Mierda y mas
que mierda!.
Bill se pregunto si le ocurriría algo malo. ¿Habría dejado el ejercito alguna pizca de
dignidad y humanidad en su cuerpo?. No parecía posible. ¿Era el capaz de amar? ¿Sabia
siquiera como se escribía la palabra? ¿Era eso lo que estaba buscando? ¿Era ese el
motivo de que últimamente se sintiera tan inquieto? ¿Era ese el motivo de que hubiera
comenzado a esconder tebeos de cursis romances espaciales verídicos dentro de los
ejemplares de las historias porno sanguinarias que le veían leer los reclutas?
—No. De todas formas, ¿hasta que punto era bueno tener una mujer fija? Como decía
el ejercito, una mujer haría que dejara de fumar, de beber en exceso, maldecir de forma
incontinente y codiciar a cualquier otra que pasara... ¿y no eran esos los ingredientes
vitales en los que realmente se basaba la vida en todas sus facetas?
El doctor Látex Delazny volvió a mirar la hoja impresa por la computadora.
—Fascinante. Dígame, Bill. ¿Sabe usted algo acerca del sistema endocrino?
—¿No es ese uno de los mundos pantanosos de océanos venenosos del sistema de
Casiopea?
El doctor Delazny se rasco iracundo la nuca de una cabeza que se estaba quedando
calva. Parecía ser un hombre en el final de su sexto lustro, de cuyos ojos comenzaban a
radiar finas patas de araña, así como finas arañas. Era delgado y tenia aspecto distraído,
como si su cerebro operara a la manera de un circo de tres pistas y el estuviera mas
interesado en los acróbatas que actuaban en la pista central, que en el payaso que
actuaba delante de el.
—No, imbécil militar. Estoy hablando de fisiología humana. El sistema endocrino, las
pituitarias, la tiroides, las suprarrenales... etcétera. Y, por supuesto, las glándulas
sexuales. ¡Anatomía humana, cabeza de aserrín! ¿No les enseñan eso en el ejercito?
Bill negó con la cabeza con humilde contrición.
—Son funciones fisiológicas importantes, Bill. Especialmente las de las glándulas
sexuales. ¿No sabia usted que yo tengo un doctorado en fisiología endocrina? ¿Pero cree
usted que el Imperio hace algun uso de ello? ¡Que va! Pies y esfínteres, esfínteres y pies.
Eso es lo único en lo que quieren que trabaje. ¡Que espantoso desperdicio!
Era un espantapájaros alto y desgarbado, que tenia el aspecto de dormir con la bata de
laboratorio puesta, cosa que de todas formas ocurría bastante a menudo. Bill se había
quedado especialmente impresionado por la forma en que el doctor había dejado fuera de
combate a Antareano Orinalcalina, en el bar, la noche anterior.
Delazny miro a Bill, apreciativamente, y el soldado se sintió repentinamente incomodo
al verse trasladado a la pista central.
—¿Y que hay de mi pie, doctor? Recuerde que es por eso que he venido.
El doctor Delazny se aclaro la garganta, expulso el aire de su pecho y hablo
autoritariamente.
—Soldado, lo que le prescribo por el momento es que pase todo el tiempo posible aquí
en el hospital. Camine por la playa contaminada, visite el vertedero de basuras, recorra la
fabrica que esta al final de la calle... ¡Descanse! ¡Relájese! ¡Permítase actividades
recreativas y tómese aquí un Ginclinica! Eso me dará tiempo para examinar la
composición celular de su pie.
—¿No va a ponerme un pie nuevo?
—Me encantaría hacerlo, Bill, pero todavía no ha penetrado en ese cráneo de granja
conservado en alcohol que tiene, que ¡este ejercito anda corto de pies!
—¡Nunca tendríamos que haber adoptado el sistema métrico! —refunfuño Bill. El rumor
de letrinas había divulgado la historia. Los centros médicos del ejercito tenían muchos
pies congelados, pero cuando llego la orden de Helior, mandando que la armada
cambiara el sistema métrico, los suboficiales no comprendieron su significado real.
—¡Desháganse de los pies! — aullaron los oficiales, y los suboficiales tiraron a la
basura los pies congelados. Bill volvió a ponerse el calcetín encima de la pezuña, y
seguidamente la cubrió con la bota. Miro nostálgicamente su calzado deforme,
recordando el brillo que Eager Beager era capaz de sacarle a sus botas militares, en la
época que Bgr el chinger vivía escondido en un robot disfrazado de soldado que se
afanaba en el campo de entrenamiento. Nunca había tenido unas botas de apariencia tan
lustrosa desde entonces.
—Tal vez tenga razón, doctor. Tal vez me vendría bien un poco de descanso. Beber
menos, mucho aire puro y fruta cruda. — Aquello sonaba decididamente repulsivo. Pero
dejaría que aquel aserrahuesos creyera que iba a seguir dicho plan hasta que hallara la
forma de marcharse de allí.
Ah, que poco se dio cuenta de ello el soldado Bill, pero «descansar» no era
precisamente una cosa prevista en su itinerario cósmico particular de la semana siguiente.
Si al menos el doctor no hubiera sugerido un paseo por la playa, entonces quizá no
hubiera tenido lugar la aventura enloquecedora, enormemente emocionante y
absolutamente fascinante, en que se vio envuelto Bill, en medio de los mitos y dioses, por
no hablar de la increíble Hiperglándula.
—Ah, y Bill... en cuanto a esos hemorroides para los que no tenemos la medicina
adecuada... —dijo el doctor Delazny cuando Bill comenzaba a marcharse por entre la
moderna maquinaria medica.
—¿Si? — pregunto Bill, con su parte posterior estremeciéndose de esperanza.
—¡Querido amigo, me temo que vamos a tener que dejar ese asunto fuera de
programa!
Bill le dirigió al matasanos un adjetivo tan repugnante que le alegro de forma
instantánea, y luego volvió majestuosamente al bar. Era la hora feliz de un lunes, lo que
significaba que se estaban repartiendo pies de puercoespín en escabeche hors d'oeuvres,
la comida preferida de Bill.
Solo esperaba que no le dieran a su «pie anímico» una idea equivocada.
2 - Cuestiones de lectura
Bill soñaba.
Soñaba que volvía a ser un granjero, sudando detrás de la robomula. Soñaba que su
principal ambición, su única ambición en la vida, era convertirse en un operador técnico
fertilizador. Algunos decían que era un trabajo de mierda, ¡pero el no! Sonriendo en
sueños, soñaba que avanzaba esparciendo montones de fragante estiércol sobre las
suaves llanuras de los planetas de la galaxia, mientras se elevaba hasta muy arriba el
apestoso, fragante deleite de la mágica esencia que hacia estremecer las narices de
billones de granjeros felices.
Luego el sueño cambio y Esperanzamuerta de Camino se acerco a el batiendo sus
sutiles alas de ángel.
—Juegos de trideo, Bill! — dijo riendo y tañendo uno de sus colmillos—. ¡Tu futuro esta
en los juegos de trideo!
En ese momento de su sueño, Bill era pequeño, ya que de niño siempre había ansiado
jugar al trideo en la ciudad con los otros críos, y siempre los vencía, aunque lo hacia solo
en su febril imaginación. Puesto que nunca había ido a la ciudad, y tampoco tenia dinero,
el trideo era una cosa de sueños. Así pues, cuando la proclama de Esperanzamuerta de
Camino se filtro a través de sus magníficos colmillos, Bill penso: «iSi! ¡Es verdad!», y
cuando de Camino desplegó el chispeante contrato delante de sus ojos, el contrato para
convertirse en un campeón de juegos de trideo, Bill lo firmo sin vacilación.
Los juegos de trideo no solo requerían unos reflejos excelentes y unos nervios de
acero, sino también coordinación mental. Al jugador se le sujetaba, con un cinturón, en el
interior de una maquina de latón y plástico, imitación de una nave espacial con falsos
láser y torpedos pulsar artificiales, rayos pulsar achicharradores, tractores y toda aquella
tecnología especifica. Entonces, mediante el uso de una pantalla de trideo, luchaba con
los cobardes chingers que le atacaban con sus horripilantes naves mortales provenientes
de Infierno-Albañal.
En su sueño, los chingers eran monstruos de dos metros de largo con dientes afilados
como navajas, de los que se rumoreaba que comían bebes humanos tostados mientras
miraban la televisión en sus lechos limosos.
—Muerte a los chinger — aulló mientras irrumpía a través de la armada desafiando las
leyes de la gravedad, mientras se cargaba sus odiadas naves con nobles disparos de sus
poderosos rayos.
Pero entonces, en su sueño, un destructor chinger le acertó en un flanco y abrió un
agujero en un costado de la maquina de trideo. Bill se sintió aturdido. ¡Aquello no era mas
que un juego! Como podía... Entonces se dio cuenta. ¡Había sido un incauto! El Imperio le
había engañado. ¡Realmente estaba participando en una lucha de verdad! No era solo un
juego.
Luego comenzaron a entrar por el agujero cientos de chingers de veinte centímetros de
largo, todos armados con un chafarote de dos metros, cosa que parecía algo así como
imposible... ¿pero quien hace preguntas en los sueños?
¡Estaba condenado!
Bill despertó. Sentía como si la cabeza se le partiera en dos, y las mejillas le
quemaban.
—¡Maldito libro! ¡Condenados tebeos baratos de hospital!
Sentía sus palpitantes fosas nasales como si un científico loco se las hubiera llenado
con ácido. Salió de la cama tambaleándose y se dirigió a la pila del lavabo, se sujeto la
cabeza, gimió y trato de sonarse al mismo tiempo. El dolor aumento, y eso fue todo.
Emitiendo un quejido, volvió a intentarlo. Respiro profundamente para sonarse de nuevo.
—¡Kaa-CHOO! — hizo Bill, agarrado al horde de pseudoporcelana.
Acompañada de un elefantino cornetazo nasal, salió disparada una pastilla de unos
tres centímetros de largo que tenia unos apéndices de goma cuyas puntas metálicas
restallaron espasmódicamente al rebotar contra la pila, y saltaron y sisearon hasta que Bill
abrió el grifo y aquella cosa desapareció con el agua.
El tebeo.
Estaba titulado, con letras en relieve, Defensor juerguista, de Orson Cabeza Cuajada.
Bill recordaba vagamente que trataba de una servo maquina sabio-idiota robada por los
chinger y diabólicamente utilizada contra el noble Imperio, pero no mucho mas porque
solo había tenido tiempo de acercarse el libro hasta medio camino de la nariz. «¡No
olvides leer la continuación, Macaroni de los idiotas, de próxima aparición en Maza
Libros!», se leía en una letra mas pequeña y ligeramente manchada de mocos.
Debido al alto grado de aliteración entre los mundos pioneros, las editoriales habían
comenzado a comercializar esta modalidad de: «Métase un Libro», que estaban teniendo
un gran éxito. Venían con un «paquete iluminador» automático: un dispositivo que se
deslizaba al interior del cerebro y programaba al infeliz usuario con las palabras y
conceptos necesarios para comprender el libro. Luego, cuando la víctima había acabado
la «lectura» del contenido de la pequeña maquina, esta expulsaba polvos para
estornudar. La teoría era que un rápido estornudo haría que el infernal dispositivo saliera
disparado. ¡Tras un simple enjuagado, quedaba lista para el próximo usuario! Sin
embargo, debido al sistema capitalista de distribución y las infames guerras arrasadoras
espaciales (un conflicto espacial que incluso helaba los veteranos huesos de Bill), se
practicaba la «piratería» con aquellos libros y tebeos, en lugar de afrontar los gastos de
compra y envío de la casa editora. Aquello implicaba arrancar el pequeño circuito
integrado en el que estaba la identificación de propiedad que le imponía al vendedor
minorista los títulos de crédito del producto. Luego, los minoristas le vendían al ejercito y
los planetas lo que quedaba, a precio reducido para los retrasados mentales.
Desafortunadamente, en aquel proceso eran arrancados bastantes de los datos
concernientes a la historia del libro, por lo que había muchas posibilidades de que, si uno
era paciente de un hospital e intentaba leer una de aquellas «ediciones especiales», como
las etiquetaban eufemisticamente, se enterara de solo una parte de la historia.
Aquel era claramente el caso de la que Bill se había metido en la nariz la noche
anterior, con la intención de leer un rato antes de dormirse. ¡Y no solo eso, sino que
aparentemente aquella mierda no había sido lavada adecuadamente despues del ultimo
uso, y sin duda tenia el olor de las fosas nasales de otra persona!
Bill acabo de sonarse la torturada nariz mientras de sus ojos manaban ríos de lagrimas,
y luego volvió junto a la cama para beber un trago de Pepto Abysmal: ¡el calmante
antiséptico interno y purificador nasal! Aquel podrido hospital barato, dejado de la mano
de Dios, estaba comenzando a atacarle los nervios a nuestro héroe. No solo estaban
cercenados los principios o finales de sus libros, sino que las condiciones sanitarias no
eran mucho mejores que en el campo León Trotsky, donde había hecho la instrucción.
Coloctomia IV, un planeta descubierto recientemente pero que tenia una razonable
cantidad de oxigeno en su composición atmosférica (junto con curiosas cantidades
residuales de incienso y alcaloides en suspensión; las especulaciones científicas
postulaban la anterior presencia de una raza desaparecida de budistas, hindúes o
hippies), y giraba en torno a una estrella Go-go (de un tipo muy parecido al Sol); sobre su
superficie no fue descubierto jamas ningún ser inteligente. Tan solo mucha tierra de
cultivo que pasaba por los habituales cambios geológicos, y mucho misterioso océano
oscuro. Puesto que aquel sitio estaba en alguna parte entre alguna parte y alguna otra
parte, y dado que ambas alguna parte eran igualmente repulsivas, el ejercito,
naturalmente, lo había escogido para construir aquel campo de transito, un prostibulo para
oficiales de rango superior y aquel hospital, en las orillas del gran océano negro, sin
mareas y ominoso. También habían instalado una planta de deshidratación de agua en
las orillas de dicho océano, para producir y exportar agua en polvo para los soldados (¡tan
solo agrégale agua y... voila! ¡Agua!).
Bill, para quitarse el sabor a tiza de la medicina, bebió un vaso de agua de sabor
repugnante, y volvió a meterse en la cama.
Dormito de forma intermitente, pero cuando la aurora de rosáceos dedos acaricio el
alféizar de la ventana, mientras el dolor le acariciaba a Bill los lóbulos frontales, aun se
sentía relativamente falto de sueño. Su dolor de cabeza había disminuido pero su pie
anímico estaba raro. Sentía como un hormigueo, igual que si se le hubiera dormido y
ahora comenzara a salir de dicho estado. «Tal vez — penso Bill—, debería ir
inmediatamente a ver al doctor Delazny por este asunto.» ¡Parecía como si el hada
Campanilla se le hubiera metido en la pezuña, y estuvieran ocurriendo en su interior todo
tipo de disparates mágicos!
Bill se puso el camisón de cinco capas de papel y salió gimiendo de la sala, esperando
despertar a los cuatro soldados drogados hasta las orejas con quienes la compartía. Pero
no tuvo esa suerte. Los cuatro imbéciles estaban durmiendo, si no el sueno de los
inocentes, al menos el sueño de los narcotizados.
Bajo al consultorio del medico, que estaba en el sótano, convenientemente situado
entre el bar y el deposito de cadáveres (muchos de los pacientes del doctor Látex Delazny
eran víctimas de la temida podredumbre pedofinter, un xenocancer mutante de feroz
metástasis que mataba soldados por pelotones enteros, cuyo distante ancestro era el pie
de atleta, y que afectaba las regiones inferiores del cuerpo humano. De ahí la doble
especialidad de aquel medico, y de ahí también su proximidad al deposito de cadáveres).
¡A aquellas alturas, Bill sentía como si en el talón le estuvieran estallando fuegos
artificiales!
Cuando el ascensor se detuvo bruscamente en el nivel cero y las puertas se abrieron
sonoramente, Bill creyó captar una visión de la cúpula calva del doctor Delazny que
desaparecía por la puerta de la lavandería, seguido de los ondeantes faldones de su bata
de laboratorio.
«¿Por que llevaría tanta prisa?»
«¿Y por que entraba corriendo en el lavadero?»
—¡Eh, doctor! — grito Bill, cojeando, encogiéndose por la extraña sensación que le
subía por la pierna—. ¡Espere! ¡Tengo que hablar con usted!
Empujo las puertas de vaivén que ostentaban el rotulo LAVANDERÍA. La habitación
estaba cubierta de estantes de ropa blanca entre la que se escabullían las ratardillas,
criaturas nativas del tipo de los roedores que pululaban por las instalaciones militares y
aparentemente se alimentaban de la cera de los linóleos y los restos de uñas de pie
cortadas. En el centro de la sala, el tobogán de la lavandería bajaba desde el techo;
debajo de el había un pequeño cesto con toallas manchadas, prendas de vestir y sabanas
sucias que despedían un olor rancio a cuerpo humano.
—¡Doctor! ¿Doctor Delazny? Bill entro, mirando a su alrededor. Por el tobogán bajaron
un par de pantalones asquerosos y aterrizaron sobre su cabeza. Gruño y se los arrojo a
un grupo de ratardillas que estaban copulando; estas procedieron a devorarlos.
No se veía ni rastro del doctor. Sin embargo, Bill podría haber jurado...
Oh, bueno. Se marcho y echo un vistazo en el consultorio del medico. Nadie.
El brillante letrero de neón anaranjado y azul con las palabras BAR DEL HOSPITAL se
encendía y se apagaba tan destellante como siempre, pero la puerta tenia echada la llave.
Cerrado. Las autoridades del lugar estaban considerando la posibilidad de mantener un
turno de bar de 24 horas, pero aun no habían tomado la decisión de hacerlo. El deposito
de cadáveres estaba desierto a excepción, por supuesto, de las personas muertas. Solo
había otra habitación en aquel sótano donde podría haber entrado el doctor Delazny, a
pesar de que Bill estaba poco dispuesto a entrar en ella. Se trataba de una puerta dorada
recamada de diamantes falsos que ostentaba orgullosamente un letrero donde se leía:
PARAISO DE LOS HEROES «S61o los mejores soldados de la galaxia entran aquí». Se
acobardo; la ultima cosa que quería era entrar en aquel sitio, pero su pie necesitaba
atención, así que abrió la puerta.
El paraíso de los héroes era también llamado salón de la ultima oportunidad, y nunca
se hacia referencia a el por su verdadero nombre, la sola mención del cual traía mala
suerte: la sala terminal. El aspersor de perfume que había allí dentro no conseguía
disimular el hedor de la descomposición en vida. A través de la música ambiental
penetraban los gorgoteantes gemidos de los moribundos, mientras los monótonos pitidos
de las maquinas que registraban las constantes vitales anunciaban la muerte de sus
mantenidos hacia la caída del sol. ¡Bill miro desesperadamente en todas direcciones, pero
no hallo rastro alguno del doctor Delazny!
—¡Mierda y maldición! — gruño Bill, girándose para salir de allí a toda velocidad. Sin
embargo, en mitad del giro, descubrió algo que estaba muy cerca de su camino, y le hizo
detenerse.
¡Era un estante de libros con dispositivo electrónico! ¡Y parecían estar completos! ¡Sin
piratear! Bill estaba aburrido y le vendría bien un libro para leer. Penso que los
condenados del hospital debían tener privilegios especiales. Por supuesto, la ironía era
que nunca acababan de leer los libros.
Bill recorrió los títulos. ¡E-I-E-I-O!, por Greg Pelmazo. El planeta de los travestidos
alienígenas saqueadores de medias, volumen IV. El manantial de genitales, por Jerk el
Cloqueado. La noche de los chinger vivos, por Stephen Cosa. ¡Chico! ¡Aquello eran
«clásicos»!
Sin embargo, no podía llevarse mas de un ejemplar, por lo que Bill selecciono uno
satinado con el titulo: Compendio del sangriento. Incluía diez libros condensados,
especialmente preparado para aquellos a quienes no quedaba mucho tiempo de vida.
«¡Estaba bastante bien! Este libro me mantendrá entretenido un buen rato», penso Bill
mientras un estertor proferido por la garganta que tenia mas cerca le impulso a largarse
de allí.
Por supuesto, lo primero que haría esta vez seria hervir la maldita cosa. La nariz le
palpito, pues sabia que otra nariz la había olfateado.
Si Bill hubiera sido mas curioso habría advertido el ojo electrónico que estaba, al final
de un periscopio, espiando sus actividades y transmitiendo las imágenes a unos
pequeños ojos de reptil que se hallaban a bastante profundidad por debajo del hospital.
3 - Los riesgos de la exploración playera
«Que día tan maravillosamente mediocre para estar medio vivo», penso Bill.
En la playa de color oscuro se formaban pequeñas olas perezosas. Un sol anaranjado
verdoso se ponia en el horizonte como una fruta hinchada y ulcerada. A través del cielo se
arrastraba un banco de nubes plomizas que, por suerte, ocultaban la luz enfermiza con
velos hechos jirones, grises y húmedos. El olor a pescado podrido asalto la ya torturada
nariz de Bill mientras caminaba por la orilla del mar mortalmente quieto. Un estornudo
tremendo le sacudió; se seco la nariz con el reverso de la mano. Su moral se hundió
hasta las mas hondas profundidades, y se quedo allí, pesadamente.
¡Oh, si! Que lugar tan maravilloso para C y B, penso Bill. Le habían concedido de mala
gana un permiso de paseo matutino. Respirar un poco de aire fresco. ¡Aj! ¡Vaya una
broma de mierda! Casi deseaba que le hubiesen enviado al mundo de la Escuela Dental.
Al menos allí tenían maquinas suministradoras de oxido nitroso en cada esquina, que
garantizaban que pudieras colocarte rápida y poderosamente siempre que lo necesitaras,
lo cual, por supuesto, era siempre.
Sin embargo, un soldado tomaba lo que podía conseguir, maldiciendo y protestando
constantemente. El bar continuaba cerrado, hacia ya. bastante tiempo que había acabado
las bebidas que se llevo consigo, y no conseguía encontrar al doctor Delazny. En medio
de su desesperación, imagino que un poco de ejercicio podría sentarle bien antes de
comenzar con su nuevo Compendio del sangriento.
Bill se había quitado los zapatos para caminar por la playa.
Se volvió para mirar las huellas que había dejado sobre la arena y que ahora lamía
perezosamente el viscoso mar verde. ¡Un pie humano normal, junto a una pezuña de
buen tamaño! ¿No frunciría la frente un xenólogo, y proferiría gritos de jubilo al ver
aquello?
Tal vez caminar un poco por el agua le refrescaría los pies. Agarró una piedra plana y
la lanzo haciéndola deslizarse a saltos sobre la superficie del agua. Un pez salió volando
violentamente de dentro del mar, rugiendo iracundo, tomo la piedra al vuelo con su
enorme boca, y volvió a desaparecer en el agua dejando en la retina de Bill el destello de
sus brillantes colmillos.
Bill se detuvo. Oh, bueno, no sentía realmente ganas de nadar. El era un hombre
sencillo, con necesidades sencillas y placeres mas sencillos todavía, lo cual implicaba al
sexo opuesto; o la comida; o la bebida; o la droga; o, preferiblemente, todo eso a un
tiempo. O mejor aun, fuera del ejercito, aunque eso jamas ocurriría. Desafortunadamente,
la contemplación de aquella hermosa y buena naturaleza jodida y oleaginosa no implicaba
ninguna de aquellas cosas. Bill suspiro profundamente, estornudó con todas sus fuerzas y
desanduvo el camino para recoger los zapatos y regresar al hospital donde, seguramente,
el bar ya estaría abierto y podría simplificar sus ya simples placeres.
En su camino de regreso, tuvo una buena vision del agua y de la planta deshidratadora
que estaba mas allá del hospital, y que despedía bocanadas de humo negro y grasiento.
¿Que demonios era aquella agua de mar?, se pregunto Bill de forma distraída. Alguna
divina porquería, sin duda. Se acerco un poco mas para inspeccionar la oscura sustancia.
«Se parece un poco a la cerveza negra de melaza, o a la infame Von Guinness Macizo
de las verdes riberas bañadas por el sol del planeta de Paddy», penso Bill. Incluso había
una espuma que coronaba las pequeñas olas. Aquello no hizo mas que hacerle desear
con mas sed todavía una buena cerveza. En el hospital no servían nada que fuera ni
lejanamente tan bueno como la Von Guinness. Bill abrigaba serias sospechas de que lo
que salía por la espita del barril era mas parecido a la mezcla de una cloaca maestra
salpicada con espumeantes. Pero le emborrachaba lo suficiente, y su practica aceptada
era la de no poner demasiado en tela de juicio una copa de alcohol.
Estaba a punto de alejarse de la orilla del mar, cuando a unos cinco metros de
distancia estallo como un géiser una erupción de agua espumosa. El agua volvió a quedar
en calma, pero el ser que había producido aquel fenómeno permaneció en la superficie,
negro y goteando.
—¡Hola, compañero grande!
Durante varios segundos, el jubilo se apodero de Bill. De pie en el agua, había una
mujer desnuda, poseedora de unos pechos cuyos pezones se elevaban triunfalmente
hacia el cielo, y cuyo precioso y oval rostro estaba animado por una expresión de
desenfrenada sensualidad.
«Por el sagrado espíritu de Ahura Mazda —penso Bill lleno de esperanza—. ¡Voy a ser
víctima de un ataque sexual!»
Ella comenzó a caminar hacia el, saliendo de entre la espuma... y los pocos segundos
de jubilo se acabaron. Desde la cintura para abajo los flancos de la mujer estaban
cubiertos de grueso pelo cabruno del mismo color marrón oscuro que la melena mojada
que caía en torno a sus facciones aguileñas. Cuando salió a la playa, Bill vio que las
piernas se estrechaban hasta acabar en dos pezuñas, muy parecidas a la suya propia
pero mas pequeñas.
—Hola —dijo Bill—. Me alegro de haberla conocido, si bien muy brevemente ya que,
bueno, tengo que marcharme. ¡Tengo hora para que me pongan una inyección, porque
padezco un caso realmente virulento de una enfermedad innombrable de la que ni me
atrevo a hablar! —Retrocedió tambaleándose pero su pie (el de la pezuña, claro) escogió
un montículo de arena especialmente blando para apoyarse, lo que provoco la perdida del
equilibrio de su dueño, que cayo al suelo.
La dama-cabra continuo avanzando hacia el, imperturbable, lamiéndose los labios de la
forma mas lasciva posible. A aquella distancia ella parecía un primer plano ginecologico
de la Revista de Burdes Galaácticos.
—Eres un poco feo —dijo ella con voz ronca— ¡pero tu cuerpo no esta mal... y tienes
un solo pie bonito!
Bill aulló de terror e intento levantarse y huir. Pero las manos sorprendentemente
fuertes de la extraña mujer le asieron por el cinturón y le atrajeron de un estirón.
—¡Realmente, señora... el pie no es mío! ¡Quiero decir, que si le gusta de verdad,
quédeselo! —Bill solo lamento que estuviera tan firmemente unido a su tobillo. Tal vez si
no lo hubiera estado, haría tiempo que lo habría perdido.
—Tenemos algo en común, soldado. ¿No querrías ligar conmigo?
Bill no quería. El solo deseaba largarse de allí. Desgraciadamente, a pesar de sus bien
formados y bien entrenados músculos, la dama-cabra bonita pero atemorizadora, le tenia
bien sujeto. Parecía poseer una fuerza increíble escondida en alguna parte de sus
delgados brazos y espalda bien proporcionada. Le arrastro de vuelta al mar, dejando a
sus espaldas dos profundos surcos excavados a arañazos por las manos de Bill que
intentaban encontrar un punto donde agarrarse en la arena.
—¡Noooooooooooo! —grito Bill, cuyo «No» se transformo en un loco alarido cuando el
agua asquerosa y tibia le envolvió las piernas.
—Toma aire, muchachote. ¡Veo que ya estas loco por mi!
Y así diciendo, y riendo con demente regocijo alienígena, la mujer sátiro arrastro a un
Bill que salpicaba, aullaba y se retorcía, hacia las profundidades de su misterioso y
lóbrego mar.
4 - El eslabón mitológico
Glug, pensó Bill.
Glugate, jodidite glug.
En aquel momento parecía estar deslizándose por un profundo cuenco lleno de
gelatina oscura con sabor a licor, del tipo que Eager Beager se zampaba tan alegremente
en el campo León Trotsky. Bill siempre le había dado a aquella caja de tuercas su porción
de postre, al igual que lo hacían muchos reclutas; y no lo hacían por generosidad, ¡esa no
era la forma de ser de los reclutas!, sino porque resultaba completamente incomestible.
De hecho, Eager Beager no se los comía todos, sino solo algunos. La mayor parte los
utilizaba para limpiarse las botas.
Mas y mas abajo viajo Bill a través de la gelatina con sabor a licor.
Gorgoteó, burbujeó e hizo gárgaras.
Su vida entera le paso como un destello por delante de los ojos.
Pero aunque no había sido una vida demasiado buena, quería repetirla, siempre
despues de haberse sindicado.
Finalmente, cuando aquella cosa negra se volvió inmensamente mas negra y espesa, y
parecía que Bill estaba a punto de acabar sus días, advirtió que había aterrizado y
caminaba por un suelo seco; se puso a escupir agua como una ballena varada en la
playa.
Luego, en cuanto el oxigeno hubo restablecido el normal funcionamiento de sus
pulmones seriamente oprimidos, alguien apagó las luces y Bill volvió a verse sumido en la
oscuridad mas absoluta.
—«¡Capullo de rosa!» fue el ultimo pensamiento que tuvo Bill mientras comenzaba a
ahogarse.
La consciencia volvió lentamente, como un suave fundido de imagen erótica
cinematográfica.
Bill despertó con el canto de los pájaros. El suave céfiro danzaba sobre su pelo, y se
oía el tintineo de carcajadas, el gentil tañido de instrumentos musicales extraños. Todas
aquellas cosas eran muy agradables, y Bill se sentía relajado y tranquilo. Podría haber
yacido allí durante lánguidas horas de no haber sido por el olor punzante que
repentinamente llego hasta su nariz.
¡Poing!, hicieron sus párpados al abrirse del todo.
¡Vino!
En la lista de las diez mejores libaciones preferidas por Bill, que contenían CO2HO2O3,
el vino era quizá en numero nueve, con el Sterno en la posición diez y el antiguo y buen
destructor de cerebros, el alcohol de cereales con todas sus diversas aplicaciones,
encabezándola. Pero es que, ¿cuando podía un soldado alternar con una bebida tan
exótica como el vino? Una vez, Bill se había emborrachado con un vino de frutos
silvestres en Cuclillas IV, en una cantina particularmente rancia que pertenecía al
departamento de entrenamiento cualificado de mantenimiento de letrinas, y la resaca del
día siguiente era un recuerdo que aun le perturbaba cuando se sentía cansado. Pero
aquello que olía ahora, olía realmente bien y, además, ¡que demonios!, alcohol era
alcohol, y el único momento en que Bill no se sentía interesado en el alcohol era cuando
tenia que conducir una nave espacial. (Nota que debería ir al pie: anuncio gratuito para los
servicios públicos de la organización para los soldados galácticos contra la conducción en
estado de embriaguez.) Pero como Bill no era piloto de naves espaciales y no tenia
intención de convertirse en uno, ya que se acojonaba de miedo ante el solo pensamiento
de ello, aquello del alcohol era una cosa por la que tenia que preocuparse en muy raras
ocasiones.
Los ojos le giraron en las órbitas. Su estomago hizo funcionar el embrague y luego
engranó con el motor. La saliva afluyo a su boca convirtiéndose en baba y goteando por
uno de los colmillos de Esperanzamuerta de Camino.
—¡Eh! ¡Que tal, vosotros! —grazno Bill—. ¿Alguien tiene algo de beber?
Sin embargo, la vista con que se encontraron sus ojos detuvo todos sus pensamientos
de beber con exceso.
Estaba tendido en un olivar, ligeramente besado por suaves rayos de luz tibios, que
radiaban de un estilizado sol de los cielos. El cielo mismo era mas azul que un huevo de
petirrojo presa de una profunda depresión. A lo lejos, se veían enormes montañas que se
elevaban hasta el cielo, mientras que a pocos metros de distancia distinguió la reveladora
flora de los viñedos. Bill yacía sobre una exuberante hierba verde, mas mullida incluso
que el césped portátil de la planta de oficiales de los cruceros imperiales de batalla. Las
flores salpicaban la verdura de vibrantes colores dignos de las paletadas mas
burbujeantemente intensas de un pintor impresionista.
Pero no fue la sobrecogedora belleza de la escena lo que mas sorprendió a Bill, sino
mas bien el jaleo festivo, el caprichoso alboroto que le rodeaba. Unas mujeres jóvenes y
escasamente vestidas proferían risitas mientras corrían entre los arbustos; tras ellas iban
unos sátiros peludos y con cuernos que las perseguían, o permanecían repantigados por
ahí mientras les daban uvas de racimos de brillante color púrpura. Unos tipos filosóficos
que llevaban una especie de toga de tela blanca con muchos pliegues y hojas de laurel
sobre sus ancianas frentes, declamaban teorías metafísicos, mientras por el rabillo del ojo
les echaban amorosas miradas a los muchachos jóvenes, interrumpiendo su discurso solo
para agarrarle el trasero a algun efebo que ocasionalmente pasara por allí.
Y todos aquellos divertidos personajes llevaban en la mano enjoyadas copas llenas de
un fragante liquido color púrpura, copas que eran constantemente vueltas a llenar por los
escanciadores cubiertos con hojas que llevaban ánforas de vino.
Por la eterna benevolencia de Ahura Mazda en toda su magnificencia, a pesar de que
Bill no había ido últimamente a la iglesia, ¡aquello era significativo! ¡Que fiesta tan
increíble!
—¡Que mundo nuevo tan magnifico, que tiene criaturas como estas en su seno! —dijo
una voz que llego hasta Bill con una dulzura igual a la de los cereales de su infancia,
Coposperros Crunchies, con un perro completo en cada palito.
—¿Eh? —susurro vibrantemente nuestro héroe. Las palabras provenían de algun sitio
a su espalda, y Bill volvió la cabeza.
—¡Oh, dulce príncipe! —volvió a sonar la voz, vibrante como una campanilla de plata—
. Nunca he contemplado un tan hermoso semblante. ¿Puedo osar pedirte la merced de
besar uno de tus eburneos colmillos?
Bill se encontró mirando al par de ojos azules mas hermosos que jamas hubiera visto.
¡Estaban engastados en un rostro de donde podrían haber nacido miles de estrellas, así
como del cuerpo que tenia debajo podrían haber nacido miles de torpedos espaciales!
¡Toda aquella fascinante feminidad estaba envuelta en el mínimo mas extremado de tela
de seda, y en el máximo de cabello rubio y piel tan suave como la miel!
¡Que compendio de palpitante pulcritud!
Estaba a punto de saltar sobre ella, envolverla en la generosidad de su abrazo,
depositar una lluvia de besos sobre aquellos labios redondeados y todas las otras
chorradas que había leído en las revistas románticas, cuando se detuvo en seco, al
recordar repentinamente las circunstancias que le habían conducido allí.
—¿Donde estoy? —dijo, con una tediosa gran falta de imaginación y/o respuesta
inteligente, mientras se sentaba. Aun estaba vestido con el traje del hospital y llevaba los
pies descalzos; uno de ellos era peludo y, todo hay que decirlo, ostentaba una pezuña. En
una mano aun tenia fuertemente sujeta la revista Compendio del sangriento.
Distraídamente, se la metió en un bolsillo e inspecciono los alrededores con ojos brillantes
y cargados de sospecha.
—¿Por que? ¿No lo sabéis, adorado? —dijo la hermosa joven—. ¡Estáis en los
fabulosos campos de Ozymandia, no lejos de los aun mas valiosos Campos Elíseos! Os
ruego que me digáis, buen caballero, ¿que tipo de criatura de fabuloso mito sois vos?
Volvió a mirar a la hermosa mujer y quedo inmediatamente hipnotizado y paralizado por
su radiante complexión, los dientes como perlas y los inmensos pechos apenas cubiertos
por el mas leve suspiro de gasa.
—Soy un instructor de entrenamiento militar, no cualificado, duro.
—¡Mmmm! ¡Nunca oí hablar de uno de esos, pero en ese caso vos debéis de proceder
de la antesala del Hades para tener un semblante tan delicioso! Sois, si se me permite
decirlo, disparatadamente hermoso. ¿Puedo traeros un poco de vino, una copa grande,
por ejemplo?
¿Se sienta el emperador en el trono?
Un Bill deslumbrado y rendido no consiguió decir mas que:
—¡Eh... pse! —y luego observó como la parte posterior y abundante de ella se alejaba
meneándose maravillosamente en busca de la copa.
Bill advirtió que su corazón estaba palpitando de una forma curiosa. Aunque las
palpitaciones no eran ajenas a nuestro intrépido soldado siempre que avistaba carne
femenina deseable, aquellos latidos eran, sin embargo, mucho mas sutiles, pues estaban
llenos de suspiros y pequeños temblores del abdomen.
Bill eructo, y los problemas abdominales terminaron, pero una especie de algo tibio y
parecido a la pelusa se abrocho el cinturón de seguridad en el interior de su cerebro.
Bill era presa del amor, de la variedad «a primera vista»
Naturalmente, el quería consumar inmediatamente su pasión, por lo que espero
impaciente a que volviera su codiciado objeto.
Pero sin embargo, en lugar de aquella, fue la mujer sátiro quien asomo la cabeza de
detrás del tronco de un olivo y le sonrió lascivamente.
—¡Yuuu-juuuu! ¡Muchachote! ¡Ya estas despierto!
—¡Tú! —dijo Bill, de cuyos labios rezumaba un disgusto que le goteaba por la barbilla.
Se levanto y se sacudió la ropa, tras lo cual señalo a su secuestradora con grueso dedo
de soldado—. ¿Dónde demonios esta esto? ¿Adonde cojones me has traído? (No sabes
que raptar a un soldado de las Fuerzas de su Majestad Imperial es considerado traición o
algo peor?
La mujer sátiro brinco provocativamente y lamió el dedo de Bill con una lengua del
tamaño de la de un caballo.
—Pero, marino, yo te he traído aquí por razones puramente heterosexuales. ¿Que
eres? ¿Acaso una especie de marica?
Las acusaciones de afeminado son como banderillas de vivo color rojo para los viriles
soldados como Bill, pero la verdad era que en aquel memento el prefería con mucho
demostrar sus preferencias sexuales con la dama que había ido a buscarle el vino. Ya
había aguantado bastante todo aquel asunto, por lo que volvió a la carga.
—¡Esto sin duda no parece ser Coloctomia IV!
—¡Oh! Te refieres al triste planeta del que te saque. Bueno, simplemente digamos que
lo es... y no lo es. Ahora, dime, ¿que postura sexual prefieres?
—¿Contigo? ¡Ninguna!
—¿Que te pasa, tío? ¡La mayoría de los soldados de los que me apodero están muy
calientes y se me follan! ¿No te habrán volado algo en la guerra, o cosa parecida?
En aquel momento, la doncella de sus sueños regreso con una copa de vino tan grande
que tenia que usar ambas manos para sujetarla.
—¡Por las barbas de Zeus! —suspiro la mujer sátiro—. Finalmente se ven las patas de
la sota. ¡Ya veo que Irma se me ha adelantado! — La criatura se encogió resignadamente
de hombros.
Irma levanto sus adorables cejas mientras recorría a la mujer sátiro con los ojos.
—Cariño —suspiro fríamente—, eres el bicho mas feo que jamas haya visto. De
cualquier forma, yo creía que los sátiros eran todos machos.
—¡Y lo somos, nena —dijo el sátiro, quitándose la peluca y los pechos postizos—. Pero
yo, bueno, me gusta un pequeño cambio de vez en cuando. Ver como vive la otra mitad—
. Saco un cigarro del humedecedor que llevaba en el sostén, se lo metió en la boca y se
puso a pisar fuerte mirando a la doncella con el ceño fruncido.
Aquello era demasiado para Bill, al menos si estaba sobrio. Se apodero del vino que
había traído Irma, y bebió varios tragos enormes. Emergió de la copa jadeando de placer,
porque aquel era el mejor vino que jamas hubiera probado aunque, por supuesto, nunca
antes había bebido autentico vino, al menos no de la clase que se fabrica por el método
de pisar uvas.
Se sentía mejor, y al mirar a Irma, su corazón volvió a enternecerse.
—¡Irma! ¡Que nombre tan bonito!. Yo soy Bill.
—Gracias, Bill.
—¿Que esta haciendo una chica tan encantadora como tu en un sitio como este?
—¡Pues, he estado aquí desde hace mucho tiempo! Este es mi hogar. Alternativamente
vivo en el Partenón.
—¿Alternando?
—¿Perdón?
—No importa. —Bill bebió unos cuantos tragos rápidos para aclararse la cabeza—. Sin
embargo, sigo sin comprenderlo. Tengo conocimiento de los mitos y ese tipo de cosas a
través de los libros y los tebeos. Pero se supone que los mitos son mitos. Quiero decir
que, si fueran reales, no serian mitos, ¿verdad?
Irma adquirió un aspecto alicaído.
—Me has descubierto, Bill. Tu estas en lo cierto. Yo no pertenezco a esta tierra. Al igual
que tu, fui intempestivamente raptada del seno de mi benigno planeta natal.
Se sentó contra el tronco de un árbol y se puso a llorar.
Bill bebió un poco mas de vino y penso en el asunto. Cuando miro a la doncella, su
corazón volvió a palpitar aceleradamente. Un soldado es un soldado, y el continuaba
deseando un poco de acción rápida y afanosa, pero la pizca que en el quedaba de
palurdo granjero se sintió conmovido por aquella flor de mujer.
—Vamos, vamos —dijo Bill, pensando en palabras de consuelo—. ¡Quizá un poco de
diversión, de sexo entusiasta podría hacer que te sintieras mejor!
—¡Oh, todos vosotros, machos, cerdos machistas, sois iguales! —dijo Irma, y se puso a
llorar aun con mas fuerza.
Vista la situación, Bill, que penso que aquello era un cumplido, se sintió profundamente
conmovido.
—Oye, vayámonos los dos de aquí, Irma. Pero antes, tenemos que comparar nuestros
currículos.
Mediante prolijos y aburridos detalles, esbozo sus orígenes, y la forma en que había
sido arrastrado hasta allí por un sátiro licencioso. Irma parpadeaba mientras sus lagrimas
se secaban, sorbía por la nariz y escuchaba. Bill tuvo que despertarla un par de veces
durante las partes repetitivas de su relato, pero al final ella intento poner atención.
—Ahora es tu turno, Irma. Cuéntame tu historia — apremio Bill.
Así pues, Irma hizo exactamente lo que le dijo.
LA HISTORIA DE IRMA O «Luz de Gas»
—Mi nombre completo es Irma Qüentodhadas, y provengo de un planeta llamado Fey
del sistema Cienciablanda del sector medio inferior de la galaxia.
»Cuando era niña, tenía muchos gatitos. Adorables bolitas de pelo. ¡Oh!, que criaturas
tan suaves y monas. Quería tanto a los gatos y a los gatitos que los sirvientes me
llamaban Gatita, el cual continua siendo mi sobrenombre, si quieres llamarme así. Bueno,
el caso es que tenia un gatito llamado Rayo de Luna, un gatito llamado Empolvado y un
gatito llamado Copo de Nieve.
Eran unas cosillas tan divertidas; adoraban jugar con hilos y hacer el diablillo. Oh, ¡nos
divertíamos tanto! ¿Te he mencionado al gatito llamado señor Bola de Pelo? Ese tenia un
montón de extraños puntos grises por todos los cuartos traseros. En fin, la cuestión es
que cuando estos gatitos se convirtieron en gatos, no fueron psíquicos o nada parecido;
sin embargo yo hubiera deseado que fueran como en los libros de Bufidos Andy que solía
leer. Ya conoces esos libros, ¿verdad? Como Mimosos galácticos, y mi preferido, Mundo
de zorras. ¿No? Oh, eran taaaan bonitos... ¡Todos los héroes y las heroínas eran
psíquicos y podían hablar con los animales! Oh, ¿te he hablado del gatito al que llame Sir
Lioso? Bueno, cuando se hizo todo un gato...
Bill la interrumpió en aquel punto y sugirió que Irma se saltara todo lo referente a los
gatos y fuera al grano. Cualquier grano que no le sacara de sus cabales, chillando, como
aquella espantosa mierda de gatos.
—Oh, no hay problema. ¿Te he dicho que era una princesa?. Si, mi padre era el rey
Hans Pagano Qüentodhadas. ¡Que padre tan maravilloso! El fue quien me regalo todos
los gatitos. Y teníamos un consejero familiar llamado Merolimo. ¡Fue Merolimo quien
adivino que yo era una especial! Yo no se si tu sabes lo que son los especiales, pero
algunas personas los llaman talentos, otras esperos, y en algunos planetas simplemente
plastas. ¡Sea como sea, Merolimo averiguo que mi especialidad radicaba en que yo podía
hablar psíquicamente con los unicornios! Desgraciadamente, como en Fey no había
unicornios, no pude hacer mucho uso de ella. ¡Sin embargo, yo sabia que no solo era una
especial, sino una princesa especial!
»A pesar de todo, a partir de aquí la historia se vuelve triste. Fui secuestrada por la
malvada reina Luzdegas, que me llevo a las enormes montañas de la Gran Escarcha,
cuando solo era una adolescente. Y aun peor, ella derramo una maldición genética sobre
las tierras de mi padre, Juvenilia. ¡Un estigma contagioso! ¡Vaya, me alegro de no haber
estado allí! ¿Te he dicho que tenia un novio? Bueno, pues lo tenia. Se llamaba Joe. Tanto
a Joe como a mi nos gustaban los gatos, y esa es la razón de que nos lleváramos tan
bien. Y Joe también era especial. Joe podía hablar con las babosas. Desgraciadamente,
eso no le ayudo mucho en su empresa por rescatarme. Tampoco llego demasiado lejos
con ello, pues murió antes de acné terminal, o eso es lo que la malvada reina Luzdegas
me dijo. Muy pronto averigüe que era lo que Luzdegas pretendía de mi. Quería gobernar
la totalidad del planeta Fey, cambiar su órbita en torno al sol y convertirlo en una estación
galáctica de esquí. ¡Había hecho un trato con los chinger para que le enviaran a Fey un
unicornio cósmico especial... y me necesitaba a mi para comunicarse con el!
»Bueno, cuando me entere de aquello, supe que yo nunca podría formar parte de un
malvado complot como aquel. ¡Papa odiaba a los turistas! Así pues, tenia que hallar una
salida, ¡y eso es exactamente lo que hice! Explore las regiones inferiores de las cavernas
y encontré la reja de una alcantarilla. Le abrí y con una linterna me guié para bajar hasta
lo mas profundo del sistema de alcantarillado.
»Llevaba mucho rato deambulando, cuando vi una luz delante de mi! ¡Era una abertura!
Así pues, salí por ella...
»— Y me halle aquí.
»Sin embargo, cuando me volví a mirar atrás, el agujero se había cerrado.
»Por esta razón, he estado inmovilizada aquí desde entonces y por lo que parece ser la
eternidad.
FIN
La hermosa princesa llamada Irma suspiro y enterró el rostro entre las manos.
Bill le acaricio la espalda, compasivo. Vaya una historia. Era también la mas increíble
descarga de chorrada lacrimógena que jamas hubiera escuchado. El único problema era
que no se atrevía a decirle que a pesar de todo continuaba planeando metérsele en las
braguitas.
—¿Sabes? ¡Quizá un poco de sexo te animaría! —dijo Bill, brillante.
—Oh, Bill. ¡Olvidemos por un rato la cruda lujuria de la carne! Creo que eres una de las
criaturas mas majestuosas que he visto jamas. ¿No podemos simplemente practicar la
comunión de las almas?
—¿Comunión de las almas? ¿No es ese un disco galáctico del grupo musical Mírame y
no me toques? —pregunto Bill.
—¡No, tonto! ¡Es una forma de telepatía psíquica romántica, como la de los tebeos de
ciencia ardorosamente romántica!
Y cuando ella dirigió sus azules ojos de bebe hacia el, Bill se convirtió en un amasijo
tonto en manos de ella. El haberse bebido toda la copa de vino pudo haber tenido algo
que ver con su estado maleable, pero el hecho era que Bill estaba tan loco por aquella
chica como su entrenamiento militar de entonces le permitía.
Así pues, durante un tiempo, el dulce objeto de su afecto estuvo en comunión con el
alma de Bill en un plano espiritual, que a el no le reportaba absolutamente nada; y aquel
había sido un día realmente largo.
Al tomar la cálida mano de la doncella, Bill se adormeció y entro en comunión con un
profundo zzzzzzz.
5 - El rapto de Irma
Los relámpagos atraviesan el paisaje inyectado de sangre.
Los truenos sonaban como un ciclópeo eructo acompañado por el gemido de un millar
de gatitos de mal humor.
Bill se despertó, vagamente, ante unos espaguetis.
Espaguetis codificados por colores que se enrollaban en forma de serpentín y se
deslizaban fuera de unas maquinas que emitían chasquidos y pequeñas explosiones,
agujas que se clavaban y esferas que señalaban cosas.
Una voz rechinante:
—¡Consciencia parcial, unidad Alfa V!
Otra voz; una tiza sobre una pizarra.
—¡Desalentador! ¡Desalentador!
—Las endorfinas ya están en el nivel optimo. La unidad resiste a la inconsciencia. Nivel
de consciencia alcanzando proporciones de fármaco peligrosos.
Bill gimió. ¿Donde diablos estaba? Veía Camillas de acero inoxidable manchadas por
burbujas verdes amorfas.
¡Enfocar! ¡Tenia que enfocar la vista! ¿Donde diablos estaba su disciplina militar?
—¡Pues pégale otro mazazo, idiota!
Una masa de resonante densidad cayo sobre el melón de Bill y, una vez mas, aquel
soldado espacial en particular vio las estrellas.
Cuando Bill se despertó nuevamente, se encontró con que su cabeza descansaba en la
falda agradablemente perfumada de su amada Irma. Ella le estaba acariciando el cabello,
y divagaba dulcemente sobre las delicias de los gatitos.
—... y luego estaba Cabecita de Plumas! ¡Oh, ese gato adoraba su nébeda! ¡Por
supuesto, tuvimos que hacerle extirpar las uñas despues que le arranco los ojos a
arañazos a aquel pobre criado, pero, bueno!
Bill se volvió y fue recompensado con un primer plano arriba de los magníficamente
impresionantes pechos de Irma, que se extendían por encima de su cabeza bloqueando
totalmente el campo visual, lo cual, a el, le acomodaba.
¡Que Edén!
¡Que paraíso!
¡Que existencia tan increíble! ¡A quien le importaba donde demonios estaba el! Bill
decidió inmediatamente que, estuviera donde estuviese, era a años luz mejor que en
cualquier otra parte a la que el ejercito pudiera enviarle.
Con satisfecho placer, los tortolillos charlaron y bebieron el claro vino a la salud de la
breve eternidad bajo el sol Egeo, no lejos del mar oscuro de vino, y tan solo colina abajo
del monte Olimpo, mientras duendes y pájaros cantores, bailarinas y sátiros jugaban en
torno a los mayos y pasaban el día entretenidos en otros juegos de tipo bucólico, en esos
aires frescos de bacanal.
Bill no podía recordar cuando había sido mas feliz, aunque para ser exactos, Bill no
recordaba haber sido nunca feliz, pero no es cuestión de ser demasiado preciso: durante
unas dos o tres horas adorables el sol brillo, el orgón hirvió en el cuerpo de Bill, y sus ojos
llenos de esperma se hincharon enormemente por la presión. Se sentía relajado y
contento, atrapado en el mágico hechizo tejido por el clima, el vino, y la concupiscente
criatura que parloteaba de forma incontinente a su lado.
Que poco advirtió aquel soldado feliz por un instante que aquella felicidad seria, ¡oh!,
tan breve.
Irma había sugerido un paseo.
Era una criatura encantadora, de la mas pura materia de los sueños. Bill nunca antes
había conocido una como ella. Para Bill, las mujeres no eran unos seres misteriosos; el
misterio implica pensamiento intelectual, y los pensamientos de Bill al respecto estaban
invariablemente conectados con el coito. Exceptuando a su madre, por supuesto. Los
recuerdos que Bill tenia de esta eran bastante vagos, pero estaba seguro de que había
sido una madre buena y dulce; en realidad, no podía recordarlo. Eso significaba que todos
los recuerdos de una existencia anterior y posiblemente agradable habían sido
completamente borrados por el sádico entrenamiento militar y las nauseabundas
experiencias de la guerra. Sin embargo, Bill tenia un blando rincón para su mamá, en el
corazón; de alguna manera había eludido la habitual cirugía cordial por ese motivo.
Si, el recordaba ligeramente los días pasados con mamá en Phigerinadon II.
Recordaba las nanas que ella solía cantarle: Canción del puercoespin apasionado, y Vieja
muchacha del río, con su voz de soprano ligeramente ronca y desafinada. Bill recordaba
los pastelillos de chocolate que ella solía cocinar en el horno de atomicondas casero de
fabricación casera que había matado accidentalmente a papá. Recordaba las amables
flagelaciones con el pincho de la robomula de que ella le hacia objeto cuando le pillaba
leyendo tebeos tridimensionales wanky, el día del sabbath, en lugar de estudiando los
textos neo-coranicos según los tontos del culo de los nababs mazdeistas, para su
edificación espiritual. Recordaba como su madre olía a yogur agrio de marmota, y la
forma en que el kebab de gatito que cenaba tendía a quedársele pegado a los bigotes y a
los pelos de las fosas nasales. Recordaba el fantástico color amoratado de la piel de ella
cuando tenia aquellos problemas circulatorios a los que era tan propensa. (¡Pobre mama!
Se le caían partes de su anatomía en los momentos mas inoportunos.)
Pero mas nada; recordaba también como ella le hacia dormirse como una roca cuando
padecía cólicos. Mama se ponia unos viejos blitz c-nodes y le hacia bailar hasta el borde
del agotamiento, incitándole con los disparos de su vieja pistola de microondas, que le
calentaba las asentaderas. Cuando finalmente permitía que su cabecita cayera sobre la
almohada, Bill solía quedarse dormido de inmediato.
Si, su querida mama era una criatura aparte de las demás mujeres, y Bill atesoraba
aquellos vestigios de recuerdo que quedaban en el banco neuronal agotado de su materia
gris marchita.
¿Otras mujeres?
Bueno, estaban las prostitutas legales, por supuesto, de las que Bill rara vez conseguía
algo mas que los dos minutos de diversión por dos talegos, con aquella a la que era
alegremente adicto. Ocasionalmente les había echado lujuriosas miradas furtivas a las
endurecidas mujeres soldado; pero dado que tendían a llevar sujetadores de aluminio y
bragas de cota de malla, y se rapaban la cabeza para facilitar los implantes, Bill
dificilmente pensaba en ellas como en objetos sexuales. Demasiados soldados acababan
con sus conectores de placer quemados cuando intentaban entrar en interfase carnal con
una de ellas. También había existido Meta, por supuesto; pero incluso esta, con todos sus
enloquecedores y exuberantes atributos femeninos, su sexualidad rica en octano y sus
feromonas a prueba de bala, apenas era lo que uno clasificaría como clásicamente
femenina.
Irma si lo era.
De hecho, ella no solo era clásicamente femenina; era femenina de forma clásica. Era
dulce y amable, sus palabras resultaban juguetonas como un gatito y picaras a veces. Sin
embargo, también sabia escuchar, con la boca abierta, lo que Bill tenia para contar. Con
aquellos ojos azules redondos y grandes, llenos de reverencia; ojos en los que el podía
sumergirse, ahogarse en su gran lago azul de asombro. Bill tosió y escupió
lacrimosamente, borracho no solo por la gran cantidad de vino que había bebido, sino
también por el sutil aroma de ella, de sus miembros flexibles ocultos bajo la túnica de
gasa; por la forma en que la delicada punta de su dedo índice le tocaba ocasionalmente
los abultados bíceps para enfatizar una observación determinada.
Bill ni siquiera lo advertía, pero entonces se había encontrado con una amenaza mucho
peor para su bienestar de soldado que cualquier monstruo mortal destructor de hombres
del éter o que cualquier rayo freidor del cosmos que los temidos chinger pudieran disparar
contra el.
Bill estaba enamorándose.
Se tomaban de las manos.
Se hablaban en media lengua el uno al otro. Dado que aquello estaba por encima de
las habilidades lingüísticas de Bill, no pudo practicarlo durante mucho tiempo.
Se confiaron sus mas ocultos anhelos. Irma quería un nuevo gatito, y Bill quería una
botella de Viejo Granmierda.
Paseaban envueltos en el frescor primaveral mientras los periquitos gorjeaban entre las
ramas de los olivos y los palomos arrullaban suave y musicalmente a sus pies, chillando a
veces cuando los pisaban.
Puesto que los palomos tenían un aspecto tremendamente delicioso, a Bill le hubiera
gustado soltarle un pistoletazo a uno con miras a la cena, si hubiera tenido una pistola en
el cinto. En cambio, agarro uno de un manotón por el pescuezo, y se lo hubiera retorcido
de no haber sido por las horrorizadas recriminaciones de Irma.
—¡Pero tengo hambre! — dijo Bill, sintiendo no poca frustración—. ¿Que coméis, los
que estáis aquí?
—¡Pues, ambrosía, por supuesto!
Bill bajo la vista para mirar al palomo que se debatía, y luego miro a Irma con
desconfianza. Los recuerdos de la terrible comida reconstituida a bordo de la distinguida
vieja dama de la flota espacial, la Christine Keeler, burbujearon repulsivamente en su
memoria. Allí, en la mano, tenia carne fresca, en oposición a las cuestionables vituallas
que pudiera proporcionarle por otra parte la encantadora Irma.
—¡Es muy buena! —dijo ella.
—Oye, ¿eso de ahí es un arco iris? — pregunto Bill, señalando con el dedo.
—¿Donde? — contesto Irma, volviéndose para mirar.
Con un movimiento de muñecas diestro y rápido, Bill metió el palomo dentro de la parte
frontal de su traje; solo por si la ambrosía era algo similar a la pitanza de las cocinas
espaciales.
—Yo no veo arco iris alguno —dijo Irma, volviéndose a mírale mientras agitaba sus
bonitas pestañas con aturdimiento—. ¿Donde esta el palomo?
—Ah, se marcho volando. —Bill le tomo una mano—. Pero, adorada criatura no
disertemos sobre los melancólicos palomos y hablemos de cosas mas tiernas.
Caminemos un poco mas lejos, ¿de acuerdo?
«Un poco mas lejos» era una bonita y pequeña depresión en el terreno que otorgaba
cierta privacidad, una hondonada en la que sin duda burbujeaba un alegre arroyuelo. Las
intenciones de Bill eran, por supuesto, la antítesis de la caballerosidad. Habían bebido
una jarra de vino escanciada de un odre de piel de cabra que Irma había sacado de
alguna parte y que el se había cuidado mucho de no acaparar permitiendo que Irma se
animara ligeramente. Luego el había sugerido un inocente baño desnudos en el agua del
arroyuelo; y entonces, cuando ella se acercara a su físico masculino y sus jugos
femeninos comenzaran a mezclarse con el alcohol... ¡Guau!... Ella seria como mantequilla
en sus manos. ¡Vaya forma de hacer las cosas! ¡Que plan tan fantástico!
Sin embargo, apenas llegaron al borde de esa deliciosa escena (y realmente allí había
el mas delicioso y borboteante arroyuelo, según advirtió Bill, con gran interés), cuando un
repentino chirrido penetrante rompió el encanto, similar al producido por las uñas de la
profesora de la escuela en la pizarra de tres dimensiones.
—¡Criiiiiiiick! —hizo el desagradable sonido que de alguna manera parecía intentar
llenar el universo con su eco gigantesco. También palpitaba una música, oculta en alguna
parte de aquel sonido.
—¿Que coño es eso? —pregunto Bill.
—Oh, querido —dijo Irma, mirando resignadamente hacia arriba—. Nos hemos
aventurado demasiado lejos. Divide que Zeus desea apagar su lujuria sobre mi grupa de
virgen.
«Desde luego, Zeus no era el único —penso Bill—, pero ¿que tenia eso que ver con
aquel asqueroso ruido?»
Levanto la vista e inmediatamente se sintió sobrecogido por un miedo estremecedor,
sacudidor y que hacia temblar. Del cielo descendía un monstruoso pájaro cuya negra
silueta oscurecía al sol, y que dejaba caer ácaros del tamaño de un grano de uva. Atados
en torno al cuello tenia unos altavoces gigantescos. ¡El resultado era una aterrorizadora
mutación avícola de gueto volátil!
¿Y era el himno nacional de Phigerinadon II, lo que estaba sonando en los altavoces?
«Con temor reverencial besamos el dedo grande del pie del emperador. Pyakh». No, no lo
era. Era un tesoro arqueológico del amanecer de los tiempos, cantado por Elvis Pelvis.
—¡Odiosmío! —grito Bill—. ¿Que es eso?
—¡Es un ave rockera! —grito Irma—. ¡Oh, por favor, Bill... no dejes que se me lleve!
¡Se mi héroe!
Los poderosos tendones de Bill se tensaron, preparándose para la batalla. Sus
aterradores colmillos quedaron al descubierto, sus manos se cerraron en dos puños, tomo
posiciones para enfrentarse a la criatura y levanto la vista para gruñir su desafío.
Vio el relucir de las garras como guadañas, el afilado pico gigantesco que chasqueaba,
el destello asesino de los enormes ojos negros...
Bill se volvió inmediatamente y corrió para salvar su vida.
—¡Bill! —grito Irma, desesperadamente—. ¡Bill, no me abandones!
Bill continuo corriendo. Mientras corría miro hacia atrás para ver si el ave rockera le
seguía.
Afortunadamente para el, no era así. En cambio, estaba cerniéndose sobre la
indefensa Irma, batiendo las alas y levantando un horrendo viento que golpeo el rostro de
Bill como una bofetada. Observo como la criatura descendía sobre Irma y curvaba sus
garras en torno a la doncella.
La túnica de gasa se rasgo y ondeo cuando la bestia se apodero de la virgen. Con un
chillido y la audible burla de Elvis, el ave rockera volvió a levantar vuelo, encumbrándose
a gran altura y aleteando en dirección a las montañas lejanas, levantando una enorme
nube de polvo.
Bill se detuvo jadeando y tosió por culpa del polvo.
El miedo se alejo gradualmente, y fue el arrepentimiento quien ocupo su lugar.
Una sola lagrima solitaria rodó por una de sus mejillas y descendió por el labio superior
hasta el colmillo... donde se mezclo con saliva que a su vez goteo sobre su pezuña.
¡Que perdida tan terrible!
Unos incipientes pensamientos sexuales desplegaron sus alas y salieron volando en
persecución del ave rockera.
—¡Eh! —llamo una voz a sus espaldas.
Bill se volvió en redondo. Allí estaba el que anteriormente había sido un sátiro hembra,
de pie, con aspecto pensativo.
—Por cierto, me llamo Bruce —dijo el sátiro tendiendo una mano.
Bill, todavía aturdido, se la estrecho.
—¿Que... que era eso?
—¡Eh, nosotros, los seres mitológicos, también tenemos nuestros problemas! No todo
es néctar, ambrosía y ardiente lujuria sabrosa, ¿sabes? Hay toda clase de repulsivos
monstruos que te comerán en cuanto te vean. Fíjate que la semana pasada el sindicato
consiguió pillar finalmente al pobre viejo Hercules y le hizo pagar todas sus cuotas
atrasadas. — El sátiro llamado Bruce se estremeció de miedo y emitió un penetrante olor
a cabra—. En fin, eso era el ave rockera de Zeus. El viejo Zeus es el rey de los dioses y
hasta ahora ha estado anhelando saborear los flancos de Irma. Una vez la asalto bajo la
apariencia de un cisne, pero Irma le pillo por el cuello y casi se lo retuerce. Parece que
vosotros dos os internasteis demasiado en el descampado.
—¿Adonde se la ha llevado? — pregunto Bill, mientras advertía, con desolación, que
ninguna otra mujer podría satisfacer sus deseos no correspondidos como Irma era capaz
de hacerlo.
—Oh, allá lejos, a la cumbre del monte Olimpo ¡Allí es donde esta el palacio de los
dioses! —Bruce advirtió el bulto que había en la parte frontal del traje de Bill —. Oye,
compañero, ¿es ese tu laúd o es que te sientes feliz de volver a verme?
—¿Eh? Ah, es un palomo que me encontré hace poco. Me lo guarde por si necesitaba
un pequeño tentempié.
Bill saco el palomo y no se sintió muy contento al ver que se había ahogado durante la
reclusión. Miro con desdicha el cadáver laso cuyas plumas caían al suelo.
Bruce jadeo y retrocedió.
—¡Glub! —trago Bruce—. Tu, no...
—¿No que?
—¡Ahora estas realmente en la mierda, compañero! — Sus ojos se salieron de las
órbitas adquiriendo el aspecto de aceitunas griegas en medio de su cabello marchito a
modo de ensalada —. ¡Ese es uno de los palomos superiores! Has matado uno de esos y
ahora...
Una trémula ráfaga de viento. Un severo retumbar de trueno.
—¡Y aquí llegan! ¡Y no solo eso...! ¡Acabo de acordarme que quieren mi pellejo por
haberme metido con sus crías!
—¿Quienes? —pregunto Bill.
—¡Las furias, tío, las furias eriniomamonas!
Sin mas preámbulo, el hombre bestia comenzó a galopar en dirección a los olivares.
Pero no había conseguido alejarse mas de diez metros cuando un deslumbrante rayo
crepitante hendió el aire como un eco de muerte. Un rayo brillante descendió del cielo y le
dio de lleno al sátiro, asándolo en el sitio. Cuando se disipo el humo, todo lo que quedo
fue un asador rotatorio de carne asada.
Anonadado, Bill se volvió para ver quien había lanzado aquel increíble rayo de fuego, e
inmediatamente se hallo ante la tercera cosa mas sorprendente jamas vista. (Mas tarde
revelaremos cuales eran las cosas respectivamente numeradas uno y dos.)
A caballo de una turbulenta isla de nubes cargada de electricidad, había tres
muchachas de aspecto austero vestidas con trajes de chaqueta de Bill Blass, que
llevaban un maletín en una mano y en la otra, ejemplares de Feministas interestelares y
Política Galáctica.
—¡Tu! — aulló una, y disparo una andanada de rayos que pasaron entre las piernas de
Bill y estallaron en el suelo a menos de un metro de su culo—. ¡Si haces el mas mínimo
movimiento, ya puedes darles un beso de despedida a las joyas de la familia! —. Aquello
sonaba anatómicamente improbable, pero sin embargo Bill decidió que seria mejor
obedecer la orden, ya que el olor a asado de cabrito y ajo que había en el aire era un
serio recordatorio del destino de Bruce.
—¡Me habéis convencido! —chillo Bill—. ¡No me moveré! ¡No acabéis conmigo!
Las damas murmuraron entre ellas y luego una se inclino desde la nube, escrutando a
Bill, con un desagrado que lindaba con el suspicaz enfado.
—Me llamo Himenestra, líder de las furias. Guardianas de los palomos superiores.
¡Nuestras agujas místicas han saltado de sus alfileteros! ¡Tenemos razones para creer
que uno de nuestros sagrados protegidos ha recibido un golpe sin duda mortal! ¿Sabes tu
algo de eso, mortal?
Bill sonrió, intentando mantener el palomo muerto oculto a su espalda.
—¡No, caramba! ¡Absolutamente nada!
Otra de las damas se inclino por encima del borde de la nube, escudriñando el suelo.
—Mi nombre es Vulvania. ¿Por que, ¡oh dioses!, veo plumas de pájaro a tu alrededor?
—Eeemmmh —dijo Bill—, Bruce y yo, mmmmmh, estoooo... Estabamos jugando a la
guerra de almohadas. ¡Exacto! ¡Eso es lo que ocurrió!
La tercera dama se incline y le apuntó con un rígido dedo índice.
—Mi nombre es Puntostra-G. ¿Que es lo que ocultas detrás de tu espalda, mortal?
—¿Eh? ¿Ah, esto? ¿Que esta haciendo esto aquí? —dijo Bill mientras sacaba el
palomo a la vista. Su cabeza y alas colgaban de forma patética; por algún oscuro medio,
la letra X había aparecido sobre sus dos ojos—. ¡Ah! Si, Bruce... ¿Recuerdan? El sátiro
que acaban de asar allí. Pues, si. El me pidió que le guardara esto. El viejo Bruce huele
muy bien. ¿Ustedes, damas, no tendrán por casualidad pan de pita o algun trozo de
limón, verdad?
El suelo pareció estremecerse con un terremoto cuando Himenestra rugió:
—¡Abominación de macho mentiroso! ¡Por supuesto, esa es la descripción general
para todos los suyos! ¡Tu has matado a uno de nuestros palomos! ¡Oh, que el estigma
caiga sobre tu cabeza!
Retumbaron mas truenos, destellaron mas relámpagos. Las damas conferenciaron
entre si, murmurando viles imprecaciones. Bill decidió que el ardor de una batalla de rayos
pulsar entre los acorazados chinger y los cruceros del Imperio era un lugar mucho mejor
para estar.
—¡Muy bien! — grito Himenestra tras la larga conferencia —. ¡Te hemos declarado
culpable, pura y simplemente! ¡Tu has matado a un palomo sagrado! ¡Percibimos que
eres un hombre de guerra!
¡Ansioso de perpetrar el asesinato y la destrucción sobre tus vecinos a la mas mínima
provocación! ¡Muy bien, has atraído nuestra maldición sobre ti, insecto! ¡Serás castigado
con la mugre marinadora envejecedora!
Las damas expulsaron repentinamente una gran masa semi-liquida de la base de la
nube, y se la arrojaron encima a Bill. Sus reflejos de soldado consiguieron hacer que su
cuerpo esquivara la primera andanada de aquel liquido, pero el segundo le acertó
directamente en el rostro y pudo sentir como el tercero le daba de lleno en la parte
intermedia. Aquello tenia la consistencia del guano de ave roc y tenia el olor astringente
del agua de pantoque depositada en el fondo de un buque despues de una fiesta de ron
de una semana, llevada a cabo en los pisos inferiores. Bill se sintió zarandeado de un
lado a otro por fuerzas totalmente desconocidas para el.
Cuando ceso el zarandeo se hallo mirando la hierba pisoteada, bastante sucio y
confundido. Se levanto del suelo y comenzó a quitarse la apestosa pasta de la cara y el
cuerpo; al hacerlo, sus manos tropezaron con algo que colgaba de su cuello. Pudo
determinar muy rápidamente que se trataba del palomo muerto, cuyo pecho estaba
atravesado por una correa de cuero, la cual, a su vez, estaba atada al cuello de el. Por si
eso fuera poco, el palomo estaba comenzando a oler mal.
Bill, por supuesto, trato de quitárselo de encima. Sin embargo, el nudo de la correa de
cuero parecía desafiar sus dedos resbaladizos a causa de aquella pasta.
—¡Contempla la maldición de la mugre marinadora envejecedora! —aulló la voz de
Himenestra desde lo alto—. No podrás quitarte de encima el ave muerta hasta que no
hayas satisfecho dos condiciones.
»Una: Tienes que rescatar a aquella que es el amor de tu vida y dar voz a tus
tremendos sentimientos.
»Dos A: Tienes que encontrar la respuesta a una antigua pregunta: como puede la
humanidad alcanzar la paz en nuestros tiempos, obtener una tregua con los chinger y vivir
feliz para siempre.
»Dos B: (Es el corolario.) Verdaderamente, por que vosotros, monstruosidades peludas
llamadas «hombres», os regocijáis en la guerra, la estúpida lujuria, las bebidas fuertes y
los partidos de domingo de pelota antigravedad.
—¡Santo Dios! —se burlo Bill—. ¿Por que no me piden que busque también el
significado de la vida?
—Oh, nosotras las mujeres ya lo conocemos, tonto —dijo socarronamente una de las
furias—. ¡Ahora márchate y considera la maldición; resuelve nuestras preguntas porque
en verdad te digo que a medida que el palomo asesinado se pudra, así se ira pudriendo tu
alma, y quizá también se te acorte y retuerza ese precioso apéndice que tienes entre las
piernas!
Tras un retumbar de trueno y una llamarada, las furias desaparecieron repentinamente,
dejando un olor a azufre y la sección de tocador de la revista Harrods-Bloomingdale
Galáctica.
Bill apretó reflexivamente la entrepierna al pensar en la ultima amenaza. La idea de un
trasplante de sus partes era suficiente como para helarle hasta la medula. ¡Ya había
tenido bastantes problemas con aquel pie! Imagínese si se viera unido a otro apéndice
anímico, por ejemplo un pe...
—¡No! —grito, negándose a aceptarlo siquiera—. Saldré de esta. ¡De alguna manera!
Primero, la parte concerniente al amor. Bueno, estaba claro que en aquel caso las
furias se referían a Irma. Tendría que ir tras su pista y salvarla de Zeus, allí en el monte
Olimpo.
Bien. Pero luego estaba la otra parte: ¿paz con los chinger? Aquello sonaba
terriblemente sospechoso, ¿pero que podía hacer el? No quería ir por ahí toda su vida
con un palomo muerto y podrido alrededor del cuello. Causaría una fuerte impresión en
las barracas. ¡Sus reclutas le echarían del campo de entrenamiento a fuerza de
carcajadas! Volvió a intentar quitárselo del cuello, pero no pudo.
Por tanto, se dirigió primero al borboteante arroyuelo al que había esperado poder
llevar a Irma para nadar desnudos, y se lavo para quitarse parte de la mugre.
Luego se dirigió hacia el asador en el que estaba la carne de Bruce, corto unos buenos
filetes para el viaje, y emprendió la marcha hacia la sede celestial del hogar de los dioses,
y a enfrentarse cara a cara con Zeus.
6 - Una nave espacial llamada Deseo
Bill escaló la montaña.
Dado que su planeta natal, Phigerinadon II, era un mundo muy llano, y además había
sido destinado al servicio de batalla, la experiencia alpinista de Bill era nula.
De todas formas, su entrenamiento militar, por no hablar de sus músculos de soldado
ex-granjero, duros como una roca, le prestaron en esta ocasión un servicio muy útil. Sus
piernas funcionaban como pistones oxidados cuando escalaba por las estrechas grietas y
los abruptos caminos de cabras del monte Olimpo. Para repostar fuerzas, comía los filetes
de Bruce, el sátiro travestido, que había llevado consigo; sin duda una dieta nueva para
no decir mas sustentada por una vida caprisatirica. De hecho eran muy sabrosos, aunque
Bill hubiera preferido que el sabor a ajo fuese un poco menos fuerte, y no hubiera estado
mal un poco de salsa chingerra. A medio camino llego a una meseta y la marcha se hizo
mas fácil e incluso un poco aburrida, por lo que se metió en la nariz su ejemplar de la
revista Compendio del Sangriento, para poder leer mientras marchaba.
Sintió como el artilugio se deslizaba desde su fosa nasal hasta sus senos maxilares
mientras conectaba sus apéndices electrónicos. Oyó un sonido amortiguado y vertiginoso
al comenzar a funcionar el dispositivo, y un estremecimiento cuando se le conecto al
cerebro.
En sus lóbulos frontales apareció una pantalla, para el ojo de la mente, que el podía
leer perfectamente bien mientras el aparato le superponía palabras de color naranja en el
campo visual.
Primero apareció un índice del contenido del libro.
Bill selecciono una novela debidamente condensada y se sumergió en el escabroso
texto mientras sus manos encontraban puntos para asirse en la escapada ladera de la
montaña.
CRIATURAS DE BROMA Y RECUERDO
por Michael Huge-Jackson
—Llámame Conrad Hilton.
—No, déjalo. Llámame Gunga Din.
—Bueno, simplemente limítate a llamarme Gus.
Cuando actúo como luchador profesional, me llaman Gus el Grandioso, el Victor Eterno
o alguna otra estupidez por el estilo. Dicen que salvé a la Tierra de los enjambres de
arpías de Grekus Planetus, pero, en nombre del diablo, yo había estado bebiendo ouzo
en grandes cantidades durante aquella semana, y todo esta en blanco en mi mente, así
que ¡que mas da! Todo lo que se es que me desperté en el Partenón con una pistola
desintegradora aun caliente en la mano, en medio de un paisaje que parecía el momento
de la catarsis de una tragedia de Sofocles. ¡Pufff! ¡Criaturas mitológicas muertas por todas
partes!
Pero también en ese caso, puede que todo eso me lo este imaginando.
Eso son precisamente los mitos, ¿sabes? Historias imaginarias con héroes, dioses y
demás. Algunos de mis detractores dicen que yo he inventado simplemente estas
historias y las he susurrado al oído de mis amantes, quienes con toda rapidez las han
desparramado por toda la Tierra. Otros dicen que me han visto salir a hurtadillas de la
biblioteca de Nueva Alexandria, con ejemplares robados de los escritos secretos de
Joseph Campbell ocultos bajo mi guerrera.
Todo chismorreos y tonterías, por supuesto. La verdad es que, mientras que si es cierto
que generalmente llevo un ejemplar de tapas blandas de Edith Hamilton en mi mochila
militar, para pasar el tiempo durante mis tediosas aventurillas, mi nombre real es Philip
Chandler, y provengo del misterioso mundo de Camelot. Estos asuntos terrícolas
comenzaron hace unos pocos años, cuando yo trabajaba como detective privado en Los
Angeles, y la siguiente narración tiene por finalidad dejar constancia correcta de los
hechos.
Era un día soleado en la ciudad de Los Angeles; yo estaba lubricando el mecanismo de
mi 38 con aceite, y mi garganta con Jack Daniels, cuando aquella muñeca entro en mi
oficina.
—Mi nombre es Friggia Atenea —canturreo, con sus enormes melones balanceándose
en un sujetador de acero que brillaba como un saludable sistema de dos soles—. ¿Es
usted Philip Chandler, tercer ojo privado del mundo secreto de Camelot?
—Exacto, muñeca —dije burlón, con mi mejor farfulleo estilo Humphrey Bogart—.
Exiliado aquí en la Tierra por el mismísimo Merlin despues de que le ganara una partida
de bridge dimensional.
Ella adelanto aquellos magníficos pechos que presento ante mi como sendas tarjetas
de visita.
—Estoy en un espantoso apuro, señor Chandler. —Sus párpados aleteaban sobre
aquel par de ojos azules de bebé, en un rostro de estrella cinematográfica, y mi pulso ya
había llegado a mil pulsaciones.
—Los apuros son mi negocio, señora —le dije—. Especialmente los apuros que
conciernen a hermosas rubias de proporciones mitológicas. Bueno, ¿de que va el asunto?
¿Ha perdido su unicornio? ¿Su marido le hace el salto con esa marrana de Afrodita?
Le ofrecí un vaso de whisky y ella se lo echo al coleto como si tuviera las amígdalas en
llamas. Se sentó, y me llego el aroma del perfume de los lotófagos, como una noche
especial en el lupanar de Nero Wolfe.
—Verá usted, se trata de mi marido, Loki Agonistes. Le han estado haciendo chantaje
por trafico de armas con los países semimagicos revolucionarios del Tercer Mundo.
¡Loki Agonistes! ¡El Buda con Muletas! ¡Mis ojos giraron como locos ante la sola
mención del nombre! Conseguí devolverlos a sus órbitas despues de buscarlos a ciegas
por encima de mi escritorio, y emití unos apropiados sonidos de jadeo.
—¡Por los clavos de Cristo, señora! ¡Aún me quedan un par de miles de años en este
viejo cuerpo! ¡Si me pongo a hacer el tonto con la gente que persigue a Loki Agonistes, mi
karma entrara en la lista del Hades, y esta parte de mi vida sera incluida en el Libro de los
muertos egipcio, en la sección de los detectives estúpidos!—. Me levante para indicarle
que la entrevista había terminado—. ¿Por que no lo intenta con este colega mío?. Vive en
Sausalito, en una casa flotante llamada Clavado Directo, y se llama Travis Watts. El se
dedica a la detectivesca metafísica. Yo solo me limito a lo estrictamente mitológico.
Su amplia sonrisa esperanzada se transformo repentinamente en un ceño fruncido que
casi le tocaba los dedos de los pies.
—¡Pero, señor Chandler, yo le quiero a usted en esto!
De repente, aquellos brazos estaban en torno a mi, y me vi con la cara llena de
aquellos pechos galvanizados y una andanada de feromonas que hubieran hecho hervir
las testosteronas de un gigante de nieve en pleno invierno. Comenzó a frotarse contra mi.
Yo hice lo propio.
Para cuando salí de aquel lecho olímpico a respirar un poco de aire, pasada media
hora, ya estaba en el caso.
Que poco advertí que si aquello hubiera sido un juego de cartas cósmico en el que
acababa de entrar, había sacado el triunfo de pajas para hacer mi jugada.
—La cosa es así —dijo ella, sugerente, fumando un cigarrillo y echándome el humo en
la oreja—. Existen esas horripilantes tres hermanas, ¿sabes?...
—¡Hola!
La voz sonaba como si proviniera de una gran distancia, amplificada por un altavoz
desvencijado.
Bill parpadeo. Salió de la fuga introductora del libro. Les ordenó a las palabras,
mediante la voluntad, que desaparecieran de su campo visual, y así lo hicieron aunque
despues del segundo intento. Se dio cuenta de que había dejado de ascender. Se hallaba
de pie en una planicie donde, a corta distancia de el, había templos con columnas de
mármol. En la parte anterior de aquel escenario, el agora de piedra, es decir la plaza de
mercado griega, o lugar de reunión o asamblea o, ya sabe, algo así, había una nave
espacial de un plateado brillante y treinta metros de altura, con un morro en forma de
aguja y unas aletas tales, que le conferían un aspecto mas apropiado para el estante de
una casa, coronando un trofeo de concurso de rollos de ficción malos, que para estar allí,
en el Olimpo. En grandes y lustrosas letras llenas de florituras dibujadas en uno de sus
flancos, estaba su nombre: Deseo. Toda la escena poseía un brillo y un lustre
asombrosos, como un decorado cinematográfico: al fondo se elevaba una luna por
encima de unas montañas de color azul acrílico y blanco. Las criaturas y ciudadanos del
fondo parecían de cartón y la gran mayoría llevaba volantes en las mangas y cuello. En
pocas palabras, no tenia aquello un aspecto muy griego que digamos. ¡Y, por Zaratustra!
¡En los cielos, las estrellas parecían estilizados luceros de arbol navideño!
Bill estaba pasmado, aturdido. ¡Podía oír a la pasma... y realmente estaba en do!
¡Todo el panorama parecía una lamina animada hecha por la escuela de arte de Kelly
Abejaslibres de la universidad de L. Ron Hubris, los muchachos que habían realizado la
obra de arte del póster de reclutamiento del ejercito!
Caminó hacia aquella escena, tan deslumbrado por la brillantez de los colores y el
trabajo de pintura por aire comprimido, que apenas noto el hedor del palomo muerto que
le colgaba del cuello.
Bill se estaba acercando cautelosamente a la nave, cuando repentinamente se abrió
una puerta neumática en la barriga de aquella, y una escalerilla de cuerda se desenrollo y
descendió hasta el suelo de mármol. Para cuando llegaba ya a la base, una figura había
salido y descendía por la escalerilla con imprudente soltura. Era un hombre alto, guapo,
que llevaba un parche de diamante de imitación sobre un ojo, charreteras de color naranja
brillante elegantemente decoradas con destellante pedrería, y botas altas de lustrada piel
negra. Llevaba ajustado en torno a su esbelto talle un fajin metálico de color naranja a un
lado del cual se balanceaba una pistola desintegradora enfundada, mientras que al otro
estaba sujeto un amenazador chafarote. Aquella figura enormemente impresionante, por
no decir ferozmente llamativa, cayo los últimos dos metros y medio, tropezó y dio con
estruendo sobre el trasero. Hasta Bill llego una inconfundible vaharada de lavanda y ron.
El hombre, aturdido, levanto la cabeza para mirarle con un ojo sorprendentemente azul. El
otro era de sorprendente diamante de imitación.
—Arrrrrrrr —dijo, con una voz como la de Barbanegra despues de las lecciones
intensivas de ingles—. ¡Por los Hiperboreas, joven compañero! ¿No te recuerda la vida a
la inmundicia que flota en la bahía de Tokio?
—No. Creo que nunca he oído hablar de la bahía de Tokio.
—Yo tampoco. La bahía del Hudson, mas bien. Justo al lado de Nyark City, en la
Tierra. Una vez le eche una rápida leída a la fábula de la Tierra, el hogar histórico de toda
la humanidad, actualmente destrozada tras la guerra nuclear. ¿Donde me había
quedado?
—Creo que en medio de la bahía de Hudson.
—Por supuesto, mi querido muchacho. ¡Que inteligente eres! En fin, detritus médicos,
agujas oxidadas, viejos discos de Charlie Parker. No importa. Me llamo Rick. Rick el
Héroe Superno. —Le tendió a Bill una mano para estrecharle la suya, cosa a la que Bill
correspondio con prontitud, presentándose a su vez.
—Hola, soy Bill. Escrito con dos eles. Fuiste tu el que me saludo a gritos hace un
momento.
—Ciertamente, así es. ¡Te vi llegar desde el horizonte con ese palomo muerto atado al
cuello, y supe de inmediato que tenias que ser un marino del océano de la vida, como un
humilde servidor! —Se miro un hombro—. ¡Arrrrrr! ¡Y ahora donde esta mi propio pajarillo!
¡Arquímedes! — grito en dirección a la puerta abierta en un flanco de la esplendorosa
nave espacial—. Arquímedes, baja a conocer a otro amante de los pájaros.
—¡Awwwwwwwwwwwk! —grazno una voz desde lo alto—. ¡Trozos de miarda! ¡Trozos
de miarda!
—Ten cuidado, Bill. Ultimamente Arqui ha tenido diarrea —le advirtió Rick—. Come
ciruelas, ciruelas sin parar. Literalmente.
Por la compuerta salió repentinamente disparado un loro de color azul brillante,
chillando como una banshee1 en llamas lanzando al mismo tiempo excrementos con una
catapulta de cloaca. Salpico por todas partes. Bill realizo un par de pasos aztecas y
ágilmente se aparto, pero Rick el Héroe Superno era un poco mas lento de movimientos,
o estaba cargado de droga o algo, y una parte del bombardeo le cayo en la frente. Maldijo
con suavidad mientras sacaba un pañuelo del bolsillo y se limpiaba la frente. Luego se
puso el pañuelo en el hombro y le hizo señas al loro para que descendiera. Con un
asombroso aleteo de cobalto y esmeraldas, Arquímedes aterrizo, soltó un pedo psitácido,
y seguidamente torció la cabeza de costado, dirigiéndole a Bill una mirada cargada de
sospecha.
—¡Awwwkkkk! ¡Asesino de pájaros! ¡Awwk! ¡Avicida!
—Tenia hambre —gimió Bill, a modo de disculpa—. Yo no sabia que este bastardo con
pico era sagrado. Y de todas formas, ¿a ti que te importa, coñazo de pájaro?
Bill ya había tenido bastantes problemas avícolas a aquellas alturas, y señaló al loro
con un amenazador dedo índice... y el amenazado chilló furioso y le picó puntualmente el
dedo.
—¡Auuuu! —aulló Bill y se chupó la yema palpitante.
—Arquímedes... se bueno con nuestro invitado. Ya sabes que puedo clonizarte en un
parpadeo de pájaro y conseguir un loro mas dócil. Con un mayor control de los esfínteres.
Así que sera mejor para ti ser bueno.
—¡Awwwwwwk! ¡Arquímedes buen chico! ¡Awwwkk! ¿Quien te quiere, muñeco?
—Sin embargo, no podría clonizar su deliciosa personalidad —dijo Rick, dándole al
pájaro un beso en el pico—. Oye, Bill, es un pie interesante ese que tienes. ¿Que te lo
provoco?
Bill se miró la pezuña y frunció el entrecejo ante su presencia. No se sentía arrebatado
por el entusiasmo al pensar en la explicación del pie anímico, en la cual no soportaba ni
pensar. Demasiado grotesca y deprimente. Cuando no sepas que hacer, miente, según
rezaba el antiguo lema militar.
—Soy un tonto luchador de la armada galáctica. En el curso de mis tareas de alta
cualificación, entré en una tormenta radiactiva. ¡Solo puedo decirte que podríamos afirmar
que se trata de un pie mutante!
—¡Atiza! ¡Eso tiene que ser muy doloroso!
—No puedo decírtelo. Esa información también es secreta.
—¡Bueno, realmente no somos mas que un paquete de secretos! Y también somos los
dos soldados, hecho que encuentro altamente relevante. Acabo de perder a mi
compañero a causa de una variedad de escorbuto venéreo. Le dije al muy tonto que
utilizara condones impenetrables cuando se fue de vacaciones al sistema Puertatrasera.
Son un poco incómodos, es cierto, ¿pero que son unas pocas rozaduras que luego
desaparecen, comparadas con la horrorosa alternativa? ¿Crees que me escucho? Se
contagio de una de esas enfermedades consumidoras y se consumió.
—Rick observó apreciativamente la considerable musculatura de Bill—. Supongo que
no te interesará contratarte como primer oficial. Estoy llevando a cabo una búsqueda, y
me vendría bien un poco de ayuda cualificada.
—Lo siento, chico. Tengo que encontrar a una muchacha llamada Irma. Ella es mi
verdadero amor, y la única forma que tengo de quitarme del cuello este pájaro putrefacto
es encontrándola. —Atormentado ahora por la autocompasión y sorbiendo por la nariz,
Bill relató toda aquella triste historia, desde el hospital de Coloctomia IV hasta lo ocurrido
con el ave rockera y Zeus.
—¡Awrvwwwk! ¡Zeus! ¡Zeus! — El loro abrió mucho los ojos, chillo de miedo, defecó
copiosamente sobre el hombro de su amo, y se alejo aleteando sonoramente hacia el
interior de la nave, gritando horriblemente mientras volaba.
—¿Le gusta a Zeus el estofado de loro, o algo así?
—No, lo que ocurre es que la deidad hipersexuada pilló a Arquímedes cuando aun
tenia la forma de un cisne, despues de haber estado con Leda; ya me entiendes. El pobre
Arqui quedo traumatizado. Pero ocurre de forma totalmente casual, ya que de lo contrario
para que serviría la fortuna, mi búsqueda me lleva actualmente hacia una de las
principales guaridas de Zeus.
Bill frunció el ceño.
—¿Quieres decir que el no esta aquí, en el pináculo del monte Olimpo?
Rick se echo a reír.
—¡Olimpus deslumbrantus! La cima del monte esta a unos trescientos mil metros mas
arriba. Esta solo es el área de servicio del viajero de Johnson Howard — dijo señalando el
edificio de color verde oscuro que estaba detrás de una roca y a Bill le había pasado
inadvertido—. Sentía anhelo de probar unos catorce de los trescientos veintiocho sabores.
—¿Podrías llevarme hasta el Olimpo, Rick? Este pájaro esta comenzando a pudrirse
de veras. —Bill arrugo la nariz mientras miraba al palomo muerto. Las moscas zumbaban
alrededor del cadáver y las equis de los ojos le miraban con una vacía expresión equis.
—Si, se esta poniendo un poco apestoso, ¿no? ¡Bueno, te seré sincero! Te propongo
un trato. Ven conmigo como mi primer oficial, y pondré ese pájaro en el campo estático.
¡Se mi primer oficial y probablemente encontraremos a Zeus en su balneario favorito,
precisamente el destino de mi cristiana búsqueda!
—¿Y de que se trata? —preguntó Bill con desconfianza. Los cristianos tenían
generalmente mala reputación en Phigerinadon II, desde que el espectáculo de la Cadena
Sagrada había llevado a cabo un despertar religioso en el continente de Falange, entre
los asentamientos Donner. Los Hiperdonner, al ser caníbales, se habían comido como es
natural a los misioneros... y habían sufrido ataques de indigestión durante años. De allí la
mala reputación de los cristianos.
—¡Pues se trata de la segunda y mas fabulosa búsqueda de todas! —dijo Rick de una
forma marcadamente oratoria—. ¡La búsqueda de la Sangría Sagrada y el Grill!
Bill sonrió con entusiasmo.
—¿Donde tengo que firmar?
7 - El primer oficial Bill
Despues de todas las imbecilidades mitológicas por las que había sido sacudido,
resultaba agradable volver a estar en el interior de una nave espacial. Si bien no resultaba
precisamente tan cómoda como las naves de la armada (que eran el equivalente galáctico
de un buque de vapor sin extras de ningún tipo), una vez superada la tremenda fuerza-G
del despegue que casi le convirtió la cara en una pulpa informe, Bill aprendió cuales eran
sus deberes como primer oficial. Principalmente consistían en limpiar los excrementos del
loro del suelo, las paredes, e incluso de los techos, ya que aquel loro era realmente un
cagador acrobático, y depositar lo recogido en la sala hidroponica. ¡Que placer le produjo
darse cuenta de que finalmente se había convertido en un operador técnico fertilizador!
Aquello colmaba la ambición de su vida. Era una vida fácil, e incluso a pesar de que era
una vida de mierda, era mas fácil que la de militar, y Bill se habituó bastante rápido a ella.
Por otra parte, Rick había cumplido formalmente su palabra respecto al palomo: había
sacado una lata de «Estasis para retretes», un fijador electrónico especialmente fabricado
para los lavabos apestosos de las naves espaciales, y le echo una buena rociada al
pájaro. El olor desapareció al instante, y teóricamente se mantendría así durante un par
de meses. Por supuesto, aun no podía quitárselo del cuello, y si uno tocaba el cadáver
recibía una descarga de electricidad estática; era un precio muy bajo a cambio de la
detención del hedor del cuerpo podrido.
Una vez solucionado aquel problema, y cuando Bill hubo aprendido las otras
responsabilidades que tenia como primer oficial, los días adquirieron un carácter rutinario
y básicamente aburrido. Levantarse al romper el pseudo-alba. Desayunar galletas
marineras plastificadas, carne artificial de cerdo salada y una imitación de café. Limpiar
los excrementos del loro. Echar el abono en la cámara hidroponica. Quitar el polvo de los
trofeos de bolos de caída libre. Almuerzo a base de galletas marineras, carne de cerdo
salada, café y una botella de ron. Vomitar. Limpiar los excrementos del loro. Echar el
abono en la cámara hidroponica. Fregar los diferentes niveles y apretar el botón del rayo
letal que limpiaba los retretes despues de comprobar que no estaban ocupados, pues el
capitán no veía con buenos ojos que la descarga diera muerte a la tripulación. Anotar las
lecturas de navegación y ayudar a Rick a trazar nuevos rumbos de navegación según la
guía de posibles coordenadas de puertos interespaciales de fábula, de Rand McNally.
Alimentar a los superhamsters y a los motores de la nave. Cena a base de galletas
marineras, carne de cerdo salada, café con un edulcorante artificial, y luego dos botellas
de ron con el jugo de una lima para darles un poco mas de sabor y prevenir el escorbuto
espacial. Hora de recreo. Contar historias sucias. Decir palabrotas. Vomitar. Caer en la
inconsciencia. Exactamente igual que en la armada.
Aunque Bill apreciaba lo gratificante que era su vocación de ingeniero en guano y el
reto que representaba; y a pesar de que el ron era bueno (si bien Bill sospechaba
poderosamente que se trataba de alcohol deshidratado con esencia de ron que Rick
mezclaba con agua del grifo de la cocina), el momento del día del que mas disfrutaba era
la hora de recreo. Durante aquellos ratos, el y Rick podían intercambiar historias, o
Arquímedes y Rick representaban lo que ellos creían que era un hilarante espectáculo
cómico de chistes y bailes, y que a Bill le aburría tan tremendamente que se quedaba
dormido con solo pensar en el. Al menos, cuando acababan, Bill quedaba en libertad para
leer o mirar la amplia colección de pornografía alienígena de Rick (a Bill le gustaban
especialmente los retozos de apareamiento de los siete sexos venusinos, que parecía ser
una combinación de orgía compleja con el lago de los cisnes).
Sin embargo, por placida que fuera la vida en aquella búsqueda de la Sangría Sagrada
y el Grill, Bill no pudo menos que llegar a la conclusión de que había algo irreal en todo
aquello. Desde el momento en que Bruce el sátiro le había arrastrado al interior del
océano, las cosas habían adquirido una calidad inferior a la insubstancialidad. Oh, bueno,
en la primera parte, con Irma y los Campos Elíseos, las furias y la escalada de la
montaña, todo había parecido bastante real. Había visto, sentido, saboreado, oído y olido,
experimentando todas las sensaciones. Había llevado a cabo todas las funciones
fisiológicas con el entusiasmo habitual, o con la falta habitual; había bebido y sentido
deseos lujuriosos de la misma forma especifica y urgente de que habían estado imbuidas
su vida de granjero y su carrera militar. Y aunque en una vida humana normal
indudablemente era bastante extraño encontrarse con criaturas mitológicas que le
colgaran a uno del cuello un palomo muerto, pindonguear por ahí en busca de la dama
amada en una nave llamada Deseo con un posible héroe inmortal y su neurótico loro, Bill
contaba, en su hasta entonces breve vida que esperaba poder alargar, con la experiencia
de un numero bastante inhabitual de aventuras en lugares exóticos y nauseabundos (las
cuales están relatadas en sus respectivos volúmenes, todos ellos a su disposición en la
misma librería en la que ha adquirido este libro), por lo que supo tomárselo a bien.
Sin embargo, de vez en cuando captaba breves imágenes de inquietante
insubstancialidad en la periferia de su campo visual. La nada. El vacío. La inexistencia. La
ausencia. Bill giraba rápidamente la cabeza y entonces, fuera lo que fuese que se suponía
que debía estar en el lugar, ya fuera un tablero de control, el suministrador de drogas, la
maquina de comida sustitutiva de imitación artificial, el armario de agua deshidratada, el
loro, Rick... repentinamente estaban allí. Pero solo como consecuencia de una imagen
subliminal, una configuración del aire, de igual forma que se disuelve una fugaz sugestión
de tres dimensiones o una resaca aguda.
Dado que el ron que podía echarse al coleto era generalmente bastante como para
mantenerle lo suficientemente entumecido para que no se preocupara demasiado (a
pesar de que el ron pronto desapareció de su lista de las diez principales bebidas
alcohólicas, y ansiaba llegar al lugar en que se hallaba la Sangría Sagrada y el Grill,
aunque solo fuera para beber los otros líquidos potables), lo que ocurrió una mañana fue
particularmente perturbador. Mientras bostezaba, parpadeaba y deseaba que la palabra
ron fuera permanentemente borrada de sus bancos de memoria, advirtió que le estaba
resultando sumamente difícil abrocharse las botas; mejor dicho, no se estaba abrochando
las botas porque no estaba cerrando los broches. No podía cerrarlos porque los muñones
de sus brazos no podían realizar dicha tarea a causa de que las manos habían
desaparecido.
Los locos gritos frenéticos y el ataque de pánico despertaron con bastante rapidez al
capitán Rick y a su loro. Bostezando, Rick el Héroe Superno descendió a toda velocidad
para ver a que se debía el alboroto, vestido solo con sus zapatillas y un bostezo, mientras
Arquímedes volaba a toda velocidad detrás de el.
—¡Mis manos! —chillaba Bill de forma incontrolable—. ¡Han desaparecido!
Como Bill sacudía los brazos en el aire y corría como un histérico por la habitación,
minuciosamente aterrorizado, el capitán Rick se dio cuenta de inmediato de que algo iba
mal.
—¡Oh, por todos los cielos! ¡Habrá vuelto a atacar el escorbuto venéreo! ¿Has estado
tocando algo que no deberías haber estado tocando, pícaro soldado? ¡A ver, echemos un
vistazo! —ordeno Rick, poniéndose un monóculo encima del ojo bueno.
Estremeciéndose y temblando a causa del traumatismo mas temido que puede sufrir un
soldado, Bill tendió lenta y reticentemente los muñones de sus brazos, apartando la vista
de ellos.
—¡Awwwwwk! —chilló el loro, horrorizado ante todo aquel griterío y exceso emocional.
De alguna manera se las ingenio para taparse los ojos con un ala.
—Bueno, tengo que decir que esto es hacer una tormenta en un vaso de agua, o tiene
que ver con alguna broma del veleidoso destino. Me veo en la obligación de decirte que
no existe ningún síntoma de desintegración, y ciertamente tampoco de desaparición.
Desconcertado, Bill abrió sus temerosos ojos y se miro las muñecas. Manos. Dos.
Ambas en su sitio.
—¿Que cojones esta pasando aquí? —aulló, aliviado—. ¿Que me pasa? ¡Estoy
volviéndome loco, te lo digo en serio, loco!
—Hagamos el favor de no dramatizar excesivamente las cosas a estas horas de la
noche.
—Si, lo siento.
Los dientes de Bill castañetearon mientras le explicaba al capitán Rick las sensaciones
de irrealidad de que había sido víctima durante los últimos días. Dado que Bill estaba
bastante desquiciado y no tenia aspecto de que fuera a dormir demasiado aquella noche,
el capitán Rick le preparo un vaso de leche de soja tibia con miel, mostaza y ron,
garantizado para curar cualquier cosa, o al menos para mantener la mente alejada de los
problemas mientras uno vomitaba hasta los pensamientos. Da una idea de lo distraído
que estaba Bill, el hecho de que se bebiera aquella mezcla atroz y tendiera el vaso en
espera de una segunda ración.
—¡Arrrrr! — dijo el capitán Rick para demostrar su acuerdo, sacudiendo sus largos
mechones de pelo—. Ya se a que te refieres, compañero. Yo mismo tengo esa sensación
de vez en cuando. Esta es una vida extraña, ya lo creo que lo es. Espero poder encontrar
las respuestas a las preguntas que me han impulsado todos estos años a la búsqueda de
la Sangría Sagrada y el Grill.
—¿Preguntas? ¿Cuales son tus preguntas?
—Pues las eternas preguntas de los filósofos, por supuesto, Bill, muchacho mío. Los
enigmas que han perseguido a la humanidad desde el principio de los tiempos, incluso
antes de que se inventara la destilación, por lo que debe de haber sido un mundo
bastante aburrido.
» A saber, ¿quien fue primero, el platillo volante o Raymond Palmer? O, su lógico
corolario, ¿provenía Raymond Palmer de un platillo volante?
» Dos, ¿quien fue primero, el pollo o la tortilla occidental con patatas fritas al lado?
» Tres, si cae un arbol en el bosque y no hay nadie que lo oiga, cae hacia arriba o
hacia abajo; y su corolario, si un hombre sordo se cae en el bosque, ¿hace o no hace
ruido?
» Cuatro, ¿existe Dios?, y si el (o ella) existe, ¿por que acaba matándote el exceso de
bebida alcohólica?, ¿por que el sexo acarrea enfermedades? y, finalmente, ¿por que
nunca pueden conseguirse buenas localidades para los seriales del mundo galáctico?
» Y, por ultimo, Bill, el autentico reto: ¿cual es el significado de la vida? ¿por que nace
un hombre? ¿por que vive y por que muere?... ¿y donde demonios puedo conseguir un
buen frasco de Pepto Abysmal para Arquímedes? Me esta poniendo enfermo el olor de
este coñazo de pájaro que lo invade todo.
A Bill le daba vueltas la cabeza ante la profundidad de aquellas preguntas filosóficas.
¡lncreible! ¡Profundo! Todo aquello era demasiado para el, así que pidió otro vaso de
leche de soja y lo demás, para ofuscar el enredo que comenzaba a generarse en su
cerebro.
Para relajarle todavía mas, el capitán Rick le contó su historia.
La historia del Capitán Rick o «Estrellas en mi pañuelo como manchas de mocos
verdes» para apagar el despertador digital.
Así que clamó al universo para que le diera un nombre.
La sub-voz respondió con un eructo.
Eructó la respuesta: Kid, enano cibernético lloricón, criajo de mierda, ¿que coño me
importa a mi? ¡Capitán Kid, capitán Rick, astronautas de carrera, y el batir de los bongós
en los que suena el himno internacional, y ¡arrea!, el precio de los plátanos esta por la
estratosfera en Nicaragua, y los ascensoristas se limpian el culo con el dedo pulgar, y
Warden's y Dalton's son realmente duros con los tiradores Pynchon, últimamente, ¿así
que por que tengo que desear buena salud? De todas formas, tengo un trago de café frío
en la boca, y que el diablo me lleve si se por que. ¡Jesús! ¡Glub! ¡Sabe a rayos!
Al minuto siguiente Kid estaba en cuclillas en el puesto de guardia, empuñando una
reseña de libros mas vendidos de Nueva York y un rollo de papel higiénico de pequeña
revista, escuchando su pesada respiración y la música interior de Kerouac.
Mas allá de los arboles frondosos, una luz de luna pintada, papel de pared y tiras
decoradas de interiores, modernas, de luz de bosque de West Village.
El se pasaba la poesía por el culo. En alguna parte de Soho (o quizá de Tribeca), una
galería de arte estaría ofreciendo, bajo amenaza, un espectáculo artístico de William
Burroughs. Toda la ciudad se había convertido en un rascacielos tras otro de galerías de
arte, adquiriendo un aspecto de paisaje-semi-real-convertido-en-ficcion en manos de
bandas que andaban por ahí haciendo el tonto con hologramas a modo de navajas
automáticas.
Las hojas sonrieron malignamente e hicieron guiños.
La mujer del holgado jersey de sombras y el peinado de Jimi Hendrix surgió de la
oscura cultura de los años sesenta y olía a hachis. Tenia una bola de luz sobre la nariz.
El capitán Kid y la mujer hicieron el amor y luego intentaron deducir que ocurriría en el
anticlimax de ochocientas setenta y siete paginas.
¿Para que sirve el «mito», sino para la prosa neo-deconstruccionlsta de un critico
literario desaparecido que balbucea?
—¿Um? —dijo Bill, bastante desconcertado.
—Oh, disculpa, esa es la versión sesuda para las fiestas de mis amigos intelectuales —
dijo el capitán Rick—. Quizá te haría falta algo mas tranquilizador. Arrrrr. Si, tengo algo
para ti.
Rick saco rodando su amplificador de mil vatios tan grande como un remolcador
espacial y su guitarra electro-bajo sacude-estratosferas. Ejecuto algunos rasgueos mortalmetal
a modo de prueba (mortal-metal era la versión que estaba de moda en aquella
época, derivada del rock-and-roll, en la que los cadáveres controlados por computadora
de asesinos electrocutados le ofrecían a uno un concierto de guitarras eléctricas
comunes, baterías de cocina sintetizadas, timbales y bajos), y comenzó a cantar.
Arquímedes soltó un chillido y, con una critica granizada de plumas y excrementos,
salió volando de la habitación.
La historia del Capitán Rick. Toma Dos.
«Balada del Héroe Superno»
A mi es a quien llaman el héroe de las caras mil,
Y veo muchas cosas en los sitios a que me place ir.
El mítico héroe soy al que gusta deambular, soy aquel
Cuyo héroe no es Joseph sino John W. Campbell.
Unas veces soy pirata y otras santo como el que mas,
Pero ante todo soy homo sapiens, mas un cobarde, jamas.
La Humanidad fue creada para dominar las estrellas,
Construir paseos, condominios, muchos bares y tabernas.
Yo de niño era muy débil, nada me lograba interesar,
Hasta que John on Dean Drive and Dowsin un día me puse a ojear.
Desde entonces viajo de planeta en planeta, por la bóveda celestial,
Y las cosas inteligentes y extraterrestres me dedico a matar.
«Terra Uber-Alles», con un eructo y un grito me gusta cantar
Y de mi pululante humanidad de machos reír me gusta mas.
Y cuando se ponen mal las cosas y la escasez entra en la despensa,
De mi buen viejo Ron Hubbard, saco su libro Dianética.
Mi mas grande aventura. Veamos, déjame pensar.
Hubo una visita a la cantina que yo tuve que acortar.
¡Ay! La pistola desintegradora en la caja digital me deje,
Y en la barra estaban nada menos que Lay-ya y Luke Staffoker.
De Lay-ya yo me había divorciado, ya dos años hacia,
Pues la vida sexual de la princesa era de lo mas aburrida.
Luke creía que estaba criando corderos en Monte Shasta.
«¡Ayuda!», grito Luke. «¡Te necesitamos a ti, con la pistola no basta!»
«Lord Cerebro-Muerto ha vuelto, que a todos nos ayude la farsa.
Sentimos la respiración fuerte, y sabemos que es su llamada.
Ha vuelto desde la tumba con malignos encantamientos.
Y yo estoy muy asustado, me siento imbécil, estoy enloqueciendo.»
Apenas lo hubo dicho, los soldados de tormenta llegaron a atacar.
Evitando los mortales rayos, en Deseo, con presteza, volvimos a entrar.
Corrimos por el espacio y en nebulosos pantanos la nave escondía.
Nos preparamos para la dura batalla, leíamos viejas analogías
¡Buen viejo John Campbell! ¡Que ensayos de gran profundidad!
Imponentes lecciones en el pasmoso estilo de la antigüedad.
En aquellos pre-spilbergianos días, me tendrás que conceder,
John hubiera destrozado al Alien y vomitado sobre el ET.
«Reunid las fuerzas —hubiera dicho el— ¡Hombres a la guamicion!
¡La tecnología gobierna! ¡Arriba Anderson! ¡Arriba, Harrison!
¿Invasión alienígena? ¡Construid un cañón cojonudo!
Manteneos a la derecha del oro y de Atila, rey de los hunos.»
¡Y así, cual tontos tecnológicos, nos pusimos a remendar y soldar
Para un mejor rayo mortífero hacer, usando cerebros y reglas de calcular!
¡A John le hubiera gustado; Doc Smith verde se hubiera puesto,
Compañero, aquel lanza rayo era grande, poderoso y obsceno!
¡Así pues, volamos raudos al encuentro de la flota mortal
¡Vision terrible resultaba aquella, cosa seria con que batallar!
Un millar de alienígenas naves, diseñadas por George Lucas
Querían hacernos horrible moco, convertirnos en chatarra, mucha.
«Rendios al lado oscuro —dijo Muerto—, ¡sorpresas tales!
¡Unios al Imperio! ¡Haréis películas! ¡Comerciales!»
Respondiendo, disparamos el enorme rayo., felizmente acertando, lo juro.
De ninguna manera, el chico de john, besaría del Imperio el culo.
¡Aunque para Cerebro-Muerto la tecnología era su heredado bien,
Sus científicos no habían leído a Tom Clancy, Pournelle y Niven,
Hijos de la ciencia ficción, ¿que importaba si escribir no sabían?
Conocían muy bien su trabajo y, muchacho, luchar podían.
Nuestro lanza rayos, oye bien, no llevaba cartuchos de energía,
Y sonido de hiper y ultra frecuencia conectados tenia.
De Asimov, deCamp, Clement, Dickson y del Rey, lecturas concéntricas.
Emocionantes todas ellas como el cemento que a endurecerse comienza.
¡Disparamos el golpe de gracia! ¡Oh, Hiperboreales!
¡Oh, de John W. Campbell, los editoriales!
Aturdidas, las muertas naves Imperiales se alejaban y gemían.
El viejo Muerto proclamó su rendimiento. ¡Nuestro fue aquel día!
Dicen que el buen viejo John Campbell esta por ahí arriba,
Observando a los nuevos escritores con toda su palabrería.
Ahogándose de furia con grandes y sonoros ahogos celestiales.
«¡Si esa porquería es ciencia ficción, que vuelvan las novelas sensacionales»
Los últimos acordes de la canción quedaron flotando entre ellos dos como los
compases finales de la música marcial favorita de Bill, compuesta por John Philip Soused.
Enormes y gruesas lagrimas descendían por sus mejillas. Sorbió por la nariz y se trago el
corazón que se le estaba subiendo a la garganta.
—¡Cojones! Esa... esa es la canción mas hermosa que... yo... que yo jamas haya oído
en toda mi vida.
—Entonces ¿te sientes mejor, primer oficial Bill?
—¡Si! Mucho mejor.
—¡Arrrrr!;Ese es mi muchacho! Eres un supersoldado, Bill. ¡Arrrrr! Es un placer tenerte
a bordo. ¡Ahora sera mejor que nos volvamos a nuestras literas e intentemos pegar un
ojo!;La computadora de navegación dice que la Sangría Sagrada y el Grill están a solo
unos días de distancia!
¡lrma! ¡Podría volver a ver a Irma! Suspiro apasionadamente, como una locomotora de
vapor. Sonriendo de felicidad penso en sus inocentes ojos brillantes, su cuerpo bien
formado, sus femeninos suspiros.
Entonces se durmió, con aquella sonrisa aun en los labios, y soñó sueños de un
contenido tan erótico que la temperatura de su cuerpo aumento cinco grados y la
humedad se condensó en el cielo raso.
8 - Ultima escala para la Sangría Sagrada y el Grill
Según fueron las cosas, les llevó algo mas de una semana llegar a su meta final, y Rick
el Héroe Superno tuvo que recurrir a una variación de motor Bloaster que había comprado
en un lote de material espacial de segunda mano, llamado motor bilioso. Bill siempre
había odiado el motor bilioso, desde la época en que las naves de la armada del Imperio
lo utilizaban para saltar de un sistema de estrellas a otro, ya que su funcionamiento
implicaba que llenase todo el espacio de la nave con una mezcla singularmente repulsiva
de xenón, hidrogeno y gases sulfurosos que hacían que absolutamente todo, si se ha de
creer lo que dice la Biblia, oliera literalmente a infierno. Cuando alcanzaba la correcta
mezcla de gases, hacia vibrar las moléculas electrónicamente hasta que el gas, la nave y
todo su contenido temblaban como locos y sincronizaban con el latido del pulso de su
lugar de destino.
En el momento que aquello ocurría, la totalidad era eructada a través de las distancias
cósmicas de la forma mas incomoda y enervante. Cuando esto ocurría, Bill incluso llegaba
a reconciliarse con el motor bloaster.
Pero cuando la nave llamada Deseo se deslizo finalmente al interior del sistema Ad
Hoc, vio los gigantescos letreros de neón en los que brillaban las letras: «Sangría
Sagrada y Grill», «En el Escenario de Arena: Mr. Wayne Newton!», «Bebidas al Desnudo»
y «Topless-Bottomless Bar». Bill espero que esto ultimo significara más nudismo que no
simplemente lobotomia frontal y gluteotomia. Con una lagrima en los ojos, un ardor en la
garganta, y un incipiente ataque de hígado en el horizonte, Bill supo que su corazón había
hallado finalmente un hogar.
La Sangría Sagrada y Grill era, de hecho, un gran complejo de edificios flotantes que
descansaban beatíficamente en medio de bancos de nubes con tornasoles verdes y
amarillos sobre platos antigravedad, muy por encima de la atmósfera de metano del
mundo de Zeus.
—El viejo Zeus adora este planeta, principalmente porque le fue dado su nombre —
explico Rick, mientras llevaba a la nave llamada Deseo a posarse cobre una columna de
rojas llamas.
—¡Vaya! —dijo Bill—. ¿Como es que ahí hay una columna de rojas llamas, en medio
del puerto espacial?
—¡Servicio de limpieza ionizada para cascos de nave, gentileza de la casa!
—¡Nos vamos a asar!
—También mata todo tipo de bacterias espaciales que puedan estar adheridas a las
aletas, percebes de asteroide y cosas por el estilo. No te preocupes, Bill. Es totalmente
inofensivo.
Mas tarde, despues de que sus quemaduras hubieron recibido atención medica y el
asado Arquímedes, que había disparado su ultima salva de guano, fuera servido en
bocadillos a los médicos de bata blanca que les habían practicado las curas en
agradecimiento, Rick admitió haber olvidado que se suponía que uno debía aumentar
ligeramente la potencia del aire acondicionado cuando aterrizaba sobre la columna
sagrada de la llama purificadora de astronaves. Bill se lo tomo bien. Limpiar mierda de
pájaro no era tan malo, pero la constante verborrea de chistes «toc-toc» de Arquímedes
estaba comenzando a hacerle rechinar los dientes. Era un placer advertir que nunca mas
volvería a oír cosas como: «Toc-toc», «¿Quien es?», «Juan», «¿Juan que?», «¡Juan
gritan esos malditos!».
¡Y realmente estaba deseando tomarse una buena cerveza fría!
La Sangría Sagrada y Grill era el complejo de la bebida mas grande que Bill hubiera
visto jamas.
Despues de tomar habitaciones en el supercaro y subhigienico hotel Hilton, salieron a
caminar y pasaron por montones y montones y mas montones de maquinas tragaperras,
mesas de blackjack y puestos de lotería galáctica. Bill estaba aturdido. El bar del edificio
principal se extendía a lo largo de millas y millas, y había nubes que oscurecían el
extremo mas alejado. En la barra se encontraba, dispuesto en hilera, un ejercito de
camareros androides-clones, todos los cuales tenían un aspecto igualmente repulsivo,
con cabezas de cerdo, que tenían tendencia a babear por entre los colmillos, y manos de
doce dedos que eran fantásticas para transportar un montón de vasos cada vez.
La hilera de espitas de barril escanciaban todos los tipos de cerveza del universo
conocido, desde la Vieja Peculiar del planeta llamado Inglaterra, hasta la Realmente Vieja
y Mucho mas Peculiar de Irlanda, además de la Picante Barril Feliz, de Nueva Gales del
Sur. Filas de botellas de todo tipo de licores se alineaban como coloridos adornos de un
abatido arbol de Navidad de kilómetros y kilómetros de largo. Bill se vio alternativamente
asaltado por las vaharadas y los vapores de las deliciosas cervezas y los destellantes
licores. ¡Oh, embriagadores lúpulos! ¡Oh, traviesas maltas! ¡Ah! ¡Los deliciosos placeres
del alcohol! Repentinamente, se le ocurrió que quizá hasta los trapos de limpiar la barra
de aquel lugar tendrían buen sabor, pero resistió el repentino impulso de averiguarlo.
En los asuntos mundanos, como las mujeres y el ejercito, Bill actuaba de forma
automática, era un tipo de reflejos del que cualquier rastro de consciencia o pensamiento
original había sido borrado por años de adoctrinamiento militar. Pero en lo concerniente a
la bebida, Bill a menudo se ponia filosófico dado que eso y las palabrotas creativas eran
las únicas áreas de originalidad que permanecían abiertas al soldado. ¿Por que —había
preguntado recientemente un erudito— cuando hoy en día hay numerosas variedades de
drogas anímicas y alteradoras mentales en el mercado, naturales de los países exóticos,
o sintetizadas por laboratorios legales e ilegales, por que, preguntó, la droga favorita entre
los militares, y quizá incluso del universo humano, es el alcohol en todas sus insidiosas
formas?»
Para aquella pregunta, Bill tenia tres respuestas relevantes:
1. El alcohol te emborracha.
2. El alcohol te emborracha luego aun mas.
3. El alcohol te deja inconsciente, que es la única vía de escape que jamas obtendrá
del ejercito cualquier ser vivo.
Pero, continuaba el interrogante planteado por el erudito, ¿por que el alcohol, si habían
muchas otras drogas que provocaban embriaguez y eran menos adictivas, no causaban el
daño eventual en los tejidos de los órganos internos, y no tenían, como el alcohol, una
historia de degradación humana, sufrimiento y vergüenza unida permanentemente a cada
una de sus diversas formas?
Bill podría haber señalado que quizá en el ser humano existía una necesidad natural de
emborracharse de vez en cuando; pero solo se daba cuenta de ello de forma instintiva y
no podía expresar el pensamiento ni la urgencia. Podría haber cantado alabanzas al
panorama de sabores disponibles en la amplia gama de bebidas alcohólicas, pero debido
a que la mayoría de sus bebidas favoritas sabían fatal y a que, de todas formas, tras la
tercera o cuarta copa ya no sentía sabor alguno, no lo hizo.
Ocurrió una vez, en el brumoso pasado, en un bar de baja estofa del mundo de la
borrachera, un centro de descanso y recreo para soldados, en el que Bill estaba
entusiásticamente sentado disfrutando de un par de docenas de copas y dirigiéndose a
toda velocidad hacia el coma etílico mientras echaba amorosas miradas a los rosáceos
pechos de las roboputas que proporcionaba el planeta a modo de diversión, cuando un
misionero de mentalidad represora, transportado al lugar por las autoridades como una
especie de chiste sádico, y que se sentía supremamente asqueado por las actividades
que sus congéneres humanos llevaban a cabo en el bar, le presento aquel mismo
argumento a Bill y le pregunto por que, a la luz del conocimiento existente acerca de lo
pernicioso que era el alcohol, el castigaba su cuerpo con el demoniaco licor.
Bill recordaba haberle dicho, con gran claridad y entendimiento de borracho:
—Porque siento que estoy infligiéndome un daño.
No satisfecho con aquello, el misionero le había instado a que le diera una explicación
mas inteligente que Bill, demasiado borracho como para hacer una exposición extensa y
físicamente incapaz de articular algo mas que la frase mas simple, resumió en una
brillante sentencia cartesiana:
—Bebo, luego existo.
Despues recalcó la observación de una forma algo acre, vomitándole encima al
misionero antes de caer en la inconsciencia.
Pero la filosofía permaneció, así como el concepto filosófico, por lo que cuando Bill vio
aquel Dysneyland dipsomático como un festín de la sinrazón, «soy» con toda la esencia
de su ser tanto como los monjes mazdeistas «om»eaban con las suyas.
—¡Por fin! ¡Por fin! ¡He alcanzado mi meta! —dijo Rick el Héroe Superno, cayendo de
rodillas con reverencial temor—. ¡A través de todo el universo he buscado una cerveza en
concreto! ¡Y aquí esta la Sangría Sagrada y Grill, que sin duda sirve todas las libaciones
producidas en el universo! ¡Una barra de autenticas proporciones místicas! —Se puso
trabajosamente en pie y se tambaleo hasta un lugar vacío en aquel suelo de madera
encerada—. ¡Arrrrrr! Vamos, primer oficial. ¡Esta ronda la pago yo!
Bill, que nunca rechazaba una copa gratis, siguió a su capitán, aunque, a la vez, miraba
con creciente abatimiento a la multitud que se extendía a lo largo de kilómetros en el
gigantesco bar. ¿Como iba a poder encontrar a Irma en aquel lugar?
—¡Camarero! —llamo Rick—. Sirve una ronda para mi y mi compañero.
—¿Cual es tu veneno, tío? —pregunto el camarero con asnal entusiasmo desde la
hilera de estúpidos.
—¡Santo Grial Stout!** —dijo Rick con una amplia sonrisa mientras depositaba con un
golpe seco su tarjeta de crédito galáctica oro sobre la superficie de nogal de la barra.
Todos los bebedores al alcance de su voz dejaron de hablar, dejaron de beber, e
incluso parecieron dejar de respirar. Se volvieron a mirar al recién llegado, y luego al
camarero.
—Lo siento, forastero —ceceó el camarero con una untuosa voz de androide—. Esa es
la única cerveza que no tenemos.
Rick parpadeo.
—Bueno, entonces, ¿que tal una Santo Grial Ale?
—Lo siento, tampoco tenemos esa.
—Mmmmmm. Bueno, entonces, ¿que tal una Santo Grial Lager?
—Nop.
—¿Santo Grial Bilsner?
—Ah, ah.
A aquellas alturas, Rick se había puesto casi blanco.
—¡Arrrrrr! Pero es que yo he viajado pársecs y mas pársecs*** para apagar esta sed en
concreto. ¡Me dijeron que la Sangría Sagrada y Grill servia todas las bebidas conocidas
por la humanidad!
—Y así es. Todas menos la línea Santo Grial. Nadie sabe donde esta ese genero, a
pesar de que han venido por aquí montones de Sir Galahads y Sir Reptitious que, como
tu, vagaban por ahí en su busca. ¿Que le parece si prueba la bitter Barregidor Coladealce?
¡Personalmente puedo garantizarle que no encontrara una cerveza mejor en el
sur de la Estrella del Norte!
—De ninguna manera —dijo el alicaído Rick—. Voy a necesitar algo mucho mas fuerte
que eso para contrarrestar el creciente estado de depresión que esta a punto de
abrumarme. Dos whiskys Cabezadedetective, camarero. Es decir, dos barriles. Y sera
mejor que los sirva en jarras de medio litro.
Aquello a Bill le sonaba bien. Cualquier cosa, menos ron. Acepto su jarra de
Cabezadedetective, necesito ambas manos para llevársela a la boca, y con insólita
reserva se limito a beber un pequeño sorbo mientras inspeccionaba la sala. Es decir,
despues de haberlo vaciado hasta la mitad para asegurarse de que se emborracharía.
Aun no había señal alguna de Irma, y por suerte tampoco la había de ningún caballero
que anduviera por ahí con manojos de rayos en las manos, como tenia reputación de
hacer Zeus.
De todas formas, ciertas partes de la habitación se desvanecían y volvían a aparecer
en la periferia de su campo visual. ¡Otra vez ese maldito problema suyo con el dominio de
la realidad! «Quizá aquella enorme sala contenía demasiadas cosas como para que las
abarcara su pequeño cerebro», penso Bill. Sin embargo, hacia el final de su jarra de
Cabezadedetective y el principio de la siguiente, las cosas se desvanecían con mayor
frecuencia y profusión, pero a esas alturas a Bill ya no le importaba demasiado.
Finalmente, cuando despues del segundo barril se sentía muy contento y decididamente
borracho, el hombre que estaba sentado a la barra junto a ellos le toco el hombro.
—¡Eh, compañero! —dijo, mirándole a través de unas gafas de culo de botella—. ¿Que
es eso que te cuelga del pescuezo?
Bill se había acostumbrado de tal forma a aquella pequeña pieza de joyería de ave
muerta, desde que le habían aplicado el «Estasis para retretes», eliminando así el hedor,
que casi se había olvidado de ella.
—Esto — dijo, observando como una mosca quedaba atrapada en el campo estático
electrónico —... esto es un palomo muerto. Pero, silencio, camarada. No llames la
atención, o todo el mundo querrá tener uno.
De todas formas, aquella interrupción había conseguido sacar a Bill de su ensueño
alcohólico y volverle ligeramente a la realidad; recordó cual era la principal razón de que
estuviera allí, el Sangría Sagrada y Grill.
—¡lrma! — grito, volviéndose y sacudiendo frenéticamente el brazo de su compañero—
. Capitán Rick, ¿ha vizdo a Idma podaquíaquí?
El capitán Rick, desanimado y deprimido, estaba de camino hacia el final del barril y
murmuraba para si algo acerca de buscar la Santo Grial hasta el día de su muerte.
—¿Irma? — dijo con los párpados a media asta, intentando enfocar a Bill—.
Simplemente, busca a Zeus, tío. Cuando encuentres a Zeus, encontraras a Irma.
—¿Zeus? ¿Pero como cono voy a encontrar a Zeus? — pregunto Bill—. Deben de
haber cientos de miles de personas en este sitio.
—¿Quien te ha dicho que busques personas? — no inmediatamente Rick—. Tienes
que buscar a un dios.
—¿Zeus? —pregunto su vecino—. ¿Estas buscando al gran dios Zeus? ¿Por que no lo
has dicho antes, camarada? Me cruce con ese maricon cuando el volvía de hacer una
celestial cagada ahí abajo, en el cuadrante de la zona inferior. Esta celebrando allí una
fiestecilla privada.
—¿El cuadrante de la zona inferior? —pregunto Bill, a quien el entusiasmo
experimentado ante el pensamiento de poder encontrar a Irma le volvía ligeramente
sobrio—. ¿Donde esta eso?
—¡Como ya he dicho, están ahí abajo, junto a los WC! Las letrinas, retretes, o como
sea que se llamen en tu dialecto—. El bigotudo caballero señalo un alejado flanco del
salón, donde se veían cuatro letreros. En ellos no había escrita letra alguna, sino solo
símbolos intergalácticos. Uno de los signos representaba a un hombre, y otro lo que
probablemente era una mujer. Bill parpadeo rápidamente hasta que pudo distinguirlos
bien. «Lavabos de damas y caballeros», concluyo. El signo siguiente representaba a una
criatura quitinosa de seis miembros. Lavabo alienígena. La ultima era la de mayor tamaño
y ostentaba un enorme halo aparcado junto a una taza de retrete.
Lavabo de dioses.
—Rick, voy a buscar a Irma —dijo Bill.
—Adelante. Arrrr. No pienso ir a ninguna parte —respondió, y en la interminable
búsqueda de compañerismo alcohólico y amorosa compasión de las miserias y
borracheras, invito a su vecino a beber una copa y ambos brindaron por el muerto y
largamente añorado loro Arquímedes.
Bill, que no echaba en absoluto de menos al cagador plumífero, y en realidad tenia que
ocuparse de su propio pájaro muerto, no se unió al brindis. Se dirigió en cambio hacia las
inclinaciones de los lavabos, y allí tomo el ascensor neumático hacia el cuadrante de la
zona inferior. Despues de visitar con todo éxito el lavabo de caballeros, volvió a salir al
largo pasillo. Tan solo tuvo que caminar una corta distancia para oír el tronar y retumbar
de la fiesta de Zeus.
Una rugiente música de jazz llenó el aire cuando Bill abrió la puerta y se encaró con el
panorama impreso, vasto y retorcido, de acantilados alienígenas de aquella habitación de
la zona inferior. Aparentemente, Zeus había deformado el efecto gravitacional de una
forma tan complicada, que en una parte de la amplia sala la gente estaba de pie en el
techo, y en las otras cuatro se hallaban en las paredes. En cuando a la banda de
música... bueno, el conjunto multitudinario se balanceaba en una luna creciente que
estaba suspendida en el centro mismo de la habitación. Estaban ejecutando una
acalorada versión de una pieza destructora de tímpanos que hacia palpitar las paredes.
Bill entró en la cascada de música y la atmósfera de art-rajó, el pie anímico comenzó a
temblar y experimentar espasmos, moviéndose al compás de la música.
¡Aquella cosa peluda con pezuña quería bailar!
—¡Eso que están tocando es Muñeca Satinada, idiota! ¡No Muñeca Satirada!
De todas formas, su pie hizo caso omiso de sus palabras, y el tuvo que describir ligeras
cabriolas mientras se desplazaba por el paisaje de la sala en busca de Zeus y su
verdadero amor perdido, ¡la increíblemente deliciosa y perdida Irma!
No le llevo mucho tiempo encontrar a Zeus. El dios estaba en el techo, sentado a una
concurrida mesa con una cornucopia de contrabando.
* Topless, expresión que se nos ha hecho muy familiar, significa literalmente «sin la
parte de arriba»; es decir, sin el sujetador, cuando se lo utiliza para referirse al atavío de
las mujeres. En el caso de la expresión bottomless, significa literalmente «sin la parte de
abajo», y creo que huelgan ulteriores explicaciones. (N. de la T.)
** Cerveza fuerte.
*** Unidad astronómica de distancia correspondiente a 3,26 años luz, equivalente a
30,84 billones de kilómetros.
9 - Maestros espirituales de la hiperglándula
De un humor horroroso y sintiéndose sexualmente más frustrado que nunca, Bill abrió
los pesados párpados e intentó levantar una mano para rascarse la cabeza. Sintió la
entorpecedora resistencia de unos cables. Oyó un sonido de efervescencia, un chillido... y
a su alrededor retumbaron sonidos de maquinas como pompas de jabón amplificadas. Se
oyeron los ecos metálicos y plásticos de chirridos, pitidos y huecos campanilleos.
—¡Vuelve a despertarse! ¡Es prudente permitírselo, doctor? —pregunto una voz
familiar.
—Si. Su subconsciente ya ha alimentado suficientemente la Matriz —dijo otra voz
conocida.
Bill gimió. Levantó la cabeza mirando a su alrededor. Volvió a sentir la resistencia de
los cables. Ahora podía notar el frío del metal adherido a la piel de su frente y, en el cuero
cabelludo, los diminutos implantes subcutáneos, así como la aguja de un gotero
intravenoso que le estaba llenando con el contenido de una botella colgada cabeza abajo
y etiquetada con una calavera bajo la cual se cruzaban dos tibias. Se sentía como un
cuerpo abierto en canal al que hubieran unido con una mala costura. Por primera vez en
su vida se sintió como un escarabajo pinchado en una tabla por un largo alfiler de cabeza
que le atravesaba el tórax. Se sentía así aun a pesar de saber que no tenia tórax. La
habitación le daba vueltas alrededor, cosa que habitualmente las habitaciones encuentran
muy difícil de hacer. Podía distinguir vagamente una figura que estaba delante de el.
Llevaba puesta una bata blanca de laboratorio, gafas y un estetoscopio. De repente, Bill
sintió el familiar olor de los antisépticos ¿Un medico? ¿Antisépticos? Entonces ¿estaba de
vuelta en el hospital? En torno a el giraron fragmentos de recuerdos, como trozos de
detritus de una explosión que flotaran en caída libre. Vagas imágenes de Bruce el sátiro...
los Campos Elíseos... vino delicioso... los excrementos de Arquímedes el loro...
El sonriente rostro de Irma.
—¡lrma! —volvió a gritar, luchando con todo lo que le sujetaba.
—Quieto, soldado. Descanse, muchacho —dijo la untuosa y teóricamente reconfortante
voz del doctor que se inclinó sobre el. Bill le miro y la forma vaga se resolvió en rasgos
reconocibles. La repugnante nariz puntiaguda, el horripilante mentón, la mirada furtiva de
aquellos ojos saltones..
—¿Donde estoy?
—Esta en el complejo secreto, emplazado muy profundamente por debajo de los
arrecifes del océano de Coloctomia IV, Bill. Esta aquí para llevar a cabo la misión mas
importante y monumental de su carrera como ser humano.
Bill miro, esforzándose aun mas. ¡Esa voz, esa cara!
—¡Doctor Delazny!
—Exacto, Bill. Ahora, cálmese. ¡Nadie va a hacerle daño!
—¿Complejo secreto? ¿El complejo secreto de quien?
—Jesús, Bill! — comenzó a decir una vocecilla atiplada. Bill oyó el pisar de diminutos
pies de reptil sobre la superficie metálica de la mesa de operaciones. Algo pesado le
aterrizo repentinamente sobre el pecho. Estiro el cuello y sus ojos se hallaron
repentinamente pegados a los ojos de un lagarto de veinte centímetros de altura, con
cuatro brazos—. ¿No lo sabes? ¿Aun no lo has deducido, compañero?
¡Un chinger!
Mas aun, pues había reconocido la voz aguda y de adenoma que había llegado a
detestar mas que al fantasma del sargento Esperanzamuerta de Camino que de vez en
cuando le perseguía en sus sueños de drogadicto.
¡Era Eager Beager!
—¡Eager Beager! — exclamo Bill—. Te creía muerto.
—¡Los rumores acerca de mi muerte fueron pura hipérbole, Bill! ¿Te gusta esa palabra,
Bill? ¡Hipérbole! Si. Pero ya no soy Eager Beager. Aquel era un humanoide robot al que
yo manejaba desde un control emplazado en su cerebro, si es que tenia cerebro. Mi
nombre es Bgr el chinger, según deberías recordar, pero lo has olvidado a causa de todas
las emociones mentales. Soy el chinger especialista en formas de vida alienígena y,
Jesús, déjame que te diga que los humanos son todo lo alienígenas que se puede ser! He
estado realizando algunos estudios sobre la semiótica humana, los términos literarios
humanos y, por supuesto, la psicología humana en profundidad. Jesús, podría decirte
muchos nuevos términos humanos. ¿Eres capaz de decir psicometaescape
fenomenológico? Jesús, pensaba que no.
Bill estaba luchando, fundamentalmente, para poder respirar. Al provenir de un planeta
de diez-G (de ahí, quizá, su excesivo uso de la expresión «Jesús»), los chinger eran muy
densos y muy, muy pesados, a pesar de su reducido tamaño.
—¿Puedes... bajarte... de mi... pecho, Eager?
—Jesús... Si, claro, Bill. Tenemos mucho de que hablar —el chinger volvió a saltar a la
mesa de operaciones, y describió una cabriola para sentarse junto al rostro de Bill,
moviendo su pequeña cola con rectilínea alegría—. Si, como por ejemplo, de los
soldados. ¿Cómo marcha la subversión del Imperio? ¿La diseminación de la verdad, la
paz y la probidad?
—¡Muerte a todos los chinger! —gruño Bill.
—Hum. Ya me lo imaginaba. Vuelves a las andadas. Creía que teníamos un trato, Bill.
Quizá tu entrenamiento fue excesivo. ¡Jesús, eso es demasiado malo!
Bill se volvió hacia el doctor Látex Delazny. Lentamente, la realidad comenzó a filtrarse
a través de su mente espesa.
—Me tienen cautivo en un complejo chinger. Lo cual significa... —le gruño al doctor,
enseñándole los colmillos—, que usted es un espía chinger, doctor. ¡Usted es un traidor!
El hombre delgado se irguió en toda su estatura, hinchando el pecho con orgullo
herido.
—¡Yo no soy nada de eso! ¡Soy humanitario! Trabajo en función de los mejores
intereses de la raza humana. Trabajo por un armisticio en la guerra entre el Imperio y los
chingers. ¡Trabajo por la paz, la bondad, la felicidad! ¡Trabajo para curar las aberraciones
del subconsciente humano!
—¡Traidor de mierda! ¿Y yo me fié de usted con respecto a mi pie? ¿Adonde me ha
traído? ¿Que esta pasando?
—Jesús... es un pie bonito, ¿no crees, Bill? —dijo Bgr, deslizándose hasta el pie para
ver mejor la pezuña.
Bill recordó.
—¡Si! ¡Pie anímico, lo llama el doctor, y todo esto por tu culpa, Bgr!
—Basta, Bill. Cállate y escucha. El doctor tiene preparada una conferencia para ti.
Vamos a necesitarte para la próxima fase de la operación. Jesús... ¡y eso sera también
divertido!
—No realmente una conferencia, sino mas bien un intento de suministrar información,
lo cual es siempre una tarea difícil. Especialmente con usted, Bill. Trate de entender que
su subconsciente debe participar en el colectivo subconsciente, que es enormemente mas
inteligente que su mente consciente, lo cual no es decir demasiado, en cualquier caso. Lo
que usted acaba de vivir ocurrió realmente, si bien no quizá en el mismo plano
dimensional-experimental al que estamos acostumbrados.
—¿Lo que me esta diciendo significa que aun tengo sobre mi la maldición de la mugre
marinadora envejecedora? —gimió Bill. En algun profundo nivel subliminal sentía la correa
que le pasaba por el cuello y que estaba unida a cosas realmente vitales—. ¡Arrrrrrrgh! —
observó.
—Tiene que ser positivo respecto a la situación, Bill. Usted ha conocido también el
amor de su vida, la mujer de sus sueños... ¡Y ella existe realmente, si usted se lo permite!
—¿Que dice? —pregunto incoherentemente Bill, refiriéndose a todo lo que le habían
explicado hasta aquel momento.
Delazny asintió, benigno; sentía que finalmente había establecido una vía de
comunicación, aunque a un nivel muy primitivo.
—¡La tiene, muchacho! ¡A Irma, por supuesto! ¡La hermosa Irma! —Hizo un gesto en
dirección a las maquinas—. Ella le esta esperando en la constructora de paradigmas, Bill;
y si la encuentra, el poder de sus capacidades mentales en desarrollo podría conferirle a
ella la existencia física en este planeta, exactamente de la misma forma que el palomo
muerto que colgaba del cuello de usted ha alcanzado una existencia real, aquí.
—¡lrma! —¡Bill la recordaba! ¡Recordaba la adorable sonrisa de ella, las maravillosas
curvas de su flexible cuerpo, el delicioso aroma del perfume de sus axilas!
Repentinamente, el electrocardiógrafo comenzó a emitir un pitido de alarma. La aguja
indicadora de un contador de hormonas cercano subió tan repentinamente a la zona roja
que salió disparada y cayo al suelo.
Los ojos saltones de Bgr se las arreglaron para ponerse aun mas saltones de lo
normal.
—¡Jesús! —fue todo lo que pudo decir el chinger.
El doctor Delazny sonrió, pagado de si mismo. Otra curiosa expresión paso por su
rostro ante la mención de Irma, como si reconociera el nombre, pero oculto sus
pensamientos al respecto.
—¿Lo ves, Bgr? Ya te hable del asombroso poder ejercido por la extraña combinación
humana de hormonas y energía física que nuestra especie llama «amor». —Se volvió
hacia su paciente—. Puede volver a estar con Irma, si lo desea, Bill. Incluso puede traerla
aquí, con usted. Pero antes, tiene que encontrarla.
El solo pensamiento de ella derretía el corazón de Bill; como una especie de ataque de
coronarias amoroso, ¡lrma! Querida Irma; mas que nunca, mas que nada. Ella era el
anhelo de su corazón. Mas que llegar a ser operador técnico fertilizador, mas que poseer
una destilería de whisky en Mundolupulo, mas que conseguir un hígado nuevo, mas
incluso que conseguir finalmente un pie humano normal en aquella accidentada pierna.
¡lrma!
—¿Cómo puedo encontrarla, doctor? —babeo salivosamente, con los ojos vidriosos de
amor.
—Es muy simple, muchacho. Como puede ver, hasta ahora hemos estado
experimentando meramente con su consciente, enviándole al interior de la constructora
de paradigmas. Se le escogió concretamente a usted debido a lo poderosas que son sus
funciones espermatofóricas. Tan poderosas aparentemente, que dominan los poderes
conscientes de su propia mente. Vera, Bill. En pocas palabras, los chingers y yo creemos
que hemos determinado la verdad acerca de los seres humanos y el motivo de que hagan
la guerra con tal profusión. Los seres humanos, Bill, no piensan tanto con sus cerebros
como con sus gónadas. Dado que el Imperio esta básicamente dominado por los
hombres, la emoción humana primaria que gobierna es el sexo. Un sexo particularmente
agresivo. Ahora bien, aquí es donde entra en juego el cerebro humano.
Desgraciadamente para los chingers y el resto del universo, las hembras humanas no son
bovinos sin mente, Ellas no están básicamente interesadas en la copulación promiscua,
casual y estúpida que quieren todos los machos humanos; intelectualmente lo desmienten
en el fondo de sus rancios corazones, no importa cuan al fondo. De hecho, las hembras
de la especie son mucho mas inteligentes que los machos. Pero, ¡ay!, ellas también están
cargadas de hormonas, a pesar de que la mayoría de ellas son mas bizantinas que
testosteronas, lo cual crea un embrollo al mezclarse con sus habilidades de razonamiento,
y produce por tanto unas pequeñas entidades extrañas, aunque complejas, que no saben
realmente que quieren en ningún momento, pero trabajan de forma endiabladamente dura
para conseguirlo. Dado que los machos no pueden conseguir una cuota permanente de
sexo puro, tienen que buscar otros canales de escape para su agresividad. De ahí la
guerra. De ahí la dominación del universo...
—¡incluyendo la agresión injustificada hacia nosotros, los chingers amantes de la paz!
—dijo Eager Beager.
—Exactamente. Yo busco la comprensión de la humanidad, Bill. ¡Pero, mas que nada,
busco aventurarme por el núcleo mismo de la mente humana, explorar la energía
colectiva de la naturaleza masculina, la hiperglándula, si quiere llamarla así, y hacer quizá
algunos pequeños ajustes revolucionarios!
—¡Bingo, muñeco! —intervino Bgr—. Como, por ejemplo, reducir el fluido hormonal.
¡Reducir los instintos agresivos humanos! Hacer que la galaxia sea un lugar seguro para
las razas amantes de la paz. ¡Quizá el Imperio deje entonces de disparar el tiempo
suficiente como para darse cuenta de que los chingers quieren la paz en el universo, y
que el único motivo por el que estamos luchando es para no convertirnos en la 102.324.3
especie que vosotros, criaturas sedientas de sangre, lleváis a la extinción!
Bill frunció el ceño.
—Un momento. Déjenme poner las cosas en claro. Lo que esto significa es un
asexuamiento colectivo de los hombres. ¡Tu quieres castrar a la especie humana!
¡Asqueroso y podrido chinger! ¡Y usted! ¡Usted, piojoso doctor traidor de los cojones! —
Bill espumajeo y se debatió sobre la mesa de operaciones, mientras a través de su
cerebelo se desplazaban las mareas, fomentadas por las hormonas, de patrañas
machistas.
El doctor Delazny negó fervientemente con la cabeza.
—Oh, no, Bill. La mutilación es una analogía errónea. Nosotros solo queremos reducir
a la mitad los impulsos agresivos masculinos... y encontrando su raíz en la hiperglándula
creemos que podremos conseguir exactamente eso. Y le hemos escogido a usted para
llevarlo a cabo. Mírelo de esta manera: todos los machos tienen unos impulsos sexuales
vibrantes y compulsivos, ¿de acuerdo? ¿Así pues, que daño haría que a todos los
machos se les redujeran esos impulsos a la mitad? La vida continuaría igual que hasta
entonces. Los amantes se amaran y nacerán bebes. Solo que, al desaparecer esa pizca
de agresión, podríamos detener la tendencia a la guerra, al asesinato, y a devastar todo lo
que se pone ante nuestra vista. Tendrá que admitir que no es una mala idea.
—¿No es una mala idea? —espumajeo Bill—. Es la cosa mas estúpida que he oído
desde que me pidieron que me presentara voluntario para el realistamiento. ¡Castración
glandular racial! —La sola idea de renunciar a una sola pizca de su imagen de macho
enfurecía tanto a Bill que su cerebro trabajaba horas extra. Repentinamente se sintió
invadido de probidad y de una insólita elegancia oratoria.
—De ninguna manera, aserrahuesos sádico. ¿Cómo puedo permitir que ocurra eso con
la especie humana? ¿Como podría renunciar., aunque solo fuera en parte, a la fuente de
los grandes logros de la humanidad? De los instintos nació la necesidad imperiosa de
navegar por los océanos de un millar de antiguos planetas, de escalar montañas, de
disciplinar a los elementos mismos y conseguir que obedecieran. ¡De esos llamados
instintos agresivos hormonales surgió el deseo de arriesgarse a estallar en una primitiva
nave espacial con el fin de conquistar los planetas del sistema solar, y luego aventurarse
al interior de la galaxia! ¿Me están pidiendo que traicione la fuente del poder que le ha
conferido a mi noble especie una vision tal, una tal ambición, una imaginación semejante,
unos sueños tan maravillosos, un karma tan fértil?
—¡Bill! ¡Comience a pensar con el cerebro, y no con las glándulas endocrinas! Les
instalaremos a usted y a Irma en un pequeño y bonito planeta en el que podrá ser
operador técnico fertilizador, y beber todo lo que le de la gana, y además, gratis, No habrá
mas guerra. Se acabara el ejercito, Bill. ¡Ah, y le quitaremos ese palomo muerto del
cuello. Y por ultimo, ¡le daremos el mas maravilloso pie, perfectamente cultivado en un
costoso criadero de pies!
Inmediatamente, Bill olvido las ramificaciones raciales del plan, y las sustituyo por el
egoísmo y las ganancias inmediatas.
—De acuerdo. ¿Que tengo que hacer?
—¡Ya te dije que el pie nuevo seria un argumento decisivo, doctor! —dijo Bgr—.
¡Veamos si podemos quitarle este palomo podrido del cuello, y llevémosle a la sala de
vestuario!
10 - ¡El dado echa a rodar!
Bill, de pie ante el espejo de cuerpo entero, contemplaba su reflejo con la boca abierta
y los ojos salidos de las órbitas.
—¿Y esto, por que? ¿Por que esta porquería de ropa y corte de pelo? —exigió.
—Dale otra copa del pellejo de vino, Bruce —dijo el doctor Delazny, mientras revolvía
entre las pilas de sombreros y vestidos—. Tiene que relajarse, Bill. Beba, beba; no diga
que no.
El robot sátiro (el mismo que había raptado a Bill en la orilla del mar y le había llevado a
aquel complejo chinger altamente secreto), avanzo ejecutando una cabriola, y descolgó el
pellejo de cabra lleno de vino que llevaba al cuello. Bill, que jamas en su vida había
rechazado una copa, y se sentía horrorizado ante la sugerencia del medico, se apodero
del pellejo y se echo al coleto un chorro oscuro y espeso de vino resinoso. Una bebida
bastante venenosa, ¡pero contenía alcohol! Se relamió los labios y volvió a mirarse en el
espejo.
Un poco mejor, ¡pero aun tan horrible como el infierno!
Bill llevaba puesta una larga túnica de tela de saco. En los pies tenia, abrochadas, unas
sandalias de cuero. Del cuello le colgaba una cruz de madera, parcialmente oculta por el
palomo muerto que continuaba allí. A la espalda tenia una capucha, y; llevaba un báculo
de madera en la mano. Las tijeras electrónicas y la crema depilatoria habían realizado un
rápido trabajo en su pelo... y ahora ostentaba una tonsura.
Lo peor de todo era la ropa interior de lana, que le causaba una picazón equivalente a
la provocada por una plaga de ladillas. Se rasco industriosamente todos los rincones
irritados y observo al doctor Delazny que revolvía la pila de sombreros. Se sentía
deprimido. Quizá aquello era mejor que yacer sobre las espaldas conectado a un montón
de equipos electrónicos, pero no demasiado.
—¿No querrá tomarse la molestia de explicarme todo esto, verdad, doctor? ¿Y que hay
del palomo? Usted dijo que me libraría de el.
—Dentro de un momento... ¡ah! — El doctor Delazny saco un sombrero del montón; un
casquete, para ser mas exactos, el cual le puso a Bill en la cabeza—. Ahora es realmente
usted. En cuanto al palomo, lo siento pero, de momento, resulta imposible quitárselo.
Ahora vienen las buenas noticias, Bill; esta a punto de comprometerse en una búsqueda,
—¡Otra búsqueda, no!
—Otra, si... y la mas importante de todas. En la tierra de la hiperglándula, todo es
metafórico. Ahora que hemos conseguido que cuaje en un estado semifisico, con su
excelente ayuda, por supuesto, podemos comenzar a buscar su núcleo. Una vez
encontrado, podremos empezar a actuar, a manejar el problema que representa. Pero, sin
embargo, primero tenemos que encontrarlo... De ahí, la búsqueda. Para este fin, hemos
desarrollado una variante de un juego medieval de la antigua Tierra. Es una aberración
resumida de una serie de juegos adolescentes llamados «juegos de representación» que
se desarrollaron en algun punto de las edades oscuras antes del holocausto planetario.
Afortunadamente para la humanidad, se descubrió que la tendencia a practicar «juegos
de representación», la esquizofrenia y la firma con sangre de los pactos satánicos se
debía a la carencia de un cierto nutriente en la dieta. La sencilla patata, solanum
tuberosum, demostró ser rica en el mineral que podía controlar esta deficiencia. Por todo
el mundo se abrieron freidurías francas, y muy pronto los adolescentes pudieron disfrutar
de las exquisiteces de las patatas.
»Muy pronto desapareció aquel desorden mental... y los laboratorios se hicieron ricos
con los medicamentos para combatir el acné. De todas formas, he podido determinar que
mediante la practica de una variante de los juegos de «representación» que cuente con la
cooperación de un equipo de agentes que manejen los retorcidos canales y senderos
metafóricos de la hiperglándula humana, pueden ser superados los peligros inherentes.
—Existe una buena posibilidad —dijo Bgr el chinger, asomando del interior de la
cabeza de Bruce el sátiro—. ¡Jesús!... ¡En el peor de los casos, uno o dos de los
participantes podrían conseguirlo!
—¿Un equipo? ¿Ustedes dos van a venir conmigo?
El doctor Delazny negó con la cabeza.
—Humm, no, nosotros tenemos que quedarnos aquí, en la central chinger, observando
las operaciones. Pero hemos reunido un grupo de primera para que viaje con usted, Bill.
—A este juego le hemos llamado «pendones y cogorzas». A usted, Bill, se le ha
asignado el papel de «monje de la cogorza». Bgr, creo que es hora de que le
entreguemos a Bill el pellejo lleno de vino, ¿no crees?
—Jesús... claro, tu eres el medico.
El chinger volvió a meterse en la cabeza del robot y manipulo los controles, lo que
provoco que este avanzara hacia Bill y le entregara un pellejo de vino lleno. Bill bebió un
trago con profundo agradecimiento, y se colgó el envase al hombro.
—Un equipo, dice. «¿No le importaría decirme quien mas va a venir conmigo?
De pronto, un rugido hizo vibrar la estructura misma de la habitación. Un hombre de
dos metros de estatura, rubio, peludo y con barba, entro a grandes zancadas; iba vestido
con pieles, llevaba una espada y un casco al que estaban pegados dos cuernos. De una
de sus manos, de un tamaño mas apropiado para un gorila, colgaba una botella de whisky
Jack Spaniels, medio llena.
—¡Mujeres! ¿Donde están las mujeres que me prometieron —aulló, mientras olía el
aire como para olfatear las feromonas femeninas.
—Bill, este es Ottar, un vikingo de la antigüedad que encontramos congelado en la
hiperglándula. El hará el papel de bárbaro en este juego. —Delazny se volvió y levanto
suavemente una mano—. Montones de mujeres, Ottar. Pero, primero, haremos una
película, ¿de acuerdo?
Los ojos de Ottar brillaron de entusiasmo. Ottar sonrió.
—Ottar gustar películas. ¡Ottar estrella de cine!
—¿Eh? —pregunto Bill.
—No preguntes —le dijo Bgr—. Hay cosas que es mejor que no se sepan. — Se volvió
hacia Ottar, en su disfraz de sátiro—. Recuerda, Ottar. ¡Encuentra la fuente de hormonas,
y también encontraras a tu preciosa, adorada Slithy Tove!
Ottar gruño y sonrió. La baba comenzó a formar espuma en sus labios y a gotearle por
la barba sucia de comida. Bill percibió también el profundo hedor que aquel personaje
despedía. ¿Dónde estaba el «Estasis para retretes», cuando lo necesitaba?
—Bueno, ¿quien mas? —pregunto Bill suspirando. Había pensado en pedirle un trago
a Ottar, pero había cambiado de idea al ver que el liquido de la botella era verde y tenia
una espuma rosada en la superficie.
—Un viejo amigo, Bill. ¡Esta es la prueba de la eficacia de mi equipo para convertir la
energía en materia! —El doctor Delazny camino hasta una pared y descorrió una cortina.
Sobre una mesa yacía un hombre con una jarra de cerveza en una mano y un chafarote
en la otra. Delazny le despertó empujándole con el codo.
—¡Es Rick! —exclamo Bill, asombrado—. ¡Rick, el Héroe Superno!
—Si, pero en esta aventura en particular, el desempeñara el papel de casto caballero.
Se oyó un sonido rasposo cuando Rick abrió los ojos. Estaban coloreados de un rojo
brillante, y lagrimeaban ligeramente. El capitán se estremeció y volvió a cerrarlos con
fuerza, y luego bebió largos y trémulos tragos de cerveza. Esta vez solo abrió apenas una
rendija de uno de sus ojos, y parpadeo mirando a su alrededor. Fijo sobre Bill una mirada
descortés.
—Arrrrr —dijo—. ¿No te conozco, compañerito?
Bill se volvió hacia Delazny.
—¿Y este va a ser el equipo? —Bebió un trago y emitió un sonido que estaba en algun
punto entre el suspiro y el gemido.
Los otros miembros del abigarrado equipo fueron introducidos en la habitación para
recibir instrucciones.
Clitoria, la Guerrera Amazona.
Hiperkinético, el Estafador.
Y finalmente, Misionero de Posición, el sacerdote gatólico.
Ottar intento un lance de borracho sobre Clitoria, pero la mujer de dos metros de
estatura le golpeo sonoramente ambos oídos con las manos ahuecadas, y le envió
rodando al suelo.
—Vuelve a intentarlo, hijo de puta peludo, y te meteré la botella de whisky por las
asentaderas, a tal profundidad que necesitaras dinamita para sacártela.
Hiperkinético vestía ropas de colores alegres, llevaba un laúd y tenia la despreciable
tendencia a cantar largas y aburridas canciones de marcha en un monótono nasal:
¡A una búsqueda nos vamos!
¡Otoño, nieve o verano!
La Fuente de Hormonas debemos encontrar.
Así que vamos, amigos, no os quedéis atrás.
—¡Arrrr! —dijo el capitán Rick—. ¡Me gusta este tipo! A pesar de que no sabe cantar y
sus versos no tienen metro.
—¿Fuente de las Hormonas? —pregunto Bill, intrigado.
—Si —le respondió el doctor Delazny—, Según las mejores lecturas de nuestra
computadora, el objeto de su búsqueda se llama «La fuente de las hormonas». Aun no se
ha podido determinar que significa exactamente ni que es con exactitud.
—Pero, Jesús, hay que reconocer que el nombre es bastante evocador —dijo Bgr en
su disfraz de sátiro.
El sacerdote era un tipo de aspecto alegre y carrillos rojos, que resulto ser el único
voluntario de la «búsqueda».
—¡Por la fe y por el Señor! —exclamo, cuando Bill le interrogo al respecto—. Y le
aseguro que creo sinceramente que las lujurias de la carne, así personificadas al final de
esta búsqueda, no son mas que barbarismos paganos que, Dios mediante, me gustaría
llevar por los caminos de la probidad.
—Arrrrr. A mi me importa una mierda —dijo Rick—. Excepto por el hecho de que he
oído el rumor de que las cervecerías sagradas están justo al lado de la Fuente de las
Hormonas. Las que producen la Santo Grial Stout. ¡Mi alma tiene sed de probidad, pero
mis glándulas gustativas también!
—¡Santo Grial Ale! —grito el sacerdote, casi meandose a causa del entusiasmo—.
¡Bueno, creo que me vendría bien una copita de ese oscuro liquido!
—Por supuesto que si —dijo el doctor Delazny, sonriendo y levantando las manos
como para darle su bendición—. Allí hay un tesoro para cada uno de ustedes. Pero
recuerden... ¡que la prospera coronación de esta búsqueda puede muy bien tener como
resultado la salvación de muchas vidas!
—Jesús... eso es fantástico! —dijo Bgr.
Pero, aparentemente, era el único que experimentaba ese sentimiento. Los demás
tenían la atención demasiado centrada en sus propios intereses como para pensar en la
salvación de vidas. En cuanto a Bill, con su cerebro empapado de hormonas y alcohol,
vacilaba entre la lujuria y la embriaguez. Una vaporosa Imagen de su perdido amor se
mezcló con una botella llena, hasta el punto de que no consiguió distinguirlas por
separado. Aquello, básicamente, estaba bien para el. En su estado de embriaguez, no se
le ocurrió pensar que lo que el doctor Delazny le estaba pidiendo que hiciera era ayudar a
desconectar el enchufe de su propia lujuria. Pero ocurre que el deseo humano tiene una
forma de embrollar la mente humana que hace que las débiles habilidades racionales se
marchiten y caigan. Por ello, si como descubrieron los antiguos, la meditación lleva la
consciencia humana al presente eterno, entonces es seguro que la lujuria lleva el
complejo cuerpo-mente al celo eterno. La idea de apagar sus deseos con la ágil ayuda de
Irma, un año tras otro, combinada con una vida de técnico fertilizador, una casa propia en
un planeta tranquilo, todo el alcohol que fuera capaz de beber, y no mas ejercito, resulto
suficiente como para cortocircuitar la pérfida instalación quimio-conductista manipuladora
del juicio que el Imperio había implantado en el sistema nervioso de Bill, así como para
amortiguar la sensación de que aquella búsqueda podía muy bien estar cargada de
peligros que estaban mucho mas allá de su pobre imaginación. Tampoco se pregunto si la
cosa valía la pena; no considero que la belleza de Irma podría desvanecerse con los
años. Toda su atención, la poca que le quedaba, estaba concentrada en el eterno ahora.
El futuro tan solo seria mas o menos lo mismo. Mas aun, nunca se le ocurrió que su
hígado, ya excesivamente sobrecargado, no seria capaz de hacer frente al alcohol
prometido. Pero, mas específicamente, no tenia la mas mínima idea de que en aquella
tardía etapa de su vida su posición en la armada espacial estaba entretejida tan
firmemente con su personalidad como la tira de cuero lo estaba en torno a su cuello, y
que sus antiguos días de granjero estaban tan muertos como el palomo.
No, todas estas consideraciones estaban muy lejos de la comprensión de soldado de
Bill. El deseo de su corazón se centraba en Irma. El doctor Delazny había elegido bien, ya
que Bill se había convertido, a causa de aquel estado brumoso, en un enamorado
atontado.
Así pues, cuando el doctor pidió la atención de aquel extraño grupo de viajeros, Bill
obedeció sin rechistar.
—Por aquí, compañeros —dijo el medico, haciéndoles señas para que le siguieran—.
La entrada al paradigma esta en una habitación del final del vestíbulo. Introduciremos sus
armas despues de que ustedes hayan pasado el umbral. No queremos que se produzcan
accidentes aquí, ¿verdad?
Bgr el chinger, dentro de su aspecto de sátiro, les arreo hasta la habitación indicada,
mientras reía con entusiasmo y les contaba como tenia intención de pasar los años
pacíficos de su vida, despues del armisticio que sin duda se promulgaría como resultado
de aquella excelente aventura. Volvería a sus estudios, ¡que goce intelectual! Describió
algunas de las repulsivas razas alienígenas que había estudiado y penso en los babosos
deleites que; le quedaban por descubrir; a Bill se le revolvió el estomago.
Afortunadamente, la conferencia de exobiologia acabo cuando entraron en una espaciosa
sala atestada de computadoras y otras maquinas extravagantemente curvas y angulosas.
Por encima de todo aquello, un gigantesco generador Van der Graaf lanzaba repentinas
descargas eléctricas que freian a los extraños mosquitos, polillas y moscas que
escapaban a través de la abertura que bostezaba debajo de el.
—¡Glup! —susurro Bill.
Los demás también glupearon, con toda justificación de causa. Era una abertura
redonda cuyos bordes estaban ribeteados con luces parpadeantes de color rojo, verde y
cerúleo. Ocasionalmente, una garra de energía arañaba la cobriza superficie metálica del
interior del marco, o se estiraba para agarrarse al aire del terreno que se extendía mas
allá.
Era como mirar un trozo de paisaje distante a través de una ventana. Como la
decoración proscenia de una producción rococo de una mala tragedia histórica. En la
distancia se veían ladeados castillos en ruinas; escarpadas montañas asomaban,
impresionantes, mas allá. Un brezo quemado exudaba una espesa niebla, coronada por
torcidas y esqueléticas ramas de arboles; las matas de tojo y los brezales crecían en torno
a borboteantes pantanos como si fueran rollos de alambre de púas que rodeara
trincheras. Por el agujero se coló un viento helado que traía un ligero hedor de vegetación
podrida y enormes vaharadas de cadáveres en estado de descomposición.
El doctor Delazny sonrió.
—¡Animo, animo, afán y esfuerzo! ¡ld a buscar esa Fuente de las Hormonas!
Del grupo de «pendones y cogorzas» le llego un glup colectivo. Sonaron mas glups
cuando se echaron al coleto grandes cantidades de bebida para envalentonar sus flacos
espíritus.
Uno a uno, pasaron a través de la abertura. A Bill se le pusieron los pelos de punta, al
electrizarse con la energía que zumbaba en torno a la periferia de la puerta. ¿O tal vez
fuera el puro y simple terror que repentinamente le recorrió el espinazo con sus manos de
hielo? Sus pies chapotearon en un montón de estiércol que le llegaba hasta el tobillo. El
olor se hizo realmente horrendo; fue como si hubieran entrado en el sulfuroso intestino
grueso de un dragon. Cuando todos hubieron cruzado, Bgr y el doctor Delazny pasaron a
través de la abertura las prometidas armas.
Espadones, dagas, arcos y flechas, puñales y cuchillos, tirachinos y cuchillos de
exploradores.
—¿Que demonios es esta mierda? —grito Rick, el Héroe Superno, mientras intentaba
en vano levantar un espadon del estiércol—. ¡Yo necesito una pistola desintegradora!
—Lo lamento, Rick, pero la tecnología moderna no funciona en este campo
dimensional en concreto —grito el doctor Delazny a través de la abertura que se estaba
cerrando—. Ahora, adiós, muchachos.
¿Os estaremos observando a través de los monitores?
—¡Nada de eso! —dijo Rick, abalanzándose hacia la puerta—. ¡Este no era el trato!
Pero antes de que pudiera llegar hasta la abertura, esta se cerro con un crepitar y un
destello, y Rick paso tambaleándose por el sitio en el que había estado la puerta, continuó
a través del neblinoso aire, tropezó y cayo de cabeza en un charco verde grisáceo.
Fue justo en aquel momento cuando el chillido semihumano galvanizó el aire, como si
los dedos de un esqueleto hubieran arañado una pizarra.
—Yo tener idea —dijo Ottar, asiendo el espadon como si se tratara tan solo de un
mondadientes particularmente largo, dirigiendo una ardiente mirada a su alrededor a
través de sus peludas cejas—. A mi gustara este lugar. ¿Que matar primero?
11 - Bill arroja los dados
Bill, encerrado, gritó histéricamente e intentó escapar. No había escapatoria posible.
Las mandíbulas del dragon se cerraron limpiamente sobre la cabeza y cuerpo de
Misionero de Posición, el sacerdote gatólico. Los dientes mordieron con la fuerza de un
martillo pilón, dejando caer las piernas del sacerdote cercenadas por la mitad de las
pantorrillas. El alargado cuello volvió a erguirse, dejando las sacerdotales botas oscilando
en el suelo, mientras la boca masticaba y destrozaba.
La sangre salto a chorros y salpico a la partida de aventureros como un sanguinario
rociador de césped.
—Tal vez, ahora el dragon no estará tan hambriento —comento Rick el Héroe Superno
a través de sus castañeteantes dientes, mientras se parapetaba detrás de Clitoria la
Amazona.
—¡Mejor aun! ¡Quizá una panzada de religión envenene a ese monstruo! —observo
sabiamente Hiperkinético, que se parapetaba detrás de Rick.
Bill, precavido a su vez, aunque algunos dirían que cobarde, estaba escondido detrás
de Hiperkinético. Acabo con los últimos tragos de vino que le quedaban en el pellejo, y
volvió a mirar a la criatura que estaba dedicada a la tarea de tragar su comida ruidosa y
asquerosamente.
Jamas había visto un dragon mas grande en toda su vida. Aquella era una observación
verdadera y lógica dado que, por supuesto, Bill nunca antes había visto un dragon.
Además, aquel hijo de puta tenia un aspecto particularmente horroroso. Desde sus
flancos se desplegaban gigantescas alas de murciélago, cuyas amoratadas y venosas
membranas acabadas en jirones, tenían agujeros aquí y allá. Su cuerpo era un escamoso
horror de repulsión reptilinea, verde rojizo y asqueroso, brillante y tosco. De las cuatro
largas y bien musculadas extremidades, asomaban garras como guadañas de las que
colgaban restos de piel de sus víctimas. Pero era la cabeza de aquella cosa lo que
resultaba particularmente abominable: ojos saltones, inyectados de sangre que giraban
constantemente; fosas nasales escabrosas y llameantes; grandes colmillos que
asomaban de su monstruosa boca, encima de los cuales colgaban unos pelos gruesos y
negros parecidos a bigotes.
En pocas palabras, podía decirse que se parecía al por suerte muerto
Esperanzamuerta de Camino en uno de sus momentos mas dulces y amables de
destrucción de reclutas.
—¡Bestia! —le grito Clitoria, agitando su espadon en el aire, delante del atroz
monstruo—. ¡Prepárate para que te desmiembre las patas y te las haga tragar, maldito
pedazo a maldito pedazo, hasta tu horrible y apestoso estomago!
—¡Eso! —grito Ottar., con su espadon apuntando a las nubes bajas y retumbantes
como si estuviera conjurando el poder del rayo—. ¡Y también el doble, por mi parte!
El dragon levanto sus pobladas cejas muy en lo alto de la frente.
—¡Eh, tíos! ¿Os importa si utilizo uno de esos palillos para limpiarme los dientes? —
dijo, estirándose hacia atrás y recogiendo el cigarro encendido que había dejado
cuidadosamente en un agujero. Y tras una profunda chupada, continuo—. Soy un canalla.
—Tiro ceniza sobre la espada de Clitoria—. Decidme, todos vosotros. ¿Sabéis que el otro
día le dispare a un elefante en mi pijama? Nunca sabré que estaba haciendo en mi
pijama.
Profirió un inmenso eructo y echo su asqueroso aliento humeante, perfumado de cosas
repulsivas que es mejor no mencionar, como bebida alcohólica y trasero de sacerdote,
que si pueden ser mencionados, sobre los buscadores.
Bill se dio cuenta de que tendría que haber previsto todo este asunto del dragon.
Despues de todo, las jornadas que llevan atravesando el infernal panorama de aquel
plano dimensional habían sido disgustos amontonados sobre infelicidad, y desanimo
apilado sobre tétricos desastres.
Para comenzar, los buscadores habían descubierto que el paisaje no solo estaba lleno
de olores odiosos, formas retorcidas y sonidos infernales, sino que también estaba
poblado por criaturas que conseguían que los chingers de los carteles de propaganda del
Imperio parecieran corderos de húmedos ojos. Afortunadamente, Clitoria y Ottar
dominaban bien los espadones, y habían causado serias bajas entre los ositos de paño
de feroces dientes y los gigantescos animales de felpa con garras... pero solo era
cuestión de tiempo que se tropezaran con aquel monstruo mitológico, compendio de todas
las demás bestias.
En segundo lugar, les llevo tan solo unas pocas horas de afanes, a través de los
fangosos pantanos y asquerosas ciénagas, darse cuenta de que todos los miembros del
leal grupo de hermanos y una hermana se odiaban y detestaban uniformemente los unos
a los otros. Incluso Rick y Bill, los mejores compañeros a bordo de la nave llamada
Deseo, habían cambiado algunas palabras airadas cuando discutían acerca de
amordazar, o posiblemente asesinar a Hiperkinético, para suprimir aquel constante canto
de baladas. Aparentemente, Rick disfrutaba de ello, e incluso contribuía con uno o dos
versos. Bill, a pesar de que le encantaba la balada de Rick, encontraba que las canciones
de Hiperkinético eran desafinadas, hasta el punto de lastimar los oídos, y de rima pobre;
por ejemplo; «coño» y «pato»; «coño» y «ágil»; «coño» y «cocodrilo».
En tercer lugar, muy pronto se les acabo el licor, y todos comenzaron a ponerse sobrios
y a darse cuenta de que aceptar aquel viaje a través del «glandioso» paisaje retorcido de
la psique humana había sido un increíble error de desastrosas proporciones.
Un dragon gigantesco que saliera contoneándose de su cueva y le pegara un bocado a
uno de los integrantes del grupo, era la ultima cosa que necesitaba su moral
prácticamente destruida.
—Decid la palabra secreta y ganareis cien dólares —dijo el dragon, chupando
confiadamente su cigarro de despues de comer.
—¡Clavar! —dijo Clitoria, blandiendo su espada.
—¡Destruir! —rugió Ottar, con su espada girando por encima de la cabeza.
—Lo siento. Ninguno de los dos ha acertado. ¿Y que tal vosotros tres, imbéciles, que
estáis ahí de pie, abriendo las bocazas como si tuvierais vegetaciones? ¿No queréis
probar?
El dúo bárbaro, que continuaba blandiendo las espadas, rugió al unísono y estuvo a
punto de cargar, pero Rick, con los ojos brillantes, mientras la llama de una vela oscilaba
por encima de el (nada de bombillas de luz en aquel lugar; nada de alta tecnología), se
agarro al cinturón, evito los violentos mandobles de sus espadas, y les dijo algo al oído.
Refunfuñando pero asintiendo con la cabeza, bajaron sus armas y retrocedieron un paso.
«Quizá la brillante mente de Rick iba a sacarles de aquel aprieto», penso Bill.
Realmente, esperaba que así fuese.
Hiperkinético punteo cacofonicamente su laúd y levanto la cabeza al cantar:
«El Superno Rick dijo, Que coño.
¿Palabra secreta? ¡Probare mi suerte!»
—¿Serias tan amable de callarte, por favor? — sugirió Bill mientras agarraba al hombre
por la garganta y lo estrangulaba haciéndole proferir un gorjeo de agonía.
—No, Bill, déjale hacer —dijo Rick, rogándole a Bill que aflojara los dedos—. Puede
que desafine... pero tiene bastante razón. —Rick el Héroe Superno se volvió en redondo
para enfrentarse al dragon sonriente que continuaba fumando su cigarro—. Muy bien,
dragon. ¡Arrr! La palabra secreta, entonces. ¿Pero, si decimos esa palabra secreta, nos
dejaras pasar tranquilamente?
—A mi me parece lo mas justo. Yo ya he cenado. —El dragon se froto la protuberante
barriga con felicidad, y eructo otra nube de humo.
—De acuerdo, entonces, pero, dragon... ¡debe haber varios cientos de palabras en tu
vocabulario! ¡Existen pocas probabilidades de hallar la correcta!
—¡Por favor! —dijo ofendido el dragon—. ¡Conozco ciento treinta y tres mil palabras,
por lo menos; y eso solo en ingles —Eructó—. Eso, por ejemplo, era una eructacion.
—A mi me ha sonado como un eructo a la antigua usanza — murmuro Bill. Sus nervios
comenzaban a deshacerse y, mas importante aun, se estaba poniendo incómodamente
sobrio.
—Maravilloso —dijo Rick, maravillado—. Eso significa que las probabilidades que tengo
de acertar la palabra secreta son verdaderamente astronómicas. —Rick avanzo y
retrocedió, frunciendo los labios y, evidentemente, pensando con todas sus fuerzas.
Repentinamente, sus dedos chasquearon en el aire y el se volvió para enfrentarse con el
dragon— Ya lo tengo. Con toda seguridad, un dragon con tu preclara inteligencia y
erudición puede construir un enigma en torno a esa palabra secreta... ¡Así podríamos
tener alguna remota posibilidad de averiguarla!
—Hummm —dijo el dragon— Y por que no. A mi me gustan los enigmas, aunque es mi
vieja amiga Ojosfijos la Esfinge quien mas los utiliza. Pero ¡que diablos! Yo puedo hacer
cualquier cosa que pueda hacer Ojosfijos. Pero tendrás que concederme algunos minutos
para que piense una. Y sera mejor que os deis cuenta de que si no la averiguáis, tendréis
que deponer vuestras armas y dejaros todos comer por mi.
—Desde luego, desde luego —dijo Rick, dejando que los demás vieran los dedos
cruzados que tenia a la espalda—. Pero, buen dragon. Unas cuantas preguntas
preliminares. Yo te ruego que me digas como te llamas.
—¿Que como me llamo? Pues, Humo, por supuesto. Si, me llamo Humo por ciertos
hábitos que tengo. —Señalo el cigarro encendido y sonrió.
—¿Y a través de que tierra estamos viajando, al presente?
—¿Tierra? ¿Es que acaso no sabes el nombre de esta tierra? —El dragon río,
divertido—. Pues, este es el país de la Fantasía Absurda, por supuesto. ¡Es el territorio
subconsciente de la mente humana en el que los escritores de ficción llenan sus tinteros
para intentar conseguir espléndidas novelas de alto nivel humorístico! ¡Esta es la parte de
la hiperglándula en la que los juegos de palabras son la forma mas refinada de humor, y
la yuxtaposición de lo mundano y lo mitológico produce sinceras carcajadas en cantidades
y cantidades de fieles lectores! —El dragon se quito las cejas y el bigote—. Por eso, esta
imitación mía de Groucho Marx. Bastante graciosa, ¿eh?
Rick consiguió reír, pero Bill, que nunca había oído hablar de Groucho Marx, solo pudo
esbozar una sonrisa boba y poco convincente.
—Si, si. Muy graciosa, Humo. Una pregunta mas, y luego podrás tomarte un momento
para pensar tu enigma. ¿Has oído hablar de un lugar llamado la Fuente de las Hormonas?
—¡La Fuente de las Hormonas! ¡Claro que si! ¡Todo el mundo ha oído hablar de la
Fuente de las Hormonas! Esta en el centro mismo de este territorio, justo entre la tierra de
las «Revistas cochinas» y los «Romances Bodiceripper»2 —El dragon levanto una garra
para señalar—. Diríjanse hacia el sur si llegan a responder correctamente a mi enigma. —
Humo se rasco una oreja con una gran garra mugrienta, lo cual produjo un sonido
irritante; luego se irguió en toda su estatura y contemplo fascinado su pronunciado
vientre—. ¡Aunque pensándolo bien, amigos, iréis hacia el sur en cualquier caso!
Clitoria y Ottar blandieron sus espadas y gruñeron, pero Rick les impuso silencio con
un gesto.
—Te daremos unos minutos de silencio para que concretes tu enigma. Entre tanto, nos
alejaremos una corta distancia hasta el otro lado de aquella colina, donde quizá podamos
comulgar con la naturaleza entre los arbustos. Tu no querrás tragarte unos viajeros llenos
de eso, ¿verdad?
«Soberbio —penso Bill—. ¡Que bueno era Rick para hacer comulgar a los demás con
ruedas de molino! Todo cuanto tendrían que hacer una vez pasada la colina, seria
largarse en dirección sur. No podía existir ninguna posibilidad de que las alas endebles y
andrajosas de Humo le mantuvieran en el aire por un tiempo suficiente como para
seguirles.»
—De ninguna manera, hijito —dijo, sin embargo, el dragon—. Ya he oído antes esa
mierda. En cuanto estéis al otro lado la colina, en solo unos segundos pasareis al
siguiente condado. Por otra parte, ya tengo el enigma. ¿Estáis listos? Solo voy a
concederos el tiempo necesario para contar hasta diez, amigos, ¡luego voy a engulliros!
—les guiño un ojo y prosiguió—. ¡Oh, este es realmente bueno! ¿Estáis preparados para
el? —El dragon se contoneo de forma sibilina, lo cual, cuando se piensa en ello, resulta
un espectáculo bastante repulsivo.
—¡Dispara tu enigma, Humo! —dijo Rick, erguido en todos y cada uno de los
centímetros de su heroica estatura.
—Muy bien, tiernos amigos. El enigma:
—¿Que es lo que anda sobre cuatro patas al amanecer, sobre dos a mediodía y sobre
tres al anochecer?
El dragon les sonrió de forma impúdica, levantando y bajando las cejas con la
expresión de alguien que se sabe listo.
—¡Dios mío! ¡Arrrrr! Ese si que es difícil. Nos disculparas mientras mis amigos y yo
conferenciamos sobre el tema.
—Por supuesto —dijo el dragon—, pero la cuenta comienza ahora —les recordó—.
¡Uno! —retumbo la voz del monstruo.
El grupo se reunió, con ceños de perplejidad en cada uno de los rostros. Bill, por su
parte, no se sentía desfallecer. ¡Era el enigma mas estúpido que jamas hubiera
escuchado!
—¡Ya lo tengo! —propuso Hiperkinético, tocándose la estrecha nariz—. ¡Una orgía
marciana! ¡Al menos, esa es la respuesta que creo haber visto en la sección de chistes de
fiesta de Playboy Galáctico!
Rick negó con la cabeza.
—¡Aun no estamos en la tierra de las Revistas Cochinas! Estamos en el país de la
Fantasía Absurda. Necesitamos una solución que se acomode a eso.
—¡Dos! —babeo Humo.
—¿Chingers? —propuso Bill desesperanzado, y todos le miraron con asco.
—Vamos a no ser demasiado estúpidos, Bill —dijo Rick—. Conozco a un montón de
imbéciles que hubieran tenido serias dificultades para salir con una estupidez tan grande
como esa.
—Tranquilizaos, tranquilizaos, que se os pasa el tiempo. ¡Cuatro! —canturreo Humo.
—¡Ya se que es! —dijo Ottar, feliz—. Sammu Wallund, volver a casa despues de toda
noche bebiendo, tropezar, caer sobre cara...
—¡Cinco! rugió Humo.
—¡No, no, no! —le interrumpio Rick, comenzando a tirarse de los pelos—. ¡Ya lo se!
¡Lo tengo en la punta de la lengua, pero no hay manera de que me salga!
—¡Seis! —se burlo Humo.
—¿Que tal un perro Danubio? —aventuro Clitoria.
—¿Que viene despues de seis? —pregunto Humo, comenzando a contarse las
garras—. ¡Ah, si! ¡Ocho! —Pero el atónito dragon se estaba quedando sin pedantescas
librescas, por lo que dijo este numero en un sencillo monótono.
—Tío —dijo Bill—, este enigma es difícil!
—¡Siete!
—¡Eso es! —grito Rick—. ¡Esa es la respuesta! —Se precipito en dirección al dragon,
sacudiendo los brazos como un loco—. Ed Rex me contó este en el Sangría Sagrada y
Grill.
—¡Diez! —dijo Humo—. ¿Vais a darme una respuesta, o que?
—Si, creo que si —dijo Rick—. ¡Que es lo que anda sobre cuatro patas al amanecer,
sobre dos a mediodía y sobre tres al anochecer? ¡Pues, un hombre, por supuesto! ¡Cuatro
patas cuando gatea, tras su nacimiento; dos cuando es un hombre maduro, y luego tres
en el ocaso de sus años porque necesita un bastón! ¿De donde lo sacaste, tío? ¿De tu
compañera la Esfinge Ojosfijos?
Los labios de Humo se fruncieron en un gesto de infelicidad.
—¡Joder! Tendría que haber ido un poco mas lejos en mi memoria de enigmas. Oh,
bueno. Así es como los cadáveres se marchitan.
—¿Por lo tanto, ya tenemos permiso para marcharnos? —grito Bill, loco de contento—.
¿Te importaría decirnos también donde esta el bar mas próximo?
—A la primera pregunta, la respuesta es no, y a la segunda es no se —dijo el dragon
de forma sucinta, a través de una sonrisa singularmente malvada—. ¡No tengo intención
de dejar escapar a unos mamones tan suculentos como vosotros! ¡Además, siento
deseos de una buena y larga pelea sangrienta!
Apenas hubo dicho aquellas palabras, su enorme cabeza se adelanto y sus
considerables dientes se cerraron sobre Hiperkinético y su laúd. Inmediatamente se vio al
bardo elevándose en el aire, retorciéndose y gritando de una forma nada musical, y
seguidamente fue deglutido con un gigantesco trago, para seguir al sacerdote en su
destino digestivo.
—¡Patán mentiroso! —grito Clitoria, levantando la espada para aprestarse a la batalla.
—¡Tu mentir a Ottar! —aulló el vikingo, blandiendo la espada en círculos—. ¡Ottar
cortarte en cientos pedazos, para comer perros!
—¡Bueno, al menos no volveremos a escuchar baladas malas! —filosofo Bill,
desenvainando su espada. Puesto que los soldados solo utilizaban pistolas y artillería
pesada, no estaba muy seguro de poder manejar aquel arma con mucha destreza. Tan
solo podía esperar que sus instintos y enormes deseos de sobrevivir le enseñaran a
hacerlo con la suficiente celeridad.
Rick también había desenvainado su espada.
—¡ld a darle una lección a ese patán desalmado! —grito Rick—. ¡Yo me encargo de la
retaguardia!
Los bárbaros cargaron contra el dragon, blandiendo las espadas, haciendo fintas y
lanzándole estocadas a la bestia verde que gruñía.
—Esa es una buena idea —concedió Bill, mientras una lengua de llamas le envolvía en
hollín. Vio que las brillantes garras de la zarpa del dragon se lanzaban en dirección a los
bárbaros—. Nunca podemos estar seguros de quien va a atacarnos por la espalda,
¿Verdad?
Clitoria y Ottar fueron imprudentes. Se habían convertido en las feroces maquinas de
guerra descontroladas que eran por naturaleza. Blandiendo sus espadas, se lanzaron
alegremente al combate.
Desgraciadamente, la batalla acabo demasiado apresuradamente para el gusto de Bill.
Ottar fue destripado con gran rapidez y luego tragado en tres o cuatro bocados, con las
botellas de whisky de sus bolsillos y todo.
Clitoria tuvo una pizca mas de éxito. Consiguió arañar al dragon aquí y allá, pero en
cuanto el buche de Humo estuvo libre de Ottar, agarro al vuelo a la mujer y la envío detrás
del bárbaro.
Humo, mientras utilizaba una espada como mondadientes, se volvió en dirección a los
dos viajeros que quedaban, sonriéndoles malévola y sanguinariamente a través de las
manchas de sangre de sus labios.
—¡Ñam, ñam! Y ahora, en cuanto al postre... ¿Quien sera el primero? ¿El listo o el
estúpido?
—¡El! —grito Rick, señalando a Bill.
—¡No, el! —grito Bill, señalando a Rick.
—Ay, ay, que espantosa elección. —El dragon avanzo pesadamente en dirección a
ellos, se inclino sonriendo obscenamente con su estomago hinchado como una pared de
carne, y el vientre tan grande como una mesa de billar a punto de reventar sobre ellos. Bill
parpadeo, mirando hacia arriba, temblando de miedo, volvió a parpadear mirando el
ombligo del dragon y la cabeza del tornillo de bronce que estaba justo en su centro. ¿Un
tornillo?
Dado que no tenia nada mejor que hacer, y que en cualquier caso estaba ante una
muerte segura, metió la punta de la espada en la ranura de la cabeza del tornillo, y lo hizo
girar.
—¡No hagas eso! —grito el dragon con un agudo falsete femenino. Luego volvió a
chillar, mas suave y débilmente. El siguiente grito fue casi inaudible.
Luego comenzó a desaparecer.
Pero a medida que el dragon iba haciéndose menos visible, en su lugar aparecían
fantasmagóricas figuras. Algo bastante exótico estaba teniendo lugar.
Bodice ripper romances = Romances históricos o góticos en los que, como
característica común, una mujer era físicamente humillada y violentada (Webster's Ninth
Collegiate Dictionary).
12 - Solos y mal holgazaneados
—¡Por amor de Ballecebú! —dijo Rick, congelado de asombro ante aquel espectáculo,
al igual que Bill—. ¿Quieres hacer el favor de mirar eso?
A medida que el dragon se disolvía, unas formas oscuras adquirían cada vez mas
solidez en el lugar de aquel, aproximadamente en el sitio en que había estado el
estomago de la criatura. Aparecieron ondeantes ríos de niebla ectoplasmatica que
envolvieron a las figuras en capullos ligeros como la espuma. Dentro de aquella espesa
niebla localizada, siseaban y destellaban majestuosas chispas de energía, como un
pseudo-cuatro de Julio en Mundoniebla, del sector de las Pleyades.
—¡Guau! —observo Rick—. Esto es sin duda mucho mejor que la holovision de
anoche. —Entonces se sintió atacado por el miedo—. No estoy seguro de que esto me
guste, ¿Que esta ocurriendo?
—Puede ser cualquier cosa, quejica; pero ese dragon carnívoro era peligroso y ahora
ha desaparecido del todo. Simplemente mantén tu espada a mano, y veremos que viene
ahora.
Algun tipo de transformación; parecía que...
Bill se inclino hacia aquel fenómeno para mirarlo desde mas cerca. Dentro de aquellas
destellantes burbujas de niebla, creyó ver como se retejía la carne y se reunía el tejido
conjuntivo. Pero antes de que pudiera pensar demasiado en el asunto, una de aquellas
burbujas emitió un gaseoso suspiro al rajarse.
De dentro salió, cual polluelo acabado de incubar de la cascara del huevo, un
adolescente desgarbado que parpadeaba detrás de cóncavas gafas con montura de asta
del tamaño de visores para radiación. El jovencito sufría de acné y un herpes labial. El
cuello de su camisa de franela estaba abotonado, y el cinturón de sus pantalones
abrochado casi a la altura del comienzo de su caja torácica. Del bolsillo superior de la
camisa asomaban bolígrafos y lápices metidos dentro de una funda de plástico protectora
de bolsillos.
—¡Hola! ¡Soy Peter Perkins! —anuncio con perspicacia—. Parece que me haya
erosionado, ¿eh? Oh, bueno, me estaba aburriendo bastante con el personaje del
sacerdote, de todas formas. —Se miro la mano en la que tenia unos cuantos dados
multifacetados—. Quizá me de una vuelta por lo del Fantástico Alfred y vea que se esta
cocinando en su juego. —Miro el entorno con disgusto, y luego a Rick y a Bill—. Es el
mejor maestro del juego. ¿Que decís vosotros, tíos?
Los «tíos» eran los otros que salían en ese momento de las burbujas brumosas,
humeando con los vapores del recién nacido. Se le parecían solo en la condición
adolescente y la mala complexión, los dados que llevaban en la mano y la antipatía
general. Uno de ellos era un muchacho enormemente gordo, que masticaba una barra de
caramelo Via Láctea. Otro era un chico bajo y feo que llevaba un uniforme de explorador
color mostaza. El tercero era del sexo femenino, dentro de un estilo general de arenque,
que ostentaba en su rostro regordete y pálido una mueca de desprecio hacia los hombres.
Bill se rasco la cabeza.
—¿Que coño esta pasando aquí, tíos?
—¿Es que no lo ves, Bill? —dijo Rick, en cuyo rostro ondeaba la luz del entendimiento
como una marea interna de comprensión—. ¡El doctor Delazny y el chinger han
organizado esto como un juego de representación! Estos no son mas que jugadores de
otra dimensión, mundo o algo parecido, que han escogido ellos.
—Pse, y también es un maestro de juegos realmente asqueroso —se quejo la
muchacha, presumiblemente la antigua Clitoria.
—Ya lo creo —dijo el compañero antiguo-Ottar—. Un dragon antropófago con
asquerosos enigmas. La Fuente de las Hormonas, una idea igualmente desastrosa. ¿El
país de la Fantasía Absurda? —Miro fijamente a los dos aturdidos soldados de fortuna, y
parpadeo—. ¿Rick, el Héroe Superno? Ya, y este guason se supone que realmente es
Bill, ¡como en Bill, el Héroe Galáctico! ¡Correcto! ¡Y yo soy Jason dinAlt del Mundomuerto!
—El adolescente resoplo con desprecio—. Vamos a dejar esta mariconada, tíos, y
metámonos en un juego con un poco mas de pelo en pecho.
—¡Eso! —continuo diciendo, mirando en derredor con expresión aburrida—. ¿Donde
están los enanos con las enormes hachas? ¡Y apuesto a que estos guasones aun no han
leído su Hickman y Weis!
Los otros parecieron horrorizados ante el mero pensamiento. —Un momento —dijo
Rick, rascándose la cabeza con aparente desconcierto—. Yo pensaba que este escenario
se suponía que era el segmento de la fantasía de la hiperglándula, basado en arquetipos,
mitos, cuentos de hadas y cosas parecidas de cientos, incluso miles de años de
antigüedad.
—¿Mitos? ¿Cuentos de hadas? ¡Esto es un juego serio, tío! —anuncio la fantasía
jugadora agresiva—. Esto es algo importante. — ¡Eso! —dijeron los otros dos al
unísono—. ¡Este sitio apesta!
Dicho eso, comenzaron a sacudir las manos, y los dados entrechocaron y
chasquearon. En torno a ellos comenzaron a palpitar y oscilar líneas de movimiento, quizá
cortesía de algun dibujante de tebeos, y tras un final torbellino espectacular de niebla
animada, los tres comenzaron a girar, girar y girar...
Para acabar en la nada.
—¡Guau! —exclamo Bill—, Han desaparecido. Simplemente así. Dime, Rick, ¿crees
que podemos hacer lo mismo? Este sitio tampoco me gusta demasiado.
—No, Bill —suspiro Rick—. Me temo que hemos sido unos auténticos mamones. El
doctor y el chinger nos la han jugado. Estamos metidos en esto hasta el final. La única
forma que tenemos de salir de esta es encontrar la fuente de las hormonas que ellos
quieren.
—Ese jodido Eager chinger Bgr —gorgoteo Bill, cuya urgente necesidad de Irma
aminoraba, de alguna manera, y era reemplazada por la repentina necesidad de pura y
simple venganza—. Le arreglare las cuentas por haberme hecho esto.
—¡Y no te olvides de Delazny! —refunfuño Rick.
—No, no me olvidare del doctor Delazny. ¡Para el tengo planeado algo muy especial!
—Los ojos de Bill brillaban de odio y calculo—. ¡Arrojar al doctor Látex Delazny al espacio
profundo seria actuar de forma demasiado benévola con el!
Rick manifestó su acuerdo, y ambos continuaron su viaje en dirección sur, alejándose
del país de la Fantasía Absurda en dirección a la indudablemente mas valiosa e
interesante tierra de las Revistas Cochinas.
Desgraciadamente, no tenían una brújula. Aquella carencia significo que, con muy poco
esfuerzo personal, se las ingeniaron para hallarse terriblemente perdidos. Bill, que había
estado tumefacto de anhelo por ver escuadrones enteros de desnudos retozones, prosa
lasciva mal escrita aunque gráfica, así como tebeos para adultos con preciosidades
increíblemente bien dotadas en situaciones comprometidas, se sintió decepcionado al
hallarse en un territorio nuevo y deprimente lleno de lobreguez casi invariable.
—¡Arrrr! —observo Rick, mientras miraba la vegetación marchita y los colores
monocromáticos. En el aire había una falta absoluta de cualquier clase de olores, ya
fueran agradables o repulsivos. Las ramas de los pocos arboles que había en el lugar
caían de forma apacible. La hierba y matas yacían pegadas al suelo y húmedas, como si
hubieran sido abatidas por una tormenta feroz, por no decir fangosa. Realmente, todo
aquel «glandioso» paisaje no tenia apariencia de nada mas que de laxitud, y cualquier
atisbo de vida y vitalidad había sido extraído de todas las cosas.
—¡Zaratustra! —gruño Bill— ¡Este sitio tiene la apariencia de padecer una deficiencia
vitamínica terminal!
—Desagradable, ¿eh? ¡Arrrr! Creo que nos hemos desviado un poco de nuestra ruta,
camarada, y ahora nos hallamos en los fabulosos istmos de la impotencia.
Bill se encogió, lleno de instantáneo pavor. El termino mismo era un anatema para un
soldado del Imperio con la sangre cargada de alcohol, un terror paralizante enterrado en
la tan querida imagen propia del macho que era el legado eterno de una sociedad
dominada por los hombres. Eso, o algo muy parecido. Y lo que a el le preocupaba no era
los «fabulosos» ni los «istmos», sino esa otra terrible palabra que comenzaba por «I», que
le sacaba de quicio.
—¡Pero si se supone que esta es la todopoderosa hiperglándula, alimentada por las
poderosas reacciones químicas de un hiperactivo subconsciente colectivo perteneciente a
millones de seres humanos! —sugirió Bill.
Rick se encogió de hombros.
—A lo mejor tuvo un mal día en la oficina.
—No. Tiene que ser algo mas serio que eso. De hecho, tengo la sensación de que es
algo muy importante. —Examino el territorio mohoso, plano y desesperanzador—.
Tenemos que resolver este misterio. ¿Tienes alguna idea de lo que pueda estar pasando?
—Dicho en una sola palabra... no.
—Pero tu lo sabes, Bill —dijo el propio Bill con una voz extraña y sepulcral—. Yo no he
dicho eso—dijo, tapándose la boca con las manos.
—Yo te oí decirlo —observo astutamente Rick.
—Soy su amigo, el buen doctor Delazny —dijo Bill, nuevamente con aquella extraña
voz—. Les hablo gracias a las ventajas de las impresiones posthipnóticas. Si lo están
oyendo ahora se debe a que se hallan en una situación que sus reducidos cerebros no
pueden comprender ni explicar. Por ese motivo yo, o mas bien mi voz, esta aquí para
ayudarles. El hecho de que hayan activado esta pseudo-memoria en concreto, significa
que en este momento están descubriendo algo nuevo acerca de los seres humanos. Es
algo conocido por la profesión medica, pero nuevo para ustedes, cabezas huecas, que
incluso en el interior de los potros sobreexcitados existen algunas áreas que no se ven
afectadas por el flujo hormonal. Esta tiene que ser la zona simbólica que les mencione
antes, aunque probablemente no me escuchaban: el neocortex. La fuente de la lógica y la
razón de la humanidad.
—Na —dijo Rick—. Este lugar es demasiado grande para eso.
Bill volvió a hablar con su nueva voz, un poco amortiguada debido a que el tenia las
manos colocadas sobre la boca.
—En cuanto a eso, tendrán que resolverlo ustedes mismos, ya que yo no estoy
realmente allí. Quizá han llegado a la fuente de las hormonas que debían encontrar.
Pónganse al trabajo. Cambio y fuera.
Rick se rasco la barbilla y volvió a recorrer con los ojos aquel territorio.
—¿Que piensas de aquel castillo, Bill?
—¿Que castillo? —pregunto Bill con su habitual voz cascajosa. Dio un grito de
alegría—. ¡Se ha marchado! ¡Soy yo el que vuelvo a hablar!
—Maravilloso. Me gustaba mas la otra voz. Al menos tenia algo que decir. Ahora
volvemos a estar solos. Allá, ¿lo ves? En la colina. Las nubes se están levantando
mientras te hablo.
Efectivamente, al mirar Bill hacia el sitio que le había señalado Rick, vio un cumulo
algodonoso de nubes grises que se levantaban como la cortina del siguiente acto de una
obra teatral, dejando al descubierto las almenas de un castillo de apariencia
particularmente chata con torres achaparradas y caídas banderas que colgaban de la
punta de astas inclinadas.
—¡Sin duda podríamos llamar a las puertas de ese castillo y preguntar el camino! —
sugirió Rick, cuyo animo se levanto, naturalmente.
Tras una rápida caminata, si bien muy mojada, se hallaron. ante el rastrillo de la plaza
fuerte.
—¡Yuu-juuu! —llamo Rick—, ¿Hay alguien en casa? ¡No somos mas que viajeros
agotados, hambrientos y sedientos que buscan una cálida hoguera, un trago frío de...
agua, quizá una comida caliente y unas sencillas indicaciones para encontrar su camino!
Tras las barras de guardia del rastrillo, se abrió una puerta y por ella asomo una nariz.
—¿Quien anda ahí? —gimoteo una voz nasal, que recordaba la de una ardilla listada
con un fuerte resfriado de nariz.
—¡Rick y Bill! —dijo el Héroe Superno con la voz mas cordial y diplomática que pudo.
—¡Rick y Bill no están aquí!
La puerta se cerro de golpe. Bill aporreo con los puños la puerta de tablones con
remaches de metal del castillo.
—¡Eh, cabeza de mierda! ¡Somos Rick y Bill! ¡Necesitamos ayuda!
—Por favor, Bill —siseo Rick—. Necesitamos ser un poco mas cordiales si queremos
llegar a alguna parte. No estamos exactamente en un barracón militar, ¿sabes?
Gracias a Zaratustra, penso Bill, había adquirido la costumbre de irse a la cama con
armadura despues de la oleada de asesinatos de instructores militares a manos de los
reclutas en el sector Beta Dacroni. Los oficiales dijeron que se debía a los efectos de las
olas de radiación Zeta primaria, que habían vuelto locos a los reclutas, pero Bill conocía la
verdad. Despues de todo, el también había sido recluta, una vez, bajo la bota del muy
detestado y siempre temido Esperanzamuerta de Camino. Uno de sus sueños mas
preciados durante aquellos meses de tortura rigurosa, un sueño indudablemente
compartido por todos los demás habitantes de los barracones, era el de proceder a la
tortura y eventual asesinato de de Camino.
La puerta volvió a abrirse con un chirrido, y la nariz volvió a asomar.
—¡Oh! Vosotros sois Rick y Bill. ¿Y decís que queréis indicaciones para encontrar el
camino? Bueno, je, je, podéis iros al infierno... ¡y os diré como llegar hasta allí!
—¡De hecho —grito Rick, desesperado—, somos marinos! ¡Eso es! ¡Y en el barco
llevamos crecepelo de hígado de mono según la antigua formula de la abuela Goldfarb,
junto con una oferta especial, solo por hoy, de serum de glándula de gorila para la
potencia de guardias según la formula del abuelo Goldfarb! Piensa en ello... ¿has visto
alguna vez a un gorila minisexuado? La respuesta, por supuesto, es no. Y es... es... —dijo
Rick, que se estaba quedando sin inspiración.
La puerta volvió a chirriar, se abrió cautelosamente y la nariz volvió a asomar.
—No necesitamos mucho crecepelo —resolló (y Bill pudo ver la mata que le asomaba
por las fosas nasales, y que demostraba que aquella declaración era una verdad como un
templo)—. Pero últimamente ha habido un pequeño problema por aquí que podría
resolver la ultima poción que ha mencionado. —Hubo un momento de silencio; Bill casi
podía oír como giraban los oxidados engranajes—. De acuerdo, forasteros. Depositen las
armas en el suelo y les conduciré ante el jefe para que les conceda una audiencia.
Contentos, Bill y Rick desenfundaron sus espadas y dagas y las arrojaron al suelo. La
puerta del Castillo se abrió de par en par, y de detrás asomo un hombre delgado que
llevaba un sombrero informe sobre una mata de pelo lacio que le caía hasta los hombros.
Al ver que estaban desarmados, acciono una manivela y el rastrillo se elevo, produciendo
un sonido metálico, un retumbar de cadenas y un extravagante resoplido.
—Pasen por aquí —dijo el hombre a través de su protuberante nariz y sus pequeños
ojos saltones, haciéndoles un gesto para que le siguieran.
El hombre alto y delgado giro en redondo y se alejo rápidamente dando traspiés y
chasqueando los tacones contra el suelo de piedra a cada paso.
Bill y Rick intentaron reproducir el medio galope y los chasquidos, pero con poco éxito.
Para cuando llegaron al patio del castillo, ya habían abandonado el empeño.
—¿Has leído ese letrero? —pregunto Rick.
—¿Letrero? —pregunto Bill, a su vez—. ¿Que letrero? Estoy demasiado ocupado
tratando de caminar de esa forma ridicula.
—Quizá sea significativo. Sera mejor que retroceda corriendo y le eche un vistazo.
Bill continuo tras aquel hombre de extraño aspecto, y entro en la luz grisácea del patio.
Lo primero que advirtió fue que el ser que les había conducido hasta allí, ya no estaba. Lo
segundo fueron la docena de espadas desenvainadas y puntas de flecha que apuntaban
a su cuerpo enormemente vulnerable. Conectadas a dichas armas, había una colección
de las mas feas criaturas que Bill hubiera visto en toda su vida, y eso que Bill había visto
algunas cosas muy feas, especialmente despues de una buena borrachera, cuando se
miraba al espejo. Ogros y trolls se agazapaban y babeaban, blandiendo espadas
puntiagudas. Gnomos y enanos esgrimían hachas y cuchillos.
—¡Ya lo tengo, Bill! —dijo Rick desde el fondo del pasadizo—. Hay muy poca luz aquí,
pero creo que podré leerlo. Dice: «Abandonen... la esperanza... todos... aquellos... que...
entren... aquí». Bueno, ¿que supones que quieren decir con eso, Bill?
Bill no respondió. Estaba demasiado ocupado en dar vueltas y mas vueltas, buscando
una salida.
Desgraciadamente, tuvo poco éxito.
13 - En las profundas mazmorras
Las mazmorras eran fosos. Ciertamente no se trataba del lugar mas agradable del
universo, aunque había muchas posibilidades de que hubieran sido seleccionadas para
obtener el ultimo lugar entre las peores. En un intento de aliviar la depresión que sentía,
Bill trato de encontrar el lado bueno desde el que mirar las cosas. Le llevo un buen rato,
pero al final consiguió argumentar que, básicamente, quizá habría que admitir que aquello
era mejor que el campamento de instrucción. La bazofia que le daban de comer era mas
gustosa, y de vez en cuando había mezclada una cucaracha para suministrarle proteínas.
De hecho, dado que la mezcla había estado reposando aparentemente durante semanas
tras su elaboración, debajo del moho que el raspaba de la superficie, tendía a estar
siempre fermentada, lo cual le proporcionaba a Bill la mas satisfactoria dosis de alcohol.
Aunque no conseguía emborracharle exactamente, porque aquel repulsivo festín solo se
le presentaba a intervalos, por lo menos no tenia que estar sobrio durante todo el tiempo.
¡Destino cruel! ¿Nunca mas tendría la oportunidad de volver a ver a su querida Irma?
Bill desesperaba de la esperanza misma de conseguirlo, murmurando y gimiendo para
si mismo con los ojos húmedos de autocompasión. Resultaba muy catártico.
Pero, sin embargo, la cosa que mas le fastidiaba de aquel lugar eran las cadenas.
Tenia anillas alrededor del cuello, las muñecas y los brazos, enganchadas a gruesas y
pesadas cadenas que a su vez estaban sujetas a la pared. Cuando estaba durmiendo o
simplemente sentado, la cosa no era demasiado mala, pero presentaba muchas
dificultades si uno se ponia a caminar. Dado que era muy poco probable que se escapara
por la ventana inexistente o a través de los estrechos barrotes, Bill no alcanzaba a ver el
propósito de las cadenas, lo cual las hacia especialmente molestas. El se quejaba cada
vez que veía al jorobado que venia a traerle la comida y a cambiarle el cubo de aguas
menores, pero como aquel pequeño enano parecía sordo, y además tonto, era muy poco
lo que conseguía.
Aquel asunto del patio había sido muy malo.
A toro pasado, un toro bravo, despues de todo no había sido una idea realmente buena
la de acercarse a aquel castillo en concreto. Parecía tan inofensivo, que quien hubiera
podido prever el ejercito de criaturas que les acechaban en el patio. Si tan solo no
hubieran salido con aquel asunto de la glándula de gorila, entonces el sirviente que
arrastraba los pies no les hubiera dejado entrar, y no hubieran tenido que probar y
demostrar su eficacia con docenas de armas apuntándoles. Naturalmente, dado que no
existía, Rick había tenido la idea realmente maravillosa de pretender que la botella llena
de vino que llevaba era la medicina especial que estaban vendiendo.
—Hay que frotar con ella la zona afectada —había explicado—. ¡Arrrrrr! De hecho, esta
es una muestra. ¿Por que no se la quedan y la utilizan en sus ratos libres? Entre tanto, mi
compañero y yo debemos desatracar y continuar con nuestro negocio.
Desgraciadamente, la asamblea de bestias había insistido en la demostración de la
eficacia de la medicina en aquel mismo momento y en aquel exacto lugar, quitándoles los
pantalones a los cautivos y echándoles la «glándula de gorila» en las partes adecuadas.
Como era de esperar, los resultados fueron menos que impresionantes. En todo caso,
el vino frío tuvo unos efectos encogedores contrarios a los esperados. Los murmullos
aumentaron de volumen, y tampoco quedaron convencidos cuando Rick grito que a veces
tardaba un poco en hacer efecto.
¡Ay! Ni un solo troll, ni un solo enano, ni siquiera un solo ogro se trago aquello. El dúo
fue servicialmente conducido a dos mazmorras separadas sin gozar siquiera de la
dignidad de que les devolvieran los pantalones.
Así que allí estaba Bill, pudriéndose en la oscuridad. No tenia la mas mínima idea de
cuantos días habían pasado ya en aquella olorosa celda cuyo suelo estaba cubierto de
heno, no había diferencia entre la noche y el día. Solo existía el ocasional servicio de la
bazofia fermentada para marcar el paso del tiempo.
«Oh, bueno —penso Bill—, aquello no era precisamente la rivera vulcaniana, pero al
menos podría holgazanear por ahí todo el día tendido sobre la espalda y obtener ese tan
necesario descanso.» Hasta donde el podía recordar, su vida siempre había sido un
¡venga-venga-venga! Si no había un grupo de reclutas frescos que instruir y mutilar, había
alguna emergencia loca que manejar. Por otra parte, ahora podía hacer algo que no había
hecho con mucha frecuencia en años y años.
Dormir.
Desde el día en que el reclutador había llegado pisando fuerte con su banda de un
robot y le había hecho firmar para el alistamiento, Bill había olvidado cuanto disfrutaba
realmente de un buen rato entre sabanas.
Ahora, sin ningún toque de diana electrónico que electrónicamente le sacara el jugo de
cada fibra de su ser, por no hablar del estado de su cuerpo a alguna repulsivamente
temprana hora de la mañana, Bill se encontró con que podía flotar a la deriva en los
sosegados lagos de la somnolencia durante delirantes y largos periodos de tiempo, y
durante una época no hizo otra cosa que eso, y cubrió así la deuda de sueño que tenia
consigo mismo. Pero cuando Bill hubo cubierto esa cuota de sueño, comenzó a sentirse
realmente aburrido al cabo de poco; ¡se dio cuenta de que realmente no había mucho
para hacer en aquel agujero!
Afortunadamente, despues de los primeros uno o dos días (¿tres?, ¿cinco?, ¿veinte?)
de tedio apenas aligerado por el alcohol, Bill recordó que había traído un libro consigo. ¡O,
mejor dicho, varios libros, advirtió al pensar en ello! ¡Si! Puesto que en la cavidad de sus
senos frontales estaba el Compendio del sangriento que Bill había recogido de forma tan
fortuita de la sala terminal del hospital de Coloctomia IV.
Uno de los libros resulto ser una colección temática universal titulada Herejes en el
Hades. Como Bill había disfrutado ampliamente de la anterior antología universal titulada
Mundo de deudores, se lanzo a por lo que yacía detrás de los títulos de crédito
conectados a sus neuronas con gran regocijo:
Herejes en el Hades
«Gilgansosh conoce a dos escritores de ficción mala»
por Robot Brochedeoro
«La Guerra es el Infierno»
Expresión popular militar.
Si Gilganosh nació realmente con los muertos, ¡oh!, hace ya tantos siglos, entonces, es
cierto que estaba aburrido de los muertos.
Con sus miembros enormemente musculosos recorría cazando los territorios salvajes
que mediaban entre las casas, matando juguetonamente a las bestias del infierno con su
arco y sus afiladas flechas; conversando diariamente con famosos cesares de Roma,
reyes de Africa y otros condenados por el estilo que estaban en las grises tierras de
perdición del Hades, y flexionando sus músculos ante los nuevos turistas y sus nuevas
Nikon y Leica con un nuevo mecanismo, controlado electrónicamente, o sus
videocamaras Sony. Veía como el gran rey de Uruk hacia cabriolas, medio desnudo, para
aquellas extrañas personas que llevaban puestos pantalones cortos tipo bermudas,
camisas hawaianas y gafas de sol. ¡Oh, poderoso rey de ciudades que ahora solo son
polvo! ¡Oh, peludo y salvaje rey! Tu cabeza es como la de un león con su gloriosa melena;
tus pies son como tanques neo-nazis que vencerían al propio Plutón; tus excrementos son
tan grandes como troncos.
¡Socrates! ¡Platon! ¡Cesar Augusto! ¡Agamenon! ¡Sumeria! ¡Babilonia! ¡Grecia! Ahora,
una vez que esta adecuada diarrea histórica ha salido del rápido tecleo de las letras para
demostrar la erudición y sofisticación de su seguro servidor, yo, el autor, Robot
Brochedeoro, que no desaprovecho ni una gota de investigación para mi novela histórica;
yo, Gilgansosh, ni uno solo de mis primeros esfuerzos no pertenecientes a la ficción; Una
guía de mitos tempranos del porno blando, debo continuar adelante llevado por el ritmo de
mi hermosa prosa dotada de la continuidad mas experta (como las piruetas de una
bailarina del ¿Lago de los cisnes? de Chaikovski. ¡Como Joseph Conrad o Philip Roth o,
mejor aun, esos fabulosos escritores de antaño, Henry Kuttner y C. L. Moore!), y
explicarles por que Gilgansosh estaba aburrido.
¡jOh, Gilgansosh! ¡O, poderoso héroe de un pasado milenario! ¡Estas aburrido, estas
harto, porque has estado vivo durante siglos y mas siglos, aquí en el Hades, donde en
realidad no puedes morir! ¡Estas aburrido porque echas de menos a tu buen compañero,
Inky-Dinky-Doo, con quien discutiste y prometio liquidarte y servirte en una fuente,
apoyado sobre tus posaderas anchas como un tonel si volvías a contrariar a los aurigas!
¡Sin embargo, escucha! ¡Hay una gran aventura justo a la vuelta de la esquina! ¡Esta
descendiendo aquella colina, allá lejos! ¿Es una gran bestia mitológica la que da zarpazos
y bufa mientras atraviesa como un torbellino el salvaje territorio?
¡No! ¡Pues esa cosa es un anacronismo, al igual que el reloj digital de Mickey Mouse
que tienes en tu poderosa muñeca!
¡Mira! ¡Es un Ford Bronco de cuatro por cuatro!
El poderoso vehículo rugió atravesando los matorrales del territorio del Hades que
mediaba entre las casas, mientras el conductor y su pasajero discutían amistosamente,
rumiando su tema favorito como Cthulhu rumia su bolo alimenticio.
—¡Dios mío, H. P.! —dijo, arrastrando las palabras, el tipo fornido de rostro Colorado,
que sudaba y hacia muecas mientras mantenía el volante del camión bajo control—. ¡Yo
creo que no ha habido ni la mas mínima duda al respecto! ¡Yo fui endiabladamente mas
fantástico que tu!
—¡No lo fuiste!
—¡Si lo fui!
Aquellos dos fantasiosos estaban hablando, como es natural, de los días que habían
pasado en la Tierra antes de morir e ingresar en el Hades, ese gran agujero místico del
suelo curiosamente mutado ahora como por la imaginación deprimida de algun escritor
tecnopoliciaco, unida quizá al retorcido amor de un profesor de latín por la historia romana
(aparentemente hubo por ahí una curiosa preponderancia del Imperio Romano). Estaban
hablando de los felices días de antaño, de los mil novecientos veintes y treintas, cuando
ambos caminaban gallardamente cual colosos por las sensacionalistas paginas de Argos,
historias orientales inescrutables sicalípticas y, por supuesto, ese dechado del relato de
outre Historias fantásticas. Ambos habían muerto en 1936. Howard, al dispararse un tiro
en la cabeza al descubrir que su amada mama se estaba muriendo; Lovecraft, a causa de
un cáncer de esófago que muy probablemente había sido provocado por su curiosa dieta
y una también curiosa adicción a cierto tipo de hongos. Si, si, al ser ciertamente ambos
personajes estables, su viaje sin retorno al Hades les había hecho mucho bien. ¡Howard y
su mamaita juntos para siempre; Lovecraft con un festín de historia, el outre... y los
hongos, y la total certeza de que detrás de todos los extraños asuntos que pudiera haber
no había mas que lo mismo de siempre!
¡Vivían los mitos en una tierra de vida mítica! ¡Ah! Sic transit gloria mundi, martes, o
algo así.
—Mierda, H. P. Yo soy de Texas —proclamo orgullosamente Bob Howard—. ¡Allí todo
lo hacemos mas grande, y mis fantasías son mas grandes que las tuyas!. ¿Has producido
tú resmas y resmas de misterios orientales, historias del Oeste, romances picantes,
cuentos de monstruos sobrenaturales y, finalmente, ayudaste a inventar ese arquetipo de
la literatura, la espada y la brujería, creando un héroe sacado directamente de Rousseau
y Burroughs, el personaje clásico, Conan? —Hizo una pausa para recuperar el aliento—.
¿Acabaste con tu vida a la edad de treinta años, despues de haber abrazado la heroica
existencia de escritor de noveluchas a peseta-la-palabra, porque no podías vivir sin
mama? ¿Babeabas encima de las diosas y amazonas de pecho desnudo de tus prosas
rimbombantes cuando no tenias el valor de salir y echarle un polvo a una puta de dos
dólares de Huston? —Howard sacudió su voluminosa cabeza con una sonrisa torcida en
su rostro ancho—. Ahora bien, H. P., nosotros nos carteábamos mucho en aquella época.
Ahora, lo admito, quizá tus historias eran a veces un pelin mas fantásticas que las mías...
pero, en el fondo, mi fantasía es de otra clase. ¿Es gran fantasía? Fantasía de Texas.
¡Fantasía viviente! Muertas ahora, por supuesto, pero los muertos fantásticos son
fantásticos. ¡No tienen mas alternativa!
Howard Philip Lovecraft sacudió su cabeza con abatida lastima.
—¡Ah, mi pobre Robert E.! Tss y otra vez tss. Moriste demasiado joven como para
tener la oportunidad de perfeccionar realmente los sutiles trazos de la fantasía, como hice
yo. Me doy cuenta, Robert, de que eras básicamente racista, pero eso era una cuestión
meramente cultural, un producto de ese cochino entorno texano. ¡Mi racismo era un
autentico y rancio cultivo bacteriano, cuidado y podado atentamente en mi decadente
sótano de provincias! Fuiste demasiado impetuoso en tus simpatías hacia los arios, Bob.
Yo proclame abiertamente la superioridad de la raza blanca. De hecho, estoy seguro de
que sabes que mis insignificantes ingresos actuales los gane como escritor fantasma.
¿Pero te diste cuenta de que en los años veinte tuve un estudiante de un curso por
correspondencia de la escuela para famosos escritores fanáticos que me pago para que,
como escritor fantasma, le escribiera un libro llamado Mein Kampf? Si, de hecho conocí al
tipo en cuestión hace unos pocos meses, en Nueva Berlín, aquí abajo. En cuanto termine
su actual milenio de inmersión hasta el cuello en ácido sulfúrico mientras sufre de pie de
atleta terminal, y antes de comenzar el siguiente milenio de natación en el pozo negro
principal, quiere dejar acabado un rápido bosquejo. ¡Me parece que quiere escribir otro
libro!
»En fin, ¿has vivido de copos de maíz con leche la mitad de tu vida? ¿Creaste por
casualidad la mitología de ficción mas enfermante que ha conocido el hombre? ¿Viviste
en una casa que se caía a trozos en un barrio especialmente insalubre, enviando cartas
lunáticas a tus colegas, escritores sensacionalistas, cuando tendrías que haber estado
escribiendo honradas historias del oeste a peseta-la-palabra, como tu, Bob, que hiciste
mas dinero que tu medico local? Ahora, admítelo, Bob. Tu fuiste definitivamente fantástico
pero yo, amigo mío, para ponerlo en palabras que incluso un texano pueda comprender,
no solo fui mucho mas fantástico... ¡fui el chalado del siglo!
La discusión fue interrumpida al chocar el cuatro por cuatro contra una forma sólida que
estaba de pie, firme e impertérrita delante de ellos. El Bronco se paro en seco.
Cuando H. P. y Robert E. se recuperaron, se hallaron mirando el rostro ceñudo del
hombre mas grande que cualquiera de los dos hubiese visto jamas.
—Eh, bola de fango —rugió cariñosamente Gilgansosh, arrancando con ira un
guardabarros—. ¿No miras por donde vas?
Gilgansosh estaba muriéndose por dentro.
Oh, no solo porque había sido golpeado por el cuatro por cuatro de la secta
automovilística; tenia muchas mas espinas clavadas, pasajeros rutinarios de la vida. Se
arranco algunas de las espinas y las arrojo al suelo. No, se debía a la gran aflicción que le
causaba el enojo que su mas grande amigo, Inky-Dinky-Doo, alimentaba contra el. Se
sentía peor de lo que Shadrach debió de sentirse en el horno; no habría ascensión al
cielo, llena de candoroso entusiasmo, para el gran Gilgansosh; todo descendía hacia la
Tierra para aquel hijo de hombre, nacido sobre las alas de la agonizante noche, quizá
para ser empalado en alguna horrorosa torre de cristal que hubiera mas abajo Gilgansosh
miro con asco a los dos ocupantes del Bronco.
—Tienen todas las anchas llanuras para vagar, y ustedes, cabezas de mosquito, se las
arreglan para conducir con los ojos cerrados y atropellarme a mi.
El hombre blando, gordo y grandote con el pelo cortado en forma de cepillo y
complexión rubicunda, consiguió a duras penas salir del asiento del volante y avanzar
anadeando pesadamente.
—¡Conejos machos josafaticos saltones! ¡Es Conan! —grito—. ¡Conan de Cimmeria, lo
juro, lo es hasta su ultimo corpúsculo!
Gilgansosh parpadeo desconcertado. ¿Que incongruencias estaba diciendo aquel
nuevo cadáver? El había conocido a un Conan, una vez, pero aquel tipo era el personaje
que creía en cuentos de hadas y escribía esas historias de Sherlock Holmes y el profesor
Challenger.
—Vamos, Bob, tranquilízate —dijo el compañero del grasiento, un nuevo cadáver alto,
pálido, con el pelo engominado y peinado hacia atrás, ojos de pescado y cara chupada—.
Conan no es mas que una fantasía, una creación de tu teclado estilísticamente
incompetente.
Bob asintió.
—Muy cierto, ya lo se, H. P. Pero dame un respiro. Siempre fui un maricon de urinario,
y ahora tengo la oportunidad de hacerlo con el mas grande, mas peludo y mas heroico
héroe sobre el que se han posado jamas estos húmedos ojos texanos.
El escritor avanzo contoneándose, haciendo sonidos de besitos con la boca.
—Eh, marinero. ¿Quieres una cita?
—Bob, tal vez tienes razón. ¡Tú eres el mas fantástico! —Volvió su atención hacia el
bárbaro—. Disculpe a mi amigo, señor. Me llamo H. P. Lovecraft y este es Robert E.
Howard. Somos embajadores del rey Enrique VIII, y nos dirigimos a cumplir con nuestra
misión como enviados diplomáticos en el reino del Preste Juan. ¿Que le parece eso como
yuxtaposición histórica confusa, estrambótica y exótica? Algo así como Mundo Fluvial del
Granjero, solo que mas místico.
—Oye, compañero, acaba ya con toda esa mierda de literatura barata. Vosotros,
malditos conductores, estáis interfiriendo en mi caza —gruño Gilgansosh—. Y, postdata:
¿podría hacer que este imbécil rechoncho dejara de follarse mi pierna? De vez en cuando
me lo hago con una oveja, pero los malos escritores de literatura barata no consiguen
levantármela. ¡Dígale que me deje o llore por el, porque la parte divina de Gilgansosh le
arrancará cada uno de sus callosos miembros!
—¡Gilgansosh! —grito Robert E. Howard—. ¡Ostras, Dios y condenación! Eso es
incluso mejor. ¡Oh, tómame, Gilgy! ¡Tómame!
Por suerte para el escritor, a Gilgansosh lo distrajo el ataque de un grupo de
guerrilleros que tenían la costumbre de presentarse por el Hades con fastidiosa
regularidad. La fortuna volvió a sonreírles a los escritores, dado que Howard y Lovecraft
tenían sofisticadas armas automáticas en su cuatro por cuatro que, con la ayuda de las
mortíferas flechas de Gilgansosh acabaron con los guerrilleros en un abrir y cerrar de
ojos.
Todos se marcharon a lo de Preste Juan, donde Gilganosh y Inky-Dinky-Doo se
pegaron hasta en el carne de identidad y luego decidieron volver a ser amigos. Lovecraft y
Howard descubrieron allí oficinas de publicidad, todo un reino para Enrique VIII, y
empezaron a escribir historias cortas picantes para la edición de Playboy-girl del Hades.
En general, Bill disfrutaba de aquellas historias que se abrían paso por sus senos
maxilares como un resfriado fuerte, pero le hubiera gustado que fueran mas largas para
poder obtener placer interminable de las que mas le gustaban, como los relatos de
Brochedeoro.
Y así pasaban los días.
Solo quedaba una de las novelas que el aun no había leído, y en aquel momento
acababa de comenzarla y estaba leyendo la primera frase:
BELLO MITO ARQUETIPICO
Por
David Lárgate
«Era un Mundo Nocturno muy oscuro y tormentoso...» cuando la puerta de la celda se
abrió con violencia de forma repentina.
—¡Bang! —dijo la puerta.
Súbete los calcetines y ajústatelos... ¡levántate y vamos! —grito el comandante de la
partida de soldados que irrumpió en la celda—. El campamento de verano se ha
terminado y tu culo pende de un hilo, Bill, o como quiera que sea tu absurdo nombre —
conjeturó el guerrero canoso y lleno de cicatrices, con aspecto de ser todo el
premeditadamente digno de el cargo de suboficial instructor—. ¡El Señor de este Castillo
quiere otorgaros una audiencia a ti y a tu compañero! ¡Lo que significa inmediatamente o
mas rápido, que te pisotearé hasta la muerte!
Bill sonrió, feliz.
—¿Crees que tu Señor va a dejarnos marchar?
—¿Dejaros marchar? —aulló a modo de paralizante respuesta—. Por encima de mi
cadáver, o mejor, de los vuestros. ¡Si os dejara marchar, esas dos tinajas de aceite
hirviendo que hemos estado llenando durante todo el día, por las cuales hemos sudado y
babeado, se desperdiciarían!
Bill consiguió tragarse el ultimo medio cuenco de bazofia fermentada, antes de que los
soldados le arrastraran fuera de la celda.
14 - El rey lisiado
—¿Que habéis dicho?
El ánfora y la copa de vino cayeron de la mesa salpicándolo todo y se estrellaron sobre
el suelo mientras el melenudo monarca de los istmos de la Impotencia se ponia medio en
pie, trabajosamente y a su pesar, y miraba con la ira salvaje reflejada en sus fieros ojos
inyectados de sangre, a los atemorizados prisioneros cargados de cadenas y vestidos con
andrajos, cuya parte inferior, desnuda y azulada, tiritaba en medio de la sala de
audiencias. Luego volvió a dejarse caer con un gemido verdaderamente quejumbroso.
Bill se lamió los labios y su corazón se hundió en la desesperación ante la perdida de
aquel adorable alcohol que evidentemente olía a agrio y que todavía en aquel momento
goteaba sobre el suelo y se arremolinaba al ser tragado por un desagüe atascado de
pelos.
—He dicho, su Real Impotencia, que no somos mas que honrados buscadores de la
Fuente de las Hormonas.
—No, no —dijo frenéticamente el Barón, estirándose de los ropajes manchados de
comida como si estuviera a punto de rasgarlos a causa de la emoción—. ¡Retrocede unas
cuantas frases, hasta el hombre que os envío a vosotros!
Bill y Rick intercambiaron miradas perplejas. Fue un intercambio justo.
—Bueno, ese seria el doctor Delazny, ¿verdad, Bill? —dijo Rick, que tenia un evidente
aspecto mas pálido y delgado tras su encarcelamiento forzoso en las húmedas
mazmorras.
—¡Delazny! —chillo el hombre alto de ojos hundidos mientras se arrancaba mechones
de lacios cabellos—. ¡Delazny! ¡El!
—¡Oye, Bill, por algun motivo tengo la sensación de que este tipo conoce a Delazny!
Bill sacudió la cabeza como muestra de asombro, y las cadenas, al sacudirse,
tintinearon produciendo un acompañamiento semimusical.
—Yo tengo la misma sensación. Lo único que ocurre es que resulta imposible. ¿Como
puede el Barón haber siquiera oído hablar de Delazny? El es un ser humano de algun
tipo, y este tío es alguna especie de arquetipo, sea lo que sea eso.
Bill, siguiendo la genuina costumbre del soldado, ya había olvidado la mayor parte de
los detalles de la aburrida conferencia del doctor Delazny acerca de los arquetipos. En su
cerebro de formación militar y destruido por el alcohol, no había sitio alguno para el
concepto de que las disfunciones sexuales de billones de machos humanos podían crear
un arquetipo como aquel que tenían delante.
El Barón gimió, y el sonido proferido fue el mas lastimero de los que le rompen a uno el
corazón.
Barón Arido (pues ese era su nombre) intento levantarse de su asiento pero solo
consiguió ponerse en tambaleantes cuclillas. Encorvado y desfigurado, se quedo allí
balanceándose y poniéndose rojo como una remolacha, mientras las lagrimas le manaban
de los ojos al intentar ponerse en posición erecta y fracasar miserablemente.
—No, no. Yo soy tan humano como vosotros. Tan humano como lo es inhumano ese
puerco de Delazny. —Bajo las morenas cejas despeinadas, les miraban unos ojos bizcos
y brillantes. El hombre se balanceaba en cuclillas, respirando con afán, mientras luchaba
con cada gramo de su ser para mantenerse al menos en aquella posición profundamente
embarazosa—. Dime, Bill —siseo el Barón Arido—. ¿Fue ese maricon viviseccionista de
Delazny el que te puso ese pie?
—No, en realidad no. De hecho, lo conseguí... bueno... en otra parte.
Bill, cohibido, intento esconder la pezuña detrás de su otro pie cuando todas las
criaturas presentes en la sala estiraron el cuello y se adelantaron para mirarla desde mas
cerca.
—No estés tan seguro, Bill — gruño el Barón Arido, señalándole con una uña
destrozada—. ¡Delazny puede muy bien ser el culpable! ¡Ese hombre es un demonio
pernicioso! Es el autor de la mayoría, si no de toda, la maldad existente en el campo de la
investigación psicosomatica del Imperio. Dicen que fue el doctor Delazny quien causo el
estrabismo de los ojos del Emperador durante una operación electiva de cerebro que le
practico para curarle del crecimiento inverso de las uñas de los dedos de los pies. ¡Si fue
verdad, no es mas que otro de sus errores en una carrera de perfidia, que podemos
vislumbrar incluso desde aquí, desde los istmos, gracias a mis mecanismos bio-técnicos!
—¿Como es que usted conoce al doctor Látex Delazny? — pregunto Rick.
—¿Crees que he pasado toda la vida en este estado de malformación? ¿Crees que
nací en este endiablado entorno? ¡No! ¿No te das cuenta...? Me faltan las palabras. ¡Es
tan trágico! A nadie le importa realmente. ¡A ti tampoco te importa... solo me lo preguntas
para poder burlarte de mi! ¡Yo fui el mas grande, si, lo fui! Un respetado y reverente doctor
en ciencias del Imperio. Incluso vosotras, estúpidas criaturas, tenéis que haber oído
hablar de mi. ¡El doctor Krankenhaus! ¿El mas grande cirujano psicosomatico de la
historia? ¡Fui yo quien, mientras llevaba a cabo la psicodiseccion del cerebro de un varón
joven, se dio cuenta repentinamente de cual era la verdad!
—¿La verdad? — parpadeo Bill.
—¡Si! — dijo el Barón Arido, mientras de la boca le saltaban chaparrones de saliva a
causa de la emoción de su discurso—. ¡Que la mayoría de los hombres piensan con los
testículos! ¡Pero ningún otro científico hallo jamas la conexión directa! ¡Ellos creían que
las glándulas solo afectaban al cerebro debido a la emisión de testosteronas! ¡Pero eso
solo es verdad en parte y yo, el doctor Krankenhaus, aquel fatídico día en Redusecabesas
U, lo demostré de forma concluyente! Fue mi genio el que creo el rayo-sexis, un aparato
de rayos-X con una longitud de onda especifica para leer las emanaciones de tipo
radiactivo y sus longitudes de onda, que emanan de las glándulas. Nunca olvidare el
momento en el que encendí el aparato y fui finalmente capaz de ver la conexión que hasta
entonces solo había teorizado. ¡Hasta entonces había sido un tubo de energía invisible
que conectaba directamente las regiones inferiores con la medula oblonga! Era bastante,
bastante púrpura por lo que se refiere al color. Y cuando lleve a cabo una ligera
castración, un rápido corte con el escalpelo, el tubo desapareció demostrando así que no
emanaba del cerebro sino del otro extremo. ¿Se dan cuenta, caballeros, de la importancia
del descubrimiento?
—¿Lo castro? —exclamo Bill, con la boca seca y las manos temblorosas, mientras
contemplaba el autentico miedo del eterno macho humano.
—Oh, volví a coserlo todo en su lugar. ¡Le digo que yo era un gran cirujano! Y
entonces, ¡voila! ¡Zas! ¡Ese tubo volvió a aparecer! ¡Ese tubo de energía psíquica! ¡A
través de los experimentos de mi padre averigüe que el tubo no solo estaba unido al
cerebro, sino que también tenia un ramal que atravesaba una especie de eslabón
hiperdimensional, una especie de grifo psíquico que gotea, podríamos decir, cuyas gotas
caían en un mar de energía humana que se mezclaba en otra dimensión: ¡la
Hiperglándula! ¡La mismísima tierra en la que estamos ahora!
El Barón Arido estaba tan perturbado que se cayo. No se levanto; simplemente
continuo su conferencia tirado en el suelo, retorciéndose espasmódicamente como un
escarabajo cuando llegaba a las partes emocionantes.
—¡Tenia un ayudante, Delazny! ¡El espiaba todo lo que yo hacia! Muy pronto supo todo
lo que yo sabia, lo averiguó todo acerca de la Hiperglándula casi en el mismo instante que
yo lo averiguaba. Yo solo deseaba obtener mas conocimientos, una mayor comprensión
de la especie humana, y quizá un Premio Nobel Galáctico y un puesto en la universidad
Helior. ¡Pero Delazny! ¡Que poco advertí que Delazny quería mas! ¡Mucho mas!
—Si —dijo Rick—. ¡El quiere traer la paz a la humanidad, detener la guerra chinger!
El Barón Arido bufo y se retorció de asco.
—¡Bah! ¡Mentiras! Si se ha unido a los chingers, entonces apuesto dólares contra
escarabajos peloteros a que les traicionara a la misma velocidad que ha traicionado a la
especie humana.
¡Lo que Delazny quiere es poder! ¡Poder ilimitado! ¡El quiere explotar el poder cósmico
de la Hiperglándula para sus propios y nefastos propósitos! Pero no podrá hacerlo hasta
que no descubra la fuente del poder...
—¡La Fuente de las Hormonas! —dijo Bill, que comenzaba a comprender la parte fácil
del asunto.
—Hablando arquetipicamente, si. La Fuente de las Hormonas... el nudo de este
remolino en concreto. Pero, ¡ay!, nadie ha sido nunca capaz de encontrarlo. —Hizo un
gesto vacilante a su alrededor, que abarcaba a sus tristes compañeros—. ¿No os dais
cuenta de que si nosotros pudiéramos encontrarla, la utilizaríamos sin vacilar? ¿No es eso
cierto, averiada colección de retorcidos lisiados?
Entre la asamblea de criaturas se levanto un débil gemido de reconocimiento y alguna
discusión apenas audible.
—Sin embargo, no lo comprendo, doctor Krankenhaus, o Barón Arido, o como quiera
que se llame. Si usted es el verdadero descubridor de la Hiperglándula... ¿que esta
entonces haciendo aquí, y en un estado tan deplorable?
El doctor Krankenhaus chasqueo los dedos, o al menos intento chasquearlos, pero
resbalaron grasientamente uno sobre otro; señalo a los cautivos y les gorgoteo ordenes a
sus servidores.
—¡Dejadles marchar! Y dadles unos pantalones... ¡Siento escalofríos solo con mirarles
los culos desnudos. ¡Ellos son tan víctimas como nosotros!
Mientras dos gnomos se apresuraban a abrir los candados con rechinantes llaves, el
doctor Krankenhaus consiguió volver a sentarse trabajosamente en su trono en el que
cayo pesadamente a causa del esfuerzo excesivo.
—Gracias —dijo Bill, mientras se subía los mugrientos pantalones de piel e intentaba
volver a poner en funcionamiento la circulación de sus brazos con un masaje.
—No ha contestado a mi pregunta —dijo Rick.
—No, lo siento. Me duele incluso pensar en lo que ocurrió. —El doctor Krankenhaus se
paso las débiles y temblorosas manos por el rostro como si intentara borrar el recuerdo,
aunque sin ningún resultado, como pudo apreciarse—. Lamento haberos tratado tan mal,
pero es simplemente la costumbre de aquí abajo con los forasteros potencialmente
peligrosos.
—¿Pero como sabe usted que no somos espías del doctor Delazny? —pregunto Rick.
Krankenhaus río débilmente.
—¿Espías? Dificilmente. Sois los dos demasiado estúpidos como para eso.
—Tal vez se sentiría mucho mejor si nos contara su historia —apunto Bill.
—¡Ah, si! Mi historia. ¿Ha habido alguna vez un hombre que halla tenido que afrontar
mas sufrimiento?
LA HISTORIA DEL DOCTOR KRANKENHAUS
O
«No aplastes ese duende, pásame las pinzas»
—Era tarde por la noche, en el laboratorio de la universidad Psico-Soma. Había pasado
toda la tarde obteniendo las lecturas de la fiesta anual de colegiados, saqueo de
despensa y orgía, de la fraternidad Delta-Smegma Hi-Fi; estaba, como muy bien pueden
imaginar, deseoso de entrar los resultados en mi aparato controlado por computadora.
Veréis, me hallaba en medio de la creación de un facsímil del «tubo-bruto», es decir, el
canal energético psíquico que conduce la energía al cerebro del varon. Si aquel
experimento llegaba a funcionar, sabia con toda seguridad que podría abrir un conducto
entre mi maquina y la mismísima Hiperglándula.
»Ya había elaborado una hipótesis respecto a las propias manifestaciones energéticas
de dicha glándula, pero de hecho necesitaba obtener una vision interna y una lectura
visual para que mis experimentos avanzaran con rapidez.
»¡Uy que gran experimento! ¡Que viaje maravilloso hubiera sido! ¡Mirar el interior de un
hasta el momento insondable factor-X de la formación de la mente humana, de micro a
macro! ¡Solo podría comenzar a explicarles cuan entusiasmado estaba!
»Se suponía que Delazny, mi ayudante, había estado de vacaciones. Que lejos estaba
yo de adivinar que el había fabricado un aparato que le permitía explotar mi computadora
y todos mis instrumentos con el fin de espiar todas mis actividades de laboratorio.
»Era muy tarde por la noche y, dado que yo no había vuelto aun a casa, mi hermosa
hija, Irma, me trajo cerveza casera y unos bocadillos de puercoespin. Yo le pedí que se
quedara un rato para observar el siguiente paso de mi experimento: la introducción de una
pequeña carga de energía, que tenia por finalidad «cebar la bomba», por decirlo de
alguna manera, para drenar toda la energía sexual, llamada orgone, que yo había
recogido de la fiesta de colegiados. Yo no lo advertí, pero los aparatos de observación de
Delazny estaban manipulados de forma que también le permitieran ver aquellos
experimentos por pantalla; pero Delazny, además de ser un canalla superhumano, era
también un técnico electrónico bastante malo, ya que aparentemente, cuando tire de la
palanca que introduciría la pequeña carga de energía, una buena parte de la orgone de la
fiesta de colegiados corrió por sus cables y le golpeo a el, que estaba a casi un kilometro
de distancia. ¡Yo no advertí aquello, porque estaba demasiado absorto en lo que estaba
ocurriendo con el canal energético que había tocado a la Hiperglándula! ¡Hubo una
fluctuación de los planos dimensionales que resulto en una curva espacial! ¡Y las energías
que lo habían provocado provenían del otro lado de nuestra dimensión! ¿Que otra cosa
podía ser, sino la Hiperglándula? ¡Estaba al borde mismo del éxito!
»Lo siguiente que supe era que Delazny irrumpía en el laboratorio, con los pelos de
punta, los ojos horriblemente salidos de las órbitas, y las orejas echando humo. «¡Quítese
del medio, idiota!», grito, agarrando a mi hermosa hija. «¡La haré mía! ¡Tengo que hacerla
mía! ¡Abrazarla! ¡Estrujarla! ¡Desflorarla! ¡Follarmela!»
»Debo admitir que yo había estado tan absorto en el curso de mis experimentos, que
no me había percatado del creciente deseo que Delazny abrigaba con respecto a Irma.
Me di cuenta de aquello en ese momento. La descarga de energía de la Hiperglándula fue
simplemente demasiado para el. ¡Tenia que poseerla allí y en aquel preciso momento!
»¡No es necesario que diga que luche con el! Rodamos por el laboratorio mientras
estallaban explosiones y volaban chispas. Irma intento quitármelo de encima, pero yo le
dije que se alejara. ¡Finalmente, nos tambaleamos al borde mismo de la puerta existente
entre aquí y allá! ¡No se de donde saque la fuerza para luchar contra aquel demente, pero
finalmente conseguí arrojarle a través de la abertura! Se oyó un tremendo restallar de
energía cuando se lo trago el agujero. ¡Yo retrocedí con esfuerzo y abrace a mi preciosa
Irma, convencido de que había acabado con el villano!
»¡Pero justo cuando estaba a punto de apagar la fuente de energía que alimentaba la
puerta, volvió a salir! ¡Se había agarrado al borde de la puerta con la abominable fuerza
de un demente! Atravesó la entrada con una carga mayor de orgone que la que llevaba
cuando había caído por ella. ¡Rugió con ferocidad sexual y se abalanzo directamente
hacia Irma!
»¡Mi pobre, preciosa hija! La única vía de escape que tenia era a través de la puerta, y
se arrojo por ella sin dudarlo ni un momento, antes de permitirle a aquel demonio llevar a
cabo su malvado deseo.
»¿Y yo? Yo estaba completamente agotado. Estaba totalmente enervado. Sin
embargo, haciendo un esfuerzo sobrehumano, reuní las ultimas partículas de fuerza que
me quedaban y me apodere de una silla. Con ella destruí el generador y la mayoria de los
aparatos sensores de mi equipo; y luego, con el nombre de mi querida Irma en los labios,
me lance por la puerta un instante antes de que desapareciera. La caída, y mi total
agotamiento, crearon la criatura inútil y contrahecha que tenéis ante los ojos.
»¡Me desperté aquí, en los istmos de la Impotencia! ¡Ah, que apropiado! ¡Las criaturas
de este vil lugar me tomaron por un dios y quizá, de alguna terrible forma, soy
exactamente eso! ¡Pero soy un dios que no tiene una razón para vivir, pues nunca
encontré a mi querida y preciosa hija, mi adorable Irma!
»¡Y ahora me siento aun mas triste! Porque aparentemente, Delazny, que no tenia
talento alguno y además era un malísimo ayudante, se ha graduado en la escuela medica.
Indudablemente lo ha conseguido mediante fraudes y utilizando su carga de orgone.
¡Ahora es medico y, de alguna manera (con la ayuda del cuaderno de notas que me
robo), ha vuelto a abrir la puerta de la Hiperglándula, y envía lacayos en busca del núcleo,
la única fuente de poder que le proporcionara los medios para dominar el Universo! Y lo
que es peor, con toda seguridad, ahora encontrara a Irma y dará con ella rienda suelta a
sus viles designios. ¡Oh, dolor, dolor, dolor! ¡Ay de mi!
Al acabar su relato, el Barón Arido (también conocido como doctor Krankenhaus), se
deshizo en un mar de lagrimas, profundos sollozos y estremecimientos.
Bill se sintió conmovido. A pesar de sus años de entrenamiento dedicados a evitar
cualquier tipo de tarea voluntaria y creer firmemente que siempre era la «semana de joder
al compañero», dio un paso al frente. Se sentía conmovido mas allá de lo que podría
expresarse con palabras. Anduvo tambaleante hasta el trono, se puso una mano en el
corazón y cayo de rodillas.
—¡No tema, querido doctor Krankenhaus, pues yo le creo con todo mi corazón y, si,
con cada fibra de mi ser! ¡El destino me ha traído aquí, nos ha arrojado juntos a estas
crueles costas! ¡Yo amo a su hija mas que a la vida misma! ¡La conocí la primera vez que
se me suministro información acerca de la Hiperglándula! ¡La conocí, me quede prendado
de su belleza, caí inmediatamente en el azul de los lagos de sus ojos, y me sentí
instantánea, profunda e irrevocablemente enamorado de ella; y en verdad, ella me ama a
mi tanto, si, tanto como yo la amo a ella!
—Bill —dijo Rick, mirando con ojos saltones de horror a su camarada repentinamente
poseído—. ¡Arrrr! ¿Por que diablos estas hablando así?
Bill salió del encantamiento.
—Lo siento. Es la maldición del tebeo. —Respiro profundamente—. De todas formas,
es la verdad, doctor. Es decir, si se trata de la misma Irma. —Esbozo rápidamente la
descripción de la muchacha.
El efecto que tuvo sobre el rey fue increíble. Se había ido poniendo mas y mas pálido a
medida que Bill contaba la historia, pero ahora el color volvía a sus mejillas. Se esforzó
hasta alcanzar una posición solo semiencorvada en su silk, y en sus ojos brillaron algunas
trazas de renovada salud y vigor.
—¿Es posible? ¡Esa es la mismísima descripción de mi preciosa y adorable Irma!
Realmente usted la ha visto.
—Y es a ella a quien estoy buscando, doctor. ¡Estoy, como decimos los soldados a la
manera de nuestra colectividad, chalado por ella! ¡Yo no estoy aquí realmente para
ayudar al doctor Delazny, de ninguna manera! ¡Estoy aquí para encontrar a Irma!
El rey frunció el ceño.
—No estoy seguro de querer que mi hija salga con un soldado profesional... y menos
con uno que también tiene colmillos. No pretendo insultarle, joven, pero lo que tiene
buena apariencia en las fauces de un Icon, no es lo que yo llamaría precisamente material
para un yerno.
—¡Oiga, tullido! ¡Puedo librarme de estos colmillos, ¿sabe? —gruño Bill.
—¡Arrrr! Bill —dijo Rick, boquiabierto—. ¡Vas a renunciar a los colmillos de
Esperanzamuerta de Camino por una mujer! Estas realmente enamorado, ¿verdad?
Y Bill, debido a un repentino exceso de autocompasión y lacrimoso romanticismo
indulgente, se encontró con que las lagrimas le rodaban por las mejillas.
—¡Si, Rick! Incluso a mi me cuesta creer que un viejo militar acabado pueda al fin
encontrar el amor. Pero ahí afuera, en alguna parte, hay una mujer entre un billón que ha
sabido traspasar la coraza de mi duro entrenamiento. ¿Sabes?, ni siquiera la armada
galáctica del Imperio puede detener al amor, Rick. ¡Llegare hasta las mas lejanas
estrellas, hasta los mismísimos confines de la Hiperglándula, para encontrarla!
Rick meneo la cabeza.
—¡Este sitio ha ejercido sin duda sus efectos sobre ti, viejo amigo! Y no para bien,
créeme. ¿Puedes creerte toda esa bazofia...? ¡Oh, bueno, estoy aquí para continuar! ¡El
amor se saldar con la suya... y yo tengo que encontrar la Santo Grial Ale!
—¿Buscas la Santo Grial Ale? —pregunto el Barón/doctor—. ¡Yo también la he estado
buscando! Es buenisima, según he oído decir. Tengo que recuperar mis depauperadas
fuerzas. Tendrían que haberlo dicho antes. No les habría hecho arrojar a las mazmorras.
—Es igual —dijo Bill—. De todas formas, necesitábamos descansar, ¿verdad, Rick?
Rick se encogió de hombros.
—Supongo que si. —Luego se volvió hacia el rey—. ¿Pero dice usted que tampoco
tiene ni idea de donde esta esa Fuente de las Hormonas, doctor?
—¡Ay, es un misterio incluso para mis instrumentos!
—Nos encontramos con un dragon que dijo que estaba hacia el sur —dijo Bill.
—¡Todos los caminos llevan hacia el sur en la Hiperglándula! —El Barón Arido les hizo
señas de que se acercaran a un par de trolls—. ¡Lacayos! ¡Traed mi Camilla! ¡Les
enseñare mis inventos a nuestros visitantes!
Dos criaturas contrahechas se acercaron apresuradamente con una Camilla. Otra
ayudo a que el depauperado Señor se echara en ella. Se cayo de la Camilla varias veces,
provocando gran ruido, conmoción y profiriendo alaridos de furor. Algunos parloteos y
gateos mas tarde, sus secuaces consiguieron finalmente equilibrarle, y comenzaron a
transportarle en dirección a la puerta.
—Vengan conmigo, caballeros. Vengan conmigo. Quizá unos cerebros frescos puedan
ayudar a resolver ese enigmático asunto especialmente retorcido.
Ahora, libres ya de sus cadenas, a Bill y Rick les resulto bastante fácil alcanzar al
Barón o rey o doctor o lo que diablos fuera, y mantener el paso.
—¿Y ese pájaro que tienes en torno al cuello, Bill? —pregunto el Barón Arido—. No me
atreví a mencionártelo antes, pero ahora, puesto que somos viejos compañeros, supongo
que me perdonaras por preguntártelo. Es que resulta tan extraño como la pezuña que
llevas al final de la pierna. ¿Me equivoco o es ese el símbolo de la paz, destruido?
—Acertó a la primera —dijo Bill con abatimiento—. He sido castigado con la mugre
marinadora envejecedora por matar esta cosa. Tengo que encontrar a mi verdadero amor,
que es Irma, para que se deshaga el encantamiento de una vez por todas.
—¿Y el pie?
—Viejas heridas de guerra.
—De lo mas interesante. ¡Pero, atención! Nos acercamos a la cámara, una sala
dedicada antiguamente al tostado de café, que yo he convertido en mi laboratorio. Si, si,
muchachos míos. Entrad en mi laboratorio y ved que se esta filtrando. Ja, ja. Por estos
andurriales no hay muchas oportunidades de practicar el humor.
—No —dijo Bill—. Supongo que no. Especialmente si eso es un ejemplo.
—¿Quiere decir que allí, en su laboratorio, hay alguna posibilidad de descubrir el
emplazamiento de la Fuente de las Hormonas? —pregunto Rick, al tiempo que se
rascaba la cabeza dubitativamente.
—Si. Durante el año que llevo gobernando aquí, no he abandonado mis
investigaciones. No, solo que ahora empleo herramientas diferentes. ¡Pero no hay razón
para mas discusiones, amigos! ¡Scritch! ¡Pixidenda! Abrid esas puertas y conducidnos al
interior. ¡Nuestros huéspedes están a punto de ser testigos de una verdadera maravilla!
Bill, que últimamente había tenido mas que suficiente de verdaderas maravillas,
hubiera preferido presenciar verdadero alcohol de grano; pero tenia que admitir que aquel
tío viejo y contrahecho despertaba su curiosidad.
Detrás de la puerta había algo que gorgoteaba.
Gorgoteaba y tragaba, chorreaba y borboteaba, aullaba y siseaba. Era la mas extraña
mezcolanza de sonidos líquidos que Bill había oído desde el día en que casi se había
ahogado en el campo de instrucción.
Las puertas del laboratorio eran grandes y estaban sólidamente construidas de roble
forrado de hierro; fue con gran cantidad de jadeos y gruñentes esfuerzos que los trolls
consiguieron abrirlas.
Luego retrocedieron hasta donde estaba su amo, le recogieron y le llevaron al interior;
les siguieron Bill y Rick, cuyos ojos se abrían mas y mas mientras entraban a
trompicones.
—¿Estoy viendo lo que creo que estoy viendo? —dijo Bill con voz ahogada.
—Ya lo creo que lo estas viendo — respondió Rick con una voz muy cavernosa.
—¿Que piensas?
—Pienso —dijo Rick retrocediendo lentamente—, que voy a salir de aquí.
—¿Salir? ¿Quieres decir que esa cosa te perturba?
—¿Perturbarme? — chillo, y luego trago con dificultad—. No me he divertido tanto
desde que los cerdos se comieron a mi hermana menor.
15 - ¡La pesadilla Pepto Abysmal!
—¿Que coño es eso? —Susurro Bill, tragando repetidamente.
Rick solo pudo mirar con expresión de tonto y la boca abierta, mientras su rostro
adquiría una curiosa tonalidad verde, como si se viera afectado por un repentino ataque
de gastroenteritis.
La cámara era grande y de techo alto, y una cuarta parte de ella estaba ocupada por la
cosa, sin incluir los apéndices y miembros que se extendían hasta los tableros de control
rudimentarios. Se trataba de una masa de brazos, ventrículos y tentáculos así como de
los diversos órganos (cerebro y demás), que estaban a la vista a través de la piel
transparente, además de los habituales ojos y orejas que asomaban por los sitios mas
inesperados. Tenia también órganos indefinibles de diferente tamaño y apariencia,
hundidos todos en la piel traslúcida multicolor, cosida aquí y allá, que se extendía sobre
aquella cosa y la cubría en algunas partes, y en otras dejaba al aire palpitantes vísceras y
gigantescos corazones palpitantes. Justo en el centro se abrió un enorme ojo de un metro
de largo que atravesaba la masa, y miro inexpresivamente a los visitantes.
—¡Contemplad, caballeros! —grazno el Barón Arido con entusiasmo—. Sin duda ya
habréis conjeturado, a estas alturas, que la tecnología normal no funciona aquí, en la
Hiperglándula. Es por ello que yo he inventado la biotecnologia. Aquí, ante vosotros,
tenéis la primera biocomputadora. Os haré una demostración.
Inspirado por el entusiasmo científico, el Barón Arido bajo a trompicones de la Camilla y
se arrastro hasta una mesa larga sobre cuya superficie descansaban algunos de los
carnosos órganos. Estaban firmemente sujetos en su sitio por abrazaderas y palancas de
madera y metal. Unas vibrantes agujas señalaban las mediciones en gráficos dibujados a
mano, con líneas impecables. El Barón Arido apretó un botón, y al final de un complicado
aparato compuesto de órganos y madera, diez pedernales chispearon simultáneamente y
encendieron diez velas. Bajo el efecto de aquella iluminación, el Barón Arido asumió su
personalidad de doctor Krankenhaus e inspecciono la posición de las agujas.
—Hmmmm. Las cosas parecen estar en estado de equilibrio dentro de la maquina.
Creo que ahora podremos obtener algunas imágenes.
—¡Arrrr! ¡Espere un momento! —dijo Rick, cuando finalmente fue capaz de hablar—.
¿Puedo atreverme a preguntarle como consiguió crear esta... cosa?
—Que tonto soy... Olvide mencionar que también tengo doctorados en cirugía
avanzada, genética y reparación de televisores caseros. Para ser sincere, jo, jo, admito
tener también una cierta reputación como escritor. Durante mis estudios universitarios, me
mantuve escribiendo algunos libros. Procedo de una familia humilde; mi padre era
operador técnico fertilizador...
—¡La ambición de mi vida! —grito Bill.
—Cállese. Como iba diciendo, escribí libros del tipo de Como convertir sus mascotas
en útiles instrumentos caseros o Hágalo usted mismo, del Dr. K.; Trasplantes de cerebro y
dieta cínica gastrointestinal. Así pues, como pueden ver, yo contaba con todas las
habilidades necesarias cuando me halle atrapado en este mezquino lugar. Solo tuve que
completar las entidades biológicas esenciales, instalar algunos criaderos para generar
tejido, afilar algunos escalpelos, secar algunas tripas de gato a modo de hilo quirúrgico, y
luego calentar algunos hierros cauterizadores. Despues solo fue cuestión de cortar y
coser juntas a un cierto numero de criaturas y crear un sistema neuroquimico apropiado
para mantener los dispositivos de bioingenieria adecuados a mis necesidades.
—¡Nunca antes vi nada semejante! —exclamo Bill, y empujo de vuelta a su sitio los
ojos, que se le habían salido de las órbitas.
—Ni volverás a verlo —dijo el orgulloso inventor—. Es una ocasión única. Bueno,
veamos que podemos obtener de nuestra escleropantalla. —El doctor Krankenhaus
empujo una palanca y manoseo un botón metálico conectado a una banda de goma que a
su vez estaba conectada a lo que parecía ser una masa de ganglios unida al sistema
nervioso central.
El ojo emplazado en el centro de la enorme y remendada bestia se abrió
repentinamente. No tenia pupila ni iris sino que, en su lugar, había una superficie uniforme
y grisácea que abarcaba la totalidad del globo ocular. Se produjo un siseo de electricidad
estática que atravesó la esclerotica, y de repente apareció una imagen que corría hacia
arriba, en aquella «pantalla-ojo». De unas membranas vibrantes que estaban emplazadas
mas abajo, surgieron sonidos de electricidad estática e interferencias.
El doctor Krankenhaus realizo algunos expertos ajustes, y la imagen se detuvo.
Apareció la figura de un hombre que estaba de pie junto a una mesa, vaciando el
contenido de una caja en un cuenco.
—Hierbajus, el desayuno de la armada espacial —exclamo el hombre con falso
deleite—. ¡Es endiabladamente seguro que no querrás comerlo, pero obrara maravillas
sobre el césped hidroponico de la sala de recreo de tu nave espacial!
—¡Ahí lo tenéis! Como podéis ver, la Hiperglándula recibe la televisión intergalactica.
A Bill se le revolvió el estomago. Recordaba muy bien los Hierbajus, y también
guardaba memoria de ellos su sistema digestivo.
El doctor Krankenhaus hizo girar otro botón, que a su vez acciono un dispositivo que
retorció un cierto numero de grandes tetas emplazadas en lo que parecía ser la parte
abdominal de un cerdo negro. El canal cambio inmediatamente.
—¡Una caja tonta! —explico alegremente el Barón, al ver la expresión malhumorada de
los rostros de Bill y Rick.
En la pantalla se veía la imagen de un hombre que sostenía una botella y sonreía.
—¡Galaxante! ¡Cuando realmente necesita usted una supernova para volver a poner en
marcha ese intestino!
El doctor Krankenhaus cambio a otro canal, y de pronto la imagen adquirió un carácter
completamente diferente. Para empezar, era mucho mas brumosa y en ella solo se
dibujaban vagos contornos de figuras que eran acompañados por tenues voces que
provenían de los altavoces de membrana.
—Interpretación visual de otra información energética recibida por la Hiperglándula.
Esta es el área en la que estoy trabajando actualmente, caballeros. Creo que si puedo
obtener un mejor enfoque, conseguiré descubrir todo lo que necesito averiguar. Este es el
vehículo a través del cual me entero de todo lo que me entero acerca de lo que ha estado
ocurriendo en el Imperio desde que fui exilado por Delazny.
—¿Y que hay de ese enigmático asunto del que nos hablo? —pregunto Rick—. ¿De
que se trata, exactamente?
—¡Pues de la exacta localización de la Fuente de las Hormonas, por supuesto! ¡El
lugar preciso en el cual se halla la fuente de la energía aquí! ¿Si fuera fácil de encontrar,
no creéis que yo ya lo estaría utilizando? ¿Si fuera fácil de localizar, no creéis que el
doctor Delazny lo estaría drenando ya para obtener el poder que necesita para dominar el
universo?
—¿Pero por que es un problema enigmático? —pregunto Bill.
—¡Ah! Porque la naturaleza de las mismísimas leyes físicas y matemáticas esta
alterada aquí, en la Hiperglándula. ¡Permitidme que os lo demuestre! ¡Traedme mi pizarra
y mis cartas matemáticas! —Dos trolls saltaron rápidamente a cumplir la orden, y trajeron
rodando las deseadas pizarras y cartas sobre rechinantes ruedas hasta ponerlas al
alcance del encorvado Krankenhaus. El Barón-doctor tomo un puntero y una tiza.
—Ahora bien, caballeros, la cuestión es que las matemáticas tienen prácticamente el
mismo aspecto que presentan en la realidad normal, pero funcionan bajo principios mucho
mas bioquímicos... ya que este sitio en el que estamos es, despues de todo, solo una
psicoglándula enormemente grande. Ahora bien, yo he estudiado cuidadosamente este
fenómeno, y he vuelto a bautizar los términos de forma apropiada.
El puntero señalo un enorme cero en la carta.
—Esto se llama, según nuestro entendimiento, «cero», ¿correcto? Pues bien, en este
caso, en las matemáticas hiperglandulares, también lo llamamos «cero», pero significa
«C.E.R.O», es decir, «Cenital Entrada Retro Orificio» o, para ponerlo en lenguaje
corriente, «Retro-Orificio de Entrada Genital». ¡Naturalmente, se trata del principio
femenino de las matemáticas glandulares! Y los números 1, 2, 3, 4, 5 y demás son
llamados «miembros», o debería decir que los «enteros» son llamados «entreros» o,
bueno, algo parecido. De todas formas, cuando se pone uno de estos «entreros» en un
grupo entre paréntesis que contiene uno o mas «C.E.R.O.», se produce una
«multiplicación» o «engendramiento» automáticos. Esta variación glandular de la «teoría
de conjuntos» se llama, naturalmente, «teoría de conjuntos copulativos».
El doctor Krankenhaus comenzó a dibujar números con tiza sobre la pizarra.
—Dios mío, odiaría descubrir que es la «división», Bill —dijo Rick.
—Ahora bien, el resultado de este engendramiento —dijo el doctor Krankenhaus,
mientras dibujaba con tiza un signo de igualdad—, es «fracciones», por supuesto, y es
aquí donde entramos en el mundo inferior o «mecánica cuántica» que aquí, en la
Hiperglándula, yo llamo «mecánica escrotica».
—Ahora, si han seguido mis explicaciones con atención, hay una cosa que tiene que
estar clara para ustedes: ¡la esencia de la física glandular! ¡Al fin y al cabo, no tiene
sentido alguno! — tiro hacia abajo y desenrollo una carta en la que había innumerables
cantidades de extrañas rascadas de pollo matemáticas.
—¡aquí, caballeros, tenemos las ecuaciones que he realizado sobre el tema!
¡Supuestamente, los resultados finales deben coincidir con las coordenadas exactas del
plexus, el núcleo de la Hiperglándula! ¡La llamada Fuente de las Hormonas que todos
estamos buscando! ¡El problema es que cada vez que meto estos datos en la
biocomputadora obtengo unas coordenadas diferentes debido a que los malditos
«entreros» se juntan con los «C.E.R.O.» y meten nuevas fracciones en el baile! —Sacudió
la cabeza con abatimiento—. Bien, ahora que ya os he explicado todo esto, Bill y Rick...
¿Tenéis alguna idea de cual puede ser la solución del enigmático problema? ¡Pensad en
lo que significaría el éxito! Me curaría a mi y devolvería la vitalidad a los istmos de la
Impotencia. ¡Ambos volveríamos a ver a Irma, Bill; y, Rick..., bueno, estoy seguro de que
en alguna parte de la fuente encontraremos la cerveza Santo Grial Ale!
Bill miro las ecuaciones con desconcierto, y se rasco la cabeza. Luego se volvió a mirar
a la computadora que estaba funcionando sin cesar, emitiendo todo tipo de groseros
sonidos biológicos en el proceso.
—Yo se sumar y restar, y quizá multiplicar y dividir un poco si no estoy demasiado
cansado. Lo siento, doctor, o Barón, o lo que sea. Esto puede conmigo. Creo que Rick y
yo tendremos que volver al camino y recomenzar la búsqueda.
—¡No necesariamente! —dijo Rick.
Tanto Bill como Krankenhaus volvieron la cabeza en dirección al otro. Incluso la
biocomputadora emitió un despachurrado sonido parecido a «¿Hum?», y su ojo parpadeo.
—¿Tienes una idea? —susurro Krankenhaus, con la voz cargada de desesperada
esperanza.
Rick ostentaba una extraña sonrisa tonta en su rostro. Sus ojos chispeaban de forma
poco natural. Sus dientes parecieron destellar. ¿De heroísmo? ¿O de algo mas...?
—Estas ecuaciones, doctor —dijo Rick, adelantándose y dando golpecitos sobre la
carta—, son bastante fascinantes. De hecho, representan un enorme avance en el campo
de las matemáticas no lineales, por no hablar de la geometría no-euclidiana.
—¿Entiende usted de matemáticas superiores? —pregunto ansiosamente
Krankenhaus.
—¡Arrrr! Un poco por aquí y otro por allá —dijo Rick, obtusamente—. Pero lo mas
importante, doctor, es que aprendí matemáticas con un tutor gimnasta/matemático en la
universidad Organismo y, doctor, ¡aquel profesor enseñaba mediante la acción! —Señalo
una ecuación en particular—. ¡Posiciones, doctor! Usted ha descuidado tomar en cuenta
la importancia del factor de las posiciones en estas matemáticas glandulares. Es
demasiado fácil introducirse en las matemáticas puras, pero en las matemáticas
glandulares no hay nada como la experiencia.
—No comprendo.
—Es muy simple. Limítese a agregar un numero a todas estas ecuaciones, y obtendrá
siempre las coordenadas correctas.
—¿Y que numero, querría decirme usted, es ese?
Rick se aclaro la garganta y asintió severamente.
—Pues el 69, por supuesto.
Al anonadado doctor se le cayo la boca sobre el pecho.
Sus ayudantes se apresuraron a acercársele y empujar y estirar para ayudarle a volver
la boca a su sitio.
—Esto me ocurre de vez en cuando —se disculpo con sus huéspedes—. Esa es una
excelente idea, Rick. ¡Entrémoslo en la computadora!
Con salvaje entusiasmo, Bill y Rick hicieron a un lado la pizarra y las cartas, y luego las
empujaron de una patada hacia el interior de una de las varias bocas de la computadora
orgánica. La boca se cerro y comenzó a masticar la información con los enormes molares
que Bill apenas había vislumbrado.
—¡Arrrr! —dijo Rick—. Para que luego me hablen de «división de números enteros».
—¡Comienzan a salir los resultados! —grito el doctor Krankenhaus, levantando la vista
de las lecturas mecánicas—. ¡No puedo creerlo, caballeros, pero esta funcionando!
¡Todos los resultados arrojan coordenadas invariables... Trolls! ¡Pronto! ¡Los mapas!
En la sala fueron introducidas mas cartas sobre ruedas. Tenían el aspecto de mapas
trazados por un maníaco cargado de drogas, pero el doctor Krankenhaus parecía saber
orientarse en ellos. ¡Paso las hojas rápidamente, extrajo algunas, y finalmente profirió un
alarido de triunfo!
—¡Lo he encontrado! ¡He encontrado el emplazamiento de la Fuente de las Hormonas!
—¡Arrrr! ¡Suéltelo! ¿Donde esta?
El doctor-Barón se alejo torpemente de la pila de mapas con una hoja retorcida en su
mano. Una uña destrozada señalo un punto en el mapa, y los ojos se le saltaron de las
órbitas a causa de la sorpresa.
Esta vez los trolls le metieron una manivela en un lado de la cabeza y la hicieron girar
hasta devolver los ojos a su sitio.
En cuanto pudo volver a ver, el buen doctor acerco mas el mapa a sus ojos y luego,
temblando, lo sostuvo para que lo vieran Bill y Rick.
Aquello no se parecía a ningún otro mapa que hubieran visto antes. De hecho se
parecía mas a una buena colección de tallas pornográficas en madera.
—¡Allí esta! —grito el doctor Krankenhaus, señalando una parte oscura y manchada del
mapa.
—De acuerdo, doctor —dijo Bill—. Me doy por vencido. ¿Donde esta exactamente?
El doctor Krankenhaus sacudió la cabeza con el rostro aun lleno de sorpresa.
—Esta aquí, ¿no lo entienden? Justo aquí, en el sitio en que ahora nos hallamos!
16 - Dentro del remolino hombre-mujer
—¿Aquí? —Jadeó Bill.
—Si, en verdad. ¡De acuerdo con las cifras que nos ha proporcionado la
biocomputadora, la Fuente de las Hormonas, el vórtice mismo de la Hiperglándula, esta
exactamente aquí; en este castillo!
—Eso no tiene ningún sentido — dijo Bill—. Estamos en los istmos de la Impotencia.
¿Que iba a estar haciendo aquí la Fuente?
—Debe de estar latente... energía potencial en la periferia del ser naciente... —
mascullo el Barón Krankenhaus con incertidumbre.
—¡No, compañeros, no hay nada latente en la energía glandular! — grito Rick con gran
entusiasmo — Aquí estamos hablando dentro del ámbito de la biología, doctor. Estamos
hablando de química. Si podemos pensar en la Hiperglándula mas bien como una ameba
supradimensional, entonces su vórtice seria como el núcleo de la ameba flotando en
medio de la masa de ella. Esta claro que la Fuente de las Hormonas ha escogido este
lugar por una razón muy especifica.
—¿Pero donde esta? —pregunto Bill—. Yo no veo ninguna fuente.
—En ese caso tenemos que pensar que se trata de un termino puramente metafórico,
Bill — dijo Rick—. Pero me permito decir, doctor, que en este mismo momento y mientras
nosotros hablamos, hay dispositivos que están fabricando hormonas en cantidades
increíbles.
—El cansancio me atenaza — dijo monótonamente el desalentado doctor, que se
tambaleo y estuvo a punto de caer—. Mis células cerebrales no parecen conectar muy
bien con su idea. ¿Podría... querría... explicarse?
Rick señalo la biocomputadora.
—Encantado, doctor. Cuando usted cosió todos esos cuerpos unos con otros, debió
incluir todas sus glándulas, incluso, por supuesto, aquellas implicadas en el proceso
sexual. Mi teoría, que espero poder demostrar muy pronto, es que todas esas glándulas
sexuales se desplazaron y fundieron unas con otras para formar un super-organo sexual
que ahora esta conectado al sofisticado sistema nervioso de la computadora. La energía
así producida debe de haber atraído toda otra fuente de energía. —Rick bailoteaba de
entusiasmo—. ¡Simplemente eso! ¡La computadora es el grifo de toda la energía sexual
conocida en el universo! ¡Y quizá alguna desconocida hasta la fecha!
—Joven —dijo el Barón Krankenhaus—, debo decir que parece que sabes una gran
cantidad de cosas, no solo acerca de matemáticas glandulares y mecánica sexual sino
que realmente pareces comprender extensas áreas que están incluso mas allá de mis
propias capacidades!
Rick hizo caso omiso del comentario y corrió hacia los controles.
—¡Simple teorización, doctor! ¡Lo que tenemos que hacer es comprobarlo! ¡Si nuestra
idea es la correcta, entonces posiblemente podremos utilizar estos instrumentos para
drenar la Fuente... que a su vez controla la Hiperglándula. ¿Y que es lo que ustedes dos
desean, por diferentes razones?
—¿Un trago? —pregunto Bill, lamiéndose los labios.
—No, cerebro de mierda... ¿Ya lo has olvidado? El deseo de tu corazón, Bill. Irma, por
supuesto.
—¡lrma! —grito el doctor, un lamento desesperado que provenía directamente de su
corazón—. ¡Si, por supuesto! Mi querida, adorable hija. Si, ella esta flotando en la
Hiperglándula, y fue allí donde la conoció Bill. ¡Si! ¡Si programamos sus estadísticas
vitales, muy bien podría ser que consiguiéramos sacarla de allí sin esfuerzo!
—¡97-56-86! -dijo Bill.
—¿Como es posible que conozcas las medidas de mi hija, Bill? —pregunto el doctor-
Barón, estupefacto.
—Simplemente las oí en alguna parte — murmuro Bill, y luego cambio rápidamente de
tema—. ¿Bueno, a que estas esperando, Rick? ¡Programa las estadísticas vitales!
—Con su permiso, doctor.
—¡Por supuesto! ¿Es posible que mi aparentemente interminable búsqueda de mi hija
tenga por fin un final? ¿Durante cuanto tiempo he estado buscándola? Siglos, me
parecen. ¡Adelante, Rick, adelante! Pero, por cierto, así, de pasada, tu forma de hablar
me resulta muy familiar. ¿No te conocí antes en otra parte?
—¡Allá vamos, doctor! —dijo Rick exultante, haciendo caso omiso de la pregunta y
poniéndose a trabajar en los controles.
—¡Espera un momento! ¿Como es que sabes hacer eso?
—Aprendo rápido —respondió Rick, empujando palancas y botones.
Los tendones se tensaron, los nervios y ganglios chispearon y chasquearon con
energía electroquimica.
—¡Zaratustra! —exclamo Bill, alarmado—. ¿Que le ocurre a la biocomputadora?
Un resplandor de luz atravesó, ondulando, la moteada piel transparente y hecha de
retazos que cubría aquella enorme cosa. Se sacudió y tembló espasmódicamente como si
estuviera pasando por los mas profundos e incómodos procesos de redistribución interna.
—¡Si! — grito Rick—. ¡Y ahora, allá vamos... 97-56-86! Vamos, muñeca. ¡Yo quiero a
Irma Krankenhaus!
El ojo de la biocomputadora se agitaba, abriéndose y cerrándose, como si estuviera en
medio de un complicado viaje producido por efecto de las drogas. De una multitud de
bocas salieron lenguas agitándose, como matasuegras en la noche de Fin de Año. En la
extensa piel comenzaron a aparecer protuberancias como globos que se hinchaban cada
vez mas.
Luego, tras un gemido interno, pudo verse como aparecía un cuerpo en el interior de
una de aquellas hinchazones alargadas, un rostro y un cuerpo que estiraban la
membrana.
—¿Alguien tiene un alfiler? —pregunto Rick.
Sin embargo, quedo demostrado que el alfiler era innecesario cuando aquella
membrana que se estiraba cada vez mas estallo por su propia cuenta, y arrojo sobre el
suelo una ola de fluido en medio de la cual había una mujer empapada que se deslizo y
resbalo en el charco resultante.
Bill no podía creer lo que estaba viendo.
—¡lrma! —grito, lleno de gozo—. ¡lrma!
—¡Puaj! —grito la mujer, que forcejeaba para levantarse—. ¡No te quedes ahí parado,
idiota! ¡Ayúdame a salir de esta porquería! ¡Estoy chorreando!
Bill se adelanto con mucho cuidado y, tras levantar a Irma, la atrajo hacia si y la abrazo.
No le importaba el agua, de hecho le encantaba la forma que tenia de hacer casi invisible
el vestido transparente de Irma.
—¡lrma! ¿Me reconoces?
—Por supuesto que te reconozco, débil mental. Tu eres Bill y yo soy el amor de tu vida.
¿Ahora, podría alguien tener la amabilidad de decirme donde demonios estoy? Todo lo
que se es que no estoy de muy buen humor.
Se volvió a mirar a Rick, pero no manifestó emoción alguna; luego giro la cabeza y vio
al Barón Arido, cuya cabeza temblaba a causa de la expectación, y miraba a la muchacha
esperanzado y feliz.
—¡Papa! —grito ella, apartándose de Bill—. ¡Papa! —Se acerco al hombre y le
abrazo—. ¡Papa! —dijo, apartándose para mirarle apreciativamente—. ¿Ha vuelto a
afligirte la artritis?
—Es una larga historia, pastelillo de miel. Simplemente es fantástico volver a verte, y
eso es todo.
—¡Miren! —grito Bill, mirándose el pecho. ¡El palomo muerto y la tira de cuero estaban
desapareciendo!—. ¡Te he encontrado, y la mugre marinadora envejecedora esta
desapareciendo! ¡Estoy libre de la maldición! ¿Puede ser realmente la vida una historia
con un final feliz? —Bill corrió hasta su amada, la arrebato en un abrazo, y le dio un beso
en los labios.
—¿Final feliz? —pregunto Rick—. Pues claro, Ya lo creo, Bill. ¡Pero probablemente no
para ti, ni para el doctor, ni para Irma... ni, puestos a ello, para el universo!
Bill, con Irma aun encerrada en su abrazo, se volvió a mirar a su antiguo compañero.
Rick tenia en su rostro una extraña expresión satisfecha, y su color había vuelto a
cambiar. Ahora era mas bien gris. Un gris casi metálico.
—¡Oh, no! ¡Como puedo haber sido tan estúpido! —dijo el Barón Krankenhaus—.
¡Tenia que haber previsto lo que vendría a continuación! Trolls, ¡detenedle! ¡Matadle!
Los trolls tropezaron y se lanzaron al ataque, pero no con la suficiente rapidez, no,
ciertamente. Las manos del Héroe Superno manipularon a toda velocidad los controles de
la computadora. Algunos microsegundos mas tarde se abrieron dos de las bocas de la
biocomputadora. Dos largas lenguas salieron disparadas, envolvieron a los trolls y los
metieron en las feroces y rechinantes bocas.
Rick río como un maníaco.
—¡La he encontrado! ¡La Fuente de las Hormonas! ¡El núcleo! ¡El centro de poder que
siempre he ambicionado!
—¿Rick? —dijo Bill—. Rick, viejo camarada. ¿Te estas volviendo, posiblemente,
ligeramente chalado? ¡Ya se que todas las semanas son la «semana de joder al
compañero», pero esto es ridículo!
—¡Oh, no! —exclamo con voz áspera el doctor Krankenhaus—. ¡Oh, Dios, no! ¡Esto no
puede ser! ¡Guardias! ¡Demonios! ¡Criaturas! ¡Socorro!
—Ahorre saliva, doctor —dijo Rick, exultante, con una voz que sonaba diferente—.
¡Tome la precaución de cerrar, acerrojar y superpegar... —dijo, levantando un recipiente
con un inyector goteante— todas las puertas que conducen hasta aquí! Y dado que ya
domino los controles de su computadora corpuscular, un ligero toque... —Rick acciono
una palanquilla. Inmediatamente se oyó un ahogado coro de gritos que se filtro a través
de la puerta cerrada— se encargara de prevenir un ataque con ariete. Eso fue el
equivalente psíquico de un rodillazo en la ingle, amigos míos. ¡Así que permanezcan
donde están o prepárense para recibir un buen golpe de esos!
—¡Rick! ¿Que te pasa? —pregunto Bill, desconcertado.
—Esa es la voz de Látex Delazny —dijo Irma—. La reconozco.
—Irma, quería preguntarte —dijo Bill—, ¿como pudiste decirme que te llamabas Irma
Quentodehadas?
—No lo se, Bill. Supongo que perdí la memoria. Estaba confusa —señalo a Rick con un
dedo—. Pero no puedo olvidar esa voz. ¡Delazny, todo esto es culpa tuya!
—He venido a socorrerte, ¿verdad, dulce Irma? Y todavía tengo intención de poseerte,
amor mío... —una expresión impúdica se apodero del rostro de Rick— y a todas las otras
mujeres hermosas de la galaxia. ¡Les demostrare a esos idiotas que tanto se burlaron de
mi, que significa realmente la palabra macho!
—Pero, Rick... ¡Compañero! ¿Que ha ocurrido? ¿Es que has estado todo el tiempo del
sucio lado de Delazny? —dijo Bill, que se sentía traicionado.
—¿Es que no te das cuenta? —grito el doctor Krankenhaus, con voz entrecortada—
¡Ese no es Rick, el Héroe Superno! ¡Ese es un androide que tiene su aspecto, controlado,
sin duda, por el mismo Delazny mediante sofisticadas ondas de radio, mientras el esta
escondido, seguro, en alguna parte fuera de la hiperglándula!
—¡Exactamente, Bill! ¡Yo mismo construí este modelo especial! —dijo la voz de
Delazny a través de la boca de Rick—. ¡Y todo ha salido muy bien! ¡Yo sabia que eras mi
hombre, Bill! ¡Sabia que tus instintos, cual palomas mensajeras, nos llevarían
directamente a la guarida de las Hormonas! ¡Y ahora, gracias a este grotesco armatoste
que construyo el buen doctor, junto con unos cuantos arreglos que voy a efectuar en el
ahora mismo, tendré la posibilidad de controlar la biocomputadora desde mi base
instalada debajo del mar de Coloctomia!
—¡No comprendo, Delazny! —dijo Bill—. ¿Que cojones esta intentando hacer,
exactamente? ¡Yo creía que usted estaba buscando los secretos de la paz! Pense que
intentaba detener la guerra chinger!
—¡Oh, la guerra acabara muy pronto! ¡Con este nuevo poder podré aplastar cualquier
cosa o ser que se interponga en mi camino, y, naturalmente, controlare a cada uno de los
seres humanos del universo! ¡Tendré un poder con el que ningún tirano ha sonado jamas!
Cada hombre sera mi esclavo y, lo que es mucho mas importante, también cada mujer.
¡Todos ellos, míos! ¡Míos! ¡Todos ellos se reían y decían que yo estaba loco! —El
androide Rick estallo en demenciales y agudas carcajadas—. ¡Ahora verán quien esta
loco! ¡Hagan el favor de excusarme durante un momento. ¡Tengo que realizar unos
ajustes de bastante importancia! —El androide les volvió la espalda para manipular los
botones e interruptores del tablero de mandos.
—¡No! —grito el doctor Krankenhaus—. ¡No, no lo permitiré! —De alguna manera,
aquel hombre se las arreglo para enderezarse y comenzó a avanzar, tambaleándose, en
dirección a la criatura del doctor Delazny, con las manos convertidas en garras—. ¡Te
matare, Delazny! ¡Te matare!
El androide Rick sonrió burlonamente y acciono un interruptor. El doctor Krankenhaus
profirió un horrendo alarido, vibro durante un momento, y se derrumbo sobre el suelo,
crispado y contrayéndose espasmódicamente hasta que se desmayo.
—¡Papa! —grito Irma.
—Quédate aquí —dijo Bill, tras agarrarla para impedir que corriera hacia su padre
herido.
De la biocomputadora surgió un pseudopodo que envolvió al doctor caído, y lo arrastro
a través de una abertura emplazada en un flanco de la cosa.
—¡Ja, ja, ja! Ahora, vosotros dos, manteneos apartados de mi —les advirtió
Rick/Delazny—. Me propongo hacer con ambos algo horrible, para lo cual os necesito
vivos... ¡Pero si intentáis algo, me sentiré igualmente feliz de haceros comer por la
biocomputadora esta! —Volvió a dedicar su atención a los controles de la computadora,
accionándolos con maníaca destreza mientras reía constantemente.
Irma cayo en brazos de Bill, sollozando y gimiendo.
—¡Papa! —gritaba—. ¡Oh, querido papa! Te he perdido para siempre.
Bill disfrutaba teniéndola en sus brazos, pero también se daba cuenta de que era un
momento para pensar con frialdad, no para abrazar ardorosamente. ¿Que podía hacer?
Cualquier intento de detener al androide que estaba manejando los controles le acarrearía
claramente una suerte tan indeseable como la que acababa de correr el doctor
Krankenhaus. El cálido y tierno cuerpo de Irma contra el suyo le distraía tremendamente.
Pero... ¿seria aquel el fin?
—¡Psst! —dijo un ínfimo susurro—. ¡Bill!
Bill parpadeo.
—¿Quien es?
¿Que había sido eso? Indudablemente no se trataba de Irma, que sollozaba y gemía
contra su masculino pecho. ¡No, no había sonado en absoluto a nada parecido a la voz de
ella! Quizá fuera su imaginación.
—¡Psst! —volvió a decir la voz—. ¡Bill! ¡Bill, aquí abajo! —¡Provenía del suelo!— Tu
pie, soldado. Levanta el pie.
—¿Cual? —pregunto Bill.
—¡El que tiene la pezuña, idiota! ¡Tengo que hablar contigo!
Bill se encogió de hombros. Al menos tenia algo que hacer.
—Permíteme, Irma —dijo, apartándola de si delicadamente—. Mi pie quiere hablar
conmigo. ¿Puedes ayudarme a mantener el equilibrio mientras lo levanto?
—La tensión —sollozo Irma—. Te comprendo, ha sido demasiado para ti. Algo se ha
roto en tu interior. Pero, queridisimo Bill, tu eres lo único que me queda ahora.
—Oye, ¿podemos hablar de eso mas tarde? Déjame solo apoyarme en tu hombro.
Ella asintió húmedamente a través de las lagrimas, y le sostuvo para que no se cayera
mientras levantaba el pie descalzo. Las articulaciones le crujieron y apenas pudo
levantarlo hasta la altura del pecho, pero se doblo para alcanzarlo con la cabeza.
—¿Que quieres? —le susurro al pie.
—Jesús... ¿No reconoces mi voz, Bill? —dijo el pie.
—¡Bgr el Chinger! —grito Bill.
—¡No tan alto! ¡Delazny se dará cuenta!
—¿Que estas haciendo en mi pie? —dijo Bill, mientras se imaginaba el interior del pie
con un tablero de controles, pantallas, refrigeradores de agua... exactamente igual que a
bordo de la Cristine Keeler.
—Jesús, no estoy en tu pie, muñeco. He instalado un transmisor-receptor de televisión
y radio en la hendidura de tu pezuña, por si acaso. Y fue una buena precaución. Delazny
nos ha encerrado a mi y a los otros chingers aquí, en la base. Misión: la paz a través de la
Hiperglándula era, debo admitirlo, un engaño absoluto, Bill. ¡Tenemos que detener a este
maníaco o tanto los chingers como los seres humanos estarán acabados!
—¿Me lo dices o me lo cuentas? ¿Pero que se supone que puedo hacer yo? Al primer
movimiento en falso, caeré fulminado. O serviré de desayuno a la computadora.
Una voz firme y sonora interrumpio la charla intima de Bill con su pie.
—¿Que pasa, Bill? ¿Que tipo de superchería te traes entre manos, sosteniéndote
sobre una sola pierna? ¿Te estas leyendo la buenaventura?
—Si, bueno... ahh, ya lo creo —dijo Bill, al que le faltaban las palabras.
—Eso no es suficiente, Bill —siseo el pie— Jesús!, ¿eres estúpido o que? Dale una
excusa. ¡Dile que estas rezando!
—¡Estoy rezando! —dijo Bill, a gritos—. Es un tipo de rezo mazdeista realmente
antiguo, doctor. Estoy haciendo las paces con mi dios. ¿Le parece bien?
—¡Oh! Por supuesto. Nunca me ha gustado interponerme entre un hombre y sus
estúpidas supersticiones. Visto un dios, vistos todos —murmuro Rick/Delazny mientras
volvía a manipular los controles.
Irma observaba todo aquello con la boca firmemente cerrada y los ojos abiertos de par
en par, concentrando cada ergio de energía que era capaz de reunir en la tarea de evitar
que Bill cayera de morros.
—¿Y ahora, que? —pregunto Bill—. ¡Dime que debo hacer!
—¡Nunca pense que lo preguntarías! Afortunadamente, mi querido amigo mentalmente
debilitado, también puse una microgranada justo al lado de la radio. ¿Lo has entendido?
—¿Para hacerme estallar, o que? —pregunto Bill, instantáneamente lleno de recelo.
—Jesús... Bill, ¿que clase de viejo amigo crees tu que soy? ¡Hemos recorrido juntos
mucho camino! Me sentiría herido, Bill, por esa acusación, si tuviera emociones, cosa que
no tengo, así que continuemos. No, no es para mutilarte, por supuesto que no. ¡Es para
que la utilices, en un lío como el presente! A eso se le llama «previsión», según creo.
—Las cosas están mal, pero no tanto como para suicidarse. ¡No puedes pedirme que
haga eso!
—¡No, no, cerebro de mierda! No quiero que te mates. Simplemente saca la granada
de donde esta, ¿eh? Quita la mitad derecha de la pezuña, haciéndola deslizar... La he
hecho como un falso tacón de espía.
—De acuerdo. Bien —dijo Bill, obedeciendo las instrucciones. Saltando sobre un pie y
sacudiendo a Irma al mismo tiempo, agarro la pezuña y estiro con fuerza. La mitad
posterior se deslizo con toda la facilidad del mundo. Sobre la palma de Bill cayo una
pequeña bola de la que asomaba un botón.
—¿Y ahora, que? —pregunto Bill.
—Primero, aprietas el botón. Luego...
Bill apretó el botón.
—¡No! ¡No ahora, idiota! —chillo la voz—. ¡Solo dispones de ocho segundos antes de
que estalle!
—¿Que hago? —grito Bill, frenéticamente. ¡La pequeña bola crepitaba! Aquello no
sonaba nada prometedor.
Rick/Delazny se volvió en redondo.
—¿Que esta pasando ahí? —pregunto, autoritario—. ¡O estoy escuchando cosas
raras... o yo conozco esa voz! Una voz de chinger. ¡Bgr! ¿Que estas haciendo aquí?
—¡Date prisa, Bill! Tenemos que destruir la biocomputadora. Arroja la microgranada.
Pero la atención de Bill estaba concentrada en la mano del androide que en aquel
momento se tendía hacia el botón destructor que lo fulminaría a el. Gimió con inquietud,
anticipándose a lo que sabia que ocurriría. Aquel era el fin.
—¡Nunca! ¡No! —grito potentemente Bill, y le arrojo la minigranada a Rick/Delazny.
—¡Estúpido! —grito el doctor Delazny—. Ya no puedes detenerme. No puedes...
La minigranada aterrizo directamente en la boca enormemente abierta de
Rick/Delazny, descendió golpeteando por la garganta y cayo en el estomago de metal,
produciendo un sonido consecuentemente metálico.
—¡Oh, no! —suspiro—. Corregidme si me equivoco pero ¿es posible que acabe de
tragarme una minigranada?
—No —dijo Bill—. ¡De hecho era una microgranada!
—¡Cuatro segundos, Bill! —le advirtió Eager Beager—. Sera mejor que hagáis algo o
estallareis todos en una nube de resplandecientes átomos. ¡Esa es una granada
endiabladamente dañina!
El androide ya estaba buscando a tientas sobre el tablero de control, cuando Bill se
lanzo a través de la sala. Le agarro el brazo justo cuando los dedos estaban a punto de
accionar el interruptor pertinente. Su poderosa musculatura de granjero que había
mejorado con el entrenamiento militar se concentro sobre su enemigo. La camisa de Bill
se rasgo al tensarse sus poderosos músculos... ¡y funciono! No solo había evitado que el
androide Rick tocara los controles, sino que además le tenia a varios centímetros del
suelo.
—¡Dos segundos, Bill! —grito el pie.
Presa de pánico, Bill miro a su alrededor en busca de una salida.
Solo existía una.
—¡Abre bien la boca, biocomputadora! —dijo, tras lo cual levanto con sus dos brazos
derechos el cuerpo del androide que se debatía, y lo apunto hacia la boca. Jadeando a
causa del esfuerzo, echo a correr y arrojo a Rick y la granada que llevaba dentro
directamente en la boca de aquella cosa.
—¡Ahora corre, Bill! —grito la voz radiada de Eager Beager.
—¡Pero no hay ningún sitio hacia el que correr! —dijo Irma.
—¡Un segundo! —Bill se apodero de Irma y se dirigió a la esquina mas alejada.
Casi llegaron hasta ella.
Imagínense el ruido que podría hacer una estrella hecha de queso cremoso y salsa
boloñesa, al convertirse en nova. Cuando Bill consiguió ponerse trabajosamente en pie y
contemplo la carnicería que le rodeaba, vio que en el aire había quedado flotando una
bonita niebla que parecía jugo de remolacha pulverizado.
—No es bonito —dijo Bgr.
—¡Puaj! —contesto Irma.
—¡Eso no ha sido cordial de tu parte en absoluto, Bill! —dijo la cabeza de Rick que
rodaba por el suelo.
Antes de que Bill pudiera responder se apodero de el una potente corriente de alguna
fuerte y etérea energía implacable, y los arrastro a el y a Irma, apartándoles de la esquina
de la sala.
—¿Bill, que esta ocurriendo? —chillo Irma.
Bill fue arrebatado hacia arriba y llevado hacia el centro de la habitación, y durante ese
proceso tuvo tiempo de obtener, exactamente en un segundo, una rápida vision del
infortunado destino que les aguardaba a ambos.
En el sitio que una vez había ocupado la computadora, habían ahora tomado cuerpo
las chispas de una tormentosa energía, como una galaxia en espiral convertida en
torbellino. Giraban como una rueda de fuegos artificiales, provocando un malévolo
torbellino en el aire.
Luego Bill fue arrojado nuevamente al suelo, y su consciencia se mezclo con las
chispas y la oscuridad que había debajo de ellas.
17 - Los soldados veteranos no mueren; tan solo huelen así
A lo largo de los años de lo que algunos podrían llamar una carrera variada (aunque
variaciones no había escuchado muchas), desde que le habían persuadido por la fuerza a
ingresar en la armada del Imperio, Bill había vivido muchas experiencias en las cuales
había estado al borde de la muerte.
En todo caso, de entre todas las ocasiones en las que había escapado por un pelo, de
entre todos los tropiezos de la mas repulsiva naturaleza, de entre todas las experiencias
que había vivido en las que había estado a punto de morir, aquella era definitivamente la
mas indefinible.
Bill soñaba, ¡oh, como soñaba!, que estaba retozando frenéticamente en una
gigantesca jarra de cerveza con una docena de mujeres núbiles. Una de aquellas
voluptuosas mujeres era Irma, que estaba sentada sobre una patata frita mojada y le
atraía como una sirena. Bill admiraba a todas las otras hermosas criaturas que retozaban
alrededor de el, pero rechazaba sus seductores intentos y nadaba braceando en dirección
a Irma.
Hacer caso omiso de las otras resultaba verdaderamente difícil, pero en el fondo de su
corazón el sabia que ahora era un soldado de una sola mujer, así que no se dejo tentar y
nado la distancia que aun le quedaba. Subió a la patata frita que se doblaba, mojada, y se
desmigaba bajo su peso; se acercaba mas y mas a Irma, que le llamaba.
—Ven aquí, Bill —le dijo ella, con una voz dulce y profundamente sensual—. ¡Ven aquí
y bésame, amor mío!
En su sueño de muerte, Bill sabia que aquello contenía lo mas hermoso y misterioso
del amor. Todo lo que el había ansiado siempre estaba contenido en aquel ofrecido beso:
la vida y la muerte, el hielo y el fuego, el ying y el yang; incluso la clave secreta
decodificadora del capitán cosmos. ¡En él subyacía la promesa de la vida; el llamado del
destino; aquí estaba la razón de ser de todos aquellos sentimientos frustrados y
reprimidos que le corroían por dentro!
—¡Oh, Irma! —dijo el apasionadamente, al llegar a ella.
Los labios de la muchacha florecieron en una corola de éxtasis.
Cerro los ojos, frunció los labios en los que flotaba un beso, y se inclino hacia ella
rindiendo su corazón, su cuerpo, su alma, sus aspiraciones de gloria eterna y su colección
de colas de salamandra de Phigerinadon.
Pero en lugar de unos labios húmedos, tiernos y deliciosos...
La realidad dio un vuelco, un mortal retroceso, y Bill aterrizo duramente y de cabeza
con su sentimentalina en el suelo, obteniendo, para su frustración, un bocado de grava y
arena.
—¡Puuuf! —dijo, abriendo los ojos que tenia cubiertos de arena. Se los sacudió y
escupió un bocado de arena. Mientras tosía, consiguió ponerse medio en cuclillas, al
mismo tiempo que miraba a su alrededor lleno de incertidumbre e intentaba obtener un
enfoque mas preciso del «glandioso» paisaje en el que se hallaba.
Bill se sentó pesadamente en medio de una enorme extensión de desierto. Se parecía
mucho a lo que su tatarabuelo había comprado en Phigerinadon el siglo anterior, cuando
había llevado a la familia a colonizar aquel planeta: una valiosa propiedad costera, sin
costa. (Afortunadamente, se habían mudado a un territorio mas fértil, a pesar del poco
dinero que tenían, lo que había tenido como resultado las mismas penurias de generación
en generación que Bill había heredado.) Hasta donde Bill podía ver (que no era
demasiado, pues tenia aun mucha arena en los ojos), los cactos y la artemisa se
extendían hasta el lejano horizonte. Ocasionalmente pasaban plantas rodadoras y
arbustos por su campo visual, empujados por un melancólico y suspirante viento de
desierto. Mas allá se veían dentadas y majestuosas montañas de cumbres nevadas. A
corta distancia, junto a una serpenteante carretera, había una señal precariamente
inclinada.
Bill gimió y se froto la cabeza. Luego se puso de pie e hizo un rápido inventario de
todas las partes importantes de su anatomía. Ya estaba comprobada la presencia de su
cabeza y piernas; un rápido examen demostró que sus manos continuaban intactas y que,
si, continuaba teniendo una pezuña en lugar de un pie. Sin embargo, en lugar de los
harapos con que había estado vestido antes, llevaba pantalones tejanos de algodón y una
camisa de franela roja a cuadros sobre la que tenia puesto un chaleco de cuero abierto.
Alrededor de la cintura tenia también un cinturón en el que había una funda que contenía
un arma de fuego antigua que podía ser un revolver de seis disparos.
Sobre la cabeza tenia un enorme sombrero de vaquero tejano.
Bill reconoció aquellos atavíos por lo leído en sus primeros tiempos de educación.
Mientras su vocabulario oral había sido duramente mutilado, sus capacidades lectoras de
entonces, como las de sus iguales, estaban próximas al cero (y probablemente aun sigan
así). Esta es la razón de que los libros cósmicos fuesen creaciones verbales que le
hablaban al lector a medida que este volvía las paginas, lo que significaba que el lector
idiota no tenia que leer «crunch, crash o bang», pues estos sonidos los emitían las
paginas. En aquella época, la obra titulada Historias del antiguo Oeste galáctico había
sido una de sus preferidas entre las audio-sonoras.
Aquello estaba bien para el pasado, ¿pero que coño estaba haciendo el ahora en aquel
lugar a la vez extraño y familiar? Se quito el sombrero y lo examino.
¿Y que estaba haciendo en el interior de su sombrero nuevo de vaquero tejano un
lagarto de seis extremidades y veinte centímetros de alto?
—¡Que hay, Bill! Jesús, sin duda es bueno ver que continuas estando vivo, viejo
jamelgo. —El chinger sacudió sus manos a modo de saludo, y luego salto al suelo, donde
hizo un agujero en la arena. (Bill se pregunto como era que no se había visto aplastado
contra el suelo con aquel animal increíblemente denso sobre la cabeza; luego dejo a un
lado el pensamiento, pues en aquel momento había cosas mas pertinentes en las que
pensar.)
—¡Bgr el chinger! ¿Que estas haciendo aquí? Y, ya que estamos en ello, ¿donde es
aquí, en todo caso?
—¿No lo sabes, Bill? ¡Es el mítico Oeste de la gran America de la antigua Tierra! La
materia de que están hechos los sueños.
Bill sacudió la cabeza.
—La antigua Tierra no es mas que una leyenda... eh... ¡oh! —chasqueo los dedos—.
¡Ya lo tengo! ¡Eso es, se trata de una parte de la Hiperglándula!
—Yo diría que no se trata simplemente de una parte —dijo Eager Beager, saltando en
círculos, entusiasmado—. ¡Parece ser la misma base! La fora que esta debajo de la
meta... ¿o debería decirlo al revés? No importa... Se lo preguntare a Delazny, antes de
mandarle convenientemente reventado a los desdichados cotos de caza.
Bill pudo ver que Bgr estaba vestido con ropa del Oeste en miniatura, incluso llevaba
diminutas espuelas, y dos pequeños Colt 45 que hacia girar juguetonamente en dos de
sus manos, mientras que los pulgares de las otras dos estaban metidos en el cinturón.
—¡Eh, ten cuidado con esos revólveres, tío! —dijo Bill—. ¿Que ha ocurrido, en todo
caso? ¡Lo ultimo que recuerdo es que éramos absorbidos por el agujero que quedo
despues de estallar la fuente de las hormonas.
—Jesús, tienes una gran memoria, compañero. ¡Aquella explosión —muy bien hecho,
por cierto, Bill— se extendió mas allá y destrozo las maquinas que Delazny tenia en
Coloctomia IV, y de camino nos absorbió a el, a mi y a toda la tripulación al interior del
remolino Hombre-Mujer! ¡Aparentemente, nuestros destinos están entrelazados una vez
mas! ¡Yo acabe aquí, contigo!
Bill parpadeo velozmente mientras sus neuronas atontadas trabajaban para
comprender. El proceso de pensar puede ser doloroso.
—¡Bien! —dijo finalmente, sonriendo y comprendiendo—. ¡Pero he vuelto a perder a
Irma!
—¡Oh, no la has perdido, camarada! ¡Mira allí!
Bill miro en la dirección que le señalaba el chinger y vio una tela que revoloteaba y un
zapato que asomaba por detrás de un cactos especialmente grande.
—¡Pero, seré cornudo! — grito Bill, chillando, lanzando hurras a los cuatro vientos y su
sombrero al aire—. ¡Si es Irma! —Una expresión de perplejidad se apodero de su rostro—
. ¿Y por que he dicho eso? ¿Que es un cornudo?
—Sera mejor no preguntarlo, amigo Bill. Es indudablemente una expresión jergal del
Lejano Oeste. ¡La jerga! La capa traspuesta de casi realidad en la Hiperglándula nos
afecta hasta ese punto. ¡De ahí los fallos, Bill! —Se arreglo el chaleco que estaba cubierto
de lentejuelas que brillaban.
—¡lrma! —corrió y dejo atrás salvias y cactos, para recuperar a su caído amor. Ella
estaba inconsciente y yacía con solemnidad sobre una gran roca; ¡y, sorpresa de
sorpresas, por primera vez desde que Bill la había conocido, vestía con recato! Llevaba
puesto un vestido largo, de alegres colores, y un sombrero con un recargado adorno de
plumas. En los pies tenia puestas elegantes botas de chica vaquera.
Enroscada cómodamente en su siempre impresionante pecho, había una serpiente de
cascabel.
—¡Maldición! —exclamo Bill—. Bgr... Eso es algun tipo de serpiente. ¿De que clase?
Eager Beager saco un pequeño libro titulado Guía del Chinger perdido en el Lejano
Oeste.
—Jesús, Bill. Hay muchísimas. Las culebras del genero de las lampropeltis, el culebrón
suramericano, la serpiente que se muerde la cola... Calculo que esa podría ser una
serpiente de cascabel o crótalo, ¿Tiene cascabeles?
La serpiente, en estado de somnolencia, levanto la cabeza, saco la lengua y volvió a
meterla en la boca, y cascabeleo malévolamente sus cascabeles.
—¡Verdaderamente, es una serpiente de cascabel! ¡Exactamente como dice el libro! Y,
postdata, también dice que es extremadamente peligrosa y venenosa.
—¡Haz algo!
—Jesús, Bill. Desde que tuve aquella traumática experiencia allá en Veneria, cuando
fui tragado por una de ellas, bueno, ya sabes, tengo tendencia a mantenerme alejado de
las serpientes. Creo que me largare a buscar un poco de comida. Tu tienes un revolver.
Maldición, hijo. ¡Dispara y pégale un tiro a la maldita cosa dorada! —El chinger parecía
estar contento como unas pascuas con su nueva personalidad del Lejano Oeste. Anadeó,
patizambo, en dirección al campamento, y dejo solos a Bill, Irma y la siniestra serpiente de
cascabel.
La serpiente volvió a sacudir la cola. Bill ya no dudó acerca de que aquello era
realmente una serpiente de cascabel. El sonido despertó a Irma, que batió sus bellas
pestañas.
—¡Vive Dios! —dijo, casi sin aliento—. ¿Donde estoy?
—Quédate exactamente donde estas, Irma. ¡No muevas ni un solo músculo! Yo te
salvare. —Bill saco el revolver y lo examino. Aquella cosa no se parecía en absoluto a una
pistola de rayos, que uno se limitaba a apuntar en cualquier dirección y apretarle un
botón. No, aquello tenia aspecto de requerir puntería; y los proyectiles... Bill supuso que
debían de salir por aquel cañón que tenia.
Irma le echo un vistazo a la serpiente, y cayo desmayada.
Y aquella cosa larga y curva, Bill supuso que era el gatillo. Si, sus lecturas de tebeos
estaban volviéndole a la memoria. Apunto el revolver y apretó el gatillo. Hubo una
tremenda explosión, expectoración de humo, y Bill fue empujado y cayo en toda su
longitud al suelo a causa del retroceso.
Cuando consiguió volver a ponerse en pie, vio un suave penacho de humo que se
disipaba en el aire, y pedacitos de carne y piel de la serpiente salpicados por las salvias y
la arena.
—¡Eh! —exclamo Bill— creo que soy bastante bueno disparando con esta cosa. —Hizo
girar expertamente el revolver en la mano y lo guardo en la pistolera.
La explosión había despertado a Irma. La expresión de sobresalto desapareció
lentamente de sus rasgos.
—Bill. ¡Me has salvado la vida! ¡Una vez mas!
Bill sonrió enseñando los dientes.
—¡Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer!
—¿Donde estamos, Bill? ¿Por que estoy vestida de este modo?
Bill estaba desabrochándose el cinturón.
—¿Por que te estas desvistiendo de ese modo?
—¡Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer un hombre!
—¡Oh, Bill! ¡Mi héroe! ¡Hazlo, hombre!
«¡Por fin!», penso Bill. Por fin el deseo de su corazón... por no hablar del deseo de
otras porciones de su anatomía.
—Jesús, Bill. ¡Perdón por interrumpir lo que parece ser un inminente y sumamente
interesante ritual de apareamiento humano! —rechino la voz demasiado familiar de Bgr—.
Pero hay una diligencia que viene en esta dirección. ¡Quizá podríamos pedirles que nos
llevaran! ¿Podríamos, por tanto, aplazar el ritual para mas tarde? Pero avisadme cuando
planeéis volver a entregaros a ello. Quiero tomar notas.
—¡Yiiii! —chillo Irma, poniéndose graciosamente en pie de un brinco y escondiéndose
detrás de su héroe—. ¡Bill! ¡Es otro reptil! Dispárale, Bill. ¡Dispárale!
Bill miro a Bgr el chinger con el ceño fruncido.
—Me encantaría complaceros, señora. ¡Pero ese es Bgr! El muy bien podría ayudarnos
a salir de este enclave. —Bill escupió sobre el suelo—. ¡Es endiabladamente seguro que
fue el quien me metió en esto! Y, no, no podrás observarnos la próxima vez.
—Vamos, gente. ¡Daos prisa! ¡Tenemos que tomar esa diligencia!
Bgr se escabullo y los otros dos le siguieron.
—Jesús,... ¿no es fantástico, Bill? —dijo el chinger, agarrándose al rebotante asiento
con tal fuerza que sus dedos se clavaban en la madera.
La diligencia botaba y se zarandeaba mientras el tiro de cuatro robustos caballos la
arrastraba por la carretera del desierto llena de baches. El y Bill viajaban, como pistoleros,
en el techo de la diligencia, sentados junto a un viejo tonto, canoso y quemado por el sol
llamado Alf Bob Baker, que estaba como una cabra mojada. Irma se encontraba en el
compartimento de pasajeros, abajo, junto con otros pasajeros. El sol descendía
lentamente por el cielo del ocaso azul en dirección al horizonte... como una moneda de
latón que cayera hacia un destino desierto y polvoriento.
«No», penso Bill. No era fantástico en absoluto. Sentía como si le estuvieran
removiendo las entrañas con el mango de un hacha, y luego enrollándoselas en
espinosos cactos; o algo parecido.
—¡El fresco aire del desierto! ¡El olor de la naturaleza! ¡El aroma del cuero! ¡El tacto de
tejidos naturales sobre la piel! —dijo el chinger, entusiasmado.
—¡Cállate, chinger, o te disparare de veras! —espeto Bill.
La diligencia que les había recogido se dirigía a Precipicio de Cascadas de Estiércol, o
al menos es lo que había declarado el conductor. Bill no tenia ni idea de la importancia
que aquella ciudad podía tener en términos de los acontecimientos cósmicos que
llegarían a controlar el destino de ellos tres. Lo único que quería hacer era bajarse de
aquel primitivo medio de transporte, que no era mas que un nuevo modelo de maquina de
torturas; y echar un trago frío, a ser posible de alcohol, en su garganta llena de polvo.
Despues de eso... ¡Irma!
¡Ah, si! Finalmente, la había encontrado. Su corazón palpitaba de indigestión incluso a
pesar de que su estomago era zarandeado.
El tipo que tenia al lado mastico su bola de tabaco de forma repugnante, y luego
escupió un chorro de saliva marrón por la boca.
—¡Pse! —dijo luego—. ¡Buena cosa que me haya cruzado con ustedes ahí en el
desierto! ¡Hay una tirada de aquí a Precipicio de Cascadas de Estiércol, y es una
caminata enorme y muy seca para el garguero, ya lo creo, vaya que si!
—Ciertamente le agradecemos que nos Aleve, señor, sobre todo cuando no tenemos
dinero ni nada de eso.
—Tiene una pistola, y eso ya es suficiente. —De su boca salió otro chorro de saliva que
esta vez cegó a una ardilla que se había asomado a la entrada de su guarida—. Perdí a
mi pistolero, Jeb Hawkins, la semana pasada en Injuns. Apaches. ¡Le llenaron de flechas
hasta tal punto que podría haber pasado por un puercoespin! Pse, y necesito una pistola a
mi lado, sobre todo cuando me dirijo a la ciudad mas dura de este territorio.
—¿Cascadas de Estiércol? ¿Es una ciudad dura? —repitió nerviosamente Bill.
—¡Puede apostarlo! Por ahí es por donde ronda el peor grupo de los fuera de la ley del
Oeste del Messasucki.
—¡Jesús!...¿Y quienes son esos, señor? —pregunto Bgr.
—Es un muchachito muy mono ese que tiene ahí, amigo. Igual que su numero de
ventriloquismo. —Alf Bob se rasco las nalgas y luego le dio un latigazo a un caballo que
se rezagaba, con el que al mismo tiempo mato limpiamente un tábano—. En fin, son los
hermanos Frank y Jesse Sisma, que no son otros que la famosa banda Sisma. Entran
continuamente en la ciudad, disparando a diestro y siniestro, luego depositan sus
malhabidas ganancias en el primer banco fiduciario de la Fertilidad y el Macrogameto del
territorio de Wyoming. ¡Obtienen mas placer ingresando el resultado de sus pillajes en el
banco, que el que les proporciona robarlo! Lo hacen por divertirse, en todo caso, porque
de todas formas es igual de ilegal. E intente detenerles... ¡Le pegarían un tiro en cuanto le
pusieran el ojo encima!
A Bill le giraron los ojos y deseo estar muerto.
La salida de la Fuente de las Hormonas había acabado en una situación real y
verdaderamente difícil.
—Jesús... no habrá querido decir cisma, ¿verdad que no? —pregunto Bgr.
—¡Nop! Es Sisma, como le he dicho. ¿Que pasa, no me oye bien, muchacho? ¿No
estoy proyectando bien? —Alf Bob se dio una palmada en la rodilla y estallo en
carcajadas resollantes—. ¡El Señor es misericordioso! Y lo que oí decir últimamente es
que el fuera de la ley mas peligroso y camorrista del Este del Messasucki se ha unido a la
banda por una temporada. Probablemente, usted haya oído algo de el, Bill. ¡Es tocayo
suyo! ¡Se llama William Patochada, alias Billy el Riñon!3
El chinger salto en el asiento con entusiasmo, produciendo machucaduras y haciendo
saltar astillas.
—¡Jesús... eso es! Ese es el lugar.
—¿De que coño estas hablando? —barboteo Bill a través de la mas amarga mueca de
sus labios.
—De vez en cuando, Delazny murmuraba cosas acerca de lo que aparentemente era el
núcleo mismo de la Fuente de las Hormonas. El paradigma de la heterosexualidad
humana. ¡Yo le oí mencionar a esa banda Sisma y a Billy el Riñón! Pues ahora todo tiene
sentido, ¿no crees, Bill?
—¿Te importaría callarte durante un rato y dejarme morir? —sugirió Bill.
—Piénsalo, Bill. ¡olvídate de tus problemas digestivos y piensa en las estrellas! ¡Piensa
en la representación simbólica de las verdaderas energías en flujo, soldado! ¡La violencia
rampante ejercida por el principio masculino sobre el campo femenino! ¡Aquí es donde
esta ocurriendo todo, Bill! ¡Si consigo cortocircuitar a Frank, Jesse y Billy, acabara la
guerra chinger y vosotros, los seres humanos, seréis afectuosos, cordiales y dóciles lo
cual, postdata, sera un cambio muy raro.
—¿No te estas olvidando de Delazny? Todavía anda por ahí, hocicando en alguna
parte.
—¡Tengo conmigo mi fiel dispara-seis-balas, kemo, sabes! —grito el chinger,
blandiendo entusiásticamente su pequeña pistola—. ¡Me cargare a ese cabeza de mierda
de paso! ¡Me engaño a mi y a todo el ejercito chinger! ¡Voy a llenar de plomo a esa
alimaña!
Bill no estaba seguro de nada de todo aquello. Si no se moría de una vez, todo lo que
quería era bajarse de aquella diligencia, y mantenerse tan lejos como le fuera posible de
la violencia. Ya había tenido bastante.
—Eso esta bien para ti, chinger. Pero si la armada no consigue encontrarme, quizá
Irma y yo podríamos instalarnos en alguna parte y criar puercoespines o alguna otra cosa
tan bonita como esa.
—Tipo extraño; hablar consigo mismo de esa manera —dijo Alf Bob—. Pero déjeme
que se lo advierta. ¡La gente que se mete con la banda Sisma, prácticamente siempre
acaba criando malvas en Shoe Hill!
—Quiere decir, «Boot Hill», ¿verdad, viejo? —dijo Bill, recordando sus tebeos de tiros y
acción del Oeste, y pensando en una plantación, como buen granjero.
—Diablos, no. Eso esta en Dodge City. ¿Que se cree que soy?
Bill se disculpo, y también le sugirió a Bgr que mantuviera la boca cerrada durante el
resto del trayecto. Tal vez podría echar una cabezada y olvidar lo que estaba ocurriendo
con sus tripas. Pero justo en el momento en que comenzaba a quedarse dormido, una voz
plañidera interrumpio su reposo.
—¡Bill!
Bill abrió los ojos y se inclino por un lado de la diligencia. Irma estaba asomada a la
ventanilla y le dedicaba un petulante ceño fruncido.
—¡Si, mi pequeña flor del desierto, la mas dulce corola de la pradera? — se oyó decir
Bill. Cosas bastante repugnantes. Debía de ser el habla del Oeste.
—No me gusta estar aquí abajo. Es sofocante. ¿Puedo viajar ahí arriba, contigo?
—¡Dios... no lo se, dulce ramillete mío!
—¿Esa dama amiga suya quiere viajar aquí arriba? ¡Pues claro que puede! ¡Pero
tendrá que sentarse sobre mis piernas!
El enjuto viejo estallo en carcajadas.
Bill le transmitió el mensaje a Irma y ella decidió que, despues de todo, se quedaría en
el interior de la diligencia.
El sol era ya una ardiente bola roja en el horizonte púrpura, en el momento en que
avistaron los edificios de Cascadas de Estiércol, que apuntaban hacia el cielo como
mochos dientes carcomidos de mandíbulas torcidas. El polvo suspendido en el aire
convertía la puesta de sol en un velo sanguinolento que bañaba los suburbios de «El
Estiércol» (como Alf Bob llamaba a la ciudad) con una luz rojiza y cruda de sombras color
sepia. Era una ciudad que podría haber salido directamente de los tebeos del Oeste que
había leído Bill, con cartón, pintura barata y todo. Olía a caballos y a polvo; a estiércol y
alcantarillas descubiertas y cosas mucho menos agradables; la gente que caminaba por
las polvorientas y enfangadas calles, y refunfuñaba contra la diligencia al verla pasar,
tenían aspecto macilento y sórdido.
Bill se sintió como si hubiera vuelto al hogar, en Phigerinadon II.
—¡Sooooooo! —dijo Alf Bob, tirando de las riendas cuando los caballos llegaron a la
altura del hotel Uterino—. Bueno, amigo. Aquí es. Pararemos durante la noche. Le doy las
gracias por su bien cumplido trabajo. ¡Los conejos que espanto eran sabandijas viles! —
le guiño astutamente un ojo y luego se volvió y arrojo todo el equipaje al suelo fangoso
antes de bajar de un salto para ayudar a los pasajeros a salir de la diligencia.
Bill también salto, abrió la puerta de la diligencia y le tendió los brazos abiertos a Irma
que cayo en ellos. En cuestión de segundos los brazos de ella rodearon estrechamente el
cuerpo de Bill, y los labios de ambos se cerraron en un frenético beso.
—¡Oh, Bill! —dijo Irma, jadeando apasionadamente.
—¡Oh, Irma! —dijo Bill, soltándose frenéticamente el cinturón.
—¡Aquí no, tonto diablo apasionado! —rió ella y le aparto de si.
—¿Donde? —pregunto Bill con apasionada voz ronca.
—Ya lo se —dijo Irma con coquetería—. Me registrare en el hotel, amor mío. Luego
entrare a empolvarme la nariz. El recepcionista te dará el numero de mi habitación.
Pediremos que nos suban la comida para no tener que salir nunca mas. Pasaremos allí la
eternidad. Bueno, ¿no te parece eso realmente divertido?
A Bill le sonaba al material de que están hechos los sueños, pero existían otras
tentaciones. Por el rabillo del ojo advirtió la presencia de algo muy interesante. Al otro
lado de la calle, justo al lado del pronosticado primer banco fiduciario de la Fertilidad y el
Macrogameto, había una estructura bastante interesante que ostentaba un cartel en el
que se leía: SALON DEL NUEVO MATON.
—¡Eso esta hecho, amada mía! ¡Ve delante... y yo iré a verte lo antes posible! —
gorgoteo, pues le resultaba difícil hablar con toda aquella saliva afluyendo a su boca.
Irma le pellizco dulcemente una mejilla, y entro bulliciosamente con el resto de los
pasajeros para registrarse en el hotel.
—Venga, Bgr —gargareo Bill—. ¡Corramos al salón ese y te invitare a un latigazo de
Vieja Gabardina!
—Bien dicho, viejo amigo. ¡No puedo pensar en un lugar mejor para hacer un
reconocimiento de la situación!
Cruzaron húmedamente la calle fangosa y empujaron las puertas batientes del salón
del Nuevo Matón.
¡Para Bill, aquello era como estar en el paraíso! Aquel era su sitio, sin lugar a dudas. El
problema de las cantinas del ejercito, así como de la mayoria de los bares del universo
conocido, era que resultaban excesivamente tecnológicos. Uno no sabia donde realmente
acababa el plástico y comenzaba el buen y honrado alcohol. No, a Bill le gustaba que los
bares no solo tuviesen una atmósfera empapada en alcohol, sino que fueran lisa y
llanamente alcohólicos, y el salón del Nuevo Matón se ajustaba ciertamente a esa
descripción, y a Bill.
El local era oscuro y espacioso, y estaba impregnado del olor de la cerveza antigua, el
whisky derramado y los cigarros apagados; el tintineo de los vasos, las conversaciones de
los borrachos y los hígados que se derretían. La barra, una enormidad de madera de
caoba oscura, se extendía a todo lo largo del local y brillaba con apliques de latón. Detrás
había un enorme mural de una mujer reclinada y vestida con una gasa de abundantes
pliegues que se le deslizaban del cuerpo regordete. Sonreía cálidamente al escenario
alcohólico que tenia debajo. El hombre que atendía la barra, un tipo grande, calvo y
bigotudo que tenia una impresionante tripa, estaba secando indolentemente un vaso.
Cuando ellos entraron, levanto la vista. No pareció sorprendido en absoluto al ver que un
lagarto de cuatro brazos vestido al estilo del Oeste saltaba sobre la barra.
—¿Me dirán el nombre de su veneno favorito, caballeros? —pregunto.
—Acido hidrofluoridrico on the rocks —dijo Bill.
—Aha, hijito, es usted un buen fichaje. Marchando un bourbon quíntuple en jarra de
cerveza. ¿Y que le pongo a su pequeño compinche verde?
—Para mi solo una zarzaparrilla, por favor —dijo el chinger—. Y póngame una pajita.
Cuando sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la fresca oscuridad, Bill miro a la
gente que les rodeaba. Sentados aquí y allá había hombres vestidos al estilo del Oeste.
En una esquina, había una pequeña partida de póker en marcha.
—¡Que sitio tan fantástico! —dijo Bill, feliz.
—¡Ahí va eso, caballeros! —agrego el tipo de la barra, haciendo deslizar los tragos
sobre la superficie pulida de la barra—. Serán dos ochavos.
—¡Jesús!... paga mi amigo —dijo Bgr. Se lavo las manos en la zarzaparrilla, y luego se
comió la pajita.
—Ehhh... ¿cuanto son dos ochavos, señor?
—Sin bromas, hijito. Setenta y cinco céntimos.
—Si, claro. —Bill volvió sus bolsillos del revés. Todo lo que había en ellos eran hilas.
Bebió un vigorizante trago de whisky, por si acaso—. ¿Aceptan aquí tarjetas de crédito
dactilares de la armada? —pregunto, levantando el dedo meñique en el que tenia
implantada su escuálida cuenta de crédito.
El hombre de la barra frunció el entrecejo.
—Nada de juegos sucios, vaquero. En este bar se paga al contado. Pague, y nada de
papeles verdes. Si no tintinea no lo quiero.
Bill no tenia ni la mas remota idea acerca de que le estaba hablando aquel hombre. No
tenia ninguna de aquellas cosas, pero quizá pudiera hacer un trueque. Cambiar su pistola
por la bebida. La desenfundo.
El hombre de la barra, cuyos ojos le miraban atemorizados, levanto las manos en el
aire y meneo los dedos como loco.
—¡Burbujeante Belcebú, muchacho! ¡No dispare! ¡Los tragos corren por cuenta de la
casa!
Que hombre tan amable era en verdad aquel. Bill dejo caer la pistola sobre la barra y
se apodero de la jarra. Cuando la pistola golpeo el roble, el tambor se soltó y las balas se
desparramaron sobre la pulida superficie. El dueño del salón las toco vacilante y se le
cayo la mandíbula. Bill tragaba y el chinger masticaba su pajita.
—Bueno, un momento, jovencitos —dijo el hombre de la barra—. ¡Aquí hay una bala de
plata! Me encantaría aceptarla como pago. Por una bala de plata, caballeros, podrán
beber hasta que se caigan. Pero es otra cuestión. Si usted tiene balas de plata, entonces
eso tiene que significar... —El hombre miro a Bill con asombro y temor reverencial—.
Pues, tiene que significar que usted es el Cogorzo Ranger.
La hemos acentuado como palabra llana para respetar el juego con la palabra Niño;
Billy the Kidney (Riñón) en el original: Billy the Kid (o Billy el Niño), había nacido en los
barrios bajos de Nueva York; en 1871 sus padres emigran al Oeste, como tantas familias
de la época. Durante su adolescencia (muere alrededor de los veinte años, el 14 de Julio
de 1881), mata a 21 hombres «sin contar negros ni indios», según nos dice Piero Pieroni
en su libro L’Epopee du Far West, de la editorial Hachette; Billy el Niño muere a manos
del sheriff Pat Garret, que había sido amigo suyo, lo persigue durante un año y lo mata a
traición; lo espera en la casa de un amigo y cuando Billy el Niño regresa a la noche,
Garret le dispara a su silueta iluminada por la luz de la luna. ¡Que lo mata con toda
comodidad, vamos!
18 - La balada de Billy el Riñón
—¿El que? —pregunto Bill.
—¡El Cogorzo Ranger, muchacho! ¡Ya me pareció que tenia un aspecto familiar! —El
dueño del salón fruncía el ceño y sonreía al mismo tiempo, tarea difícil.
Todas las cabezas del salón se volvieron a mirarles, incluso las de las jarras de
cerveza.
—¡Usted tiene que haber oído que ese Billy el Riñón vendría a la ciudad con la banda
Sisma! —El hombre de la barra le devolvió la bala de plata a Bill—. Tome. Estoy de su
parte. Sera mejor que vuelva a cargarla. ¡Va a necesitar todas sus balas, muchacho!
—¿Cogorzo Ranger? —le susurro Bill a Bgr—. ¿De que esta hablando?
—No sacudas el bote, como decimos en la armada chinger —dijo Bgr—. ¿Nos dan
bebidas y pajitas gratis, verdad? —Salto sobre la barra, tomo un puñado de pajitas y
comenzó a masticarlas.
Un hombre vestido con cuero de ante, que lucia una larga y bamboleante barba y
bigotes a juego, se levanto de una mesa, se acerco a la barra y le tendió a Bill una mano
cordial.
—Bueno, que tal, amigo. Hace un puñado de años que espero para conocerle. ¡Me
llamo Hipo! ¡Wild Will Hipo!4
—¡Es un placer conocerle, Wild Will! —dijo Bill, que se estaba poniendo simpático con
todo el whisky que ya tenia amontonado debajo del cinturón (y que ya recorría
irrevocablemente el camino hacia su ya destrozado estomago), y contemplaba con ilusión
el interminable día de bebida gratuita que se extendía ante el—. Pero realmente, no se de
que están hablando. Yo me llamo Bill, con dos eles.
—¡No lo escuchen! —grito Bgr, mientras saltaba sobre la barra de un lado para otro y
agitaba los brazos para llamar la atención—. El es, sin duda, Cogorzo Ranger, yo lo
aseguro. Lo que ocurre es que le da timidez reconocer ante los extraños que ha matado a
tiros a mas hombres de los necesarios para llenar un tren, incluido el vagón de personal.
Yo lo se porque soy su fiel compañero chinger, Administrado, o algo así. Estamos aquí
para procurarles un destino fatal a la banda Sisma y a Billy el Riñón. Ah, y ya que
estamos, no habrán visto por aquí a una criatura llamada Delazny, ¿verdad?
Wild Will alzo sus pobladas cejas.
—¿BilIy el Riñón, dice? ¡Que me aspen! Van a la caza de un personaje realmente
resbaladizo. ¡No se nada de ese Deleznably, Cogorzo Ranger y Administrado, pero puedo
contarles un montón de cosas que se dicen por ahí de Billy el Riñón! De hecho, ocurre
que yo no solo soy un biógrafo del nicho, sino un bibliógrafo de todas las baladas,
leyendas y revistas juveniles de bajisima calidad que se han escrito acerca de ese maldito
tipo.
—Bueno, creo que no nos hará ningún daño oír hablar del hombre tras cuya pista
vamos, ¿verdad, Bill? —dijo Bgr.
Bill se encogió de hombros, levanto su jarra y la vació.
—¡Mientras el alcohol siga corriendo, compañeros, seré todo oídos! —sonrió
turbiamente cuando el vaso golpeo la barra delante de el.
Algo le hizo cosquillas en la memoria. ¿Algo? ¿Alguien? Una nueva ola de alcohol
borro aquel pensamiento, y el busco a tientas el siguiente trago. Tras levantarlo hacia su
nuevo amigo Wild Will Hipo, ambos brindaron cordialmente por la salud del otro.
—¡Muello! —grito Wild Will, ahuecando la mano—. ¡Muello Permisodetierra! ¡Tráeme el
morral que esta encima de la mesa! —Luego se volvió hacia Bill—. Hoy mismo he
conseguido un par de libros nuevos acerca del Riñón. Me remojare un poco el garguero y
haremos una lectura publica.
Wild Will bebió de un vaso de whisky grande y luego le dio el resto de la bebida al
hombre que le trajo el zurrón. Muello Permisodetierra padecía una tos seca y tenia bolsas
debajo de los ojos. —Gracias, Muello. Pobre Muello. Cayo accidentalmente por la borda
de la nave interespacial Interminusa. El y el sheriff Wyatt Glurp 5 tienen muchas historias
con la banda Sisma, ¿no es cierto, Muello?
El Muello se limito a murmurar algo acerca de ciertos spocks que tenia ante los ojos, se
echo el resto del trago triple al garguero y luego volvió a hundirse en su silla. Wild Will
revolvió su zurrón y extrajo de el dos libros de impresión barata con cubiertas chillonas y
papel aun mas barato. Se aclaro la garganta, levanto la mano para pedir silencio, y
comenzó a leer el principio:
La pala es una señora peluda
(que es el undécimo volumen de la serie Loo Dejahpar Amañana)
de Robert A. Atrocy
La partida de Denver salió disparada.
Dispararon grandes cantidades de cohetes hacia el desierto para intentar hacernos
volar por el aire a Billy el Riñón y a mi.
Pero aquellos jinetes de chatarra no sospechaban ni por asomo que Billy y yo
estabamos en las minas de hielo de la Luna, dedicándonos a llevar a cabo una serie de
casamientos con excelentes mujeres adolescentes núbiles (¡mujeres verdaderamente
duras aquellas!), allá arriba con nuestro buen camarada Usurera, la computadora
apurada. (¡Ese lujurioso cubo de neurosistores no quería saber nada con la carne vieja!)
Mi anciano, Lazarus Colgado, me enseño dos cosas: «Se amable con las mujeres» y
«No te creas nada de ellas». Así que cuando Denver voló nuestro feudo franco del
desierto, pensamos que lo mejor seria darles un poco de su propia medicina y desviamos
unos cuantos asteroides de su órbita espacial y jodimos bien a esos bastardos.
NENPAUAI
Eso significa: «No existe nada parecido a un abogado imparcial». Pregúntenmelo a mi.
Yo lo se porque antes de cambiarme el nombre era conocido como Larry el Litigioso. Tuve
mas procesos que usted bocadillos de lomo ahumado. Es jodidamente cierto. ¡Hijo-deperra!
En fin, volvamos a Billy.
El Riñón y yo las hemos hecho de todos los colores. Ese mamón nunca envejece, pero
no se como se lo hace. Me acuerdo de cuando viajé hacia el pasado en mi maquina del
tiempo, la S. S. Botadehebillas, y me encontré con el y Pat Desvan en una casa de placer
de Oklahoma City. El Riñón era solo un chaval y se llamaba William Patochada. Era un
jodido mamoncillo. Vi como les disparaba a cinco hombres a sangre fría y pense: «¡Este
tipo es un pellejo cargado de testosteronas! ¡Seguro que en la Luna nos vendrá muy
bien!»
—¡De acuerdo! —dice, cuando le hablo de todo el sexo gratis. Pero no le hablo de los
abogados ni los almuerzos.
Cosa rara, sin embargo.
El viaje temporal le sacude un montón.
¡Y, demonios, muta!
Pero como iba a suponer que ocurriría eso. De todas formas, Billy el Riñón sigue
siendo un gran tipo y todo eso, y tenemos un robomocho que lo sigue, limpiando el suelo.
Como dice Lazarus Colgado: «Un hombre alcanza la inmortalidad a través de su
cerebro y sus logros sexuales». Suena bien, aunque un poco a mierda machista.
La lectura fue interrumpida por un grito ronco que provenía del otro lado de las puertas
batientes.
—¡Es la banda Sisma! Están aquí. Y el Riñón esta...
¡Bang! El sonido de un disparo y su eco fue seguido instantáneamente por el piuunnng
provocado por el rebote de la bala en el salón.
—¡Arggh! —dijo una voz. Un hombre con botas y un chaleco ensangrentado empujo las
puertas batientes, dando traspiés—. ¡Me han dado! —Cayo al suelo, y sus espuelas, que
quedaron apuntando hacia el techo, tintinearon como campanillas de Navidad.
—¡Oh, Dios mío! —exclamo Wild Will, cerro apresuradamente el libro y se metió debajo
de la mesa—. ¡Es el Riñón!;Y viene hacia aquí! ¡Escóndase, Cogorzo Ranger!
¡Escóndase, Administrado! ¡El Riñón es un asesino cuando se cabrea, y cuando se entere
de que Cogorzo Ranger esta aquí, no va a ponerse de buen humor!
Fue tal la atmósfera de lobreguez y muerte transmitida por los bebedores que se
escondieron bajo sillas y mesas, que incluso las rodillas de Bgr comenzaron a
entrechocar. El chinger se lanzo de cabeza bajo la barra.
—¡Escóndete, Bill! —grito—. ¡Esto me da malas vibraciones!
Bill, que se dedicaba con sedienta atención a su whisky, estaba demasiado embotado
como para que le importara realmente. Hizo un simbólico esfuerzo para meterse detrás de
la barra, pero se encontró con que las espuelas se habían trabado de alguna manera con
el posapies. Estaba dedicándose a intentar quitarse las botas, cuando las puertas del
salón se abrieron de golpe y entro el primer fuera de la ley.
—¡Es Frank! ¡Frank Sisma! —dijo un temeroso susurro proveniente de debajo de una
de las mesas.
Bill se quedo tan estupefacto con la cosa que entro caminando, que dejo de luchar con
las botas y se quedo mirándola.
La criatura que tenia ante si parecía un gigante globo pensado por un dibujante de
tebeos, vestido al estilo del Oeste. Su cuerpo era redondo y brillaba con un fluido espeso.
Sus ojos oscuros miraban con malevolencia desde debajo del sombrero negro. Alrededor
de su bulbosa base brillante llevaba un cinturón con una pistola. Su cintura desaparecía
para convertirse en un flagelo que no solo le proporcionaba un soporte a todo el cuerpo,
sino que además era responsable del movimiento de avance.
¡Frank Sisma era un espermatozoide gigantesco!
—¡Ovarios! —espeto Frank Sisma—. ¡Donde están los malditos ovarios bailarines, por
amor de Dios! —Su brazo, mano y dedo protoplasmático sujetaban la pistola. Disparo al
techo y provoco una lluvia de escayola. Luego, volvió sus ojillos bizcos en dirección a
Bill—. Eh, tu, amigo. ¿Como es que no estas temblando y castañeteando los dientes
como esos otros cobardes? ¿Como es que no estas escondido debajo de una mesa?
El espermatozoide se deslizo hacia Bill, con un goteante ceño fruncido en su rostro
liquido.
—¿Te apetece un trago? —pregunto Bill.
—¡No quiero un jodido trago! —gruño Frank Sisma, líquidamente—. ¡Lo que quiero
saber es como es que te crees tan valiente!
Metió la pistola directamente dentro de una de las fosas nasales de Bill.
El frío del metal fue suficiente para despertar el hasta entonces intoxicado sentido de
autoconservacion de Bill.
—Bueno, Frank, para serte sincero, es que no puedo moverme. Se me ha atascado
una bota. —Señalo la espuela atascada en el posapies de la barra y sacudió el pie. Por
alguna razón, cuando volvió a tirar, el pie se deslizo del interior de la bota dejando al
descubierto un calcetín apestoso y húmedo.
La reacción de Frank Sisma fue inmediata. Su pálido rostro se puso inmediatamente
rojo como una remolacha. Comenzó a ahogarse, la pistola se le cayo de la mano y el
retrocedió boqueando.
Una granizada de balas manó instantáneamente de debajo de las mesas y detrás de la
barra, desgarrando la membranosa superficie de la piel del espermatozoide gigante.
Frank Sisma se derrumbo sobre el suelo, mientras su flagelo se retorcía como una
serpiente agonizante.
Frank Sisma murió tras un jadeo.
—¡Jesús, Cogorzo Ranger! —grito alguien—. ¡Vuelve a ponerte la bota! ¡Vas a
matarnos a todos!
Bill volvió a deslizar el calcetín en el interior de la bota, y luego volvió los ojos hacia
Frank Sisma, que yacía en el suelo y se derretía como un cubo de hielo sobre una estufa.
Se estremeció y volvió a meter la nariz en su vaso de whisky hasta vaciarlo.
—¡Muy bien! —dijo una voz gruñona, mas allá de las puertas—. ¡Manos arriba,
alimaña!
Bill levanto los brazos.
A través de la puerta se deslizo otro espermatozoide. Era exactamente igual que Frank
Sisma, pero este tenia una cicatriz que corría a lo largo de todo su rostro y cuerpo
bulbosos.
—¡Es Jesse! —gritaron los otros—. Jesse Sisma.
El espermatozoide se acerco rápidamente al cuerpo caído de su hermano. Lo pateo
una vez con su flagelo, y el cuerpo se desinflo del todo.
—¿Quien ha hecho esto? —susurro a través de sus pseudo-dientes apretados.
De debajo de las mesas asomo un ejercito de brazos que señalaron a Bill con el dedo.
—¡El lo ha hecho! ¡El! ¡El Cogorzo Ranger!
Jesse Sisma retrocedió un paso.
—¿El Cogorzo Ranger?
—¡El Cogorzo Ranger! —dijeron los otros a coro.
—¡Creo que aquí hay un caso de confusión de identidades! —dijo Bill.
—¡Cogorzo Ranger, has matado a mi hermano a sangre fría! ¿Sabes quien soy yo?
—Dicen que eres Jesse Sisma —dijo Bill, farfullando un poco—. ¡Pero a mi me pareces
un enorme espermatozoide!
Jesse Sisma sonrió ferozmente.
—Eso es lo que soy, amigo. El espermatozoide mas grande al oeste del rió
Vasectomía. Y también soy el mas vil. ¡Así que desenfunda y prepárate a morir, porque la
venganza es mía!
Jesse Sisma saco su pistola con la velocidad de un rayo lubricado.
De hecho, el fuera de la ley había desenfundado la suya antes de que Bill pensara
siquiera en sacar su propia arma. La pistola del fuera de la ley apuntaba a Bill, y el dedo
del gatillo estaba a punto de disparar, cuando repentinamente el chinger irrumpió a través
de la parte frontal de la barra con las pequeñas pistolas disparando.
Las balas penetraron en el pecho de Jesse Sisma, o en el sitio en el que hubiera
estado su pecho si hubiera tenido pecho. El fuera de la ley dejo caer su pistola, y se
tambaleo mientras se miraba el bostezante agujero abierto en el centro de su cuerpo.
—¡Cogorzo Ranger! ¿Como has hecho eso? ¡En ningún momento vi que tu mano
derecha se moviese!
Del publico que estaba debajo de las mesas, partió una descarga de balas que
atravesó a Jesse Sisma el espermatozoide y le convirtió en una ruina chata de andrajos,
jirones y tiras, similar a su hermano Frank.
—¡Yujuuuu, yeeeaaa! —grito la gente de la ciudad—. ¡Viva Cogorzo Ranger! ¡Ha
matado a los hermanos Sisma!
Bill retorció la punta de su bota sobre el suelo con fingida incomodidad, y vio al chinger
Bgr que estaba de pie junto al agujero que había abierto en la barra, y soplaba el
humeante canon de una de sus pistolas.
—¡Eh, alguien tenia que hacerlo!
Wild Will levanto y le palmeo la espalda a Bill.
—¡Buen disparo, amigo! ¡Bueno, los hermanos han muerto, pero Billy el Riñón y la
banda Sisma están ahí fuera, en alguna parte, echados en tierra!
Se oyó una voz que gritaba desde el otro lado de las puertas.
—¡Frank! Jesse! ¿Estáis bien, muchachos?
—¡Están muertos, Billy el Riñón! —gruño el dueño del salón—. ¡Tenemos aquí al
Cogorzo Ranger, y tu estarás igual de muerto si vienes a menear la cola por aquí!
—¡Arrrgh! —gruño—. ¿Has dicho el Cogorzo Ranger? ¡Bueno, mañana tenemos que
efectuar nuestro deposito en el banco del Macrogameto, y ningún Cogorzo Ranger va a
impedirlo! ¡Te diré una cosa, hijito, te desafío a un duelo! ¡Si, solo tu y yo, Billy el Riñón!
En el No-Go Corral. ¡Mañana, al romper el alba!
—¡De acuerdo! —grito el dueño del salón—. Allí estará, Billy. ¡Prepárate para hacer un
viaje a Boot Hill!
—¿Querrá decir «Shoe Hill», ¿verdad? —pregunto Bill, turbiamente.
—No. Billy se compro una tumba en Dodge City —grito el dueño del salón— ¡Ahora, tu
y tu banda moved el culo y largaos de aquí!
Se oyeron maldiciones, y luego el golpeteo de los cascos de los caballos que salían de
la ciudad.
El dueño del salón les dedico una sonrisa a Bill y los demás.
—¡Se han marchado! ¡La banda Sisma y Billy el Riñón se han largado de la ciudad!
¡Hip, hip, hurra por Cogorzo Ranger y su fiel compañero Administrado!
—¡Hip, hip, hurra!
Bill sonrió borrosamente.
—Dios, a mi me parece bien. Solo que... ¿que pasara con el numerito de mañana en el
No-Go Corral?
—¡No te preocupes, Cogorzo Ranger! —dijo Wild Will—. Da la casualidad de que el
sheriff vuelve hoy a la ciudad en la diligencia de Cansas City de las diez y diez. ¡El te
ayudara!
—¡Bien! —exclamo el chinger—. ¡Y recuerda que tienes a Irma esperándote en la
habitación del hotel! ¡Jesús, esto es simplemente fantástico! ¡El ultimo enfrentamiento,
mañana al alba! ¡Esto podría ser justamente lo que necesitamos para anular la
Hiperglándula! ¡Que simbólico!
Bill no escucho la ultima parte del entusiasta discurso de Bgr. Solo oyó el nombre de
Irma, y eso fue suficiente.
—¡lrma! —dijo, recordando—. ¡Ya es hora de que vuelva a sus anhelantes brazos!
—¡Aquí tienes, deportista! Otro remojon para el camino, ¿eh? —Lleno con whisky el
vaso de Bill—. ¡Ella te esta esperando, héroe!
—¡Ya lo creo! —exclamo Bill, vació el contenido del vaso, se volvió con movimientos
inseguros y camino hacia la puerta y al hotel que estaba al otro lado de la calle.
—Diviértete, Bill —le grito el chinger—. Me quedare aquí y disfrutare de una o dos
pajitas, mientras charlo con Wild Will.
—Shhh —dijo Bill, sin oír apenas, mientras salía tambaleándose por la puerta.
—¡lrma! —dijo—. ¡lrma!
Cuanto la ansiaba, ansiaba sus ojos, ansiaba suspirar dulces ternezas en su oído. Bill
nunca se había sentido así antes, nunca en toda su vida.
Así que era esto, penso, parpadeando a través de la rojiza niebla del alcohol.
¡Estaba enamorado!
¡Suspiro!
No sabia si estaba enamorado por Irma o por el whisky, pero se sentía feliz como un
dragador altarniano en celo. ¡La vida tenia sentido, despues de todo, y todo el sentido de
la vida tenia ojos de gacela, una dulce sonrisa, una naricilla mona y se deletreaba I-R-MA!
¡Y, maravilla de las maravillas, ella también le amaba a el!
Los soldados galácticos no se enamoraban. Había una cláusula que lo prohibía de
forma especifica. Pero a Bill no le importaba, porque era un loco, un tonto impetuoso.
¿Podría finalmente, despues de tanto tiempo, sentir alguna agitación en su corazón
endurecido por el entrenamiento militar? ¡Dulce y tierna emoción!
¡Ah, dulce y querida Irma!
Con un alegre ritmo en sus pasos, una canción en el corazón, mucho alcohol en su
cerebro y una cirrosis a la vista, Bill subió los escalones del hotel, dando traspiés. Al
recepcionista del vestíbulo le falto tiempo para decirle que la señorita Irma estaba en la
habitación 122, y que aparentemente lo estaba esperando a el, pues había pedido al
servicio de habitaciones dos botellas de champan y un extraño filete de solomillo.
Bill sonrió abiertamente.
Con el corazón latiendo al ritmo de su pasión, Bill salió al pasillo tropezando, en busca
de la habitación.
Finalmente, los números «1-2-2» aparecieron ante sus vidriosos ojos. Intento abrir la
puerta, pero estaba cerrada con pestillo.
Llamo con los nudillos.
No hubo respuesta.
¿Pero que era aquello? Le pareció oír suspiros de pasión que provenían del interior.
—¡lrma, tesoro mío! —llamo con voz ronca—. Soy yo, Bill, tu amado. Déjame entrar,
adorada.
Se oyó el sonido de un grito repentino y muebles que se rompían. En la cabeza de Bill
sonó una alarma.
¿Estaba ocurriendo allí dentro algo violento?
Irma estaba en apuros.
—¡No te preocupes, Irma! —grito—. Yo te salvare.
Retrocedió, y corrió hacia la puerta proyectando sobre la madera un hombro entrenado
en el campamento Loen Trotsky. Un golpe fue todo lo que necesito Bill para atravesar la
endeble puerta. Entro en la habitación dando traspiés y aullando:
—¡lrma! ¡lrma! ¡Donde estas! ¡lrma!
Instantáneamente resbalo sobre las botellas de champan vacías y se estrello de cara
contra el suelo.
Desde aquella posición horizontal, levanto los ojos parpadeando confusamente, y se
encontró con dos rostros que le devolvían la mirada, asomados desde debajo de la ropa
de una enorme cama de latón.
Uno pertenecía a Irma.
¡El otro rostro de la cama pertenecía al malvado doctor Látex Delazny!
4 El autor hace aquí una humorística referencia a Willd Bill Hickok, conocido en el
Lejano Oeste como «El Rey de los Pistoleros» que un día declara, ante el periodista
Henry Stanley, que ha matado a mas de 100 hombres. Se decía de el que «So1o tira para
matar». Mack Call mata a Hickok mientras este esta jugando una partida de póker; le
descarga la pistola en la nuca. Se cuenta que Hickok, al morir, tenia en la mano una
pareja de ases y una de ochos, que en póker es conocida como «la mano del muerto».
5 Wyatt Glurp (Splur en el original, es decir, Sorbeconruido): el autor alude aquí al
sheriff Wyatt Earp, que intervino en la matanza de O.K. Corral con la ayuda de, entre
otros, Doc Holliday.
19 - Duelo en el No-Go Corral
—¡Irma! —Grito Bill. Sus ojos parpadearon, se abrieron enormemente y se salieron de
las órbitas a causa del pasmo que le producía la vision que tenia delante: su adorada, el
amor de su vida, entre sabanas con su peor enemigo, un villano que intentaba dominar el
universo.
—¡lrma! ¡Estoy aquí para salvarte!
Se lanzo hacia delante... luego se detuvo profiriendo un chillido e Irma le grito.
—Para el carro, muchacho —gruño ella, apuntándole con una pequeña pistola de
tambor—. Hazle daño a un solo pelo de su adorado cráneo calvo, y yo te meteré un
lingote de plomo en esa cabeza de alfiler donde, según la teoría, se supone que tienes el
cerebro.
—Pero... pero... —tartamudeo Bill, mientras sumaba de mala gana uno mas uno y
obtenía un horroroso dos. Lenta pero ineluctablemente, contra su voluntad, la horrorosa
verdad se filtro a través de su consciencia y paso de una a otra sinapsis cargada de
alcohol.
—¡Esto no puede ser verdad! ¡Tu eres mi chica! —grazno con impotencia.
—¡Hombres! ¡Una chica dice unas cuantas tonterías, y ya creéis que es de vuestra
propiedad! La vida real simplemente no es así, muchacho. Has estado leyendo
demasiados tebeos románticos. Ahora, lárgate —le gruño con desprecio.
—Pero, yo te amo, Irma —gimoteo el con repulsiva autocompasión—. ¡Y tu dijiste que
me amabas a mi!
—Pues, en ese caso, soy inconstante. Es una prerrogativa femenina la de cambiar de
opinión. —Se apretó contra Delazny y le mordisqueo una de sus orejas en forma de
concha. Eran como una concha de almeja—. ¡He encontrado un verdadero hombre!
—¡Pero tu padre... dijo que desde que Delazny te perseguía, tu siempre le desdeñabas!
¡Que era una de las razones por las que ese buen hombre se volvió majara! —Miro a
Delazny—. ¡lrma era una de las razones por las que usted quería sondear los secretos de
la Hiperglándula! ¡Tiene que ser eso! ¡Usted esta aquí, y ha descubierto el poder secreto
de atracción que saca a las mujeres de sus cabales mas allá de la razón!
—De hecho, no, todavía no del todo —dijo Delazny—. Lo siento, muchacho... eso
ocurrirá mañana, cuando Billy el Riñón, la banda Sisma y yo acabemos contigo y toda la
oposición en el No-Go Corral, y luego ingresemos nuestras ganancias de pillajes en el
banco del Macrogameto. Veras, el secreto del poder universal reside allí. —Miro a Irma y
sonrió—. Irma y yo simplemente nos topamos en el vestíbulo e hicimos buenas migas de
inmediato.
—Me di cuenta de cuanto le había echado de menos. Yo era tan inocente, tan mojigata
en aquellos días pasados... Así que si no te importa, viejo amigo, y quiero decir viejo, ¿por
que no te largas?
—Y —dijo burlonamente Delazny— ¿puedo unir a eso mi propia recomendación,
amigo? Piérdete. ¡Te veré mañana al alba! ¡Simplemente asegúrate de encargar un bonito
ataúd para ti!
—¡lrma! —dijo Bill, sintiendo que su vulnerable corazón se le derretía en el pecho y
goteaba lentamente hasta las plantas de los pies.
—¿Que es lo que no te gusta de mi?
Irma frunció los labios en una mueca de desdén.
—Bueno, para empezar, esos colmillos.
—¡Pero tu dijiste que mis colmillos te gustaban!
—Simplemente no sabes como tratar a una chica, Bill —suspiro desdeñosamente Irma.
—¡Puedo aprender! Irma... por favor... ¡dame otra oportunidad! No te quedes con ese
villano. ¡Vente ahora conmigo! —Bill cayo de rodillas, rogando, actuando como un
completo idiota.
—Vete Bill. ¡Mi nuevo amor es absolutamente mítico!
A Bill le daba vueltas la cabeza, y ahora solo sentía un dolor en el pecho, en el sitio en
el que debería haber estado su corazón. Les volvió la espalda y salió de la habitación
tambaleándose y en estado de conmoción; tenia serias dificultades para respirar.
¡El doctor Delazny!
¡El doctor Delazny e Irma!
La vida, que nunca había sido exactamente un lecho de rosas, estaba volviéndose un
poco demasiado terrible últimamente. Bill nunca había esperado justicia, pero hubiera sido
bonito tenerla, aunque solo fuera un poco. Suspiro profundamente y bajo las escaleras,
tambaleándose.
No había justicia. Solo había engaños, embustes, y las confabulaciones de siempre. Y
bebida. Se apresuro a volver al salón antes que los demás se le adelantaran demasiado
en la borrachera.
El horizonte parecía un huevo roto, y al alba que recordaba la yema amarilla y la
pegajosa clara se derramaba sobre las lejanas montañas y el desierto. El olor de la
muerte flotaba ya en el aire. La mañana tenia sabor a botas, tumbas y desierto árido y
frío. Las espuelas de Bill tintineaban mientras se dirigía al sitio que llamaban No-Go
Corral, con la pistolera abierta, balas nuevas en la pistola, y el chinger que una vez había
sido Eager Beager, caminando a su lado.
—¡Jesús...! Espero que estés preparado, Bill.
—Supongo que si —dijo Bill.
— ¡Este es sin duda un día de letras rojas para la historia del Universo!
—Pse
—¿Como te sientes?
—Sanguinario y carcomido.
—Eso es lo que yo llamo realmente fantástico, Bill. Simplemente fantástico. No hay
nada como montones de violencia para traer la paz a la galaxia, ¿eh?
A Bill le taladraba la cabeza una resaca del tamaño del Gran Cañón. Sentía la boca
como si fuera el Valle de la Muerte lleno de moscas salteadas. Su estomago parecía un
tanque de fermentación de la fabrica de pegamentos galáctica. Su hígado, si hubiera
podido verlo, cosa que no quería, debía estar como si la gran línea ferroviaria hubiera sido
clavada en el con mazas de diez kilos.
Si. La noche anterior había entrado decididamente en el salón, y le había tomado al
dueño la palabra acerca de su oferta de bebida gratis ilimitada; había dejado que los otros
vaqueros, jugadores y alcahuetes bebieran un sorbo aquí y allá como pago por la sincera
conmiseración por sus infortunios. El chinger había desaparecido en algun momento de la
noche, pero Wild Will y Muello Permisodetierra aun estaban allí, aceptaron contentos la
hospitalidad del héroe y le proporcionaron compasión por la perdida de Irma, además de
contarle sus propias historias amorosas de perdida, traición, tristezas y heroicas
borracheras.
Muello Permisodetierra era una especial colección de tesoros, pues sus gustos se
inclinaban hacia lo alienígena y exótico y eso le había proporcionado muchísimas
oportunidades de sufrir raros desengaños. En aquel momento, por ejemplo, se estaba
recuperando del agotamiento que le había provocado una historia particularmente tórrida
que había tenido con la oficial científico de su ultima nave, la U. S. S. Piezacentral, una
sádica medio humana medio metaloide con gustos incluso mas perversos que los de el. El
Muello había llegado a estar a punto de bajarse los calzoncillos para enseñarle las
cicatrices que le había dejado el apasionado romance. Pero eso era demasiado, incluso
para aquella encallecida gente, por lo que le habían amenazado con expulsarle de la
ciudad, y se habían vuelto a sentar para seguir bebiendo.
A eso de las diez y media el sheriff Wyatt Glurp se había unido a ellos según lo
prometido, y les había ayudado a dejar seca la barra para recuperar el tiempo perdido.
Bill había caído en la inconsciencia un poco despues de la medianoche, tendido sobre
la barra con los pies apoyados en el rostro del Muello y la cabeza sobre una botella de
whisky Vieja Alcantarilla Maestra. Se había despertado con el sonido de los chillidos del
chinger ex-Eager Beager en el oído, que le decían que ya casi era el alba. Lo único que
había conseguido levantarle habían sido los reflejos del soldado. Pero una vez en pie, la
idea de enfrentarse con el doctor Delazny y llenar de plomo caliente a aquel bastardo (o
mas bien, en aquel caso, de plata), le motivaron lo suficiente como para cobrar animo bajo
el peso de la resaca.
—¡Jesús! —había dicho el chinger, cuando el le había relatado los acontecimientos que
habían tenido lugar en la habitación del hotel, la noche anterior—. Eso es muy malo, Bill;
¡pero recuerda que, como decimos muy a propósito los chingers, hay muchas mas
kraxelas para pringlegear!
Bueno, ¿quien podía esperar que un chinger comprendiera la tristeza y el dolor de
corazón que causaban una perdida amorosa? Especialmente un chinger que
pringlegeaba kraxelas. Sin embargo, al pequeño alienígena no se le escapo el hecho de
que Bill deseaba acabar con el doctor Delazny, y alimentó aquel deseo con toda su alma.
—¡Jesús, Bill! ¡Apuesto a que hay una enorme sonrisa satisfecha en el rostro de
Delazny! —le dijo, mientras Bill marchaba hacia el No-Go Corral, con Wild Will, Muello
Permisodetierra y Wyatt Glurp a la espalda.
—¡Cállate, chinger! —le grito Bill.
—No se debe incitar así a un hombre que va camino de un duelo; debes dejarle que se
relaje —dijo Wyatt Glurp, mientras se peinaba el largo bigote. En las pistoleras llevaba
dos Colt 45 lustrados y brillantes; sus botas también estaban lustradas de forma
impecable, al igual que las botas de toda la partida que les acompañaba (cortesía del
chinger ex-Eager Beager que no necesitaba dormir) y tuvo un ataque de nostalgia de
aquella función que había desempeñado años atrás.
—¡Me estoy relajando bien, gracias! —señalo Muello Permisodetierra, echándose al
garguero un trago de whisky. Luego le paso la botella a Bill, pero este la rechazo.
—No —dijo Bill, entrecerrando los ojos para protegerlos del horizonte deslumbrante—.
Quiero tener los sentidos claros, agudizados y con toda su maldad cuando tenga a
Delazny al alcance de mi pistola.
—¡Ese es el viejo espíritu guerrero, Bill! —dijo el chinger, levantando cuatro garras de
reptil cerradas en puños—. ¡Esa es la forma en que derrotaremos a Delazny, Billy el
Riñón y su banda! ¡Como acabamos con los hermanos Sisma la pasada noche!
Bill escupió hacia el desierto.
—¡Pse!
Los edificios que comprendían el No-Go Corral se elevaban ante la vista a lo lejos. Los
establos y construcciones accesorias estaban rodeadas por una cerca de madera. Ante
ella había un hombre de pie, rodeado por el grupo de espermatozoides mas feos que Bill
hubiera visto jamas.
—¡Apártate, Bill! —grito el doctor Látex Delazny. El científico loco estaba vestido
completamente de negro, exceptuando los dos revólveres plateados que colgaban de su
cintura, preparados para la acción—. ¡Nos dirigimos hacia el banco del Macrogameto para
llevar a cabo la retirada de efectivo mas importante del siglo! ¡No! ¡La mas importante de
la Eternidad! ¿No es así, muchachos?
—¡Así es, doctor D.! —dijeron a coro los veinte espermatozoides, mas o menos, que
estaban aparcados alrededor de el y se balanceaban sobre sus delgados flagelos igual
que los hermanos Sisma.
—¡Sera cuestión de bang, bang, bang, y el universo sera mío! —grito el doctor
Delazny—. Ah, Bill, Irma me pidió que te dijera ¡Hola! de su parte.
—¡Eso acaba de inventárselo ahora mismo! —dijo Bill, echando mano a su pistola de
seis balas.
Wyatt Glurp le detuvo.
—No, Bill. Espera a que ellos desenfunden primero, porque esa es la manera que
tenemos de jugar nosotros, los tipos del sombrero blanco.
Anduvieron unos pocos pasos mas, y se detuvieron en seco cuando el doctor Delazny
levanto una mano.
—Esperen un momento, amigos. ¡Quiero aprovechar esta breve oportunidad antes de
hacerles saltar a todos por los aires, para presentarles a un buen compañero mío, Billy el
Riñón! —Delazny miro detrás de si—. ¿Por que no das un paso y haces una reverencia,
Billy?
Un espermatozoide particularmente deforme y sucio que llevaba ropas andrajosas y un
sombrero agujereado por las balas se adelanto reptando y clavo en los recién llegados
unos ojos que tenían menos vida que un pez muerto. El Riñón masticaba algo que tenia
en la boca, y por su cuerpo daba vueltas un bulto que parecía un carbuncle animado.
Billy el Riñón escupió un salivazo de jugo de tabaco que resonó sobre la mugre
endurecida, reboto y se estrello contra el poste de la cerca.
—Así que vosotros, alimañas, queréis pelea, ¿eh? ¿Os pensáis que podéis matar a mis
amigos los hermanos Sisma y salir bien parados? ¡Bueno, preparaos a convertiros en
comida de buitres y descansar por toda la eternidad en Shoe Hill! —Desenfundo sus
armas, las hizo girar juguetonamente en el aire, y luego las apunto al aire—. ¡Y adivinad
quien va a venir a cenar!
Bill miro hacia el cielo. Por encima de aquel escenario volaba un grupo de aves
rapaces especialmente feas, que miraban a los buenos y se lamían los picos.
—No me hagas reír, Riñón —dijo Wyatt Glurp—. Has escupido tu ultimo salivazo. Dado
que tienes un poco de ayuda en tu discusión aquí, con Bill, Muello y yo vamos a arreglar
nuestras cuentas pendientes contigo esta misma mañana. ¡Además, seria un bonito
cambio si podemos impediros que os salgáis con la vuestra con respecto al banco,
muchachos!
Delazny se echo a reír.
—Eso es lo que usted piensa, sheriff. ¡Olvide decirle que he contratado los servicios de
toda la nación india Vindaloo para este pequeño duelo a tiros! —Hizo un gesto con su
mano libre—. ¡Salid muchachos y dejaos ver!
De detrás de los establos reptaron al menos cincuenta espermatozoides mas que
llevaban plumas, taparrabos y un solo mocasín al final del flagelo. Cada uno llevaba un
arco y una flecha en la mano, y todas apuntaban a Bill y compañía.
Bill abrió mucho los ojos, y por una buena razón. No solo su vida estaba amenazada,
sino que no todos los días uno se cruza uno con espermatozoides piel roja gigantes.
Desgraciadamente tenia una buena vista de las colinas por las que descendía un rió de
miles y miles de indios Vindaloo que brillaban húmedamente a la luz del sol naciente.
—¡Creo que hay una cosa buena en trabajar con espermatozoides! —dijo el doctor
Delazny—. ¡Cuando encuentras uno, siempre hay un par de millones rondando por el
mismo sitio!
—¡Jesús, muchachos! —argumento Bgr el Chinger—. Esto no tiene buen aspecto,
¿verdad?
Muello Permisodetierra sacudió tristemente la cabeza y se encogió de hombros.
—Demonios, y sin embargo supongo que de eso trata la vida, ¿no? Lo tenemos
delante de los ojos. Es la interminable, afanosa, anhelante, vibrante e indefinible urgencia
de unirse. ¡Eso es lo que quiere la naturaleza! ¿Y que es la Naturaleza sino una enorme
búsqueda cósmica del ying y el yang? ¿La individualidad? ¿El alma humana? ¡Bah! ¡No
es nada comparada con la palpitante marea de criaturas de procreación sin mente y
babeantes que rige las profundidades del ser humano! —Señalo con un gesto el mar de
espermatozoides fuera de la ley e indios, tosió y luego desenfundo su pistola de seis
disparos—. ¡Nuestro destino, caballeros! ¡No nos marchemos de forma elegante!
—Bueno, Bill —dijo pensativamente el chinger—. ¡Creo que fui mas bien tonto al
pensar que podía detener este fenómeno! —La cola de Eager Beager rodeo su cuerpo y
toco la boca del lagarto con gran ceremonia.
—¿Que es eso? —pregunto Bill, que intentaba recuperar el aplomo y no acababa de
conseguirlo—¿Un ritual religioso chinger?
—No exactamente, Bill. ¡Simplemente le he dado un beso de despedida a mi cola!
Entre los indios reunidos se levanto un clamor de guerra. Comenzaron a deslizarse por
la colina, cantando y esgrimiendo sus lanzas. Eran espermatozoides de aspecto salvaje
sin duda, pintados, con el aspecto feroz y malvado de los roedores galileos en el día de la
Marmota Galáctica.
—Mieeerda —dijo Wyatt Glurp—. ¡Esta mañana va a provocar el Little Big Horn; parece
el ultimo puesto de helados de Custer! —Levanto su pistola y apunto—. ¡Bueno, si vamos
a morir... sera mejor que muramos como hombres! —Le disparo a uno de los miembros
de la banda Sisma justo entre las vacuolas.
—¡Pero yo no soy un hombre! —observo Bgr—. ¡Soy un chinger! Realmente creo que
no debería estar aquí.
—Pendenciero reptil maricon —dijo Muello Permisodetierra mientras las balas y flechas
pasaban silbando junto a sus orejas—. ¡Pon en funcionamiento esas pistolas! —Sus
propias armas comenzaron a escupir fuego, y una hilera de los indios que estaban mas
cerca mordieron el polvo en medio de un confuso tumulto.
Eager Beager se apresuro a meterse de un salto detrás de una roca desde donde
comenzó a disparar contra la multitud de atacantes.
En cuanto voló la primera flecha, a Bill le abandono todo vestigio de su hombría del
Oeste. Aquello no era una lucha; era una matanza. ¡La única cosa inteligente que podía
hacer alguien con un gramo de cerebro era poner pies en polvorosa!
Sin embargo, cuando Bill se volvió para salir corriendo, vio que le habían cortado el
paso. Detrás de ellos afluía una enorme cantidad de indios Vindaloo.
¡Estaban rodeados!
—¡Mierda! —comento Bill, brillantemente, mientras comenzaba a disparar con la
esperanza de abrirse paso a tiros, haciendo estallar a aquellos imbéciles membranas
rojas. Pero por cada indio que derribaba, otro ocupaba su lugar; y se estaba quedando sin
municiones.
¡Todos ellos se estaban quedando sin municiones!
Wyatt Glurp tenia un brazo atravesado por una flecha y una bala en la barriga, pero
continuaba disparando.
—¡Mieeerda! —rió—. ¡Solo me queda una bala! —Chorreando sangre, les gruño a los
fuera de la ley— ¡Billy! ¡Esta bala tiene escrito tu nombre! —Con un grito de guerra que
sonó digno de un chillido de rebelión de soldadesca, el sheriff Glurp cargo contra el grupo
de forajidos que disparaban. ¡Pluf, pluf, pluf!, sonaron las balas al entrar en su cuerpo
varonil, Pero el sheriff continuo caminando, empapado en sangre, hasta que estuvo a la
distancia de un escupitajo de Billy el Riñón.
—Riñón —jadeo—. ¡Chúpate esta!
Billy el Riñón se volvió para huir, pero la bala del sheriff Glurp le alcanzo por la espalda.
El Riñón exploto como un balón lleno de agua y cayo pesadamente al suelo.
—¡Ahora puedo morir feliz! —gruño el sheriff.
—¡Nosotros te ayudaremos! —gritaron los de la banda Sisma, que inmediatamente
procedieron a llenarle de plomo de tal manera que la gravedad le arrastro de forma
instantánea. Pero los disparos continuaron hasta que el sheriff Wyatt Glurp estuvo
verdaderamente muerto.
Aquello fue demasiado para Muello Permisodetierra. Simplemente se quebró.
—¡Fulmíname, Beagle! —grito mirando a los cielos—. ¡Fulmíname!
Las flechas silbaron por el aire, se clavaron blandamente en el y le confirieron el
aspecto de un cepillo caminante. O mas bien de un cepillo de pie. Realmente murió de
pie... tan erizado de flechas estaba todo su cuerpo que a pesar de ser un muerto en toda
regla, no podía caerse al quedar apuntalado por ellas.
Bill disparo, recargo su arma y volvió a disparar hasta que el percutor golpeo en la
cámara vacía y no le quedaron mas balas de plata.
De alguna manera, debido a los insondables y manifiestos manejos del destino, o la
estúpida suerte, Bill había escapado hasta entonces sin una sola herida. Pero por la forma
en que volaban las descargas, el sabia que en cualquier momento le acertaría alguna.
Iba a morir. Estirar la pata. Expirar. Irse al otro barrio, quedarse tieso, diñarla, acabar
sus días, tomar el expreso del agujero negro. Su vida paso ante sus ojos. A pesar de que
últimamente había sido descuidado, desde que tenia cuatro años, y no había ido a la
iglesia, alimentaba la secreta e irracional esperanza de que pronto estaría cayendo a
través del gran túnel de luz, y que su bisabuelo Bill le estaría esperando con su vieja
robomula, Herrumbrosa, deseando comenzar a arar la tierra paradisiaca.
Una explosión hendió el cielo.
—¡Ya voy bisabuelito! —grito Bill—. ¡Me voy al hogar!
Cerro los ojos y se abrazo a si mismo.
Mientras intentaba no lloriquear, se preparo para recibir el aguijonazo de la muerte.
Pero la muerte no le aguijoneo.
De hecho, las balas dejaron de zumbar y las flechas dejaron de silbar.
—¡Jesús! ¡Bill, mira eso!
Bill abrió los ojos. Bgr el chinger saltaba de un lado a otro, señalando al cielo,
entusiasmado.
Bill miro a lo alto.
Un cohete espacial descendía sobre una lengua de fuego brillante como el sol; era
plateado y de forma aguzada. Bill se protegió los ojos y estudio mas detenidamente la
nave interestelar.
¿Era posible? ¡Si, lo era!
¡Orgullosamente escrito en un flanco, estaba el nombre!
¡Era la nave llamada Deseo!
¡La nave espacial de Rick el Héroe Superno!
La reacción de los indios fue de miedo y pánico generalizado. Huyeron de vuelta a las
colinas como un solo hombre, desde donde observaron, con miedo reverencial, como la
nave se posaba en terreno donde ellos antes habían estado pululando y freia a los caídos
de entre ellos. Los penachos de humo gris y las lenguas amarillas de fuego se agitaron y
ondularon para desaparecer lentamente despues.
—¡Maldición! —grito Látex Delazny—. ¿Que esta pasando aquí? ¡Se supone que la
tecnología moderna no funciona en este lugar, en la Hiperglándula!
Del sistema de altavoces externos de la fabulosa nave interespacial surgió una voz.
—¿Quien ha dicho que este bote fuese moderno, Delazny? ¡Esta nave sale
directamente de las Historias increíbles de los años 1940!
Bill reconoció la voz. ¡Era la de Rick! El Rick verdadero, no el androide que había
creado Delazny para espiarles. ¡El Rick del que Bill había sido primer oficial!
—¡El no me ha olvidado! —grito Bill—. ¡Ha venido a rescatarnos! ¡Bien, Rick! ¡Bien!
Delazny se volvió hacia las hordas de cientos de miles de indios.
—¡No os preocupéis, miembros de la gran nación india! ¡Ni siquiera una nave
interespacial y Rick el Héroe Superno pueden detener a vuestras compactas hordas!
¡Mirad cuan fina y endeble es la nave! ¡Pues podéis simplemente lanzar unas pocas
decenas de miles de flechas y la volcareis!
—¡Eso es lo que usted piensa, doctor D.! —dijo Rick a través de los altavoces.
¡Tras lo cual, ocurrió la cosa mas sorprendente!
20 - La teoría del Bing Bang de Bill
Bill había visto bastantes cosas increíbles a lo largo de su vida. ¡El Palace Gardens
Helior! ¡Las redes de muerte de las junglas de Veneria! ¡Las majestuosas montañas de
fertilizante de Phigerinadon II!
Sin embargo, la escena que ahora se desarrollaba ante sus ojos era de alivio.
De la parte superior de la nave surgió un cañón, y del cañón surgió una explosión. Un
oscilante glóbulo de liquido salió disparado por el aire en dirección a la nación india
Vindaloo... y una gota gigante comenzó a descender lentamente, ondulo y luego se
expandió y creció. Se alargo como una gigantesca pompa de jabón. Cayo sobre la
totalidad de las tribus Vindaloo y sobre la banda Sisma de paso.
—¿Que esta pasando? —pregunto Bill, a gritos.
—¡Arrrrr! —respondió la voz de Rick desde los altavoces—. Esto es lo que ellos nunca
se hubiesen esperado... pero yo lo hice. ¡Fui directamente a la fabrica y llene todos los
tanques extra de combustible con NoPreg... el espermicida mas eficaz del universo
conocido!
Y así murieron. Así fue finalmente quitada de en medio la mayor amenaza. Bill exhalo
un gran suspiro de alivio; todos los pensamientos del santuario paradisiaco se
desvanecieron de su mente, y espero con ilusión una vida larga y plena, aunque
desgraciadamente en la armada.
En cuanto al doctor Delazny, ahora estaba simplemente solo, estremeciéndose y
temblando de rabia, frustración e ira. Bill se acerco a el.
—Respóndame a una pregunta, curandero, antes de que le mate. ¿Que le hizo a mi
adorada Irma para conseguir que me arrojara de su lado de esa manera? ¿Como pudo un
tipo feo y repugnante como usted suplantarme en su cariño?
Bill agrego a aquellas preguntas unos ciertos toques de atención utilizando el
procedimiento de agarrar a Delazny por la garganta y sacudirle arriba y abajo
vigorosamente.
—¡Glub! —jadeo Delazny, y Bill aflojo la mano—. ¡Es el p-p-poder de la Hiperglándula!
—gorgoteo—Admito que les mentí un poquitin a ambos, la noche pasada. Ya estaba en
mi poder. Lo utilice con ella. Las energías de ese poder son irresistibles.
Bill asintió. Se sentía un poco mejor. No mucho, realmente, pero tendría que
conformarse con eso. Creía que ahora podría encontrar alguna manera de perdonar a
Irma. Sabia que aun la amaba. Posiblemente.
—¿Donde esta Irma? —Le dio otra rápida sacudida para hacerle entrar la pregunta.
—A... a... aun en la habitación del hotel, como dije antes.
—Entonces, hemos terminado, doctor. Finito para usted. Le superamos en numero y
tiene dos segundos para rendirse antes de que le llenemos de plomo. Uno...
—¡Glug! ¡Me rindo! ¡Me entrego!
—Casi hubiera deseado que no lo hiciera —reflexiono Bill, estrangulándolo un poco
mas por placer—. Hubiera sido realmente bueno matarle. Oh, bueno.. —arrojo a Delazny
al suelo—. Ahora que se han estropeado sus planes de dominación galáctica, y antes de
que le estrangule un poco mas, ¿cree que tendrá tiempo de echarle un vistazo a este pie
juerguista que tengo? Despues de todo, esa es una de sus especialidades, ¿no?
—Oh, s... s... si. El pie anímico. Recuérdeme cual de los dos era, Bill —dijo Delazny,
ansioso por complacerle. Frunció el entrecejo—. Parece bastante definitivo. No estoy
seguro de poder hacer demasiado...
Bill aulló con ira desenfrenada, volvió a estrangular durante un ratito mas al doctor, y
arrojo su cuerpo inanimado lejos de el, con asco.
—¡Arrrrrrr! Buena estrangulación, Bill —dijo Rick el Héroe Superno descendiendo la
escalerilla—. ¡Si no te importa, me gustaría contribuir con un par de golpes propios! ¡Que
descaro el de ese hombre! ¡Encerrarme y copiar luego esta hermosa jeta en un androide!
¡Habrase visto! —Rick se acerco con decisión al inconsciente doctor Delazny y le
acomodo unos cuantos dientes con una bota fangosa—. Ya esta. Eso es suficiente. Es
una verdadera lastima que no lo haya sentido... ¡pero lo sentirá cuando se despierte en mi
bergantín! —Rick le dio unas palmaditas en la espalda a Bill—. ¡Arrr! Me alegro de volver
a verte, primer oficial. ¡Por cierto, quiero enseñarte algo! —Del cuello de Rick pendía una
bolsa de cuero. De dicha bolsa saco un paquete de seis latas. Arranco una de la
abrazadera de plástico y se la entrego a Bill.
Bill miro la lata.
—¡Santo Grial Ale! —exclamo con jubilo—. ¡Rick! ¡La has encontrado!
—¡Arrrr! ¡Puedes apostarlo, compañero!
—¿Pero donde?
Rick señalo a una silueta mas hermosa y esbelta que el arco iris, que acababa de
formarse en el cielo y les sonreía llena de color.
—¡No vas a creer esto, Bill! Pero parece que el doctor Delazny no estaba totalmente en
lo cierto con su teoría acerca de la Hiperglándula. ¡Veras, es mucho mas que eso! Y esta
justo aquí encima!
Bill no aguardo la explicación. Hizo lo que era natural que hiciera un soldado que tiene
un trago fresco en la mano: arranco la solapa metálica y vació la lata, practicándose una
fantástica insuflaron placentera y paradisiaca.
El fluido se deslizo por su garganta como el blando céfiro de primavera. La liquida
compasión de los lúpulos salto alegremente y chapotearon en su estomago desde donde
derramaron brumas de calma y bienestar por todo el cuerpo. La resaca de Bill
desapareció instantáneamente, y una alegría de sabrosa y cervezosa ebriedad ocupo su
lugar. ¡Oh, paraíso!
—¡Guau! —dijo Bill, mientras la luz brillaba en sus ojos—. ¡Esta es la mejor cerveza
que he probado jamas!
—Naturalmente. Es la Santo Grial Ale, Bill.
—Hablas con enigmas, humano. Aclaración requerida. ¿A que sitio te refieres?
—Pues al sitio en el que he conseguido este paquete de seis latas, claro, pequeño
amigo... y, por cierto, gracias por haber abierto mi celda cuando descubriste que Delazny
era un traidor a tu causa. ¡Si... en alguna parte de la Hiperglándula, mas allá de las salas
de la ansiedad del Ego y el Id, los arcos columnados del Inconsciente Colectivo, por no
hablar de la Tierra de los Sueños, la de Oz y la Atlántida, hay una tierra mucho mas
significativa que todas ellas!
—¿Y que es? — grito Bill.
—¡Es la tierra de los sueños convertida en realidad! ¡Es todo aquello que siempre has
querido pero tenias miedo de pedir! ¡Es la Hiperfabrica de Cerveza Humana! ¿Que
urgencia interna crees que hizo que la humanidad hiciera fermentar el primer lúpulo,
destilara la primera pasta de maíz? La urgencia de la hiperebriedad, por supuesto. —Rick,
el Héroe Superno, suspiro y le echo a Bill un fraternal brazo sobre los hombros—. ¡Ah,
Bill! ¡El aire mismo es poesía! ¡Hay fabricas de cerveza y destilerías como setas! ¡Y cada
una tiene su propio bar!
—¿Podemos ir allí, Rick? — pregunto Bill en secreto, sin aliento—. ¿Podemos?
—¡Pues por supuesto que podemos, Bill! ¡lremos todos en mi nave!
—¡Jesús... quizá sea esa la clave de la paz! — teorizo Bgr—. Si vosotros, los humanos,
estuvierais borrachos continuamente, lo cual parece ser la ambición de todos los que he
conocido, no seríais capaces de hacernos la guerra a los chinger.
—¡Ese es el espíritu que me gusta, amiguito! —dijo Rick, que saco una lata y se la
tendió al chinger—. Bébete un sorbo. Quizá te guste. —Luego le dio otra a Bill y eructo.
Bill sorbió su nueva cerveza y suspiro. Era tan buena... ¡tan realmente buena! Tenia
que compartir aquello con su amor...
—¿Bill? —llamo una dulce voz quejumbrosa.
Bill bajo la lata de Santo Grial Ale.
Efectivamente, con un aspecto tan bonito como el de un cuadro, si bien un poco
vacilante, Irma Krankenhaus caminaba hacia ellos.
—¡Bill! ¡Es una nave espacial! ¿Estamos salvados, Bill? —Solo llevaba puesto un
camisón, y el cabello suelto le caía sobre su bonito rostro de la forma mas atractiva.
—¡Sin duda lo estamos, cariño! Este es mi compañero Rick el Héroe Superno. ¡Ha
venido para sacarnos de aquí y llevarnos a un lugar mucho, mucho mejor!
—¿Al mundo de las Galerías donde yo pueda hacer compras por toda la eternidad?
—Hola, Irma. Yo soy Rick. Me alegro de conocerte —Rick le dio la mano de forma
cordial. Irma parpadeo por un momento mientras le miraba.
—Oh, si... el que Delazny copio en forma de androide. No le hizo justicia.
—Arrrrrr, cascaras, señora. Gracias.
Irma volvió a mirar a Bill.
—¿Que paso anoche, Bill? No recuerdo nada.
¿No recordaba?
¡Pero por supuesto que no recordaba! Su dulce y amante Irma no le hubiese
traicionado si hubiera estado en sus cabales. Había sido el control total ejercido por el
bastardo de Delazny sobre las glándulas endocrinas de ella, lo que había ocasionado todo
aquel incidente. Bill penso velozmente y mintió de forma encantadora.
—¡Tienes que haber estado realmente cansada, querida Irma! Te fuiste a la cama
temprano y apagaste la luz. Dormías tan a gusto que no me atreví a despertarte —dijo
Bill, que había caído instantáneamente en la prosa de los tebeos románticos.
Ella dejo escapar un suspiro de felicidad y Rick profirió una exclamación de jubilo.
—Bueno, brindemos por tu felicidad, compañero, y luego pongamos rumbo a la
Hiperfabrica de Cerveza. Hay una nueva remesa de cerveza amarga que esta a punto de
salir, y los bebedores de allí dicen que es el no va mas de la temporada.
—Pero despues nos llevaras de vuelta a casa, ¿de acuerdo, Rick? —dijo Irma.
—Por supuesto, niña. Lo que tu desees. Venga, chinger. Carguemos al doctor en la
Deseo. Tiene una deuda realmente fabulosa que pagarle a la sociedad.
—Jesús... ¿y cuando vosotros hayáis acabado con el, podemos los chinger darle lo que
se merece?
Cargaron al doctor escalerillas arriba, proceso en el que consiguieron dejarle caer solo
una o dos veces.
Bill se sentía verdaderamente bien. Acabo lo que le quedaba de la segunda cerveza,
estrujo la lata en su poderoso puño, y se sintió aun mejor.
—Subid, amigos —dijo Rick, haciéndoles señas para que subieran la escalerilla.
«¿Era aquello posible? —penso Bill, lleno de alegría y casi seguro—. ¿Podía ser que
realmente hubiera un final feliz reservado para el? Para él, Bill, un soldado raso de
Phigerinadon II, que habitualmente ocupaba una posición inferior a los alcantarillados
galácticos. ¡Increíble!»
—Bill — dijo Irma, mientras comenzaba a subir la escalerilla—. ¿Como has dicho que
se llama ese joven?
—Rick — respondió Bill —mientras la miraba desde abajo, feliz, a medida que ella
subía la escalerilla.
Ella miro hacia abajo, a Bill, con una curiosa luz en los ojos.
Parece un caballero realmente encantador.
¡El mejor, Irma! — dijo Bill —. ¡Rick es el mejor amigo que puede tener un hombre!
Dios mío, penso Bill mientras seguía a Irma al interior de la nave llamada Deseo,
preparado para las nuevas emociones y aventuras, por no hablar de su decisión de
intentar permanecer lejos de las manos de la armada con el fin de disfrutar de una vida
mas interesante colmada de amor extático, bebida y una permanente evasión de sus
responsabilidades.
¡Despues de todo, la vida no era tan mala!
Epilogo - Otra ves sin silla de montar
—Bonito pie ese que tiene, compañero —Dijo el hombre que atendía la barra—. ¿Otra
vez lo mismo?
—Pse —mascullo Bill.
—Tendrá que sentarse para bebérsela, amigo. Son las normas del bar. Lo siento, pero
si no puede sentarse, no podemos servirle.
—Oh —dijo Bill—. De acuerdo.
El bar era una cantina reglamentaria de baja categoría con barra de plastimadera,
decoración neo-cobertizo y un montón de grifos de cerveza, ninguno de los cuales
funcionaba. En los oscuros rincones, los soldados borrachos dormían el sueño profundo
de los alcohólicos que les permitía evadirse de la vida militar hasta que se ponían sobrios
a su pesar. Un temblequeante robomocho que funcionaba mal se deslizaba, escabullía y
resbalaba de aquí para allá en el linóleo amarillo desteñido que cubria el suelo limpiando
las bebidas derramadas y los envoltorios de falsas-patatas-fritas, las colillas de cigarro y
cualquier otra cosa, incluyendo zapatos y sombreros que se ponían en el camino de su
inhalante hocico.
La cantina se llamaba «El club del Mata-Gatos», por los trofeos de gatos
taxidermizados que decoraban la barra y las paredes. Bill habría tomado el turbo-tunel
hasta el centro de la ciudad, pero allí los bares eran aun peores (¡horroroso
pensamiento!). Además, se estaba quedando sin dinero y al día siguiente tenia algo
importante que hacer a primera hora, pero por su vida que no podía recordar de que
cojones se trataba.
Miro turbiamente hacia arriba mientras intentaba recordar, y el robomocho le fregó la
cara con un apéndice mojado y grasiento.
¡No era extraño que el hombre que atendía estuviera admirando su pie! Lo había
dejado apoyado encima de la barra mientras el yacía pesadamente sobre el suelo donde
había caído inconsciente algunos minutos antes. Bill consiguió enderezarse, puso la
cabeza donde había tenido el pie, y este ultimo en el suelo. Todavía era una pezuña, pero
a Bill ya no le importaba demasiado aquello.
A Bill no le importaba nada.
Cuando estuvo correctamente sentado, balanceándose solamente un poco, el
satisfecho camarero abrió una botella de Antiguo Removedor de Pintura y la escancio en
el vaso corto de Bill, llenándolo hasta el borde.
Bill lo bebió.
Ciertamente no era Santo Grial Ale, pero ¡que demonios!, el alcohol era el alcohol.
El olvido era el olvido.
—Y también me gustan sus colmillos — dijo el camarero de la barra, un no
combatiente, según se veía por los galones pobremente cosidos a sus puños.
Probablemente regentaba el bar a cambio de créditos extra.
—Usted es instructor de soldados, ¿verdad?
Bill gruño.
—¡Dentro de nada llegara un nuevo embarque de reclutas! Usted debe de ser el que
los trabajara, ¿no?
Bill volvió a gruñir; era una imitación de cerdo que habitualmente le gustaba. Así que
eso era lo que tenia que hacer al día siguiente. Empujo su vaso corto para indicar que
quería otro trago.
—Dígame, ¿no esta bebiendo un poco demasiado si tiene que levantarse a las cuatro
de la mañana? —señalo el camarero.
—Me proporciona el humor adecuadamente sádico. Llene el vaso y cállese —dijo
sonriendo.
El camarero se encogió de hombros.
—Aquí tiene, muchacho. A este le invita la casa. ¡Tiene el aspecto de quien acaba de
perder la mujer por culpa de su mejor amigo!
Bill abrió mucho los ojos. El vaso corto se derramo al inclinarse el, agarrar al hombre
por la camisa y levantarle hasta por encima de la mitad de la barra.
—¿Que? ¿Es que lo saben todos los jodidos soldados?
—¡Haj! —jadeo el camarero, expirando lentamente. La mano de Bill se aflojo un poco y
el hombre respiro un vivificante, aunque apestoso, aire—. ¡Deténgase! ¡Yo no se una
mierda acerca de usted! Lo siento. ¡Debo haber dado en el clavo! ¡Mire, sera mi invitado,
quédese con toda la botella!
Bill gruño y soltó al tipo.
—Se llamaba Irma; ¡y era la nova de mi galaxia! —Sacudió la cabeza, se sirvió mas
whisky y le miro durante un instante—. Pero las cosas buenas pasaron y el final de un
soldado abandonado por su amante es siempre trágico. ¡Ella me dejo, Rick fue el
Dumpsville del viejo Bill, agujero gravitacional de mal karma del universo!
—Jesús, Bill. ¡Lamento oír eso!
Aquel «Jesús» le valió al camarero un serio escrutinio por parte de Bill. No, no se veía
juntura alguna en la cabeza, así que no era un chinger disfrazado. Además, Bgr el chinger
había robado una nave de emergencia y huido no mucho despues del salto dimensional
que les propulso fuera de la Hiperglándula. Tampoco habían encontrado nunca la
fabulosa Hiperfabrica de Cerveza. Pero se habían bebido todo el alcohol de la nave lo
cual, mirado en perspectiva, había sido la causa de la caída de Bill. Rick había encontrado
a Irma mas atractiva que el alcohol, lo que le debió de hacer mas caro a los ojos de ella
que el inconsciente y borracho Bill. Al menos eso es lo que el calculaba que había
ocurrido.
Todo lo que sabia era que había vuelto a despertar en Coloctomia IV, con una nota de
lamentación pinchada en su túnica y los PM acercándosele con ladridos de sabueso con
suerte.
Y eso, como reza el aforismo obvio pero muy repetido, era todo. Había carencia de
instructores de soldados; el ultimo había sido devorado vivo por los reclutas. Así que le
habían enviado allí, al campo Brezhnev, a doble Jornada, para que pasara a los
soldaditos por la maquina de picar carne del campo de instrucción, y acabara con las
bromitas.
Ahora no podía evitar recordar, mientras mataba las pocas bacterias que pudieran
quedar en su estomago con otro trago de Antiguo Removedor de Pintura, lo que le había
dicho Bgr el chinger en la nota que Bill se había encontrado metida en una oreja, la
mañana siguiente de que el pequeño lagarto se hubiese largado.
«Lamento todas las desventuras y ese tipo de cosas, además de los problemas que
pueda haber causado por intentarlo con ese chalado doctor. Todo lo que deseaba era un
universo mas amable y tranquilo, como, doy por supuesto, queremos todos nosotros,
excepto, claro esta, los militares. Firmado: tu colega chinger, Bgr.»
—Que cojones. ¡Los chinger son nuestros enemigos! —le soltó incoherentemente al
camarero.
—Si, compañero. Sin duda lo son.
—¡Por la boca muere el pez!
—Eso. Quizá seria mejor que me llevara esa botella ahora, ¿eh?
Bill agarro la botella y gruño. El camarero se retiro.
—No hay justicia —gimoteo Bill.
—Pues, no la esperes entonces.
—Tienes razón —Bill se miro el pie anímico, suspiro, eructo y tendió la mano hacia su
vaso. Lo levanto, comenzó a vaciarlo... y se detuvo. Algo iba mal; o bien. Pero ¿que?
Anduvo perezosamente de puntillas por sus células cerebrales intentando hallar la
respuesta.
—Pie.
—¿Pie que?
—¿Pie mío?
—¡Pie! —grito poderosamente y se miro el pie anímico. La pezuña.
¡Ya no era una pezuña! En el lugar en que había estado aquella cosa peluda, había
ahora una buena y sólida bota de soldado que hacia juego con la del otro pie. ¡El pie
había adquirido su estado anímico de aquel momento!
El se había dado por vencido. No había escapatoria. Estaba de vuelta en la armada
para siempre, condenado a permanecer en el espacio cuadrado de las barracas por el
resto de su vida; y el pie anímico había captado aquel estado de animo y le había
proporcionado un pie adecuado al hombre.
¿Lo había hecho? Horrorizado, volvió a mirar el pie y vio una bota. Pero, seguramente,
ja, ja... no era mas que una de las botas suministradas por el ejercito, y dentro había un
pie que sin duda tendría un gracioso aspecto cuando se duchara y convertiría su vida
amorosa en un infierno.
Se inclinó para abrir la bota y sus horrorizados dedos temblaron y se detuvieron.
¡No! ¡Tenía que averiguarlo! Hubiera lo que hubiese pegado al extremo de su pierna, el
tenía que saberlo.
Volvió a inclinarse y estiró.
FIN

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