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viernes, 1 de agosto de 2008

HIJO DE SANGRE -- OCTAVIA E. BUTLER

HIJO DE SANGRE
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Octavia E. Butler

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La última noche de mi infancia empezó con una visita a casa.
Las hermanas de T'Gatoi nos habían regalado dos huevos estériles. T'Gatoi le ofreció
uno a mi madre, mi hermano y mis hermanas. Insistió en que yo me comiera el otro
sólo. No importaba. Seguía habiendo bastante para que todo el mundo se sintiera bien.
Casi todo el mundo. Mi madre no quiso tomar nada. Se sentó, observando como todos
flotaban y soñaban sin ella. La mayor parte del tiempo me observaba a mí.
Yo estaba apoyado en el largo y aterciopelado envés de T'Gatoi, sorbiendo de mi huevo
de cuando en cuando, preguntándome por qué se negaría mi madre un placer tan
inofensivo. Tendría menos gris en el pelo si alguna vez se lo permitiera. Los huevos
prolongaban la vida, prolongaban el vigor. Mi padre, que en su vida rechazó uno, vivió
más del doble de lo que tendría que haber vivido. Y se casó con mi madre y engendró
cuatro hijos hacia el final de su vida, cuando debería haber aflojado la marcha.
Pero mi madre parecía conforme con envejecer antes de tiempo. Miré como se alejaba
cuando varias patas de T'Gatoi me atrajeron más cerca de ella. A T'Gatoi le gustaba el
calor de nuestros cuerpos, y disfrutaba de él siempre que podía. Cuando era pequeño y
pasaba más tiempo en casa, mi madre solía intentar enseñarme la manera de
comportarme correctamente con T'Gatoi; de qué manera debía mostrar siempre respeto
y ser siempre obediente, porque T'Gatoi era el oficial del gobierno Tlic que estaba al
cargo de la Preserva y, por tanto, el más importante de todos los de su especie que
tenían contacto directo con los terrestres. Mi madre decía que era un honor que un
personaje semejante hubiera decidido integrarse en nuestra familia. Mi madre era de lo
más formal y tajante cuando mentía.
No tenía ni idea de por qué mentía, ni siquiera de en qué mentía. Era un honor tener a
T'Gatoi en la familia, pero eso no era ninguna novedad. T'Gatoi no estaba interesada en
que la honraran en una casa que consideraba su segundo hogar. Se limitaba a llegar,
subirse en uno de sus divanes especiales y llamarme para que la mantuviera caliente.
Resultaba imposible comportarse con formalidad mientras me apoyaba en ella y la oía
quejarse como acostumbraba, diciendo que estaba demasiado delgado.
- Estás mejor - dijo esta vez, tanteándome con seis o siete de sus patas -. Por fin estás
ganando peso. La delgadez es peligrosa.
El tanteo varió delicadamente, convirtiéndose en una serie de caricias.
- Todavía está demasiado delgado - dijo mi madre con sequedad.
T'Gatoi levantó la cabeza, y puede que un metro de su cuerpo, del diván como si fuera
a levantarse. Miró a mi madre, y mi madre, con el rostro arrugado y aire avejentado,
apartó la mirada.
- Lien, me gustaría que tomaras lo que queda del huevo de Gan.
- Los huevos son para los niños - dijo mi madre. - Son para la familia.
- Tómatelo, por favor.
Mi madre me lo quitó, obedeciendo de mala gana, y se lo llevó a la boca. Sólo
quedaban unas gotas en el elástico cascarón, ahora hundido, pero las exprimió, las
tragó y, al poco, empezaron a suavizarse algunas líneas de tensión en su cara.
- Es bueno - susurró - A veces olvido lo bueno que es.
- Deberías tomar más - dijo T'Gatoi -. ¿Por qué tienes tanta prisa en envejecer?
Mi madre no dijo nada.
- Me gusta poder venir aquí - dijo T'Gatoi - Es gracias a ti que este lugar es un refugio,
y, sin embargo, te niegas a cuidarte.
T'Gatoi era acosada en el exterior. Su gente quería tener disponibles a más de
nosotros. Entre nosotros y las hordas que no comprendían la existencia de la Preserva
sólo se interponía ella y su facción política; no comprendían por qué no podía pedirse,
pagarse, reclutarse, o disponerse de cualquier humano. O puede que sí lo
comprendiesen, pero no les importaba en su desesperación. T'Gatoi nos repartía entre
los desesperados y nos vendía a los ricos y poderosos a cambio de su apoyo político.
Éramos artículos de primera necesidad, símbolos de estatus y un pueblo independiente.
Supervisó la unión de las familias, acabando con los últimos vestigios del sistema
anterior, en que disgregaban a las familias terrestres para complacer a los Tlics
impacientes. Había vivido con ella en el exterior. Había visto el ansia desesperada con
que me miraba alguna gente. Me asustaba un poco saber que sólo ella se interponía
entre nosotros y esa desesperación que podría tragarnos tan fácilmente. Había veces
en que mi madre la miraba y luego me decía «Cuídala». Y yo recordaba que también
ella había estado en el exterior, también había visto.
T'Gatoi usó cuatro de sus patas para apartarme y echarme al suelo.
- Vamos, Gan - dijo -. Siéntate allí, con tus hermanas, y disfruta de tu embriaguez. Te
has tomado la mayor parte del huevo. Ven a darme calor, Lien.
Mi madre dudó sin razón aparente. Uno de mis recuerdos más tempranos es el de mi
madre tumbada junto a T'Gatoi, hablando de cosas que yo no podía entender, y
levantándome del suelo, y riéndose mientras me sentaba sobre uno de los segmentos
de T'Gatoi. Por aquel entonces tomaba su ración de huevo. Me pregunté cuándo lo
habría dejado, y por qué.
Se apoyó sobre T'Gatoi, y toda la hilera izquierda de las patas de T'Gatoi se cerró
rodeándola con holgura, pero con firmeza. Yo siempre había encontrado incómodo el
estar así, y a nadie de la familia le gustaba, exceptuando a mi hermana mayor. Decían
sentirse enjaulados.
T'Gatoi quería enjaular a mi madre. Cuando lo hizo, movió ligeramente la cola y habló.
- No es bastante huevo, Lien. Debiste tomarlo cuando se te ofreció. Ahora lo necesitas
demasiado.
La cola de T'Gatoi se movió una vez más, con un latigazo tan rápido que no habría visto
de no haberlo esperado. El aguijón hizo brotar solamente una única gota de sangre de
la pierna desnuda de mi madre.
Mi madre chilló, probablemente por la sorpresa. La picadura no duele. Después suspiró
y pude ver que su cuerpo se relajaba. Se movió lánguidamente a una posición más
cómoda dentro de la jaula de patas.
- ¿Por qué hiciste eso? - preguntó medio dormida.
- No podía seguir viendo como sufrías.
Mi madre se las arregló para encoger ligeramente los hombros.
- Mañana - dijo.
- Sí. Mañana reanudarás tu sufrimiento, si es que debes hacerlo. Pero ahora, sólo por
ahora, quédate aquí echada, dame calor y deja que te haga más fáciles las cosas.
- El es todavía mío, ¿sabes? - dijo bruscamente mi madre -. Nadie puede comprármelo.
De estar sobria no se habría permitido referirse a semejantes cosas.
- Nadie - asintió T'Gatoi, siguiéndole la corriente.
- ¿Creíste que lo vendería a cambio de huevos? ¿A cambio de una larga vida? ¿A mi
hijo?
- Por nada - dijo T’Gatoi, acariciando los hombros de mi madre, jugando con su pelo
largo y gris.
Me hubiera gustado tocar a mi madre, compartir con ella ese momento. Me habría
cogido la mano de haberla tocado en ese instante, sonreído liberada por el huevo y la
picadura, y quizá hubiera dicho cosas que llevaba largamente guardadas en su interior.
Pero mañana recordaría todo esto como una humillación. No quería ser parte del
recuerdo de una humillación. Lo mejor era permanecer quieto, y saber que me quería
debajo de todo ese deber, y ese orgullo y ese dolor.
- Quítale los zapatos, Xuac Hoa. Dentro de poco volveré a picarla y podrá dormir.
Mi hermana mayor obedeció, tambaleándose como una borracha al levantarse. Se
sentó junto a mí cuando acabó y me cogió la mano. Ella y yo siempre habíamos estado
muy unidos.
Mi madre apoyó la nuca en el envés de T'Gatoi e intentó, desde aquel ángulo imposible,
mirar su rostro amplio y redondo.
- ¿Vas a picarme otra vez?
- Sí, Lien.
- Dormiré hasta mañana al mediodía.
- Bien. Lo necesitas. ¿Cuánto hace que no duermes?
Mi madre emitió un sonido enojado.
- Debí haberte pisado cuando eras lo bastante pequeña - farfulló.
Era un viejo chiste entre ellas. Habían crecido más o menos juntas, aunque T'Gatoi
nunca fue, en toda la vida de mi madre, lo bastante pequeña como para ser pisada por
cualquier terrestre. Tenía casi tres veces la edad de mi madre, pero aún sería joven
cuando ésta muriera de vieja. T'Gatoi y mi madre se conocieron cuando la primera
entraba en un período de desarrollo rápido, una especie de adolescencia. Mi madre
sólo era una niña, pero, durante un tiempo, se desarrollaron al mismo ritmo y no
tuvieron mejor amiga que la una para la otra.
T'Gatoi hasta le había presentado a mi madre el hombre que se convertiría en mi padre.
Mis padres, complacidos el uno con el otro, se casaron pese a la diferencia de edad,
mientras que T'Gatoi y ella empezaron a verse menos. Pero mi madre le prometió a
T'Gatoi uno de sus hijos antes de que naciera mi hermana mayor. Tendría que
entregarle uno de nosotros a alguien, y prefería que fuera a T'Gatoi antes que a algún
extraño.
Los años pasaron. T'Gatoi viajó y aumentó su influencia. La Preserva era suya cuando
volvió a recoger lo que debía considerar como justa recompensa a su duro trabajo. A mi
hermana mayor sólo le llevó un momento cogerle cariño y quiso ser elegida, pero mi
madre estaba a punto de salir de cuentas conmigo, y a T'Gatoi le gustó la idea de elegir
un bebé, y ser testigo y partícipe de todas las fases de su desarrollo.
Me han contado que me enjaularon por primera vez entre sus muchas patas a los tres
minutos de nacer. Pocos días después probé mi primer huevo. Suelo contarles esto a
los terrestres que me preguntan si alguna vez le tuve miedo. Y se lo cuento a los Tlic
cuando T'Gatoi les sugiere llevarse un joven terrestre, y ellos, ansiosos e ignorantes,
piden un adolescente.
Hasta mi hermano, que, por alguna razón, había crecido en el miedo y la desconfianza
a los Tlic, podría haberse integrado cómodamente en una de las familias de haber sido
adoptado lo bastante pronto. A veces pienso que, por su propio bien, debió haberlo
sido. Le miré, tirado ahí, en el suelo, en medio de la habitación, con ojos abiertos y
vidriosos mientras soñaba su sueño de huevo.
- ¿Podrías levantarte, Lien? - preguntó súbitamente T'Gatoi.
- ¿Levantarme? - dijo mi madre -. Creí que iba a dormirme.
- Luego. Algo va mal fuera.
La jaula desapareció bruscamente.
- ¿Qué?
- ¡Levántate, Lien!
Mi madre reconoció el tono y se levantó justo a tiempo de evitar que la arrojara al suelo.
T'Gatoi restalló sus tres metros fuera del diván, en dirección a la puerta y salió a toda
velocidad. Tenía huesos; costillas, una larga columna vertebral, un cráneo y cuatro
pares de patas por segmento. Pero cuando se movía de aquel modo, retorciéndose,
lanzándose en caídas controladas, corriendo al caer, no sólo no parecía tener huesos,
sino ser acuática, algo que nadaba a través del aire como si fuera agua. Me encanta
verla moverse.
Dejé a mi hermana y seguí a T'Gatoi a través de la puerta, aunque no me sostenía muy
firme sobre mis pies. Habría sido mejor sentarse y soñar, y mucho mejor encontrar una
chica y compartir con ella la ensoñación. Antes, cuando los Tlic nos veían como poco
más que grandes y útiles animales de sangre caliente, solían encerrar juntos a varios de
los nuestros, machos y hembras, alimentándolos sólo con huevos. De ese modo podían
asegurarse de obtener otra generación sin que importase cuánto quisiéramos
contenernos. Tuvimos suerte de que aquello no durara mucho. Unas cuantas
generaciones así y habríamos sido poco más que grandes y útiles animales.
- Mantén la puerta abierta, Gan - dijo T'Gatoi -, y dile a la familia que no salga.
- ¿Qué pasa? - pregunté.
- N’Tlic.
Retrocedí hasta la puerta.
- ¿Aquí? ¿Solo?
- Supongo que estaría intentando llegar a una cabina de comunicación.
Pasó ante mí cargando al hombre, inconsciente, doblado como una manta sobre
algunas de sus patas. Parecía joven, puede que de la edad de mi hermano, y más
delgado de lo que debiera. Lo que T'Gatoi habría calificado como peligrosamente
delgado.
- Gan, ve a la cabina de comunicación.
Depositó al hombre en el suelo y empezó a quitarle la ropa.
No me moví.
Me miró un momento después, su repentina calma era señal de profunda impaciencia.
- Manda a Qui - dije -. Yo me quedaré aquí. A lo mejor puedo ayudar.
Volvió a mover las patas, levantando al hombre y sacándole la camisa por la cabeza.
- No querrás ver esto - dijo -. Será duro. No puedo ayudar a este hombre como podría
hacerlo su Tlic.
- Lo sé, pero manda a Qui. No querrá servir de ayuda en esto. Yo, al menos, estoy
dispuesto a intentarlo.
Miró a mi hermano mayor, más grande, más fuerte, sin duda más capacitado para
ayudarla. Se había incorporado, estaba encogido contra la pared, y miraba al hombre
del suelo con un miedo y una repulsión que no disimulaba. Hasta ella pudo darse
cuenta de que sería inútil.
- ¡Ve tú, Qui!
No discutió. Se levantó, se tambaleó un poco, y recuperó el equilibrio, espabilado por el
miedo.
- Este hombre se llama Bran Lomas - le dijo, leyendo el brazalete del hombre. Me toqué
distraídamente, por simpatía, mi propio brazalete -. Necesita a T'Khotgif Teh. ¿Me oyes?
- Bran Lomas. T'Khotgif Teh - repitió mi hermano -. Ya voy.
Pasó rodeando a Lomas y salió corriendo por la puerta.
Lomas comenzó a recobrar el sentido. Al principio sólo se quejaba y se aferraba
espasmódicamente a un par de patas de T'Gatoi. Mi hermana pequeña, al despertar de
su sueño de huevo, se acercó a mirarlo hasta que mi madre la apartó.
T'Gatoi le quitó los zapatos al hombre, luego los pantalones, dejando todo el rato libres
a dos de sus patas para que se agarrara a ellas. Todas sus patas eran igualmente
diestras, a excepción de las dos últimas.
- No quiero protestas esta vez, Gan - dijo.
Me enderecé.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Sal y mata un animal que al menos tenga la mitad de tu tamaño.
- ¿Que lo mate? Pero si yo nunca...
Me empujó a través de la habitación. Su cola era un arma eficaz, tanto con el aguijón
expuesto como sin él.
Me levanté, sintiéndome estúpido por haber ignorado su advertencia, y fui a la cocina.
Quizá pudiera matar algo con un cuchillo o un hacha. Mi madre criaba unos cuantos
animales terrestres para la mesa y varios miles de los locales por su piel.
Probablemente, T'Gatoi preferiría algo local. Tal vez un achti. Algunos eran del tamaño
adecuado, aunque tenían unas tres veces más dientes que yo y un auténtico interés por
usarlos. Mi madre, Hoa y Qui podían matarlos con cuchillos. Yo nunca maté ninguno de
ninguna forma, nunca había matado a un animal. Mientras mi hermano y hermanas
aprendían el negocio de la familia, yo pasaba la mayor parte de mi vida con T'Gatoi.
Ella tenía razón. Debí ser yo quien fuera a la cabina de comunicación. Al menos eso sí
podía hacerlo.
Fui al armario del rincón, donde mi madre guardaba las herramientas grandes para el
jardín y la casa. En el fondo del armario había una tubería que llevaba el agua de
desecho a la cocina; pero ya no la llevaba. Mi padre había desviado el agua de desecho
antes de que naciera yo. Ahora la tubería podía desenroscarse hasta que una mitad
giraba sobre la otra y se podía guardar un rifle dentro. No era nuestra única arma de
fuego, pero sí la de más fácil acceso. Tendría que usarla para disparar sobre uno de los
achti más grandes. Probablemente, T'Gatoi la confiscaría después. Las armas de fuego
eran ilegales en la Preserva. Hubo algunos incidentes nada más establecerse la
Preserva; terrestres disparando a Tlics, disparando a N'Tlics. Eso fue antes de que
empezase la unión de familias, antes de que todos tuvieran un interés personal en
mantener la paz. Nadie le había disparado a un Tlic en toda mi vida o la de mi madre,
pero la ley seguía vigente. Para nuestra protección, decían. Se contaban historias sobre
familias terrestres enteras exterminadas como represalia por los asesinatos de
entonces.
Fui a los corrales y disparé al achti más grande que pude encontrar. Era un semental
robusto, y a mi madre no le haría ninguna gracia verme entrar con él. Pero era del
tamaño adecuado y tenía prisa.
Me eché al hombro el largo y cálido cuerpo del achti, contento porque algo del peso
ganado fuera músculo, y entré en la cocina. Una vez allí, devolví la escopeta a su
escondite. Si T'Gatoi se fijaba en las heridas del achti y me pedía el rifle, se lo
entregaría. Si no, lo dejaría donde mi padre quiso que estuviera.
Me volví para llevarle el achti, y dudé. Me quedé durante varios segundos frente a la
cerrada puerta, preguntándome por qué tenía miedo de repente. Sabía lo que iba a
ocurrir. No lo había visto antes, pero T'Gatoi me había enseñado diagramas y dibujos.
Se había asegurado de que supiera la verdad en cuanto tuve la edad suficiente para
entenderla.
Aun así no quería entrar en la habitación. Perdí algo de tiempo eligiendo un cuchillo de
la caja de madera tallada donde los guardaba mi madre. Puede que T'Gatoi necesite
uno, me dije, para la piel dura y peluda del achti.
- ¡Gan! - gritó T'Gatoi, con voz áspera por la urgencia.
Tragué. No había imaginado que un sencillo movimiento de los pies pudiera resultar tan
difícil. Me di cuenta de que temblaba y eso me avergonzó. La vergüenza me empujó a
través de la puerta.
Deposité el achti junto a T'Gatoi y vi que Lomas volvía a estar inconsciente. Lomas, ella
y yo estábamos solos en la habitación. Mi madre y hermanas debieron ser enviadas
fuera para que no tuvieran que verlo. Las envidiaba.
Pero mi madre volvió a la habitación cuando T'Gatoi cogió el achti. Sacó las garras de
varas de sus patas, ignorando el cuchillo que le ofrecí, y abrió al achti desde la garganta
al ano. Me miró con resueltos ojos amarillos.
- Sujeta los hombros de este hombre, Gan.
Miré a Lomas con pánico, dándome cuenta de que no quería tocarlo, y mucho menos
sujetarlo. Esto no sería como dispararle a un animal. No tan rápido, no tan
misericordioso, y esperaba que no tan definitivo, pero no había nada que deseara
menos que ser partícipe de ello.
Mi madre se adelantó.
- Tú sujétale por la derecha, Gan. Yo lo haré por la izquierda.
Si el hombre despertaba, la arrojaría al suelo sin darse cuenta de lo que hacía. Era una
mujer diminuta. A menudo se preguntaba en voz alta cómo había podido engendrar
unos niños tan - como decía ella - «descomunales».
- No te preocupes - le dije, agarrando los hombros de Lomas -. Lo haré yo.
Se quedó remoloneando por allí.
- No te preocupes - repetí -. No te avergonzaré. No tienes por qué quedarte a verlo.
Me miró indecisa, y luego me tocó la cara con una extraña caricia. Al fin, volvió a su
dormitorio.
T'Gatoi bajó la cabeza con alivio.
- Gracias, Gan - dijo, con cortesía más terrestre que Tlic -. Ésa... siempre encuentra
nuevas formas de que la haga sufrir.
Lomas empezó a gemir y a emitir sonidos apagados. Había esperado que permaneciera
inconsciente. T'Gatoi puso su cara junto a la de él para que le prestara atención.
- Ya te he picado todo lo que me atrevo - le dijo -. Cuando esto termine, volveré a
hacerlo hasta que te duermas y dejará de dolerte.
- Por favor - suplicó el hombre -. Espera...
- No hay tiempo, Bram. Te picaré cuando termine. Cuando llegue T'Khotgif te dará
huevos para ayudar a recuperarte. Terminaré en seguida.
- ¡T'Khotgif! - gritó el hombre, censándose contra mis manos.
- Pronto, Bram, pronto.
T'Gatoi me lanzó una mirada, y después colocó una garra en su abdomen, ligeramente
a la derecha del medio, justo debajo de la última costilla. En el lado derecho hubo un
ligero movimiento; pulsaciones pequeñas y aparentemente casuales, agitando su piel
oscura, creando una concavidad aquí, una concavidad allá, una y otra vez, hasta que
pude advertir su ritmo y averiguar dónde se produciría la siguiente pulsación.
Todo el cuerpo de Lomas se endureció bajo la garra, aunque sólo la apoyaba en él.
T'Gatoi enroscó la parte trasera de su cuerpo alrededor de las piernas del hombre.
Podría romper mi presa, pero no rompería la de ella. Lloró desesperadamente cuando
ella usó sus pantalones para atarle las manos y después las pasó por encima de su
cabeza, para que yo pudiera arrodillarme encima de la ropa y sujetarle las manos.
Enrolló la camiseta y se la dio para que mordiera.
Y lo abrió.
Su cuerpo se convulsionó con el primer corte. Casi se me soltó. Los sonidos que
emitía... Jamás oí sonidos semejantes viniendo de algo humano. T'Gatoi parecía no
prestar atención mientras prolongaba y profundizaba el corte, haciendo ocasionales
pausas para lamer la sangre. Los vasos sanguíneos se contraían, reaccionando a la
química de la saliva, y la hemorragia disminuyó.
Me sentía como si estuviera ayudándola a torturarle, ayudándola a consumirlo. Pronto
vomitaría, lo sabía; no sabía por qué no lo había hecho ya. No creí poder aguantar
hasta que ella terminara.
Encontró la primera larva. Era gorda y de un rojo intenso por la sangre, tanto por fuera
como por dentro. Ya había devorado su cascarón, pero no parecía haber empezado a
devorar al huésped. En ese estadio, devoraría cualquier clase de carne, a excepción de
la de su madre. Si la hubiéramos dejado habría continuado segregando los venenos
que habían enfermado a Lomas al tiempo que le alertaron. Eventualmente, habría
empezado a comer. Lomas estaría muerto o agonizante para cuando se hubiera abierto
paso en su carne, e incapaz de vengarse de lo que estaba matándole. Siempre había
un plazo de tiempo entre el momento en que enfermaba el huésped y cuando las larvas
empezaban a devorarlo.
T'Gatoi recogió cuidadosamente la larva que se retorcía, y la miró, ignorando de algún
modo los terribles gemidos del hombre.
El hombre perdió el sentido bruscamente.
- Bien. - Ella le miró -. Me gustaría que los terrestres pudierais hacer esto a voluntad.
T'Gatoi no sentía nada. Y la cosa que sostenía...
En ese estadio carecía de patas y huesos, tendría unos quince centímetros de largo y
dos de ancho, estaba ciega y embadurnada de sangre. Era como un gusano grande.
T'Gatoi la depositó en la panza del achti, y empezó a horadar inmediatamente, a abrirse
paso en la panza del animal. Se quedaría ahí y comería mientras hubiera algo que
comer.
Encontró dos más tanteando en la carne de Lomas, una de ellas más pequeña y
vigorosa.
- ¡Un macho! - dijo con felicidad.
Moriría antes que yo. Pasaría por su metamorfosis y jodería todo lo que se le pusiera
por delante antes de que sus hermanas llegaran a desarrollar patas. Fue el único que
hizo un esfuerzo serio por morder a T'Gatoi mientras lo colocaba en el achti.
Gusanos más pálidos salían a la luz en la carne de Lomas. Era peor que encontrar algo
muerto, putrefacto y lleno de diminutas larvas. Y era mucho peor que cualquier dibujo o
diagrama.
- Ah, ahí hay más - dijo, extrayendo dos larvas gruesas y largas -. Puede que tengas
que matar otro animal, Gan. Todo vive dentro de vosotros los terrestres.
Me habían dicho toda la vida que esto era algo bueno y necesario, algo que hacían
juntos Tlics y terrestres, una especie de parto. Sabía que el nacimiento era doloroso y
sangriento, no importaba cuál. Pero esto era algo diferente, algo peor. No estaba
preparado para verlo. Quizá no lo estuviese nunca. Y, sin embargo, no podía dejar de
verlo. Cerrar los ojos no servía de nada.
T'Gatoi encontró una larva que todavía estaba devorando el cascarón. Los restos de la
cáscara seguían conectados a un vaso sanguíneo por su tubito, o gancho, o lo que
fuera. Así era como las larvas se anclaban y alimentaban. Sólo tomaban sangre hasta
que estaban listas para salir. En ese momento devoraban los distendidos y elásticos
caparazones. Luego lo hacían con sus huéspedes.
T'Gatoi mordió el cascarón para retirarlo y lamió la sangre. ¿Le gustaría el sabor?
¿Cuesta perder las costumbres infantiles, o acaso no se pierden nunca?
Todo el proceso estaba mal, era ajeno. Jamás supuse que algo de T'Gatoi pudiera
llegar a resultarme ajeno.
- Uno más, creo - dijo -. Tal vez dos. Una buena familia. Estos días nos contentaríamos
con encontrar uno o dos vivos en un huésped animal. - Me echó un vistazo -. Sal fuera,
Gan, y vacía tu estómago. Ve ahora, mientras el hombre continúa inconsciente.
Salí tambaleándome y apenas lo conseguí. Vomité tras el árbol que había justo pasada
la puerta principal, hasta que no quedó nada por echar. Cuando terminé, me quedé en
pie, temblando, con las lágrimas corriéndome por las mejillas. No sabía por qué lloraba,
pero no podía dejar de hacerlo. Me alejé algo más de la casa para no ser visto. Cada
vez que cerraba los ojos veía gusanos arrastrándose por una carne humana más roja
aún.
Un coche venía hacia la casa. Ya que los terrestres tenían prohibidos los vehículos
motorizados, excepto para cierto equipo agrícola, supe que debía ser el Tlic de Lomas,
acompañado por Qui y puede que un médico terrestre. Me sequé la cara con la
camiseta, y me esforcé por controlarme.
- Gan - gritó Qui, cuando se detuvo el coche -. ¿Qué ha ocurrido?
Descendió del coche bajo y redondo, adaptado a los Tlic. Por el otro lado bajó otro
terrestre y entró en la casa sin dirigirme la palabra. El médico. Lomas podría
conseguirlo con su ayuda y unos cuantos huevos.
- ¿T'Khotgif Teh? - dije.
El conductor Tlic salió del coche, irguiendo la mitad de su altura ante mí. Era más pálida
y pequeña que T'Gatoi, probablemente nacida del cuerpo de un animal. Los Tlic
nacidos de cuerpos terrestres siempre eran más grandes y más numerosos.
- Seis jóvenes - le dije -, puede que siete. Todos vivos. Un macho por lo menos.
- ¿Lomas? - preguntó con severidad.
Me agradó que preguntara, y la preocupación que había en su voz cuando lo hizo. La
última cosa coherente que había dicho él fue su nombre.
- Está vivo - dije.
Se lanzó hacia la casa sin decir más.
- Ha estado enfermo - dijo mi hermano, mirando como se alejaba -. Cuando llamé oí a
gente diciéndole que no estaba lo bastante bien para salir, ni siquiera para esto.
No dije nada. Había sido cortés con el Tlic. Ahora no quería hablar con nadie. Esperaba
que él entrase, aunque sólo fuera por curiosidad.
- Acabaste descubriendo más de lo que querías saber, ¿eh?
Le miré.
- No me mires como ella - dijo -. No eres ella. Sólo eres su propiedad.
Como ella. ¿Habría desarrollado hasta la capacidad de imitar sus expresiones?
- ¿Qué has hecho? ¿Vomitar? - Olisqueó el aire -. Así que ya sabes lo que te espera.
Me alejé de él. De niños estuvimos muy unidos. Me dejaba andar junto a él cuando
estaba en casa, y T'Gatoi a veces permitía que nos acompañara cuando íbamos a la
ciudad. Pero, al llegar a la adolescencia, le pasó algo. Nunca supe el qué. Empezó a
distanciarse de T'Gatoi. Después empezó a huir... hasta que se dio cuenta de que no
había «huida». No en la Preserva. Y, desde luego, no en el exterior. Después de eso se
concentró en conseguir su ración de cada huevo que llegaba a casa, y en mirarme de
una forma que sólo conseguía hacer que le odiara, de una forma que decía claramente
que estaba a salvo de los Tlic mientras yo siguiera bien.
- ¿Cómo fue de verdad? - preguntó, yendo detrás de mí.
- Maté un achti. Los jóvenes se lo comieron.
- No saliste corriendo de casa para vomitar porque se comieran un achti.
- Nunca antes había... visto abierta a una persona.
Era cierto, y bastante para él. No podía hablar de lo otro.
Con él, no.
- Oh - dijo.
Me miró como si quisiera decir algo más, pero siguió callado.
Caminamos sin dirigirnos a ningún sitio en especial. Hacia la parte de atrás, hacia los
corrales, hacia los campos.
- ¿Dijo algo? - preguntó Qui -. Me refiero a Lomas. ¿A quién más se podría referir?
- Dijo «T'Khotgif».
Qui se estremeció.
- Si me hubiera hecho eso a mí, sería la última persona a la que llamaría.
- La llamarías. Su picadura te calmaría el dolor sin matar a las larvas que tienes dentro.
- ¿Crees que me importaría si muriesen?
No. Claro que no te importaría. ¿Me importaría a mí?
- ¡Mierda! - Aspiró profundamente -. He visto lo que hacen. ¿Te crees que esto de
Lomas ha sido malo? Esto no ha sido nada.
No discutí. No sabía de qué hablaba.
- Vi como devoraban a un hombre - dijo.
Me volví para mirarle.
- ¡Estás mintiendo!
- Vi como devoraban a un hombre. - Hizo una pausa -. Fue cuando era pequeño. Había
estado en el hogar de los Hartmund y volvía a casa. A mitad de camino, vi un hombre y
un Tlic, y el hombre era un N'Tlic. El terreno era accidentado. Pude esconderme y verlo
todo. El Tlic no quería abrir al hombre porque no tenía nada con que alimentar a las
larvas. El hombre no podía continuar y no había casa cerca. Sufría tanto que le pidió
que le matara. Le suplicó que le matara. Al final lo hizo. Le cortó el cuello. Un golpe de
garra. Vi como las larvas se abrían paso comiendo, para después volver a meterse,
todavía comiendo.
Sus palabras me hicieron ver de nuevo la carne de Lomas, llena de parásitos
arrastrándose.
- ¿Porqué no me lo contaste? - susurré.
Pareció sorprendido, como si hubiera olvidado que le escuchaba.
- No lo sé.
- Poco después de eso fue cuando empezaste a huir, ¿verdad?
- Sí. Fue estúpido. Huir dentro de la Preserva. Huir dentro de una jaula.
Negué con la cabeza y le dije lo que debí decirle hacía mucho tiempo.
- No te cogerá a ti. No tienes por qué preocuparse.
- Lo haría... si te pasase algo.
- No. Cogería a Xuan Hoa. Hoa... lo desea.
No lo desearía de haberse quedado a observar a Lomas.
- No cogen a las mujeres - dijo con desprecio.
- A veces las cogen. - Le miré -. En realidad, prefieren a las mujeres. Deberías estar
cuando hablan entre ellas. Dicen que las mujeres tienen más carne para proteger a las
larvas. Pero acostumbran a elegir a los hombres para que las mujeres puedan
engendrar sus propios jóvenes.
- Para proporcionar la siguiente generación de animales huéspedes - dijo, pasando del
desprecio a la amargura.
- ¡Es más que eso! - contrarresté. ¿Lo era?
- Yo también querría creerlo si me fuera a pasar a mí.
- ¡Es más! - Me sentí como un niño.
Era un argumento estúpido.
- ¿Pensabas eso mientras T'Gatoi sacaba gusanos de las tripas de ese tipo?
- ¿Se supone que no debería pasar así?
- Naturalmente que sí. No se suponía que tú lo vieras, eso es todo. Y se supone que su
Tlic debería hacerlo. Ella podría picarle y dormirlo, y la operación no habría sido tan
dolorosa. Pero también le habría abierto, habría sacado las larvas, y si se hubiese
escapado una sola, ésta le envenenaría y le devoraría de dentro afuera.
Hubo un tiempo en que mi madre me decía que respetara a Qui porque era mi hermano
mayor. Me alejé odiándole. Estaba disfrutando a su manera. Él estaba seguro y yo no.
Podía haberle pegado, pero no creí poder soportar que se negara a devolverme el
golpe y me mirara con desprecio y lástima.
No pensaba dejar que me marchara. Se deslizó delante de mí con sus piernas más
largas, y me hizo sentir como si estuviera siguiéndole.
- Lo siento - dijo.
Continué con paso firme, furioso y harto.
- Mira, probablemente no sea tan malo para ti. T'Gatoi te aprecia. Tendrá cuidado.
Me volví hacia la casa, casi huyendo de él.
- ¿Te lo ha hecho ya? - preguntó, siguiéndome con facilidad -. Quiero decir que tienes la
edad adecuada para la implantación. Te ha...
Le pegué. No sabía que iba a hacerlo, pero creo que quería matarle. Creo que lo habría
hecho de no ser más grande y más fuerte.
Intentó sujetarme, pero al final tuvo que defenderse. Sólo me pegó un par de veces.
Con eso bastó. No recuerdo haberme caído, pero se había ido cuando me recuperé. El
dolor valió la pena, a cambio de deshacerme de él.
Me levanté y caminé lentamente hacia la casa. La parte de atrás estaba a oscuras. En
la cocina no había nadie. Mi madre y mis hermanas debían estar durmiendo en sus
cuartos, o fingiéndolo.
Oí voces cuando entré en la cocina, terrestres y Tlics, provenientes de la habitación de
al lado. No conseguí entender lo que decían, no quería entenderlo.
Me senté ante la mesa de mi madre, esperando a que se hiciera el silencio. La mesa
era vieja y lisa, pesada y construida a conciencia. Mi padre la había hecho para mi
madre justo antes de morir. Recordaba haber andado debajo de ella mientras la
construía. No le importó. Ahora me senté recostándome en ella, echándole de menos.
Podría haber hablado con él. Lo había hecho tres veces en su larga vida. Tres camadas
de huevos, tres veces abierto y cosido. ¿Cómo lo había hecho? ¿Cómo podría hacerlo
nadie?
Me levanté, cogí el rifle de su escondite y me senté con él. Necesitaba una limpieza, un
engrasado.
Todo lo que hice fue cargarlo.
- ¿Gan?
Hizo un montón de ruiditos al caminar sobre el suelo descubierto, cada pata
chasqueaba en sucesión al tocarlo. Oleadas de pequeños Tlics. Vino a la mesa, alzó la
mitad superior de su cuerpo sobre ella y se subió.
A veces se movía tan grácilmente que parecía fluir como si fuera agua. Se enrolló
formando un pequeño mantoncito en medio de la mesa y me miró.
- No ha estado bien - dijo suavemente -. No deberías haberlo visto. No había necesidad
de que fuera así.
- Lo sé.
- T'Khotgif, ahora Ch'Khotgif, morirá a causa de su enfermedad. No vivirá para criar a
sus hijos. Pero su hermana los mantendrá a ellos y a Bran Lomas.
Una hermana estéril. Una hermana fértil en cada camada. Una para preservar a la
familia. Esa hermana le debía a Lomas más de lo que jamás podría pagarle.
- Entonces, ¿él vivirá?
- Sí.
- Me pregunto si lo volvería a hacer.
- Nadie le pedirá que lo vuelva a hacer.
Miré los ojos amarillos, preguntándome cuánto había visto y comprendido, y cuánto
había sólo imaginado.
- Nadie nos pregunta nunca. Tú nunca me preguntaste.
Movió ligeramente la cabeza.
- ¿Qué te pasa en la cara?
- Nada. Nada importante.
Unos ojos humanos probablemente no habrían notado la hinchazón en la oscuridad. La
única luz provenía de una de las lunas, brillando por la ventana situada al otro lado de la
habitación.
- ¿Usaste el rifle para abatir al achti?
- Sí.
- ¿Y tienes intención de usarlo contra mí?
La miré. La luz de la luna iluminaba su cuerpo enrollado y grácil.
- ¿A qué te sabe la sangre terrestre?
No dijo nada.
- ¿Qué eres? - susurré -. ¿Qué somos nosotros para ti?
Se quedó inmóvil, la cabeza recostada en el anillo superior.
- Me conoces como ningún otro me conoce - dijo suavemente -. Tú debes decidir.
- Eso es lo que le pasó a mi cara.
- ¿Qué?
- Qui me estimuló para que decidiera algo. No salió muy bien. - Moví ligeramente el
arma, colocando diagonalmente el cañón bajo mi barbilla -. Al menos fue una decisión
tomada por mí.
- Como lo será ésta.
- Pregunta, T’Gatoi.
- ¿Por la vida de mis hijos?
Tenía que decir algo así. Sabía cómo manipular a la gente, terrestres y Tlics. Pero esta
vez no.
- No quiero ser un animal huésped - dije -. Ni siquiera el tuyo.
Le llevó un tiempo contestar.
- Casi no usamos animales huéspedes en estos días. Lo sabes.
- Nos usáis a nosotros.
- Lo hacemos. Esperamos largos años y os instruimos y unimos vuestras familias a las
nuestras. - Se movía inquieta -. Sabes que para nosotros no sois animales
Me quedé mirándola sin decir nada.
- Mucho después de que llegaran tus antepasados, los animales que usábamos antaño
empezaron a matar a la mayoría de los huevos una vez que eran implantados - dijo
suavemente -. Sabes estas cosas, Gan. Estamos aprendiendo de nuevo lo que significa
ser sanos y prósperos gracias a la llegada de tu pueblo. Y tus antepasados, que huían
de su mundo natal, de su propia especie que los habría matado o esclavizado,
sobrevivieron gracias a nosotros. Nosotros les aceptamos como pueblo y les dimos la
Preserva cuando aún intentaban matarnos como gusanos.
Al oír la palabra «gusanos» di un brinco. No pude evitarlo, y ella no pudo evitar darse
cuenta.
- Ya veo - dijo tranquilamente -. ¿Preferirías morir antes que llevar a mis jóvenes, Gan?
No respondí.
- ¿Debo acercarme a Xuan Hoa?
- ¡Sí!
Hoa lo deseaba. Que lo tuviera. Ella no había tenido que ver a Lomas. Estaría
orgullosa... no aterrorizada.
T'Gatoi fluyó de la mesa al suelo, sorprendiéndose casi demasiado.
- Esta noche dormiré en la habitación de Hoa - dijo -. Se lo diré en algún momento de
esta noche, o mañana.
Todo iba demasiado rápido. Mi hermana Hoa había tenido casi tanto que ver en mi
educación como mi madre. Aún seguía unido a ella, no como a Qui. Ella podía desear a
T'Gatoi y seguir queriéndome.
- ¡Espera, T'Gatoi!
Miró hacia atrás, levantó del suelo casi la mitad de su longitud y se volvió hacia mí.
- Éstas son cuestiones adultas, Gan. ¡Es mi vida, mi familia!
- Pero es... mi hermana.
- He hecho lo que me pediste. ¡Te lo he preguntado!
- Pero...
- Será más fácil para Hoa. Siempre ha deseado llevar otras vidas dentro de ella.
Vidas humanas. Jóvenes humanos que algún día beberían de sus pechos, no de sus
venas.
Negué con la cabeza.
- No se lo hagas a ella, T'Gatoi. - Yo no era Qui.
Pero, sin embargo, creí poder convertirme en él sin ningún esfuerzo. Podía escudarme
en Xuan Hoa. ¿Sería más fácil saber que los gusanos rojos crecían en su carne en vez
de en la mía?
- No se lo hagas a Hoa - repetí.
Me miró, totalmente inmóvil.
Miré a otro lado, luego a ella.
- Házmelo a mí.
Bajé el rifle de mi garganta y ella se inclinó hacia adelante para cogerlo.
- No - dije.
- Es la ley.
- Déjaselo a la familia. Puede que alguno de ellos tenga que usarla para salvar algún
día mi vida.
Agarró el cañón del rifle, pero yo no pensaba soltarlo.
Me arrastró hasta ponerme en pie, junto a ella.
- ¡Déjalo aquí! - repetí -. Acepta el riesgo si no somos tus animales, si éstas son
cuestiones adultas. Hay un riesgo, Gatoi, en tratar con un compañero.
Evidentemente le era difícil soltar el rifle. Un escalofrío le recorrió y emitió un siseo de
disgusto. Pensé que estaba asustada. Era lo bastante mayor como para haber visto lo
que podían hacerle los rifles a la gente. Ahora sus jóvenes y este arma estarían en la
misma casa. No conocía la existencia de nuestras otras armas. No importaban en esta
discusión.
- Implantaré el primer huevo esta noche - dijo, mientras yo apartaba el rifle -. ¿Me oyes,
Gan?
¿Por qué si no me había dado a comer un huevo completo. mientras el resto de la
familia tenía que compartir uno? ¿Por qué si no mi madre me miró como si estuviera
alejándome de ella, yendo hacia donde no podía seguirme? ¿Imaginaría T'Gatoi que no
me había dado cuenta?
- Te oigo.
- ¡Ahora!
Dejé que me empujara fuera de la cocina, y después caminé delante de ella hacia mi
dormitorio. La repentina urgencia de su voz parecía real.
- ¡Se lo habrías hecho a Hoa esta noche! - recriminé.
- Debo hacérselo a alguien esta noche.
Me detuve a pesar de su urgencia y me planté en su camino.
- ¿No te importa a quién?
Se deslizó rodeándome y entró en mi dormitorio. La encontré esperando en el diván que
compartíamos. En la habitación de Hoa no había nada que hubiera podido usar. Se lo
habría hecho en el suelo. La imagen de T'Gatoi haciéndoselo a Hoa fuera como fuese
me molestó ahora de un modo diferente, y me enfadé.
Me desvestí, a pesar de ello, y me tendí a su lado. Sabía qué hacer, qué esperar. Me lo habían contado toda mi vida. Sentí la picadura familiar, narcótica, dulcemente
agradable. Después, el ciego tanteo de su ovipositor. El pinchazo fue indoloro, fácil.
Entraba tan fácilmente... Se onduló lentamente contra mí, sus músculos empujaban el
huevo de su cuerpo al mío. Me agarré a un par de sus patas hasta que recordé a
Lomas agarrándose así. Me solté entonces, moviéndome sin darme cuenta, y le hice
daño. Profirió un suave grito de dolor y pensé que iba a ser enjaulado de inmediato por
sus patas. Me volví a agarrar al no serlo, sintiéndome extrañamente avergonzado.
- Lo siento - susurré.
Acarició mis hombros con cuatro de sus patas.
- ¿Entonces te importa? - pregunté -. ¿Te importa que sea yo?
No respondió durante unos segundos. Finalmente...
- Tú eras el que tomaba decisiones esta noche, Gan. Yo tomé la mía hace mucho.
- ¿Te habrías acercado a Hoa?
- Sí. ¿Cómo podría dejar a mis hijos al cuidado de alguien que los odiara?
- No era... odio.
- Sé lo que era.
- Estaba asustado.
Silencio.
- Todavía lo estoy.
Podía admitirlo delante de ella, aquí, ahora.
- Pero tú viniste a mí... para salvar a Hoa.
- Sí. - Apoyé la frente en ella. Era fría, aterciopelada, engañosamente blanda -. Y para
conservarte para mí - dije.
Así era. No lo entendía, pero así era.
Emitió un suave canturreo de contento.
- No podía creer que hubiera cometido semejante error contigo. Yo te elegí. Pensé que
tú habías llegado a elegirme.
- Lo había hecho, pero...
- Lomas.
- Sí.
- Nunca he conocido a un terrestre que lo viera y lo asumiera bien. Qui ha visto uno,
¿no es así?
- Sí.
- Debería evitarse que los terrestres lo vieran.
- No me gustó cómo sonaba aquello, y dudaba que fuera posible.
- Evitarlo, no. Mostrádnoslo. Mostrádnoslo cuando somos niños pequeños, y
mostrádnoslo más de una vez. Ningún terrestre contempla un parto que vaya bien,
Gatoi. Todo lo que vemos es N'Tlic, dolor y terror, y puede que muerte.
Me miró.
- Es un asunto privado. Siempre ha sido un asunto privado.
Su tono me impidió insistir; eso y el conocimiento de que, si ella cambiaba de parecer,
yo podría ser el primer ejemplo público. Había sembrado la idea en su mente. Había
posibilidades de que germinara, y que, eventualmente, la probara.
- No lo volverás a ver - dijo -. No quiero que vuelvas a pensar en dispararme.
La pequeña cantidad de fluido que entró en mí con el huevo me relajó tan
completamente como lo habría hecho un huevo estéril, y recordé el rifle en mis manos,
y mis sensaciones de miedo y repulsión, de rabia y desesperación. Podía recordar las
sensaciones sin revivirlas, hasta podía hablar de ellas.
- No te habría disparado - dije -. A ti no.
Había sido extraída de la carne de mi padre cuando éste tenía mi edad.
- Podrías haberío hecho - insistió.
- A ti no.
Se interponía entre nosotros y su propio pueblo, protectora, entrelazándonos.
- ¿Te habrías destruido a ti mismo?
Me moví con cuidado, incómodo.
- Puede que lo hubiera hecho. Casi lo hice. Ésa es la «huida» de Qui. Me pregunto si lo
sabe.
- ¿Qué?
No respondí.
- Ahora vivirás.
- Sí.
Cuídala, solía decir mi madre. Sí.
- Soy joven y sana - dijo -. No te dejaré como dejaron a Lomas. No te dejaré solo, N'Tlic.
Cuidaré de ti.

FIN

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