Abismo
Frenético
Serie del centro galáctico/5
Gregory Benford
PRÓLOGO - CENTRO VERDADERO
El padre de Toby recorría el casco.
Killeen, una figura plateada, había sintonizado el traje para que reflejara la mayor cantidad
posible de radiación. Un hombre espejo. Lo bañaba una luz que titilaba con la fosforescencia
de las estrellas y el gas. Una distorsión ondeante seguía el andar aplomado y lento de Killeen
contra el ardiente fondo.
«Papá», llamó Toby por el comunicador del dermotraje.
«¿Qué? —Killeen no pudo ocultar su sorpresa—. ¿Por qué estás aquí fuera?»
«La gente se pregunta por qué pasas tanto tiempo aquí.»
Como capitán del Argo, Killeen podía hacer lo que quisiera. Pero Toby notaba una creciente
incertidumbre entre los oficiales. Alguien debía actuar, decirle algo, así que Toby se había
puesto el dermotraje y había salido. Últimamente, el capitán Killeen se mantenía aislado. Salía
a pasear sobre las curvas del casco de la nave, y a veces ni siquiera dejaba abierta su línea de
comunicación.
«Estoy navegando, observando», dijo Killeen con aire distante.
La acuosa imagen del hombre fluía como luz líquida cuando se acercó a Toby por la proa
roma de la nave. Su traje reflejó momentáneamente las negras profundidades de una nube
molecular cercana y Toby lo vio como una inquietante sombra contra el lejano resplandor
anaranjado del gas constelado de estrellas.
«Puedes hacerlo desde el puente», dijo Toby.
«Desde aquí lo aprecias mejor.» Killeen se acercó y Toby distinguió la expresión severa de
su padre a través del pequeño visor del traje.
Toby reparó en el rostro contraído de Killeen, en su humor hosco, y decidió ser directo.
«Hay varios tripulantes más con parte de enfermedad.»
Killeen apretó los labios pero no dijo nada. Toby titubeó, se armó de coraje.
«¡Papá, nos morimos de hambre! Los jardines que perdimos no crecerán de nuevo,
reconócelo...»
Killeen giró, moviendo diestramente sus botas magnéticas en gravedad cero.
«Lo estoy reconociendo. Pero ya no nos quedan trucos tecnológicos. Ni siquiera los
especialistas en plantas pueden lograr que esos jardines de a bordo florezcan de nuevo. No
cuento con ninguna ayuda, así que estoy pensando, ¿entiendes?»
Toby retrocedió involuntariamente. El enfado de Killeen era vivo y daba miedo. Tomó aliento
y preguntó:
«¿No deberíamos..., no podemos hacer otra cosa?»
Killeen frunció el ceño.
«¿Cómo qué?»
«Aproximarnos a alguna de aquellas cosas.»
Toby señaló.
Delante del Argo flotaban débiles puntos metálicos de luz, sin nubes ni polvo luminoso. Eran
artificiales.
«No sabemos qué son. Podrían ser mecs. Tal vez lo sean. Los mecs han construido mucho
cerca del Centro Verdadero.»
Killeen se encogió de hombros.
«Tal vez sean humanos, papá.»
«Lo dudo. Ha transcurrido mucho tiempo desde que los humanos vivían en el espacio.»
«Eso dice la historia, pero no lo sabremos si no echamos un vistazo. Somos exploradores
por tradición, papá. La Familia está impaciente por salir de la nave, por estirar las piernas...»
Killeen escudriñó pensativamente el resplandor del Centro Galáctico.
«Siendo capitán, aprendes a no meter la nariz en una colmena para oler la miel. Es probable
que esas cosas sean hostiles, aunque no sean mecs. Aquí todo parece ser mec.»
Toby pasó por alto aquel comentario. Había pasado más de un año, pero Killeen aún no
había superado la muerte de su mujer, Shibo. Cumplía con sus deberes de capitán, pero a
menudo estaba ensimismado, pensativo, melancólico. Esa actitud habría sido aceptable en un
tripulante, pero no en un capitán. Afectaba la moral de la gente.
Aun así, pensó Toby, tal vez Killeen tuviera razón. Se dirigían hacia el centro de la galaxia,
donde operaban energías de vasto alcance e indiferentes. Soles enormes y resplandecientes.
Nubes incandescentes de polvo y gas. Poderes que trascendían todo cuanto los humanos
pudieran manejar. Inteligencias acordes con el loco remolino de los astros.
Había estudiado historia y sabía que los humanos habían evolucionado cerca de una estrella
que se hallaba en un brazo externo de la espiral galáctica. La galaxia era un disco giratorio,
como un juguete de dimensiones inconcebibles para la mente humana. En la Vieja Tierra, lejos
de los cataclismos del Centro Verdadero, la vida había sido fácil y apacible.
En uno de sus ejercicios de instrucción había visualizado una caja de un año luz de lado, la
distancia que la luz podía recorrer en un año. Allá, cerca de la legendaria Tierra, esa caja contendría
una sola estrella.
Aquí, en el Centro Galáctico, la caja contenía un millón de estrellas.
Los soles poblaban el cielo como canicas fulgurantes. Los envolvían tormentosas franjas de
gas rojo. Las estrellas se apiñaban como abejas furiosas en torno al eje central, al fulgor blanco
azulado del centro exacto.
«Podríamos acercarnos, echar un vistazo», murmuró Toby.
Killeen negó con la cabeza.
«Tal vez resolviéramos un problema, pero crearíamos otro peor...»
«Nos morimos de hambre, papá, tenemos que hacer algo.»
Killeen se alejó encolerizado por el gastado y mellado casco. Sus imanes hicieron que el
metal temblara con un estremecimiento que Toby notó a través de sus propias botas. Siguió a
su padre. Por aquella superficie había que desplazarse a pasos largos: dejarse llevar por el
impulso, permitir que la bota se adhiriera el tiempo suficiente para cobrar más ímpetu, liberar la
bota, avanzar otro paso. Toby lo hacía bien, pero no podía seguir el ritmo de su padre.
El Argo los había llevado allí a velocidades cuasilumínicas, devorando plasma con sus palas
magnéticas. Había combustible de sobra, más espeso a medida que se aproximaban al centro.
Pero algunos trozos de roca habían mellado y abollado el lustroso casco. Ahora avanzaban
más despacio, y Killeen aprovechaba la ocasión para caminar por el casco con cierta
seguridad. El Argo se había sumado al movimiento de la materia, que giraba en torno al Centro
Verdadero a una milésima de la velocidad de la luz.
Killeen alcanzó un saliente liso en las complejas protuberancias del Argo y se detuvo, como
si estuviera en la cima de una colina en su planeta natal. La nave, del tamaño de una montaña,
era una grandiosa construcción de sus antepasados. Más allá se extendía una inmensa nube
oscura, como una mancha de tinta contra las llameantes estrellas.
Killeen se volvió hacia su hijo. Su expresión se tiño de nostalgia.
«Si al menos hubiera planetas...»
«No puede haberlos», dijo Toby, tratando de volver la conversación a la realidad.
«¿Por qué?», preguntó Killeen con aspereza.
«¡Mira esas estrellas! Están tan cerca que arrebatarían un planeta a su sol madre.»
«Bien, entonces los planetas irían a la deriva. ¿Y?», dijo Killeen tercamente.
«A la deriva. Y congelados. Demasiado alejados de cualquier sol. No habría vida vegetal en
ellos. No habría alimentos...»
Killeen escudriñó el espacio.
«¿Entonces, en medio de tanta magnificencia, no hay lugar para la vida?»
«En efecto. Y tampoco lugar para nosotros.»
Toby aventuró esta opinión para arrancar a su padre de sus fantasías, tal vez para obligarle
a replantearse su temeraria incursión en el Centro Verdadero.
Killeen lo miró serio, casi suplicante.
«Debemos continuar», insistió.
«¿Por qué? Los niveles de radiación son tan altos que el Argo apenas puede resistirlos. Sólo
por el hecho de estar aquí fuera, te arriesgas a una exposición grave.»
«Es nuestro deber.»
«Papá, te debes primero al Argo, a tu tripulación.»
«Hay algo cerca del Centro Galáctico. Tenemos que averiguar qué.»
Toby resopló de frustración. Killeen entornó los ojos, pero Toby recordó que hablaba en
nombre de la mayoría de los tripulantes. También él tenía un deber.
«Algunos documentos viejos y mohosos sugieren algo. Sugieren que hay algo, eso es todo
—dijo—. ¿Y por eso debemos...?»
Se interrumpió cuando Killeen le volvió bruscamente la espalda. El capitán del Argo mantuvo
los hombros erguidos, aunque agachó la cabeza. Toby vio que su padre luchaba consigo
mismo, combatiendo contra oscuros demonios que el hijo nunca conocería del todo.
Toby apenas lograba entreverlos en las precipitadas frases de sus conversaciones, en los
movimientos a medias, en el velado lenguaje de gestos y miradas que dejaba
momentáneamente al desnudo una mención. El capitán nunca se desahogaba, ni siquiera con
su hijo. Ni siquiera con Shibo, tal vez, cuando ella vivía.
Killeen sobrellevaba una pesada carga: la pérdida de Shibo; la relación distante con su hijo;
la proximidad del turbulento Centro Verdadero. Todo esto hervía en la mente de su padre como
en una olla, y Toby lo sabía.
Killeen miró la masa negruzca que se erguía como una muralla junto al Argo. Era una
espesa y arremolinada nube de polvo y moléculas simples, según indicaban los instrumentos.
Pero Killeen siempre desconfiaba de los diagnósticos del Puente del Argo. Hacía años que
había adquirido el hábito de otear desde el casco, libre del tranquilizador, sedante y artificial
entorno de la nave. O al menos eso decía. Toby sospechaba que, simplemente, le gustaba
escapar del encierro. De tal palo, tal astilla.
Nubes sombrías como aquélla tachonaban el deslumbrante resplandor del Centro Galáctico:
negros signos de puntuación en una turbulencia de fuego estelar. Killeen había trazado el curso
del Argo para aprovechar esa nube como escudo contra niveles letales de radiación. Mientras
el Argo se deslizaba junto a filamentos velados y oscuros, Toby notó que su padre contraía el
rostro en una mueca de asombro.
«¡Allí! —Killeen señaló—. Algo se mueve.»
Toby se tocó un control del cuello. El ordenador del casco amplió la imagen y pasó a modo
infrarrojo. Su campo de visión se internó en los recovecos de la nube.
Algo serpenteaba en el borde de la bruma moteada.
«Pasa a gran alcance», dijo Killeen con aplomo. Había superado el asombro y era pura
actividad.
Toby pasó a amplitud máxima. ALCANCE 23 KM, indicaba el visor.
La cosa serpeante se deslizaba despacio. Su reluciente piel de jade reflejaba el fulgor de las
estrellas. Perezosas láminas transparentes ondulaban a lo largo de su cuerpo.
«¡Está viva!», exclamó Toby.
La serpiente verde usaba velas. Velas naturales, nacidas del cuerpo en mástiles fibrosos,
atrapaban la ambarina luz de las estrellas. En gravedad cero, la tenue presión de la luz bastaba
para darle impulso. Sin nada que la detuviera, la sinuosa criatura cobraba velocidad.
«Mira —susurró Killeen—. Hay algo más en esa nube.»
La bestia ondulante no tenía cabeza, sólo una ranura larga y negra en el extremo delantero.
Toby dedujo que debía ser una boca. La criatura perseguía una esfera azul.
Miraron en silencio cómo se acercaba, y la boca se ensanchó. Una cosa anaranjada brotó
de ella y se adhirió a la esfera azul arrastrándola hacia la boca, que se abrió en un bostezo. La
esfera desapareció.
«Depredadores —dijo Killeen—. Y presas.»
«¿Depredadores? ¿Cómo puede algo vivir en una nube? ¿En el vacío del espacio?»
Killeen sonrió.
«¿Vacío? Nada está vacío, hijo. Las nubes moleculares contienen moléculas orgánicas,
¿verdad? Eso dicen los especialistas...»
«Ah, esas cosas... sí.» Toby recordó la voz de su Aspecto instructor, Isaac, que le daba
complejas lecciones. «Oxígeno. Carbono. Nitrógeno.»
Killeen gesticuló expansivamente.
«Súmale esta luz estelar, cocínalo varios miles de millones de años y... ¡listo!»
Toby pestañeó.
«¿Vida escondida en esta nube?»
«Apuesto a que hay buena cacería en el borde de la nube. Algunas criaturas deben vivir en
lo más profundo, donde pueden esconderse. De cuando en cuando saldrán para disfrutar de la
luz y calentarse.»
Toby asintió con la cabeza, convencido.
«Esa criatura serpentina lo sabe. Sale en busca de la cena», dijo.
«La serpiente con velamen se come las esferas azules. Pero ¿qué comen las esferas
azules?»
«Algo más pequeño. Algo que no vemos desde aquí.»
«Exacto.» Killeen entornó los ojos. «Tiene que haber una criatura que se alimente sólo de
luz estelar y moléculas a la deriva.»
«¿Plantas? —preguntó Toby—. Plantas del espacio. Apuesto a que podremos comernos
algunas.»
Killeen le palmeó la espalda.
«Sería raro que no pudiéramos. Sabemos que estas nubes tienen la misma química básica
que la naturaleza genera en todas partes. Eos programas científicos del Argo nos explicaron
eso, ¿recuerdas? Así que podremos digerir lo que se oculte por aquí, sin duda.»
Toby parpadeó, observando cómo la serpiente desplegaba sus velas. ¿Era verde por la
misma razón que las plantas lo eran, para absorber luz solar de todos los colores salvo el
verde? La criatura inició un lento giro, mostrando rayas negras y curvas. ¿Había visto la nave?
Tal vez deberían cazarla, averiguar lo que sabía. Su estómago reaccionó con un retortijón
sonoro de hambre.
Pero la criatura era imponente a su modo, su piel reluciente y sus gráciles movimientos
poseían una cierta belleza. Como un inmenso nadador en una piscina negra. Tal vez debieran
dejarla en paz.
«Nunca la habríamos visto desde el puente. Esos instrumentos habrían filtrado todo lo que
no considerasen importante.»
Killeen había recobrado su actitud expeditiva, reprimido su asombro. Era parte del precio de
ser capitán.
Toby aún miraba boquiabierto la serpiente. Sabía que su padre tenía razón. Nadie habría
podido adivinar lo que verían allí. Pero Killeen había salido una y otra vez para pensar en sus
problemas de capitán, mediar, cavilar recorrer el casco mirando sin saber qué buscaba. Y
algunos tripulantes pensaban que había perdido el juicio.
Killeen llamó al Puente y ordenó que el Argo se dirigiera hacia la oscura nube. Poco a poco
los tripulantes comprendieron la situación. En las líneas de comunicación se oían voces
vibrantes, esperanzadas, alegres.
«¿Papá?», preguntó Toby.
Killeen estaba impartiendo órdenes. La tripulación debía prepararse para cazar, para
perseguir extrañas presas en las tenebrosas profundidades del vacío. Debían hacer algo que
nunca antes habían intentado, que ni siquiera habían imaginado.
Killeen hizo una pausa y preguntó:
«¿Sí?»
«Podemos refugiarnos un tiempo en la nube. Descansar. Recobrarnos...»
Killeen sacudió la cabeza.
«No. Nos reaprovisionaremos y continuaremos. Allí está el Centro Verdadero. ¡Míralo!
¡Estamos tan cerca!»
Toby miró hacia adelante por entre los grumos polvorientos que aureolaban el casco del
Argo mientras la gran nave se internaba en la nube gigante. Ampliando al máximo pudo
distinguir el centro exacto de la galaxia. Deslumbrante. Bello. Peligroso.
Y comprendió que su padre jamás se desviaría de esa meta. Ni el hambre, ni los riesgos ni
la tristeza lograrían disuadirlo.
Volarían hacia el centro hirviente de aquel caos traslúcido y arremolinado. En un viaje
imposible. Buscando algo sin saber qué.
Killeen sonrió.
«Vamos, hijo, para esto hemos nacido. Seguiremos adelante y hacia dentro. Aquí cerca se
encuentra todo el pasado de nuestra Familia. Averiguaremos qué sucedió, quiénes somos.»
«A la tripulación no le gusta que hables así, papá.»
Killeen frunció el ceño.
«¿Por qué?»
«Es un lugar temible.»
«¿Y? No han visto todo el esplendor de su gloria, no han pensado en ello. Cuando llegue el
momento, me seguirán.»
«Estamos huyendo para salvar el pellejo, papá.»
«¿Y? —Killeen sonrió, un vivaz gesto humano en medio de la luz galáctica—. Siempre ha
sido así.»
TORMENTA DE PARTÍCULAS
El caparazón se desliza como una avispa cazadora.
Su tórax es de cerámica de alto impacto. Las franjas blancas semejan costillas. Los globos
de almacenamiento se hinchan como pulmones cuando intercambia la carga de plasma. Lentas
elevaciones, ondulantes exhalaciones.
Esto es una ilusión. Su cuerpo es una compilación de diseños del pasado; libre de peso, no
recuerda los planetas. La evolución es independiente del sustrato, sea orgánico, metálico o
plasmático. Este diseño sigue frías planificaciones que se han vuelto hábito. La función
convergente sobre la forma. Varillas tubulares de tensión invisible, elocuentes puntales.
En alguna parte de su extensión, vainas grises tachonan los ángulos. Curvas en plata
borrosa. Líneas ahusadas se fusionan, uniendo ejes sesgados. Estas formas geométricas
serían imposibles bajo los dictados de la gravedad.
Rota. Grave, cuidadosa. El movimiento es un lujo innecesario cuando lo que realmente se
mueven son los datos.
Tiene poco sentido cinestésico. En cambio, vive en medio de universos codificados e
interiores. Redes lógicas, filtros. Las percepciones son patrones acelerados que circulan entre
las arenas movedizas de las estrellas y las vidas.
Por esos espacios fluyen datos. Ríos digitales se ramifican en meandros, buscando
receptores. Murmurantes, estratificados, incesantes como la lluvia de protones.
Los arroyos de datos caen febrilmente sobre opacos caparazones de titanio. Pero no siente
el torrente de partículas que azota en vano los macizos escudos: capas de tenso cismetal conglomerado,
girando.
La masa es bruta. Dentro de las cristalinas murallas, no hay nada parecido a una máquina.
Ningún movimiento obvio, ni engranajes mecánicos. Aquí la esencia es estática, eterna, un
fulcro de fuerzas fijas.
El pensamiento es infinitamente tenue. La mente interior recorre diminutos tallos de
diamante oscuro, modelado en el núcleo de antiguas supernovas. Los códigos circulan en finas
salpicaduras de núcleos polarizados, danzan eternamente en campos flotantes. Los electrones
se contraen y serpentean portando ideas luminiscentes.
Desde lejos llegan las radiaciones espectrales de una gigante roja que poco a poco se
transforma en supernova. El plasma arroja lanzas de rubí en los planos giratorios. El frenético
flujo lame gastados bordes del cráter. Impactos al azar, olvidados. Las cavidades y rasguños
que adornan los tubos macizos cuentan extrañas historias, ya ilegibles.
La muerte corona el espinazo espiral: antenas teñidas de amarillo cegador. Pueden hendir el
susurro galáctico, usar agujas electromagnéticas para apuñalar presas que están a minutos luz
de distancia.
Por el momento conversa, y sus identidades interiores están libres de los mandatos voraces
de la supervivencia. Se consagran a pensar. Dentro de ella danzan los datos.
La inteligencia antológica habla con otras distribuidas en el plano galáctico, aunque la
distinción entre yo (aquí) y otro (allá) es una convención, una burda simplificación de esta
angularidad giratoria.
Entablan algo similar a una discusión. Perspectivas fluctuantes de matices digitales. Las
oposiciones binarias son ilusorias —tú/yo, punto/contrapunto— pero configuran temas, tal como
un marco delimita una pintura.
Comienza. El lenguaje danza en las huracanadas masas intermedias, los caprichos del
tiempo. Hiende. Penetra.
Los semisensitivos no deben
preocuparnos.
Al contrario. Son un problema sin resolver.
¿Los denominas «primates»?
De la clase de los vertebrados soñadores.
Yo/tú los considero irrelevantes.
Siguen constituyendo una molestia.
¡No son nada! Desechos, motas.
Se aproximan. Falta poco para que lleguen al Centro.
Nosotros/vosotros prácticamente
hemos erradicado a los humanos. No
quedan sino en pequeños grupos.
Nuestras prolongadas deliberaciones,
que la historia recoge ampliamente,
exigen la conclusión de esta antigua
obra.
Esta política tiene e>/~*~\< de antigüedad. Nosotros/vosotros deberíamos revisarla.
Están casi extinguidos. Continúa.
Su extinción es difícil de lograr. Subsisten. Esto sugiere que nosotros/vosotros deberíamos
revisar nuestros supuestos.
Son alimañas. La evolución basada
en el carbono sólo proporciona
aptitudes limitadas. Todavía se
comunican entre sí linealmente.
Algunos dicen que la evolución actúa igualmente sobre vosotros/nosotros y sobre ellos.
Pamplinas. Nosotros/vosotros
dirigimos nuestros cambios. Ellos no
pueden. Ésta es la deficiencia
esencial de la vida orgánica.
Una vez pudieron alterar sus propias huellas, introducir cambios en su especie.
Perdieron esa capacidad cuando
nosotros/vosotros los diezmamos.
Ahora son como las formas no
pensantes, los anímales... modelados
por fuerzas aleatorias.
Hubo un tiempo en que fueron importantes. Nosotros/vosotros debemos comprender esta
amenaza antes de eliminarla.
Posiblemente posean información
nociva para nosotros/vosotros. Así
consta en nuestros registros más
estables.
Esos registros están protegidos contra la radiante tormenta del Devorador de Masa, así que
deben conservarse bien.
Por su naturaleza, nosotros/vosotros
no podemos saber en qué consiste
esta información oculta.
¿Por qué «por su naturaleza»?
Hay muchas teorías.
Precisamente. ¿No es raro que algo en nuestra/vuestra constitución nos impida saber qué
llevan estos humanos? ¿Que dicho conocimiento nos esté vedado? Resulta un curioso aspecto
de nuestra programación profunda.
Siempre que lleven algo. Estos
documentos antiguos son
sospechosos.
No podemos arriesgarnos a no creer en ellos.
Hace mucho tiempo el filósofo [\~]
resolvió esos interrogantes.
Nosotros/vosotros estamos
encerrados en nuestro espacio de
percepción. Siempre quedarán asuntos
que no podemos conocer.
Pero ¿si estos asuntos nos afectan? Es inquietante.
Convivir con la ambigüedad es
propio de las inteligencias superiores.
Sin embargo, para reducir la
incertidumbre deberíamos exterminar
a las bandas restantes.
¿Y perder esa información?
Muy bien, archivémosla primero. Pero
señalo que con esta nueva incursión
se aproximan al Centro Verdadero.
Puede ser arriesgado eliminarlos.
Pamplinas. Nosotros/vosotros ya
hemos destruido muchas expediciones
similares.
Primero, que los exploradores los localicen con precisión. Las habituales unidades
cazadoras de primates los rastrearán, tal vez causando algunos daños menores. Recuerda que
esas formas inferiores requieren una estructura de recompensa.
¿Vosotros/nosotros abogáis por la
postergación de toda acción?
No, por una acción cauta. Recordemos que formas más elevadas que nosotros juzgarán
nuestros//vuestros actos. Acontecimientos previos relacionados con estos primates, en dos
planetas, indican que aún desempeñan una función significativa aunque poco clara. Tal vez
transporten información: ¿qué son sino información? Más aún: ¿qué somos nosotros para
centrar la atención de mentes superiores?
Muy bien, cautela. Pero ¿cómo?
Les tenderemos una trampa.
PRIMERA PARTE - ANTIGÜEDAD REMOTA
1 - TECNONÓMADAS
Toby acababa de entrar en la cámara de presión y se estaba quitando el traje cuando
apareció Cernió. Toby sólo llevaba pantalones cortos debajo del traje y en la nave tenía más
frío que fuera. Buscó el mono en el armario, tiritando.
—¿Dónde estabas? —preguntó Cermo.
El hombretón se erguía sobre Toby. Antes lo llamaban Cermo el Lento, pero ahora estaba
más flaco y ágil. Una sonrisa satisfecha le partía la cara en dos.
—He oído el alboroto. El capitán ha encontrado algo de comer, ¿verdad?
—Veremos.
—Pero eso no cambia nada, no para ti —dijo Cermo riendo entre dientes. Era un hombre
corpulento de ojos blandos y rostro alegre, así que su risa no resultaba malévola.
—¿A qué te refieres?
—Hoy estás asignado a mantenimiento.
—De acuerdo. Revisaré los biotanques, como de costumbre.
—Hoy no se trata de lo de costumbre. —De nuevo la sonrisa.
—¿Qué sucede?
—Se han roto los sellos de las cloacas.
—¿Otra vez? No es justo. Se rompieron la última vez que me asignaron a mantenimiento.
—Pues entonces eres un experto. —Cermo le alcanzó una fregona—. Aplica tus
conocimientos.
Los sellos siempre se rompían porque los reguladores de presión se tenían que ajustar con
precisión. Los desechos humanos eran un ingrediente vital en los biotanques. Había que
presurizarlos, filtrarlos y aplanar el producto final formando esteras pastosas que los equipos de
agricultores distribuían en las grandes zonas de cultivo. El Argo era una nave de larga distancia
diseñada para retener cada gota de agua, cada exhalación le aire.
Fácil de entender, difícil de hacer. La mayoría de los tripulantes del Argo eran parientes, todo
lo que quedaba de la Familia Bishop. Procedían de Nieveclara, un mundo lúgubre que Toby
recordaba con afecto.
Toby pertenecía a la última generación de la Familia Bishop. Eso le permitía ser un novato
crédulo, pero la pura y amarga verdad era que los Bishop carecían de las aptitudes necesarias
para manejar el Argo.
Todas las Familias habían sido tecnonómadas, y habían aprendido apenas lo necesario para
sobrevivir mientras escapaban. Siempre corriendo, esquivando, eludiendo a los mecs. No porque
los mecs les prestaran en general demasiada atención. En el Centro Galáctico los
humanos eran como ratas correteando detrás de las paredes: su protagonismo era nulo.
El Argo era agradable para sus pasajeros, un digno producto de la Era de la Alta Arcología,
pero el diseño de sus sistemas les exigía que tuvieran una educación de la cual carecía la
Familia Bishop.
Por ejemplo: el sumidero. Ni el capitán Killeen, ni Cermo ni ningún otro habían podido
comprender las instrucciones del sistema de presión.
Se regía por algo llamado la ley de los Gases Perfectos. La inmundicia que circulaba por
aquellos tubos lisos y claros no era perfecta, por cierto, y no obedecía ninguna ley conocida. Se
desparramaba sin previo aviso en los momentos menos oportunos. La semana anterior, un
aullante chorro marrón había rociado a toda la Familia, reunida para una boda. La celebración
quedó bastante deslucida.
Toby se reunió con los otros pobres diablos que estaban esa semana en mantenimiento.
Respirar por la boca le sirvió sólo hasta que el olor se le subió a la cabeza. Su Aspecto Isaac le
habló mentalmente cuando se agachó para limpiar la inmundicia con una esponja.
He conferenciado con los registros más antiguos que llevas en tu biblioteca. Es interesante,
pues el término que usáis para esto deriva del nombre del hombre de la Vieja Tierra que
inventó el inodoro. Un inglés, dice la leyenda, que amasó una fortuna y benefició a toda la
humanidad. Su nombre, Thomas Crapper, ha llegado a ser... 1
—Déjame en paz.
Pensé que una pequeña distracción te facilitaría la tarea.
—Mira, si quiero distracción, tocaré música de la época del Mozarte.
Me temo que confundes el nombre. Sin duda te refieres a Wolfgang Ama...
Mentalmente, Toby obligó al parlanchín Aspecto a regresar a su guarida. Los aspectos eran
personalidades grabadas pertenecientes al pasado de la Familia Bishop, algunas muy viejas,
como Isaac. Consistían en bases de datos interactivas inscritas en unos chips que Toby llevaba
insertos en las ranuras del cuello. Isaac era una transcripción reducida de una personalidad
humana muerta hacía tiempo cuyo antiguo saber podía resultar útil. Isaac había intentado una
y otra vez explicar a Toby la Ley de los Gases Perfectos, pero éste no había logrado
entenderla.
Enterarse de la existencia de Thomas Crapper no le serviría de ayuda, pero le hizo sonreír,
así que tal vez cumplió un propósito. La familia usaba Aspectos para orientarse frente a los problemas;
llevaban a cuestas la información que necesitaban para sobrevivir mientras convivían
con una tecnología que superaba su capacidad.
—Oye, ¿vas sonámbulo?
Toby irguió la cabeza. Besen estaba de pie a su lado. Había terminado su parte y a Toby
todavía le quedaba medio pasillo por limpiar.
—Oh, estaba sumido en pensamientos profundos.
Besen puso los ojos en blanco.
—Claro.
Él señaló la cubierta manchada de marrón con la fregona.
—Sin duda no sabes quién dio nombre a esta cosa.
Besen escuchó la explicación con escepticismo.
—Es la verdad —dijo él.
Besen sonrió y Toby pensó que últimamente tenía un aspecto maravilloso. Incluso vestida
con el mono y con el cabello castaño echando hacia atrás, salpicado y sucio, le seguía pareciendo
espléndida. Las muchachas florecían una sola vez, antes de convertirse en mujeres,
pero era suficiente. Besen rebosaba lozanía y vitalidad.
—Sólo me acordaba de una de esas obras que tuvimos que escuchar—dijo él—. Es
aplicable al caso.
—¿De veras? —preguntó ella con escepticismo.
—Claro, ¿recuerdas? «¡Buenas noches, buenas noches! Pedorrear es una dulce
pesadumbre.» Muy romántico.
—«Separarse es una dulce pesadumbre», dice. Vaya romántico estás hecho.
Uno de sus juegos particulares se basaba en un antiquísimo chip que llevaba Besen.
Contenía textos de la Vieja Tierra, incluidos los de un tío llamado Shake-Spear, quien, según
Besen, era un gran poeta de una especie de sociedad primitiva de recolectores cazadores2.
1 Crapper es un término vulgar para designar el inodoro. (N. del T.)
2 El juego de palabras entre parting («separarse», «despedirse») y farting («pedorrear») resulta intraducible. El pasaje
citado corresponde a la despedida de Julieta después de la célebre escena del balcón, en Romeo y Julieta de William
Aquél era uno de los fragmentos de Shake-Spear que los humanos conservaban en medio del
Gran Abismo que los separaba de las culturas de la Vieja Tierra, y a Besen le gustaba citar
pasajes de ese material, sólo para alardear.
—Bien, lo he recordado casi literalmente. —Toby sonrió—. Espera a que termine con esto e
iremos a divertirnos en el gimnasio.
A Toby le gustaban las zonas de gravedad cero del Argo. La mayoría de los sectores de la
nave giraban, creando una «gravedad» centrífuga artificial. En el gimnasio de gravedad cero
podían brincar en las paredes, salir catapultados, lanzarse a relucientes esferas de agua.
Besen sacudió la cabeza.
—Ha habido otra rotura. Por eso he venido a buscarte.
—¡Oh, no!
—Oh, sí. Y nos han elegido para ayudar a limpiar.
—¿Dónde?
Toby esperaba que no fuera en una zona sin gravedad. Eran tan divertidas como difíciles de
limpiar. La inmundicia se pegaba a todas las superficies imaginables y también a las
inimaginables.
—En el Puente. ¡Ven, deprisa!
Cuando llegaron al amplio e iluminado Puente, Toby quedó pasmado ante la filtración. Una
sustancia espesa bajaba por una pared. Por suerte, no había en ella instrumental electrónico ni
pantallas. Apestaba. Toby conocía por su nombre de pila a todos los oficiales de uniforme,
pues eran miembros de la Familia, pero ellos no reparaban en él, en Besen ni en la hedionda
mancha parda. Las manos a la espalda, el ceño fruncido, se concentraban en tareas que no
ofendían su altiva dignidad de oficiales.
El Puente era una parte sagrada del Argo, donde se tomaban decisiones trascendentales
sobre el futuro de la Familia Bishop, a menudo en fracciones de segundo. Aquella invasión de
desechos fétidos parecía una afrenta deliberada del burlón Dios de las Cloacas.
Las fluctuantes pantallas del Puente exponían imágenes, columnas de datos, estimaciones y
proyecciones en cuatro colores presentadas automáticamente por los vigilantes ordenadores
del Argo. Sin este nivel de control, la Familia Bishop se habría visto reducida a lo que era: una
tribu de nómadas semianalfabetos que habían tenido la suerte de encontrar una nave
confortable.
Aun así, se notaba que hacía años que ocupaban el Argo. La moqueta tenía una gran
mancha amarilla y marcas de fregado. Alguien había desgarrado una pared, y un equipo de
reparaciones había abierto un boquete que luego había dejado sin cerrar. Trozos de
servomecanismos y aparatos electrónicos atestaban las superficies de trabajo. Como nómadas
que eran, estaban acostumbrados a arrancar y trasladar, a cargar e improvisar, no a evitar el
abarrotamiento.
Toby y Besen trataron de escuchar las conversaciones del Puente mientras trabajaban. La
nave se internaba en la nube molecular. Se oía una melodía grave, una nota prolongada que el
polvo de la nube emitía al frotar las zonas esféricas de la nave. Era como si el gas interestelar
tocara una música plañidera sirviéndose del Argo.
—Escalofriante, ¿no? —dijo Besen.
—Como una endecha fúnebre —susurró Toby.
—La fricción de la realidad —dijo Besen teatralmente—. Una sinfonía del espacio.
Sendas polvorientas cruzaban las pantallas. Los rayos de las estrellas cercanas penetraban
los turbios bancos, salpicando de azul y naranja la niebla cenicienta.
—¡Allí está! —exclamó un oficial.
Los oficiales se apiñaron en torno a las pantallas para ver la rutilante serpiente, que se
contorsionaba procurando alejarse del Argo. El cazador cazado. Toby se puso de puntillas para
Shakespeare. El apellido del Bardo, por otra parte, puede traducirse por partes como Shake-Spear «Agita-Lanza». (N.
del T.)
mirar, pero había demasiada gente. Casi todos los presentes, al ser mayores, eran un poco
más altos. Un teniente, viendo que él y Besen estiraban el cuello, los cogió de la nuca y les
ordenó seguir trabajando.
Amplias perspectivas poblaban las pantallas, rebosantes de iuz, cubiertas por el gran manto
de polvo. Belleza. Asombro. Pasmo. Vastos espectáculos que despertaban un temor reverencial
en el alma humana.
Toby se agachó para limpiar la mancha. Apestosa. De olor penetrante. Viscosa.
—La mierda y el cosmos —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Besen.
—Sólo trataba de no perder la perspectiva de las cosas.
2 - LA SERPIENTE
Toby pudo ver la serpiente de cerca al día siguiente. No porque hubiera salido con uno de
los equipos de cazadores, por supuesto. Cuando Toby y Besen preguntaron, Cermo respondió
ceremonioso:
—La caza es para los adultos, no para los niños.
Besen torció la boca.
—¡Tonterías!
—Somos mejores que vosotros para trabajar en gravedad cero —dijo Toby.
—Y más rápidos —añadió Besen.
—Aquí lo que cuenta es la experiencia —dijo Cermo, inmutable. Eso significaba que
obedecería las órdenes, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Ordenes del capitán
Killeen.
—¿Experiencia en qué? —preguntó Toby, irritado al ver que Cermo no cedería. Nadie había
cazado en el espacio.
—En sobrevivir —respondió Cermo apacible.
Toby y Besen habían afrontado circunstancias peligrosas, como todos los miembros de la
Familia Bishop, pero había que admitir que Cermo tenía razón. La mayoría de edad contaba
para algo cuando crecer significaba sortear muchos problemas.
Pero aun los adultos de la tripulación vacilaban, hombres y mujeres por igual. La Familia
Bishop sólo había practicado la caza de animales conocidos en su mundo natal, Nieveclara,
con suelo firme bajo los pies. Habían perseguido a mecs que llevaban combustibles orgánicos,
los habían saqueado, y de eso hacía ya nucho tiempo.
Fuera se extendían espacios temibles, misteriosos. La Familia Bishop estaba hambrienta,
cansada de sus magras raciones, pero conservaba el brío. Evaluaba los riesgos con ojo
experto. Había sobrevivido mientras otras familias —los Rook, los Knight, los Pawn y demás—
eran exterminadas3. Los Bishop temían aventurarse en esos inmensos parajes, ir a la deriva en
pequeñas lanzaderas entre veladas montañas de polvo y gas.
Así que enviaron un mensaje a la única entendida que tenían a mano, la alienígena Quath.
Pero Quath era una tía melancólica, y no respondió. Tal vez eso significaba que no sabía nada
útil. O tal vez que sí. Así era Quath. Los alienígenas eran alienígenas, como siempre decía el
capitán Killeen. Uno nunca sabía lo que decían, ni siquiera lo que no decían.
Además, Quath no hablaba con cualquiera. Toby mantenía, en la medida de lo posible, una
relación medianamente estrecha con aquella criatura semejante a un enorme insecto. El
concepto de amistad no era fácilmente aplicable a Quath.
Cermo envió a Toby a hablar con Quath, pues la alienígena no respondía por las líneas de
comunicación ni por ninguna otra. Eso representaba ponerse el traje y salir al exterior, donde
los equipos de cazadores ensamblaban la lanzadera.
3 Nótese que las Familias tienen nombres de piezas de ajedrez: Rook («torre»), Knight («caballo»), Pawn («peón»),
Bishop («alfil»). (N. del T.)
Porque Quath no vivía en la nave sino sobre la nave, adherida al casco, dentro de un
extraño conejar de habitaciones y espirales que había modelado con desechos y escombros
recogidos por el Argo. También con excrementos humanos, como Toby sabía, pues había visto
a Quath fabricando ladrillos con ellos. Horneados por el vacío y la luz ultravioleta, los
excrementos se endurecían pronto y constituían un buen material de onstrucción, aunque no
muy del gusto de los humanos; sin embargo eso tanto daba porque en el espacio los humanos
no percibían los olores. Quath salía al espacio sin traje, así que tal vez ella oliera los ladrillos.
Por lo que ellos sabían, para Quath aquel aroma podía ser perfume.
Toby salió por la escalera de personal y se paró sobre el casco. Su oído interno tardó un
instante en habituarse a la ausencia de gravedad, en dejar de enviar señales de alarma
indicándole que se encontraba sobre un abismo infinito. Su cabeza tuvo que acostumbrarse a
la idea de que «arriba» y «abajo» eran modos útiles de orientarse pero que en realidad no
significaban nada.
Sus botas magnéticas lo sostenían con firmeza y Toby dejó que el dermotraje se readaptara,
compensando los desequilibrios de presión y alisando sus propias arrugas. El traje estaba vivo,
en cierto modo. Tenía su propia red neural para detectar problemas. Operaba por medio de
delgados músculos orgánicos y chips instalados en las axilas. Era una maravilla tecnológica,
pero Toby ya estaba habituado a ella y puso mala cara cuando una arruga rebelde se negó a
alisarse.
Echó a andar por la ancha curva del casco del Argo, miró «arriba» y se quedó de una pieza.
Allí estaba la serpiente. Se arqueaba lentamente, girando en la luminosidad azulada, y tenía
la mitad del tamaño de la nave. Cuando Toby la había visto en modo telescópico, no se había
hecho cargo de su tamaño. Nunca había pensado en lo que podía significar la vida en el
espacio sin gravedad.
Ea serpiente era un tubo largo constituido por segmentos hexagonales que se repetían.
Ahora veía, a través de la piel traslúcida, un esqueleto ligero que formaba cámaras de fluidos y
gas. Era una intrincada estructura de varillas anaranjadas y cimbreantes músculos grises que
se movían con parsimonia, alejando a la serpiente tan deprisa como podían impulsarla aquellas
láminas anchas y triangulares que eran sus relucientes velas. Ea transparente piel color jade
revelaba fluidos lechosos, burbujas que estallaban en finas venas.
Tan grande, y tan próxima. ¿Podrían comer algo de todo aquello? ¿O la composición
química de una criatura tan extraña sería imposible de asimilar?
Por las líneas de comunicación oyó el parloteo de los equipos de cazadores. Estaban
trabajando con sus lanzaderas, y las voces le recordaron su propia tarea. Caminó por el casco
hasta un pequeño valle formado por la protuberancia de la Cúpula del Trigo. A través de ella
veía los campos arruinados, pardos y negros, testimonio de su ineptitud para manejar bien el
Argo, a pesar de los programas informáticos.
El habitáculo de Quath estaba en medio del valle. Parecía un nido de avispa entrecruzado
de túneles. Ese diseño básico se combinaba con una vertiginosa profusión de bordes afilados,
ornamentos, protuberancias y aletas extrañas.
Toby se dirigió hacia el portal más próximo, una abertura circular. Láminas verdes
fosforescentes le alumbraron el camino, encendiéndose cuando se acercaba, apagándose
cuando había pasado. No sabía hacia dónde iba. Había visitado el lugar muchas veces pero
nunca parecía el mismo. Sospechaba que Quath pasaba mucho tiempo reorganizando el
laberinto, tal vez como si de una especie de objeto de arte se tratara. ¿Qué otra cosa podía
hacer una alienígena durante todo el tiempo que pasaba allí? ¿O el arte era un concepto
humano que Quath no compartía? Eos extraños orificios de diversos tamaños y sus excéntricos
ángulos sugerían que era posible que se tratara de una obra de arte. Tal vez para Quath fuera
una compleja broma. ¿Quién podía saberlo?
Se detuvo en un reborde, escrutando la oscuridad. Varios paneles se encendieron con un
resplandor azul, iluminando una bóveda esférica. Toby nunca la había visto antes. Y en el
fondo de aquel cuenco aguardaba Quath.
La transmisión de Quath era vibrante, como campanas repicando a lo lejos, pero las
palabras eran claras. Toby no las oía con los oídos sino con la mente. Todos los miembros de
la Familia tenían comunicadores insertados en el cuello y la parte inferior del cráneo. Quath
había aprendido a operar en esos canales, y los sistemas de Toby traducían sus emisiones
como una voz de hojalata.
—Hola, Quath'jutt'kkal'thon, cara de chiste. —Usó el nombre completo y formal de inmediato.
Según Killeen, significaba Reptadora Audaz y Soñadora. Toby sabía por experiencia que de lo
contrario la criatura daría media vuelta para largarse. Y Toby jamás encontraría a Quath en ese
laberinto si ella no quería que lo hiciera.
—Debo haberlas pillado en tu podrido cadáver. ¿Qué decías de la montaña?
—Vaya montaña. Parece un sumidero. Y yo diría que eres tú quien parece un gusano
gigante.
¡Una alienígena amiga de los insultos! Quath daba la espalda con frialdad a todo aquel que
tenía la mala pata de iniciar una conversación con cumplidos. Le gustaba especialmente repetir
lo de los gusanos, tal vez porque se parecía mucho a un insecto, o tal vez porque sabía que
eso pensaban de ella los humanos.
Era una extraña y cambiante combinación de lagarto escurridizo y verde con insecto de
muchas patas. Tenía ojos vidriosos a lo largo del movedizo cuerpo, no sólo en la abultada cabeza.
Brazos amarillos, como varillas de plástico duro. Pliegues rojos y carnosos. Pero también
metal, porque Quath era una criatura compuesta. Un metal lleno de surcos y protuberancias.
Cobre remachado... ¿o serían verrugas? Flancos duros sobre las patas, como de cerámica,
pero que Quath flexionaba al caminar.
—Se acabaron las cortesías, ojazos. Me envía Cermo el Lento. Nos preguntamos si sabes
conseguir alimento de estas nubes.
—Sensacional. Dinos cómo hacerlo.
—¿Las esferas azules? Bien, las pasaremos por alto.
—¿La serpiente? ¿Y si nos la comemos?
—Ya no matamos animales, aunque lo hacíamos en nuestro mundo natal.
<¿Por qué ese cambio?>
—Por los mecs, supongo. —Toby evocó los horrores de la retirada de los Bishop. Los mecs
eran una civilización mecánica que dominaba esa región del espacio—. Llegaron a Nieveclara
mucho antes de que yo naciera. Los mecs exterminaban a todas las criaturas que no tenían el
buen juicio de alejarse rápidamente, incluso los bosques. La Familia Bishop decidió que no
convenía ayudarlos comiéndose otras criaturas. Ahora comemos plantas.
—¿Cómo lo sabes?
—Conque tenemos talentos... ¿Eso te molesta?
—Pero esa serpiente... no se parece en nada a nosotros. Es decir, quizá podamos saltarnos
un poco las reglas. —Toby se preguntó si su razonamiento no se debía sólo a su estómago
vacío.
Quath movió los pedúnculos oculares, tal vez dando a entender que había decidido actuar.
Toby tuvo que recurrir a su Aspecto Isaac para averiguar qué significaba «cogitación». Era
irritante que una alienígena conociera su idioma mejor que él.
Toby estaba evaluando la definición cuando Quath lo cogió por sorpresa y subió por el
cuenco haciendo palpitar su abultada garganta verde. Sin previo aviso, apresó a Toby con dos
brazos retráctiles de cobre. Quath aceleró, ignorando los chillidos de Toby. Gruesas
almohadillas lo sostenían mientras corrían por tortuosos corredores y por un túnel que los llevó
al espacio.
El mundo giró. Toby sintió un fuerte impulso de aceleración.
—Oye, ¿qué..., dónde...?
Toby masculló objeciones, pero Quath no prestó atención a su orgullo herido. Ea enorme
alienígena lo sostuvo con mayor firmeza mientras se alejaban del Argo.
Estaba totalmente rodeado por enormes y blandas almohadillas. En cierto modo era
tranquilizador saber que Quath, pese a su fastidiosa rudeza, lo cuidaba; que en realidad
cuidaba de toda la Familia Bishop. Hacía tiempo que nadie abrazaba así a Toby. Recordó
nuevamente Nieveclara, tiempos mejores.
Evocó imágenes lejanas, borrosas, asociadas a la voz suave de su madre. Una noche, en la
perdida y oculta Ciudadela cuando él yacía en la cama bajo las mantas y un ruido lo despertó.
Había oído que sus padres murmuraban. La puerta estaba entornada, y un rayo de luz tenue
entraba en la habitación. El fulgor cálido y la charla distante eran tranquilizadores, como si sus
padres emitieran los ruidos blandos que él atribuía a sus animales de paño cuando dormía con
ellos. Había abrazado felizmente sus animales, Billy Gran Hocico y Alvin Comedor de Manzanas,
y les cantaba. Su madre lo oyó y entró con su padre en la habitación; su padre dijo:
«Adora esos animales. Oye, chico, ya eres un poco mayor para esos juguetes. Pronto tendrás
que dejarlos.» Su madre replicó en tono de reproche: «Oh, no, todavía es un bebé. Aún puede
conservar el oso.» Su calidez le rozó con ternura el rostro, y su olor era como flores en
primavera.
Hacía mucho tiempo. Muy lejos.
Antes de la Calamidad, cuando los mecs de Nieveclara se cansaron de las molestas
incursiones humanas en sus factorías. Antes de que aplastaran los últimos reductos humanos,
obligando a los Bishop a escapar y comenzar su búsqueda.
Frenada súbita. Se detuvieron y Quath lo soltó. Toby cayó al espacio brillante. El Argo era
una rutilante mole de curvas relucientes y cúpulas verdes. Toby giró.
Y quedó frente a una pared de jade transparente. La pared viró, se onduló.
—Cualquiera no tiene miedo de ti, Quath.
—Me preocupa más que nos mate a nosotros.
Eso parecía bastante fácil. El otro extremo de la serpiente era un tajo distante y una maraña
de sinuosos tentáculos rosados. Toby los examinó detenidamente y vio que algunos eran ojos
y otros como manos rudimentarias. Era fascinante observar sus movimientos, pero no sentía
tanta curiosidad como para acercarse.
Miró el brillante flanco verde de la bestia. Luego estudió su interior a través de la piel y del
revoltijo de varas anaranjadas, tubos y sacos que hacían funcionar la serpiente.
—Me pregunto qué hay allí.
Señaló un recipiente grande que parecía de plástico. Contenía un fluido rojo.
Toby recordó el cálido aliento de su madre, desaparecida hacía tanto en ese lugar negro
donde moraban los muertos. Había recorrido un largo camino desde entonces. ¿Qué pensaría
ella ahora? ¿Estaría orgullosa de él?
—Vamos a verlo —dijo de pronto.
Se deslizó hacia la pared de piel verde. Con cuidado desenvainó el cuchillo sacándolo de la
funda de su bota. En el espacio no hay nada más peligroso que un borde afilado, y Toby manipuló
la larga hoja con prudencia. Calculó la distancia a ojo, abrió un tajo y retrocedió.
Nada salió para atacarlo. Ni siquiera una bocanada de gas, que él casi había esperado.
—¡Oh, cállate! Tú quisiste venir, así que hagamos el trabajo.
Toby maniobró con los propulsores para entrar por el tajo.
La bestia era complicada. Toby pateó uno de los surcos anaranjados del esqueleto. Apartó
una maraña de tubos flexibles y llegó al saco de fluido rojo.
—Te has puesto demasiado gorda para entrar aquí, ojos con palillos. Tomaré una muestra
de esta cosa.
Pinchó el grueso saco con una sonda fina como una aguja, llenó su recipiente portátil con el
líquido rojo y cerró el agujero con un parche. No era necesario que la criatura se desangrara
sólo porque él quería un par de gotas de su fluido vital.
Casi se enredó en los tubos al salir. Parecían tenerlo localizado, y Toby comprendió que
constituían una especie de defensa lenta. Enredaban al intruso y aguardaban la intervención de
una especie de guardia. Algo le dijo que no le convenía quedarse allí mucho tiempo.
Quath cogió el recipiente y no tardó en pasarle un informe.
—Puedo preparar una sopa aceptable con cualquier cosa que no nos mate.
Esferas peludas rodaban junto a la piel de jade. No eran más grandes que la mano de Toby,
pero eran muchas, y avanzaban a lo largo de la serpiente. Varias se aproximaron al lugar
donde Toby colgaba en el espacio.
—Vamos..., creo que no somos bienvenidos.
Mientras lo decía, dos esferas brincaron. Le golpearon las botas y siguieron de largo,
adhiriéndose al dermotraje. Toby sintió un picazón caliente penetrando a través del traje.
Quath emitió un furioso zumbido. Toby atacó las esferas con el cuchillo. Acertó con una,
pero la otra se le acercó al casco y se desparramó como un charco de aceite gris.
—¡Está penetrando! —exclamó Toby. Golpeó la cosa, pero no logró arrancarla.
Quath le aferró las botas con un brazo retráctil. Luego sacó un tubo del flanco y lo apuntó al
rostro de Toby. Un torrente de aire lo bañó. El aceite gris onduló sin desprenderse, comenzó a
descomponerse en gotas, desapareció.
Toby suspiró aliviado.
—Tendré que recordar eso.
—Pues juro que lo dejaré. —Eludió a una esfera que se acercaba—. Larguémonos de aquí.
Quath le ayudó a liberarse.
—¿Una especie de transfusión de sangre?
—¿Entonces está bien tomarlas?
El equipo reunido en la nave buscaría plantas, incluso haría incursiones contra los mecs,
pero no mataría animales. El código moral de la Familia Bishop prohibía usar productos animales
a menos que el animal cooperase, como las vacas lecheras. Dañar criaturas vivientes
equivalía a actuar como los mecs.
—Vaya, conque te dedicas a la ética filosófica.
Estaban a mitad del camino de regreso cuando Cermo llamó por el comunicador.
«¡Maldita sea! ¿Qué diablos...?»
—He conseguido un zumo que te interesará —dijo Toby.
«Haciendo que la alienígena te llevara has desobedecido una orden directa.»
—Me ha llevado por la fuerza, Cermo.
Quath lo confirmó.
Quath casi nunca intervenía en una conversación humana. Toby estaba sorprendido y
complacido.
«Pues yo creo que es un farsante —respondió Cermo enojado—. Pero regresad aquí.
Tenemos que reaprovisionarnos y continuar viaje...»
—¿Por qué? Me gustaría explorar esto...
«¿Has visto esos enormes objetos que giran en órbita cerca del Centro? El Puente acaba de
realizar una lectura espectrográfica de los mismos. Me dijeron que el más próximo no es obra
de los mecs, como pensábamos...»
—¿Qué es entonces?
«Es de fabricación humana. Un antiguo Candelero.»
3 - LA REGLA DEL NÚMERO
Besen fue a ver a Toby para preguntarle si quería ir a la sala de observación. Iba sudada
después de trabajar en los campos cultivando hortalizas en la exuberante cúpula. Llevaba el
mono sucio y algunos mechones de pelo castaño se le escapaban del prieto moño, pero
sonreía con entusiasmo.
—Lo lamento, no puedo —se disculpó Toby. Apoyado en la litera, escribía en una pizarra sin
conseguir demasiados progresos.
—Oh, vamos. Eso puede esperar.
—Cermo me ha dado órdenes. Debo terminar cinco lecciones para poder salir de la nave.
—¡Qué crueldad! —Besen sonrió compasivamente. Todos querían salir, después de años de
vivir en la nave, pero Toby más que nadie.
—Bien, voy un poco atrasado.
Besen sacudió la cabeza con atractivo fastidio.
—Veamos en qué estás... Oh, números. Qué asco.
—Tienen su encanto... aunque no en este momento.
—No entiendo para qué sirven. A fin de cuentas, las máquinas piensan en números. ¿Para
qué molestarnos nosotros?
—Mira, la incapacidad para usar los números no es precisamente una ventaja.
—Los mecs piensan así.
Para Besen, todo lo asociable a los mecs quedaba descartado.
—También el Argo... Sin sus ordenadores estaríamos muertos. Los mecs son malignos, de
acuerdo. Pero por lo que hacen, no por lo que usan. Los números son como las palabras... modos
de decir cosas acerca del mundo.
—Pues a mí no me hablan.
—Y yo tampoco debería hablarte. Tengo que aprenderme estas lecciones, o no podré ir a
ver el Candelero. —Toby suspiró y se desperezó, golpeando con los pies el tabique de
cerámica. Era larguirucho y la litera ya le quedaba corta. Tendría que buscar una más grande
en las habitaciones de los solteros de la Familia.
—¿Cermo ha dicho eso? Se está volviendo muy severo.
—Por influencia de mi padre, supongo.
Besen resopló.
—Nuestro amado capitán. ¿Por qué no puede dejar en paz a su propio hijo?
—No sé —dijo Toby, aunque tenía una idea bastante aproximada. Pero no quería hablar de
ese tema, ni siquiera con Besen.
Ella escrutó pensativa la distancia.
—¿Sabes? Pareció recobrarse tras la muerte de Shibo. Pero últimamente está cada vez
más ensimismado. Ladra las órdenes, no comparte sus pensamientos con nadie, y a ti te trata
de un modo raro. —Lo miró con los ojos entornados, instándolo a responder.
Toby la eludió con un comentario.
—Tal vez entre padres e hijos siempre hay problemas.
—Tu padre es distinto —dijo Besen; una frase llena de implicaciones.
—¿A qué te refieres?
—Es rudo con todos. Realmente desagradable.
Toby sonrió con sarcasmo.
—Tal vez no quiere que nadie se sienta excluido.
—Ya salió el gracioso. —Besen había perdido parte de su entusiasmo—. Pero lo digo en
serio. El capitán Killeen nos trata con rudeza y la gente está disconforme. Salvo los Cards...
han tenido tantos líderes recios, por no decir locos de remate, que le tienen simpatía.
—Ah. Nos hemos ablandado, viviendo en esta cómoda nave.
—¿Cómoda? Hoy me he pasado el día de rodillas tratando de salvar las tomateras.
—Porque hemos echado a perder las otras cúpulas. El Argo iría como la seda si no
fuéramos tan ignorantes.
—Bien —dijo Besen de mal humor—, tu padre no nos facilita las cosas.
Toby asintió de mala gana. Había defendido a su padre como de costumbre, pero no estaba
convencido. Había visto en demasiadas ocasiones cómo Killeen se exasperaba por infracciones
menores, imponía castigos severos por remolonear, prolongaba las horas de trabajo. Un
gran cambio se había operado respecto del afable Killeen de antaño, espontáneo e informal.
—Corremos peligro continuamente. Él es el responsable de todos nosotros. Compréndelo...
Este pretexto no convencía ni siquiera a Toby, pero no se resignaba a condenar a su padre.
Durante muchos años, después de que los mecs mataran a la madre de Toby, Killeen había
sido el único que lo había cuidado.
Besen reparó en su estado de ánimo y se inclinó para darle un beso.
—Lamento haberte deprimido. O, teniendo en cuenta lo que estás estudiando, haberte
deprimido aún más.
—Oh, déjame en paz y ve a mirar ese Candelero.
Ella esbozó una mueca.
—Lo haré, sólo porque tú me lo has dicho.
La Familia Bishop se aproximaba al Candelero lenta y cautelosamente, protegiéndose detrás
de pequeñas nubes pasajeras. La aparatosa y compleja masa era extensa e intrincada, aún
más que las ciudades mecs de Nieveclara, pero quienes habían construido el Candelero eran
humanos. Humanos. Toby no podía creerlo mientras estudiaba las alas en espiral, los brazos
entrecruzados y los imponentes y majestuosos arcos.
Nadie de la Familia Bishop había visitado un Candelero. Reinaba la expectativa, y un cierto
temor.
Lo abordarían al cabo de un día. El bullicio de los preparativos se multiplicaba en el Argo.
Toby no le prestó atención y se concentró a regañadientes en sus lecciones. Sentía la
presencia de su Aspecto pedagógico, Isaac, en el fondo de la mente, ansioso por tener voz.
Los Aspectos habían muerto hacía mucho y anhelaban salir de los atestados espacios
cerebrales donde estaban almacenados. En cierto sentido sólo vivían cuando Toby hablaba
con ellos. Por otra parte siempre estaban allí, en un estrato muy profundo, como un vejete
dormitando al sol. Fuera cual fuese la imagen que Toby usara, consideraba que sus Aspectos,
como la ropa, olían mejor si los aireaba de cuando en cuando. Isaac dijo ávidamente:
Me alegra que te interesen las matemáticas. ¿Has resuelto los problemas?
—Algunos. Pero son muy aburridos.
Isaac respondió con severidad:
No deberías criticar los problemas que te asigno, considerando lo poco que me hablas o...
—Está bien, está bien... pero dame algo diferente.
Muy bien. Supongamos que anotas todos los números del uno al cien. Uno, dos tres... y así
sucesivamente, hasta cien.
—¿Eso te parece interesante? —Aquel Aspecto se había pasado demasiado tiempo en la
caja.
Aprenderás más pronto si no interrumpes. Ahora quiero que encuentres un modo de sumar
todos esos números.
—¿Quieres decir uno más dos más tres...? ¿Así?
Ése es el modo vulgar de hacerlo. Tosco, carente de imaginación. Quiero que seas listo.
—Oh, no —gruñó Toby. Ser listo a petición de otro era tan difícil como ser gracioso a
petición de otro. Ansiaba estar fuera, trabajando en la nave y no con la mente.
Toby no era un fanático del estudio, pero realizó su trabajo. Jugó un poco con la pizarra,
hasta que al fin algo en los números comenzó a hablarle. Un patrón. Escribió los números por
pares:
1 100
2 99
3 98
49 52
51
Cada par sumaba 101. Había 50 pares en total, así que multiplicados daban 5.050.
Toby pestañeó. ¿Quién hubiese imaginado que los números podían ser tan interesantes?
Era estimulante que los números fueran tan simples y dóciles en su imponencia.
Como era de prever, Isaac quedó satisfecho.
Excelente. El objetivo de los ejercicios es ampliar la mente. Pensar de modos diferentes,
¿entiendes?
—Me parece que ya tenemos bastante amplitud. Has visto esa serpiente, ¿verdad? Los
Aspectos registran datos, aunque estén encerrados.
Recibo un rastro tenue de lo que haces. Sí, es una criatura interesante. Recuerdo un
documento histórico de la época de los Candeleros que hablaba de expediciones a las nubes
moleculares. La humanidad recorría sistemas solares enteros cazando las bestias del vacío,
sólo para divertirse.
—Me cuesta creer que la gente persiguiera esas criaturas por diversión.
Los humanos aman el peligro. Las leyendas e historias de la Familia Bishop... ¿qué son, a
fin de cuentas, sino historias de personas con problemas?
—Sí, pero problemas que están a una distancia cómoda del narrador.
Eres demasiado joven para ser tan cínico.
—Sólo soy realista, Isaac. Para ti es fácil adoptar una perspectiva cósmica. A fin de cuentas,
al margen de lo que me pase, siempre estarás bien. Siempre pueden extraer tu chip de mi columna
vertebral para revivirte en otra persona.
Me escandaliza que me creas indiferente a tu destino. Soy un Aspecto leal, dedicado a la
Familia Bishop...
—De acuerdo, ahórrame el discurso. Volvamos a trabajar.
La matemática se ponía interesante cuando uno la exploraba en serio. Constituía una
especie de juego complejo cuya estructura encerraba bellas sorpresas. Valía la pena aunque
no fuera útil, como sucedía con la música. Cuando le contó su pequeño truco a Quath, ella
manifestó su entusiasmo, señalando que esa idea era aplicable al Centro Verdadero, pero
rehusó hacer más comentarios porque todavía estaba digiriendo la información, recién enviada
por las Iluminadas.
Pero lo más asombroso, pensándolo bien, era que la matemática fuera práctica. El mundo
funcionaba de acuerdo con la regla del número puro. La matemática describía la órbita de las
estrellas, el funcionamiento de los circuitos, incluso el modo en que rasgos inusitados como
una nariz de forma extravagante u ojos rojizos se transmitían de generación en generación en
la Familia Bishop.
Eso sí, no le ayudaba con Cermo.
Por lo tanto, al grandote no le había gustado que Toby se escapara con Quath. Para colmo,
el fluido rojo que trajeron estaba saturado de nutrientes útiles. Incluso era sabroso. Él y Quath
le habían robado a Cermo su momento de gloria.
Así que tuvieron que aguardar mientras la Familia recorría el flanco de la serpiente,
aprovisionándose de líquido rojo. Nunca demasiado, pues el código de la Familia Bishop
prohibía poner en peligro la vida de un ser tan vasto.
Algunos miembros de la Familia se internaron en los recovecos más densos de la nube
molecular. Besen los había acompañado, y despertó la envidia de Toby con sus historias
acerca de las exóticas formas de vida que habían visto. La nube era una de las más pequeñas,
pero abundaban en ella las formas extravagantes. Criaturas de triple espinazo, con paneles retráctiles
para absorber la luz solar. Grandes bestias ondulantes que parecían fabulosos veleros.
Depredadores de ojos crueles y boca correosa, turbios con sus preciosos gases internos. Dirigibles
con enormes ojos para encontrar alimento en el cambiante fulgor de las estrellas.
Marañas de hierba sedosa que crecían en sacos acuáticos. Bosques de hojas amarillentas y
cimbreantes. Árboles helicoidales que se estiraban buscando más luz. Pieles vivientes y
verrugosas que se contraían y dilataban en torno a esqueléticos troncos rojos, socios en un
misterioso proceso vital.
Encontraron una enorme pirámide autopropulsada color herrumbre que, como un apacible
rumiante, se alimentaba de enormes telarañas grises absorbiendo sus fibras como si fueran
deliciosos espaguetis. Estas delgadas redes recogían las moléculas errantes de las grandes
nubes. Su aspecto era apetitoso pero ningún miembro de la Familia las soportaba. Besen
pensaba que tal vez mejorarían con una salsa.
Para colmo, a la pirámide roja no le gustó que aquellas diminutas criaturas le quitaran su
alimento. Era tan grande como la serpiente, y muy testaruda. Persiguió a los ofensores hasta la
nave, alejándose sólo cuando vio que el Argo era de su mismo tamaño.
Besen no sabía quién habría ganado si hubieran tenido que luchar con la pirámide. Varios
miles de millones de años de evolución podían haber fraguado muchos trucos en una nube
molecular.
Y todo aquello sucedía mientras Toby permanecía encerrado en la nave. Apretó los dientes,
maldijo por el simple placer de maldecir, y volvió al trabajo.
Cuando terminó de estudiar e Isaac hubo aprobado su trabajo, se presentó ante Cermo,
obtuvo el programa para el día siguiente y dio media vuelta dispuesto a marcharse.
—Aguarda —dijo Cermo—. Preséntate ante el capitán.
—¿Eh? Quería salir a echar un vistazo al Candelero.
—Las decisiones del Argo no se toman para tu diversión —dijo Cermo con severidad—.
Obedece.
El capitán Killeen estaba con las manos a la espalda, estudiando las pantallas de la oficina.
Mostraban imágenes en primer plano del Candelero, enviadas por los exploradores automáticos
del Argo. Grandes brazos en espiral. Extensas redes que, ampliadas, parecían
apartamentos conectados. Toby trató de imaginarse la vida en semejantes lugares, entre
prolongadas líneas que la perspectiva reducía a masas fulgurantes en la inmensa distancia.
—¿Crees que está habitado, papá?
Killeen se volvió lentamente, con expresión ambigua.
—No. Los mecs atacaron todos los Candeleros hace miles de años. Éste está bastante
conservado, así que puede que no fuera escenario de una gran batalla.
—¿Estás seguro?
Killeen sacudió la cabeza mientras lo consultaba con un Aspecto.
—Es lo más probable. Pero la documentación es escasa.
—Alguien debe tener Aspectos de esa época.
—Ninguno de este sector cercano al Centro Verdadero.
Toby sabía que los Aspectos se volvían borrosos y trémulos con la edad. Los Aspectos de la
Era de los Candeleros necesitaban programas intérpretes para ser comprendidos con claridad.
Y eso no se debía sólo a los cambios idiomáticos. Lo más difícil era comunicar los conceptos.
Nadie entendía la forma de pensar de la gente de los Candeleros.
—Si tuviéramos alguna idea...
Killeen sacudió la cabeza.
—En esa época los humanos estaban desperdigados por todas partes. Este Candelero tiene
bastante buen aspecto, pero pudo haber sido un puesto de avanzada menor, por lo que
sabemos.
—¿Te parece? Pero es hermoso.
Killeen sonrió.
—Sin duda... a nosotros nos lo resulta. Tal vez no tuviera nada de particular para la gente de
los Tiempos de Gloria.
Toby puso cara de escepticismo y Killeen señaló las pantallas donde se multiplicaban las
maravillas.
—Mira, cuando la gente abandonó los Candeleros, volvió a vivir en planetas. Las cosas se
pusieron feas. Dejamos de construir a lo grande y nos conformamos con lo que podía protegernos
de los mecs. La Familia de Familias se separó buscando entre las estrellas sitios seguros
donde ocultarse.
—Te refieres a la Agachada, ¿verdad?
—A sus comienzos. Pensaron en esconderos en planetas. Pensaron que los mecs no
sacarían demasiado partido de esos planetas.
—¿Porque los mecs viven mejor en el espacio?
Killeen asintió con una mueca.
—Eso pensaron. En Nieveclara y Trump, el mundo de los Cards, construimos grandes
Arcologías, ciudades como Candeleros pero más pequeñas a causa de la gravedad. Los
malditos mecs las aplastaron. Nuestro material tecnológico empeoró, y construimos las Bajas
Arcologías. Seguían siendo lugares bastante grandes. He visto las ruinas de una.
—Me lo has contado. Grande como una montaña.
—Bien, quizás un poco más pequeña. Aun así, demasiado grande para los mecs.
Atravesaron nuestras defensas y también arrasaron las pequeñas arcologías.
La antigua cólera que temblaba en la voz de Killeen instó a Toby a decir comprensivamente:
—Así que construimos las Ciudadelas. Continúa.
—Así fue, y las mantuvimos bien escondidas, o eso creímos. Sobrevivíamos realizando
incursiones en los nuevos complejos industriales de los mecs. Entonces las mentes-ciudad de
los mees enviaron cazadores para destruir todas las Ciudadelas de la Familia. Desarraigando a
la gente, esparciéndola a los cuatro vientos. Hasta que sólo quedó la Ciudadela Bishop.
Entonces nos tocó el turno... ¿recuerdas?
Toby recordó de mala gana la huida de la Ciudadela Bishop. Entonces era sólo un niño
confundido y asustado. Fuego y humo y devastación. Su madre muerta por los mecs con
piadosa y fría rapidez.
Se estremeció.
—Mira, Cermo dijo que viniera a verte.
Killeen asintió en silencio. Toby notó que también a él le costaba afrontar el oscuro pasado.
Killeen se volvió abruptamente y se sentó detrás del ancho y ordenado escritorio.
—Creo que has sido un poco díscolo.
—¿Por lo de la serpiente? No fue idea mía, ¿vale?
—No debiste excitar a Quath. Es imprevisible.
—Quath me llevó allí. No pude evitarlo.
—Pudiste habernos comunicado qué sucedía.
Toby se encogió de hombros.
—No pensé en ello.
—Cuando estés en apuros, consulta a tus Aspectos.
—Tampoco pensé en eso.
—Llevas mucha experiencia a cuestas en esos Aspectos. Deja que te ayuden.
—Me fastidian bastante.
Killeen sonrió.
—Es parte del trato. No pueden hacer nada salvo hablar, recuérdalo. Imagínate cómo tiene
que ser eso.
—Prefiero no imaginarlo —dijo Toby, inquieto por el rumbo que tomaba la conversación.
—Tienes que habituarte a trabajar con ellos. Con fluidez. Para que se vuelva automático,
como rascarse.
—Todavía no me resulta tan fácil —admitió Toby.
Killeen lo miró fija y largamente.
—¿Cómo... cómo está ella?
Conque al fin había salido. Una vez más.
—Igual... por supuesto.
El amor perdido de Killeen, Shibo. La mujer que había entrado en la vida de Killeen cuando
murió la madre de Toby. Toby había llegado a aceptarla como madrastra. Ahora la enérgica
Shibo sólo vivía como un Aspecto dentro de Toby.
Había sido abatida en Trump, víctima de una trampa de Su Supremacía, un híbrido de mee y
humano. Toby y Killeen habían logrado regresar al Argo. En la sala de grabación los
instrumentos de la nave habían hablado de niveles de potasio, amalgamas neurológicas y
matrices de concordancia digital, términos que nadie de la Familia Bishop entendía. Ni siquiera
sus Aspectos.
Los antiguos instrumentos habían guardado cuanto habían podido de Shibo, leyendo los
cauces neurales de su mente, la forma de una conciencia única. Haciendo una grabación.
Comprimiéndola en un chip que se insertaba fácilmente en un lector espinal humano. Aparte de
las muestras celulares del cuerpo para los registros genéticos de la Familia, el Aspecto Shibo
de Toby era lo único que quedaba de ella.
Normalmente un Aspecto permanecía dormido hasta que superaba el trauma de la muerte,
con frecuencia en el transcurso de una generación. Pero la Familia necesitaba las aptitudes, el
buen criterio y los conocimientos de Shibo. Killeen no podría haber llevado su Aspecto, pues
ello habría causado estragos emocionales en el capitán y violado todos los preceptos de la
Familia.
Toby era el único miembro de la tripulación con una ranura espiral disponible y las
personalidades adecuadas para aceptar a Shibo de inmediato. En esa larga travesía, habían
utilizado muchas veces los conocimientos de Shibo acerca de los sistemas de la nave. Shibo
tenía habilidad para la tecnología. En ese tema era mejor consejera que los Aspectos más
viejos de la Era de las Bajas Arcologías.
Pero había sido doloroso para Killeen. El silencio se prolongaba, y Toby habría querido
echar a correr, alejarse de aquella tensión.
—Yo... —Killeen vaciló—. ¿Puedo hablar con ella?
—No lo creo, papá.
Killeen abrió la boca, la cerró con un chasquido.
—Sólo unas palabras.
—Creo que es mala idea.
—¿Por qué?
—Ya sabes cómo te pones.
—Sólo quería...
—Papá, tienes que olvidarla.
Había desesperación en los ojos de Killeen.
—La he olvidado.
—De ninguna manera. Si así fuera, no me lo pedirías.
Killeen estiró los labios hasta que palidecieron. Toby sabía que su padre soportaba muchas
cosas, entre ellas las presiones del liderazgo, pero no podía ceder en esto. Otra vez no.
Killeen lo había persuadido de dejar que el Aspecto Shibo hablara por sus labios. Se lo
había permitido. Una vez. Dos veces. Luego una y otra vez, hasta que Killeen buscó aquel
frágil y fugaz contacto todos los días.
—Supongo que eres un experto —dijo Killeen con dureza.
—En esto, sí.
—¿Qué te ha dicho tu consejero familiar?
—Sólo que no permita que Shibo se manifieste en tu presencia.
Killeen dio un puñetazo en el escritorio.
—¿Y si te lo ordeno?
—No puedo obedecer esa clase de orden.
—Yo juzgaré eso. —Killeen curvó cruelmente los labios.
Toby inspiró profundamente y dijo con serenidad:
—No, no lo harás. Expondré el problema en una Reunión de Familia.
Killeen perdió su expresión atormentada. Palideció, derrotado, con una cara que a Toby le
agradaba aún menos.
—Tú... harías eso. —No era una pregunta.
—Tendría que hacerlo. —Toby se notaba la boca amarga y seca—. Si permitiera que Shibo
se manifestara, enloquecerías como antes.
—Sólo... un poco. —A Killeen le temblaban los labios. Movía la mandíbula con callada
emoción. Toby odiaba que esa torturada devoción rebajara a un hombre al que amaba a
semejante humillación. Era como si Killeen fuera adicto a una droga terrible y nunca pudiera
eliminarla de su organismo.
Pero tenía que hacerlo. Y Toby tenía que ayudarle.
—No. No, papá.
—Podrías, sólo...
—Poco es peor que mucho. Y lo sabes.
Killeen permaneció un buen rato con la mirada perdida y al fin asintió lentamente.
—Sí... peor que mucho.
—Papá, aprovecho el talento de Shibo todos los días. Conoce los sistemas electrónicos de
esta nave, la interacción de los sistemas... era magnífica. Pero no es eso lo que quieres de ella.
Tú amabas a Shibo la mujer. Ella se ha ido. Lo que ha quedado es hueco, una sombra. Sólo un
Aspecto.
Killeen tenía las mejillas hundidas, los ojos vacíos.
—No es así.
—¿Qué dices?
—Las máquinas grabadoras hicieron una copia profunda. El chip que llevas es una
Personalidad.
—¿Qué?
Toby quedó azorado. Una Personalidad era una encarnación plena de los cauces neurales.
Incluía rasgos de la persona original que trascendían sus aptitudes y conocimientos.
—Ordené que nadie te lo dijera —explicó Killeen con gesto fatigado—. Un chico de tu edad
no puede manejar una Personalidad.
—Pero... la siento como si fuera un Aspecto.
—Ordené que restringieran la Personalidad. Al principio no puede expresarse plenamente a
través de ti.
—Eso es... nunca he oído decir que...
—Es infrecuente. Sólo para emergencias.
—Pero ¿por qué?
Killeen estaba recobrando su semblante de capitán.
—Las normas de la Familia imponen rescatar todo lo posible de una persona.
—Pero hay límites. No conservamos cuerpos, ni...
—Yo quise que se hiciera así.
—¿Tú quisiste? Sensacional. ¿Y qué hay de mí?
—Los bloqueos durarán un tiempo, luego cederán. Finalmente aflorará su Personalidad
plena.
—¿Y si algo sale mal? ¿Y si la Personalidad Shibo comienza a causar problemas?
Toby sintió escalofríos. Hasta los Aspectos podían rebelarse contra su portador. Atacando
en un momento de debilidad, provocaban una tempestad de Aspectos. El portador entraba en
un estado traumático, una suerte de trastorno mental inducido. Una vez que los Aspectos
controlaban al portador, podían dirigir el movimiento y el habla. A veces los Aspectos
dominaban a una persona durante días o años sin que nadie se enterase.
.Y una Personalidad era más fuerte que un Aspecto.
—Tomé precauciones. Su Personalidad está restringida con protecciones entrelazadas.
—Aun así, papá, si alguna vez...
—¡Estamos hablando de Shibo! —Killeen asestó otro puñetazo sobre el escritorio—. Ella no
te atacaría, y lo sabes. Te amaba como a un hijo.
—Esta cosa que llevo encima es una versión de Shibo. Con trauma de muerte incluido.
Killeen parpadeó.
—¿A qué te refieres? Toby vaciló.
—La muerte cambia a la gente. —Sintió la tentación de reírse de esa frase absurda. La
muerte cambia a la gente. ¿Todavía se trataba de gente? ¿O sólo de grabaciones defectuosas,
alteradas?
Otra vez el silencio se prolongó. Killeen se envaró y dijo:
—Debí habértelo dicho antes.
Conque su padre adoptaba su personalidad de capitán, ocultando sus sentimientos detrás
del uniforme. Toby comprendió que aquella frase era para su padre lo más parecido a una disculpa.
Toby se encogió de hombros, pero su mente era un torbellino de sentimientos opuestos.
—Sólo habrías conseguido preocuparme.
—Eso pensé, hijo. Yo..., lamento haberte pedido que le permitieras manifestarse. Sé que
está mal.
—De acuerdo, papá.
—Lo lamento. Lo lamento mucho.
Toby se levantó, agitado. Su padre se incorporó para abrazarlo. Ninguno de los dos sabía
expresar sus sentimientos con palabras, y durante un buen rato permanecieron unidos, comunicando
con el cuerpo mensajes que la voz no podía transmitir.
4 - PÁLIDA INMENSIDAD
El Candelero crecía ante la nueva exploradora, descomunal y monstruoso, llenando el
espacio. Su pálida inmensidad se extendía en todas direcciones, ofreciendo a la vista flancos y
agujas relucientes, suntuosos portales y torres prominentes, elevaciones cuyas perspectivas
llevaban el ojo hacia profundidades de vértigo.
«¿La gente construyó esto?», preguntó Toby por el comunicador.
«En otro tiempo fuimos grandes», respondió Killeen con severidad.
El capitán iba en la misma nave. Desde que habían mantenido aquella conversación, su
padre parecía empeñado en tenerlo cerca a todas horas. Cermo pilotaba porque se trataba de
la nave de mando. Toby comprendía que su presencia le impediría hacer «travesuras», como
Cermo había descrito su excursión con Quath. Por otra parte, aquella nave participaría en los
descubrimientos más interesantes.
Las murallas y los grandes flancos del Candelero comenzaron a delatar su edad cuando las
naves de la Familia se aproximaron. Las macizas láminas que antes parecían lisas como cerámica
estaban cubiertas de pozos, cicatrices negras, grandes cráteres. Los desechos llovían
como granizo en el Centro Galáctico. Aun las partículas más diminutas podían abrir agujeros
profundos si caían a varios kilómetros por segundo.
Aquel rostro maltrecho cobró detalle a medida que se acercaban. Toby tenía el mismo
problema facial: manchas que le restaban dignidad; aunque en principio las suyas
desaparecerían con el tiempo. Un problema de la adolescencia. Allí era como si la edad
provocara un acné cósmico, reflexionó, que no remitiría jamás. ¿Significaba eso que ya nadie
vivía allí?
Estaban cerca. Notó una tensa impaciencia en la línea de comunicaciones. La tripulación
enviaba sus informes con crispación. Nadie detectaba ninguna señal procedente del
Candelero.
Toby usó su bloqueada Personalidad Shibo para integrar las llamadas. Era agradable tener
una especie de sirviente interior capaz de escuchar una transmisión mientras Toby prestaba
atención a otra.
Quath podía hacer eso sin ayuda, y Toby lo sabía. La mente de la alienígena estaba
organizada de otra manera, así que procesaba la información entrante en paralelo. Quath decía
que tenía «submentes». Realizaban cada una la tarea asignada, tal como Toby podía morder
una manzana y leer un libro al mismo tiempo. Pero las submentes de Quath lo almacenaban
todo y podían reproducirlo.
Quath habría sido perfecta para esta labor, pero se había negado a acompañarlos.
alienígena.
Killeen le había explicado que el Candelero no podía ser el hogar de la Familia Bishop, ya
que era increíblemente antiguo. Pero Quath no cedió. Hizo algún comentario sobre «costumbres
íntimas» y no dijo más.
La Personalidad Shibo de Toby afloró, una presencia cosquilleante.
Todas las naves están en posición óptima, por lo que muestra el escáner 3D. No hay
emisiones electromagnéticas inexplicables. El Candelero parece muerto.
Toby estaba habituado a que Shibo le pasara datos concretos e impersonales. Había sido
una buena amiga en vida, pero su Personalidad era reservada. Ella no había mencionado la
conversación con Killeen. Mentalmente, Toby le dijo:
—Oye, ¿esto te parece buena idea?
No demasiado. Es probable que los mecs esperen que un lugar tan magnífico como éste sea
visitado de cuando en cuando. Y los mecs planifican con mucha antelación.
—¿Qué pretendes?
Enviar a una sola persona. Menos riesgo.
—Humm, parece razonable. Pero no es nuestro estilo.
La Familia Bishop siempre ha sido impetuosa. Tal vez por eso ha sobrevivido.
Toby recordó que Shibo estaba con la Familia Knight, ya prácticamente exterminada por los
mecs. Había nacido en la Familia Pawn.
—Bien, siempre he querido ver un Candelero, y supongo que todos lo deseamos.
Los mecs lo saben. Pero sospecho que tu padre tiene otros motivos además de la
curiosidad.
—¿Como cuáles?
Sólo es una conjetura. Ya veremos.
Esa tranquila y misteriosa forma de mantener las distancias era típica de Shibo. La mayoría
de los Aspectos ansiaban hablar, participar de nuevo en las actividades del mundo real. Shibo
no compartía su serenidad con Isaac y los demás. Tal vez fuera un atributo de las
Personalidades en general, pero Toby sospechaba que era un rasgo profundo de la notable
mujer que había sido. Aunque su verdadera madre seguía siendo un recuerdo vivo y
consistente, Shibo se había convertido en una madre para él durante los largos años de
vagabundeo.
Toby informó de que las naves estaban en posición, zumbando como abejas en torno a un
elefante.
Killeen asintió y ordenó que los equipos entraran.
Las naves que rodeaban el Candelero se aproximaron a él. No hubo ningún movimiento
visible en respuesta.
Las naves penetraron por las aberturas. Toby seleccionó las transmisiones para mostrar a
Killeen las más importantes. La chachara era continua. Los Bishop eran parlanchines.
«Esto parece un gran anfiteatro. Algunas quemaduras.»
«Sí, debió de haber combates a lo largo de este pasaje. Grandes desgarrones en las
paredes.»
«Aquí hay toda una sección aplastada.»
«Todo en el vacío. No hay presión de aire.»
«Habitáculos incendiados. Por la altura de las puertas, yo diría que eran personas de talla
baja.»
«No veo indicios de uso reciente.»
«Exacto. Acabo de examinar una muestra de muebles quemados de un apartamento. Mi
Aspecto dice que la datación por isótopos indica que son sumamente viejos... por lo menos
tienen veinte mil años de antigüedad.»
«¿Alguien ha encontrado algún registro?»
«No. No cabe duda de que han limpiado bien el lugar.»
«Capto rastros de actividad eléctrica. Hay algo que todavía funciona.»
«Avanzad con cuidado —intervino Killeen—. Puede haber mecs escondidos.»
Toby no consideraba probable que los mecs se alojaran en un artefacto humano, aunque se
tratara de una ruina majestuosa como aquélla. Pero él tenía menos experiencia que su padre y
que otros veteranos. Conocía la larga historia de traiciones, pactos violados, emboscadas,
incursiones y devastación sólo como eso... historia. Estos hombres y mujeres la habían vivido;
algunos tenían más de cien años y aún combatían, todavía vigorosos y dispuestos a no ceder
terreno a los mecs.
«Cielos, lucharon por todas partes.»
«Sí, la desolación es total.»
«Alguien se ha llevado todos los metales. Parece un saqueo mec. Típicas marcas de
pinzas...»
«Una ciudad fantasma.»
«La dejaron limpia. Como la Arcología Blaine en Nieveclara, ¿recordáis?»
Toby recordaba, claro que sí. Había ido hasta allí en un trayecto de dos días, durante su
primera expedición importante con Killeen y su abuelo Abraham. La Arcología Blaine era un
lugar venerado por los Bishop, y para verla valía la pena desviarse a media jornada de su
objetivo: una factoría mec que albergaba sustancias alimenticias aprovechables. Las ruinas
colosales habían apabullado a Toby. Pasaron allí la noche a pesar de que Abraham temía una
emboscada mec. Toby había recorrido las calles arrasadas, adivinando rastros de vidas
anteriores entre las sombras. La Arcología le había parecido un ámbito de intimidad y silencio,
de recuerdos perdidos para siempre. Recuerdos de avenidas bulliciosas y vecinos, de largas
tardes ociosas, de elegantes danzas susurrantes con los pies descalzos... una ciudad. Había
tratado de decírselo a Killeen y Abraham, pero mientras Toby comentaba la majestuosidad del
lugar ambos hombres desviaron los ojos con el ceño fruncido y el rostro meditabundo. Cuando
Toby preguntó por qué, Abraham explicó tristemente que un viejo Aspecto le acababa de
recordar que Blaine no era precisamente un ejemplo de la Era de la Alta Arcología. Había
servido como campamento de refugiados después de la destrucción de los lugares realmente
grandes. Killeen también asintió.
Un campamento de refugiados... y la Ciudadela Bishop habría cabido en su estadio
deportivo.
Aquel episodio lejano acudió a la memoria de Toby. Luego se disipó como una conversación
arrastrada por el viento.
«Aquí hay de todo. Salas de concierto, mercados, fábricas, hospitales, pozos de ascensor...»
«Y parques arrasados. Debía de ser bonito.»
«Aguarda un segundo, allí hay una cámara de presión.»
«Verificad si hay actividad», advirtió Killeen.
«No capto señales eléctricas.»
«Comprobad los sellos», envió Killeen.
«Parecen estar bien, intactos.»
«Poned un robot en los controles y alejaos. Luego abrid los sellos», envió Killeen.
«A la orden.»
Llegaron más transmisiones acerca de paisajes devastados. Toby escuchó atentamente,
filtrando los reiterativos informes. Se concentró en el equipo de la cámara de presión. Ansiaba
estar allí con ellos, mirando.
«Abrimos la cámara; allá va.»
«¿Qué gas contiene?», preguntó Killeen.
«Aire común. Los sensores químicos indican que no está contaminado.»
Cernió frunció el ceño.
«¿El aire sigue en condiciones después de tanto tiempo?»
«Tal vez el sistema de ventilación todavía funciona», sugirió Toby.
«Y tal vez otras cosas también», envió Killeen, aprensivo.
«Parece estar bien, capitán —informó el equipo de la cámara—. ¿Podemos entrar?»
«De acuerdo —envió Killeen—. Pero tomadlo con calma.»
«Capitán —envió Cermo—, ese equipo es de sólo tres personas. Por fuerza tendrán que
separarse.»
«Cierto. —Killeen titubeó sólo un segundo—. Pero no disponemos de refuerzos. Ve tú,
Cermo. Mantente en comunicación.»
«Papá, yo lo haré —dijo Toby—. Puedo mandar imágenes mientras me muevo.»
Killeen sacudió la cabeza. Para sorpresa de Toby, Cermo comentó:
«Conmigo no correrá peligro. Y la ayuda me vendría bien.»
Toby comprendió que Cermo pretendía que la tensión que existía entre ambos cediera al
liberar a Toby de la influencia de su padre. Y tal vez su padre quería lo mismo, porque pareció
aliviado.
«Muy bien.»
Pronto el capitán se concentró en otros asuntos.
Entraron en el Candelero. El pulso de Toby se aceleró. Siguieron trazadores que palpitaban
en el visor interno de los cascos. Los ordenadores del Argo ya habían confeccionado un tosco
mapa tridimensional de la grandiosa ruina usando los datos del equipo de exploración. Guiaron
a Toby y Cermo por pasajes oscuros, pozos, por los antiquísimos corredores derruidos. La luz
de los cascos los guiaba por aquella negrura absoluta.
Toby entrevio jirones de tela, fábricas destruidas, oficinas destartaladas. Cada vista era un
fugaz mensaje de vidas asediadas y perdidas durante milenios, ahora sólo conocidas por
desperdicios patéticos.
Llegaron a la cámara de presión redonda. Las luces de los cascos iluminaron a una mujer
que les hacía señas.
«¿Podéis creerlo? —comentó—. Había aire dentro. Cuando hemos abierto la cámara, casi
salgo volando.»
La negrura que los rodeaba dejaba paso a una plaza ancha y fosforescente. El equipo
trabajaba entre filas de máquinas. Cermo ordenó rastrear la zona. Toby escuchó los informes
de otros equipos. No habían encontrado nada tan insólito como aquello.
«¿Por qué crees que el fósforo funciona aquí y no en otra parte?», preguntó a Cermo.
«A lo mejor aquí sigue habiendo una fuente de energía.»
«¿Después de veinte mil años?», se burló alguien.
Pero la había. Un tripulante detectó conductos con electricidad.
«¿Ningún cuerpo hasta ahora?», preguntó Cermo.
«Nadie ha mencionado la existencia de ninguno —respondió Toby—. Supongo que han
desaparecido. Evaporados como las plantas de los parques.»
«Pero ¿por qué no los hay aquí? Esto estaba cerrado herméticamente.»
Toby se preguntó por qué los mecs habrían mantenido la presión de aquella bóveda si
habían sido los últimos en visitar el lugar.
Caminó entre las hileras de sombrías máquinas y se preguntó para qué servían. Aquellas
moles tenían cierto estilo, no como las máquinas mecs que él había temido y odiado toda la
vida.
Recordó que eran máquinas de fabricación humana, sin duda las más grandes que había
visto. Sonrió con orgullo. El trabajo de hombres y mujeres había estado en una época a la
altura del de los mecs. Él se había acostumbrado a creer que sólo las malignas máquinas
inteligentes podían crear grandes obras. El Argo era una antigua obra humana, pero pertenecía
a la Era de la Arcología, y se usaba para volar entre las colinas de la Agachada, situadas en
planetas distantes. Y el Argo utilizaba muchos componentes arrebatados a los mees. Estos
viejos artefactos humanos eran diferentes, hermosos.
«El equipo Lambda ha encontrado inscripciones en una pared —anunció Killeen—. Quiero
su análisis espectroscópico.»
Toby tenía el equipo necesario para obtenerlo.
«A la orden.»
Se disponía a marcharse cuando una ensordecedora señal de advertencia irrumpió en la
línea de comunicaciones.
SOY UNA BOMBA. ESTOY PREPARADA PARA EXPLOTAR DENTRO DE TRESCIENTOS
INTERVALOS DE TIEMPO. BIP. ESTO MARCA EL COMIENZO DE UN INTERVALO DE
TIEMPO. QUEDAN DOSCIENTOS NOVENTA Y NUEVE INTERVALOS. SOY UNA BOMBA.
ESTOY PREPARADA PARA EXPLOTAR DENTRO DE TRESCIENTOS INTERVALOS DE
TIEMPO. BIP. QUEDAN DOSCIENTOS NOVENTA Y OCHO INTERVALOS.
Ea señal llegaba de alguna parte de la bóveda, según indicaba el localizador de Toby.
«¡Evacuad!», exclamó, y se dirigió hacia la puerta.
Se estaba cerrando. Cermo aún le precedía, moviéndose con una velocidad y destreza
sorprendentes para su tamaño. Cermo apuntó hacia la puerta con el arma y voló un gozne. Ea
puerta se detuvo.
Atravesaron la entrada y se detuvieron.
«¿Crees que es una bomba nuclear?»
«Podría ser—respondió Cermo—. Muévete.»
«Vamos a bloquear la puerta de la cámara. Tal vez logre contener cualquier cosa de menor
potencia que un explosivo nuclear.»
Cermo maldijo pero asintió. Cerraron la puerta con la ayuda de otros tres tripulantes. De
todos modos no fue una pérdida de tiempo, porque algunos todavía estaban saliendo. Cuando
salió la última integrante del equipo, cerraron la voluminosa puerta de acero.
Nadie se paró a respirar. Atravesaron los silenciosos y oscuros pasajes. Los equipos salían
en tropel del Candelero. Toby llegó al espacio libre cuando el transmisor que habían dejado en
la bóveda emitía:
BIP. SOY UNA BOMBA. ÉSTA HA SIDO UNA GRATA CONCLUSIÓN DE MI MISIÓN
HISTÓRICA. ME DESPIDO DE QUIENES ME CREARON Y ME DIERON ESTA OPORTUNIDAD
DE SERVIR. TAMBIÉN DOY GRACIAS A QUIENES DESENCADENARON MI
MOMENTO CULMINANTE. AHORA DETONARÉ RESUELTA Y ELOCUENTEMENTE. BIP.
La transmisión se cortó.
El Candelero tembló. Las torres volaron. Las paredes se resquebrajaron.
Una torre helicoidal crujió. Luego todo se desintegró a cámara lenta convertido en astillas.
En el silencio del espacio era como mirar una montaña deshaciéndose poco a poco.
Toby miró los restos mientras su nave se alejaba. Había faltado poco, pero el Candelero
estallaba con escasa energía. El Argo ya se alejaba. Tal vez no sufrieran muchos daños.
«Vaya. Hemos tenido suerte», comentó.
«Puede que sí», respondió Killeen.
«No creo que esa cosa pueda causarnos daños de consideración», dijo Cermo.
«Yo tampoco —respondió Killeen—. Pero tal vez no fuera ésa la intención.»
«¿Qué? —preguntó Toby—. ¿Qué otra si no?»
«Ojalá lo supiera. Pero si alguien hubiera querido matarnos, no habría habido advertencias.»
Toby parpadeó.
«Y la dejaron dentro de una cámara...»
«Los mecs no se sentirían atraídos por el aire —dijo Cermo—. Trabajan mejor sin él. Pero es
natural que a nosotros nos atrajera...»
«Eso creo —dijo Killeen—. Activamos una alarma destinada únicamente a los humanos.»
Miraron en silencio la lenta desintegración de aquel hogar ancestral. Los Aspectos más
viejos de Toby murmuraron, evocando recuerdos que él quizá nunca compartiera. También él
percibía una tácita angustia en los desperdigados comentarios que circulaban por los
comumcadores. A pesar de su estado ruinoso, el lugar conservaba el saber de lo que habían
sido los humanos hacía muchos milenios. El tenue eco de un sabor antiguo. Estimulante,
dulce... y hasta eso les habían arrebatado para siempre.
«Qué lástima que no llegara a ver a esa inscripción», dijo Toby.
«Así es. Pero el equipo Lambda obtuvo algunas imágenes», dijo Killeen frunciendo el ceño.
«No lo entiendo. ¿Por qué destruir algo tan bello? Ni siquiera nos pillaron.»
«No sé —dijo Cermo—. Supongo que los mecs disfrutan volando cualquier cosa humana.
Todo lo que significa algo para nosotros.»
«Esperemos que no sea más que eso», comentó sombríamente Killeen.
5 - SABORES ANTIGUOS
A Toby le gustaba trabajar en el exterior; en gravedad cero era más un baile que un trabajo,
y aunque exigía mucha agilidad, había momentos en que se requerían buenos músculos.
El sudor traía cierta alegría. Con el trabajo Toby descargaba sus frustraciones, que
últimamente eran demasiadas. Pero hasta el mejor dermotraje se ponía pegajoso al cabo de un
rato, y orinar costaba bastante, así que uno se pasaba horas sin beber nada antes de salir. La
garganta se resecaba, y había que conformarse con gotas de zumo de tomate.
Este trabajo era duro. El paso por la nube molecular había causado desperfectos en algunos
sensores de la nave. Cermo lo atribuía a los bancos de polvo. Y la explosión del Candelero había
mellado el casco. La mayor parte de los desperfectos eran de poca importancia, pero era
preciso reparar cada grieta. Tedioso, engorroso y esencial, como la mayoría de los trabajos a
bordo de una nave estelar. Cuando uno sólo contaba con una piel para protegerse del vacío, la
cuidaba bien.
Toby devolvió la forma a una antena aplastada valiéndose de las instrucciones de un Rostro.
Un Rostro era un Aspecto reducido a la mínima expresión, una especie de catálogo de conocimientos
y trucos técnicos. Toby dejaba que el Rostro le indicara qué herramientas usar y qué
conexiones eléctricas hacer, lo cual lo dejaba en libertad para resoplar y sudar un rato. Los
problemas tecnológicos eran intrincados, difíciles y cansados. Pero las rutinas de reparación se
grababan en la memoria muscular, así que lo haría mejor la próxima vez.
Cuando llegó el momento de la pausa, paseó por el casco mientras el resto de la cuadrilla se
sentaba a descansar. Comenzaba a entender por qué su padre pasaba tanto tiempo ahí fuera,
bajo el hirviente cielo. Fuegos diminutos brillaban entre los borrones y remolinos de resplandor
crepuscular: polvo y gas, sometidos a espasmos luminosos por enormes corrientes eléctricas.
Mirando hacia fuera, creía sentir las palpitaciones de todo el disco de la galaxia. Todo giraba
en torno a un punto que nadie podía ver: el agujero negro del Centro Verdadero.
El Comilón. Cuando niño lo había visto en Nieveclara, una presencia flamígera detrás de
hirvientes nubes moleculares. En algunas leyendas de la época en que ardía sobre las Familias
como un ángel vengador, o un demonio, o ambas cosas, aparecía como el Ojo.
Toby apenas podía mirar de soslayo ese brillo cegador, el disco de la materia capturada que
giraba en torno al agujero. Luego tuvo que apartar los ojos, o los sistemas de su propio cuerpo
cerrarían su visión óptica para impedir una quemadura. Aun así, era inquietante mirar las nubes
de polvo que se deslizaban hacia la mortal voracidad de aquella diminuta y perversa
mandíbula. Una boca siempre hambrienta, siempre impaciente.
Dio la espalda al resplandor y descendió al pequeño valle formado por las dos
protuberancias grandes del casco del Argo. Estaba divagando, contemplando el panorama,
cuando algo lo sorprendió. La colmena de Quath estaba destrozada.
Y Quath se erguía entre las ruinas. Sus patas de doble articulación trabajaban en sus
cuencas de acero mientras Quath asía una pared de ladrillos grises. Toby, alarmado, avanzó
haciendo resonar las botas.
—¿Qué ha pasado? ¿Recibiste el impacto de un fragmento del Candelero?
—Pero habrá sido algo grande... oye...
Quath dio una sacudida enérgica y la pared se derrumbó por completo. Ladrillos de
desechos y basura volaron en todas direcciones. Entonces Toby notó que, a pesar de sus giros
y vueltas, los ladrillos caían en pulcros montones sobre el casco, siguiendo largas trayectorias
curvas en gravedad cero. Se posaron ordenadamente con fluida gracia.
—¿Cómo lo haces?
—De acuerdo, pero ¿cómo logras que vuelen así y caigan en el montón adecuado?
Toby miró cómo la enorme figura deshacía otra parte de su vivienda. Conocía lo suficiente a
Quath para saber que no le daría más explicaciones sobre el cómo, así que insistió en el porqué.
Quath respondió:
—¿Qué trayectoria? Aún no hemos decidido hacia dónde ir.
Y no añadió más. Trabajaba deprisa y, teniendo en cuenta su tamaño, con una agilidad
desconcertante. Toby insistió, pero no obtuvo respuesta. Se encogió de hombros y se alejó,
recordando que no debía tomárselo como algo personal. Quath no era una mujer disfrazada de
insecto. Tampoco era una indómita fuerza de la naturaleza. Era simplemente una alienígena, y
las metáforas humanas no eran aplicables a ella. Eso era lo más difícil de tener presente
cuando lo rechazaba a uno. Toby dio media vuelta y gritó:
—Al cuerno con tu castillo de mierda, cara de bicho.
Quath se detuvo y extendió hacia él dos antenas, pero sólo dijo:
<[Intraducible.]>
Tal vez fuera un gesto obsceno para la raza de Quath, pero Toby nunca lo sabría.
Se alejó y calmó su irritación trabajando con más ahínco. Estaba agradablemente cansado
cuando finalizó la tarea y, una vez dentro, se dio una placentera ducha.
Lo hizo con tres días de antelación pero se sentía bastante maltratado por la vida. Puso el
chorro en fuerza máxima y seleccionó las opciones de jabón y friega de alcohol. Por suerte era
el primer día en un ciclo y el agua era pura. No olía a otros Bishop ni a ese filtro que nunca
eliminaba del todo los efluvios. Se dejó envolver por su maravillosa tibieza, reguló el chorro
para que le masajeara los músculos y el cuero cabelludo. En la Ciudadela Bishop disponían de
más agua; incluso una vez había jugado en un baño. Habitualmente los baños estaban
reservados para las parejas, como parte de la ceremonia nupcial.
Sintió pena cuando la carga se agotó y cayeron las últimas gotas. No podría darse ese gusto
en varias semanas.
Suspiró, se tumbó en la litera... y sonó el avisador. La voz de Cermo le vibró en el oído
izquierdo.
«Preséntate en el Centro de Mando, Toby.»
Toby gruñó. Él y Besen habían planeado «descansar» juntos, palabra que usaba la Familia
para referirse al tiempo de retozar en los aposentos comunes. Los miembros solteros de la
Familia gozaban de un período de plena libertad sexual antes que asumieran la necesaria
función de criar hijos, y Toby lo había aprovechado al máximo. Era lo que más le gustaba de la
vida de a bordo: el tiempo para complacer a la bestia interior. Bien, tendría que esperar.
Elamó a Besen y se lo explicó.
—Vaya —rezongó ella—, y yo que había reservado una sección de gravedad cero.
—El deber me llama, mi Julieta.
—Conque al final has visto la obra. Habrás comprobado que despedirse es una dulce
pesadumbre.
—En este caso, es más bien no poder reunirse.
—Date prisa, Romeo. Tal vez aún podamos aprovechar la reserva.
Para sorpresa de Toby, sólo su padre y Cermo estaban en el Centro de Mando. Las hileras
de ordenadores con revestimiento de cerámica y las pantallas de datos fosforescentes los
empequeñecían.
—Necesitamos tu Aspecto Shibo —dijo Cermo con cierto envaramiento.
Toby estudió el rostro de su padre al resplandor de las pantallas blancoazuladas, recordando
la última vez que habían hablado de Shibo, pero Killeen mantenía su aplomo de capitán. Sus
ojos oscuros no delataban nada.
—De acuerdo. ¿Qué sucede?
—Dos cosas —dijo Killeen cortante—. ¿Recuerdas esa inscripción del Candelero?
Intentamos descifrarla. Échale un vistazo.
ELLA,
EN CUYOS SENOS SE INSCRIBE GRAN RENOMBRE
BATALLANDO EN VASTOS REINOS DE POLVO Y
GAS, FRUSTRÓ LOCOS ATAQUES.
ELLA,
DESBARATANDO UNA MAREA GROTESCA, CONSUMIÓ
LAS CINCO CLASES DE MUERTOS VIVOS
EN RADIANTE, CALOR SAGRADO.
ELLA,
PARTIDARIA DEL HOMBRE Y DE LA CAUSA JUSTA,
DESBORDANTE DE FURIA, VIAJÓ A UN LUGAR
INMUTABLE... AUNQUE FATIGADA, FEBRIL
SIN EMBARGO POR EL FERVOR HACIA LOS PALACIOS
DE PERLA DE LA HUMANIDAD.
ELLA,
CUYA HISTORIA SE PROPAGA ENTRE LA GENTE,
TODAVÍA ARDE Y SE DESLIZA POR EL TIEMPO Y
LAS CONTORSIONES DEL PROTOESPACIO.
ELLA,
FIRME DEFENSORA DEL PALACIO DE PERLA,
ABANDONÓ SU FORMA ANIMADA Y HOY MORA
EN LA MARAÑA DE TIEMPO DONDE HABITA LA
ETERNIDAD. LIBRE DE SU ENVOLTURA CORPORAL,
ÚNICA SOBERANA SUPREMA, MEDITA
SOBRE MONTONES DE ACONTECIMIENTOS, LAMIDA
POR DELICIOSAS LENGUAS DE PROTO-
.HISTORIA Y OMEGAFUTURO.
ELLA,
ES COMO ERA Y OBRA COMO OBRÓ, AROMÁTICA
Y CARNOSA, TAL COMO ESTÁ ESCRITO Y TAL
COMO SE VERTERÁ EN LA VENIDERA RESTAUCIÓN.
ELLA,
SE LEVANTARÁ COMO TODOS LOS QUE NOS
LANZAMOS HACIA LA GUARIDA Y BIBLIOTECA.
.PLENITUD DURADERA, ES AHORA Y SERÁ SIEMPRE.
—Humm —murmuró Toby, desconcertado. Invocó a su Personalidad Shibo. Su fría
presencia dijo tras una larga pausa:
Esta «ella» habrá sido toda una mujer.
—Hay algunos fragmentos que no entendemos —dijo Killeen.
Toby frunció el ceño.
—¿Y por qué una de cada dos líneas está invertida?
Cermo se encogió de hombros.
—¿Se trata de algún código?
Toby sintió que Shibo se conectaba con los Aspectos más viejos, invocando retazos de
memoria. Hizo una síntesis y la presentó:
Se trata de una antigua habilidad. La vi cuando era niña con la Familia Knight. Esto se
escribió para ser leído digitalmente. En vez de regresar a la izquierda para empezar cada línea,
una mente digital lee los caracteres en orden inverso cuando los ojos regresan para leer la línea
siguiente, de derecha a izquierda.
Toby les transmitió el mensaje.
—Parece complicado —dijo Cermo.
Ahorra tiempo. Nuestra costumbre de leer recomezando por la izquierda es para mentes
simples.
—¿La gente del Candelero podía hacer estas cosas? —preguntó Killeen dubitativamente.
Hubo un tiempo en que la Familia Knight podía. Sus pergaminos antiguos estaban escritos
de esta manera. Vi algunos cuando era niña.
Toby repitió esto. Por la expresión de Killeen, notó que lo dicho tenía gran importancia para
él. Todas las Familias sobrellevaban la carga de vivir en la desesperación y huyendo
permanentemente, sabiendo que antaño los de su especie habían dominado con orgullo el
Centro Galáctico: constructores de Candeleros, exploradores, cazadores de bestias del vacío,
jinetes de grandes tormentas. Pero eso había sido hacía tanto tiempo que ni siquiera las
leyendas rozaban las cumbres de tan remota antigüedad.
—Nadie tenía esa aptitud en la Ciudadela de la Familia Bishop —gruñó Killeen.
Toby recordó haber visto, en las ruinas de la Arcología Blaine, una pared que contenía un
mensaje similar. Iba a decirlo, pero Cermo lo interrumpió con un gesto.
—Mira, al margen de cómo utilizaran el alfabeto, está claro que esto es una historia sobre
una mujer que conducía a la humanidad. Vencieron. Pero ¿qué es todo eso de los palacios de
perlas?
—Supongo que se refiere al Candelero —dijo Killeen con aire distante.
—Tiene sentido —comentó Toby, refiriéndose rápidamente a su Aspecto Isaac—. La palabra
«perla» significa gema... una gema brumosa, como la cerveza de gato.
Esta vez la sorprendida fue Shibo.
¿Qué es «cerveza de gato»?
—La leche. Lo lamento, es una broma infantil —susurró Toby.
Lo había dicho sin pensar. Quería que lo tomaran en serio, no como un mero canal de
transmisión para los conocimientos de Shibo. No había permitido que Cermo o Killeen tuvieran
acceso directo a Shibo por la interfaz de comunicaciones. Habría sido bastante fácil, pero
entonces lo habrían ignorado por completo, excluyéndolo de las cuestiones adultas.
—Hay muchas cosas de esta inscripción que no entiendo —dijo Killeen—. Primero, ¿puedes
ponerla al derecho?
Para Shibo era fácil. Al cabo de un instante la proyectó en una de las grandes pantallas
murales.
ELLA,
EN CUYOS SENOS SE INSCRIBE GRAN RENOMBRE, BATALLANDO EN VASTOS
REINOS DE POLVO Y GAS, FRUSTRÓ LOCOS ATAQUES.
ELLA,
DESBARATANDO UNA MAREA GROTESCA, CONSUMIÓ LAS CINCO CLASES DE
MUERTOS VIVOS EN RADIANTE CALOR SAGRADO.
ELLA,
PARTIDARIA DEL HOMBRE Y DE LA CAUSA JUSTA, DESBORDANTE DE FURIA, VIAJÓ
A UN LUGAR INMUTABLE... AUNQUE FATIGADA, FEBRIL SIN EMBARGO POR EL
FERVOR HACIA LOS PALACIOS DE PERLA DE LA HUMANIDAD.
ELLA,
CUYA HISTORIA SE PROPAGA ENTRE LA GENTE, TODAVÍA ARDE Y SE DESLIZA POR
EL TIEMPO Y LAS CONTORSIONES DEL PROTOESPACIO.
ELLA,
FIRME DEFENSORA DEL PALACIO DE PERLA, ABANDONÓ SU FORMA ANIMADA Y
HOY MORA EN LA MARAÑA DE TIEMPO DONDE HABITA LA ETERNIDAD. LIBRE DE SU
ENVOLTURA CORPORAL, ÚNICA SOBERANA SUPREMA, MEDITA SOBRE MONTONES
DE ACONTECIMIENTOS, LAMIDA POR DELICIOSAS LENGUAS DE PROTO-HISTORIA Y
OMEGAFUTURO.
ELLA,
ES COMO ERA Y OBRA COMO OBRÓ, AROMÁTICA Y CARNOSA, TAL COMO ESTÁ
ESCRITO Y TAL COMO SE VERTERÁ EN LA VENIDERA RESTAURACIÓN.
ELLA,
SE LEVANTARÁ COMO TODOS LOS QUE NOS LANZAMOS HACIA LA GUARIDA Y
BIBLIOTECA. PLENITUD DURADERA, ES AHORA Y SERÁ SIEMPRE.
—Conque yo tenía razón. —Killeen asestó un puñetazo sobre el escritorio—. Hubo una
época prolongada en que aventajaron a los mecs. «Cinco clases de muertos vivos.» Vi eso
inscrito en un monumento, una tumba, hace años... ¿Recordáis? Ambos estabais allí.
Cermo frunció el ceño.
—Creo recordar algo... —se esforzó.
—Yo lo recuerdo —dijo Toby—. Pero en esa inscripción se hablaba de un poderoso «él» y...
—Era sobre los mecs, sin duda —continuó Killeen—. Y esta «ella», una gran conductora... la
llevaron a alguna parte.
Cermo arrugó el entrecejo dubitativamente.
—¿Cómo es eso?
—Claro como la luz de las estrellas —dijo Killeen, levantándose enérgicamente y
paseándose por delante de la pantalla—. ¿No lo ves? «Ella viajó a un lugar inmutable», luego
su «forma corporal se evaporó.» Y «se levantará como lo haremos todos los que nos
zambullimos en la guarida y la biblioteca». Abandonaron el Candelero, al menos algunos de
ellos. Y se fueron a otra parte, a esa «guarida» donde estarían a salvo.
Cermo cabeceó a regañadientes.
—Sí...
—¡Es evidente! —exclamó Killeen—. Mirad, lo grabé usando uno de mis Aspectos. Aquí
está...
En una pantalla parpadearon las letras:
Aquél,
por cuyo brazo fue inscrita la fama, cuando, en batalla por los extensos países, golpeó e hizo
retroceder el primer ataque. Con su pecho escindió la oleada enemiga... la de aquellos
horribles mecanismos locos que no tenían piedad con los caídos.
Había más, y Killeen continuó, recitando pasajes y comparándolos con la inscripción que
habían visto cerca de una tumba, y nada de ello tenía mayor sentido para Toby. Ciertos pasajes
—como «El que guió a la humanidad desde los palacios de acero que volaban por lo
alto»— tal vez aludieran a la Era de los Candeleros. Otros —como «Aquél, de cuyo valor los
aires perfuman todavía el océano del sur»— debían referirse a una época en que todavía había
mares en Nieveclara, no sólo los lagos que él conocía y que menguaban de año en año. Pero
muchos otros —como «Él, que dio a la Humanidad los nombres de las Piezas»— no tenían el
menor sentido. Y su Aspecto Isaac le dijo que aun los habitantes de las Arcologías estaban
desconcertados por tales arcaísmos.
Killeen caminaba y hablaba sin cesar. Cuando su famoso entusiasmo lo poseía de aquella
manera, irradiaba una energía hipnótica. Pero Toby veía con alarma el creciente frenesí de su
padre.
Cermo intervino apaciguador.
—Es posible, y quedan en pie muchos interrogantes... pero no se trata de eso, capitán.
¿Verdad?
Killeen parpadeó e inhaló profundamente.
—Supongo que no. Esperaba que la inscripción nos indicara una manera de abordar el
problema que afrontamos.
Toby trató de hablar con soltura y aplomo.
—¿Qué problema?
—Deberíamos celebrar una Reunión—dijo Cermo.
—En efecto. Puedo presentar nuestras opciones a la Familia...
—¿Qué problema?
—La explosión del Candelero fue la fuente de energía para un pulso de emisión —dijo
Cermo—. Pensamos que estaba destinada a pillarnos, pero tal vez su verdadero objetivo fuera
dicha emisión.
Toby procuró disimular su sorpresa, tal como a veces hacía su padre.
—Yo no capté nada en ninguna banda de frecuencia.
Killeen señaló el espectro en una pantalla.
—No me extraña. Su frecuencia era muy alta, por encima de todo cuanto podemos ver.
Rayos gamma. Y emitidos... el Argo apenas pudo captarlo.
—¿Emitidos cómo? —preguntó Toby.
—Hacia fuera. Hacia uno de esos lugares que Quath nos previno que evitáramos.
Killeen miró sombríamente a su hijo.
Toby sintió un arrebato de simpatía hacia su padre. Killeen había aceptado muchas cosas
como artículo de fe, y ahora iban a ser puestas a prueba. Habían seguido el consejo de Quath
desde el comienzo de su largo vuelo desde Trump, el planeta de los Cards. Habían ido a ese
mundo con la esperanza de colonizarlo, de convertirlo en Nueva Bishop. Pero los habían
expulsado.
Y la Familia ni siquiera había protestado cuando los siguieron miembros de la especie de
Quath, aunque a distancia, impulsando un instrumento largo y reluciente con su gigantesca
nave. Estaba a cierta distancia detrás de ellos, actuando como una retaguardia que nadie
entendía del todo. Habían avanzado a trompicones siguiendo un curso irregular para
aproximarse al Verdadero Centro Galáctico, sorteando los obstáculos que Quath localizaba en
los desconcertantes mapas estelares. Todo por fe, volando casi a ciegas. Sin saber qué
extrañas estrategias funcionarían aquí.
—¡Una alarma contra intrusos! —exclamó Toby.
—¿Te refieres a la emisión? —preguntó Cermo.
—Para alertar a alguien que deseaba saber cuándo regresarían los humanos —dijo Toby,
aparentando mayor seguridad de la que tenía, una actitud que consideraba adulta, viril.
Killeen cabeceó.
—Mecs.
—¿Por qué no dejar una bomba más grande? —dijo Cermo—. Liquidarnos por completo.
Toby extendió las manos.
—A lo mejor pensaban atraparnos.
Killeen sacudió la cabeza.
—Dominan energías potentísimas. Si quisieran matarnos, lo habrían hecho.
—¿Y por qué iban a querer capturarnos? —les preguntó Cermo.
—Puede que la explosión estuviera destinada a hacernos creer que habíamos escapado,
que estábamos bien —añadió Toby.
Killeen frunció los labios; seguía sin estarse quieto un instante.
—Los mecs nos consideran tontos. Podría ser.
—Y otra cosa —dijo Toby, escuchando a Shibo—. Esa bomba hablaba nuestro idioma, no
esa lengua arcaica.
Killeen se detuvo y miró a su hijo con interés.
—En efecto... no probó con los dialectos. Alguien le indicó cómo hablamos.
—¿Entonces... se disponen a atraparnos? —preguntó Cermo aterrorizado.
—Eso dependerá de la clase de mecs con los que tengamos que luchar. Los estúpidos
cazadores que usaban contra nosotros en Nieveclara...
—Carecen de sutileza —condujo Toby—. Pero el Mantis...
Killeen y Cermo intercambiaron una mirada. El Mantis, el mec más inteligente que habían
conocido, ya formaba parte de la leyenda de la Familia Bishop. Los había perseguido, sirviéndose
de sus complejas ilusiones electrónicas. Habían creído que era sólo un asesino mejor que
los otros; pero el Mantis mismo les mostró, en un momento aterrador, cómo usaba a los humanos
en sus «obras de arte».
—Una vez Quath me contó —confirmó Toby— que los mecs no envían a los mejores a
atacarnos en los planetas, sino a la escoria.
Cermo se irritó.
—Mataremos lo que nos envíen. Mecs grandes, mecs pequeños, no importa.
Killeen escrutó el espacio, y Toby comprendió que evocaba esa larga historia de
humillaciones que había sufrido la Familia Bishop a manos de los mecs. Juntos habían visto
cuerpos humanos usados por los mecs como componentes de biomáquinas. Como
ornamentos. Como truculentos fragmentos de algo que el Mantis consideraba bello.
—En efecto, Cermo. Tal vez vengan a atraparnos —dijo Killeen—. O algo peor.
—Tenemos que huir —dijo Cermo.
—En efecto. —Killeen se volvió hacia una pantalla que mostraba remolinos de tenebrosa
oscuridad y manchas de radiante luminiscencia. El plano de la galaxia, un hervor de energías
mortales e historias perdidas—. Pero ¿adonde?
6 - LA CANCIÓN DE LOS ELECTRONES
Desde el casco, Toby escrutaba el majestuoso movimiento de las estrellas, mirando el
Centro Verdadero. Toda la galaxia giraba alrededor de un punto velado por las nubes. Un
desbordante resplandor que daba vueltas en torno a un centro de despiadada oscuridad.
La nave iba cobrando impulso, hendiendo pasajes polvorientos y avistando nuevas
salpicaduras de luz. Toby sentía una furia abrasadora contra los mecs que se aproximaban
trazando azuladas estelas de escape y obligando al Argo a escapar. Implacables, cabalgaban
en sus lanzas de plasma llameante: un enemigo secular dispuesto a eliminar todo vestigio de
humanidad. Estaban a sólo un día luz de distancia, ocultos en las turbulentas tinieblas.
Aun en ese remolino de estrellas había pocas oportunidades de escapar. Los sensores de
largo alcance del Argo detectaban imágenes de estelas mecs procedentes de varías
direcciones que cortaban las órbitas fáciles, las más alejadas del Centro.
De ese modo los obligaban a seguir una trayectoria cada vez más cerrada, hacia el agujero
negro que acechaba en el Centro Verdadero. Una trampa.
Toby había escuchado cómo su Aspecto Isaac consultaba con Aspectos aún más viejos y
agrios para hablar de la enorme estrella oscura; pero todo parecía extraño e imposible. Durante
diez mil millones de años se había alimentado de la galaxia. Las mareas de gravedad y de
polvorienta fricción habían arrastrado estrellas enteras hacia ella: soles perdidos en torno a los
cuales alguna vez habían florecido civilizaciones. A medida que sus estrellas madres eran
absorbidas, para ser horneadas, trituradas y devoradas, especies alienígenas enteras habían
tenido que huir o perecer.
Las lecciones de historia de Isaac eran bastante parcas en lo concerniente a esos tiempos
remotos. Se suponían muchas cosas, pero se sabía poco. Algunas civilizaciones habían
escapado, decía Isaac. Habían creado extrañas colonias metálicas que aprovechaban los
grandes recursos energéticos del lugar. Delante del Argo esperaban dichos refugios. Ciudades
del centro: alienígenas, colosales, imponentes; más grandes que los Candeleros, y más
antiguas.
Despabilándose, volvió a su tarea, persuadir a Quath de participar en la Reunión de la
Familia Bishop. La corpulenta alienígena trabajaba en las últimas paredes de su intrincado
nido, apilando ladrillos en un recoveco oculto donde se unían dos cúpulas de cultivo.
—Ven, gran insecto, está a punto de comenzar.
Quath alzó sin esfuerzo una pesada losa.
—Es más bien una riña con reglas. De todos modos, el capitán quiere que hables.
—Oye, señora de los excrementos, esto es importante.
—¿Eh? ¿Por qué?
Toby siguió el gesto de Quath. Al volverse, detectó un fulgor tenue y marfileño en torno al
Argo. Bailaba y titilaba como bruma en el viento.
—Bonito. ¿Y qué?
sufrimiento.>
—Sí, la vida es dura. ¿Y qué?
peligro.>
Toby frunció el ceño. Siempre había pensado que los campos magnéticos del Argo
mantenían alejada toda radiación peligrosa. Pero los campos no podían detener la luz
ingrávida, y sabía que la verdaderamente nociva tenía una frecuencia tan alta que los humanos
no podían detectarla.
—¿Puedes ver la radiación dura?
—Humm. Será mejor que entre. Y tú vendrás... órdenes del capitán.
—Quath, te pusiste a desmantelar tu nido de avispa y a guardarlo antes de que nosotros
supiéramos siquiera que nos seguían los mecs. ¿Cómo?
—¿Eso crees?
Quath nunca hablaba a la ligera... o bien el sentido del humor de los alienígenas era muy
distinto. Por lo que Toby sabía, perder una pata podía ser una broma colosal para Quath. Una
vez le había visto arrancarse una de sus grandes patas y emitir un extraño ruido de succión.
Había supuesto que Quath lloraba o protestaba, pero tal vez se trataba de un juego de salón.
—Qué fatalista eres, artista de la inmundicia.
Toby no pudo sonsacarle más información, y cuando logró que la alienígena entrara, la
Reunión ya había comenzado. Los Ace y los Fiver discutían con los Bishop a pesar de que
compartían muchos patrones culturales e incluso tenían antiguas leyendas comunes.
Afortunadamente, la primera parte de la Reunión consistía en una especie de danza caótica.
Una música machacona resonaba en el gran salón donde los miembros de la Familia Bishop se
mezclaban con gente que habían recogido en Trump, llamada Nueva Bishop, el último mundo
del que habían huido: una muchedumbre feliz, con excepción de los oficiales de vigilancia.
Ninguna Familia podía bajar la guardia nunca.
Toby trató de dejarse llevar por el estado de ánimo propio de una Reunión.
Quath quiso quedarse en un rincón, erguida sobre todos, escrutando la distancia. Toby se
sumó a una gavota, recordando la letra de su infancia:
Pon la mano en la cadera,
menea bien el trasero
hasta que caiga a tus pies.
Zarandea todo el cuerpo
y contagia el movimiento
a quien más amas.
No era demasiado solemne, pero tampoco lo eran las Reuniones. Observando a su padre,
Toby había aprendido la estrategia.
Que la gente se relajara y se sintiera unida; que bailara, cantara y evocara antiguos festejos
de su mundo natal. Que una música bullanguera sonara y se trajeran las cubas de cerámica
donde fermentaban el grano y la uva para elaborar licores, cerveza y vino. Que la Familia
bebiera cuanto quisiera. Aunque contaminara la sangre con enzimas que menguaban la
lucidez, la bebida como siempre levantaba el ánimo, infundiendo aplomo, confianza y
temeridad. Que subiera el volumen de la música. Luego les plantearía una cuestión que
apelaba a su audacia y a su sentido de lo que la Familia Bishop era y pretendía.
Toby sabía lo que Killeen se proponía, pero eso no era motivo para no disfrutarlo. Bailó con
Besen, bebió delicioso vino fresco, dejó que su esencia vertiginosa se le subiera a la cabeza.
Pero no en exceso. Su padre había tenido un serio problema con el alcohol en el largo
período que siguió a la muerte de la madre de Toby. Luego, cuando Killeen conoció a Shibo,
dejó de beber tanto, se rehízo y llegó a capitán. Toby no sabía mucho de biología, pero tal vez
el hijo tuviera tendencia a heredar la debilidad del padre, así que era prudente con la bebida.
No podía depender de la ayuda de aquellos amigables enzimas.
Fue una grata Reunión. Incluso empezaba a sentir verdadero afecto por Cermo.
Considerando el modo en que Cermo lo había tratado, tenía que atribuirlo al alcohol.
Cermo poseía una cremosa tez color chocolate que relucía a la tenue luz. Una de las cosas
que le gustaban de la Familia era que mantenía las diferencias tradicionales entre los
humanos: ojos castaños, azules o negros; piel áspera o lisa, amarilla o rosada o chocolate;
narices esbeltas y puntiagudas o anchas e imponentes o ganchudas y curvas. Algo en sus
genes se negaba a homogeneizar los rasgos a través de las generaciones. Eso añadía interés
y sabor, un regusto de la época en que los humanos se adaptaron a las distintas zonas
desarrollando ojos rasgados para ver mejor, piel oscura para protegerse del sol o un rostro ahusado
para conservar el calor de una forma más efectiva.
No importaba que la naturaleza lo hubiera logrado por medio de una lenta selección natural.
Las diferencias eran como un libro antiguo, mensajes incomprensibles de un pasado honroso,
digno de preservar. La nariz ancha y los ojos rasgados de Toby parecían eminentemente
prácticos. También su tez oscura y su barba, que empezaba a asomar. Herencia. Historia profunda.
La música palpitante bajó de volumen. Hora de decidir.
Killeen comenzó a hablar. No era un orador rebuscado, como algunos otros que Toby había
oído, pero era elocuente a su manera por el modo llano que tenía de exponer las cosas. Expuso
sin rodeos el trance en que se hallaban. La persecución de los mecs, las reservas de
combustible del Argo. Las proporciones de aire, agua y fluidos, suficientes de momento aunque
no para una fuga a toda velocidad fuera del Centro Galáctico en busca de un posible refugio.
Quath habló acerca de los probables planes de los mecs. Arrinconarían al Argo, lo
atraparían en el remolino cercano al Centro Verdadero.
Luego usó el sistema sensorial de la Familia. Todos los miembros vieron en un ojo la antigua
inscripción, con la transcripción de su significado. Killeen leyó pasajes en voz alta.
—«Consumió las cinco clases de muertos vivos en radiante calor sagrado.»
La Familia, conmovida, evocó un pasado polvoriento.
—«Se levantará como todos los que nos lanzamos hacia la guarida y biblioteca.»
Killeen estaba sobre una tarima desde la que dominaba a la muchedumbre. Su voz se volvió
atronadora, no porque utilizara un recurso retórico, sino por convicción.
—Ellos fueron allí. Hace tiempo. «Aunque fatigada, febril sin embargo por el fervor hacia los
palacios de perla de la humanidad.»
Las voces se elevaron en un acuerdo unánime. Había en ellas una nota plañidera, un
ansioso deseo de contacto con la historia que narraban las leyendas. Algunos sollozaban.
Otros maldecían.
—Ahora los mecs nos asedian. Se acercan. Claro que tenemos aliados. —Killeen señaló a
Quath—. La especie de Quath también nos sigue con su enorme aparato, el Círculo Cósmico.
Poderes que no dominamos, sí. Métodos que no comprendemos, sí. Son criaturas vivientes, y
nos ofrecen ayuda porque existe un lazo sagrado entre todos los que surgieron naturalmente
de los mismos átomos de la galaxia.
Roncos aullidos de gratitud para Quath. Abucheos para los mecs.
Killeen hizo una pausa, aplacada su furia, recobrada la racionalidad.
—Pero aun con esa ayuda, sólo nosotros podremos decidir adonde iremos.
Killeen estudió aquellos más de trescientos rostros que tan bien conocía.
—Todos tenemos parientes que murieron luchando contra la especie de Quath. Esa época
ha terminado. Ahora luchamos junto a los que conocíamos como cíbers, y ahora llamamos
miriapodia.
Algo en su porte evocaba aquel pasado y favorecía la causa de Killeen. Toby pudo ver su
efecto sobre la multitud. Killeen era el hombre que se había metido en un agujero tallado por
los cíbers a través de un planeta y había sobrevivido. Killeen había estado prisionero dentro del
cíber Quath, y había salido con vida. Había dialogado con un ser magnético que hablaba desde
el cielo. Y antes Killeen había luchado con el Mantis y les había dado la libertad.
El peso de toda su historia pasada jugaba a favor de Killeen. Sus ojos ardían. Sus graves
modales dominaban. Su gente escuchaba.
—Tenemos la opción de dar media vuelta para luchar contra fuerzas ante las que estamos
en desventaja. Y tenemos la opción de intentar escapar.
Su encendida mirada los escrutó.
—¿Ya está? ¿Eso es todo? —Killeen torció el labio con desdén—. ¡No! ¡No! Yo digo que hay
un tercer camino... el camino que nos señala esta inscripción de nuestros antepasados lejanos.
Toby gruñó, viendo con cuánta firmeza el capitán se ganaba la atención de todos. Se dirigía
a la Familia Bishop con una voz potente, firme y segura, pero Toby sentía una especie de
miedo impotente por lo que se avecinaba.
—Podemos seguir a nuestros antepasados en su búsqueda. Tal vez lo que ellos buscaban
siga allí.
La familia suspiró, murmuró.
—Tenían poderes que no están a nuestro alcance, cierto. Métodos que no comprendemos,
por supuesto. Así que sus descendientes, nuestros primos, aún podrían estar allí. La Familia de
Familias. «Donde mora la eternidad...» ¿Qué significa eso? ¿Qué nos promete? ¡Vayamos a
averiguarlo!
Por el rugido de asentimiento que vibró en torno a él, Toby supo que se avendrían a seguir
un curso desesperado; y aunque amaba a su padre y quería seguirle, un frío temor le recorrió
el cuerpo y le aflojó las rodillas, para su vergüenza.
¿Por qué hacía aquello su padre? ¿Dónde estaba su cautela? Ponía en peligro a la Familia
para encontrar... ¿qué? El pasado. El sentido de la Familia.
La Personalidad Shibo afloró sin que él la llamara. Su pálida presencia era una voz suave
contra el bullicio de entusiasta celebración que burbujeaba a su alrededor: codos unidos, sudor
feliz, bocas que se encontraban.
No saben realmente lo que él desea. ¿Lo sabe él? Amo a ese hombre tanto como esta
personalidad reducida que soy puede amar. Ahora también le temo. Les promete una guarida.
Tal vez sólo les dé una mentira.
ESTRELLA CONGELADA
Antenas angulares reflejan las refulgente luz ultravioleta del disco que está debajo. Giran
formas. Viven entre nubes de masa candente, ennegrecidas y desgarradas por una granizada
de radiación. Franjas infrarrojas, cortantes rayos gamma.
Entre las nubes deshilachadas se mueven figuras plateadas cuyas formas cambian según
las diversas funciones. Flujos masivos de metal líquido. Asoma una nueva herramienta: titanio
comprimido. Trabaja en un rico depósito de indio, mascando, digiriendo.
Los cosechadores siguen trayectorias elípticas por encima del crudo resplandor del disco.
Apiñándose, configuran formaciones complejas, matrices geométricas. Su estrategia de saqueo
ha evolucionado por sí misma y es puramente práctica, un simple algoritmo. Pero genera
diseños intrincados que se despliegan para funcionar y luego vuelven a enrollarse con
ingeniosa y lánguida belleza.
Tienen otra función menos evidente. Eslabonados forman una macroantena. Retransmiten a
coro complejas cadenas de pensamiento digital. Nunca participan en las entrecruzadas corrientes
de atenta deliberación, así como las moléculas de aire no se fijan en los sonidos que
transmiten.
La conversación ondula y vibra a través de los minutos luz.
Los primates persisten.
Nosotros/vosotros no intentamos extinguirlos.
Todavía...
Es verdad. Antes nosotros/vosotros debemos aprender más.
¿La trampa funcionó?
Funcionó según lo planeamos. Nosotros/vosotros supimos con precisión la posición de su
nave cuando visitaron las ruinas de su anterior morada.
Yo/tú hicimos bien en conservar esa
estructura durante tanto tiempo.
Simplificó la colocación de microsensores.
¿Infiltración directa?
La explosión los lanzó hacia la nave primate. Luego se colaron dentro.
Una molestia innecesaria.
En el pasado, yo/tú nos precipitamos al limitarnos a eliminar las expediciones que se dirigían
hacia la Estrella Congelada.
Un término poco acertado. El agujero
negro es mucho más noble de lo que
da a entender esa descripción.
Sin embargo se originó en los primeros tiempos de la galaxia a partir de la semilla de una
supernova. Aunque su masa inicial haya crecido un millón de veces, eso no cambia su
naturaleza.
Pero ¿congelada? Vive en fuego.
Sólo su imagen espaciotemporal está congelada. Para nosotros/vosotros, la masa devorada
tarda una eternidad en efectuar su descenso final por la garganta del olvido.
Muy bien, esos tecnicismos son más
aburridos que esclarecedores.
Es verdad... para algunas partes de nosotros/vosotros.
Pero los primates siguen enfilando
hacia ese nexo. ¿Cómo era esa
expresión que vosotros/nosotros
citamos antes para ilustrar su modo
de pensar?
La imagen era: «Como polillas a la llama.»
¡La lógica de las bioentidades es tan
simple, tan lineal! ¿Cómo estar
seguros del proceso que sigue?
¿Conocemos su mente?
Vosotros/nosotros no podemos.
Pero con recursos...
Admitamos que hay cosas que nosotros/vosotros no podemos saber, en principio.
Vuelve el recuerdo... sí. Algunas
verdades no se pueden demostrar
siguiendo una lógica.
Yo/nosotros no me refería a un teorema tan obvio. Hay puntos ciegos en nuestra manera de
aprehender el universo. Nadie puede compensarlos.
Tú/yo no estarás sugiriendo que
nuestra/vuestra especie comparte la
ceguera de estos primates.
Cada forma sensitiva tiene su manera de filtrar el mundo. En esto todos somos iguales.
Eso no significa que nosotros/vosotros
no podamos entender formas inferiores
y sus primitivos puntos de vista en su
totalidad.
Tal vez sí.
La falta de comprensión en un asunto
tan grave es inquietante.
Basta de cavilaciones. En la práctica tú/yo te opones a destruir esta última expedición de los
primates. Nos costaría un alto precio.
Esto nos remite a los cuasimecánicos.
Siguen la nave primate y la protegen.
Nosotros/vosotros ya hemos tratado
con su especie.
Tienen una nave más grande que la de los humanos. Vosotros/nosotros habéis sufrido por
culpa de su destreza.
¡Son una herramienta!
Nosotros/vosotros nos serviremos de
los cuasimecánicos para seguir a los
humanos.
Transportan un aro de discontinuidad recortada. Eso facilita el rastreo. Pero constituiría un
arma muy desagradable si lo apuntaran contra nosotros/vosotros.
Debo recordarte que nosotros/vosotros
poseíamos antaño varias
discontinuidades de ese tipo. Se
perdieron en el asalto a la Cuña, en la
era e(+l[-])
Un grave error, al cual muchos de nosotros/vosotros nos opusimos.
No es preciso repetir ese error.
Bien dicho... por ser el uno/muchos que lo cometió.
Tales distinciones no significan nada.
Todo nuestro yo ha absorbido la
experiencia.
Las lecciones no aprendidas aún provocan dolor.
Nadie podía prever que la Cuña se
tragaría, digeriría y luego usaría las
discontinuidades para reforzarse, para
volverse aún más impenetrable.
La cautela nos/os habría ahorrado esta instructiva lección.
Vosotros/nosotros ahora entendemos
que ningún uno/muchos puede
conocerla geometría estocástica del
interior de la Cuña.
Las excusas son inútiles. El precio será alto si atacamos a los cuasimecánicos y su
discontinuidad.
Tú/yo conviniste hace tiempo en usara
los humanos contra los
cuasimecánicos. Pero ahora
nosotros/vosotros nos encontramos con
que parecen haber establecido una
alianza. No podíamos preverlo. La vida
basada en carbono sigue protocolos
que nosotros/vosotros no conocemos,
que no nos hace falta conocer.
Ojalá fuera así. Pero estaban aquí antes que nuestra especie y...
Muchos de nosotros/vosotros
rechazamos esa tesis.
¿Cómo es posible? Las formas orgánicas surgieron primero.
Algunos filósofos sostienen que el
metal y la cerámica fueron los
materiales originales formados en las
descargas electrolíticas, por acción de
arcilla e iones. Las formas de carbono
evolucionaron a partir de ahí.
La documentación histórica niega tales teorías.
Aun así, vuestra/nuestra preciosa
documentación no dice por qué
debemos temer a los humanos.
¿Por qué especialmente a los
humanos? Hubo otras formas de
carbono.
Que erradicamos.
Sin ningún remordimiento.
De acuerdo. Pero nuestros/vuestros impulsores internos dicen que nuestra especie debe
sondear a los humanos.
Yo/tú nos exhorto a que al menos los
dañemos un poco. Para reducir su
poder.
Sin acercarnos a la discontinuidad.
La nave humana está moderadamente
protegida, pero nosotros/vosotros
podemos dañarla. No es preciso dejar
que pasen ilesos.
La detección de su nave entre los escombros del disco galáctico sólo es posible de forma
intermitente. Más aún, los cuasimecánicos y su discontinuidad causan distorsiones en toda la
región, dificultando la localización exacta.
¡La acción es crucial!
Vosotros/nosotros sabemos que ellos
han conversado con un miembro del
reino magnético.
Un giro desafortunado. Confirma la información transmitida por una submente.
¿Cuál?
Nosotros/vosotros delegamos el estudio de los primates supervivientes en ¦>A<¦, que se
plegó alrededor del planeta de origen de dichos primates.
Y no comunicó muchos datos útiles.
Cierto. Pero ¦>A<¦ dispuso que los primates creyeran que tenían su propia nave y libertad de
movimiento. Eso simplificó el uso de los primates, dado lo elemental de su psicología.
Establecieron una alianza con los cuasimecánicos que los ha traído hasta aquí.
¿Por qué mezclar en esto a los
cuasimecánicos? Toda esta historia
oscurece más de lo que esclarece.
Ellos pueden saber aquello que los primates ignoran.
Eso equivale a una cantidad infinita de
conocimientos.
Me refiero a lo que vosotros/nosotros no sabemos. A lo que buscamos.
Sin saber qué es esa cosa misteriosa.
Me cansan estas oscuridades. Busca
a ¦>A<¦, para que yo/nosotros pueda
sumergirme en ella.
Ya está hecho. ¦>A<¦ tardará lo que dure el viaje lumínico. En el intervalo, debemos hacer
algo más.
Luego vosotros/nosotros concedéis
que los humanos deben ser podados,
reducidos.
Yo/tú sugiero que les tendamos otra celada. Algo para atraerlos, para localizarlos en un
vector conocido.
Eso podría aclarar la cuestión básica.
¿Es decir?
¿Qué buscan aquí? Las formas
basadas en carbono se marchitan bajo
el embate de la radiación dura.
Es verdad, no es su ámbito.
La mayor preocupación es por qué
nosotros/vosotros nos hacemos tantas
preguntas sobre ellos cuando
nosotros/vosotros deberíamos matarlos
ya.
En otras palabras, ¿por qué yo/nosotros existo? ¿Es necesario una voz crítica? ¿Nuestra
inteligencia dividida existe sólo para irritarnos?
Basta de elucubraciones. ¡Actuemos!
SEGUNDA PARTE - EL COMILÓN
1 - PERSECUCIÓN IMPLACABLE
Toby miraba a Besen con fastidio. ¿Por qué no lo dejaba en paz?
Como casi todas las mujeres, pensaba que era mejor hablar de las cosas molestas, decirlo
todo sin rodeos.
La experiencia de Toby era que eso habitualmente empeoraba las cosas. Exponer los
sentimientos imprecisos a la reluciente luz del día, puliéndolos con palabras, concretándolos...
bien, así los problemas resultaban aún más engorrosos. Al menos para él.
Suspiró. Estaban comiendo en la bulliciosa cafetería comunal. La gente murmuraba
preocupada, y la gran sala hervía de especulaciones sobre su misión.
Había pasado una semana desde que Killeen pronunciara su conmovedor discurso en la
Reunión. Hacía una semana que se abrían paso hacia el ardiente Centro Verdadero,
constelado de estrellas. Una semana en que el Argo palpitaba, se zarandeaba y rugía en medio
de los violentos vientos de plasma. Una semana que la gente parecía disfrutar.
Una aventura estimulante era mejor que sentarse a rumiar. La Familia Bishop estaba harta
de la vida cómoda del Argo. Una maravillosa nave, un magnífica herencia de sus remotos
antepasados, sí, pero en definitiva una cafetera inteligente. A juicio de Toby, los Bishop no
daban lo mejor de sí cuando se reunían sin otra cosa que hacer salvo hablar. Como ahora.
—Agradezco que me lo preguntes —dijo al fin Toby, tratando de ser diplomático. A fin de
cuentas, Besen había procurado arrancarlo de su melancólico silencio—. Pero no me hagas
hablar.
Besen sonrió comprensiva.
—A veces eres más hermético que un sello contra el vacío.
—Últimamente la adrenalina abunda, eso es todo.
—Claro. —Ella lo miró sorprendida, estirando los labios—. Estamos dejando muy atrás a
esos mecs.
Toby resopló.
—Una rata en una jaula puede correr de aquí para allá cuanto quiera.
—¡No estamos atrapados!
—Yo no veo ninguna salida... ¿y tú?
—Muchas. Ni siquiera hemos avistado el disco que rodea el agujero negro. Tal vez haya un
lugar donde esconderse y...
—Eos mecs conocen este lugar. Han colocado sensores, sin duda. Soplones inteligentes.
—No lo sabemos.
—Es muy probable. Hay algo en el Centro Verdadero que obsesiona a los mecs desde hace
mucho tiempo. Eso dice Quath.
—¿Te crees todo lo que dice esa gran colección de patas?
—Claro que sí. Al menos Quath no trata de animarme.
Besen frunció el ceño.
—Vaya. Estás realmente deprimido.
—No estoy de fiesta, eso es todo. —Toby se bebió el zumo de loto y cogió un cubo de
grano. Lo golpeó contra la mesa y un pequeño gorgojo blanco salió retorciéndose—. No hay
otro modo de eliminar estos bichos, por lo que sabemos —dijo con asco, apartándolo.
—Fue esa Erica, que los dejó en libertad.
—Un error fácil de cometer cuando no sabes leer las instrucciones.
—¡Podría haber consultado a sus Aspectos!
Erica había cometido el error hacia años, pero aquella molestia cotidiana hacía que todos la
tuvieran presente y escupieran su nombre como una maldición. Había abierto un contenedor de
materia orgánica cuando no debía.
Toby lo comprendía. ¿Quién podía saber que las feas y voraces alimañas escaparían del
contenedor? Sorprendieron tanto a la pobre Erica que soltó el recipiente. ¿Quién podía adivinar
que invadirían todas las cosechas de grano? Esos bichos se sentían a sus anchas entre
hortalizas y manzanos, tal como decía la inscripción del bote, en una lengua muerta. Mala
suerte para Erica —y para ellos— que estuviera en la agrocúpula cuando abrió el cilindro. Toby
se encogió de hombros.
—Ea pobre se había deslomado sembrando.
—Creo que el capitán debería haberla hecho azotar por eso.
—No le gusta azotar.
—No importa lo que al capitán le guste o no le guste. Lo primero es lo que es bueno para la
Familia.
—Claro. Y un capitán listo consigue que todos se entusiasmen con lo que él quiere. Besen
parpadeó.
—¿Crees que el capitán nos hace bailar a su son aunque estemos oyendo otra música?
—Tal vez.
—¿Y no quieres decirlo en público? ¿Por lealtad?
—No me gusta ponerme en su contra.
—Bien, serías impopular, desde luego.
—En efecto... y debo admitir que todos están bastante animados.
Señaló la cafetería, llena de rostros entusiastas. Reinaba una atmósfera electrizante. Ea
gente que había pasado tanto tiempo huyendo disfrutaba de una persecución implacable, vivía
la exaltación de un peligro conocido.
Besen frunció los labios con preocupación.
—No crees que ésta sea realmente una manera de escapar de los mees, ¿verdad?
—No sé qué es. —Toby golpeó el cubo de grano con furia. Otro gorgojo cayó a la mesa. Lo
aplastó gustosamente con el pulgar—. Creo que es aconsejable la prudencia, nada más.
Besen sonrió.
—¿Buscar gorgojos dos veces?
—Puede haber gorgojos en cualquier parte.
Besen hizo una mueca y trató de cambiar de tono.
—Vayamos a observación a ver si encontramos alguno.
—Magnífico. —Toby arrojó el cubo de grano, se arrepintió y lo golpeó por tercera vez, sin
encontrar más gorgojos. Lo mordió—. Bien, no está mal... cuando te mueres de hambre.
—Tú siempre te mueres de hambre. Y desde que encontramos la serpiente, tenemos
comida en abundancia.
—Vamos.
Toby le agradecía que hubiera puesto fin a aquella incómoda conversación. No quería que
sus cavilaciones ensombrecieran el ánimo de los demás ahora que su padre había obtenido el
consentimiento general, cuando los sometía a largas horas de trabajo y todos lo aceptaban con
una sonrisa.
Se dirigieron hacia la ancha rampa helicoidal del núcleo del Argo. Los tripulantes trabajaban
con mas empeño, cuidando las agrocúpulas. El nivel de radiación externa ascendía hora tras
hora. Infrarrojos humeantes, ultravioletas punzantes, espectros invisibles carcomiendo las
cosechas. Habían polarizado las cúpulas al máximo, pero las abrasadoras energías seguían
penetrando. Así que era un alivio olvidarse de todo y tumbarse en una cámara de observación
para contemplar el asombroso resplandor exterior.
En el fresco y umbrío núcleo de la nave, la sala de observación estaba atestada y Toby no
pudo obtener una buena panorámica. El campo de refulgentes estrellas estaba entrecruzado
por misteriosas salpicaduras de gas radiante. Luego el Puente adoptó una frecuencia con
corrimiento Doppler, y los detalles destacaron. Las frecuencias ricas en azul resaltaban las
cosas que se movían hacia el Argo y se oscurecía todo lo demás.
Aparecieron brillantes puntos azules, ocho de ellos distribuidos regularmente en torno a un
círculo.
—Es imposible pasarlo por alto —murmuró Toby.
—A los mecs no debe importarles que lo veamos —dijo Besen.
—O quieren que lo veamos.
—¿Por qué? Sería mejor cogernos por sorpresa.
—Tal vez quieren inducirnos...
—¿A hacer qué?
—Lo que estamos haciendo, quizá —dijo Toby de mal humor.
—Oye, nos estamos alejando de ellos —protestó una mujer corpulenta de nariz ganchuda
asestándole un codazo a Toby desde la izquierda. Era una Ace de los yermos de Nueva
Bishop. Entrenada para seguir al líder de la Familia.
—En efecto, arrojándoles polvo a la cara —añadió un Fiver.
—Podemos dejar atrás a cualquier mec —anunció con orgullo otra mujer. Su acento era de
la Familia Deuce, tan confuso que Toby apenas la entendía.
Toby apretó los dientes.
—Claro, claro. Sólo me preguntaba...
—No está bien que el hijo del capitán hable así—dijo la mujer de nariz ganchuda
asestándole otro codazo.
—Lo lamento, hermanos —dijo Toby, aunque estaba perdiendo los estribos—. Perdonadme.
Se levantó y salió del apiñamiento. Todos le ponían mala cara, o bien evitaban mirarlo.
Besen lo siguió, susurrando:
—Esa bruja es una chismosa. Como todos en esas Familias de Trump.
Toby estaba molesto por el incidente, y antes de salir de la sala echó otro vistazo a la
pantalla. Los Bishop murmuraban, especulaban, reían; y no sólo la gente de Nieveclara estaba
eufórica, sino también las Familias de Trump. La multitud estaba electrizada, dominada por una
gran excitación.
Toby comprendió que la sala no estaba atestada sólo porque quisieran ver las vistosas
imágenes, sino porque todos ansiaban chismorrear y murmurar. Reafirmar su conciencia de ser
una frágil Familia humana de cara al abismo exterior.
Eso era lo esencial: mantenerse unidos. Viajaban en el Argo principalmente Bishop de
Nieveclara, pero también Familias del planeta que habían dejado, llamado Trump. Familias
cuyos nombres Toby no entendía: Ace, Deuce, Jack, Fiver. También estaban los Queen, que
por lógica debían tener las mismas costumbres e historia que la Familia Queen de Nieveclara.
Pero no era así.
Killeen llamaba a esas familias los Cards4. Eran muy leales y propensas a seguir a líderes
entusiastas. En Trump algunas obedecían a aquel chiflado que se había llamar Su
Supremacía, un sujeto de rostro fiero a quien los Bishop habían tenido que matar. Los Cards
habían transferido su lealtad a Killeen.
No tenía sentido. Pero pocas cosas tenían sentido en Trump. Toby no creía que los Cards
tuvieran el nombre de un antiguo juego. Tal vez se había inventado un juego usando esos
nombres, sí, pero las Familias eran antiguas y sagradas, no un asunto trivial.
Pero los Cards eran groseros, tercos e ignorantes. Claro que los habitantes de Nieveclara no
eran una joya, pensándolo bien.
A los Rook les gustaba sonarse la nariz con los dedos y haciendo volar los mocos. Se reían
si le daban a alguien. La mujer de nariz ganchuda era una Rook hecha y derecha.
Por su parte, los Pawn no veían nada de malo en defecar a la vista de los demás. Una
función totalmente natural, según ellos; ¿de qué había que avergonzarse?
Los Knight eructaban y pedorreaban en las ocasiones de más compromiso sin ni siquiera
darse cuenta.
Los Bishop escupían cuando les venía en gana, y esto era a menudo.
Los Rook preferían orinar sobre las plantas; sostenían que esto formaba parte del Gran Ciclo
de la Vida y que debía ser bueno para ellas.
4 Nótese que estas Familias tienen nombres de naipes: Ace («as»), Deuce («dos»), Jack («sota»), Fiver («cinco»).
Queen es la reina o dama, tanto en la baraja como en el ajedrez. (N. del T.)
Y los King tosían alegremente en la cara de los demás. Algunos decían que, en los viejos
días de la Ciudadela, la perdida Familia Queen hacía el amor en público, los pies al aire,
contoneando las caderas con el mayor desparpajo. Existía la teoría de que eso constituía una
muestra de solidaridad social. Toby no creía que fuera cierto; era totalmente increíble, pero
¿quién sabía qué había creído y hecho la gente del pasado lejano?
Aun así, las Familias de Nieveclara no tenían en cuenta estas diferencias, estos actos que
otros consideraban groserías, y se mantenían unidas. Y aparte de algunos incidentes menores,
extendían la mano a todos los Cards por igual, aunque fueran tercos y comieran con la boca
abierta. La Familia de Familias.
Toby sabía que tenía la obligación de respetar el entramado social. Pero no tenía
necesariamente que gustarle. Se dio un puñetazo en la palma mientras salía de la sala
atestada.
—¿Tanto te afecta? —le preguntó Besen, preocupada.
—¡Qué va! Olvídalo.
Pero él no lo olvidaría.
2 - LA ESTRELLA MORIBUNDA
Toby lamentaba que Quath ya no viviera en el exterior. Una criatura de aquel tamaño debía
vivir bajo las estrellas, no encerrada.
Estaba seguro de ello, a pesar de saber que la especie de Quath había evolucionado a partir
de una especie de cavadores que vivían en túneles subterráneos. Era un enigma que semejante
raza hubiera desarrollado inteligencia. Parecía improbable que una criatura que reptaba
por recovecos tenebrosos y hediondos y se aventuraba a salir para cazar necesitara
demasiado seso. Por otra parte, recordó, los humanos se habían guarecido largo tiempo en
cuevas, según decía Isaac. El desarrollo de la inteligencia era un profundo interrogante. A fin
de cuentas, los mecs tenían una mente ágil y nadie recordaba el cuándo ni el cómo de sus
orígenes. Ni siquiera Isaac.
Pero la verdadera razón por la cual Toby echaba de menos que Quath ya no viviera fuera
era que ahora él no tenía excusa para ir a caminar por el casco. Sentía un hormigueo que no
podía eliminar con ejercicios en gravedad cero. Al menos, cuando visitaba a Quath, estaba en
espacios grandes donde podía practicar sus habilidades en baja gravedad.
Por el momento, Quath residía en la agrocúpula abandonada. La alta cubierta reflejaba las
volteretas de Toby mientras éste botaba en las paredes. Atravesaba la cúpula tratando de
aprovechar el viento del ventilador; lanzándose hacia la pared de enfrente, recogía los brazos
tratando de hacer girar las piernas, para que absorbieran el impulso y rebotaran como resortes.
Era mucho más divertido que levantar pesas como una máquina sin seso.
Quath estaba en el centro de la cúpula, siguiendo con la mirada las piruetas de Toby. Envió
una siseante nota de burla.
—No espero que una cucaracha gigante como tú lo entienda.
—Coméis una basura que daría náuseas a cualquier alimaña respetable.
Esto sorprendió a Toby. Aferró un agarradero de acero y se detuvo, jadeando.
—¿De veras?
frágiles.>
—¿Y eran como nosotros?
<¿Inteligentes? No. Sus extremidades eran delgadas y pequeñas como las vuestras.
También tenían los mismos ojos fijos, clavados cada uno a un lado de la cabeza. Y tampoco
podían girar la cabeza en redondo. Criaturas muy limitadas... corno vosotros. Pero sabían muy
bien, y sus espinazos crujían sobre el fuego emitiendo un famoso aroma azul. Sorber la espesa
y crujiente médula de los huesos ennegrecidos era una exquisitez.>
—Puaj. Hago un esfuerzo para considerarte un bicho amigo, pero si sigues hablando así...
Toby pudo ver las mayúsculas en la susurrante voz mental de Quath y decidió dejar el tema.
Quath hablaba en serio. Tal vez fuera común entre los seres inteligentes de cualquier parte
considerarse la cima de la creación —el Pueblo— y considerar que los demás eran a lo sumo
animales listos. La inteligencia y la egolatría iban de la mano. O de las pinzas.
A fin de cuentas, si Quath hubiera sido mil veces más pequeña, ¿de qué le habría valido la
inteligencia? Toby la habría pisoteado sin vacilar al encontrarla entre las mantas, sin pararse a
indagar lo que ella pensaba sobre la naturaleza de la vida.
—Creo que prescindiría de semejante honor. De cualquier modo, muchos-ojos, parece que
estás cómoda aquí.
—Qué generosa eres. Mira, me han mandado venir para que me entere de si puedes
averiguar qué hace tu gente en sus naves.
—Todavía arrastran ese enorme anillo, pero ahora reluce como el marfil.
—Pues parece mantenerlos alejados. Pero ¿por qué tu gente se nos acerca?
—Eh... ¿qué es cúspide?
—Más geometría. Entre Isaac con sus números y tú con tu chachara matemática...
—¿De veras? Mira, muerdo una manzana, sabe bien. ¿Dónde está la geometría?
Toby odiaba que Quath dijera algo y que los programas que ambos tenían implantados no
pudieran resolver el intríngulis. Sólo le llegaba un eructo confuso y un blando [intraducible].
—De acuerdo, ¿y dónde está la geometría de un beso?
—Ah, me alegro de que esté tan claro. Tonto de mí.
—En efecto, lo llamamos sarcasmo.
—Llamémoslo [intraducibie], insecto.
—¡Ah!
Esto sacaba literalmente de quicio a Toby. Le alegraba poder descargar su frustración
trepando a las vigas de la cúpula, dando grandes saltos, quemando calorías para despejar la
mente. La temperatura estaba aumentando, allí y en todo el Argo. Las cúpulas absorbían la
radiación de los fuegos de artificio astronómicos del exterior.
Un sudor caliente goteaba sobre los ojos de Toby. Se encaramó a las vigas, se balanceó en
la escasa gravedad, se soltó. Extendió los brazos, aleteó y descendió como un pájaro torpe,
cayendo hacia Quath. La alienígena lo paró en el último momento, evitándole un doloroso
impacto en cubierta.
—¡Uf! Gracias.
—Eso forma parte del ser humano, larva gigante.
—¿Buscar qué?
—¡Oh, no empecemos de nuevo!
Toby raspó el suelo con la bota, arrojando una lluvia de polvo a la cúpula de baja gravedad.
Todavía le quedaban por descargar algunas irritaciones y tenía que reflexionar sobre su padre.
Brincó y se colgó de uno de los brazos retráctiles de Quath.
—¿Me permites?
—¡Toby! Trae a Quath al Puente. De inmediato.
La áspera voz de Killeen lo desconcentró tanto que Toby soltó el brazo y cayó en el polvo.
—De acuerdo, pero Quath no cabrá en...
—¡En marcha!
Resultó que Quath pudo agazaparse en el corredor contiguo al Puente, pasar dos
pedúnculos oculares por la entrada y ver la mayoría de las pantallas. Quath parecía incómoda
con las piernas revestidas de acero torcidas en extraños ángulos y apoyadas contra los
tabiques, pero no se quejó. Killeen quería que Quath intentara comunicarse con su gente, las
miriapodia.
—A fin de cuentas, una vez yo pasé días atrapado en su vientre —comentó.
Toby parpadeó. Al margen de sus reservas, debía recordar que su padre había vivido
aventuras espeluznantes con Quath. Tal vez se comunicaran de maneras que él no llegaba a
captar del todo.
Killeen ordenó a varios tenientes del Puente que ayudaran a la alienígena con los problemas
técnicos, usando las antenas de largo alcance del Argo.
El puente bullía de actividad, pero Killeen mantenía una disciplina estricta y controlaba la
excitación, visible principalmente en los rostros fruncidos y los ojos entornados. Las grandes
pantallas mostraban escenas que cambiaban a velocidad vertiginosa. El aro de marfil colgaba
entre tres naves extrañas y angulosas. La forma de aquellas naves —de nuevo la geometría,
pensó Toby— habría bastado para revelar que pertenecían a la especie de Quath, si él no lo
hubiera sabido.
El aro titilaba y palpitaba con turbadores juegos cromáticos. Lo recorrían relámpagos de oro
y carmesí, que luego se desvanecían en la luz lechosa como manchas acuosas hundiéndose
en un profundo mar de tiza.
Killeen se paseaba por la cubierta de mando del Puente, haciendo chasquear las botas
sobre el acero, las manos firmemente asidas a la espalda. Toby sabía que lo hacía para que
nadie pudiera deducir la tensión y la angustia que lo embargaban por el movimiento de sus
dedos. Así procedía un capitán.
Toby sintió preocupación y amor por aquel hombre corpulento que procuraba mantener su
imagen de control. ¿A qué precio? ¿Alguna vez alguien lo sabría?
Y había buenos motivos para estar agitado. Las pantallas fluctuaban. Ahora mostraban una
escena tan extraña que uno tardaba en asimilarla. Una esfera naranja y brillante colgaba contra
un fondo de miles de estrellas que ya no eran puntitos poblando el cielo, sino joyas. Las
tormentas se arremolinaban en torno a la esfera.
Toby pensó que era una estrella de color raro, nada excepcional, hasta que comenzó a
hincharse por un lado. Llamaradas azules lamían el borde turbulento. La protuberancia creció,
se volvió amarilla como un plátano. Era como si la estrella se convirtiera en un huevo
gigantesco; ¿para dar nacimiento a qué? Killeen se volvió, vio a su hijo y lo llamó con una seña.
—Hasta las estrellas son su presa —dijo el capitán.
—¿Qué está sucediendo?
—Lo lamento... olvidaba, después de observar esto tanto tiempo, que no todos sienten
fascinación por la vida de las estrellas.
—Insisto, ¿qué sucede? —Toby temió que su padre se pusiera a divagar.
—Esa estrella está a punto de ser engullida, ¿ves?
Los dedos de Killeen bailaron sobre un teclado. La perspectiva se alejó de la estrella, cuyo
flanco seguía hinchándose como el vientre de un gordo en un festín. Una feroz estría roja entró
en el cuadro, propagándose como una mancha en la pared.
—El gran disco —dijo Killeen—. La Familia tiene leyendas sobre esto. Algunos lo llaman el
Ojo del Comilón.
—¿Disco?
La perspectiva seguía en retroceso. Toby vio que la estrella anaranjada estaba al borde de
un inmenso plano de fuego hirviente. El plano se desplazaba. Hilillos rojos y sanguinolentos,
anaranjados y fosforescentes, ondeaban a lo lejos, girando lentamente en torno a un eje que
estaba fuera de la vista.
—¿La estrella es absorbida?
Killeen se cruzó de brazos mientras el sol condenado se estiraba, poblándose de errantes
penachos amarillos y oscuras venas purpúreas.
—Sí, pero no por el disco. El Ojo del Comilón es materia que fue absorbida antes.
El Aspecto Isaac de Toby comentó desdeñosamente:
Está repitiendo el antiguo saber popular. Ni por un instante creo que entienda...
—Oye, ¿quién te crees que eres? —susurró Toby—. Todos repetimos lo que nos contáis los
Aspectos y Rostros, y ¡claro que no tenemos tiempo para aprender todo ese rollo técnico!
Aun así, si él diera crédito a las fuentes clásicas que elaboraron las teorías, que realizaron
las peligrosas mediciones...
—¡Déjame en paz! No seríamos más que huesos secos si dejáramos que los Aspectos
hablaran a gusto. —Silenció a Isaac.
—Esa masa —continuó Killeen— es materia que fluye hacia dentro, aproximándose más con
cada giro. El disco es una carretera, nada más. No podemos ver al malo de esta película.
Toby lo comprendió.
—¿El agujero negro? ¿Está despedazando esa estrella?
Killeen asintió.
—Un acontecimiento raro, y hemos llegado a tiempo para verlo. El agujero devora estrellas,
pero primero le gusta masticarlas.
Ea vista panorámica crecía, alejándose de la estrella, presentando una visión más amplia del
enorme e hirviente disco. El Ojo del Comilón era de un color rojo intenso en el borde, cruzado
por rachas de naranja y amarillo. Cada llamarada era como una efímera fogata, pero Toby se
recordó que esas fogatas eran más grandes que planetas enteros.
Al ampliarse la vista, notó que el disco se hacía más brillante en el centro. Los rojos se
convertían en verdes palpitantes y púrpuras coléricos. Aún más lejos hervía un duro resplandor
azul. Se obligó a mirar, aunque el resplandor le lastimaba los ojos. El disco giraba alrededor de
una esfera blanca que bullía con lacerante energía.
—¿Dónde está el agujero?
Killeen señaló la esfera blanca.
—Allí... pero no podemos verlo, porque todo está caliente en el borde interior de ese disco.
Isaac intervino:
Lo he consultado con ocho Aspectos de la Era de los Candeleros —cada vez me resultan
más difíciles de entender— y he traducido sus quejas. Debo admitir que les doy la razón. La
atribución correcta es importante, pues de lo contrario perdemos nuestro pasado. Ahora bien,
todo esto fue descubierto en el 3045 por Antonella Frazier, quien escribió un poema épico
sobre ello. Una ironía cósmica, «que el lugar más negro use un manto blanco». Recuerdo
haber oído hablar de esta gran obra y...
Toby dejó que el Aspecto disertara un poco, sin prestarle atención. Tal vez Isaac y el
tecnoAspecto de Killeen usaban a los dos seres humanos vivos para competir sutilmente.
¿Esas criaturas que moraban en chips sentían celos, envidia, despecho? Él y su padre se
ufanaban de su tecnocháchara, tal vez tratando de impresionarse el uno al otro. Los Aspectos
antiguos estaban encastrados dentro de los más nuevos, para facilitar la traducción. Sus ideas
y sentimientos también se filtraban, en un guisado de emociones y datos.
Mezquinos motivos humanos, insignificantes dentro de la gran escala de los hechos. Todo
aquello era hermoso, a su extraña manera, pero resultaba difícil de comprender.
Toby despertó de esta ensoñación.
—¿Por qué está todo tan caliente?
—Debido a la fricción. Toda esa materia que gira en órbita cada vez más próxima al agujero
se frota contra otra materia... gas, polvo y demás. Se recalienta.
Toby trató de entenderlo. El disco refulgía como un ojo rojo con una mancha bulbosa y
blanca en el centro. Una mirada de monstruo. El Ojo de Comilón. Pero el Comilón era invisible,
la cosa más negra del universo. Por lo que él podía entender, un agujero en el espacio. Eas
cosas caían en él.
—Conque el agujero come estrellas, y prefiere masticar la comida primero. El disco es toda
la materia que ha despedazado últimamente.
—Y está comiendo desde los orígenes de la galaxia.
—¿Quieres decir que lo que ahora es esa bandeja de gas antes eran estrellas?
Killeen asintió, mirando una espectacular erupción. Un geiser verdoso brincó desde el disco
como una serpiente enloquecida, agitando lenguas amarillas.
—¿Qué mejor modo de servirle la comida al Comilón, que en bandeja? —Una risa sombría.
Toby miró el rostro tenso de los tripulantes. La teniente Jocelyn aguardaba para hablar, de
pie, a un lado, como si no quisiera interrumpir una conversación entre padre e hijo ni siquiera
en el Puente. Se adelantó; su largo cabello ondeaba en el aire tibio de la nave.
—Capitán —dijo—, los impactos que recibimos en el casco aumentan.
Killeen despertó de sus cavilaciones.
—¿Cerca de la línea de peligro?
—Todavía no, pero...
—¿El refrigerante circula al máximo?
—Sí, señor.
Killeen frunció el ceño.
—¿Cómo está nuestra rotación?
—Todas las partes móviles y autónomas de la nave están en rotación máxima. —La alta y
musculosa Jocelyn permanecía en posición de firmes, pero Toby notó que movía los dedos con
preocupación.
Hacían rotar partes del Argo para reducir la carga térmica. El furor de aquel gas colérico
podía recalentar el casco y freír a los pasajeros humanos. Toby recordó los comentarios
gastronómicos de Quath acerca de los crujientes huesos de primate y el sabor de la médula.
Se estremeció.
Killeen se asestó un puñetazo en la palma.
—No veo qué más podemos...
general de comunicación.
Los del Puente se volvieron como un solo hombre hacia la alienígena que aguardaba en el
corredor.
Killeen fue el primero en hablar.
—Me preguntaba cuándo comenzarías a compartir tus conocimientos con nosotros —
ironizó.
Los dos pedúnculos oculares de Quath golpetearon contra la compuerta.
Killeen rió.
—Me alegra tu preocupación. En cuanto a las antenas que instalamos... ¿el nuevo enlace
con tu nave funciona mejor?
—Bien, vamos aprendiendo. —Killeen sonrió. Toby notó que su padre disfrutaba de la
conversación, que estaba menos tenso.
En parte.
—No necesitamos toda esa masa extra que cargas tú.
—Parece que te han salido más ojos desde la última vez que te vi.
lugar. Pero no necesito más piernas, pues nosotras no huimos ni siquiera del peligro más
extremo.>
Toby sabía que miriapodia significaba miriápodo («de muchas patas o piernas»), pero el
gorjeo con que Quath pronunciaba la palabra daba a ésta un aire de nobleza y respeto. Killeen,
después de insistir en que Toby acudiera deprisa, había ignorado a Quath. Toby comenzaba a
entender que Killeen tenía otra manera de vérselas con la alienígena, tal vez mejor.
—En cuanto a Bahía Besik... ¿quieres esconderte ahí, muchos ojos?
Los tripulantes murmuraron. Toby sabía que todos sospechaban que las miriapodia los
utilizaban con algún propósito poco claro, y ahora esa duda afloraba nuevamente. ¿Pero qué
otra opción les quedaba?
Quath movió de nuevo los pedúnculos oculares.
—Mmm. Muy diplomático por tu parte. Pero te he preguntado qué pensabas tú.
humanos.>
—¿Besik? —intervino Toby—. No hay ninguna Familia con ese nombre.
Quath hizo saltar y girar las imágenes de las pantallas. Los sensores de la nave buscaban
otro blanco, y enfocaban un borrón viscoso por encima del refulgente disco rojo.
esta tormenta estelar.>
Killeen miró a la teniente Jocelyn.
—Vayamos allá —dijo. Siempre había sido rápido tomando decisiones, y el Puente se
apresuró a obedecer. Killeen se volvió hacia Quath con expresión velada—. ¿Qué buscaban
ahí tus antepasados?
—¿Qué clase de arma?
—¿No puedes decirnos más?
—¡Maldita sea! Mira, para la Familia Bishop el Centro Verdadero es una leyenda. Casi un
lugar sagrado... pero ignoramos por qué.
—¿Eso crees? —Killeen frunció el ceño—. De un modo u otro, lo que hiciéramos entonces
se ha perdido.
distante.>
Killeen miró melancólico aquella inmensidad.
—Para nosotros, venir aquí es como escalar la montaña más alta que se haya visto.
Killeen se encogió de hombros, comprendiendo que no averiguaría nada más.
—De acuerdo, nos enfriaremos los talones detrás de esa nube.
Aunque los tripulantes rara vez hablaban en el Puente sin permiso de Killeen, Toby decidió
aprovecharse de su posición como hijo del capitán. No podía resistirse a sondear un poco más,
—Quath, ¿por qué se fueron tus antepasados?
—¿Por qué? Es un agujero infernal.
—Pero aquí no hay mecs.
—Hay bastantes siguiéndonos el rastro —observó Killeen.
—¿Así que nos escondemos? —preguntó Killeen, frunciendo el ceño.
Toby sabía que su padre no eludía un reto a menos que fuera absolutamente necesario. Por
otra parte, las Familias hacía tiempo habían aprendido a sobrevivir aplicando tácticas evasivas
y conocían las ventajas de ocultarse.
Killeen comprendió que no obtendría más información de Quath. Tecleó en el tablero de
control. Las pantallas se reorientaron para enfocar la distorsionada estrella, que ya no era tal.
Mientras ellos hablaban, la panza se había abierto y escupía torrentes blancos. El torturado
sol se deshilacliaba. Tortuosos remolinos de gas brotaban de la estrella mutilada y se sumaban
al borde candente del gran disco. A medida que la perspectiva retrocedía, Toby se imaginó la
estrella como un animal indefenso que luchaba en vano mientras le sorbían la vida. Sus fragmentos
caían hacia el disco para provocar nuevas explosiones anaranjadas.
Toby estaba asombrado y atemorizado.
—¿Cómo puede ser que el agujero desgarre una estrella entera a tanta distancia, y sea tan
pequeño que ni siquiera podemos verlo?
Killeen palmeó el hombro de su hijo, y en su semblante Toby vio las mismas emociones
ambiguas.
—A mi modo de ver, ese agujero es pequeño pero su masa muy densa. Esa densa masa
comprimida provoca fuertes mareas. La cara anterior de esa estrella intenta seguir una órbita
curva, ¿ves? Su cara posterior está un poco más lejos del agujero, y quiere seguir otra órbita.
—Así parece. ¿Y?
—Bien, no puede seguir ambas órbitas y ser una sola estrella, ¿verdad? —Por la expresión
distraída de Killeen, Toby supo que recibía instrucciones de su tecnoAspecto—. Pero sí puede
hacerlo si se parte en dos. Cuando las mareas son muy fuertes, eso es lo que ocurre. Las
mareas despedazan la estrella como si fuera una muñeca de trapo.
Toby miró a su alrededor. La gente del Puente guardaba silencio, mirando al capitán. En
aquellos rostros leyó esperanza y necesidad, mutismo ante el espectáculo. La cauta sonrisa de
Killeen reflejaba el resplandor del sol moribundo.
Quath habló en el silencio, con un siseo.
El rostro de Killeen se contrajo de preocupación.
—¿Y se calentará más?
Toby sonrió.
—Creía que tu especie miraba pero no huía.
—Mmm. A mí eso me suena a excusa, gran insecto.
<[Intraducible].>
3 - BAHÍA BESIK
Toby no quería aprovecharse de su condición de hijo del capitán, pero había momentos en
que no podía resistirse a hacerlo.
Este era uno de ellos. Ahora corrían para salvar el pellejo.
Todas las pantallas del Argo mostraban la proximidad de sus perseguidores. Las naves
mecs acortaban cada vez más la distancia que los separaba. Su aparatoso diseño demostraba
la falta de preocupación por el estilo o la habilidad. Como explicó Jocelyn, las naves mecs no
eran como recipientes llenos de pasajeros, sino multimáquinas entrelazadas, sin ni siquiera una
única piel metálica intacta. Para las formas de vida orgánica la unidad básica era el individuo;
para los mecs eran comunes los sistemas operativos del tamaño de ciudades. Y esas naves
eran moles gigantescas y deformes.
Detrás de ellos venía la nave de las miriapodia, con su inmenso aro marfileño suspendido
entre ellas. Los mecs no dieron la vuelta para atacar a la miriapodia. Y el Argo se internó en las
umbrías volutas de la inmensa nube de Besik.
La bravuconería y el entusiasmo se disipaban. En la cafetería, los miembros de la Familia
murmuraban preocupados en pequeños grupos. Toby no quería aguardar ociosamente las novedades,
así que cuando podía inventar una excusa iba al Puente. Si permanecía detrás, los
oficiales no reparaban en él, o bien le guiñaban el ojo y seguían de largo. El hijo del capitán,
¿quién quiere meterse en problemas?
Naturalmente, Besen quiso acompañarlo. Toby aún no sabía tratar con mujeres de verdad, y
Besen ya era toda una mujer. En la Familia, las mujeres eran personas que demostraban su
capacidad en una amplia gama de cuestiones prácticas, no sólo en la cocina o en la cama,
aunque tampoco allí se quedaban cortas. Las muchachas y muchachos eran chiquillos, pero
las mujeres y los hombres eran tripulantes. Los ritos apropiados marcaban el cambio entre una
y otra condición. Así que Toby no pudo más que llevarla consigo.
Se detuvieron un instante en la cámara de los Legados. Era un simple recoveco en las
tortuosas paredes del corredor, y Toby iba allí a menudo. Besen había ido pocas veces, y se lo
dijo. Toby quedó sorprendido.
—¡Pero si son los Legados!
—Sí, claro —dijo ella compungida, y luego lo miró desafiante—. Pero son sólo losas con
inscripciones, y en una escritura que nadie puede leer, ¿verdad?
—Claro que no. Por eso los guardamos aquí, para que algún día, cuando conozcamos a
alguien capaz de leerlos.
—Ya, ya..., pero hasta entonces no son más que acertijos, ¿no?
Toby pasó por alto la mueca escéptica de Besen y miró un buen rato las altas y grises
planchas y su ondulante escritura. Fría, solemne, de líneas serpenteantes. ¿Por qué lo
colmaban de añoranza?
Besen se estaba impacientando, así que fueron al Puente. Entrar era fácil, un gesto de
cabeza y un guiño. Permanecieron juntos en la penumbra, mirando la pantalla largas horas.
Bahía Besik. Enigmática y lóbrega como la escoria de un horno monstruoso.
Aquel lugar tenebroso describía su órbita alrededor del agujero negro. A veces su órbita
atravesaba el disco inferior, donde sorbía materia. Una maraña de campos magnéticos
toscamente urdida como una tela basta la protegía. Luego se liberaba del disco y se elevaba,
girando lentamente encima del furor. Nadie sabía cómo perduraba una esfera de polvo sobre
una parrilla de hierro líquido.
El Argo atravesó los oscuros recovecos de la inmensa nube de Besik, aguardando la llegada
de las naves mees. El casco se enfriaba. Los delgados tendones metálicos de la nave se
descargaban, contrayéndose, causando detonaciones y tamborileos en los corredores. El aire
perdió su punzante olor a ozono. Pero los bancos de polvo y gas no podían protegerlos
eternamente de sensores sofisticados.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos? —susurró Besen.
Toby se encogió de hombros, aparentando menos aprensión de la que sentía. Había
aprendido en su infancia a combatir el nerviosismo, o al menos a no demostrarlo. Movió los
músculos, tratando de relajarse.
—Depende de lo que puedan ver los mecs. Tenemos mucha tecno diseñada para esquivar y
cegar, pero quién sabe qué tienen ellos.
—¿Cómo es posible que esta nube haya existido tanto tiempo? —Besen señaló los enormes
y turbios riscos de negrura—. ¿Cómo es posible que el agujero negro no lo arrastre?
—Quath dijo que podía ser artificial. Un refugio para navegantes que existe desde la
antigüedad.
—Pero ¿quién se tomaría la molestia de construir una bola de polvo como ésta? —Como en
respuesta, un relámpago plateado culebreó en el banco de polvo. Besen insistió—: ¿Y por
qué?
Toby volvió a encogerse de hombros.
—Tendríamos que averiguarlo —insistió Besen.
—Mira, para los mecs somos ratas que viven en las paredes de este lugar, gusanos
ignorantes.
—Eso no es motivo para dejar de aprender.
—Claro, pero una rata lista procura conservar el pellejo.
Killeen estaba en el centro del Puente. La actividad giraba a su alrededor, con los oficiales
yendo y viniendo para afrontar las muchas tensiones a las que los sistemas del Argo estaban
sometidos. Toby sabía que la capacidad de su padre estaba sometida a una prueba, pero lo
que más le preocupaba de Killeen era su mirada vidriosa. Deseaba saber qué sucedía detrás
de aquellos ojos de pedernal.
Y de pronto, cuando la primera nave mec apareció, todo aquello pasó a ser ínfimo y trivial.
Aristas. Puntales nervudos. Mecánicos ángulos grises. Surgió de una importante masa sombría
y viró hacia el Argo.
La inquietud invadió el Puente. La nave mec estaba ampliada al máximo y Toby ni siquiera
distinguía si estaba armada... hasta que les lanzó un misil.
El Argo pasó a alerta máxima. Las pantallas proyectaban estimaciones del tiempo de
colisión, opciones defensivas, posibilidades de maniobra. De repente el misil desapareció,
desintegrado por un rayo defensivo del Argo. La dotación del Puente aplaudió, pero Killeen ni
siquiera sonrió. Toby se descubrió apretando con fuerza la mano de Besen.
Aparecieron más naves mecs. Se aproximaron al Argo siguiendo trayectorias complejas
destinadas a impedir que disparasen simultáneamente a más de una. Aunque Killeen ordenó
acelerar al máximo, las naves mecs se acercaban.
Pasó un buen rato. Los mecs no disparaban. Los oficiales del Puente supusieron que las
naves mecs no querían malgastar disparos contra las defensas del Argo hasta estar bien cerca.
Pero eso no tenía mayor sentido, pensó Toby, pues los mecs los superaban ampliamente en
número.
Las naves mecs brincaban de aquí para allá. Parecían ansiosas por expulsar el Argo de la
nube, por una larga senda de polvo ceniciento. Toby sentía el temblor de las forzadas
máquinas del Argo. Killeen impartía las órdenes con serenidad y rostro pétreo.
Entonces algo rápido pasó fulgurante junto al Argo: una línea blanca y brillante, un rasguño
vibrante que recorrió las pantallas. La dotación del Puente jadeó. Era el Círculo Cósmico, como
lo llamaban las miriapodia, y en aquel momento Toby apreció su verdadera escala.
De cerca, el segmento parecía recto. Toby llamó a su Aspecto Isaac mientras la línea
luminosa se alejaba hacia las naves mecs. Ya había visto el aro en el último mundo que habían
visitado, pero nunca lo había entendido.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó.
Me habría alegrado instruirte cuanto quisieras, si tan sólo hubieras inquirido...
—Vamos, habla... y sé breve y claro.
Muy bien, aunque te perderás mucho material interesante. Los antiguos los llamaban «líneas
cósmicas», aunque son aros, como puedes ver. Una rareza que incluso mis Rostros más
antiguos no se explican.
—¿Para qué son?
No son para nada... son naturales. Se formaron en las primeras épocas del universo, como
pliegues compactos en el espacio-tiempo. Como las arrugas que se forman en el hielo de un
estanque congelado. Sólo tienen unos átomos de grosor, pero son muy largos. Considéralos un
recurso natural nacido del Big Bang.
—¿Unos cuantos átomos de grosor? ¡Vamos! Éste resplandece como una estrella.
Eso es porque aquí atraviesa campos magnéticos de gran intensidad que conducen la
corriente eléctrica a través de él, iluminándolo.
—No lo entiendo —susurró Toby mentalmente—. Debe ser difícil de transportar, a pesar de
ser delgado. ¿Por qué llevarlo a rastras?
En muchos sentidos, la herramienta más útil es el cuchillo. Esta hoja es del tamaño de un
mundo. Imagina lo que puedes cortar con ella.
A Toby no le hacía falta imaginarlo: había visto cómo cortaba un planeta entero. Ahora el aro
iba hacia las naves mecs, escoltado por las ahusadas naves de las miriapodia. El aro palpitaba
de energía.
De pronto las miriapodia lo soltaron y la gran hoz salió disparada. Daba vueltas a tal
velocidad que el ojo no podía seguirlo. Se formaban vivos lazos que recorrían el borde y se dispersaban
en destellos de luz ambarina y azul. Los mecs trataron de escapar, de esquivarlo.
Demasiado lentos. El aro vibrante los atravesó, culebreando y girando para atrapar cada
nave al pasar. Las naves mecs siguieron teniendo el mismo aspecto, aun ampliadas al máximo.
Pero pronto una de ellas comenzó a crecer y alargarse. Se había fracturado. Trataba de
mantenerse entera recurriendo a los flexibles y relucientes metales que preferían los mecs.
No pudo lograrlo. La nave se partió en dos, esparcida en fragmentos y exhalando un
penacho de gas anaranjado. Los trozos cayeron al espacio.
Toby pensó en lo extraño de la naturaleza: dejaba aros delgados y relucientes como marcas
de aquello que había creado el universo. Y la vida aprendía a usarlos para sus propios fines.
Entonces notó que todos los que estaban a su alrededor gritaban y reían. Besen lo
abrazaba. Ignoró a su Aspecto Isaac, que seguía tratando de impartirle una clase, y se sumó a
la celebración.
La alegría no duró mucho.
Aún estaban festejando el primer éxito cuando aparecieron más naves mecs. Se mantenían
a distancia, como temerosas. Pero el Círculo Cósmico ya no estaba. Se había zambullido en un
vasto y sombrío penacho de polvo y las naves de las miriapodia lo seguían para recobrarlo con
grapas magnéticas, según explicó Isaac.
Los mecs se acercaron. El Argo tuvo que huir de nuevo. Pronto se vio forzado a salir de
Bahía Besik. Nuevamente la virulenta radiación del hirviente disco comenzó a calentar la piel
del Argo. Mirando cómo bullía y resplandecía el disco, Toby recordó que estaba digiriendo su
última comida: la moribunda estrella anaranjanda. Casi sentía su tórridas emisiones.
Algo le llamó la atención. Una delgada columna azul se elevaba del centro más caliente del
disco, de la gran esfera blanca de luz cegadora. Pequeños y brillantes remolinos giraban dentro
de la columna. Comprendió que aquella cosa se desplazaba, recta como un lápiz. Huyendo del
infierno del centro.
Inquietante, bella, de un azul titilante. Como un río fresco y acogedor, pensó Toby.
Uno de los chorros galácticos. También hay uno del otro lado del disco, apuntando en
dirección opuesta. Ambos son expulsados por el agujero negro.
La parca descripción del Aspecto era un insulto a la resplandeciente, grácil y cambiante
elegancia del espectáculo. Toby quiso meter a Isaac en su agujero digital, pero se contuvo.
—¿Cómo es posible que un agujero negro expulse algo?
El agujero gira porque adquiere la rotación de todo lo que ha caído en su interior durante
todos estos miles de millones de años. La materia cae en él desde el borde interior del disco.
Pero los fuertes campos magnéticos del agujero apresan esa masa y la hacen girar a creciente
velocidad. Debido a la rotación, la materia caliente asciende en espiral alrededor de los polos y
luego sale. Al enfriarse emite ese tenue resplandor azulado.
Toby pensaba que el agujero era un agujero, y que las cosas caían dentro de él y punto.
Pero dejó de mirar ese inmenso espectáculo de las pantallas, cuyos vivos colores alumbraban
el rostro ojeroso de los oficiales del Puente.
Especialmente el de su padre. Killeen miraba las naves mecs que los perseguían, y que
cada vez eran más. Pequeñas y rápidas, formaban un complejo diseño. Escrutaba las pantallas
con contenida energía, y una palidez plomiza le cubrió los rasgos sombríos.
Estaban atrapados. El Argo había huido de la nube de Besik dirigiéndose hacia el borde
interior del disco. Killeen había salido para escapar, y más mecs acudían para arrinconarlo.
—Esas naves pequeñas pueden ser mecs suicidas —murmuró Killeen. Miró a su hijo. Una
sonrisa fugaz—. Naves inteligentes. El mismo principio que esa bomba del Candelero.
—¿No podemos seguir de largo? —preguntó Toby. Su padre era un genio para salir de un
atolladero.
Killeen sacudió la cabeza.
—Demasiados. Demasiados.
La teniente Jocelyn trabajaba en los paneles de control, y retrocedió, mirando las opciones
de trayectoria que presentaba el ordenador. Redes de curvas tridimensionales que
zigzagueaban para dar esquinazo al enemigo y evitarlo. Sus ojos intensos barrían
ansiosamente la pantalla, y al final se detuvieron en una curva.
—Hay una sola opción, capitán. Tenemos que ir hacia dentro. Los mecs no han cubierto esa
zona.
—Claro que no —dijo Killeen—. Ese rumbo es la muerte.
—No hay otro camino. En toda esta extensión, ni un solo...
Killeen cabeceó.
—Entonces iremos hacia allí.
Jocelyn lo miró incrédula. Todos en el Puente guardaron silencio. Sólo se oía el zumbido
tenue de un canal de comunicaciones abierto.
—No podemos... el calor...
Killeen se volvió despacio, moviéndose con aparente serenidad. Pero el aire que lo rodeaba
parecía vibrar con la energía, la resolución y la inamovible determinación que de él emanaban
mientras miraba a cada oficial a los ojos. Con una sonrisa sesgada hizo un signo de afirmación
a Besen, que no tenía por qué estar allí, dejando que el silencio creciera mientras escrutaba
cada rincón del Puente. Al fin posó la mirada en Toby.
—¡Debemos hacerlo! La nube de Besik estaba ahí por una razón. Era un lugar donde
refrescarse, tal vez, una parada. Pero no el destino final, no... Es sólo una masa de gas oscuro
a la deriva. La antigua inscripción del Candelero hablaba de un lugar allá, en el Centro
Verdadero. Allí sólo hay mecs y muerte. Ese lugar tiene que estar más adentro.
—¡No! —exclamó Jocelyn—. No duraremos ni un día en esos...
—¡No quiero interrupciones! —ladró Killeen.
De nuevo se hizo silencio. El capitán señaló el azul chorro galáctico, trémulo y
fantasmagórico.
—Tomo eso como una señal. Una indicación. Y la seguiremos.
Toby se encontró conteniendo el aliento. Al fin aspiró una bocanada de aire. La inquieta
tripulación murmuraba, atónita. Jocelyn formuló la pregunta que Toby no se animaba a
plantear.
Sus ojos parecían perforar el aire vibrante del Puente.
—El chorro va hacia fuera. ¿Lo seguimos?
Killeen se envaró.
—Los mecs nos cerrarán el paso —respondió.
—¿Hacia adonde, entonces?
—Hacia el interior del chorro. Tal vez haya un camino.
4 - PROFUSIÓN INÚTIL
Toby pasaba por un corredor lateral cuando olió el humo. Pestañeó, olfateó, y buscó el
origen del acre hedor.
El corredor estaba en penumbras, pues habían apagado las luces fosforescentes. Vio cómo
las llamas bailaban delante. En una nave estelar nada había peor que el fuego, pues consumía
el aire mismo, al tiempo que amenazaba con agrietar el casco y dejar paso al vacío. Se dio
prisa, y tropezó con un hombre acuclillado cerca del fuego.
Al recobrar el equilibrio vio, a la luz de las llamas, que había gente reunida en torno a un
gran montón de humeantes mazorcas de maíz y crepitantes ramas secas. Pero las llamas
estaban bajo control. El brillante reflejo del fuego bailaba en los ojos de los presentes, que se
reían de su sorpresa.
—¡Siéntate y relájate! —dijo alguien.
Sabía que el fuego dejaría manchas de hollín en el cielo raso, como había ocurrido en otros
muchos rincones de la nave, pero comprendió la necesidad que de él sentían. Eran una Familia
de gente errante. El fuego comunal los llevaba de vuelta al único refugio de su confianza,
aunque los rodeara una noche amenazadora.
También él se dejó llevar. Era tranquilizador recordar los largos viajes de su infancia, las
noches de frío cortante bajo un cielo luminoso. El humo le lamía los ojos. Los crujientes espíritus
amarillos danzaban. Las sombras acariciaban rostros que escrutaban melancólicamente el
misterio de las llamas.
—Pareces cansado, Toby —dijo Cermo.
Toby se sorprendió de ver allí a Cermo y a Jocelyn. Habitualmente los oficiales de alta
graduación mantenían las distancias. Pero Cermo estaba sentado sobre sus carnosas nalgas a
la manera tradicional, que le permitía a uno estar siempre listo para levantarse de un salto y
seguir viaje en caso de ser sorprendido. De nada servía aquí, pero era un afectuoso
recordatorio de su pasado común, de lo cauto de su vulnerabilidad.
—He estado trabajando en los campos —respondió Toby.
—¿Buena cosecha?
—Espárragos. Se ha perdido la mayor parte.
—Hubo un tiempo en que recogíamos los alimentos y seguíamos nuestro camino—comentó
Jocelyn.
Cermo asintió tristemente.
—Cazábamos, recolectábamos, atacábamos los centros mecs cuando queríamos algún
extra.
El círculo que rodeaba la fogata asintió con un murmullo. Toby sonrió.
—Oye, yo estuve allí. Había que vivir como podíamos con los mecs pisándonos los talones a
cada minuto. Si te descuidabas, te costaba la vida.
Cermo sacudió la cabeza, moviendo los gruesos músculos del cuello, recibiendo el fulgor de
las crujientes llamas.
—Al menos no nos limitábamos a trabajar la tierra. Un poco de jardinería en Ciudadela
Bishop, sí, pero no éramos granjeros. Eramos libres. La naturaleza era el único granjero, y
nosotros recogíamos los frutos de su trabajo.
Toby sabía a qué venía aquello. La gente siempre sentía nostalgia de un pasado dorado que
mejoraba con el recuerdo. Y la expresaba cuando el presente era duro y difícil.
—Jocelyn, ¿te acuerdas? Siempre mirando por encima del hombro, buscando mecs,
comiendo sobras, en fuga de la mañana a la noche...
—¿Y eso en qué ha cambiado?—replicó Jocelyn.
La voz de otra mujer surgió de la penumbra:
—Eos mecs nos tienen atrapados.
Su acento era Fiver.
Toby asintió.
—Pero estamos en una nave humana, luchando para abrirnos paso.
—Estamos corriendo —dijo Jocelyn—. Esos grandes bichos se encargaron de pelear. Ahora
están detrás de nosotros, conteniendo las naves mecs... y nosotros comemos.
—Oye —protestó Toby—, eso es lo que quieren las miriapodia. Quath está en contacto con
ellas, y dice que nos están sirviendo de retaguardia. Así nosotros podemos averiguar qué es
tan importante en este lugar. Con un poco de tiempo....
—Tiempo es lo que no tenemos —dijo Cermo con solemnidad—. Ya nos estamos
recalentando, y ni siquiera hemos llegado a ese chorro galáctico.
—Ten confianza en el capitán —dijo Toby—. Tal vez el chorro sea lo que necesitamos.
Jocelyn rió secamente.
—¿Eso? Es sólo una columna de gas que se enfría. Escombros que escapan del agujero
negro.
Toby no quería actuar de defensor de su padre, pero algo le hizo reaccionar contra esa
charla sin objeto que a nada conducía.
—Pues dale tiempo. Nos estamos moviendo, estamos en forma...
—Él nos trajo aquí sin tener idea de en qué nos metíamos.
Un viejo rió entre dientes.
—Yo diría que no sabe vaciar de orina una bota con la punta agujereada y las instrucciones
escritas en el talón.
Soltaron una sonora carcajada.
—Mira, a todos nos gusta airear los pulmones —dijo una voz con acento de Trump—. Pero
allí de donde yo vengo, estábamos con el capitán.
Toby asintió vigorosamente.
—No trataré de endulzar la situación. Pero en efecto, tenemos que mantenernos leales.
Ahora llegaban voces de todas partes, de oposición o de respaldo. Las Familias de Cards a
favor de Killeen, inflexibles como el acero. Los Bishop criticando al capitán, a pesar de que era
uno de los suyos.
El aroma a hollín del aire y la penumbra alentaban a la gente a hablar, a decir palabras
hirientes, ponzoñosas. Las mazorcas despedían su humareda dulzona, crujiendo y siseando.
Poco a poco la charla se volvió más reflexiva, perdió su rudeza a medida que la gente
expresaba sus miedos, los reconocía y los guardaba en los espacios mentales donde todos
debían guardar sus oscuros impulsos. El fuego cumplía su función, y la creciente bruma
azulada hacía de aquel rincón un lugar más cálido y humano.
Cuando llegó una llamada para Toby, éste se resistía a marcharse. Pero era el Puente, y se
dio prisa.
Pasó frente a una pantalla. El chorro azul colgaba delante de ellos, y su brillo contrastaba
con los rojizos y dorados del virulento disco. Un calor seco agitaba el aire. Un extraño zumbido
resonaba en la nave, una nota grave y lejana. Toby sintió escalofríos. Cuando llegó el Puente,
no le sorprendió ver a su padre cansado y macilento, con el uniforme arrugado después de
tantas horas.
—¡Toby! Te necesitamos.
—¿Por qué? —Todos parecían alterados, pero no había nada nuevo en las pantallas.
—Por eso.
Killeen señaló los largos filamentos de gas rosado que bordeaban el chorro. El Argo
atravesaba con cierta dificultad las inmensas y fulgurantes filigranas. Habían capeado antes
tales «temporales», pero aquellos mechones luminosos palpitaban de energía.
—¿Y? Más fuegos artificiales.
—No del todo. Ya hablé una vez con ellos.
—¿Hablar? —Su padre había estado de servicio demasiado tiempo.
—Hace muchos años, y quizá no lo recuerdes. La voz del cielo.
—¿Qué? —Toby sacudió la cabeza. ¡Habían pasado tantas cosas, y él entendía tan poco!
—La Mente Magnética. ¡Es esto!
Ahora Toby lo recordó.
Hacía años, en un valle rocoso donde caprichosas venas amarillas y verdes surcaban el
cielo como dedos. Estrías que manejaban el aire violento y que finalmente habían dado con
ellos. Filamentos calientes vibrando como brisas coléricas, hablando por el sistema sensorial
que todos llevaban en la nuca.
Una inteligencia que vivía en resplandores plateados. Le había hablado a Killeen, pero toda
la Familia había sido testigo del mensaje que un intelecto colosal escribía en el cielo. Toby
evocó repentinamente aquel recuerdo de su infancia, tan repentinamente como el olor de una
cocina caldeaba puede evocar la voz vibrante de una madre.
Recobró la compostura. Los recuerdos de la lejana infancia, de la vida en el feliz refugio de
la Ciudadela, podían acudir en cualquier momento, pero este momento no era el adecuado.
Eran recuerdos de niño, y tenía que dejar de pensar como un niño.
Se concentró en la enorme y nudosa luminiscencia que creía delante del Argo y se obligó a
preguntar:
—¿Cómo lo sabes? Podría ser una especie de relámpago o algo similar.
Killeen sonrió sin ganas.
—Sospecho que en cierto modo lo es. Un relámpago vivo, así como tú y yo somos
combustión controlada ambulante. Eso es lo que nos permite andar, pensar, actuar. El oxígeno
quema los alimentos que formamos, dice uno de mis Aspectos. Esta cosa se sirve de la
electricidad generada por ese disco de allá abajo.
—¿Cómo?
—No lo sé. Pero la energía es energía, y a mi modo de ver esta cosa ha aprendido a
amontonar campos magnéticos, a construir con ellos algo parecido a un cuerpo.
Toby quería dar a los oficiales la impresión de ser listo y capaz, pero las estrías que vibraban
frente el Argo no se parecían a lo que él recordaba.
—He notado una sensación de hormigueo —explicó Killeen—, como si algo me sondeara.
Es difícil de explicar, pero es como aquella vez. La Mente Magnética se mantiene unida mediante
campos magnéticos. O tal vez sea campos magnéticos. Y vive aquí, así que...
Un profundo temblor sacudió los tobillos de Toby. Al principio creyó que se trataba de la
aceleración de la nave que contrarrestaba los tirones gravitatonos de esa turbulencia de masa
y luz. Luego notó que el temblor iba y venía de forma rítmica. Lo notaba en los oídos y las
manos. Pulsaciones. La rara vibración subió por las macizas paredes y llenó el aire del Puente
con su pesada presencia.
Dad señal de que percibís.
La voz rechinaba, dura como el granito, inconmensurable.
—No es como la otra vez —susurró Killeen—. Entonces usaba nuestro sistema sensorial.
Ahora tiembla toda la sala.
Vengo para determinar si sois de la tribu de Bishop. Si es así, decidlo.
El Puente servía de amplificador gigantesco de aquella hueca y majestuosa voz, y las
paredes vibraban como un altavoz. Toby se preguntó cómo un simple conjunto de campos
magnéticos, sin peso ni sustancia, podía conseguir aquello.
Killeen parecía arrinconado, rodeado por la voz. Al fin ladró.
—Somos Bishop. Yo soy Killeen, ¿recuerdas?
Así es. No olvido nada, y en los bucles y nudos de mi ser guardo noticias de tiempos más
antiguos de lo que puedas imaginar. Recuerdo tu olor insípido y tu aplastado y sesgado ser.
Bien, me han ordenado que te inspeccione.
—¿Quién? —preguntó Killeen. Los tripulantes estaban estupefactos. La voz lo ignoró.
También busco a otro. Se llama «Toby», y debe estar contigo si has de recibir más
atenciones del reino interior.
—Estoy aquí —gritó Toby.
¿Eres tú? Déjame saborear.... cada una de vosotras, pequeñas criaturas, tiene un aroma
diferente, una angularidad. ¡Qué profusión más inútil!
—Somos diferentes —protestó Toby.
Lo atravesaron como descargas eléctricas, con pinchazos de dolor. Un sondeo. Luego
desaparecieron.
Sí, eres e! sabor denominado «Toby». Tus marcas animales concuerdan con el inventario
genético, a pesar de su tosquedad. La creación, en su trivial diversidad, dota a cada uno de
vosotros con aromas genéticos oblicuos y matices crepusculares. ¡Qué derroche de habilidad
natural! Detalles e ingeniosos giros multiplicándose innecesariamente, llevando a la ruina la
razón.
—Nos gustamos tal como somos —protestó Toby.
Así es. Todo es ilusión. No obstante, debo comunicar que estáis aquí. Luego espero quedar
libre de esta molesta obligación.
—¡Aguarda! —exclamó Toby—. ¿De qué se trata? ¿Quién quiere saber?
Un poder cuya sede está más adentro.
—¿Y qué es?
No es de frías y muertas partículas de materia como las que habitáis vosotros. El poder que
me impone esta tarea habla por mis pies, que reposan en la cálida lumbre del disco de plasma.
—¿Entonces es una nube de plasma? —insistió Toby. Fuera lo que fuese una nube de
plasma.
Mora debajo de mí, en una majestad azotada por las tormentas, pero es incognoscible para
una entidad tan grande como yo.
—La última vez —intervino Killeen—, hace años, dijiste que mi padre tenía algo que ver con
esto.
¿Años? No conozco ese término.
—Gran parte de nuestras vidas presentes...
Pero ¿en qué «presente» vivís? Duración, distancia... son términos primitivos.
Killeen estaba visiblemente desconcertado.
—Mira, ¿fue mi padre...?
Las formas diminutas como vosotros son imposibles de concretar en la turbulencia de
energías que bulle a mis pies. Pero esos términos y nombres suben ondeando por los cables
de mi yo. Ignoro cuándo se cargó esa información en mi eterna maraña de nodulos de conocimientos,
y por ende la edad de este conglomerado de datos. Allí hubo una vez formas
como vosotros, sí, míseras y primitivas. Que subsistan en ese reino de inmensos e
imponderables choques es muy improbable.
—¿Me estás diciendo que ha muerto? —preguntó Killeen.
Las vidas diminutas parpadean como llamas bajo mis pies. Mi única motivación para asumir
esta forma es elevarse sobre la mortalidad y sus minúsculos asuntos. No puedo registrar
pequeños finales, así como los animales como vosotros no pueden sentir los granos de arena
que pisan.
—¿Él está...?
Me voy. Si el poder de abajo desea algo más, estableceré contacto de nuevo.
—¡Aguarda! Necesitamos saber qué hacer aquí, cómo escapar.
La vibración del Puente cesó, dejando un silencio.
Killeen alzó las manos con un juramento y dio un puñetazo en la pared. Un golpe doloroso.
Esto impresionó a Toby más que la partida de la Mente Magnética. Comprendió hasta qué
punto su padre se había estado conteniendo, cuánta desesperación disimulaba bajo su rostro
inmutable.
—Papá... ¿qué significa esto...?
—Que me cuelguen si lo sé. Esa cosa nos trata como si fuéramos insectos.
—Bien, no es que nosotros hablemos mucho con los insectos —comentó Toby
razonablemente, tratando de animar a Killeen. Reflexionó un instante y pensó: Salvo con
Quath.
—Me pregunto si es posible. ¿Mi padre Abraham, aquí? No entiendo cómo. No encontramos
su cuerpo en la Ciudadela, pero tuvimos que irnos deprisa, no había tiempo. —Sacudió la
cabeza con fatiga—. Eso fue hace mucho tiempo, y muy lejos.
Toby volvió a recordarlo todo. El acero separado de la piedra, los techos derrumbados, la
mampostería y los muebles triturados, las vidas segadas. El humo levantándose de los fuegos
que crepitaban. Intrincados refugios reducidos a piedra y escombros.
Sangre fluyendo a raudales. Riachuelos rojizos brotando de edificios desmoronados. El
extraño silencio tras la partida de las naves mecs. El viento gimiendo entre vigas arrancadas.
Y su padre errando entre las ruinas. ¡Abraham!, gritaba. Una y otra vez. Un viento voraz se
tragó el nombre, que se perdió entre volutas de humo.
Toby regresó de sus lacerantes recuerdos. Su padre parpadeó, se recobró.
—Yo pensaba que había muerto —dijo con voz trémula—. Tenía que estarlo.
Toby vio hasta qué punto su padre deseaba creer que Abraham estaba allí, que la Mente
Magnética sabía más que ellos. Pero al mismo tiempo, era evidente que la Mente sentía repugnancia
por los humanos y que no movería un dedo para ayudarlos.
Entonces Toby procuró recordar que la Mente no tenía dedos, sólo presiones y ondas
electromagnéticas. Pero ¿no había dicho que tenía pies?
Cuando la Mente les había hablado la otra vez, en Trump, había dicho ser una inteligencia
que, libre de la materia, vivía únicamente en los estados disponibles para los campos magnéticos.
Aparentemente esos estados eran más duraderos. La Mente parecía creerse inmortal.
Killeen había reído entre dientes, comentando que la eternidad era muy larga, porque la Mente
podía ser enorme y poderosa, pero también podía parecer insignificante y finita. Lo que haría
que tratar con ella fuese todavía más difícil.
—¿Qué haremos, papá? —Tal vez, en un momento de apertura como éste, Killeen dijera lo
que realmente pensaba.
—¿Hacer? —Killeen miró a Toby como si no lo viera—-. Meternos en ese chorro. Eso
haremos.
—¿Por qué? ¿Podemos escapar por allí?
La mirada de Killeen era turbia.
—Ese gas se desplaza a gran velocidad. Nos dará un buen impulso, incluso tal vez nos
proteja, nos vuelva difíciles de localizar.
—¿Podemos seguirlo hacia fuera?
—Tal vez.
Toby sonrió.
—Magnífico. La tripulación se alegrará de oírlo.
—¿Por qué?
—Temen que quieras seguir hacia dentro, a pesar de todo.
Killeen no se inmutó.
—No afirmo que la idea vaya a dar resultado. Lo intentaremos, eso es todo.
—Claro, papá, claro... pero hay esperanzas, ¿verdad?
Killeen miró a su hijo largo rato mientras las emociones le cruzaban el rostro a tal velocidad
que Toby no alcanzaba a interpretarlas.
—Tal vez. Tal vez.
5 - MENTES DIMINUTAS
Cuando perdía los estribos, Toby iba a correr.
Como la radiación dura que bombardeaba el Argo le impedía salir a caminar por el casco,
tenía que andar por los corredores menos usados. Siguiendo el mismo camino monótono, dejaba
que el subconsciente se ocupara de sus problemas. Tal vez desde sus capas más
profundas surgiera una idea, pensaba, aunque sin demasiada esperanza. La familia Bishop se
dirigía hacia una crisis segura.
Había acudido a Quath en busca de consejo o de un tranquilizador intercambio de insultos,
pero la alienígena lo había echado.
Hizo crujir los enormes brazos retráctiles, a modo de puntuación. Parecía tener varios
nuevos, quizá elaborados a partir de otras partes de su caparazón. Quath tenía la costumbre
de modificar su diseño, quizás en el equivalente miriápodo de seguir los dictados de la moda,
pensó Toby. Los brazos ondeaban y crujían con una vibración metálica, como brisa en un
bosque de árboles de acero.
—Oye, colección de repuestos, escucha de todos modos.
—¿Qué? ¿Crees que una fracción de ti basta para hablar conmigo?
—Olvídalo. A veces hablar contigo es como gritar en un pozo, Quath.
—Pues yo tampoco.
Toby estaba realmente irritado. Sin proponérselo, o tal vez sí, Quath lo había insultado
seriamente. Con esa sensación salió malhumorado del gran cuenco donde Quath estaba
sumida en conversación con la gente de su especie.
Toby recorrió los pasillos vacíos de la nave, refunfuñando, esperando aliviar con los
músculos lo que no podía resolver de sus propios sentimientos. La mayor parte de la Familia
Bishop estaba reunida en las cafeterías, hablando y comiendo, generando los consuelos
comunales que siempre le habían permitido superar las crisis. Tal vez también funcionara esta
vez, pero a Toby no le gustaba el curso de los acontecimientos. Y aquel día el ejercicio no le
despejaba la mente, sólo lo acaloraba, y el sudor se le juntaba en las cejas y le ardía en los
ojos. Un calor irritante cargaba el aire. No sentía el bienestar natural que proporciona el
ejercicio.
Aminoró la marcha mientras seguía una larga curva y dio con el mismo y pequeño pasaje
lateral, olió el mismo olor a humo. Con cierta avidez caminó resoplando hacia el grupo —más
numeroso esta vez— que se reunía alrededor de la crepitante fogata.
Se acomodó, intercambiando formales gestos de cabeza con los demás; aceptó una botella
de licor afrutado que le raspó la garganta pero cuya grata pulsación le recorrió el cuerpo. La
charla de la Familia era afable y él se sentó a escuchar un rato, pero en eso cundió la irritación
y las miradas se volvieron hacia él. Toby había defendido a su padre la última vez, y ahora se
elevaban voces que expresaban un abierto temor que pronto se convirtió en furia contra
Killeen, y Toby empezó a sentirse incómodo.
—La temperatura del casco sube cada vez más —dijo Jocelyn.
—Se nota en todas partes —murmuró una voz—. Está caliente como una almeja asada.
Toby nunca había visto una almeja ni sabía qué era, pues ni siquiera conocía masas de
agua que superasen en extensión el alcance de un tiro de piedra, pero el término almeja había
sobrevivido en la lengua de la Familia.
—Dame un poco de eso —le susurró a una mujer calva.
Ella le pasó una botella de licor de albaricoque. La nariz le ardió cuando tragó un sorbo. Pero
era agradable sentir el leve mareo que le permitía distanciarse un poco del mundo. Su cuerpo
metabolizaría pronto el alcohol convirtiéndolo en combustible —hacía tiempo que la Familia
estaba modificada para convertir todo el alimento posible en energía aprovechable—, pero le
proporcionó un estímulo momentáneo. Lo necesitaba. Aquella muchedumbre de figuras
agazapadas estaba irritable, y los comentarios hirientes circulaban en la penumbra. Ni siquiera
el viejo consuelo del baile de las llamas bastaba para cambiar ese estado de ánimo.
—¿Cuánto tiempo tenemos antes de asarnos? —preguntó una maquinista, agitando su
melena de cabello castaño.
Jocelyn se encogió de hombros; miró a Cermo.
—¿Un día? ¿Dos?
Cermo parecía incómodo. Los oficiales tenían que ser el lubricante entre el capitán y la
Familia, y a veces pagaban las consecuencias.
—Los ordenadores dicen que falta un día para que deje de funcionar la refrigeración.
Entonces tendremos que usar el sistema de seguridad.
—¿Y eso qué es? —masculló un hombre—. ¿Nos desnudamos y nos metemos en las
neveras?
Esto provocó risas socarronas que Cermo no compartió.
—Puedes desnudarte si quieres. Por lo que veo, no llevamos demasiado encima.
Tenía razón. Toby iba en pantalones cortos, como la mayoría en torno el fuego. Algunos
llevaban batas sueltas. A los miembros de la Familia les gustaba vestirse con elegancia, una
reminiscencia de la época en que una chaqueta de paño o una camisa de seda eran un
preciado tesoro, un último emblema rescatado de la Calamidad, de la pérdida de la Ciudadela
Bishop.
La sugerencia suscitó bromas sobre costillas esqueléticas, barrigas rosadas y brazos
pálidos, pues a los miembros de la Familia les gustaba tomarse el pelo. Toby pensó que era
buena señal; cuando no pudieran reírse más, estarían en un gran brete. Cermo continuó:
—El plan de seguridad consiste en reunirse en el centro de la nave. Todos.
—¿Para qué? —preguntó una mujer arisca.
—Las zonas exteriores se pondrán imposibles —dijo Cermo con serenidad—. Los sistemas
refrigerantes podrán protegernos si estamos apiñados en las zonas internas.
—¿Y abandonar las agrocúpulas? —preguntó una mujer con incredulidad.
La muchedumbre se dividió en voces discordantes.
—Las plantas morirán si no las cuidamos.
—Nunca lograremos recobrar la cosecha.
—¡Eso es la muerte!
—¿Quién tuvo esta idea?
—Los malditos ordenadores, sin duda.
—Sí, ¿y qué saben ellos? No son los ordenadores de la Familia.
—¿Y qué? Nuestros sistemas, los que teníamos en la Ciudadela, eran los parientes pobres
de estos ordenadores.
—Yo digo que no podemos confiar en ellos.
—No estoy de acuerdo. Nosotros...
—Nadie puede salvarnos si perdemos todas las cosechas al mismo tiempo.
—Tiene razón. No podemos cultivar de nuevo si el suelo se calcina.
—Mira, pues nos libraremos para siempre de esos gorgojos.
—Sí, y de todos las lombrices que fertilizan el suelo.
—Cermo, no puedes decirlo en serio.
—¡No nos encerraremos en un agujero para rendirnos!
—¡Somos los Bishop!
—Eso es; nos movemos, buscamos y abrimos fuego... no nos comportamos como topos.
—¿Y quién dice que debemos hacerlo? Ya sabemos quién: el capitán.
—Claro, esta idea huele a él.
—Sí, es verdad que despide cierto tufo.
—Esto le viene grande.
—Nunca he confiado en él. Siempre he dicho...
—Seguir este maldito rumbo fue idea suya.
—Nos ha metido en una maldita trampa.
—¡Cualquier tonto se hubiera negado a entrar en este agujero!
—Pero no, el capitán dice que hay que ir, y nosotros rodamos por el suelo, meneamos el
rabo y allá vamos.
—Mientras él remolonea en el Puente.
—En efecto, cómodo y fresco.
—El Puente está en pleno centro de la nave. Estará helado.
—Yo digo que vayamos a refrescarnos. ¿Qué os parece?
—¡Buena idea!
—Basta de estar aquí abajo.
—¡En marcha!
La multitud, que había crecido en la penumbra, se levantó como un solo hombre,
rezongando y oliendo a sudorosa irritación. Con la lógica zigzagueante de una turba, se
proponía hacer lo que acababan de decir, y se desplazó rápidamente hacia el interior. Ea
atmósfera se enfriaba a medida que descendían por la rampa de caracol central.
Toby los siguió. Un efecto bola de nieve arrastró a los indecisos de los corredores laterales.
Los Bishop preferían la acción a la reflexión.
Cuando llegaron a la altura del Puente, el grupo de la fogata era una turba agresiva y
murmurante. Los murmullos se elevaban como el gruñido de advertencia de un animal. Killeen
se había servido otras veces de su semblante ceñudo, sus rápidos razonamientos y una cálida
sonrisa para disgregar grupos de protesta. Pero ahora nada de aquello iba a serle de utilidad.
Aquel grupo se movía obedeciendo una sórdida y oscura determinación.
Los tenientes del Puente también lo notaron. Formaron un bloque de cuatro a la entrada del
Puente y procuraron calmar a la turba. Toby miró a su alrededor, pero tanto Cermo como
Jocelyn habían desaparecido. No valía la pena que ellos dieran la cara cuando los otros podían
hacer ese trabajo.
¿O no era simple astucia? Toby tenía sus dudas. El ritual de la fogata había dado expresión
a la inquieta angustia que todos sentían; a fin de cuentas, ése era el propósito del antiguo
ritual.
Toby trató de alejarse del Puente en silencio. Estaba en una posición conflictiva, aún más
que Cermo y Jocelyn. Pero el apiñamiento de codos y hombros le impedía batirse en retirada.
Ojos escépticos lo escrutaban, como diciendo: ¿Te vas a escabullir ahora?
Toby no sabía qué hacer, pero los acontecimientos decidieron por él.
Sobre el pasillo contiguo al Puente asomaba un balcón dispuesto para que los oficiales
pudieran retirarse para mantener una conversación privada. Killeen lo usó; se presentó sobre
las cabezas de la inquieta muchedumbre. Llevaba el uniforme de gala: fríos azules y borlas
doradas. Un murmullo alborotado estalló ante su aparición. Más miembros de la Familia se
sumaban a cada instante. Killeen permaneció erguido, las manos a la espalda, dejando que
aquella bestia gruñona se aplacara, esperando a que cesaran las protestas.
Cuando habló, su voz era firme y asombrosamente tranquila.
—¿Habéis venido a ver nuestros progresos?
—¿Progresos? ¡Ja! ¡Navegamos hacia el infierno! —dijo un hombre. Killeen sacudió la
cabeza.
—Nos mantenemos a distancia de los mecs.
—¡Querrás decir que nos obligan a correr! —se mofó una mujer.
—Ellos tratan de alcanzarnos, claro. ¿No ha sido siempre así? —Killeen echó una ojeada a
la creciente multitud, clavando los ojos en cada individuo.
—¡Nos freirán sin remedio! —se quejó un hombre.
—De ninguna manera. —Killeen sonrió confiadamente—. Hace unos minutos que hemos
entrado en el chorro galáctico.
Hubo un murmullo confuso.
—¿No lo habéis notado? —añadió Killeen—. El casco comenzará a enfriarse dentro de un
rato.
—¿Cómo es posible? Ese chorro parece bastante caliente.
Killeen movió una mano.
—No lo es. Es curioso, pero resulta que el gas es azul porque está frío. En su intento de
ascender desde el pozo de gravedad que produce el agujero negro pierde temperatura.
La muchedumbre murmuró con incredulidad.
—¿Cesará el recalentamiento? —preguntó una mujer.
—Eso dicen nuestros ordenadores.
—Vale, está bien —convino un hombre—. Pero aun así...
—Podemos seguir el chorro hacia fuera —continuó Killeen—. Las nubes azules se
condensan al enfriarse.
—Eso no justifica la tonta idea de venir aquí en principio —protestó un hombre.
—¡Te consideramos el responsable! —exclamó una mujer.
—Así es. ¿Y qué ganamos con todo esto, en cualquier caso?
—¡Más problemas!
—¡Más mecs!
Eso fue demasiado para los Cards. Algunos Ace, Fiver y Jack acallaron a los escépticos
Bishop. Bromas hirientes, comentarios airados. Estallaron peleas a puñetazos, pero los oficiales
las controlaron.
El caos continuó varios minutos y Killeen aguardó en silencio. Torció la boca una vez, y Toby
pensó: Le extraña ver que su Familia se le opone y los Cards lo defienden.
Al fin la multitud se aplacó, entre murmullos de protesta. Killeen extendió las manos.
—Creo que deberíais regresar a vuestras tareas y...
Todos lo notaron al mismo tiempo: una pulsación rodante, como si el Argo se hubiera
convertido en un gran corazón que palpitaba con lenta y solemne gravedad.
Regreso, dispuesto a impartir instrucciones.
Era como si Dios hablara en una sala atestada. La muchedumbre se agitó. Los ojos
estudiaron las paredes, buscando el origen de la voz. Parecían ovejas asustadas.
Pero Killeen reaccionó con una mueca y un gesto de escepticismo. Se cruzó de brazos,
disponiéndose a escuchar a la Mente Magnética y respondió:
—Bien, te escuchamos.
Debo transferir este complejo de extraños significados a ti y a la criatura Toby.
—¡Estoy aquí! —dijo Toby.
La gente que estaba cerca lo miró de soslayo y se apartó de prisa, como si no quisiera tener
nada que ver con alguien capaz de comunicarse con aquella criatura aterradora que sacudía
las paredes al hablar.
Obligaciones heredadas del pasado remoto me imponen este deber. Una vez me beneficié
de los poderes que ahora me convocan; por ello oficio de mensajero ante motas como
vosotros, un cargo que exige una humildad impropia de mí. Así que me daré prisa.
Un gemido lacerante inundó la nave, resonando con hiriente armonía. Agudo, estridente,
incesante. Una presión afilada que eliminaba todo pensamiento. Por un doloroso momento se
mantuvo y creció, luego cesó súbitamente. En el silencio de aturdimiento que siguió reinaba el
espanto.
Eso era vuestro curso. Seguidlo bien o seréis reducidos a átomos, y a algo todavía menor.
—¿Nuestro... curso? —graznó Killeen.
La trayectoria que vuestros benefactores os ordenan que sigáis.
Recobrando la compostura, Killeen preguntó gravemente:
—¿Y qué camino es ése?
Debéis seguir las líneas de mi campo magnético. Aferraos a mí, si no queréis haceros trizas.
—¿Por qué? ¿Y adonde vas tú? —gritó un hombre corpulento.
Silencio, mente diminuta.
—No me callaré. ¿Quién eres tú? ¿Qué eres tú...?
Un puño de sonido atacó. El colosal golpe reverberó en el suelo, el techo, las paredes. La
gente tembló, calló, gritó.
Sólo soporto a los mortales por la misión que me han asignado, nada más.
—Ese sonido que has emitido... —Killeen extendió las manos, las palmas hacia abajo, para
calmar a la muchedumbre—. ¿Dices que era un curso a lo largo de ti?
Sin mi guía, pronto seréis víctimas de la destrucción y la ruina.
—Mira, seguiremos a lo largo del chorro galáctico. Yo...
Dicha trayectoria se cruzará inevitablemente con la de quienes desean vuestro final.
—¿Los mecs? Ya los hemos evitado antes.
Aquí hay agentes y leyes físicas que ignoráis por completo.
Killeen se cruzó de brazos y frunció el ceño. Toby conocía aquella expresión, la había visto
levantarse como una muralla de piedra frente a los oponentes. Pero había un elemento nuevo
en la postura de su padre, una extraña nota de histrionismo. Ee llamó la atención, intuyó algo,
pero entonces el capitán habló.
—Quiero saber con qué autoridad tú o esos «agentes» nos imparten órdenes.
¡Vaya arrogancia! He morado aquí por más tiempo del que ha existido tu especie. Sois
efímeros como nubes pasajeras. Pero el orgullo a menudo acompaña esas duraciones
infinitesimales.
—Tal vez sea tu longevidad lo que te permite perorar de ese modo. —Killeen le guiñó un ojo
a la multitud.
Os hablo sólo por obligación; no tengo por qué soportar las injurias e insolencias de las
inteligencias diminutas. Muy bien, vuestro benefactor es la criatura Abraham, de quien hemos
hablado.
La alegría encendió los ojos de Killeen.
—Está vivo.
Aquí las distorsiones y deslizamientos del espacio-tiempo no permiten tan burda
simplificación.
—Pero si envía esto ahora...
El término «ahora» es tan efímero como tú. Aquí no significa nada.
Toby notó que la curiosidad superaba la exasperación de su padre. Killeen se mordió el labio
y respondió:
—Ese curso que ordenaste... Quiero saber adonde nos llevara.
A donde yo vivo más intensamente. La sede de energías formidables y grandiosos
remordimientos. Allí donde mis pies bailan sobre plasma hirviente. Hacia dentro, criatura
diminuta. Hacia tu terror.
6 - VIDA RELAMPAGUEANTE
A su pesar, Toby regresó al Puente en las largas horas del descenso. El Argo usaba el
chorro galáctico como escudo, zambulléndose en él. Espectrales filamentos azules
cuchicheaban y bailaban junto a la nave. Sus ondulaciones creaban la sensación de que el
vuelo de la nave era aún más rápido. El motor de plasma rugía haciendo temblar la cubierta
absorbiendo el gas azul y arrojándolo por la popa.
Y ahora encontraban la respuesta a una desconcertante pregunta que había suscitado
especulaciones durante días: ¿dónde estában los mecs?
El Comilón de Todas las Cosas era una leyenda para la Familia Bishop y parte de esa
antigua historia sostenía que los mecs acechaban y operaban allí. Nadie sabía el porqué.
Habían expulsado a los humanos del Centro Verdadero mucho antes de la caída de los
Candeleros.
Hasta el momento sólo habían entrevisto naves mecs. Ahora, a lo largo del chorro, el Argo
detectaba enormes y oscuras construcciones. En su tránsito hacia el interior habían visto
enormes masas de ingenios mecs y los habían sorteado. Inmensas, misteriosas, envueltas en
paneles colectores de energía. Mudos, pues no hablaban por ningún canal que conocieran los
humanos.
Las estructuras mecs rodeaban el chorro como si extrajeran energía de él. Radiantes
relámpagos azulados revestían las paredes del chorro. La antimateria que se cocinaba en las
inmediaciones del agujero negro chocaba con la materia en una furiosa batalla de aniquilación.
Pero la mayor parte de la energía del chorro se hallaban en su impulso hacia el exterior. Los
mees no parecían reducirla, sino estudiarla.
¿Por qué estaban allí los mecs, rodeando el chorro? Toby pensó que tal vez fuera su
manera de escuchar los rumores interiores del agujero negro, pero no se imaginaba cómo. El
chorro era inquietante y sin duda superaba la capacidad de comprensión humana. Su
constante turbulencia servía para ocultar el Argo, según decía Killeen. Y las construcciones
mees parecían ignorar objetos tan diminutos como una nave. El Argo correteaba como una rata
en un palacio.
Curiosamente, el centro del chorro estaba casi vacío, lo cual les facilitaba el vuelo. El
esfuerzo de trepar desde el pozo gravitatorio del invisible agujero negro había enfriado el gas.
La densa columna de gas frío los protegía del feroz calor del disco. Era como si alguien hubiera
planeado la existencia de aquel túnel que llegaba al reino interior. Para el Aspecto Isaac,
naturalmente, sólo era un interesante problema de física.
La rotación del agujero negro expulsa el gas, sale hacia arriba. Este chorro es como el
algodón de azúcar que me daban en las ferias cuando era niño, una nube de dulce deleite que
se forma dando vueltas.
—¿Qué es el algodón de azúcar?
Siempre olvido cuánto ha perdido tu gente. ¿Nunca has estado en una feria?
—¿Una feria?
Una reunión donde... olvídalo. Al menos esta hermosa llamarada azul que nos rodea me
recuerda tiempos mejores, cuando una cultura superior reinaba en el Candelero Queens, y yo
patinaba por el techo con mi padre.
—¿Estuviste en los Candeleros?
¿Creías que yo descendía de granjeros como tú? Entonces teníamos un poder inmenso, y
nos defendíamos de los mismos mecs que ahora os arrean como ganado. Nos aventurábamos
regularmente en esta región, espiando a los mecs que realizaban aquí sus extrañas
operaciones. Nosotros...
—¡Pero si tú eres de la Era de las Arcologías!
El aura del Aspecto Isaac se puso de mal humor.
Bien, es verdad..., pero uno de mis Rostros creció en el Candelero Wesouqk, uno de los
últimos grandes, y una vez vi un Candelero por un telescopio, cuando todavía estaba habitado,
según decían. Lamentablemente me pasé la vida en un refugio planetario, pero...
—Durante lo que llamabais el Alojamiento, ¿verdad?
Sí... una estrategia desafortunada. Aun así, mis raíces culturales...
Del interior de Toby afloró Joe, un Rostro que rara vez usaba. Joe poseía amplios
tecnoconocimientos, pero era lento y torpe, sólo una parte de un Aspecto.
Aun así, al hablar escupió amargamente.
1. Malditos traidores, nos entregasteis.
2. Tratar con los mecs... menuda agudeza.
3. Aplastaron vuestros preciosos Candeleros en cuanto lograron con engaños que os
refugiarais.
4. Os trataron como a zoquetes.
—Eso es más o menos lo que dice la historia —intervino Toby—. Ahora, si quieres un
auténtico protagonista de los Candeleros....
Entreabrió la tapa digital de Zeno, un Aspecto que rara vez usaba. Su trémula y antigua voz
estaba tan cascada y distorsionada que escucharla resultaba doloroso y la comprensión casi
imposible.
Deploro... que vuestra generación... haya entregado sin regatear nuestro patrimonio de los
Candeleros. Nosotros no buscábamos «alojamiento»... ni la justicia de los mecs... teníamos la
clave para... subvertirlos... para destripar sus programas de lógica profunda... Ellos
dispersaron... nuestro saber... ni siquiera entonces... podíamos descifrar las Criptografías... la
Magia Dolorosa,... legada por los primeros humanos... que una vez se aventuraron aquí... en el
Centro Verdadero... y cogieron la Magia Dolorosa en sus manos...
La voz cargada de estática se apagó, dejando un curioso silencio en la mente de Toby. Las
quebradas frases de Zeno pesaban: tristes, desesperanzadas, elucubraciones sobre ajadas
glorias que ya no significaban nada. Al cabo de un buen rato Joe dijo:
1. ¿Ves lo que perdiste, Isaac?
2. ¿«Alojamiento»? «Traición», querrás decir.
Para Toby la idea de un arreglo con los mecs era absurda, y la generación de Isaac había
escapado de las consecuencias por pura suerte. En cuanto concibió este pensamiento, Isaac
estalló.
¡No fue suerte! Contribuimos a la Agachada. Esa estrategia era absolutamente racional:
situar colonias humanas en los muchos mundos de las cercanías del Centro Verdadero. Formar
Familias que desarrollaran el vigor híbrido de ideas, normas sociales y armamento. ¡Eran
nuestra fuerza como especie!
Toby notaba que los Rook, por ejemplo, eran diferentes de los Knight, y no sólo por su
modales en la mesa. Pero no entendía qué quería decir Isaac con aquello del «vigor híbrido»,
otra antigua y marchita idea desechada como equipaje sobrante por la Familia Bishop, mucho
antes que él naciera.
1. Mira en qué terminó.
2. Los mecs os pillaron de todos modos.
Issac replicó:
¡Los Candeleros eran insostenibles! ¡Enormes blancos flotando en los espacios de partículas
de alta energía y vacío, el habitat natural de los mecs!
Zeno habló en medio de un siseo de estática.
Nosotros nos defendimos... mientras pudimos... burlar los Mandatos mecs... desmantelar
sus entrelazamientos... Pero vosotros perdisteis todo eso...
De nuevo la voz melancólica dejó en silencio la mente de Toby. Isaac dijo al fin,
compungido:
Probamos el experimento, de acuerdo, y al final falló. El Candelero Wesouqk... lo vi arder
como un nido de avispas en el cielo. Imaginad mi tristeza. Al menos habíamos refugiado a
nuestra especie bajo el cómodo manto del aire y la gravedad.
La respuesta de Zeno llegó lentamente.
Una apuesta digna... pero se perdió... tanto.
Ahora Isaac parecía más seguro, aunque en el oído interno de Toby sonaba a hueco.
Al menos conocí nuestra cima. La gloria...
Zeno le interrumpió con menguada energía.
Farsante... tú no conociste la cima... eso fue mucho antes... las grandes obras... aptitudes
que jamás comprenderías... farsante...
Escarmentado, Isaac respondió:
Lamento que luego los mecs desbarataran nuestra noble Agachada. Incluso tú, pobre Joe,
debes comprender que teníamos que eliminar mucha memoria cultural de los mundos de la
Agachada para que el experimento funcionara. Y vosotros fructificasteis dando con nuevos
modos de conquistar mundos y detener a los mecs. Al menos por un tiempo.
Joe se revolvió airadamente, pero se limitó a responder:
1. Fue bastante duro.
2. Preferiría haber vivido en una gran ciudad del cielo.
Isaac replicó:
No tengo por qué responder a tales divagaciones.
La altanería de Isaac irritó a Toby. Aquel chip insignificante...
—Si eras tan grande, ¿por qué ahora eres un Aspecto?
Poseía un talento mental tan grande para compilar e integrar conocimientos que me
conservaron. ¿Cuál crees que será tu destino, muchacho?
Había verdadera rabia en aquella réplica. Toby tuvo que recordarse que Isaac y los demás
Aspectos eran miniaturas de personas, no sólo libros que él podía abrir, leer y dejar. Para
mantener la mente en funcionamiento necesitaban las características de un intelecto
equilibrado, pues de lo contrario enloquecerían. Así que no eran muy tolerantes con los
insultos.
Toby susurró que lo lamentaba, y para su sorpresa notó cómo otra presencia nacía y
desplazaba al Aspecto. Una sensación de hinchazón barrió a Toby, causándole un hormigueo
en la piel, un endurecimiento del cuero cabelludo. El Aspecto Isaac chilló pero quedó reducido,
relegado a su celda mental. Era la primera vez que Toby experimentaba plenamente la
Personalidad Shibo, y su esencia, insistente y poderosa, le inundó la mente.
No era una voz, sino un recuerdo.
El pasado de Shibo acudió como una evocación de interminables horas polvorientas, de
calles negras y humeantes. Los refugiados buscaban la protección de las murallas, de
callejones sórdidos y ruinas desiertas. En esos lúgubres parajes, sombras esqueléticas
caminaban con los hombros erguidos, armas en mano, rostros barbudos, ojos hundidos,
siempre alerta. Las viejas paredes de piedra de la Ciudadela de su Familia, azotadas por el
viento, iban y venían de su memoria. Obeliscos y cruces de mármol marcaban la pequeña
necrópolis, hasta que la urgencia los privó aun del refinamiento de sepultar ropas harapientas y
huesos rotos en un suelo cada vez más árido. En su infancia, bajo lámparas azules, ella había
seguido una procesión fúnebre, celebrada al alba siguiendo una vieja tradición. Las piedras le
acariciaban los pies descalzos con el frío que habían acumulado por la noche, delicioso cuando
el tórrido sol del amanecer le quemó el rostro y los brazos. Una marcha lenta y solemne por
delante de almacenes ondulados, por plazas arenosas, a través de jardines cuidadosamente
regados. Máquinas trabajando sin cesar, fabricando armas, carraspeando como animales
distantes y enormes. Chimeneas humeantes, enredaderas sinuosas, macizos de esperanzadas
flores amarillas. Edificios derruidos, ventanas como cuencas vacías. La Ciudadela sufría el
deterioro, la lenta erosión del descuido. Los fugitivos de las planicies guardaban silencio, sus
flacos perfiles recortados contra el deshilacliado cielo del alba, viejos propósitos perdidos en
ojos huidizos. Padecían la locura de la derrota, pero sonreían al ver pasar a la chiquilla. Habían
dormido con la botas puestas junto a fogatas furtivas y habían vivido días de saqueo,
persecución, rapacidad...
Toby se tambaleó con la intensidad y el conmovedor afecto por lugares y personas que él
nunca había visto. Entonces la serena voz de Shibo cobró solidez.
Últimamente no me has llamado.
—Tú misma ves lo que sucede. Estoy ocupado.
Dudo que ésa sea la verdadera razón.
Ella estaba en lo cierto. Toby era nuevo en esto y no podía ocultar demasiadas cosas a una
presencia fuerte. Era como si ella hubiera revivido y él mirase por sus escépticos ojos negros,
unos ojos que nunca vacilaban, y esos ojos también lo veían por completo a él, por dentro.
Bajo esa mirada los sentimientos de Toby se filtraban por las particiones artificiales de su
mente.
—Últimamente hemos tenido dificultades.
Con tu padre.
No era una pregunta.
—Bien... supongo que él hace lo que es mejor para la nave...
¿Estás seguro?
—Bueno, está sometido a una gran presión, y no se caracteriza por su humildad, pero...
Dejó morir sus palabras en cuanto comprendió que no podía engañar a un Aspecto, y menos
a una Personalidad. No en lo concerniente a las emociones.
¿No se te ocurrió que él sabía que tú y los demás, el grupo de la fogata, iríais a verlo? ¿Que
alguien protestaría? Hay cámaras de seguimiento por toda la nave.
—Sí, supongo que sí.
El metió el Argo en el chorro galáctico en ese preciso instante, sabiendo que la Mente
Magnética regresaría entonces con un nuevo mensaje.
—¿Estás segura de que lo planeó con tanto cuidado?
Aún amo a tu padre. Pero ha cambiado. Ha adoptado las maneras a veces cínicas de su
cargo de capitán.
Toby aún no había aprendido a anticiparse a los hechos. Los acontecimientos lo
sorprendían, caían sobre él rápida y ferozmente, así que un grado tal de planificación le
parecía improbable. Por otra parte, los adultos eran bastante estrafalarios.
—¿Entonces sabía qué nos diría la Mente Magnética?
Lo dudo. Se quedó tan pasmado como los demás.
—Bien, pero ahora está contento.
Toby estaba en el Puente, hablando con ese susurro casi inaudible que bastaba para
comunicarse con un Aspecto sin que lo oyeran los demás.
Estudió a Killeen, que se movía con aplomo entre los oficiales. Desde que habían iniciado el
descenso por el chorro, ya no arrugaba el entrecejo ni tenía ese aire de incertidumbre en los
ojos.
No todos se sentían así. Eos tenientes estaban nerviosos, preocupados, sudorosos, y no
sólo por el incremento de la temperatura del casco. Ni siquiera el gas frío y azul podía bloquear
toda la radiación del disco. Eos ventiladores soplaban aire tibio; una crispada tensión teñía el
habitual silencio del Puente mientras los chasquidos y campanilleos de los ordenadores
recordaban a los oficiales las tareas que requerían supervisión.
—Conque estaba preparado para nuestra pequeña turba, ¿eh? —Miró a su padre con
involuntario respeto.
Ser capitán consiste en algo más que en dar órdenes.
—En efecto, pero más vale que el capitán tenga razón.
Ahora posee la autoridad que deseaba.
—Gracias a Abraham. —Toby recordaba a su abuelo como un hombre imponente de rostro
gris y aspecto permanente de intensa concentración, aun cuando dormitaba frente al fuego.
Esa intensidad sólo cesaba para estallar en enérgica acción. Pero el ceñudo Abraham sonreía
abiertamente cuando veía a Toby, y lo alzaba hacia un cielo que daba vueltas donde parecía
volar en brazos de aquel hombre corpulento, por encima de los muebles y por los pasillos, a
veces hasta una terraza donde Abraham lo mecía sobre la baranda, mientras Toby gritaba y
reía, libre del peso y las preocupaciones. Hacía mucho tiempo. Toby se mordió el labio ante el
recuerdo que ya se desvanecía—. A Abraham. O eso dice esa cosa magnética.
Tú no lo crees.
—¿Por qué iba a creerlo? ¿Quién lo creería?
Pero aquí operan vectores extraños.
—Mira, perdimos a Abraham en la Calamidad, la caída de la Ciudadela Bishop. Eso sucedió
hace muchos años y a gran distancia de aquí.
Exacto.
—¿A qué te refieres?
¿Cómo es posible que una criatura que ni siquiera está hecha de materia, y tan lejana,
conozca su nombre?
Toby vaciló un instante.
—Pues no lo sé. Pero los mecs lo registran todo. Tal vez la Mente Magnética lo haya sabido
por ellos.
Pero la Mente no parece ser amiga de los mecs.
—Quién sabe, en medio de esta locura.
A veces me preguntó cuál es la relación entre estas entidades. ¿Recuerdas al Mantis?
—Claro.
Se estremeció de sólo pensarlo. El Mantis había perseguido a la Familia Bishop,
«cosechando» a sus miembros, matando los cuerpos y absorbiendo las mentes para que la
Familia no pudiera guardar su memoria en chips. Con aquellos muertos definitivos el Mantis
creaba grotescas deformidades que denominaba «arte»; las había exhibido ante Killeen y Toby
con algo similar al orgullo.
El Mantis sentía reverencia por la Mente Magnética. Tal vez le haya ofrecido sus
conocimientos acerca de nosotros, de nuestras costumbres y nuestra gente.
Sentía como si Shibo estuviera sentada ante él, distendida pero siempre atenta.
—Yo... preferiría no pensar con ello ahora.
Esos recuerdos pueden perturbarnos, Toby, pero es preciso afrontarlos.
—En otro momento, ¿de acuerdo?
Notó que ella se desplazaba, disminuyendo la presión. Suspiró aliviado y se sintió mejor.
Es interesante que tu padre cuente ahora con el apoyo de los tripulantes. Aceptan lo que él
quería... volar hacia el Centro Verdadero, y encontrar allí lo que según los textos antiguos es un
lugar milagroso.
Toby se encogió de hombros.
—Tal vez en eso consista el talento de ser capitán. Manipular las cosas hasta convertirlas en
atractivas.
Miró en torno y vio que su padre se acercaba.
—¿Qué dices? —le preguntó bruscamente Killeen.
Interrumpir una conversación con un Aspecto era el colmo de la descortesía, y aún más si el
interlocutor era una Personalidad, que podía absorber toda la atención de uno. Toby tragó saliva.
—Yo sólo...
—He leído en tus labios que decías «capitán». ¿Qué es lo que no puedes decirme a la cara?
—Hablaba por hablar, nada más.
Killeen se lamió los labios, titubeó, continuó.
—Es Shibo, ¿verdad?
—Pues sí, pero...
—Sólo quiero decir esto. Para que ella lo oiga de mis labios.
Killeen escrutó los ojos de su hijo, como si pudiera ver la sólida inteligencia que Toby sentía
como un muro creciente.
—Papá, no creo...
—Shibo, necesitaremos tu juicio con antelación. Me estoy moviendo por instinto, y algo
grande sucederá.
—Papá, vamos, yo...
—¿Recuerdas cómo discutíamos nuestros planes? Echo de menos eso. Echo de menos
muchas cosas. Sé que no las recobraré, pero si tienes alguna idea de lo que debo hacer,
dímelo, ¿de acuerdo? —Killeen suplicaba con los ojos. Parpadeó furiosamente, conteniendo
las lágrimas—. Dímelo a través de Toby. Lo entenderé, te lo prometo.
—Papá, sabes...
Las sensaciones se apoderaron de Toby: extrañas y conflictivas corrientes de turbación y
deseo, murmullos roncos, olores en el aire, susurros urgentes, el recuerdo de pieles en
contacto, una pátina de sudor...
Se tambaleó. Una mano le palmeó el hombro. Killeen aspiró.
—Gracias, hijo. Lo necesitaba. Sólo un momento con ella, eso es todo.
Antes de que Toby pudiera replicarle, Killeen retrocedió, se cuadró y se alejó, de nuevo en
su papel de duro capitán. Toby se sintió irritado, utilizado. Una bilis picante y amarga le quemó
la boca. ¡Al cuerno con él! Pero al mismo tiempo veía la angustia de su padre, el torbellino que
el hombre no podía dejar aflorar.
Es prudente olvidar esto.
—En efecto, pero la prudencia no es mi fuerte.
Te pareces mucho a tu padre.
Una risa tenue sonó en su mente. Una Personalidad podía abstraerse de aquel complicado
mundo, según comprendió Toby, y encontrarle la gracia. Una gracia que él no solía verle.
En la Familia Knight tenemos un viejo refrán. Algunos creen que procede de la Vieja Tierra.
Decimos que la vida es una tragedia para quienes sienten, y una comedia para quienes
piensan.
—Tiene sentido. Tal vez eso significa que no deberíamos mirar tanto por encima del hombro
lo que nos persigue.
También es buen consejo.
Toby se apoyó en la pared de acero y suspiró. Shibo dominaba su mente, y su serena
inteligencia cribaba con mano delicada y paciente lo que él veía.
Me preguntó quién más —o qué más— desea que vengamos aquí.
—Me preguntó por qué alguien piensa que la gente puede vivir en este lugar. Quath tal vez,
pero no los humanos. ¿Qué decían esas viejas inscripciones? Milagroso, claro que sí. —Movió
la mano hacia las pantallas—. Pero muerto.
Las pantallas titilaban con resplandor cegador. El disco de materia que se aproximaba
revelaba remolinos de color y una violencia fulgurante.
Ea estrella moribunda que habían visto días antes ya no era un huevo deforme en llamas.
Había estallado en una tempestad de fuego que el borde externo del disco succionaba
vorazmente. Parecía un sol retorcido y torturado poniéndose en el horizonte sobre un paisaje
encendido.
—Para mí es como un abismo hirviente.
Toby tenía la íntima sensación de que aquél no era lugar para ellos. Las Familias eran
nómadas, siempre en movimiento. Sólo las máquinas podían vivir en aquel enorme y llameante
horno.
Las Familias estaban allí sólo por el Argo, otro mecanismo construido en los gloriosos días
de la antigüedad humana. Las máquinas como el Argo eran una extensión natural de la mano
humana, pero los mees constituían un cáncer. Los planetas no eran su hogar. El frío espacio y
la materia ardiente eran su reino. ¿Qué ser humano podía residir allí?
Quizá nuestra visión sea estrecha.
—¿Qué quieres decir?
Mira allí. Esas hebras verdes.
El Argo se aproximaba al disco, y ya veían el otro borde de perfil. Borbotones rojos hervían
con furia sobre el agitado plano donde la estrella recién devorada se hundía. Los terrones eran
masticados a medida que se precipitaban en las corrientes.
—¿Y? Parece una rata digerida por una serpiente.
Es verdad. No es agradable, incluso ni siquiera para una serpiente.
—Ah, ya veo. ¿Esas hebras verdes que están sobre el plano?
Ahora Toby distinguía filamentos de jade que se levantaban sobre el lugar donde la estrella
era deglutida. Eran como juncos sobre las aguas de un pantano, meciéndose en la brisa.
—Relampaguea, ¿ves? —Fibras verdosas mechadas de amarillo—. Como si fueran
relámpagos congelados.
Puede que nos equivoquemos, que nada más viva aquí.
—Humm. ¿Relámpagos vivientes?
Los oficiales del Puente también habían visto las hebras. Algunos movían los instrumentos
de la nave, apuntando los sensores hacia allí. Nudos y ondas furiosas trepaban por las
relucientes líneas verdes.
—La materia arrancada a la estrella... parece enredarse en esas hebras —dijo Toby.
Jocelyn había logrado enfocar las antenas del Argo en las hebras, a pesar del plasma
turbulento que abofeteaba la nave. Los altavoces del Puente crepitaban con las hirvientes
emisiones del disco cuando unos gemidos horripilantes atravesaron aquel muro sonoro.
—¿Qué es eso? —preguntó Jocelyn—. Es terrible.
Killeen hizo una mueca ante ese coro estridente. Cada voz se imponía momentáneamente
sobre las demás, emitía una nota plañidera y se sumaba el lamento colectivo.
—Tal vez la Mente Magnética no sea la única criatura que sabe vivir de la electricidad.
—Pero no todos los filamentos emiten esos sonidos, ¿ves?
Jocelyn cabeceó, asintiendo.
—Son los que están unidos a esos grumos brillantes.
El Aspecto Isaac reclamó su atención, y Toby le dejó salir.
Son antiquísimos. Oí hablar de ellos cuando era niño. Conferenciando con Zeno, creo que
puedo percibir la esencia. Constituyen una forma de vida primigenia compuesta por vórtices
magnéticos, con orlas de materia caliente. Una modalidad primitiva. Se alimentan de las
llamaradas y penachos que sobresalen del disco, como sabrosas flores primaverales en un
campo muy exuberante.
—Pues no parecen disfrutar mucho de la cena —dijo Toby con sorna.
La repentina entrada de la masa de la estrella los ha inundado, arrastrando a algunos al
feroz disco, donde perecen.
—¿Y por qué la Mente Magnética no perece?
Es mucho más grande y refinada que esas primitivas fibras, o eso dice la historia. Sé poco
sobre ello. La Mente es antiquísima, y no revela secretos salvo por necesidad. Los humanos
previos a la Era de los Candeleros trataron de descubrir algunas de sus facetas, y fueron incinerados.
Toby hizo una mueca. Los gritos y gemidos ejercían una extraña fascinación, pues cada voz
tenía su momento, cantaba un lamento incomprensible, y luego se disipaba en la crepitante estática
mientras el plasma del disco se elevaba, hinchado de masa estelar, y arrastraba las
delicadas ondas de jade, hundiéndolas en el fuego. Habían vivido demasiado cerca del feroz
borde, y pagaban un precio por ello. Luchaban frenéticamente contra las calcinantes
salpicaduras, obteniendo pequeñas y fugaces victorias, pero al final caían en la ardiente
turbulencia. La masa fragmentada de la estrella se precipitaba en el disco, causando estragos
entre aquellos delicados seres.
Toby presenciaba sus muertes distantes, y a pesar del abismo que lo separaba de esos
gritos vegetales, se sintió curiosamente próximo a ellos. Algunas formas verdaderamente
extrañas nunca podían hermanarse. Constituían naciones distintas unidas sin embargo a los
humanos en la red de la vida y el tiempo, prisioneras de su esplendor y sus afanes.
Más allá de la materia misma, aquellos seres dotados con extensiones de los sentidos que
ningún humano podía comprender, compartían la oculta dignidad de ser siempre incompletos,
de estar siempre emergiendo, un patrimonio común de todo ser finito y errabundo.
Pero el resto del Puente miraba más allá de las salpicaduras de color del disco.
El hexágono de las naves de las miriapodia se aproximaba. Una vez más llevaban el titilante
aro perlado, un arma mayor que varios mundos.
—¿Qué sucede? —preguntó Killeen—. ¿Dónde está Quath?
—Aun ese aro cósmico parece pequeño aquí —añadió Jocelyn.
Las naves de las miriapodia se aproximaban al Argo. Habían acelerado a lo largo de las
líneas de los campos magnéticos, cuestas invisibles cada vez más empinadas, en su camino
hacia el borde interior del llameante disco de acreción.
Hacia el pozo del infierno. Un calor seco encendía el aire. Toby tragó saliva dolorosamente y
se preguntó si estaría vivo al día siguiente.
7 - EL SABOR DEL VACÍO
Según le contaron después, las siguientes horas en el Puente fueron electrizantes. Pero
Toby no estuvo allí para verlo. En una nave, las tareas deben realizarse a tiempo, y sin
excusas. Ni siquiera la batalla permite a toda una tripulación quedarse boquiabierta o cautivada
por algo.
Su misión era sembrar una de las maltrechas agrocúpulas. Un equipo de cinco personas
sudaba bajo la violencia azulada del fulgurante cielo de las inmediaciones del Comilón. Tenían
que mantener la biodiversidad, reemplazar las plantas que habían perecido a causa de la
radiación, y regar, sustentar y proteger las demás. Un trabajo duro y sucio.
Y un alivio, en cierto modo, después de la tensión vivida en el Puente. Usar los músculos era
a veces más fácil que servirse de una mente crispada. Toby notaba el movimiento de la nave
mientras acarreaba, cavaba y trajinaba; sabía que algo estaba sucediendo.
Más mecs, como supo después. En las pantallas del Puente eran imágenes fluctuantes que
los sistemas del Argo apenas lograban detectar. Las naves mecs anteriores eran más simples
que éstas. Era de esperar. Ea superioridad de la tecnología mec había expulsado a la
humanidad del espacio. Quizá con naves como éstas: pequeñas, rápidas, escurridizas. Se
zambulleron en el chorro, detrás del Argo, y se dispersaron. Los detectores del Argo no
pudieron seguirlas.
Atacaron desde varios ángulos, usando estrategias que Killeen y los demás ni siquiera
entendían. Toby sólo oyó un breve quejido de estática en su receptor y un bufido cuando la
cúpula desapareció.
El impacto sorbió el aire de la cúpula en un torrente hueco y aullante. Toby jadeó buscando
aire y no aspiró nada. Dio vueltas alejándose del suelo, que se elevó detrás de él en una
tormenta de tierra.
La ráfaga gemebunda disminuyó mientras él movía los brazos, rotando para mirar hacia
arriba. Un enorme agujero crecía en la cúpula. Cogió una viga rota, se aferró a ella.
Estoy muerto, pensó. Sus pulmones palpitaban, ansiando respirar.
Un pinchazo doloroso en la pierna. Una astilla, arrojada por el aire sibilante. Colgaba de la
viga por un brazo, chocó contra otra.
Gritos furiosos en sus oídos, en la línea de comunicaciones, pero no tenía tiempo para
escuchar.
Los oídos le palpitaban de dolor. Luego no hubo más sonidos. El aire se había ido.
Se lanzó hacia abajo. Allí había una compuerta automática, y ya se había cerrado. Así se
evitaba que una brecha dejara sin aire el resto de la nave.
Pero era un largo trecho hasta abajo y en las comisuras de los ojos le bailaban motas rojas.
Formaban dibujos descabellados e hipnóticos y pasó un rato tratando de interpretar qué
representaban. El suelo no se acercaba y él agitaba los brazos con desesperación.
En la boca un amargo regusto metálico. El sabor del vacío.
Moscas rojas llenaron su visión. Luego un chisporroteo amarillo.
Relámpagos. Jugando en la cúpula. Lamiendo los cuerpos como si los saboreasen.
Esquivó aquella aguja de fuego, que fue a chamuscar una pared.
Palpitaciones en los oídos, el esfuerzo de mantener la garganta cerrada, quemazón en el
pecho. El suelo estaba más cerca, y de pronto le dio en la cara. Los pulmones le palpitaban,
pero se negó a abrir la boca, a perder su última bocanada de aire.
A trompicones, continuó la marcha. Tierra polvorienta. Chorros de vapor brotando del suelo,
niebla gris.
Martillazos en los oídos, martillazos en la cabeza. Pinchazos de dolor en la nariz.
La cámara, temblando. Le costaba enfocarla, mantenerla en posición vertical ladeando la
cabeza. Movía las piernas con esfuerzo, avanzando.
Extendió las manos. Tocó la puerta y apretó una lámina roja. La entrada de emergencia se
dilató. Se zambulló en ella.
El primer sonido que oyó fue un susurro, luego un rugido de alta presión. Un reventón en los
oídos. Sólo entonces se preguntó qué había sido de los otros que estaban en la cúpula.
Cuando logró recobrarse, era demasiado tarde. Los otros cuatro no habían alcanzado la
cámara de presión.
Dos salieron por el gran agujero de la cúpula y se perdieron. El relámpago había frito a los
otros dos.
Nadie supo si el relámpago era un arma mec o algo natural. A pesar de los daños que sufrió
el electroacoplamiento interno de las víctimas, la tecno del Argo registró las dos personalidades
con detalle suficiente para convertirlas en futuros Aspectos.
Magro consuelo, pensó Toby. Se sentía culpable por no haber pensado en los otros cuatro,
por no haberlos ayudado.
No sobraba tiempo para los remordimientos. Cermo lo incluyó en una cuadrilla para reparar
la cúpula pegándole parches de presión que protegerían la atmósfera de la nave durante el
próximo ataque.
Pero no hubo otro ataque. Las defensas automáticas del Argo habían infligido graves
pérdidas a los mecs. Era una nave vieja, pero bastante ágil.
La gente lo celebró como si fuera una victoria. Toby se preguntó si los mecs no habrían
dejado que el Argo siguiera, internándose en un territorio más peligroso. Que el Comilón se encargara
de eliminarlos.
Aquel pensamiento lo deprimió, como si hubiera caído en un abismo de sabor metálico. En
el vacío.
8 - EL MOMENTO DE LA APERTURA
—¿Cuál es tu plato favorito? —preguntó Besen.
—¿Qué? Oh, el que tenga más cerca.
Toby se dio cuenta de que estaba comiendo coliflor gratinada con queso. No era su plato
favorito, pero de todos modos ni había notado su sabor.
—Vaya gourmet estás hecho. —Ella lo miró arrugando la nariz.
—Mira, no quiero tener buen gusto. Quiero cosas que sepan bien.
Terminó la coliflor y buscó sobras. Lo mejor de la comida comunal era que al final todos se
pasaban las sobras. El que comía rápido recibía más, y Toby siempre tenía hambre. Aunque
estaban descendiendo deprisa hacia un enorme disco de fuego ardiente; respondía a las
necesidades de su estómago.
—No pareces preocupado —dijo Besen.
Toby le estudió el rostro. Las muertes ocurridas horas antes se habían honrado en una
ceremonia celebrada en toda la nave. Ahora, por necesidad, volvían a sus actividades, y los
equipos reparaban los daños con gran revuelo. Besen no era muy expresiva, pero Toby notó la
tensión en las comisuras de su boca, la crispación de su rostro.
—No tiene sentido preocuparse. —Le cogió la mano y la estrujó—. Hay cerebros más
eficientes que los nuestros trabajando en esto.
Besen se mordió nerviosamente el labio. Él se inclinó sobre la mesa y le besó la frente.
—Humm —dijo ella, pero no dejó de masticar.
—Lo lograremos. Lo presiento. —No era cierto, pero tenía que animarla.
—¿De veras lo crees?
—Claro. Oye, ¿puedes alcanzarme esas patatas?
—¡Qué animal eres! Nos enfrentamos a la muerte, y él quiere comer.
—Creo que es lo más inteligente que se puede hacer.
—Tengo el estómago cerrado. No puedo tragar nada. —Besen alzó una judía con los
palillos, la mordió, la dejó en el plato.
—Bien, tal vez otro tipo de diversión te ayude a distraerte.
—Otro tipo de... oh, ¡qué bestia eres!
—He oído que es bueno para la circulación.
—Primero comida, luego... no, no saltaré a un catre contigo mientras volamos hacia las
fauces de... de...
—No te lo tomes así.
—Pero es totalmente inapropiado.
Toby fingió que estudiaba la cuestión profundamente, frunciendo el ceño.
—Humm. ¿Qué mejor modo de votar a favor del futuro? De eso se trata, a fin de cuentas.
Ella resopló.
—Creí que se trataba de amor.
—Eso también. Pero cuando todos somos candidatos para el cementerio (aunque no sé
quién nos enterrará, pues no hay tierra para un cementerio) el rito humano más antiguo es un
gesto de fe. Fe en el futuro.
—¿Conque ahora el sexo es fe? —Besen empezaba a sonreír, y eso era lo que buscaba
Toby—. Tienes una religión extraña.
—Adoro en el altar de mi elección —sentenció él teatralmente.
—¿Y a qué viene eso del más antiguo ritual? Se me ocurren otros más edificantes.
Toby consultó con Isaac, que era una mina en cuestión de vocabulario antiguo, en el espacio
de una palpitación.
—Lo llamaban la bestia de dos espaldas... así que quizá tengas algo de razón.
Besen esbozó una sonrisa que se borró en un simulacro de timidez.
—Sólo pretendías animarme, ¿verdad?
—Aja.
—No te gusta admitirlo, pero eres muy atento a tu manera, a pesar de esa pretendida
dureza.
—Me habéis desenmascarado, señora.
Ella lo miró especulativamente.
—¿Cuánto tiempo falta para que nos acerquemos al disco?
—No lo sé. El Puente está demasiado ocupado para dar detalles, y estamos bajando en una
espiral complicada, así que... ¿por qué quieres saberlo?
—Bien, si hay tiempo suficiente...
—¡Pícara! Yo sólo trataba de animarte...
—Oh, olvídalo. No sabes captar una broma. —Le clavó el dedo en el pecho—. Ven, Romeo,
vamos a ver qué nos dicen las pantallas. Creo que ya has agotado tu cuota de romanticismo de
esta semana.
—Entonces tendré que detenerme para recoger mi próxima provisión. ¿Adonde voy?
—No creas que no puedo decirte adonde ir... En marcha.
Había logrado arrancarla de su abatimiento, pero el furibundo caldero que se veía por la
pantalla de la Sala de Asambleas volvió a desanimarla. La rodeó con el brazo mientras se
unían a una gran muchedumbre, observando el crudo resplandor de aquel disco que parecía
crecer convulsivamente mientras se acercaban.
—¿A qué parte vamos? —preguntó Besen, entre maravillada y atemorizada.
—No sé. No tengo ni idea.
—Ese disco es como un mundo enorme.
—En comparación un mundo no es nada, apenas una mota.
—Pero veo nubes allá abajo. Y esa cosa serpenteante... casi parece un río.
—Casi, pero no lo es. Esas nubes son plasma que te achicharraría la mano en un
santiamén. Ese río, según me informa mi fiel Aspecto, es una especie de nudo magnético que
quedó atrapado en el disco alrededor del cual gira.
—Pero parece tan familiar.
Toby torció la boca, mirando a lo lejos.
—Necesitamos ver cosas familiares aquí. De lo contrario no podríamos afrontar tanta
extrañeza.
Besen cabeceó.
—Mi Aspecto pedagógico acaba de decirme que el «río» es mayor que un planeta entero.
Mucho mejor. Y que ese disco tiene el tamaño de un sistema solar.
—A veces preferiría que nuestros Aspectos no nos contaran tantas cosas.
Ella asintió con la cabeza, agitando el cabello en la baja gravedad.
—Me sentía mejor cuando creía que esa línea oscilante era un río. Sin embargo, gracias a
los Aspectos podemos consultar todas las ramas del conocimiento.
Toby rió secamente.
—Las ramas, en efecto, pero no las raíces.
—¿A qué te refieres?
—No pueden explicarnos qué significa todo esto.
—Pero conocen muchos datos y números.
—Tal vez es todo lo que podemos confiarles. De cualquier manera, este lugar es muy
importante. —Procuró mantener una expresión tranquila, pero el disco que se aproximaba,
palpitando de luz hirviente, comenzaba a inspirarle más miedo que reverencia.
—Y come estrellas. Esto no es para nosotros.
—Estoy de acuerdo. Pero alguien cree lo contrario.
—Y tu padre también lo cree. Y él decide.
Había una nota de amargura en la voz de Besen. Alrededor de ellos, todos apretaban las
mandíbulas. Los ojos se desorbitaron cuando un gigantesco relámpago blanco atravesó el
disco, provocando un murmullo general. Toby comprendió que era un murmullo de
insatisfacción, espanto y angustia. Las muertes los habían abatido, disminuyendo el
ascendiente de Killeen. Todos respiraban amargura.
Un grupo de hombres y mujeres se puso a gritar el otro lado de la sala. Antes de que Toby
comprendiera qué sucedía, la muchedumbre comenzó a moverse. Tumbó mesas y cruzó
puertas avanzando con creciente ímpetu, como una marea absorbida por una luna irresistible.
Volaban palabras hirientes, las botas golpeaban la cubierta, el aire vibraba con duras
acusaciones.
Toby se levantó y la siguió ignorando el tirón que sentía en la pierna izquierda, allí donde
una astilla de metal lo había herido en la agrocúpula. Algo que parecía haber sucedido haría un
siglo. No cojeaba. Su cuerpo ya había reparado la herida.
Él y Besen estaban detrás cuando la inquieta multitud llegó al Puente. El rápido giro de los
acontecimientos tenía un aire irreal para Toby. De nuevo los oficiales los detuvieron. De nuevo
Killeen apareció en el balcón. De nuevo los contuvo con un severo discurso.
El miedo embargaba a la inquieta y murmurante multitud, y Toby observó que su padre se
servía del temor general para consolidar su influencia. Ahora necesitaban creer en el capitán, y
él sacaba partido de ello. De lo contrario, se habrían exaltado hasta el punto de amotinarse.
Killeen los contenía en parte gracias a su presencia física. Era bastante más alto que Toby,
lo que evidenciaba su mayor edad. Se valía de eso y de la perspectiva que el balcón le
proporcionaba para intimidar a quienes más protestaban.
Hacía tiempo que, en respuesta a los rapaces mecs, la humanidad había prolongado su
longevidad manipulando su patrón de crecimiento. El cuerpo producido por la evolución natural,
en la antigua Tierra, maduraba hacia los veinte años. En aquellos tiempos, hasta el cuerpo más
dotado alcanzaba su límite. Gradualmente se debilitaba con los años, y la acumulación de sabiduría
y experiencia compensaba el debilitamiento de músculos y huesos.
Para evitar esto, la Familia de Familias había esculpido a la humanidad. La gente ya no
llegaba a ese punto donde se iniciaba la decadencia. La gente moría a consecuencia de
heridas y ataques mecs, no de vieja. Nunca dejaba de crecer, aunque a un ritmo decreciente,
pues de lo contrario los mayores habrían terminado siendo parsimoniosos gigantes. Una mujer
de un siglo de edad tardaba una década en crecer un centímetro. Pero crecía. Y poseía el
aplomo y la madurez que dan los años.
Esta perpetua juventud mantenía a raya los mecanismos internos que regían el
envejecimiento. Los Bishop más viejos medían casi el doble que Toby. Esto representaba
jambas de puertas más altas y comidas más abundantes. Más importante aún, los mayores se
erguían sobre los demás, y su experiencia quedaba respaldada por su tamaño. Toby era alto
para sus dieciocho años de la Vieja Tierra, pero se sentía pequeño e insignificante en
comparación con Cermo o Killeen. En ellos, el peso de la autoridad de la Familia tenía una
firme presencia física.
Killeen lo utilizaba con un no intencionado y revelador efecto. Aun así, había voces de
protesta. Los juramentos cortaban el aire, estridentes y erizados de temor.
Lo único que contenía a la multitud era la larga historia que los había conducido allí. Más
que nadie, Killeen encarnaba aquel pasado. Permanecía con los ojos llameantes, guardando
un ceñudo silencio que intimidaba. Había engañado al Mantis, los había sacado de Nieveclara.
Había caído en el interior de un planeta, atravesándolo, y había sobrevivido. Quath se lo había
tragado, y luego lo había escupido. Había matado mecs y reído mientras lo hacía. Y una voz
como un relámpago lo había buscado y los había conducido allí. Contra eso pesaban su propio
miedo.
En ese largo momento Quath se aproximó desde el corredor principal. La alienígena
despedía un olor extraño, un aroma agridulce en la nave cada vez más caliente. La gente se
apartó. La alienígena era una aliada, pero eso no disminuía su extrañeza.
Quath se detuvo, volviendo la cabezota. Los ojos de rubí giraron como zarcillos sobre sus
pedúnculos, deteniéndose para estudiar un rostro nervioso, la barba de un hombre, el bolso de
una mujer, como si fueran objetos de museo.
Luego dijo:
ser magnético.>
Este mensaje directo y conciso contribuyó a calmar a todos. Se aplacaron, mirando a
Killeen.
—Lo intentaré —dijo Killeen—. ¿Nos ayudarán? ¿Ocurra lo que ocurra?
Toby pensó que era raro que Quath no dijera: «Lo harán» o «Lo intentarán». Pero entonces
la multitud comenzó a dispersarse y comprendió que aquella extraña intervención había salvado
a Killeen de otra crisis.
Cuando los oficiales regresaron a sus tareas, él y Besen se las ingeniaron para meterse en
el Puente. Killeen hablaba con Quath, quien estiró el cuello y la cabeza. Al moverse raspaba
las paredes con piezas metálicas, y entrechocaba las piernas con un ritmo nervioso que a Toby
le resultaba inquietante.
—¿Es todo cuanto dijeron? —preguntó Killeen.
—¿Adonde crees que nos dirigimos?
Killeen rió sin ganas.
—Sin duda.
—¿Portales hacia qué?
—¿Aquí? ¿Qué podría sobrevivir?
hay más adentro.>
Killeen se paseaba, las manos a la espalda, los hombros erguidos y rígidos.
—No podemos durar mucho, acercándonos tanto. Nos estamos recalentando, el chorro se
cierra sobre nosotros...
—Con eso no ganaremos nada. Quiero estar en movimiento, preparado para largarme de
aquí en cuanto...
—¿Por qué?
—¡Maldición! Para guiar esta nave debo saber...
Quath lo había detectado antes que los humanos, pero pronto Toby notó un cosquilleo de
cargas electroestáticas en el cuero cabelludo, un zumbido debajo de las botas.
Habéis penetrado en mis regiones profundas. Estáis en el borde del chorro. Ha llegado el
momento de que nos despidamos.
Killeen frunció el ceño.
—¿Qué? Tú nos trajiste aquí, no puedes...
Siento cómo el rodar y la tensión del disco aumentan a mis pies. Envía penachos de voraz
materia hacia arriba, hacia las profundidades de mis líneas de campo. Debo combatir estas
erosiones. Tengo poco tiempo para vosotros.
—Dijiste que estabas anclado a esa materia. Toda esa chachara sobre tu inmortalidad...
La inmortalidad es una finalidad, no es un hecho. La fricción de la materia puede borrar aun
a quienes son como yo. Estoy condenado a luchar, igual que vosotros, aunque en un tiempo y
a una escala que no podéis comprender. Soy mucho más vasto y no compartimos sino esta
propiedad vil.
—Conque nos abandonas. Justo cuando...
Tengo unas últimas palabras para vosotros; luego retiraré de vuestra región mi provisión de
formas ondulatorias complejas. Al retirarme a otras partes de mí mismo, a la urdimbre de
campos que está por encima del disco, puedo conservar mi identidad, los recuerdos de mi larga
duración, mi esencia.
—Maldita sea, necesitaremos ayuda para sobrevivir durante la próxima hora, por no
mencionar...
Envío un mapa, rudimentario y limitado, pero suficiente para vosotros. En este momento
estoy alojado en las líneas de campo que se dirigen hacia el disco. Estáis navegando por uno
de mis flancos. Os separaréis de mí dentro de un instante, en el lugar indicado.
—Demonios, no puedes... —gritó Killeen.
Los seres pequeños como vosotros deben recordar quiénes son.
—Lo recordaré muy bien, gracias —dijo Killeen con sorna.
Toby nunca había visto a su padre esforzándose tanto para dominar su temperamento,
apretando los dientes y entornando los ojos.
Toby abrió la boca para decir algo, pero en aquel momento una figura apareció en todas las
pantallas. Era de color y tridimensional, una maraña de líneas y puntos móviles con profusión
de amarillos, verdes y rojos.
Complejidad, confusión. Toby sintió fascinación y rechazo al mismo tiempo. Había niveles de
sentido y movimiento que no atinaba a comprender.
Entonces, como si la Mente Magnética supiera cuan engorrosa les resultaba aquella imagen,
la figura se simplificó, se acható, se volvió bidimensional. Una geometría comprensible. La
claridad de las matemáticas adaptadas a una mente humana.
Toby vio que una franja larga y gruesa era una visión lateral de la mitad del disco, y que su
airado movimiento estaba representado por un sombreado. Unas líneas finas confluían en el
disco, desde arriba y desde abajo, donde se formaba el chorro. Eran las líneas magnéticas de
la Mente, parte de su enorme estructura, que se extendía más allá del disco, hacia los abismos
interestelares. Pero aquellos pies magnéticos hundidos en el disco eran importantes, pues allí
la Mente se alimentaba de las furiosas energías liberadas en el disco. Toby pensó, sin saber
por qué, que aun esas líneas, mucho más grandes que sistemas solares, eran para la Mente
tan insignificantes como para él el vello de sus piernas.
Y a lo largo de la línea magnética más interior había una línea discontinua que se
prolongaba mientras él observaba: la trayectoria del Argo.
Luego el trazo discontinuo progresó con rapidez, pasó del naranja al azul, y dejó la línea de
campo. Se arqueó hacia dentro, y la figura se amplió para mostrar el borde interior del disco,
que iba disminuyendo hasta acabar en un punto. Más allá de eso, aún más adentro, Toby
esperaba ver la fulgurante esfera blanca que mostraban las pantallas.
Pero el intenso resplandor aparecía representado en la figura como un chisporroteo
insustancial. Al parecer la Mente Magnética no consideraba importantes aquellas abrasadoras
energías. La raya discontinua atravesaba el resplandor con creciente rapidez. Luego se
arqueaba hacia arriba. En el centro de la esfera blanca había algo muy oscuro, aunque
parpadeaba con pequeñas descargas.
Os separáis de mí. Me retiro. Ahora envío detalles de vuestra trayectoria a seguir.
—¡Espera! —exclamó Killeen con miedo en los ojos—. ¿Por qué? ¿Adonde vamos?
La estrella que ha muerto en el borde extremo se zambulle ahora en el disco, despedazada,
atravesándolo en un remolino de macizos terrones que me distorsionan y deforman. Esto sufro,
y por vosotros. Semejante torsión crea las condiciones que la criatura Abraham parece desear,
y predijo. Iréis a él. Moveos deprisa, pues se aproxima un momento cúspide.
—¿Qué? —gritó Killeen, moviendo los puños—. ¿Qué se aproxima?
El momento de la apertura.
9 - LAS AZULINAS
Toby rodeó a Besen con el brazo y la estrechó con fuerza. El Argo gruñía y palpitaba. Las
cubiertas y paredes crujían. Toby sentía unas tremendas sacudidas en las botas. Su Aspecto
Isaac comentó:
¡Qué maravillosas marcas!
—Te refieres a lo que mueve el agua en lagos y lugares parecidos, ¿verdad?
Sí, pero la fuerza proviene de otro cuerpo gravitatorio. Como sucedía con la estrella
condenada que se desgarraba en el borde del gran disco. Ahora el agujero negro tironea del
Argo, con mayor fuerza desde el lado más próximo al agujero que desde el lado externo.
Nosotros lo sentimos como una tensión que intenta despedazar la nave.
—¡Maldición! —Toby le contó esto a Besen, luego preguntó—: ¿El Argo podrá resistir?
Creo que sí. Admito que la tensión es molesta...
—¿Cómo lo sabes?
Puedo generalizar a partir de mi vida pasada. Naturalmente no siento vuestra incomodidad
corporal, pero...
—Ni los placeres, ¿verdad?
Así es. Sólo observo tus datos visuales.
A Toby no le gustaba que Isaac viera ciertas partes de su vida privada, y la cercana calidez
de Besen agudizó esa sensación. Era embarazoso pensar que sus Aspectos habían estado
presentes, en un sentido limitado, en la tibia y aromática intimidad de las sábanas.
No te preocupes por eso. Nuestras opiniones no significan nada.
Esta era Shibo. Una voz más profunda vibrante y matizada que sin advertencia lo arrastró
hacia el mundo interior de ella, hacia la riqueza de su pasado.
Su amada Ciudadela asediada por fuerzas imponderables, sombrías y deformes que
acechaban más allá del descompuesto horizonte. ¿Vendrían por el aire hirviente o cruzarían la
estropeada llanura? ¿Y cuándo? ¿O sus embajadores ya estaban dentro? Enemigos grises del
tamaño de la pupila de un ojo, siempre atentos, transmitiendo microondas, informes a sus
camaradas, versiones maquinales de los acontecimientos que observaban...
Toby se recobró.
—¿En qué sentido?
Los Aspectos son estáticos. Los Aspectos no pueden crecer. Así que sus opiniones no se
alteran. No puedes cambiar su opinión sobre nada.
Toby no sabía si esto era un consuelo. Notó que Shibo no decía que ella no pudiera
cambiar. ¿Las Personalidades eran diferentes? Toby tenía la impresión, por cambios sutiles en
Isaac, Joe y quizá hasta en Zeno, de que Shibo los estaba sometiendo a una especie de
terapia, resolviendo las tempestades psíquicas que arrasaban sus mentes truncadas.
Sus distraídos pensamientos llegaron de pronto a su fin cuando una onda repentina barrió la
cubierta. Él y Besen se estrellaron contra un tabique y rodaron por la cubierta del Puente.
Al levantarse, Toby vio que Killeen se había mantenido en pie estirando las piernas para
resistir las sacudidas. Pero el capitán fruncía el ceño y escrutaba las pantallas. Mostraban una
cegadora granizada de gas caliente y trozos de materia desconocida que los rociaba a
vertiginosa velocidad. Brisas cálidas recorrían el Puente, agitando el cabello de Toby mientras
los ventiladores procuraban detener el recalentamiento externo.
Killeen llamó de nuevo a la Mente Magnética. No recibió respuesta. Los había abandonado.
Los oficiales de la nave estaban anclados en sus literas amortiguadoras, mirando a Killeen,
preguntándose por qué él no se sujetaba. Toby sabía por qué: si admitía la menor debilidad,
perdería su ascendiente sobre aquellos a quienes debía guiar. Así que se paseaba de forma
ostentosa con las manos a la espalda, y cuando otra onda sacudió el Puente no se tambaleó,
ni siquiera aminoró el paso.
Toby buscó a su alrededor literas libres para él y Besen, pero no las había. Si querían ver lo
que sucedía, tendrían que permanecer de pie. Nadie reparaba en ellos, pues de lo contrario se
los habrían llevado. Todos los ojos estaban clavados en las pantallas y en el capitán.
Killeen se volvió lentamente, estudiando a los tripulantes con su mirada impasible. Entonces
vio la cabeza de Quath, un balancín sobre un caparazón, asomando por la entrada del Puente.
El capitán preguntó con angustia.
—¿Qué saben tus hermanos sobre este lugar?
—¿Nunca regresaron?
Vosotros insististeis más de lo razonable.>
—¿Entonces por qué atacabais a los humanos? —intervino Toby—. Pudimos ser aliados
desde un principio.
tan lamentable.>
Toby tragó saliva. Quath no era muy diplomática.
—Esos textos vuestros... —preguntó Killeen—, ¿qué dicen?
—¿Espacio? ¿Y qué me dices del calor? Y de esa materia que viene contra nosotros,
enormes fragmentos...
Vaya consuelo, pensó Toby. Tal vez todos seguían el mismo camino.
—¿Tus hermanas trazaron un mapa de este lugar? —preguntó Killeen con impaciencia.
Eas pantallas se inundaron de colores que formaban imágenes cambiantes cuyo sentido
podía ser comprensible para los miriapodia, pero no para ellos.
El resultado era tridimensional, y estaba moteado de puntos móviles brillantes. Giraba y
brincaba alocadamente. Quath redujo la imagen a dos dimensiones, y Toby pudo ver lo que
sucedía.
—Esa esfera vacía del centro... es el agujero negro, ¿verdad? —preguntó a su Aspecto
Isaac. Oyó una rápida charla cruzada. Las tristes frases de Zeno, cargadas de estática, surgían
de un chip de texto que él llevaba pero que no podía leer por su cuenta.
Lo he consultado con Zeno, quien conviene conmigo en que las miriapodia han
confeccionado un mapa fiable de las geometrías cercanas. La zona abultada y sombreada que
rodea el agujero representa la ergosfera, una zona donde la rotación del agujero negro lo
distorsiona todo, obligando al espacio-tiempo a rotar con el agujero mismo.
—Parece peligroso.
Nadie lo sabe. En tiempos de Zeno se creía que la ergosfera era un lugar donde se requería
casi toda la energía de una nave sólo para no caer en el agujero negro.
Toby miró la figura de las pantallas, el modo en que la rotación del agujero creaba un
remolino en el espacio. Isaac le dijo que lo que giraba a su alrededor no era materia sino el
espacio mismo.
—Pero ¿qué es el espacio-tiempo? Es decir, conozco el espacio, y el tiempo es lo que
marca el reloj, pero...
Quath irrumpió en su mente, transmitiendo directamente.
espacio-tiempo. También nosotras lo dividimos en las ideas simples como distancia y
duración.>
Hasta ese momento Toby no había advertido que Quath podía escuchar sus charlas
susurradas con los Aspectos. Sintió embarazo, luego irritación, y por último descartó tales
sentimientos. No había tiempo para aquello.
—¿Y cómo vamos a salir de aquí?
—¿Eh? —Toby miró la línea discontinua que marcaba su trayectoria. Se elevaba un poco y
luego se zambullía en la media luna de la parte superior.
—¿Esas medias lunas? Están muy cerca de la ergosfera. —Las brumosas medias lunas
flotaban como casquetes sobre los polos del agujero negro, como si lo cubrieran.
Toby miró a su alrededor más aturdido por las ideas que iban y venían que por las
espasmódicas ondas que atravesaban el Argo; más tensiones de marejada retorciendo la nave
con sus manazas.
Luego comprendió que todos en el Puente lo miraban. Parpadeó. Sabiendo que se entendía
bien con Quath, Killeen había dejado que Toby le sonsacara información. Bien, daba resultado.
—¿Y qué hacemos ahora? —Killeen estudió a Quath como si pudiera interpretar la
expresión de aquella cabezota llena de ojos.
—¿Nos sacará del atolladero?
Killeen reflexionó mientras las pantallas fluctuaban alumbrando el Puente con inquietantes y
cambiantes destellos. Había llegado al máximo de su capacidad, y estaba cansado y confundido.
Toby sintió compasión por su padre, atrapado en esa vasta máquina de destrucción,
llevado allí por esperanzas y leyendas, impulsado por el miedo. Soltó a Besen y se acercó a su
padre. Killeen, mirando aquel flujo vibrante, cogió a Toby del brazo.
Se quedaron así un buen rato, mientras las naves miriapodia se aproximaban. Contra el
cielo y la masa hirvientes, Toby comprendió que aquél no era un buen ni un mal lugar, sino
algo mucho peor. Era diferente. Bello y terrorífico, aquel horno hirviente, con su brutal
resplandor, se burlaba del trance de los humanos.
Eas relucientes naves de las miriapodia sostenían el enorme aro cósmico con un apretón
magnético y éste fulguraba con un brillo intenso. Isaac le explicó que el aro recogía energía a
medida que descendía hacia el agujero negro. Atravesaba los campos magnéticos anclados en
el agujero y de ellos extraía fuertes impulsos eléctricos que convertían el aro en una inmensa
señal luminosa.
—¿Es lo mismo que dijo la Mente Magnética? —susurró Killeen, los ojos clavados en las
pantallas. El Puente callaba en el aire caldeado.
Toby frunció el ceño.
—¿Mec? ¿Qué hay aquí que se deba a los mecs?
—¿Y? Forma parte de las extrañas condiciones de este lugar...
Killeen y Toby miraron a Quath con incredulidad. La alienígena continuó.
vastos.>
—Pero... las Azulinas. Cuesta creerlo —dijo Killeen—. Esas cosas son enormes.
El Círculo Cósmico se había adelantado al Argo. En la pantalla principal se veía una enorme
lámina: las Azulinas. Era como un mar encrespado y gris: olas de negrura y valles de blancura
cuyos diseños cambiantes llegaban hasta donde alcanzaba la vista.
En el blanco y brillante resplandor de llamaradas amarillas y rojas, la perturbadora opacidad
de las Azulinas llenaba a Toby de espanto. Sentía un vacío en el estómago. Sólo Besen lo
sostenía, apoyada a un lado suyo mientras Toby rodeaba a su padre con el otro brazo. Allí
nada podían hacer los simples humanos.
El aro se zambulló en la extensión gris y ondulante. La cortó como un cuchillo, hendió la
superficie cenicienta y se internó en ella.
Los bordes de esa superficie crepuscular se apartaron. Se retrajeron en torno al Círculo
Cósmico, retrocediendo.
Pero el aro pagó un precio. Su borde delantero se arrugó. La resistencia del remolino lo
mellaba y deformaba.
Toby no podía imaginar las colosales energías que operaban allí. El filo del Círculo Cósmico
tenía sólo un átomo de anchura, según su Aspecto Isaac, pero su cerrada curvatura hendía los
grises y tormentosos borbotones. Perforó la turbulencia, dejando una estela de luz chispeante.
—¿Qué hacemos? —preguntó Killeen en voz baja.
Quath envió un coro de sonidos ondulantes por el sistema sensorial que enlazaba a los
humanos, como una larga y plañidera nota de complicidad.
Killeen le hizo una seña a Jocelyn, que lo miraba asustada. Ella guió la nave hacia abajo,
internándola en la flamígera luminosidad hacia la cambiante lámina gris. Mientras el gris se hinchaba
como una impasible muralla de piedra líquida, pasó un buen rato.
Se precipitaron en la oscura brecha abierta por el aro. En los flancos se formaban picos y
valles que se disolvían como montañas de ceniza de huesos quemados.
Las orlas de materia rozaban el Argo y provocaban convulsiones de vértigo. Toby se sentía
como si lo agarraran por los tobillos y lo sacudieran cabeza abajo, agitándole el cabello en el
aire. En el Puente los oficiales vomitaban. Otros aullaban de espanto y náusea. La estructura
de la nave protestaba renqueando y crujiendo.
Pero el largo pasaje permanecía abierto. Una vez cortado, se retraía para formar nuevas
zonas de espacio-tiempo deformado. El Argo volaba en pos del reluciente y distorsionado aro.
Tardaron mucho en atravesar el grosor del fantasmagórico espacio de la Azulina cortada.
Besen vomitó y jadeó. Pero Toby se aferraba a su padre, no para sostenerlo, sino para saber
que estaba allí.
Y de pronto quedaron libres. El aro cayó, roto. Las naves de las miriapodia lo siguieron,
intentando asir el destrozado Círculo Cósmico, regresando hacia los polos del sistema rotativo.
Killeen recuperó la voz.
—Jocelyn, trata... de seguirlas.
—¿Qué? —preguntó Killeen, desconcertado.
—Mira... la Familia Bishop siempre ha dicho que el Centro Verdadero era nuestro objetivo,
sin que nadie supiera por qué. Se trata de una tradición. Creemos en ella. Pero esto...
Toby notó que su padre llegaba al límite de su aguante, se sentía abrumado por la
enormidad de aquel lugar. Pero de pronto recuperó la firmeza en el semblante y el brillo en los
ojos.
—¿Hacia el agujero negro? Mira, hemos seguido tus directrices. Y también las de esa Mente
Magnética. Y hemos llegado hasta donde era posible llegar. Si algo nos aguardaba aquí, ya se
ha ido. Ha sido devorado, incinerado.
—No lo creo —replicó Killeen.
Toby miró hacia adelante. La ergosfera era una gorda cintura que rotaba en el diagrama,
pero más adelante surgía algo que escupía luz como un colérico sol poniente. Sin embargo, se
extendía en una gran lámina curva. Se arqueaba perdiéndose en la distancia; y Toby se hizo
cargo por fin del tamaño del demoníaco agujero negro que era la causa última y oculta de toda
la violencia cósmica que acababa de presenciar. Una mandíbula perversa. La razón por la cual
el Centro Galáctico era un encrespado y ardiente pozo de muerte y perdición.
A través del brillo cegador vio la pátina extensa donde el agujero regía incluso la urdimbre
del universo, aferrando el espacio-tiempo hasta someterlo a la voluntad inflexible de la gravedad.
Durante diez millones de años se había alimentado de la galaxia. Millones de estrellas
habían caído en sus fauces. Y las civilizaciones que dependían de esos soles habían tenido
que huir o perecer.
Se preguntó qué planetas habría albergado aquel sol y si habían dado origen a moléculas
orgánicas capaces de enlazarse y copiarse; si en sus perdidas costas había alentado la
inteligencia, habían vivido criaturas capaces de entrever su destino, una presencia hirviente y
creciente en el cielo. Tal vez sabían que en el centro de esa inmensa tragedia reinaba un vacío
absoluto que no pestañeaba.
—¿La ergosfera? —susurró Toby.
apropiadas para nuestra entrada.>
—¿Por qué? —preguntó Killeen con voz trémula.
miriapodia, se puede atravesar el portal de la ergosfera.>
—¿Por qué?
espacio-tiempo, bañada por las ondas. La caída de materia obliga a la bestia a readaptarse, a
urdir marañas de causalidad. Cuando el peso de una estrella llueve sobre la bestia, las
salpicaduras resultantes abren oportunidades en el espacio-tiempo.>
—¿Para qué?
trizas. El Comilón es tan grande que sus bordes externos están lejos de la singularidad
central. Esto vuelve más tolerable sus mareas. Una nave que se deslice en forma tangencial
por la ergosfera puede encontrar nuevos caminos, trayectos y pasajes.>
—¿Hacia dónde?
vez que atravesemos el portal.>
—Es una apuesta. Si esperamos...
Toby estudió a Killeen. El resplandor que rodeaba el Argo marcaba profundos surcos en el
rostro que tan bien conocía. Cuando vio que aquella ancha boca se endurecía, Toby supo qué
harían.
FOTÓVOROS
Flores ardientes se elevan desde el disco. Florecen, escupiendo semillas de plasma
alrededor del lento y circular hervor.
Surgen de él lenguas brillantes. Enjambres de positrones que, punzantes, aniquilan cuanto
tocan. Se disuelven al chocar contra la plomiza materia entrante. La antimateria se derrama,
ondula, muere. Un borbotón de rayos gamma, pureza purificadora.
Su pira funeraria es una impetuosa muralla de fotones. Intensa, implacable, empuja hacia
atrás la materia que quiere caer en el abrazo del pozo de gravedad.
Tensiones electromagnéticas tironean de la superficie de la expansiva burbuja de presión.
Grandes gusanos se retuercen. Oscuros rectángulos de materia turbulenta titubean sobre la refriega.
La caída se detiene.
Pero éste es el alimento del Comilón, la materia prima del disco y de la furia consiguiente. El
disco comienza a padecer hambre, cosa que no sucede inmediatamente, pues la luz tarda
horas en cruzar los huracanados bosques de colérica y aplastante gravedad.
Transcurren momentos de inercia. El disco decrece. Su luz —que ahora retiene una bullente
capa de masa ansiosa e ionizada— se agota.
Al menguar la presión de los fotones, la materia reanuda su caída fatal. De nuevo
descienden espirales de masa negra. El disco acepta el tributo. Flores de fuego despedazan
grumos, reducen las moléculas a átomos, los átomos a meras cargas.
Presión y relajamiento, presión y relajamiento. Estructuración perpetua. Fuente de vida.
Por encima del disco, a salvo de la mordedura, cuelgan motas. Láminas, planos. Multitudes
incontables. Ondeando con los vientos electromagnéticos. Sosteniéndose.
Los fotóvoros pacen como un rebaño.
Se aproximan al convulsivo vendaval de electrones y fotones que expulsa el iracundo disco
del Comilón. Se extienden en inmensas y lustrosas alas de granizo blanco, inflándose bajo el
impulso del viento de partículas. Trazando vectores.
Aplican torsiones magnéticas en una suma dinámica y compleja. Girando, libran una batalla
constante para escabullirse del tirón gravitatorio del Comilón.
Pero deben usar estas fuerzas dominantes en su perpetua danza. Esto está ordenado.
Algunos rebaños no logran transitar el complejo equilibrio de vientos externos contra el
arrastre interno y seductor. Láminas enteras se desgajan.
Algunas son arrojadas contra las masas de nubes moleculares, que pronto hervirán. Otras
siguen una trayectoria descendente. Mucho antes de chocar contra el brillante disco, sufren el
martillazo del duro resplandor. Estallan en diminutos puntos de luz moribunda.
Pero no ahora. Se aproxima una fuerza mayor.
Lentes oscuras giran para observar un intruso. Operando desde las alturas del eje del
Comilón, los sensores sólo ven losas de cerámica y amortiguadores de alto impacto, con
escudos inteligentes que los protegen del torrente. Circuitos en delgados sustratos de la
anchura de un átomo, conjunciones frías como el helio. Allí todos son vulnerables a la
mordedura de los rayos gamma y los núcleos duros. Aun los exaltados usan armadura.
Pero los fotóvoros sólo ven una presencia que deben honrar. Los vastos rebaños se
separan. Láminas de marfil se repliegan revelando planos aún más profundos: buscadores de
luz amarilla.
Estos viven para bañarse en fotones y excretar haces de microondas. Con sus mentes
simples, como los gusanos tubulares de antiguos océanos, son tripas electromagnéticas de la
cabeza a la cola. Conductos pasivos.
Perciben que esta presencia descendente es la causa de su ser. Los rebaños se apartan,
reverentes.
Un trémulo coro de saludos. La masa deslizante los ignora. Sus siseantes microondas
ondulan. Confusión momentánea. Luego llegan nuevas órdenes. Se concentran en la presencia
que pasa. El visitante necesita más energía. Se la suministran.
Al acelerar aplasta a algunos miembros del rebaño con su caparazón. Ni siquiera repara en
los estratos y multitudes que retroceden, en los gigahertzios de sus voces unidas en alegre
coro. Son plancton. La presencia ingiere la ofrenda con indiferencia. En todo caso, una
discusión más seria le preocupa.
Nuestro/vuestro engaño dio resultado.
Pero no me/nos gusta que se aproxime a
la Cuña.
La estrella que cae azota el disco. Tal vez aquí mueran pronto.
Pueden aprovecharla turbulencia.
Yo/tú hemos tratado de comprender su modo de pensar. Deliberemos a su modo, con una
doble valoración. Puede servirnos para predecir sus movimientos.
¿De este modo? ¿Yo soy sólo yo?
Y también yo soy un yo solitario. ¿Ves qué sencillo?
Limitado. Torpe.
No obstante, así viven.
Lo acepto como un experimento.¡El
concepto «yo» es tan restrictivo! Aun
así... infórmame.
Nuestra intrusión directa en su nave funcionó como planeábamos. Consultamos sus
sistemas con el rayo de descargas eléctrica.
¿Los sistemas de esa nave nos son
fieles?
No. No pueden sernos fieles sin autodestruirse.
¿No podemos dominar esas
mentes?
Provienen de una época en que los primates sabían cómo protegerse de nosotros.
¿Han averiguado los secretos que
buscamos?
No del todo. Saben que el patrimonio de los humanos está encastrado en materia dura.
Improbable, a primera vista.
Pero, al parecer, cierto.
¿Quién utilizaría un método tan
primitivo?
Los primates estaban en decadencia cuando legaron esta documentación, no lo olvides.
Nosotros podíamos subvertir cualquier conjunto eléctrico de datos.
¿Entonces se encuentra en su nave?
Eso parece, en su totalidad. Envuelto de algún modo en materia. Los Legados, los llaman.
Pero no está claro qué los contiene.
Esto aclara las cosas. Debemos
fulminar la nave.
No toda la información que necesitamos se encuentra allí.
¿Dónde está el resto?
Lo ignoramos.
¿Será por eso que hablan con el
phylum magnético?
¿Para guardar en él sus secretos? Eso dificultaría nuestra tarea.
Tú podrías imponer obediencia a ese
phylum.
Pero ello implicaría desplazar masa suficiente para interrumpir masivamente sus líneas
magnéticas. Los factores energéticos son abrumadores.
Esperemos que no sea necesario.
Tal vez convenga sondear más, a pesar de la peligrosa torsión de la discontinuidad-aro de
los cuasimecánicos.
Con las mismas energías dirigidas
hacia el corazón de su nave, ahora
serían vapor.
Reflexiona. Las descargas eléctricas que diseñamos infestaron sus inteligencias más
internas. Sus electromentes —de alcance limitado pero útiles— ahora nos escuchan.
¿Pueden localizar esos Legados?
Ya han dado con algunos.
¡Excelente! ¿Qué son?
Una guía para hallar su propia herencia genética.
¿Un mapa del genoma?
Aparentemente.
Eso no representa peligro alguno
para nosotros.
Aparentemente.
Pareces dudarlo.
Hay extraños rastros de datos incorporados al código. Inútiles, al parecer.
Errores, probablemente.
Ojalá pudiéramos estar seguros.
Debemos resignarnos a tales
incertidumbres. Está en núestra y
vuestra naturaleza tolerarlas.
La ausencia de pruebas no es prueba de su ausencia.
No hay indicios claros de que algún
primate haya llegado a la Cuña en
mucho tiempo.
Sin duda algunos han logrado hacerlo.
A muchos de nosotros nos disgusta
hablar de la Cuña.
¿Ahora quién se siente incómodo con la ambigüedad?
Todos nosotros tomamos la decisión
de atacar la Cuña hace tiempo.
No, la decisión fue principalmente tuya.
¡No lo simplifiques! Sabía que esta
división en dos personalidades sería
ultrajante para mí. ¿Lo ves? Conduce
a culpar al otro yo. Debes admitir que
la idea de desintegrar la Cuña con un
aro de discontinuidad fue buena.
Pero la Cuña se tragó los aros.
No es preciso hacer hincapié en los
recuerdos. La Cuña se doblegará con
el tiempo.
Exacto, aunque no del modo en que dices. La Cuña está en el tiempo, y por eso no
podemos alcanzarla.
Nuestra ciencia finalmente la dominará.
Hemos vencido todo cuanto se
atrevió a internarse aquí. ¿Qué importa
si entran en la Cuña?
Hemos desplegado un punto de retransmisión. Acechará en el borde de la Cuña, recogiendo
señales de su nave y enviándonoslas.
Esto requiere mucha energía de la
nave retransmisora. Sólo la Cuña
puede permanecer suspendida contra
el deslizamiento del espacio.
Es verdad. Pero el esfuerzo valdrá la pena.
Ya hemos probado tales métodos... y
sufrido grandes pérdidas.
Esta vez es mucho más importante.
¡Concéntrate en los primates! Ellos son
el pasado. Eliminémoslos.
Hay en ellos algo de futuro.
Ignora esas cavilaciones. Tienes una
misión. Cúmplela.
Debemos averiguar la índole de la amenaza. De lo contrario no sabremos con certeza si
podemos eliminarla.
Claro que podemos.
La ignorancia no es una estrategia aconsejable.
No me gusta tu tono, Estético.
Pues entonces me has comprendido.
TERCERA PARTE - EL POZO DE TIEMPO
1 - REALIDAD PROFUNDA
Se lanzaron hacia el límite de le ergosfera. Parecía una piel ampollada, curtida y trémula de
perpetua rabia.
El Argo aceleraba en la gravedad creciente y la perspectiva de Toby cambió. Ahora la
ergosfera era como un mar turbulento, entrecruzado de olas y arrugas. Grandes olas entrechocaban
y salpicaban, agitadas por un vendaval frenético e invisible.
—Aguantad —dijo Killeen.
Toby estaba atado a una litera del puente. La gravedad cambiaba a su alrededor, tirándole
de las ropas, bailoteando en sus oídos, confundiendo su sistema sensorial de tal modo que
hasta la visión se le nublaba. El Aspecto Zeno explicó con su voz cascada:
Estas fuerzas... errantes... fueron registradas por... expediciones humanas... que las
describieron como «un tigre enfurecido zarandeando un ratón».
—¿Qué es un tigre? —Toby había visto ratones campestres, había tendido trampas a los
roedores de dientes afilados que devoraban el grano en Ciudadela Bishop. Zeno envió la
borrosa imagen de una criatura que miraba con serena y amenazadora ferocidad. Inundando
de colores su sistema sensorial, le provocó un escozor de alarma, hasta que Zeno dijo:
Esta criatura... según los datos... no es mayor que tu mano.
—Qué alivio. —Se imaginó atrapado y zamarreado por un gato. Podía aguantar las
sacudidas y zarándeos que le revolvían estómago, pero a veces la turbulencia se parecía más
a unos dedos susurrantes recorriendo su piel, inquietantes y espectrales.
Los oficiales del Puente estaban en literas, pero el capitán se paseaba inflexible por la
cubierta, luchando contra los tirones de una gravedad antojadiza e implacable. Nadie se atrevía
a interrumpir los pensamientos de Killeen mientras se paseaba con andar pesado, las manos a
la espalda, el ceño fruncido.
Toby notaba que su padre se preparaba para afrontar lo que parecía un desastre seguro.
Acometer lo desconocido era una cosa, las Familias estaban acostumbradas a ello, pero
lanzarse contra el rostro de una negrura viviente...
Killeen le hizo una seña a Jocelyn.
—Ahora.
Una sensación de deslizamiento. Toby tragó saliva. Un tirón desgarrador. Todos en el
Puente contuvieron el aliento.
Se lanzaron hacia la piel ondulante de la ergosfera. Ráfagas de la negrura del carbón
azotaban la superficie. Un fulgor rojo de luz curvada y estrujada por la gravedad alumbraba
valles y crestas.
—¡Allá vamos! —jadeó Jocelyn.
Y se sumergieron en las olas.
Entraron.
Penetraron.
Toby pestañeó. Ningún choque, ninguna colisión. Un limpio descenso en...
Balas llameantes. Flotaban entre una lluvia de luz.
El interior de la ergosfera era una noche plomiza salpicada de cegadores estrías luminosas.
Brillantes perdigones golpeaban contra ellos como una ducha intensa, roja y violácea, y de un
extraño verde cálido.
—¿Qué lugar es éste? —susurró Toby.
—¿Te refieres al agujero negro?
modo que se distorsiona.> Quath apoyó la explicación con oscilaciones de los pedúnculos
oculares.
—¿Qué se distorsiona?
—Bien, yo puedo ver casi todas la franjas del espectro...
ser capaz de ver la gravedad misma como algo vital, elástico.>
—¿Por qué somos tan ineptos?
El aguacero de luz arreció; la pantalla bañaba el rostro de todos los presentes con colores
fugaces y chispeantes. Nadie se movía. El Argo se sacudía y crujía con tensiones invisibles.
Por su estómago revuelto, Toby supo que la gravedad estaba cambiando sin cesar, como una
bestia al acecho.
máquinas, de nuestros relojes.>
Toby esbozó una mueca.
—El tiempo es sólo lo que marcan los relojes, madre de gusanos. No exageres.
lo domina. Aquí, en el pozo de tiempo, la pugna se intensifica.>
Toby sacudió la cabeza, sintiéndose flojo.
—Es demasiado para mí.
En el Puente reinaba un silencio reverente. El grueso de la tripulación se apiñaba en el
centro de la nave, para protegerse contra la lluvia de partículas que ni siquiera los campos
magnéticos del Argo podían desviar eficazmente. Toby y el resto de los que estaban en el
Puente habían ingerido un brebaje; preparado por un Aspecto de Jocelyn, servía para curar las
lesiones que la radiación causara a sus células. Era una bebida lechosa que sabía a orina con
cenizas, pero Jocelyn decía que contenía criaturas diminutas capaces de reparar moléculas
destruidas y de unir estructuras rotas, a modo de costureras en miniatura.
En ese momento a Toby le parecía que todos los daños los padecía su estómago, que
temblaba y se contraía con el vaivén de la gravedad culebreando como un cable suelto. Se
quedó en la litera, respirando por la boca, sin fijarse en la saliva que le caía de los labios, hasta
que un repentino cambio de gravedad le hizo girar en el aire y se mojó el ojo derecho.
—¡Puaj!
—¿Te encuentras bien, hijo? —preguntó Killeen.
—Sí, me he mojado un poco, eso es todo.
Killeen le sonrió.
—Aguanta. Es probable que empeore.
De pronto creció en su interior una presencia callada y pétrea. La Personalidad Shibo le
acariciaba los sentidos con sedosos dedos tranquilizadores. Ella no habló, y él no la había
convocado, pero su esencia impregnaba el aire, teñía su visión, enviaba exquisitas tracerías de
recuerdos que se desprendían como láminas de la marmórea superficie de su mente. Filigranas
de días pasados, días interminables de calma soleada y pérgolas frondosas y húmedas en las
que había jugado de niña; alegres risas infantiles repiqueteando en el claro de un bosque;
comidas picantes para relamerse, compartidas con amigos ya desaparecidos...
Toby, turbado, apartó de sí aquellas influencias, y su angustia afloró a pesar de los callados
esfuerzos de Shibo.
—Papá, ¿adonde vamos?
Un gesto triste.
—No lo sé.
—Pero... —Sí, pensó Toby, pero...
Ambos sabían cuan peligroso era aquello, todos lo sabían, pero seguían volando hacia el
centro de lo desconocido: un abismo sin esperanza visible. Y por motivos que ninguno de ellos,
ni siquiera el capitán, podía expresar con palabras.
Algo titiló en las pantallas.
—Se aproxima una nave —dijo Jocelyn tensa.
—¿Aquí? —susurró Cermo—. ¿Una nave en este lugar?
Se escuchó un jadeo de sorpresa, tal vez de esperanza.
—Vector entrante —dijo Killeen—. ¿Nuestros diagnósticos funcionan?
—Algunos sí —respondió Jocelyn, moviendo los dedos sobre el tablero de control. Los
ordenadores del Argo obedecían órdenes habladas y táctiles y parecían combinar ambas para
anticiparse a los deseos de su inexperta tripulación.
—¿A qué distancia está? —preguntó Killeen.
—No puedo decírselo. —Jocelyn frunció el ceño—. El tablero indica que es imposible medir
la distancia debido a la refracción.
—¿Refracción? —preguntó Toby. Todos lo ignoraron, pero su Aspecto Isaac le explicó:
En el espacio-tiempo curvo, la luz se distorsiona. No puede propagarse en línea recta.
Ninguna medición de distancia es fiable. Ni las mediciones de tiempo.
—Esa cosa se acerca —dijo Cermo—. Se agranda.
Eso también puede ser una ilusión, causada por la curvatura de la luz. Aquí nada es lo que
parece, según dice la teoría.
—¿Qué diseño tiene? —preguntó Killeen.
—No es fácil distinguirlo —respondió Jocelyn, frunciendo el ceño—. La imagen sigue
saltando.
—Tiene protuberancias —dijo Cermo.
—No es como las de las miriapodia —dijo Killeen.
—¿Y esas cúpulas? —Jocelyn sintonizó mejor los sensores—. ¿Veis las protuberancias en
el perfil?
—Humm. Es posible. Los mecs tienen protuberancias así.
—¡Demonios! —Jocelyn apretó los dientes—. Quiere acercarse más. Si es mec, estaremos
desprotegidos.
Killeen miró a Quath, sobresaltado. Toby había olvidado que el Puente estaba sintonizado
para recibir las transmisiones de Quath. Ya no podía entablar una cómoda conversación con la
alienígena en privado. Tal pensamiento lo entristeció.
—La nave Argo es antigua —dijo Killeen—. La última de su especie, tal vez. Aquí no
encontraríamos nada parecido.
—¿Hay humanos aquí? —preguntó Cermo—. Ojalá sea así.
—Su función cromática es desigual —dijo Jocelyn. No especulaba sino que mantenía los
ojos clavados en la fluida dinámica del tablero.
Killeen dejó de caminar y se acercó a Jocelyn, luchando contra las sacudidas de la
cambiante gravedad. En el tablero aparecía un desconcertante despliegue de números,
gráficos, diagramas. Toby podía entenderlos con algo de ayuda —era como las lecciones de
matemáticas de Isaac— pero Killeen se impacientaba con tantos detalles.
—¿Qué significa eso?
—Cuando los instrumentos examinan la imagen, aunque ésta sea un poco difusa, pueden
decir si es de un color uniforme. Esa nave tiene manchas.
—¿Y bien?
Killeen pasó una mano sobre las pantallas, como si pudiera palpar su significado. Toby ya
conocía aquel desconcierto impaciente en el rostro de su padre. Después de tantos años
confiando en su propio juicio, desconfiaba de los instrumentos abstractos, por muy avanzados
que éstos fueran. Toby lo comprendía, él también se sentía incómodo al usar aparatos que no
entendía.
—Tal vez esté averiada o haya sufrido impactos. Incluso tiene boquetes.
—Entonces es probable que sea una nave de guerra —dijo Jocelyn.
En la pantalla nadaba una forma azulada, cabeceando trémula en la incesante lluvia de
gotas de luz. Las memorias de la nave no reconocían su identidad y la palabra
DESCONOCIDO parpadeaba en las pantallas. Toby observó el vaivén de la nave plateada, y
Quath dijo:
—¿Qué?
—¿Cómo es posible?
espacio-tiempo es tanto una distorsión de la distancia como un encogimiento del tiempo.>
Toby tragó saliva, y no sólo por la nueva sacudida de la litera. Aun sin comprender del todo
lo que decía Quath, Killeen tomó una decisión, y asestó un puñetazo en el tablero.
—No podemos correr el riesgo tratándose de una nave de guerra, tal vez mec.
Preparémonos para abrir fuego.
—Preparada —respondió Jocelyn.
—¡Espera! —intervino Toby—. Has oído a Quath. Dice que aquí todo es engañoso. Esa
nave podría pertenecer a otro tiempo, y además no nos está siguiendo.
—¿Qué importa a qué tiempo pertenezca? —saltó Killeen—. Una mec es una mec.
—Papá, espera un poco. Mi Aspecto Isaac y Quath dicen que aquí todo es descabellado.
Creo que mientras no entendamos...
Killeen miró a su hijo y le hizo una seña a Jocelyn.
—Permanece alerta, con las armas listas.
—Armas listas, capitán.
—¡Papá!
Killeen miró la cabeza y los zarcillos de la alienígena, que se mecían en un esfuerzo por
compensar las mareas de gravedad que barrían el Puente como un viento de presión.
—¿Estás segura?
—¿Cuántas?
—¿Mecs?
y ondulante, que Toby no supo cómo interpretar. ¿La «era de los mecánicos» no era el
presente, su propio tiempo?
Killeen pareció entenderlo, sin embargo, y cabeceó asintiendo.
—De acuerdo. ¿Puedes pasar tu información a nuestras pantallas?
La nave parpadeaba en las pantallas con un resplandor vibrante y cálido. Por un momento la
imagen cobró nitidez: un casco maltrecho, antaño plateado, ahora abollado y manchado;
protuberancias que podían ser cúpulas, pero rayadas y mugrientas.
—Nuestros programas de reconocimiento de patrones indican que es una vieja construcción
humana —dijo Jocelyn.
Killeen se frotó la barbilla.
—Humm, podría ser.
—¡Lo es! —exclamó Toby. El corte y los ángulos le recordaban algo. Antes de que pudiera
decir más, la imagen perdió nitidez. Siguió un largo silencio. Los oficiales del Puente miraban
abiertamente a su capitán. Disparar contra una nave humana sería un pecado imperdonable,
pero morir abrasado por un rayo mec...
—No es mec, al menos —concedió Killeen, cancelando la alerta.
La tensión se relajó en el Puente. Los oficiales murmuraban. Killeen reanudó su paseo. Toby
miraba todavía las pantallas cuando la imagen de la nave comenzó a reducirse.
Jocelyn soltó una exclamación mientras manipulaba los instrumentos. Pero la imagen se
desvaneció como una flor hundiéndose en un estanque oscuro.
—Ha desaparecido. —Killeen parecía aliviado—. Tal vez estuviéramos viendo un espejismo.
En la pantalla principal aparecieron dos relojes. Toby había aprendido a leer un reloj digital
en el Argo, así que se asustó al ver que uno, el azul, funcionaba al ritmo que él conocía,
mientras que en el otro, un reloj rojo, los números pasaban tan rápido que resultaban ilegibles.
Toby miró los números que giraban, negándose a creer que representaran realidad alguna.
—¿Quieres decir que fuera el tiempo transcurre más rápido?
—¿Y qué lo acelera allí fuera?
Toby no comprendía cómo esto era posible.
—¿Qué sucederá cuando regresemos al exterior?
—¿Curvatura? —intervino Killeen.
—Resultaría difícil encontrar algo.
—¿Por eso lo llamas un pozo de tiempo?
El Aspecto Isaac añadió:
El agujero negro traga espacio. La vieja Zeno dice —aunque incluso los datos de memoria
que sobre estos asuntos posee son anteriores a su vida real y corporal— que es como si el
espacio se deslizara por la garganta del agujero a creciente velocidad cuando se acerca al
ángulo más empinado de descenso. En su pendiente resbaladiza, aun la luz procura salvarse.
Pero la ergosfera es un abismo de tiempo, no de espacio. Aquí la duración de un
acontecimiento puede estirarse, comprimirse, deformarse, mientras el espacio —un espacio
resbaladizo, condenado— juega con él, tuerce la cola del tiempo.
Toby procuró entender todo aquello mientras le subía la acidez del estómago revuelto y las
pantallas parpadeaban. La materia lanzada a toda velocidad y erizada de radiación rociaba la
nave.
Toby pensó con un mareo que tal vez estaban viendo volar por el cielo los escupitajos de
Dios, una broma cósmica.
—¿Cómo encontramos nuestro camino?
La gravedad puede curvar y desplazar una secuencia dada de acontecimientos. Vivir en un
lugar como éste es como ser un insecto condenado a arrastrarse por un cinturón colgado en un
armario: un cinturón cuyo extremo hemos vuelto del revés antes de insertarlo en la hebilla. El
insecto puede reptar cuanto desee, siguiendo el bucle, y cubrir ambos lados del cinturón, pues
ahora es como si el cuero tuviera un solo lado, pero nunca puede salir de él. Para el insecto los
acontecimientos se repiten sin cesar, y nunca llega al final de su interminable trayecto.
La voz metálica del Aspecto se recreaba en aquello.
—Hablas de esto como si lo supieras por propia experiencia.
He estudiado estas cosas, pero sólo las conozco por textos antiguos. Y por la antipática
Zeno, un personaje realmente desagradable. Me habla de los experimentos que llevaban a
cabo aquí, incluso de lo que, según dice ella, construyeron.
—¿Aquí? ¿Quién puede construir algo aquí?
Indudablemente se trata de un error de transcripción, o puede que la vieja Zeno chochee y le
falle la memoria. Pero puedo citarte textos más fiables de los Candeleros. A menudo
mezclaban la mitología con la física, una moda de esa gran época. ¡Imaginaos qué lujo! Aun
así, para tu edificación, puedo pronunciar una conferencia completa sobre...
—No, gracias. —Toby se apresuró a devolver al Aspecto a su refugio.
—¿Qué es eso? —preguntó Killeen, señalando la reluciente negrura que apareció en la
pantalla. A Toby le pareció una enorme colmena, oscura y aceitosa y llena de galerías.
Quath envió un gorjeo de alarma.
—¿Por qué? —preguntó Killeen.
entrar en el pozo de tiempo y encontrar la dirección correcta. Sólo se da el caso cuando cae
mucha materia, como la masa ofrecida por esa estrella moribunda que vimos. Esas masas
colosales, al precipitarse, crean turbulencias en la superficie del pozo de tiempo. Entonces
podemos entrar. Sólo en momentos como éste es posible llegar a este lugar.>
Toby trató de comprender cómo.
—¿Es como colarse por una puerta lateral cuando el viento la abre?
El rostro de Killeen se crispó por la incertidumbre.
—¿El momento de la apertura? Pero ¿apertura hacia qué?
La nave tembló y gruñó con nuevas tensiones. Una negrura brillante y aceitosa llenaba todas
las pantallas, inmensa e ineludible.
2 - COLMENA
La estructura reluciente y negra parecía desplegarse nadando en la penumbra acuosa. Toby
comprendió que estaba creciendo. Emergía, como un intrincado buque, de un lago color pizarra.
Parecía deslizarse en el espacio, arrancada de una oscuridad tormentosa, como si aflorase
desde un lugar invisible más profundo. A lo largo de ella se extendían nuevos terraplenes y
llanos con afiladas crestas, recibía en sus superficies los destellos que seguían rodeándolos
por todas partes.
Toby la miró, parpadeó. El tono de Quath no daba a entender que compartiera la sorpresa
que sentía Toby. Los dígitos del tiempo externo ahora volaban.
Killeen continuaba erguido en la cubierta que crujía, equilibrando el peso para contrarrestar
las sacudidas. No apartaba los ojos de la masa que se extendía en las pantallas, con el rostro
tenso.
—¿A cuánta profundidad podemos llegar?
—Humm —dijo Killeen con sorna—. ¿Qué no es posible aquí?
—El consumo de combustible aumenta —comentó Jocelyn. Killeen asintió.
—Ha estado aumentando desde que entramos. ¿Cual es nuestro margen de reserva?
—¿Para poder salir de este lugar?
—En efecto, para salir de la ergosfera. —Pronunció esta palabra con torpeza. Jerga de los
Aspectos, un idioma que él apenas conseguía chapurrear.
El crujido de las tensiones que tironeaban del Argo había distraído a Toby de la visceral
pulsación de los motores. El retumbar se intensificó, haciendo temblar su litera.
Jocelyn trabajó un instante, moviendo los ojos mientras escuchaba su enlace directo con los
sistemas de la nave. Arrugando la frente, comentó:
—Eos instrumentos tratan de calcular cuánto se necesitará para salir de aquí. Estos
números siguen brincando. Nos estamos acercando. Devoramos combustible sólo para
mantenernos en una órbita, al parecer.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Nos quedan unos cincuenta minutos.
Killeen permaneció inconmovible.
—Entiendo.
El Argo se desplazaba sorbiendo plasma con bocas magnéticas, quemándolo en cámaras
de fusión y escupiéndolo por la popa. Pero necesitaba catalizadores para esto, y se estaban
agotando.
A Toby le sorprendió que Quath hiciera esta cruda afirmación con un tono tan neutro. Killeen
también se lo guardaba todo, con los ojos clavados en aquel extraño objeto negro y aceitoso.
—Ese objeto es como una roca que crece. ¿Seguro que no tiene nada que ver con el
horizonte de sucesos?
—¿Cómo estás tan segura?
—¿La materia estelar cayendo en picado en el agujero negro? —preguntó Killeen.
—¿Y por qué nosotros estamos bien? —intervino Toby.
Aunque su enorme masa nos atrae, las fuerzas de marea son menores junto al labio del
Comilón. Acercándonos a un agujero negro más pequeño, habríamos quedado hechos trizas
antes de poder internarnos en él.>
—No quiero acercarme más, no hasta que sepamos lo que sucede o podamos deducir qué
es esa cosa. —Killeen señaló las relucientes infractuosidades de la masa viscosa que se
desplazaba delante de ellos como un lodo cristalino. Los motores sacudían las paredes, pero
en vano; la gran mole se aproximaba.
—Capitán —dijo Jocelyn—, en cualquier caso no creo que tengamos energía suficiente para
realizar ninguna maniobra. Killeen apretó los labios.
—¿Podemos alejarnos de esa cosa?
—Lo dudo. Vamos a toda máquina.
—Quath, ¿qué podemos hacer? —preguntó Killeen suplicante.
garganta del Comilón, lo sabremos. Pero este objeto... es diferente.>
—He... hemos llegado... tan... lejos. —Killeen miró las pantallas con una extraña expresión
que Toby rara vez le había visto en aquellos años: una expresión de incertidumbre—. En la Familia
Bishop siempre hemos sabido que el Comilón era importante. Pero ¿adonde debemos ir?
A Toby se le erizó el vello al oír esas palabras. Era como si dos viejos amigos hablaran del
suicidio.
En cierto modo, Toby agradecía que Killeen vacilara. Comprendió cuánto echaba de menos
al hombre polifacético que había conocido toda su vida, pero que ahora mostraba al mundo un
único rostro pétreo. Pero de pronto el semblante de Killeen adquirió determinación.
—Tiene que ser aquí—murmuró.
Jocelyn miró a Quath con escepticismo y siguió trabajando en medio del silencio que
impregnaba el aire febril. Luego le dijo en voz baja a Killeen:
—El Argo señala una órbita que podemos seguir para llegar a un lugar que llama «perigeo».
Está encima del borde del agujero negro. Pero si nos aproximamos tanto, nunca podremos salir
del... remolino.
—¿Estás segura? —preguntó Killeen cortante.
—Tanto como puedo estarlo en este lugar tan demencial.
El Aspecto Isaac comentó secamente:
El término correcto es «peribáritron». El «perigeo» es un punto de la órbita de la Vieja Tierra.
Sin duda el que programó los ordenadores de esta nave poseía una educación clásica, pero
ponía poco interés en la precisión de los detalles técnicos. Espero que este carácter chapucero
no abarque...
Toby obligó al Aspecto a retirarse. Su chillido de protesta terminó en una suerte de estallido.
—¿Por qué el reloj corre a tanta velocidad? —preguntó Killeen señalándolo. Los números se
sucedían con creciente rapidez.
Quath movió las piernas con inquietud.
—¿Eso? —Killeen señaló la lustrosa forma oscura.
En la estructura, según distinguió Toby, había complejas nervaduras y depresiones, arcos y
largas columnas.
—Es una construcción. No es natural—dijo.
Killeen parpadeó.
—¡En efecto! ¡Lo sabía! Vinimos y... Abraham, la Mente Magnética... todo conduce a esto.
—¿Cómo es posible que algo permanezca aquí? —Toby lo miraba maravillado. Ignoraba
qué había imaginado Killeen en los largos años de su travesía y hasta aquel momento, pues
había cosas que su padre jamás comentaba, pero obviamente no era esto. Una arruga cruzó la
frente de su padre y se desvaneció.
—No importa —dijo Killeen—. Luego habrá tiempo para pensar en ello.
Toby miró las pantallas con aprensión. La lustrosa negrura crecía sin cesar. Era como si
atrajera al Argo con una garra lenta e implacable. Pero la cosa no sólo se acercaba, sino que
parecía hincharse, emerger, como si naciera desde un lugar incognoscible.
Tuvo que ordenar sus ideas, preguntarse qué significaba. Toby cerró los ojos para eliminar
aquella visión perturbadora.
—Papá... esas Azulinas, los lugares que atravesó el Círculo Cósmico... ¿la Mente Magnética
no dijo que los mecs las habían construido?
—En efecto —respondió Killeen—. Son una especie de barrera. Pero esto...
Killeen calló. Toby abrió los ojos mientras la creciente estructura cobraba nitidez,
mostrándoles su verdadera dimensión. Un colmenar de terrazas, depresiones, salientes.
Sucesivas hileras de aberturas hexagonales, telarañas de vigas y cables. ¿O era sólo el modo
en que el ojo humano organizaba una imagen incomprensible, se preguntó Toby, creando
formas que pudiera comprender?
En el Puente todos guardaban silencio. El Argo crujía y tamborileaba sometido a
estiramientos y compresiones aleatorias. Toby se preguntó cuánto tiempo resistiría la nave los
masajes de fuerzas tan potentes.
—Capitán —advirtió Jocelyn—, estamos quemando combustible en gran cantidad.
—Lo sé.
—Sólo nos quedan minutos. A menos...
El rostro de Killeen se cubrió de determinación.
—En los viejos tiempos de la Ciudadela Bishop íbamos de cacería. Encontráramos lo que
encontrásemos, lo llevábamos de vuelta y afirmábamos que aquello era lo que habíamos ido a
buscar.
Giró lentamente. Todos, incluidos Toby y Quath, lo miraron desconcertados.
—Bien podemos hacer lo mismo aquí. —Señaló la colmena bañada en una luz resbalosa y
fluctuante—. Ese es nuestro destino, teniente Jocelyn. Llévanos allí sin dilación.
Un largo silencio. Los rostros tensos evidenciaban que todos sabían que aquélla era la
última apuesta. Arrojarían los dados, los arrojarían ahora y para siempre a aceitosas sombras.
Jocelyn actuó deprisa, sin vacilar. Exigió impulso máximo a los motores, haciendo volar los
dedos sobre los teclados. En su sistema sensorial Toby veía surgir campos magnéticos que se
ensanchaban, una red invisible que apresaba la materia, la arrojaba a las cámaras de reacción
y la expulsaba por detrás. La cubierta vibraba, las junturas suspiraban y chillaban. La aceleración
se sentía como una patada en el trasero. Atravesaban aquel paisaje de ébano.
—¿Hacia dónde exactamente? —preguntó Jocelyn con fría eficiencia. Toby admiró la
compostura con que se volvió hacia Killeen, las cejas enarcadas. Afrontaba el destino con
clase.
Killeen miraba atentamente los detalles de la estructura. Un gemido hendió el aire mientras
el Argo luchaba contra fuerzas tormentosas e invisibles.
—Allí.
Un pequeño punto verde parpadeaba en el extremo de una larga y puntiaguda península.
—Eso no estaba hace un momento —dijo Jocelyn.
—Tal vez alguien ha encendido la luz del porche —comentó Toby.
Recordó que su madre solía hacerlo en Ciudadela Bishop, cuando él salía a jugar con sus
amigos en las suaves noches estivales. Un fulgor amarillento y familiar, protegido contra la detección
mec. Una guía tenue y trémula en la oscuridad. A él le gustaba perseguir pajarillos que
brillaban al batir las alas. Por mucho que se internara en los matorrales, siguiendo sus graznidos
y gorjeos, siempre veía la luz distante del hogar. Nunca pierdas de vista la luz, decía su
madre.
Una luz destinada a ojos humanos, no mecs. Aunque al fin no sirvió de mucho, pensó Toby
con amargura.
El fulgor verde parecía flotar hacia ellos. Debajo se abría una caverna. Killeen indicó a
Jocelyn que se internara en ella.
Se deslizaron suavemente. Se detuvieron entre enormes y negros acantilados.
También allí se repetía el diseño de colmena, a escala cada vez menor. Caprichosas
imágenes de colores centelleaban a lo largo de los flancos de ébano, reflejando las esquirlas
de materia condenada que llovían en la oscuridad de arriba. Era como si aquel lugar estuviera
en el confín de la creación, sólido e inamovible, una tierra nocturna bajo un cielo desasosegado
y moribundo.
De repente la colmena pareció hincharse, fluctuar, y se encontraron dentro de las negras y
aceitosas paredes. Dentro de esa cosa. Sin transición visible.
Jocelyn redujo la potencia. Killeen ordenó que se consumiera la menor cantidad posible de
energía. Esto creó un remanso de bienvenida calma. Todos guardaban silencio. No podían
hacer nada. No podían ir a ninguna otra parte.
Sin embargo, Toby se sobresaltó cuando el oficial de guardia de la cámara de presión
principal presentó el parte con voz ronca. Se dio cuenta de que todos los ocupantes de la nave
estaban crispados.
El oficial de guardia oyó algo. Lo retransmitió por el sistema sensorial general, y el ruido
creció, enorme y vibrante. Parecía como si alguien estuviera llamando a la puerta.
3 - NEGRURA LEJANA
El hombre era un enano arrugado, pero no parecía importarle.
—¿De qué era sois? —preguntó, conduciendo a un grupo de cinco oficiales y a Toby en la
penumbra por un pasillo largo. Una conejera sombría de techos bajos. Las botas vibraban sobre
la dura superficie de cerámica. Nadie respondió, esperando a que Killeen rompiera el
silencio; pero él callaba.
El enano se encogió de hombros.
—Bastante reciente, al parecer.
Toby no había presenciado la primera reunión entre Killeen y aquel sujeto bajo y musculoso,
pero no parecían haber llegado a ningún acuerdo.
—De después de la Calamidad, como ya he dicho —explicó Killeen con calma, aunque
apretaba los labios, tenso.
—Aquí eso no significa nada, amigo. Bien mirado, la vida entera es una gran calamidad.
—Venimos del planeta Nieveclara, y te agradeceré que te guardes tu filosofía.
El enano enarcó las cejas, mirando al capitán.
—Vaya, conque estás hecho todo un crítico, ¿eh?
Killeen hizo una mueca. Toby notó que su padre procuraba adaptarse a una situación
totalmente desconocida. Extraña, aunque con apariencia de normalidad.
—Nuestro mundo fue destruido —dijo Killeen—. Hemos venido aquí guiados por portentos y
mensajes...
—Imagínate... me hice instalar un chip para poder hablar esta jerigonza vuestra. Así que
mira, amigo, apreciaría un poco de «anchura de banda». Cada tío que llega a trompicones
desde un agujero del esti cree que deberíamos conocer toda su historia, hasta los hoyuelos de
su trasero cultural.
—Espero respeto para una delegación de un lugar lejano...
—Ya obtendrás el respeto de los sujetos que están detrás de los escritorios. Yo tengo
trabajo que hacer.
Llegaron al final del pasillo. Más allá se abrían más pasajes.
—No he entendido lo que has dicho antes —dijo Toby—. ¿Qué es este lugar?
El enano lo miró pestañeando.
—Sólo un vulgar portal de entrada. Mejor que la mayoría, diría yo, y...
—Pero ¿un portal hacia dónde?
—Hacia el esti.
—¿Y qué es eso?
—Esti. Es por espacio, ti por tiempo.
Siguieron al enano por un pasillo. A su paso las puertas se abrían y cerraban
automáticamente con un susurro.
—¿Quieres decir que aquí estamos en otra clase de espacio-tiempo?
Para Toby el lugar resultaba abrumadoramente aburrido.
—Los chicos no aprenden mucho últimamente, ¿eh? —dijo el enano mirando a Killeen.
Toby comprendió que el hombrecillo sabía que él era joven, a pesar de que Toby le llevaba
un palmo, y buscaba un modo ácido de decirlo cuando Killeen murmuró:
—Todos agradeceríamos saber qué demonios es este lugar.
—Un fragmento estable de esti complejo. Habitado. Gobernado. Y ahora que lo mencionas,
no he oído ninguna palabra de agradecimiento por sacaros a todos de la Negrura Lejana.
—Os lo agradecemos —dijo Killeen sinceramente—. Nosotros...
—Yo pagarás por todo esto, capitán, así que no derroches sinceridad. En este momento...
—¿Quién fabricó este «esti»? —preguntó Toby de mal humor—. ¿Vosotros? —Miró
dubitativamente al hombre.
—¿Fabricar? —El enano se encogió de hombros—. Siempre estuvo aquí.
—¿Cómo es posible? —preguntó Toby—. Frente al mayor agujero negro de la galaxia...
—Mira, hay cosas que la gente que vive en planetas no comprende. No tiene ningún sentido
preguntar quién fabricó el esti cuando tiene su propia línea temporal, ¿entendéis?
Toby no lo entendía.
—Sólo quiero saber...
—Ya basta. Vamos, peleones, tenemos que filtraros. —El enano los había llevado a una
habitación pequeña—. No tardaremos mucho.
Las paredes eran amarillas y esponjosas. Toby seguía intrigado por los comentarios del
hombrecito. Killeen iba a decir algo cuando el enano salió de un brinco, con una sonrisa burlona.
Una lámina oculta bajó, encerrándolos.
—Nos ha tendido una trampa —exclamó Cernió, alarmado—.¿Y si...?
De pronto el aire pareció comprimirse. Luego, por el contrario, la presión disminuyó,
hinchando los tímpanos. En el cielo raso aparecieron lentes que los ducharon con ráfagas de
luz brillante y frágil. Toby cerró los ojos con fuerza pero los destellos le aguijoneaban la cara y
las manos.
Aquello duró un buen rato. Los Bishop gritaban, amenazando con abrir un boquete en la
pared. Pero Killeen les ordenó que se callaran.
—No veo ninguna amenaza. Calma.
Una presencia zumbona parecía sondearles la piel con manos invisibles. Les inspeccionaron
las armas, el equipo, el atuendo. Toby trató de ver de dónde procedía aquello. Su sistema
sensorial no le facilitaba más que una ruidosa mezcolanza de señales. Estaba mirando un
punto de la pared cuando se abrió en ella un agujero circular que creció rápidamente. Pronto
hubo otra puerta.
Del otro lado estaba el enano, con aire aburrido.
—Estáis aceptablemente limpios. No tenéis esas esporas espías de los mecs que hemos
tenido últimamente. ¿De dónde dijisteis que veníais?
Tropezaron unos con otros en su afán por salir de aquella habitación atestada. Debido a un
largo hábito, los Bishop preferían los espacios abiertos. Killeen dijo con estudiaba indiferencia:
—¿Quién desea saberlo?
—¿Mmm? —Entre otros amaneramientos irritantes, el enano tenía la costumbre de mirar el
vacío, como si consultara a un Aspecto. Un Bishop cortés al menos habría mirado a su interlocutor—.
Oh, creía que ya os lo había dicho. Soy Andro, especialista en impuestos. Me
cercioro de que los visitantes no traigan proffoplagas, siggos o microojos.
—¿Siggos? —preguntó Toby.
—Sois postArcología, ¿verdad? Aun así, tendríais que haber oído hablar de esto. Los siggos
son bombas de esti, simpáticos ingenios mecs. Peligrosas, del tamaño de una célula cutánea...
y su mismo aspecto. Pueden abrir un boquete en cualquier esti que tengamos.
—¿Cuántos estis...? —quiso preguntar Killeen, pero Andro ya se alejaba con su rápido
andar de enano. Toby notó que el hombre, que estaba más cerca del suelo, casi podía patinar,
sin molestarse en levantar los pies. La gravedad era allí menor que en el Argo, y los oficiales,
presa de la excitación y la confusión, andaban a brincos.
Toby supuso que postArcología significaba posterior a la Era de las Arcologías. ¿Ese enano
impaciente conocía su historia?
—¿Adonde vamos? —preguntó Killeen.
—A fregaros.
Lo cual resultó ser como ponerse bajo un microscopio para que los palparan gigantes. El
enano daba vueltas a su alrededor, acribillándolos a explicaciones, retrocediendo, batiendo
palmas.
Algo recogió a Toby, lo palpó, lo tanteó y lo olió. Su ropa caracoleó liberándose de él.
Desapareció volando por el aire húmedo. Toby gritó, y sólo escuchó el eco. Luego una red de
materia serpenteante lo sostuvo cabeza abajo mientras cordeles vivientes y pegajosos le
recorrían el cuerpo, internándose en sus oídos y por otros orificios más íntimos. Cabeza abajo,
con los brazos sujetos por una concha blanda pero insistente, recibió un baño. Fragante,
entusiasta, feroz, que penetró también en cada recoveco conocido de su cuerpo, y aun en
algunos que desconocía.
La concha lo soltó y Toby cayó. Se zambulló en una sopa verde. Emergió escupiendo, y una
pulsación de campos magnéticos lo llevó hacia una playa arenosa. Lo asió por sus muchos
implantes metálicos y lo arrastró por la arena áspera y rojiza, que lo lamía, murmurando como
una muchedumbre microscópica, pero que no le lastimó ni le irritó la piel. Era como si la arena
fluyera a su alrededor ejerciendo sobre él apenas la presión necesaria para mantenerlo donde
quería. El enjambre de arena le recorrió el cuerpo, le sondeó las fosas nasales, los oídos, el
recto; murmuró con desagrado y se retiró con un suspiro. Toby se incorporó temblando. Granos
de aquella arena áspera le caían de las narices. Le lamieron el rostro y se le metieron entre el
cabello, riendo.
Toby no tenía ánimos para reírse. Salió de la playa justo cuando Jocelyn caía de una nube,
dando volteretas, y se zambullía en la sopa verde. Gritaba y jadeaba.
—Cálmate y déjale hacer —le aconsejó Toby.
El consejo no sirvió de mucho. Jocelyn abofeteó airadamente la sopa verde. El líquido la
rodeó y los flujos magnéticos la aferraron en una posición más bien embarazosa para una
dama, rodeándola como sogas. Por el ojo del sistema sensorial, Toby vio que Jocelyn caía en
la playa, escupiendo.
Toby se desinteresó de las tribulaciones de Jocelyn. Trepó por una duna de arena y una
pared de niebla perlada. Más allá esperaba el enano, sosteniendo una suave bata amarilla.
—¿Dónde está mi ropa?
—La están reeducando —dijo Andro con aire distraído.
—¿Qué?
—Usa esto mientras comes.
—¿Porqué?
—Es tu tutor.
—No sabía que me hubiera matriculado.
—Todos los que entran por Puerto Athena asisten al curso, rascacielos.
—¿Rasca qué?
—Es una palabra antigua. Significa que eres innecesariamente alto.
—Fea palabra. A mí tú me pareces muy bajo.
—Unos días de chocar con la frente contra las puertas te darán una buena lección.
Toby se encogió de hombros y se puso la bata amarilla. Le sentaba bien, y se ciñó a él con
elegancia.
—¿Cuándo volveré a tener mi ropa?
—Cuando se haya graduado —explicó Andro—. Por ahora, irás así.
—¿Y por qué?
—Si no comes, no aprendes, chico. —Andro bostezó y cogió otra bata de un montón
cercano. Jocelyn llegó por la pared de niebla murmurando, agitando los pechos como dos
furiosos ojos rojos en busca de pelea.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó.
—Inspección de aduanas —respondió el enano, mirando el vacío por encima de su hombro.
—Gusano, no me hables...
—Cúbrete, muchacha...
—¿Crees que puedes...?
—O serás citada por publicidad engañosa.
Jocelyn parpadeó, se sonrojó y no supo si enfadarse o no. Toby se alejó, trotando por el
pasaje que Andro había señalado.
Una cafetería, pura y simple. Grandes recipientes de hortalizas fragantes, salteadas, fritas o
flotando en extrañas salsas. Todo burbujeando bajo luces indirectas, servido por autobrazos.
Para su sorpresa —aquí sólo parecía haber sorpresas, aunque pocas respuestas— le gustó la
comida. Gorgoteaba y resbalaba cuando intentaba morderla, soltando deliciosos aromas. Estimulante,
provocativo.
Era comida, no cabía duda, pero era imposible morderla. Se escurría de los dientes como si
le leyera el pensamiento. (Más tarde, esto le pareció una clara posibilidad.) Se cansó de chasquear
los dientes en vano y aceptó la situación, limitándose a tragar aquella cosa suave y
deliciosa. Bajaba fácilmente, casi felizmente, pensó, una idea absurda. En su estómago estalló
en tibias oleadas de satisfacción. Se reclinó a disfrutar de la sensación, que era aún mejor que
la comida. Permanecía así, con la mirada perdida, cuando pasó el enano, resopló, le metió otra
cucharada en la boca y dijo:
—Sigue estudiando.
Los otros Bishop parecían estar disfrutando igual. Después de las penurias y tensiones,
algunos lo celebraban atrincherados alrededor de dos pequeñas mesas. La comida de a bordo
nunca había sido muy sabrosa. La variedad les levantaba el ánimo. Charla, bromas, risa
purificadera.
Esto activó la alarma en Toby. Se preguntó si los estaban distrayendo, drogando; pero el
enano parecía más aburrido que calculador. Y al cabo de un rato su mente se despejó. Se
sentía mejor, pictórico de energía. Y la bata había empezado a frotarlo y masajearlo
agradablemente. Se arremangó y le sorprendió ver su intenso bronceado un poco más claro.
Llevaba el vello de las axilas cuidadosamente recortado. Estudió la tela. Había pequeños
fragmentos de piel apresados en sus diminutas fibras. La cerrada urdimbre de la bata devoró y
digirió esas partículas.
Bien, pensó, era un modo raro de darse un baño.
Andro se acercó, moviendo rápidamente las piernas rechonchas, vio que los cuencos
estaban vacíos y chasqueó los dedos.
—Ahora, hablemos de negocios. ¿Quién tiene la licencia?
—No respetamos ninguna autoridad, salvo la de nuestra Familia —dijo Killeen.
—Vaya. Bien, yo nunca he estado muy de acuerdo con este asunto de las Familias... capitán
Killeen, ¿verdad? —El enano tendió la mano derecha y Killeen quiso estrechársela. Sin embargo,
el enano se miró la palma, ignorándole. Toby vio que la piel del hombrecito se convertía
en una pantalla en la que se veía un documento—. Humm, me temo que no hay
documentación.
—Los Bishop de Nieveclara —dijo Killeen con impaciencia.
—Hay muchos Bishop, un grupo de ellos en la mayoría de los planetas. Ace y Trey en otros.
Blue y Gold en otros más...
—¿En la mayoría de los planetas? —preguntó Killeen con incredulidad—. ¿Quieres decir
que compartimos el nombre?
—Y también los genes. —Andro no lo miraba. Se tocaba las yemas de los dedos de su
mano-pantalla. Toby vio que la imagen cambiaba, presentando más documentos.
—¿Quieres decir que tenemos parientes en otros lugares? —preguntó Jocelyn.
—Ésa fue la estrategia de la Agachada —resopló Andro con desdén—. ¿Ya no os enseñan
historia?
Los Bishop se miraron sorprendidos.
—Creíamos que éramos los únicos Bishop —dijo Toby—. Nuestro linaje se remonta a los
Candeleros, según algunos.
—Así es. Pero no podíamos correr el riesgo de que se perdiera todo un linaje familiar. Así
que lo difundimos. ¿No hay ningún Pawn con vosotros?
Killeen parpadeó.
—Pues no. Fueron exterminados por los mecs.
—¿Veis? Ese es el riesgo. Qué pena... yo soy medio Pawn.
—¿Tú? —Toby no pudo ocultar su asombro—. Un pequeño...
—Nos atuvimos a las especificaciones originales, niño. —Andro torció la boca socarrón—.
Respetamos la tradición, por si no lo has notado. Los que viven en planetas siempre se aumentan
el tamaño, es infalible.
—Los que no lo hicieron fueron presa de los mecs —rezongó Killeen.
—Es verdad —intervino Cermo—. Necesitábamos energía, sensores, capacidad de
portación, tecnoelementos. Eso suma peso.
Andro miró a Cermo con los ojos entornados.
—Como es obvio. No es nada de lo que haya que avergonzarse, os lo aseguro. La mayoría
de la Familias lo hacen cuando la competencia mec se pone difícil. Les resulta duro desprenderse
de la masa en cuanto llegan aquí, sin embargo. Y se ponen mal con sus dietas
perpetuas.
—¿Aquí hay otras Familias? —preguntó Killeen, sin ocultar su asombro.
—Las tenemos todas... incluso las plantillas originales, en alguna parte.
—¿Los primeros Bishop? —preguntó Jocelyn, pasmada—. ¿De los Candeleros?
—¿Eh? Oh, naturalmente... en alguna parte. Y en algún tiempo. —Andro dejó de teclearse
los dedos, se leyó la palma y unió las manos con un crujido seco. Cuando las separó la pantalla
había desaparecido y la mano derecha tenía el mismo aspecto arrugado y sucio que la
otra—. Eso es todo. Hay un mensaje de bienvenida para vosotros. Alguien os esperaba.
—¿Quién? —preguntó Killeen.
—No sé. Soy un inspector, no una biblioteca.
—¿Dónde podemos encontrar ese mensaje?
—Tengo que consultar a la Regencia.
—Vamos, pues.
El lo miró con picardía.
—¿Seguro que no tienes licencia?
Killeen entornó los ojos.
—Pequeño, acabamos de pasar...
—Sé por dónde acabáis de pasar... si sois quienes decís que sois. Carne fresca, recién
llegada de las colonias.
—¿Colonias? —Jocelyn estaba estupefacta—. Eramos los últimos que resistían en
Nieveclara hasta que...
—Lo sé —dijo Andro—, es una historia que ya he oído antes. Los últimos de vuestro planeta.
Lo cierto es que sois los mejores, pues habéis llegado aquí.
—Los mecs liquidaron a las otras Familias —dijo Jocelyn.
—Lo que acabo de decir. Podemos usar a gente que sabe apañárselas para conseguirse la
cena. O eso dice el discurso oficial. Yo me pregunto si ya no tenemos a demasiada.
—¿A qué viene lo de la licencia? —preguntó Toby.
—Niño, te asombraría cuántos mercaderes tratan de disfrazarse de palurdos y llegan aquí
creyendo que pueden engañar al recaudador de impuestos. —Andro lo estudió—. Se atiborran
de bioemergentes para parecer grandullones un par de días. Luego tienen que orinarlo todo.
Humm, tú eres el más pequeño...
—No soy un impostor —protestó Toby, ofendido.
—Humm. Supongo que no. No pareces lo suficientemente listo para serlo.
Toby se enfadó.
—Oye...
—Os aprobaré, pues. —Andro arrugó la nariz, como si hubiera tomado una decisión—.
Podéis pasar. Pero nadie más de la nave entrará mientras no hayáis visto a la Regencia. Son
las reglas.
—¿Por qué? —Killeen apretó la mandíbula, conteniendo apenas su irritación—. Mi
tripulación quiere salir. Todos. Hemos pasado años encerrados...
—¿Crees que la Regencia quiere una turba de inocentes deformes deambulando por la
ciudad? —Andro señaló las murallas con una mano.
—¿Esto es una ciudad? —preguntó Toby, pensando que debía tratarse de una confusión
idiomática. Las ciudades de los tiempos antiguos eran elegantes, airosas, lugares de música
dulce e iluminación.
Andro rió entre dientes.
—No, hijo, esto es una celda de recepción. Voy a enseñaros la ciudad.
4 - UN DÍA EN EL JUZGADO
No tenía mucho aspecto de ciudad. La Tierra de los Enanos, así la había bautizado Toby
cuando no habían recorrido ni dos manzanas.
Aun en medio de una multitud podía ver a gran distancia, por encima de la cabeza de todo el
mundo. Había gente rechoncha corriendo por doquier. Gritando, rezongando, riendo, todo ello
con bulliciosa precipitación. En la brumosa distancia había más de lo mismo. Edificios de poca
altura, grises, pardos y negros. Incluso los árboles eran achaparrados; en Nieveclara no
habrían pasado de ser arbustos.
—¿Qué lugar es éste? —envió Cermo por el comunicador.
Por la falta de reacción de Andro, Toby dedujo que no podía interceptar la línea de la
Familia. Killeen envió una rápida señal confirmando que podían hablar de aquella manera, así
que Toby preguntó:
—¿Quiénes son estos renacuajos?
—Realmente, no son los sujetos brillantes que esperaba —comentó Jocelyn con
desconcierto.
—En efecto —dijo Killeen—. Cuando encontramos humanos aquí, pensé que serían de los
Candeleros. O de los Tiempos de Gloria, incluso. La gente que podía construir en el cielo, que
luchó contra los mecs, que exploró el Centro Verdadero, los heroicos.
—Pensaba que éramos nosotros quienes en los Tiempos de Gloría nos internamos en el
Centro Verdadero —dijo Cermo.
—Nadie lo sabe, a decir verdad —dijo Killeen—. Ninguno de nuestros Aspectos lo recuerda.
Fue hace mucho, y debió ser obra de humanos cuyos poderes ni siquiera somos capaces de
concebir. Quiero conocerlos.
Toby detectó una nota de súplica en la voz de su padre, pero los otros no parecieron
advertirlo. Todos continuaban la marcha, disimulando que estaban conversando, felices de
burlar a los enanos. Entonces sintió que afloraba la Personalidad Shibo, bienvenida aunque no
invocada:
Son ratas con corbatín. Pero útiles.
—¿Cómo?
Toby sintió que ella se abría paso por su sistema sensorial, con fuerza, ocultando la ciudad
gris.
Una antigua expresión que aprendí de Zeno. Los antiguos se ponían una prenda alrededor
del cuello para demostrar una determinada actitud. Llevar corbatín era prueba de una cierta
chulería. La arrogancia de Andro delata su verdadera condición. Alardea delante de los
patanes por quienes nos ha tomado.
Toby comunicó esto a los demás, que murmuraron su aprobación. Killeen asintió.
—Eso encaja. Trata de impresionarnos de algún modo. Este lugar es bastante bonito, pero
es una choza en comparación con lo que podía hacer la gente de los Candeleros.
—Es posible —admitió Jocelyn—. Pero ¿dónde están las Familias de los Candeleros? ¿Por
qué tenemos que tratar con Andro?
Toby deseó que Quath estuviera allí para ayudar. Por una parte estaba contento, feliz de
que su padre hubiera logrado encontrar el objetivo tradicional de la Familia Bishop. Por otra
parte, se preguntaba qué estaba sucediendo. Aquél no era el gran recibimiento que esperaban.
Notaba la decepción en los ojos de todos.
Quería decirle algo a Killeen, franquear el abismo que había crecido paulatinamente entre
ellos durante aquellos años de fuga, de capitanía. Pero esos ojos llameantes impedían que tuviera
con él una conversación franca.
Andro comentaba las vistas. Parecía creer que los monumentos eran sensacionales,
prodigiosos. Edificios municipales marrones cuyas gruesas e intrincadas columnas enmarcaban
puertas diminutas. Factorías sin ventanas y sin propósito definible. Negros y chatos edificios de
apartamentos cuyos pequeños balcones parecían añadidos toscos.
—Concedo que esto es más complejo que la Ciudadela —le dijo a Cermo—. Pero las ruinas
de las Bajas Arcologías me impresionaron más.
—No sé —respondió Cermo—. Sospecho que se nos escapa algo. Todavía no entiendo
cómo puede estar aquí este lugar.
Al fin llegaron a una masa piramidal de piedra gris y brillante que parecía tener un poco más
de categoría. Su destino.
Andro les indicó la rocosa entrada con una profunda reverencia que tal vez fuera sarcástica.
Toby respondió con un cabeceo, entró en el vestíbulo, siguió a Andro por el suelo de mármol y
se dio de cabeza contra el dintel. Reprimió un gruñido. Andro hizo un gesto burlón que tal vez
nadie más vio. Frotándose la frente, Toby siguió al resto hasta una habitación con hileras de
bancos. En uno de sus extremos, una figura solitaria ocupaba un desvencijado escritorio de
madera. El escritorio estaba descolorido, desconchado, tenía las patas rajadas. Supusieron
que se trataba de una «reliquia oficial», como las antiguas escaleras que usaban los mayores
en Ciudadela Bishop.
—¿Nueva tanda, Andro? —preguntó la correosa y rechoncha mujer del escritorio. Usaba
una toga negra y parecía haber pasado una mala noche—. Los últimos que trajiste todavía
están debatiendo los detalles de la ley de importaciones y exportaciones en la cárcel.
—¿Cómo iba a saber que podían burlar nuestros filtros con esas tabletas de sueño
inducido? —se quejó Andro, extendiendo las manos—. Es culpa de los ingenieros.
—Un buen artesano no culpa a sus herramientas —dijo la mujer, echando una mirada
lánguida a los Bishop. El espectáculo no pareció despertar en ella demasiado interés, y bostezó.
—Estos energúmenos son un caso simple —dijo Andro, adelantándose con deferencia.
Apoyó la palma derecha en una zona negra del gastado escritorio de madera de la mujer. Un
zumbido pareció evidenciar transmisión de datos de sus archivos personales—. Son un poco
imprecisos en cuanto a su procedencia, pero no parecen tan listos como para ocultar
contrabando.
—Humm, tal vez tengas razón en eso —dijo la mujer, mirándolos de arriba abajo. Por el
rabillo del ojo Toby vio que Cermo abría la boca airadamente, y la cerraba ante una mirada
severa de Killeen.
Después de la comida de aprendizaje, Andro les había dado chips idomáticos para que los
insertaran en sus puertos espinales, quejándose sin cesar de la antigüedad de sus puntos de
inserción. El chip de Toby funcionaba bien, aunque Andro había definido desdeñosamente
esas micropastillas como «simplificaciones», dando a entender que traducían el idioma de la
gente de Andro a oraciones sencillas, para que los Bishop pudieran entenderlas.
La mujer miró el escritorio de madera gastada, que se transformaba gradualmente en una
reluciente pantalla. Toby vio columnas de cifras y largas listas, todas procedentes de los archivos
de Andro. No entendía el idioma, pero parecía contener mucha información, pulcramente
ordenada. Sin embargo, Andro no había dado muestras de enterarse de nada, y ni siquiera
parecía haberles prestado atención.
Killeen se adelantó.
—Si posees alguna autoridad, debo solicitarte que nos indiques cómo encontrar a algunos
parientes nuestros, de los Bishop, y a un hombre...
—Soy juez —dijo la mujer, dura y desdeñosa—. Guardarás silencio hasta que se te haga
una pregunta.
—Pero hemos venido...
—Parece que no oyes bien, ¿eh? —Ella torció la mano en un ademán extraño, y un rayo
eléctrico atravesó el aire, provocando una conmoción en el sistema sensorial de Toby. El efecto
era brutal, y revolvía el estómago.
Killeen trastabilló, se puso verde un instante, recobró la compostura.
—Entiendo...
La juez le dirigió una sonrisa lobuna y mordaz.
—Me he tomado la molestia de procesar vuestros patrones de lenguaje, para poder
explicaros de forma clara y familiar las consecuencias de vuestros actos. Doy por sentado que
pasaréis un año, tal vez dos, en la casa de trabajos, por la violación de nuestros códigos
impositivos. Si queréis reducir esa sentencia...
—¿Violación? —exclamó Killeen—. Vinimos a este lugar en busca de...
—Al aparecer de ese modo desde la Negrura Lejana, activasteis alarmas. La Regencia tuvo
que preparar defensas. A fin de cuentas, podíais ser mecs.
—Pilotamos una antigua nave humana.
—El engaño es frecuente en la Negrura Lejana. Y no enviasteis ningún aviso previo.
Preparar la defensa cuesta dinero, tiempo, esfuerzo. Una deuda que se debe saldar en la casa
de trabajos. —La juez se encogió de hombros—. Simple justicia social.
Killeen se envaró. Los Bishop no eran simples carroñeros; siempre habían comerciado
hábilmente con las otras Familias. Incluso hubo una época, durante el tristemente célebre
Alojamiento, en que las Familias negociaban con los mecs.
—Tal vez tengamos algo de vuestro interés —sugirió Killeen.
La juez movió el cabello fingiendo desinterés.
—¿Qué podríais tener?
—¿Nuevas muestras de plantas espaciales de una nube molecular?
Killeen le hizo una seña a Cermo, quien añadió:
—Las estamos cultivando. Buena comida.
—Humm. ¿Productos regionales? Son de interés relativo. —La juez miró el vacío.
—Tenemos tecnología que traemos de nuestro mundo natal —se apresuró a añadir Killeen.
—Humm. —Ninguna reacción.
—Y de otros. Artefactos extraños. Antiguos, tal vez.
—¿Más mercancías planetarias? —La juez parecía aburrida—. Esas cosas nos llegan a
espuertas cuando vienen inmigrantes.
—Bien... —Killeen miró de soslayo a Toby—. Traemos un alienígena.
La juez demostró interés.
—¿De qué phylum!
—Miriapodia.
Ella arqueó la boca sorprendida, adoptó una expresión astuta.
—¿Estás seguro?
No había sabido disimular, pensó Toby. ¿Y cómo alguien podía confundir a Quath con otra
cosa?
—Ella me capturó en el último planeta que visitamos —dijo Killeen con desenvoltura—.
Llegué a conocerla bastante bien.
—¿Ella? No sabía que tuvieran sexos. —La juez parpadeó, obviamente desconcertada.
—Varios, por lo que yo sé. —Ahora era Killeen quien fingía desinterés—. Son complicados.
Y tienen buena memoria. Ella nos contó muchas cosas sobre las tradiciones de su especie.
—Excelente, excelente. Ciertamente existe un mercado para esa información. —La juez
apoyó el pulgar en el escritorio, miró una nueva pantalla, cabeceó—. Podría negociar una
suspensión de vuestros deberes en la casa de trabajo si las autoridades indicadas pueden
pasar un tiempo con esta alienígena. Supongo que la tenéis arrestada.
Killeen demostró sorpresa, y Toby supo que no era fingida.
—Es una amiga.
—Claro, está bien, no quise ofender. Comprenderás que esto requiere delicadas
negociaciones. Los expertos tendrán que venir desde lejos en el esti. Dados los cambios de
turno, tendremos que...
—Bien. Encárgate de ello —dijo Killeen, recobrando el aplomo—. Tenemos aquí otras cosas
que hacer y nos encargaremos de ellas.
La juez miró de nuevo el escritorio, como si recibiera un mensaje.
—La alienígena es una cuestión importante. Preferiríamos tenerla bajo nuestro control
hasta...
—¡De ningún modo! —ladró Killeen—. Ella permanecerá con nosotros.
La juez titubeó, entornó los ojos.
—¿Cómo sabemos que realmente tenéis una miriapodia?
—Os la traeremos —dijo Killeen.
—¿Aquí? Pero eso podría ser peligroso.
—No para nosotros.
Ella pareció alarmarse.
—Esas criaturas mataban a la gente sin piedad.
Toby recordó que Quath había comentado desaprensivamente que ella y los suyos
consideraban a los humanos nulidades, seres a su modo de ver sin la menor importancia. Y
sus predecesores habían cazado primates. Tal vez esta gente era reacia a olvidar, o sabía algo
que él ignoraba.
—Garantizo vuestra seguridad —dijo Killeen con desenvoltura, disfrutando de la situación—.
Y ni siquiera os cobraré por ello.
Toby notó que a Cermo le costaba contener la risa. Miró a su espalda. Sin que ellos lo
notaran, varias personas habían entrado silenciosamente en la gran sala y permanecían
detrás. No parecían amenazadoras, pero tampoco sonreían. Llevaban pequeñas mochilas
rectangulares y tenían un aura de autoridad. La situación era seria.
—Muy bien —dijo la juez—. Por favor, traed a la alienígena aquí.
—No tan rápido —replicó Killeen—. Antes quiero cierta información.
—Te aseguro que recibirás toda la información pertinente cuando...
—Ahora.
—Supongo que podemos llegar a un acuerdo...
—Por otra parte, Andro dijo que nos aguardaba un mensaje.
—A su debido tiempo...
—En el mismo momento en que interroguéis a Quath. No después.
La juez frunció los labios, guardó silencio, hizo una seña a la gente que aguardaba detrás.
—Te agradecería que enviaras a algunos de los tuyos con mi gente. Pueden encargarse de
que la alienígena pase a estar bajo nuestro control.
—Quath no os pertenece —objetó Toby.
La juez lo miró como si lo viera por primera vez, y no le gustara mucho lo que veía.
—Estableceremos la propiedad de la información que obtengamos de...
—No deis por sentado que Quath vaya a deciros algo —comentó Toby, mirando a su
padre—. Muchas veces se niega a hablar.
—Creo que ése es un problema técnico para los equipos que se encargarán de interrogarla
y...
—Un momento —la interrumpió Killeen—. Toby tiene razón. Hay que manejar a Quath con
cuidado, pues de lo contrario ni siquiera se dignará pedorrear.
La juez parpadeó.
—¿Pedorrear? Supongo debo entender que se trata de una hipérbole, de una figura de
lenguaje.
Cermo rió entre dientes y Toby recordó cómo había construido Quath su refugio: juntando
sus propios excrementos.
—No exactamente —dijo Toby, y sonrió misteriosamente.
La juez miró a Toby con escepticismo.
—Entonces tal vez podamos contar con vuestra ayuda. ¿Hay alguien que pueda ayudarnos
a hablar con el miriápodo?
Los otros Bishop miraron a Toby.
—Supongo que sí—dijo él—. Lo que hagáis con lo que Quath decida contaros es cosa
vuestra. Pero no os la entregaremos. Se quedará con nosotros.
La juez guardó silencio, estudió la superficie del escritorio, miró a los que aguardaban en el
fondo de la sala. De forma serena aunque claramente amenazadora, dijo:
—No creo que estéis en posición de imponer condiciones.
Killeen se volvió y miró a la gente que estaba detrás. Los otros también dieron media vuelta,
doblando rodillas y codos, preparándose para la acción. Ese largo momento se prolongó.
Toby comprendió la intención de su padre. Era probable que aquella gente dominara una
tecnología superior, pero era humana. Gran parte de la comunicación dependía menos de las
palabras que del aspecto físico, y los Bishop eran mucho más altos que esos hombres y
mujeres. Jocelyn y Toby, los más bajos, doblaban en altura a aquellos enanos arrogantes.
Killeen dejó que este hecho calara en ellos, y luego dijo:
—Espero que respetes por completo la letra y el espíritu de nuestro acuerdo.
La juez reflexionó, evaluando la situación. Luego sonrió por primera vez.
—Es agradable conocer a un visitante que domina los matices de la negociación. —Extendió
una mano—. Mis amigos me llaman Monisque. Mis enemigos prefieren apelativos más cortos.
Elaboremos las condiciones en detalle. Luego quizá podamos beber un trago.
Algunos ritos humanos eran eternos. A Toby no le cabía duda de que los tragos contendrían
una generosa porción de alcohol.
5 - TRANSHISTORIA
Quath los acompañaba bamboleándose por la zona de recepción de Andro.
La habían llevado por las dársenas de carga y los sectores de equipos del puerto, porque las
zonas de personal eran demasiado pequeñas.
Toby habría jurado que Quath tenía más piernas, pero los nudosos tobillos de acero se
movían tan deprisa, haciendo zumbar las articulaciones neumáticas, que costaba discernirlo.
Los edificios relucían como mantequilla caliente, tal vez como parte de las precauciones de
seguridad de aquella gente, supuso Toby, pero no se imaginaba el uso de aquello. A menos
que los edificios contuvieran energías fulminantes que pudieran eliminar a los Bishop
infractores.
—¿Qué opinas, Quath'jut'kkal’thon? —preguntó Killeen.
Ella volvió la cabeza angulosa hacia Killeen, una cortesía que sabía que los humanos
apreciaban, aunque era totalmente innecesaria, pues su voz les llegaba por las líneas de
comunicaciones. Aun así, no dijo nada.
—Vamos, Quath, no te preocupes —dijo Toby, con una ligereza que no sentía, y esperando
que la alienígena no reparase en ello—. Estarás bien. Todos estaremos bien aquí.
Toby jadeaba tratando de ir a su paso.
—¿Por qué lo dices, arrancadora de ojos?
—Importas para esta gente —dijo Killeen—. Tienen mucho interés en ti.
—Parecen bastante preocupados por las miriapodia —dijo Killeen.
Inquieto y nervioso, el capitán movía los ojos de un lado a otro mientras salían de la dársena
de recepción y entraban en la ciudad. Más «guardias de honor», como los llamaba la juez, los
acompañaban; equipos de hombres y mujeres alertas y nerviosos, provistos con armas de
cañón largo, les abrían paso por calles laterales. En las desiertas calles de piedra las tiendas
cerradas resonaban con el eco de los talones de las botas de los Bishop. Killeen hizo señas a
Cermo y a varios más, que formaron una fila protectora. La gente de esa ciudad monótona no
parecía una amenaza; todos sabían que los «guardias de honor» estaban allí para mantener a
los Bishop en orden.
Quath seguía preceptos que Toby no atinaba a comprender. A veces se explayaba
detalladamente sobre la historia de las miriapodia. En otras ocasiones no decía una palabra, ni
siquiera parecía oír las preguntas.
—Ansian tener noticias de la Negrura Lejana, como las llaman ellos —añadió Toby.
Los guardias, con su actitud tensa, lo ponían nervioso. El aire mismo parecía cargado de
electricidad. Esas personas, su extraña y achaparrada ciudad, el increíble pero irrefutable hecho
de que estuvieran allí, todo se sumaba para crear en él una profunda inquietud. Y todo
sucedía tan deprisa que no podía obtener respuestas directas a las mil preguntas que ese lugar
planteaba.
—Si eso compran, eso venderemos —dijo Killeen—. ¡Cermo! Coge ese callejón y enfoca
esas nubes lejanas.
—¿Qué espectro?
—Dame una visión general, infra o mejor.
Cermo avanzó, vestido con traje de campaña, haciendo rechinar sus ornamentos tecno. Sus
electrorredes vibraban con energía. Las antenas que llevaba instaladas en el hombro, la cintura
y la cadera escrutaban todos los rumbos en 3D. Su armamento, bruñido tras largas horas de
lustre y reparación en la nave, estaba sin embargo mellado y abollado por mil refriegas.
Toby recordaba los tiempos en que aquel equipo era de uso cotidiano para todos los Bishop.
En plena fuga, sintonizaban sus sistemas sensoriales en perímetro máximo, cada Bishop un
centinela. Durante los años que siguieron a la Calamidad habían errado así, levantándose
fatigados, ojerosos y doloridos cada mañana, en un mundo cada vez más árido, hambrientos y
perseguidos por los mecs.
Los lugareños los miraban desde esquinas distantes. Parecían interesados y divertidos.
Ratas con corbata.
Toby no lograba entender el cielo. Sabía que aquello no era un planeta ni mucho menos,
pero nubes cambiantes se desplazaban a poca distancia de los chatos edificios. Incluso los
había sorprendido un chubasco cuando regresaban a la dársena del Argo. Eso le había
sorprendido, un agua pura y sabrosa cayendo del cielo como un don divino. No había visto una
lluvia tan sabrosa desde que jugaba en el lodo cuando era niño.
... y de pronto un chubasco, un aguacero, gotas cristalinas en la cara. La cara de ella. Gotas
incesantes y ráfagas torrenciales, transparentes, maravillosas, una sonora cascada
martilleando una ladera, y ella de pie bajo la lluvia, con un traje de fiesta amarillo pegado a las
piernas delgadas, una joven empapándose extasiada...
La intrusión repentina le había inundado la mente. Shibo.
Majestuosos arbotantes, flanqueados por masas de granito. Sentía esa Personalidad
intensamente, los huecos y ranuras del interior de otra persona, un nuevo contiene
extendiéndose ante él. El aguacero amainó. Llovía a lo lejos, gotas oblicuas cayendo de nubes
turbulentas, signo de esa triste presencia.
Hace tiempo que no me llamas.
—Estuve ocupado. —Algo de aquel aguacero inquietaba a Toby por el placer que
despertaba en Shibo. Notó que tenía una erección, y esperó que ella no lo notara.
Sé que es difícil llevarse bien con tu padre. Yo pasé por lo mismo.
—Él está a cargo de todo, sí, pero... no me siento tranquilo.
Es el hombre cuyo sentido de la oportunidad os ha traído hasta aquí, tan lejos...
—Ya no sé lo que busca.
Creo que sus objetivos son los de siempre. Pero ahora es un hombre que oculta sus
sentimientos. Un capitán debe hacerlo.
—Pero a mí no me los oculta.
Como desde una lejanía, ella dijo:
Aun a ti. Te estás convirtiendo en un hombre, más que en su hijo.
Toby tosió para disimular el oscuro hervor que sentía por dentro. La erección persistía y él
respiraba entrecortadamente. Le zumbaba la cabeza.
—Las nubes son bastante densas —dijo Cermo—. No veo mucho en el infra lejano. La
visión es fluctuante.
—¿Fluctuante en qué sentido? —preguntó Killeen.
—Parece que reflejaran la ciudad misma. Es decir, cuanto más miro, más obtengo imágenes
ondulantes de calles y edificios.
Shibo retrocedió. Toby quería escuchar la conversación que sostenían los demás y ella
había regresado a su refugio. Toby se concentró, empujándola más. Procuró respirar más
despacio. No veía nada a través de las nubes.
—Las microondas dicen que allá arriba hay algo sólido —dijo Cermo.
—¿Sólido? —Killeen cabeceó—. En efecto, todo concuerda.
edificios. No sé cómo se logra la rotación en este lugar desconcertante.>
—Me alegra que te hayas vuelto humilde, vieja cucaracha —dijo Toby. Quería dar ánimos a
esa criatura bamboleante, pero le temblaba un poco la voz por el descubrimiento de Cermo. La
idea de una ciudad suspendida sobre él, sin ningún soporte, sostenida por una invisible ley
física lo abatió un poco, aunque procuró conservar el ánimo.
Tres brazos color rubí bajaron de pronto y elevaron a Toby por encima de los adoquines. Lo
mecieron juguetonamente, lo posaron en el caparazón amarillo que había detrás de la cabeza
de Quath.
—¡Oye!
—¡Uuf! No es que haya mucho para ver. Ya era más alto que los letreros con los nombres
de las calles. Qué raros, ¿verdad?
El grupo de los Bishop cruzaba el paseo del Melocotón por el Camino Real de las Granadas,
y Toby tuvo que llamar a su Aspecto Isaac para comprender que se referían a sabrosas frutas
antiguas, aunque no había ninguna planta a la vista.
—Si no he comprendido mal —dijo Killeen—, no dan nada gratis.
—En efecto —dijo Toby—. Son bastante desagradables.
—Tal vez sea ambas cosas. Estamos acostumbrados a que la gente se ayude sin hacer
preguntas. Esta gente no piensa así... lo cual implica muchas cosas.
—Pues es sencillo —dijo Killeen—. No sufren una amenaza continua. La gente que se siente
cómoda puede permitirse el lujo de elegir.
Toby pensó en ello.
—También puede significar que están bastante habituados a los extranjeros.
—¿Sí? ¿A qué?
Toby no tenía una idea más profunda, pero no lo admitiría allí, siendo el único menor entre
adultos. Nadie revelaba sus golpes de suerte.
Killeen observó atentamente a los guardias.
—Es posible.
Toby se sentía nervioso, como si estuvieran practicando un juego invisible. Killeen no
demostraba su inquietud, conservaba el aplomo. Toby echó un vistazo a un callejón y vio a lo
lejos un edificio que de pronto pareció derretirse; las ventanas y arcos se disolvieron en un
verdor moteado.
—¡Mirad!
El edificio se modificó; aparecieron un techo a dos aguas y una nueva hilera de ventanas.
Killeen entornó los ojos.
—Eso también concuerda —dijo con aire distante.
—¿Concuerda con qué? —Toby vio que se abrían nuevas puertas, de bordes ovales en vez
de rectos.
—Esta ciudad posee una tecnología que nunca hemos visto. Y apuesto a que se controla
sola.
—¿Sola? —murmuró Cermo, intrigado— ¿Y Andro?
—Es un empleado. —Killeen miró a Andro con una sonrisa bonachona. Le divertía que
pudieran hablar así tan cerca de él—. Pensándolo bien, esta gente no es superior a nosotros.
—Realmente, no parecen capaces de construir un Candelero —dijo Cermo.
—No lo hicieron —dijo Toby con firmeza—. Pero no esperes que lo admitan.
Pasó frente a una fuente camarina, agobiado por un torrente de ideas; sintió el surgimiento
de una presencia...
... Ella se movía con agilidad y entusiasmo, saltando de guijarro en guijarro por la
resquebrajada carretera. Eos charcos que la niebla nocturna había formado reflejaban su
imagen en la luz grisácea y deshilachada. Jugando en las ruinas al alba. Escombros de una
incursión nocturna. Tocones de piedra. Una araña dormía en la ciudad, plateada y acechante,
sus patas velludas moviéndose con una fricción de navaja, inaudible entre el ruido del
despertar de su amada ciudadela, bella y desolada y siempre aguardando el próximo golpe.
Pero la alegría surgía de cada momento. La mañana rebosaba con el eterno ajetreo de la gente
dedicada a sus ocupaciones, lucha y fracaso y nueva lucha. Aunque también sabían que la
araña aguardaba, susurrando en las cuencas oculares de un cráneo blanqueado...
Toby interrumpió las imágenes, jadeando. Se obligó a mirar la calle que pisaban sus botas, y
clavó los ojos en la líquida danza del agua.
Pero el mundo de Shibo también era cautivador. Evocaba levedad, airosa sensación de
fusión, pero tenía un sólido fundamento en una red de interjuego, de casual y tácito deleite.
Estos atisbos de su Personalidad contrastaban con la tensión masculina que lo rodeaba, la
contención, el control y el análisis. El andar robusto y musculoso de Killeen traslucía propósito,
decisión, distanciamiento. Toby respetaba eso, sabía que era preciso conducir a la Familia
Bishop de esa manera.
Pero aquél, además, era su padre. Durante los años en que huían juntos por planicies áridas
y peligrosas, Killeen se había templado, afilado. Como un cuchillo contra la piedra, pensó Toby,
una ley de la naturaleza. Y ahora Killeen esperaba que su hijo manifestara la misma dureza, el
mismo distanciamiento resuelto que exigía el liderazgo.
Toby sintió esa lucha interior como un puñetazo, un choque entre las tentaciones del mundo
de Shibo y las exigencias de Killeen. Cermo lo miró de una forma rara, enarcando una ceja.
Toby comprendió que en su rostro debían pintarse sus sentimientos, y lo compuso, sintiendo
que la Personalidad Shibo se reía suavemente de él, y luego desaparecía en su
fantasmagórico refugio. Toby continuó la marcha.
Recorrieron calles tortuosas, cruzaron una ancha plaza de piedra negra, se internaron en el
edificio más imponente que habían visto allí: una empinada pirámide, de blancura cruda y resplandeciente.
El Aspecto Isaac dijo que era «perlada», y cuando Toby palpó el material era
asombrosamente frío y pegajoso. Pronto entraron por un ancho portal y ocuparon asientos delante
de una tarima elevada. Las sillas eran de un tamaño adecuado para los Bishop y la de
Toby lo aferró con una fuerza tibia y acariciante. Era insinuante, y lo ceñía a lo largo de la
espalda y las piernas. Se preguntó si lo dejaría ir, en caso de que quien mandara en aquel
lugar decidiera impedírselo.
Para su sorpresa, la juez Monisque apareció sobre la tarima; esta vez llevaba una toga azul.
—Me imaginé que era algo más que una juez —susurró Killeen en comunicación cerrada.
—Me alegra saludaros otra vez, gente errante —dijo Monisque—. Ahora me presento
ejerciendo mi otra función... la de jefa de permutas.
—Parece que aquí te encargas de todo —dijo Killeen.
—Las apariencias engañan. La mayoría de la gente no se interesa por los visitantes, vengan
del esti que vengan.
Cabeceó mientras muchas personas bajas llenaban los asientos restantes, murmurando.
Toby notó que los asientos se adecuaban también a los enanos, encogiéndose, y se sintió
menos paranoico.
—Nuestra amiga Quath'jut'kka’thon está dispuesta a presentar datos acerca de cualquier
campo que no esté vedado por su... —Killeen procuró traducir las ideas de las miriapodia a términos
humanos—. Bien, sus órdenes sacerdotales. A cambio de lo cual, tenemos gran
cantidad de preguntas que formularos.
—No estoy aquí para decirlo todo, capitán —dijo Monisque con retintín.
Killeen no estaba de humor para ponerse a regatear, y Toby compartía su impaciencia.
—Primero, queremos saber qué lugar es éste..., cómo funciona, su historia, quién lo creó.
Segundo...
—Podemos decirte lo que sabemos. Pero no hablo en nombre de las Vías.
—¿Vías? —preguntó Killeen.
—Otros ejes del esti. ¿Andro no os dijo nada?
Andro se puso de pie. Vestía un mono más limpio y almidonado.
—Intenté explicárselo, pero carecen de las nociones necesarias.
Toby no pudo soportarlo. Se levantó y acometió.
—Mientras estuviste a borde del Argo, sólo intentaste hacer trueques por nuestro equipo. No
te oí dar ninguna conferencia sobre...
—Pues bien, dediqué un poco de tiempo extraoficial a mis aficiones. Aun así, señoría, estos
palurdos no tienen ni la menor idea acerca de las brazas topológicas necesarias para...
—Sentaos, ambos —rugió Monisque—. Os daremos la Introducción Correctiva estándar, no
hay problema.
—Segundo —dijo Killeen, como si le faltara por enumerar una larga lista—, deseo saber
dónde está mi padre, Abraham de Bishop.
—Búsqueda de parientes, ¿eh? Amigo turista, aquí eso es una importante industria familiar.
—Monisque hizo una anotación pasando la mano por el atril de la tarima—. Tendrás que encomendar
una búsqueda por tu cuenta.
—Debéis saber dónde están vuestros ciudadanos, quiénes son.
—¿De veras? —Monisque enarcó las cejas—. Hay más vectores de Vías que pelos tienes
en el cuerpo, capitán... y más rizados.
Los presentes rieron, aunque no los Bishop. Killeen tensó la boca y envió por canal cerrado:
—No puede ver mis pelos más rizados... ni los verá, por cierto.
Los Bishop reaccionaron con una risotada y una sarta de burlas. Los enanos se
sorprendieron, sin saber si los habían insultado.
Toby sonrió. Se preguntó si aquella gente tendría la misma tradición que los Bishop: un
torneo de humor cortante, sarcasmos e insultos, tanto velados como desnudos. Entre fugitivos,
esa charla rápida servía para divertirse y agraviar, a ser posible ambas cosas. Servía
básicamente para aplacar las tensiones, para ventilar las rencillas de manera aceptable. Tal
vez por eso Killeen parecía tan distante e imponente para muchos de sus actuales subalternos.
Nunca lo habían visto humillado por una broma mordaz.
—Respeto que vuestros parientes vivan aquí tan hacinados —continuó Killeen con gran
afabilidad—. Entiende que nosotros necesitamos reunimos con nuestros antepasados.
Ella lo miró de hito en hito.
—¿Estás seguro de que eso es todo?
—Vuestra tribu es muy avanzada, pero algunas cosas no cambian —dijo Killeen con
severidad—. La Familia es una de ellas.
—Es justo. Pero debéis comprender que vemos pasar a mucha gente. Oímos historias.
Profecías. Embustes. Muchos nos tienden la mano... para arrebatar, no para dar. Así que nos
hemos vuelto un tanto recelosos.
—Tratad de huir de los mecs durante un par de generaciones —dijo Killeen con mesura.
Toby comprendió que procuraba contener la impaciencia.
—Me inclino ante la superioridad de vuestra experiencia. Aun así, mi autoridad tiene sus
límites. Tratamos con las personas de la transhistoria de manera justa y ecuánime. El trueque
está bien. Estamos dispuestos a canjear. Todo lo demás...
—Somos de Nieveclara, no de la transhistoria.
La juez hizo un ademán desdeñoso, agitando la toga.
—Es un término que designa a la gente del esti salvaje. No podemos dar por sentado que
procedéis del lugar y época que alegáis, porque no hay manera de verificarlo. La turbulencia
esti impide todo rastreo. Si podemos, nos atenemos a transacciones en efectivo... pero no hay
efectivo que sirva entre las transhistorias, así que se requieren muchas negociaciones y
cambios.
Killeen abandonó su máscara de amabilidad. Se levantó, haciendo gemir los servos de las
piernas, usando su altura para poner el rostro a la misma altura que el de Momsque.
—Estoy dispuesto a negociar a cambio de noticias de mi padre y un mapa para encontrarlo.
—¿Eso es todo? La mayoría de los visitantes quieren comida, combustible, crédito. Killeen
resopló.
—Eso lo conseguiremos por nuestra cuenta.
—Supongo que lo consideraría justo si tuviéramos pleno derecho a interrogar al miriápodo.
Monisque miró de soslayo a Quath; era la primera vez que se dignaba reparar en su enorme
presencia.
—Eso era sólo un aperitivo. Queremos algo más. Hallamos una inscripción en un Candelero
en ruinas, acerca de los que se zambullen en la guarida y biblioteca. Quiero hacer preguntas
sobre eso.
Monisque agitó la brillante toga como si sintiera la tensión que había bajo las palabras de
Killeen.
—Hubo muchos Candeleros. Yo...
—¿Aquí hay gente de esa época?
—En cierto sentido, sólo que «aquí» no es una palabra útil cuando hablamos del esti. Si
quieres, podemos ofrecerte datos históricos...
—No quiero datos, no ahora. —Killeen hendió el aire con una mano, la voz enronquecida,
mascando las palabras—. Quiero encontrar gente.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Eso significa «quiero» o «queremos»?
—Queremos... la Familia Bishop... su capitán. No hay diferencia.
—Así parece —dijo secamente Monisque—. Muy bien. La «biblioteca y guarida»... bien, éste
es un camino hacia el esti, así que supongo que corresponde a la «guarida». En cuanto a la
«biblioteca», no hay datos que nadie esté dispuesto a servir en bandeja.
—¿Por qué no?
—Andro, tenías razón. No saben nada. —Miró con picardía al público, que rió entre
dientes—. Nadie te revelará nuestro mayor secreto, aunque seas un gigante planetario. Si
quieres hablar con los antiguos de los Candeleros, o con el tal Abraham, te recomiendo el
Restaurador. Es una especie de biblioteca, pensándolo bien.
Toby no lo entendió, pero Killeen asintió lacónicamente con la cabeza, como si oyera la
confirmación que esperaba.
—La inscripción —dijo—. Mencionaba una heroína sin nombre. «Ella es como era y obra
como obró.» ¿Eso alude a ese lugar, el Restaurador?
—No soy una experta en historia lineal, y mucho menos en transhistoria. Este asunto apesta
a ambas cosas.
—Entonces indícanos el camino hacia el Restaurador, su precio...
—No podrías pagarlo.
—Aún no he mostrado todas mis cartas, juez.
—Lo sé. Estaba esperando la próxima mano.
—Si sabes tanto, tal vez puedas decirme qué ofreceré.
—¿Andro? ¿La posibilidad que mencionaste?
Andro se adelantó y se pulsó la tercera uña. Una luz cruda proyectó en la pared de detrás de
la tarima una imagen tridimensional de un pasaje del Argo. Toby reconoció el lugar y jadeó.
—¡Los Legados! Le dejamos acercarse.
Andro ni siquiera miró a Toby.
—Vuelan en una nave Clase 6, señoría. Diseño de cubierta estándar, bastante deteriorada;
no pude llegar al nexo, pero por el modo en que lo protegían, me imagino que allí hay una
plancha. Este niño —señaló a Toby con el pulgar— acaba de probarlo.
Monisque frunció el ceño.
—¿De qué época? Creí que quedaban pocas naves de ese tipo.
—Los mecs destruyeron la mayoría. Los Bishop dicen que ésta estaba sepultada en su
planeta. Eos mecs debieron pasarla por alto.
—Una plancha de esa época... —Monisque tocó la tarima, murmuró, pareció hacer cálculos.
—En efecto —dijo Killeen. Toby veía que en realidad Killeen se proponía negociar con los
Legados. Su mente giraba en un frío y furibundo vacío.
También la mirada de Andro era distraída. Toby comprendió que ambos se comunicaban
con alguna inteligencia distante, tal vez un banco de datos. Su Aspecto Isaac comentó:
En la Era de las Altas Arcologías existían esas aptitudes de enlace. Incrementaban la
inteligencia operativa de todos. También producían dolencias, producto de la inmersión en
datos, y las disipaciones que suelen proceder de tales adicciones.
Toby desestimó esa información inservible. Observó a la juez que asintió con la cabeza —
¿para sí misma, o para una presencia lejana?— y dijo:
—Estoy dispuesta a negociar. Servicios, servicios muy limitados, a cambio de una
inspección exhaustiva de vuestra nave.
Varios Bishop protestaron. Toby quedó tan sorprendido que enmudeció, como si tuviera la
garganta llena de algodón.
—Tendré que saber a qué servicios te refieres —dijo Killeen sin dilación—. Tengo algunos
en mente.
—¡Papá, no podemos! —exclamó al fin Toby—. Los Legados son nuestros. No podemos
permitir que cualquiera los tenga.
—Yo juzgaré eso —replicó Killeen—. Aquí tenemos negocios, y esta buena gente merece
saber sobre nosotros, al igual que nosotros sobre ella.
—¡No! —insistió Toby—. ¡No sabemos qué contienen los Legados! Tal vez secretos de la
Familia. Historia. El linaje de todos los Bishop que existieron, que podrían existir. ¡Incluso datos
de la Gran Época! Tú...
—Apenas podemos leer un par de caracteres —dijo Killeen de mal humor—. Necesitamos
ayuda para descifrar su significado. De este modo la obtendremos.
—Pero quién sabe qué harán con nuestros secretos.
—Son antiguos, tan antiguos que el idioma en que están escritos es ininteligible. Textos de
la Era de los Candeleros, tal vez anteriores. De una época que sólo conocemos por las
leyendas. ¡Todos esos puntos y garabatos! —Killeen se volvió hacia todos los Bishop y Cards
presentes, y Toby comprendió que estaba silenciando toda objeción antes de que nadie
hablara. Añadió con firmeza—: Obtendré lo que necesitamos, trocar los Legados... y de paso
que los descifren.
Los Ace, Fiver y algunos Bishop manifestaron su acuerdo con un murmullo, aunque algunas
miradas esquivas insinuaban que otros no estaban tan seguros.
—Al menos aguarda un poco, papá —dijo Toby—. Asistamos a este «curso correctivo».
Aprenderemos más sobre este lugar, tendremos una idea más acertada del valor de nuestros
Legados, veremos si Abraham está aquí, tal vez logremos un trato más conveniente...
Los ojos de Killeen examinaron rápidamente la sala. Una leve sonrisa, un gesto de
complacencia, borró una momentánea sombra de incertidumbre. Toby vio que contaba con el
respaldo de los demás, el peso de su rango y del pasado. Miró a Toby con severidad y se
encaró con la juez.
—Papá, no deberíamos...
—Cermo, sácalo de aquí.
—¡Soy el hijo del capitán, Cermo!
Toby abrió la boca pero las palabras no le salían. Cermo lo cogió con firmeza,
inmovilizándole los brazos. Pataleó, gritó, insultó, probó suerte con una patada pero sólo
golpeó el aire. Cermo lo tenía dominado. La sala parecía acuosa, llena de un aire enrarecido
que no transmitía sus palabras y sus gritos mientras Cermo lo llevaba a rastras hasta un
pasillo. Los enanos lo miraban con los ojos desorbitados, ocultándose en el aire denso de
aquella sala ondulante. La garganta de Toby se llenó de un regusto espeso y agrio, con un
trago amargo de presentimiento.
6 - EL ENCANTO DEL COMERCIO
Toby pasó dos días bajo llave en un camarote pequeño, sometido a la estricta disciplina de a
bordo, de modo que no veía a nadie ni se enteraba de nada. Ni siquiera Quath podía visitarlo.
De todos modos, el camarote era demasiado pequeño. Sólo recibía alimentos y material de
estudio, así que se puso al día en matemáticas e historia, escuchando la voz monótona de
Isaac más tiempo que nunca. Se entretenía haciendo ejercicio en la diminuta celda. Cermo le
traía la comida, guardando un renuente silencio, cumpliendo órdenes a pesar de las burlas de
Toby.
A causa de su confinamiento no pudo asistir a las sesiones de educación general en las que
se explicaba el funcionamiento de aquel lugar. Esto lo irritó tanto que descargó su frustración
en la celda, rebotando en el techo, trepando a las paredes, saltando en el suelo. Tenía que
descifrar el funcionamiento de aquel lugar por su cuenta, valiéndose de Isaac, pero no le
encontraba sentido a nada. El misterio más profundo era la existencia de aquel imposible
terreno sólido que giraba alrededor del filo de navaja de un agujero negro.
Al cabo de dos días, Besen logró visitarlo. Tenía el cabello más brillante —por algo que
había en el agua, dijo— y estaba radiante. Toby la abrazó, la besó, le habló de sus cuitas y
preocupaciones... pero algo iba mal. Se envaró cuando ella lo acarició de manera provocativa,
apoyándole una mano en el muslo, rozándole la cadera.
... piel lustrosa y resbaladiza...
El beso de Besen parecía metálico, su lengua sabía a herrumbre.
... tibieza almizclada rodeándola en la espasmódica oscuridad...
Besen lo tocó, palpando su erección.
... cascabeleo de risas mientras ambos se revolcaban y entrelazaban...
Toby se mantuvo rígido en el abrazo de Besen, que le resultó cerrado y sofocante.
... gemidos de placer y grata sorpresa...
Ella frunció el ceño cuando él retrocedió y le apartó la mano.
—¿Qué pasa?
—Ahora no tengo ganas.
—¿Qué? —Ojos de asombro.
—Tengo cosas en que pensar —dijo él, confundido.
—Verdaderamente no eres el Señor Siempre Dispuesto a quien conocía.
—Supongo que no.
—Toby, tal vez si hablaras un poco...
—Mira... vuelve mañana... Hay algo que no me deja vivir.
Ella se fue poniendo mala cara; le temblaba la boca. Toby se sintió triste y furioso consigo
mismo en cuanto la puerta se cerró. Pero luego se puso a hablar con Shibo y enseguida le
quitó importancia.
Besen no regresó. Toby hacía ejercicio, dormía, se devanaba los sesos.
Cuando Cermo abrió la celda, Toby se estaba volviendo loco. Besen lo esperaba con un
abrazo, y le dio un beso intenso que prometía más de lo que podían prometer las palabras.
Esta vez no le molestó, pero tampoco lo excitó demasiado. No, ya no era el Señor Siempre
Dispuesto, y no sabía por qué.
Primero, tenía ganas de darse una ducha —los lugareños habían conectado el Argo con su
abundante provisión de agua— y salir. La achaparrada ciudad era más abierta que los
corredores en espiral de la nave, y él necesitaba espacio, respirar. Se hizo acicalar tan pronto
como pudo.
Esperaba que lo llamaran para ver al capitán, pero su comunicador guardaba silencio.
Mientras caminaba por los corredores, deprimido e inquieto después del encierro, nadie parecía
interesado en hablarle. Los equipos trabajaban limpiando y reparando el Argo; aun en puerto, a
bordo el trabajo nunca cesaba.
Cuando él se acercaba para conversar, los miembros de la tripulación se apresuraban a
buscar una ocupación. Al final decidió no llamar a Besen. Quizá ella no comprendiera que lo
único que quería era alejarse de allí por unas horas.
Cerca de la salida principal había algo raro. Una docena de enanos nativos hablaban con los
suboficiales de guardia, regateando y tratando de obtener favores, y todos callaron cuando él
se aproximó. El teniente al mando explicó a Toby que sus movimientos estaban restringidos.
No podía abandonar la nave.
Eso lo irritó, naturalmente. Pensó en ir a ver a Quath para enterarse de lo que sucedía, y
entonces recordó las agrocúpulas dañadas. En la gran cúpula en forma de globo destinada al
grano, en una ocasión había tratado de reparar un pequeño conducto que no cerraba bien. Tal
vez siguiera sin cerrar, y ahora había presión positiva en el exterior.
Llegó allí sin que nadie le prestara atención. La puerta cedió con un leve empujón. Los
campos de anclaje mantenían la nave aislada de las dársenas cercanas. Suaves, pero firmes si
uno presionaba. Lo empujaron a un lado, sosteniéndolo como un viento benévolo. Se deslizó
por la lustrosa superficie de la cúpula y cayó a la sombra de la mole del Argo. Al cabo de unos
momentos se abría paso por la zona de recepción, saludando a los aburridos mozos. Pronto se
internó en la gris ciudad.
Quedó pasmado. Las calles, en vez de estar tristes y deslucidas como él las recordaba,
bullían de vida: puestos y tiendas, y un incesante parloteo que resonaba en todas las avenidas.
Esto demostraba que su recibimiento había sido planificado como parte de una estrategia de
regateo.
Toby deambuló, sorprendido. Había pasado días preocupándose y ahora todo parecía
desvanecerse. Hacía muchos años que no caminaba por gusto, errando sin rumbo. Desde que
estaba en la Ciudadela. Desde una celebración, en primavera. Su abuelo Abraham había
financiado un torneo de pelota en la Plaza de la Ciudadela. Sudor, ovaciones y silbidos, polvo.
Y golosinas calientes en bolsas de papel, refrescos, carcajadas y sonrisas.
Los recuerdos le hicieron morderse el labio, y se internó en la bulliciosa muchedumbre.
Algunas personas lo miraron con sorpresa, pero la mayoría se desentendía de su tamaño y su
extraño atuendo. Tardó un rato en acostumbrarse a los mercados, a las transacciones, a
calcular con rapidez el valor de algo. Las cosas que Toby consideraba simples cosas tenían un
nombre especial que las hacía parecer mejores: «bienes». Uno obtenía «bienes» a cambio de
dinero, y había que crear otro «bien» para reemplazar el dinero que uno gastaba. Se preguntó
cómo se obtendría un «mal», o un «mejor», pero nadie hablaba de esas cosas.
Tenía crédito, al parecer, por un primer pago que la juez había entregado a todos los Bishop
días antes. Decidió ser cauto. Aquello no era como el trueque entre Familias que había conocido
en Nieveclara. Allí se conseguía una sintocamisa a cambio de dos relucientes cuchillos de
acerocarbono fabricados en casa. Luego había que encontrar a alguien que necesitara
cuchillos para conseguir otra cosa. Con el dinero era más fácil. Uno decidía si el «bien» valía
tantas monedas redondas, o no. Simple.
¡Pero cuánto ajetreo conllevaba! El lugar estaba atestado de tenderos, buhoneros, adivinos,
mercaderes, carteristas, pregoneros, embaucadores, sensoartistas, asesores financieros de callejón,
rameras de sonrisa huraña, hombres y mujeres con «bienes» escondidos en las mangas
de camisa o en los pantalones abombados y «males» similares en el corazón. Se podía
comprar cualquier cosa, desde un polvo amarillo que causaba adicción de por vida al cabo de
dos minutos hasta una extraña y luminosa cristalería alienígena... que cuando la tocó resultó
ser el alienígena en persona.
Algunos habían aprendido a mendigar. Sentado en un callejón, comiendo una golosina,
observó a una mujer tuerta que veía mejor que la mayoría de los que tenían los dos ojos. Se
estaba preparando para su trabajo y, por una moneda, dejó que Toby mirase. Se maquilló,
simulando ojeras y se vendó el tobillo de modo que cojeaba como una lisiada.
Se instaló en una esquina frecuentada. La gente le arrojaba monedas y miraba hacia otra
parte. Lo ilógico de la situación —sin duda había algún tratamiento para tal dolencia— no quitaba
a la mendiga un ápice de credibilidad. Toby no entendía por qué, hasta que se le ocurrió
que la mujer les brindaba una forma de acrecentar su ego. Al mirar a aquella desgraciada,
inundaba al peatón un torrente de satisfacción: uno podía tener sus problemas, pero no tantos.
Era el mundo del espectáculo.
Los semidioses que habían creado los Candeleros no podían ser éstos, de ningún modo.
Había una maraña de calles destinadas a separar al juerguista de su dinero. Juegos,
cabinas, puestos donde se arrojaba algo contra un objeto y otros donde se arrojaba algo contra
el cliente. Salas de baile abiertas a toda hora, febriles, son sintomúsica que serpenteaba en un
largo bucle, llenando el aire de aromas punzantes y sorprendentes activadores de feromonas.
Toby se detuvo en una de ellas y, durante una pausa, cuando se cancelaron sus efectos (un
requerimiento legal) vio lo que sucedía con él y su dinero. Regresó a la calle, que al menos era
más barata, aunque su sistema nervioso insistía en ordenar a sus pies que regresaran allí.
Juegos y programas científicos convivían con adivinos, haciendo honor a la capacidad
humana para creer en dos cosas contradictorias al mismo tiempo. Buhoneros de maravillas.
Juegos. Hazañas de fuerza (¿quieres probar?), vendedores de drogas y alcohol, todo legal y
gravado con impuestos considerables para contrarrestar sus probables consecuencias
sociales. Puestos de refrescos. En uno de ellos ofrecían un antiguo, oscuro y burbujeante fluido
que Toby escupió con repugnancia para sorpresa de algunos jóvenes. Consideraban un insulto
que le hubiera desagradado aquel verdadero néctar popular, Koca-Koola, sabrosa y genuina.
Con el pimentón bastó para irritarle la lengua.
Tras años de fuga, redescubrió lo que era una ciudad. La Ciudadela Bishop era un pueblo
extenso y polvoriento en el cauce de un desfiladero. Tenía jardines secos y una ancha plaza,
pero nada comparable con este lugar, que se parecía más a las ruinas de una Arcología menor
que había visto desde lejos mientras los mees la despojaban de sus materiales.
El animado orden le recordó qué tranquilizador era preparar una comida sabiendo que había
aceite y sal disponibles a la vuelta de la esquina y que una muchacha, al cruzar una calle, no
se detenía sino que miraba a ambos lados antes de bajar de la acera. O qué fascinante era
sentarse de niño ante una ventana y mirar el desfile de quienes ignoraban ser actores
pasajeros en sus dramas imaginarios. Las ciudades: un mágico apiñamiento de humanidad, un
lugar de aprendizaje.
Toby suponía que su nuevo chip idiomático debía de estar al rojo vivo, por el uso que le
estaba dando. Ningún conjunto de reglas digitales consigue abarcar una lengua viva que crece,
así como un fino pañuelo de seda no puede cubrir a una mujerzuela. Casi todas las
expresiones que Toby oía eran rápidas, frescas, directas. Ideales para el regateo, pero sin
matices. Sabía muy poco de eso. Las vendedoras le echaban un vistazo y trataban de adivinar
su origen por su modo de pronunciar las vocales, pensando que venía de lugares llamados
Harapiento, Avalón o Tuscaloosa. Por el tamaño de Toby, sabían que pertenecía a las Familias
de la Agachada, modeladas por la guerra con los mecs y la gravedad, pero pensaban en los
Jack o los Queen, no en los Bishop o los Knight.
Un grupo de jóvenes de su edad demostró un relativo y pasajero interés por su procedencia,
por cuánto había visto, pero pronto volvieron a sus distracciones. Su charla era rápida y amena,
plagada de modismos que le resultaban de difícil comprensión. En general remoloneaban por
callejones mugrientos, absortos, jugando con artefactos.
Usaban gafas acolchadas, auriculares, guantes y botas, cosas curiosamente pesadas. Toby
se las probó mientras ellos se burlaban con malicia, y se encontró inmerso en el sistema
sensorial de un bosque. Grandes animales embistieron desde los arbustos, rugiendo y
mostrando unos dientes enormes. Un feroz felino de pelambre parda tumbó a Toby. Sintió una
rara sensación, porque se daba cuenta de que seguía de pie a pesar de que sus ojos y oídos le
decían que estaba rodando por el suelo.
Al cabo de unos minutos ya conocía el juego y se puso a disparar contra los animales. Era
bastante fácil dar en el blanco, así que se cansó y arrojó a un lado el arma que se había
encontrado en la seudomano. Forcejeó con el siguiente animal, un gran lagarto de llameantes
ojos rojos. Lo arañaba y lo mordía. Era doloroso, lacerante, impresiones bastante reales,
aunque un poco inconexas porque Toby sabía que no eran más que estímulos eléctricos de
una máquina, borrosos y huecos.
Luego comprendió que sus sistemas incorporados hacían lo mismo, pero con mayor
precisión. Sus ojos podían indagar todo el espectro, escoger blancos, fijar alcances y calibrar
con un parpadeo, con un toque de la lengua en el diente adecuado. Sus servos actuaban sin
necesidad de órdenes. Era un equipo de supervivencia especializado que le habían insertado
cuando todavía berreaba y se ensuciaba los pañales.
Pero allí tales capacidades eran exóticas, cosa de los mundos bajos. Esa clase de
tecnología se usaba para jugar.
Tumbó al enorme lagarto varias veces, y el lagarto lo tumbó a él; hasta que se cansó del tufo
de la correosa piel verde, del hedor de carne podrida alojada entre sus dientes. Los otros
chicos estaban a su alrededor, en la jungla, disparando, riendo y corriendo, sin hacer nada real,
ni siquiera el movimiento de las piernas o de los brazos.
Les gustó la idea de Toby de forcejear con los animales, y uno de ellos fue aplastado por
una enorme y leprosa rata de bigotes rojos. Pero también de aquello se cansó Toby. Se quitó el
casco. Los otros siguieron jugando, agitando piernas y brazos, con falsos impactos y patadas,
tensando los dedos sobre gatillos imaginarios, matando criaturas espectrales que siseaban
ante sus ojos cegados. Se sentó a mirarlos un rato: fascinados por la acción, emocionándose
con seudovidas que eran un simple entretenimiento.
Unos chicos divertidos para los cuales el mundo era sólo un puñado de señales, símbolos y
ficciones electrónicas. Tenían buenas razones: su mundo era mejor que la tosca presión de la
obtusa realidad, una filosofía, pensó Toby, para gente que pasaba demasiado tiempo
encerrada. Echó a andar y fue dar un paseo real por un parque real, y aunque no había
grandes lagartos verdes le gustó más.
Entonces Quath lo encontró. Aquella mole no tenía que abrirse paso entre la muchedumbre,
pues todo el mundo se lo cedía. Y Toby supo que llegaba antes de verla. En su sistema
sensorial apareció un telón meditabundo y ansioso. Algo iba mal, muy mal.
7 - ESPÍRITU ANIMAL
—Al menos me buscas tú, gran insecto —dijo Toby para ocultar su sorpresa—. ¿La gente te
ha causado problemas mientras venías hacia aquí?
—Con el tamaño que tienes, supongo que no puedes fijarte en todos los lugares por donde
pasas. Pero creo que aquí ni el mismo diablo con zancos causaría asombro.
hablaba en serio. Puso la gran cabeza bajo una rama de sauce.
—No habrías pasado por la puerta —dijo Toby con una fingida ligereza.
—¿Qué querían saber? Es decir, después de leer nuestros Legados —dijo Toby con
amargura.
les interesó.>
—¿Se lo contaste?
—¿Los mecs se meten aquí con frecuencia?
—Espero que sean buenas. —A Toby le agradaba el exuberante verdor del parque, pero
echaba de menos el entorno apacible y soñoliento, según él recordaba, de Ciudadela Bishop.
Esta ciudad tampoco tenía aquellas recónditas y encantadoras avenidas donde él había
aprendido a caminar de la mano de su madre. Y sabía que no encontraría lugares como ésos
en ninguna parte.
—¿Con la qué?
Quath emitió un chirrido metálico, una carcajada en apariencia, aunque Toby jamás había
podido precisarlo. Emitía el mismo sonido en situaciones que, al menos para Toby, no eran ni
remotamente graciosas. Cuando el chirrido cesó, Quath le dijo que la materia tenía su opuesto
y que, si se encontraban ambas partes, las dos desaparecían en un fogonazo.
—Parece peligroso jugar con eso —dijo Toby.
pequeñas estrellas, las estrellas de neutrones. Los mecánicos estudian intensamente en esos
lugares.>
Toby sacudió la cabeza.
—Yo quiero entender este lugar, Quath... no me llenes la cabeza con cuentos de estrellas.
—¿Eso es una charla intrascendente? —Toby se paseó por el bosquecillo, escuchando el
murmullo de la gente y del comercio a una manzana de distancia. Aquel fragmento de
naturaleza, unos cuantos árboles y arbustos, bastaba para hacerle comprender cuánto la había
echado de menos—. Creo que sé lo que te propones, sin embargo. Mi padre quiere que
regrese con el rabo entre las piernas, ¿verdad?
—Pero ¿he acertado?
—Que lo haga. Si ya ha usado los Legados como instrumento de cambio, ¿para qué
preocuparse?
—La moda, ¿eh?
—Oye, tú te insertas un ojo o pata adicional con tanta frecuencia como yo me cambio de
camisa.
—Sí, claro, pero...
Toby no entendía por qué, pero algo en el comportamiento de Quath lo ponía nervioso.
—¿Para qué has venido a buscarme, madre de las cucarachas?
Toby pateó una rama caída.
—¿Qué me importa? Por mí que venda la dentadura.
—¿Yo? Yo no tengo nada.
—Claro, pero... oye, ¿con eso está negociando mi padre?
cualquier persona que haya vivido.>
Toby sintió frío, horror.
—Shibo.
—No me gusta eso.
Toby se sonrojó. Vaciló, sintió mareo, se sentó. Veía puntos blancos en el aire. Respiraba
entrecortadamente. Intuía que lo que Killeen quería estaba mal, pero no sabía cómo argumentarlo.
—No sé.
—Hablarán con ella.
—Claro que no. Tendrá que ser a través de mí.
La cabeza le palpitaba y se apretó las manos, que sentía extrañamente frías, pero se obligó
a pensar. Con volcar su atención hacia su interior la Personalidad Shibo afloró como una cuña
inflexible en su mente.
Es tentador regresar a todo eso. Tendré que pensar en ello.
—¿Qué? —preguntó Toby en silencio—. ¡Estamos tan cerca! Apenas he empezado a saber
cómo eres. Amo tus recuerdos.
Son polvo digital.
—Son tan reales como esta hierba, estos árboles.
Tú no crees eso. ¿Recuerdas a los que luchaban contra los seudoanimales? Preferían lo
simulado a lo real. Tú te reías de ellos.
—Pero tu yo durará para siempre si está almacenado en un chip. —El argumento era un
poco forzado, y esperaba que ella no cayera en la cuenta.
Nada reemplaza la vida. Aun así, aquí hay ciertos sabores que tú no sientes. Difíciles de
describir, fríos, grises y tranquilizadores.
Astutamente, Toby dijo:
—Resolvamos este problema, luego hablemos del Restaurador.
Tiene cierto sentido, lo admito.
—Bien, déjame hablar con mi padre, sólo tú y yo, y...
He estado pensando. Semejante transformación quizá no nos traiga felicidad, ni a mí ni a
Killeen. Está cambiado. Se ha endurecido.
—Así es.
Me agrada este distanciamiento. Aquí estoy a salvo de lo tosco y lo efímero, de penas y
necesidades.
Toby detectó un aroma de espacios claros, extrañamente delicioso, de superficies tersas
fluyendo en un lugar atemporal.
—Entiendo.
No puedes. Pero te agradezco que lo intentes.
Tragó saliva, con las manos trémulas, y miró desafiante la cabeza de Quath.
—Yo... no permitiré que Killeen tenga el chip.
—¡Tengo derechos!
—¡No es la costumbre de la Familia! —protestó Toby.
—La humanidad ya debía tener esto hace mucho tiempo, de lo contrario esta gente no lo
tendría. Pero nuestras costumbres son antiguas... y no encierran nada acerca de traer de
vuelta una Personalidad.
<Ésta, pues, es la prueba de cuánto habéis decaído.>
Nada cabía replicar a una afirmación tan cruda.
—Aun así, no la entregaré.
<Él la tomará. Aduce que necesita las aptitudes de Shibo para explorar este lugar.>
—¿Explorar?
Toby no podía apartar la mente de la perspectiva que le aguardaba. Y algo más le secó la
boca, le cerró la garganta: las extrañas corrientes que avanzaban como riachuelos abrasadores
cuando pensaba en Shibo.
—Necesito reflexionar. —Toby se levantó temblando. No era propiamente Shibo quien
causaba aquel tumulto en su interior. Era algo relacionado con él y con Shibo, pero que no atinaba
a expresar. Cada vez que lo intentaba sentía un mareo, un remolino de náusea.
—No regresaré.
—Claro que regresarás —dijo su padre.
Toby giró sobre los talones.
—¡No!
Killeen y Cermo salieron de la arboleda cercana, en traje completo. El rostro de su padre
estaba arrugado y contraído, como si no hubiera dormido en todos aquellos días.
—Sabía que Quath sería mejor que nosotros para buscarte —dijo con una sonrisa forzada—
. Redujiste tanto tu sistema sensorial que no podíamos detectarte.
—Papá, no hagas esto.
—Es necesario.
—Yo llevo el chip, así que según la ley de la Familia yo decido por la Personalidad.
—Excepto cuando la supervivencia de la Familia exige otra cosa. La ley también dice eso.
Toby pensó deprisa. Nunca había prestado demasiada atención a las complicaciones de la
ley y las costumbres de la Familia, el parloteo y los alardes de los adultos, y ahora lo
lamentaba.
—Aquí estamos seguros. Nada amenaza nuestra supervivencia.
—No lo creas. Pero mira, hijo, quiero que Shibo vuelva. Creo que entiendes por qué.
—No creo que sea para mejor.
—Tonterías. Estaremos juntos de nuevo, los tres, como una verdadera familia.
Toby sacudió la cabeza.
—No será lo mismo.
—Claro que sí. Shibo, en persona... piénsalo. —Por primera vez en mucho tiempo, el rostro
de Killeen se iluminó.
—No vinimos aquí para esto, papá, y además... —Se interrumpió—. Ah... al contrario, para
esto vinimos precisamente, ¿verdad?
La cautela acabó con la fugaz alegría de Killeen.
—No era ésta la razón principal, pero... sí, supuse que aquí habría algo parecido al
Restaurador. El mensaje de ese Candelero, ¿recuerdas? Y otros viejos dichos y mitos.
¡Deberías ver la realidad, hijo! Magnífica, enorme. Vidrio y metal flexibles y transparentes. La
tecnología capaz de restaurar a cualquiera, si se tienen los datos necesarios...
—Ahora no la necesitas, papá. Tal vez más tarde, cuando hayamos encontrado a
Abraham...
—¡Abraham! —Killeen recobró la alegría—. Tengo su mensaje. Nos ha enviado las
coordenadas de su posición. No son fiables, dice Andro, pero nos acercarán a él. Abraham
está vivo, aquí. De algún modo logró salir de la Ciudadela. Dijo que te llevara a ti, por cierto, y...
—Lo de Shibo puede esperar; es una cuestión personal, papá. Abraham y lo demás es
cuestión de la Familia Bishop, y por tanto lo primero que debes resolver.
—Hay más cosas por descubrir, lo presiento. Necesito a Shibo. Ella era mi... centro, hijo. Sé
que no puedes entenderlo, pero...
En el rostro de Killeen, la inquietud y la incertidumbre amenazaban su máscara de capitán.
Toby comprendió de pronto hasta qué punto aquella imagen suya tranquila y resuelta había
sido una máscara durante años.
—La necesito. Quiero recobrarla antes de que salgamos en busca de Abraham. Es una
emergencia, así que dejaré de lado las costumbres de la Familia...
—¡Estamos seguros! Aquí ni siquiera hay mecs. Puedes invocar una...
—Ya lo he hecho. —Killeen había recompuesto su máscara por culpa de los exabruptos de
Toby, y la ventana abierta entre ambos se cerró de golpe.
Killeen y Cermo permanecían juntos, altos y firmes; la posición de los codos y rodillas del
robusto Cermo denotaba su aprensión. Las arrugas del rostro de Killeen eran profundas,
sombrías, como si ocultaran algo; pero su voz era serena, cada vez más tranquila. Toby le
había oído usar el mismo tono con un tripulante que se había insolentado y a quien quería
meter en cintura.
Toby aspiró profundamente, se humedeció los labios. Sirviéndose de sus Aspectos echó
mano del lenguaje jurídico, una jerga que apenas entendía.
—¿Dejar de lado las costumbres? ¿Cómo puedes hacerlo? El Consejo de Familias ni
siquiera me ha informado sobre esto. Primero tienes que...
—Convoqué un consejo extraordinario. Como habías abandonado el Argo sin autorización
del oficial de guardia, permitieron que se llegara a un veredicto sin informarte.
Toby quedó anonadado. Debió haber sospechado que la fuga le resultaba demasiado fácil.
—Tú permitiste que me fuera.
—Yo di órdenes de que te quedaras en la nave.
—Claro, sabiendo que podrías sacar provecho de ello...
—La Familia exige esto.
—¿La Familia? ¡Ja! Eres tú quien lo quiere.
—Me abstuve de intervenir en las deliberaciones.
Toby soltó una exclamación de desprecio. Su padre sabía que varios días de encierro lo
afectarían hasta el punto de hacerle abandonar la nave. Así que el capitán había preparado sus
argumentos, cerrado el trato, aguardado a que Toby escapara. Se sorprendió de que pudieran
manipularlo con tanta facilidad, calculando sus impulsos; fue como recibir una ducha de agua
helada.
Dominó la voz y dijo con voz calma:
—Papá, Shibo no quiere que la restauren.
Killeen rió secamente.
—Estupideces. Todo Aspecto quiere salir.
—Ella es una Personalidad... es mayor, más amplia... —Toby se esforzó para decir lo que
sentía—. Tú no llevas una, y no sabes cómo es. Está por encima de todo esto, de los vaivenes
de la cólera, de la necesidad y el miedo que sentimos. Le gusta ser como es.
Killeen aún sonreía, meneando la cabeza.
—No esperarás que alguien se crea eso.
—Claro que sí. Ninguna Personalidad de esta Familia ha tenido jamás la oportunidad de
regresar. Nadie se lo ha preguntado.
—Bien, podemos hacerlo —dijo Cermo cuidadosamente—. Haz que ella se manifieste ante
el Consejo.
—No —dijo Killeen abruptamente, apretando los dientes—. Yo zanjaré esta cuestión. Haz
que se manifieste ahora, aquí.
—¿Qué? —Toby procuró calmarse. Imágenes violentas bullían en su mente. La náusea le
quemaba la garganta.
—Vamos, haz que hable.
—¡No!
... Piel febril, de suave resistencia, un pecho rosado...
—También tendrías que hacerlo ante el Consejo —señaló Cermo.
—Yo podré disuadirla de toda objeción que presente —dijo Killeen afablemente—. Vamos
hijo.
... una lengua lamiendo huecos húmedos, recovecos secretos...
—¡No!
La sonrisa de Killeen se petrificó.
—Sí, ahora.
Shibo intervino:
Si éstos son los resultados, lo pensaré de nuevo. No quiero que vosotros dos...
¡No!, exclamó Toby interiormente. No.
Killeen torció la boca.
—Ahora. Y va en serio.
Toby echó a correr hacia la izquierda. No tenía muchas esperanzas pero lo intentó,
ajustando los servos de las rodillas al máximo, sintiendo el gemido creciente bajo la piel.
Gritos a sus espaldas. Tal vez pudieran alcanzarlo, pero al menos les daría trabajo. Se
apresuró, respirando agitadamente.
Luego los gritos se volvieron roncos y estridentes. Miró hacia atrás. Quath cerraba el paso a
Cermo y Killeen, moviéndose con sorprendente rapidez. Extendió una pierna retráctil y frenó el
pie de Cermo, haciéndole tropezar. Detuvo a Killeen tumbándolo de un rudo golpe.
Toby estaba asombrado, pero no redujo la velocidad. Salió del parque y se internó en las
atestadas calles.
Una fuga tiene dos etapas: la primera consiste en distanciarse del perseguidor; la segunda
en distanciarse del episodio, para que nadie sospeche que uno es la presa.
Toby cogió atajos donde pudo, saltó sobre un edificio bajo poniendo los servos al máximo, y
corrió por tres calles sin haber trazado un plan. La gente se reía y le gritaba, pero parecía suponer
que era un excéntrico, no un ladrón en fuga. Se relajó y tuvo la presencia de ánimo
suficiente para saludar a los curiosos, sonriendo, como si lo suyo se tratara de una travesura.
No tardó en volver a caminar a paso normal, y nadie pareció fijarse en él.
Atravesó un mercado al aire libre sin que nada llamara la atención salvo su tamaño. Respiró
más tranquilo. Su extraña angustia se disipó.
Descubrió que había andado en círculos, siempre hacia la derecha. Entrenamiento de la
Familia. Regresar para localizar al perseguidor. Uno podía decidir cogerlo por sorpresa, aunque
había que hacerlo antes de que el perseguidor se diera cuenta. O bien seguir el rumbo
contrario, asegurándose de cubrir las huellas.
Pero en una ciudad no había huellas... a no ser que Toby hubiera causado una conmoción
en la muchedumbre y eso lo delatara. Killeen y Cermo tenían dificultades para comunicarse con
aquellos enanos, sobre todo en su actual estado de ánimo. Así que tal vez le quedara un cierto
margen de tiempo.
Había ido a parar detrás del parque. Una persecución tiende a alejarse del punto de partida
y habitualmente nadie piensa en volver a él. Lo había aprendido jugando en las calles
polvorientas de Ciudadela Bishop, y más tarde, mientras esquivaba a los mecs. Ahora
esperaba que su padre no se diera cuenta de su maniobra. Inquieto, miró a su alrededor antes
de ponerse al descubierto. A fin de cuentas, últimamente Killeen había jugado con él a su
antojo.
No había rastro de Killeen ni de Cermo. Ni gritos ni precipitación. Se apoyó contra un
edificio, mirando hacia el parque, que estaba a una manzana de distancia.
Era sólo una victoria momentánea. La Familia podía registrar la ciudad hasta encontrarlo.
Captó una señal conocida en el comunicador. Quath, por lo visto, había jugado al mismo
juego en su infancia, si así llamaban las miriapodia al período en que eran pequeñas. Pero
Toby no la veía por ninguna parte.
La enorme silueta estaba encima de él, aferrada al borde de un edificio, oculta en las
sombras. Nadie la había visto.
—Dado que mi padre ha actuado de esta forma, no había alternativa.
—La libertad empieza entre las orejas, patas pegajosas. Tenía que atenerme a lo que sabía.
Lo mismo hiciste tú. Gracias.
—¿De veras? ¿Crees que tenía que devolver a Shibo?
—Vamos...
Toby se apoyó en la pared mientras Quath descendía por el gris edificio de cerámica, que
temblaba con la tensión.
—Últimamente yo no he oído mucha música, insecto. Sólo ruido.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Tú no tienes pensamientos inconscientes? Me refiero a impulsos, cosas que surgen
cuando no estás pensando en ellas.
improvisada construcción es típica de un phylum que no se ha automodificado en lo
fundaméntal.>
—Tal vez nos gusta ser como somos.
—Humm. —Toby recordó los momentos sensuales, profundos y turbadores—. Pues no.
—¿Conque no puedo plantearme con claridad este asunto? ¿Por eso estoy tan confundido?
—Se sentía exhausto, y no sólo debido a la carrera. Deslizó la espalda por la pared hasta
quedar sentado en el callejón y estiró las piernas.
puedes consultarlas directamente, como yo.>
—¿Por eso sentimos tanto...?
<¿Dolor? En cierto modo, pero no creas que yo no conozco las colisiones internas. Puedo
hablar con todas mis submentes, lo cual alivia algunos de los padecimientos más fuertes.>
—Y nosotros no podemos.
Toby se preguntó si alguna vez sabría qué emociones tormentosas lo sacudían en la
superficie de un profundo y turbulento mar interior. Se encogió de hombros.
—En ese caso, tal vez me sienta un poco mejor si hago algo más que quedarme apoyado en
mis posaderas, esperando a que Cermo no me sorprenda.
—Oye, de no ser por ti me estarían sacando los chips espinales. —Toby se incorporó,
sintiéndose más aliviado, mejor consigo mismo.
—Como decía mi abuelo, cerebro de insecto, ánimo. Viviremos para mear sobre las tumbas
de nuestros enemigos. —Le resultaba estraño estar dando ánimos a Quath.
—Eso forma parte del linaje. Tenemos a muchos más como él. —Se sintió bien al decirlo,
aunque ni siquiera estaba seguro de que fuera así. A lo mejor ningún hijo llegaba a saber tal
cosa.
Quath movió las piernas, luego activó sin esfuerzo los impulsores, aleteando en el aire.
Algunas personas miraron hacia arriba, sorprendidas, y se alejaron. Estaban acostumbradas a
toda clase de exotismos, pero Quath ya era demasiado.
—Yo tampoco. Pero no podemos quedarnos aquí. Eres un poco llamativa y yo soy un
hombre buscado.
<¿Entonces?>
—No sé. El Argo entró por la puerta principal y nos estaban esperando. ¿Este lugar tiene
alguna puerta trasera?
CRIATURAS DE FASE
Por encima del disco no puede sobrevivir nada que sea de metal o cerámica.
El gran disco giratorio tritura incesantemente la materia estelar. Lacerantes marejadas se
precipitan al interior.
El Comilón mismo mantiene eternamente cautiva la masa acumulada de un millón de
estrellas muertas.
La antigua materia se desvaneció en segundos de prolongada agonía, deslizándose por la
empinada cuesta del espacio-tiempo. Pero el recuerdo de estas masas transitorias permanece
en la curvatura.
Para el exterior, una distorsión fantasmal es testigo de las muertes. Diez mil millones de
años de materia sacrificada —estrellas y polvo, planetas y ciudades, civilizaciones perdidas con
sus documentos y sus esperanzas— tienen su lápida en la muda distorsión. El antiguo dolor de
una galaxia persiste como gravedad silenciosa.
Grumos de materia incandescente se deslizan en espiral por la curvatura, a velocidades
mayores que las que pueden hallarse en el resto de la galaxia, incesantes torbellinos
condenados, materia que gira en un frenesí final.
Los grumos se estrellan, se despedazan, se transforman, se frotan. Los campos magnéticos
median en la fricción. Manchas de plasma corren y giran. Las corrientes hierven.
Crecen los vórtices magnéticos. Los campos se entrelazan y se tuercen en los cauces
condenados; en feroces colisiones, los campos mismos se aniquilan entre sí. Brota más
energía.
Encima de esos hornos brutales flotan las criaturas de fase.
Una vez pertenecieron a los mecánicos. Ahora existen sólo en duros circuitos de
inteligencias enquistadas en cuadrículas de cerámica. Han evolucionado a partir de una
necesidad autodirigida. Beben más energía de la que han aprendido a disolver.
Mientras los torrentes de radiación dura los atraviesan, son plasma. El plasma se junta en
flujos que se alojan en correlaciones de largo alcance.
Cuando baja la marea, las criaturas de fase cambian. En los lugares más fríos que hay por
encima del disco pueden condensarse. Los delicados filamentos se convierten en descargas
gaseosas. La energía así liberada se proyecta hacia el exterior, hacia las jerarquías inferiores
que pueden almacenarla.
Las criaturas de fase usan estos flujos para organizarse en redes que flotan libremente.
Circuitos sin cables. Electrones que fluyen sólo en sus campos magnéticos generados con
autocoherencia. Corrientes contraídas que serpentean y estallan. Voltajes e interruptores.
Veloces como la luz, delgados como gasa.
Aquí bailan inteligencias vivaces: inductivas, mudas, invisibles. Participan en el debate que
se desarrolla encima de ellas, en los reinos más fríos. Con sedosa elegancia sus pensamientos
se funden con los seres duros que constituyen las formas más toscas y primitivas de los
mecánicos.
Pero las criaturas de fase conocen sus orígenes. Comparten los patrones mentales de las
formas metálicas. Conversan.
No entendemos por qué estos extraños
primates primitivos merecen ser estudiados.
¿Y a qué se debe esta llegada?
Tú/yo convocaste a ¦> A <¦, que estaba concluyendo la eliminación de los restos de materia
orgánica en el planeta de origen de estos primates.
Este ¦> A <¦ es una extraña mezcla de
inteligencias.
Yo/nosotros lo sé. Toléralo. Aquí está.
Salud. Empleo la aproximación de conciencia simple. Creo que esto os resultará cómodo.
Vaya. ¡Qué estrechez de miras!
Nosotros/vosotros lo hemos intentado
antes y nos resultó sofocante.
Debemos dar facilidades a ¦> A <¦.
Muy bien. ¡Pero qué limitación tan
demencial!
Soporta a ¦> A <¦ un momento.
Para sondear lo más recóndito del pensamiento primate se requieren tales restricciones.
¿Entonces, para qué estudiarlos?
Su percepción de la belleza no tiene parangón. Las variables orgánicas también son únicas,
pero son de larga duración, aquí, en el Centro Verdadero.
¿Belleza? Nosotros somos sus arbitros.
Trato de obtener cotas totalmente nuevas de gracia y sabor. Éstas son específicas de su especie,
pródiga en tradición.
Es un lujo innecesario. Ahora nos enfrentamos a problemas más graves.
La belleza es tan vital para nuestra existencia como cualquiera de vuestras burdas
ocupaciones.
¿Es un insulto?
De ningún modo. Es un hecho.
Cuidado, entonces.
No pretendo ofender. Soy una inteligencia especializada, con impulsos propios. Permitidme
señalar, oh. mentes reunidas, cuánta riqueza poseen estos primates. Son las criaturas que desarrollan
el Motivo de Cinco Dígitos. Dominan los centros perceptivos como nadie. ¡Y el colorido
de sus telones emocionales internos! ¡Maravillosos! Y sus Abstracciones Máximas
Subvertidas. ¡Son creaciones prodigiosas!
Yo/nosotros estoy más preocupado por
el peligro que pueden representar
para nosotros. Y todo por ese supuesto
conocimiento semilegendario que poseen.
Pero no lo saben. Esto es importante. ¡No deben saber que!o poseen!
Creo que intuyen poseer un destino especial. Pero ignoran su naturaleza, claro. La narrativa
de dichos seres contiene el conocimiento más profundo. Para los primates, un mito es una historia
profunda que responde los interrogantes difíciles de la vida.
Yo/tú pienso que los mitos son simplemente la religión de otro.
Desde luego, me refiero a los primates. Los he estudiado bien.
Entonces, tú eres el único que puede
entrar en la Cuña y actuar allí en nuestro
nombre.
¿Por qué? Tengo otros asuntos...
Tú los conoces mejor.
Pero nunca he estado en la Cuña.
No me extraña, ya que pasas el tiempo
dedicado a las bellezas de la subvida.
La Cuña es traicionera.
Naturalmente. Pero nosotros/vosotros hemos penetrado en ella con formas menores. En
este preciso instante esos diminutos informadores se han infiltrado en la ciudad portal. Vigilan
atentamente a los primates de la nave... que pudieron entrar, por cierto.
Una decisión a la cual yo/tú me opuse.
Nos permitió obtener una valiosa información. Esos Legados... implican muchas cosas que
desconocemos.
Nosotros/yo no necesitaríamos
conocerlas si hubiéramos exterminado
a los primates.
¡No! No debéis pensar así. Los primates constituyen una forma valiosa, próxima a la
extinción. Proteged a esos seres en sus últimos momentos.
Eso es un lujo.
Te ordenamos que sigas de cerca a los
primates importantes, identificados por
sus propios Legados.
La Cuña es peligrosa. Si entro allí, nunca sabré con exactitud dónde estoy. Ni en qué
momento me encuentro.
Nosotros/yo te facilitaremos recursos.
Podría perderme en el caos.
Es un riesgo que nosotros/vosotros debemos correr.
He oído que en la Cuña hay agentes que pueden dañar incluso los sistemas superiores
como nosotros.
Es verdad. No sabemos qué son.
Pero estoy en modalidad de conciencia simple. Si perezco, la «forma-yo» desaparecerá.
Yo/nosotros no podemos evitarlo.
Nosotros/vosotros elegisteis este estado.
Aunque, naturalmente, archivaremos tu
estado actual. Una copia de ti
permanecerá.
No soy apto para internarme en semejante turbulencia.
Vosotros/nosotros parecemos poco dispuestos
a hacerlo. Pero vosotros/nosotros tenéis
experiencia en lo más importante: habéis
tratado con primates. Tú los llevaste a su
intersección con los cuasimecánicos. Muy
hábil.
Y nosotros/vosotros tenemos otras motivaciones.
¿Qué motivaciones? Arriesgar tanto...
Piensa en la belleza. En el arte.
CUARTA PARTE - LA GARGANTA DE LA GRAVEDAD
1 - EL VIENTO DEL ESTI
La ciudad de los enanos quedó atrás.
Toby y Quath avanzaron deprisa, cubriéndose en los edificios desperdigados, y luego en un
tupido bosquecillo de árboles extraños y raquíticos. Estos se elevaban a creciente altura conduciendo
a una sinuosa garganta de roca. Toby trataba de no pensar en la confrontación con
su padre, refugiándose en el puro placer de la huida. Corría con vigor.
—Más peligroso es quedarse allí.
Peligroso, se preguntó Toby, ¿para quién? No era la palabra adecuada, pero no quería
revisar sus sentimientos en aquel momento. Era hora de actuar.
parecen reflejar un inherente [intraducible].>
—Me son de gran ayuda, tus [intraducible].
—Déjame en paz, por favor.
—Los humanos son difíciles de entender, como dijiste una vez.
—Tampoco yo. En cierto modo necesita más ese amor que los Legados... o que a mí.
En su mente surgieron imágenes inconexas, ondas de sensación, fragmentos de ideas
entrevistas que se desvanecían con rapidez. Shibo acechaba justo detrás de sus ojos
nerviosos.
No puedes comprender lo que sucede aquí, y tampoco Killeen. Te pido que te relajes, que
no te esfuerces tanto.
Toby sintió un arrebato de indignación.
—Oye, es a ti a quien estoy salvando.
Del desgaste de la vida real, sí. No creas que no te lo agradezco. Y sería lo mejor para
nosotros permanecer juntos al menos cierto tiempo.
Su dolida irritación se convirtió en agradecida calidez.
—Tú lo quieres. Yo lo quiero. ¿Por qué mi padre no lo entiende?
No creas que esto te exime de tus obligaciones para con la Familia.
El susurro de Shibo había cobrado un filo acerado.
—¿Qué obligaciones?
Encontrar a Abraham. Continuar con el cometido de la Familia.
No tenía respuesta para aquello.
La Personalidad Shibo lo envolvió, fría y altiva. Hablaba con frases más largas que las que
usaba la Shibo real. Su Personalidad había comenzado a adquirir el estremecimiento ansioso
de las criaturas de los chips, un matiz totalmente distinto al de la Shibo viviente.
¿Estaba aprendiendo de Isaac, Zeno y los demás las extravagancias de los veteranos? Toby
intuía vagamente unos cambios en ella pero esperaba que no fueran importantes.
Caminó ágil entre los árboles, saltando sobre zarzas nudosas. Quath utilizaba sus piernas
cortantes para seguirle. «Lejos, fuera, libre.»
Había escapado del casco metálico del Argo, se había liberado de la mano de hierro de su
padre, y eso le enviaba un torrente de energía a las piernas. En su infancia había aprendido el
arte de huir de las penurias mediante el movimiento constante, y ahora recobraba esa alegría.
Así que cuando el suelo comenzó a deslizarse y retorcerse bajo sus crujientes botas, le pilló
desprevenido.
—¡Quath! Algo...
articulado que refleja...>
—¿Qué está pasando?
Turbulencias, nieblas repentinas. Alrededor de Toby el espacio temblaba con una porosidad
inquietante. Era como si las moléculas de aire plomizo sorbieran la sustancia de Toby, con
bocas diminutas que le producían hormigueos y sobresaltos.
Eos árboles esqueléticos lo azotaban como si un viento furioso los agitara, a pesar de que
Toby no notaba más que calma en el aire.
Luego, un desgarrón en los pies, las rodillas... y echó a volar, sin peso. Los árboles sólo eran
sombras azules y borrosas. Quath era una mancha parda cuyo tamaño disminuía.
¿Ilusión? Lo ignoraba, pero un puño se cerraba y abría en su estómago. El problema quedó
resuelto cuando Quath se hinchó, se estiró formando gotas titilantes de color terroso y chocó
contra él, golpeándole el pecho.
—¿Qué ocurre?
—¿Qué significa ese condenado [intraducible]?
—¿Un qué?
Toby abrazó una pata cobriza y bruñida. Remolinos rojizos y vientos aseladores le
tironeaban de las piernas, le arrancaban las botas. Una rechinante mancha roja de aire
torrentoso formó raíces sucias frente a él: una planta nacía de la nada.
Se aferró con todas sus fuerzas y sintió estallar sus articulaciones. Los sellos de su
microhidráulica ansiaban abrirse. Expandió su sistema sensorial.
Lo inundaron sensaciones aullantes. Tiraron de sus ojos. Trastornaron su sentido del
equilibrio hasta convencerlo de que sostenía a Quath en brazos, un peso enorme agobiándole
el cuello y los hombros; de repente Quath colgaba sobre un pozo, un negro abismo de fuegos
rojos y furia rugiente.
¡Tenía que impedir que Quath cayera en él! Sintió que sus tobillos se tensaban y estiraban,
como metal al rojo, alargándose en imposibles cordeles de músculo desgarrado...
Luego avanzó como un bólido, rozando las paredes, por un tubo sinuoso donde crecían
costillas flacas a medida que él giraba, con Quath a su lado.
—¡Ay!
Quath giraba alrededor de Toby, asiéndose con un brazo retráctil. Se lo había arrancado, y
lo usaba para aferrarse. Toby inhaló, olió la acidez de su propio miedo.
—¡Quath!
Pero la cabeza marfileña que se volvía para mirarlo era una masa cambiante de cuencas
desorbitadas y pedúnculos oscilantes, de rostros profundamente extraños; no tenía una
expresión sino muchas. Ojos y bocas y mejillas y mandíbulas resbalando una contra otro; las
personalidades de su amiga desperdigándose por la enorme cabeza.
Ilegible. Aquello asustó a Toby más que los agobiantes colores y los vientos desgarradores,
causándole escalofríos.
El jadeo de Quath era ronco pero sereno, resignado.
Un viento invisible despejó una niebla perlada, y Toby vio abajo —aunque ahora no caían
hacia ninguna parte— un montón de orificios diminutos en una extensa llanura. Los orificios
bailaban, refractados por la distancia.
Volaron sobre la llanura como si el viento los impulsara, en un silencio roto sólo por un
campanilleo suave, como de voces diminutas. Un orificio se hinchó y Toby distinguió en él
pequeñas protuberancias. Amplió la vista de los nodulos y descubrió que sus crestas estaban
coronadas por trazos blancos. Comprendió que eran montañas de pico nevado.
Toby apreció el tamaño de la cosa que veía: una llanura que se extendía en una brumosa
infinitud; un mundo chato lleno de poros, de bolsones que se abrían y cerraban como bocas
resbaladizas.
Se inclinaron a un costado. Toby apenas lograba mantener ambas manos enguantadas
sobre Quath. Vientos turbulentos, aceleración vertiginosa.
Las cumbres pasaban como riscos diminutos. Algo chocó contra ellos con un duro golpe,
alejándolos de una caverna donde bullían formas hurañas. Un súbito viraje, y de nuevo sobrevolaron
la planicie. Multitudes de orificios batían y hervían como una muchedumbre furiosa.
La garganta de la gravedad.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Toby.
—¿Lugares adonde ir?
—¿Adonde vamos?
—Me estoy arrepintiendo de esta idea, insecto.
El sombrío pero expeditivo tono de Quath era alarmante. Toby se aferró a la pierna de la
alienígena y observó el crecimiento de un orificio en las inmediaciones. Comprendió que iban
hacia él, girando y dando tumbos, mientras fuerzas caprichosas le sacudían las piernas y los
brazos y hacían que sus oídos le zumbaran. Contuvo la náusea que le subía a la garganta.
Aguanta. Sólo un poco más. Si pierdes a Quath...
El orificio se replegó. Toby tuvo la desagradable sensación de que se disponía a tragárselos.
Y eso hizo.
A desgarradora velocidad atravesaron espacios transparentes, y los ojos se le enturbiaron y
se le llenaron de lágrimas. Entonces escuchó un ruido áspero, y se encontró con Quath en un
campo de hierba tosca y ondulante. Se palpó el cuerpo, se sentó.
Sus músculos protestaban. Le parecía tener los huesos descoyuntados.
Quath, también tambaleante, ya escudriñaba la cuenca curva que los rodeaba por completo.
Toby no veía de dónde habían caído, pero una pequeña mota parpadeaba en el cielo, insinuando
un vasto espacio allá arriba, y de pronto desapareció.
—Me siento desgarrado.
—¿Eso era clima?
Toby se sentía magullado.
—No lo entiendo. ¿Qué ha pasado?
reajustes.>
—¿Y está sucediendo ahora? ¿Cómo es eso?
<¿Recuerdas la estrella que se partió? Está descendiendo por el disco. La incorporación de
su masa impone el reajuste de toda la geometría próxima al agujero negro, este esti incluido.>
Toby recordó que aquella zona esti se había hinchado a partir de la ergosfera. Mundos
dentro de mundos, todos anclados de algún modo.
—¿Qué lo mantiene unido?
—Comienza por el esti, entonces. ¿Qué lo mantiene alrededor de un agujero negro, cuando
se supone que dicho agujero come estrellas para desayunar?
Toby se frotó los hombros, luchando contra el entumecimiento. Sentía los músculos
agarrotados y tenía que darse masajes para que se le aflojaran. Se recostó, agotado.
—De manera que este esti está inscrito en el...
negro. El esti es un hoyuelo estable en esta curvatura global. Un pozo. Un refugio.>
Toby acarició la hierba blanda y húmeda. Al principio la hierba retrocedió. Luego le acarició
los dedos.
—Esta hierba... ¿es materia esti?
—Vaya. Es agradable saber que la hierba todavía es hierba.
Toby se tendió y dejó que Quath hablara. Ella trataba de explicarle ideas difíciles de captar.
Reflexionó y finalmente decidió limitarse a aceptarlas.
A los primates, le había dicho Quath una vez, les gustaba razonar por analogía; cuando
sostenían una naranja veían que se parecía a un planeta. Allí se necesitaba un enfoque
parecido. Capilares, arterias, el esti como flujo.
Pero la percepción de aquel lugar era totalmente insólita. Texturas tensas le cosquilleaban
en la piel. El aire se estiraba y se encogía como si fuera de goma. Desde abajo llegaban
temblores que se propagaban en el algodonoso manto de arriba. ¿El esti se ajustaba? Las
ondas estaban por debajo de su capacidad auditiva, pero notaba en los huesos su pulsación
pesada.
Y por encima de todo la inquietante sensación de sentirse observado. Tentáculos sondeando
su sistema sensorial. Cuando se centró en ellos, se dispersaron.
Toby se quedó boquiabierto.
—Una tierra fértil como el bolsillo de Dios.
Una nube se disipó; en lo alto se extendía una vasta y curva estera verde, jaspeada de
amarillos y rojos vibrantes. Una tierra lejana.
El techo de la Vía se arqueó sobre ellos, como si se encontraran en un gran cilindro giratorio,
aplastados contra sus paredes por la fuerza centrífuga. Pero no había rotación, según Quath. O
nada que para los humanos fuera rotación. En cambio, el esti se mantenía unido con su propia
curvatura de... sí mismo. Toby se esforzó por entenderlo, pero no lo consiguió.
Y por todas partes, los bosques moteados. Había visto algo parecido en imágenes antiguas,
en vistas invocadas por los Aspectos y enviadas al sistema sensorial de la Familia como diversión
tras un largo día de trabajo; pero siempre las había considerado invenciones, obras de
arte, meras fantasías de un pasado muerto. Un verdor lozano sin final.
llamaban el Reducto.>
—¿Es otro acertijo?
Brotaba luz de una colina rocosa de las cercanías. Toby se levantó, nervioso a pesar de la
calma que los rodeaba. Caminó hacia la piedra reluciente y la pateó con la bota.
Por mucho que pateó, no logró arrancarle ninguna astilla. La piedra irradiaba un resplandor
marfileño. Nudos de esti gaseoso escupían luces que alumbraban los recovecos sombríos con
focos de exploración: faroles etéreos flotando en un viento invisible.
Gradualmente la luz se atenuó. Las sombras aureolaron la roca, aparentemente sólida,
como si un sol se estuviera poniendo en las entrañas de la brumosa piedra. Haces de resplandor
solar bailaban en su interior, como una promesa estival internándose en una caverna
acuosa. Toby se sintió suspendido sobre un abismo de nada desde una costra que le impedía
zambullirse en... ¿qué?
Un hormigueo de inquietud le recorrió la espalda. En el corazón de aquella roca jugaban
luces. Un abismo de nada. Colgaba sobre profundidades resentidas.
Abandonó sus cavilaciones. No tenía tiempo para meditar. Pidió a Isaac una síntesis
geológica. El Aspecto, como era de prever, quiso soltarle un discurso sobre el deslizamiento de
los planetas. Toby lo interrumpió.
—Este material parece una especie rara de piedra caliza.
—Pero ¿qué es?
Quath quiso explicárselo, pero Toby no podía concentrarse en la conversación, absorto
como estaba en la sensación resbaladiza que todo le producía allí, tanto la roca como el aire.
Dejó que la información se desviara a su asamblea interna; allí, porciones sustanciosas de la
misma alimentaron a los Aspectos y Rostros y a la única Personalidad que la formaban. Todos
la absorbieron ávidamente, mientras él se limitaba a sentir, sin pensar casi. Shibo preguntó:
¿Conque la ciencia ha cogido el tiempo y lo ha transformado en una suerte de espacio?
Toby comunicó esto a Quath, quien respondió:
Toby notó que esto desconcertaba a Shibo.
¿Ni siquiera existían fragmentos pequeños? ¿Guijarros, arena? Así que, en el fondo, ¿todo
es esti?
Isaac intervino.
Hace mucho tiempo que nuestra ciencia abandonó la noción simple de que la física era
geometría. Pero en este lugar...
Incluso Isaac parecía abrumado por la muda extrañeza del lugar.
Y esa extrañeza sacaba de quicio a Toby.
—Vamos, sigamos andando.
<¿Hacia dónde?>
Alejarse del peso de su padre y su Familia había sido liberador, pero ahora no sabía qué
pensar.
—Con seguir en movimiento basta. Necesito pensar.
Anduvieron un rato en silencio. El silencio de Quath creció hasta transformarse en una
crítica, mucho más difícil de refutar puesto que era muda.
Avanzaron hacia una distante loma verde creyendo que era una colina cubierta de hierba
desde donde obtendrían una panorámica mejor. Pero cuando se acercaron, Toby vio estratos
estriados, colores mezclándose: amarillo fuego con pardo rojizo jaspeado de azul. Astillas de
color esmeralda brotaban de ella como si en su interior luchara la luz.
De pronto un peñasco escarpado creció sobre ellos, pugnando por nacer. Se desprendió una
lámina, crujiendo y resonando, rizándose como el pétalo de una flor inmensa. Se liberó por su
base.
Toby retrocedió tratando de alejarse. Pero la lámina no cayó.
La capa ondulada se comprimió, contrayéndose a lo largo y a lo ancho, encogiéndose,
quejándose con gruñidos pétreos, despidiendo rayos anaranjados y líquidos, como si en su
interior ardiera un fuego invisible. Sus bordes enrojecieron y se rizaron hasta mostrar un
acabado pardo. Seguía encogiéndose y soltando llamaradas por las grietas. De pronto la
lámina desapareció. Un ventarrón tumbó a Toby. Era como si alguien le hubiera golpeado la
frente con una vara.
—¿Adonde se ha ido?
—¿Por qué?
—¿Quieres decir que este lugar, en su conjunto, no puede durar?
—Un modo raro de construir.
Sin que lo notaran, el fulgor que los rodeaba disminuyó. Franjas de resplandor atravesaron
filigranas de nubes. El aire se enfrió.
—Creo que se ha acabado por un rato —dijo Toby, y se sentó en una loma cubierta de
hierba amarilla.
Era como si hubieran pasado muchos años desde que había huido por un terreno
desconocido. A pesar de todas sus preocupaciones, se sentía irracionalmente bien. No le
importaba haber dejado atrás a la Familia, ni que fuera a echarla de menos. El dolor le
atenazaba los tobillos y un hambre feroz crecía en su vientre.
—¿Tienes raciones?
—Yo también. Vamos a comer y luego a dormir. Hablaremos más tarde.
—Por supuesto. Y me siento bien por primera vez en mucho tiempo.
—Es curioso, porque eso es justo lo que a mí me gusta en este preciso momento.
2 - LA GARRA DEL TIEMPO
Despertó confundido. Shibo lo estaba arrullando; una voz suave le recorría el cuerpo,
masajeando sus músculos y resonando en las redes nerviosas.
Despierta. Te amo por lo que hiciste y te ayudaré a orientarte en este lugar. Puedo ser dura,
pero también blanda. Para ti. Pero ahora debes despertar, aunque prefieras permanecer aquí,
entre algodones.
—Ahhhh... está bien.
... Un placer acariciante y líquido, penumbras suaves, vientos arrulladores en el exterior,
delicias almizcladas debajo, palpitaciones machaconas, el olor penetrante de la sangre de un
labio mordido, jadeos que se aceleran...
Apartó esas sensaciones. Eran agradables, pero tenía que despertar. ¿Un sueño? Algo más
concreto que eso...
Estaba tendido en una hierba esponjosa, los brazos extendidos, descalzo, los servos
muertos. Vulnerable. Se tocó un incisivo con la lengua y los servos se reactivaron. Su sistema
sensorial se puso en alerta, contrayéndose en una semiesfera. Nada raro en las inmediaciones
ni ninguna imagen aureolada de naranja acechando. El armamento del traje estaba en óptimas
condiciones, recién cargado cuando bajó del Argo.
Podía moverse sin peligro. Hacía tiempo que su padre le había enseñado a hacerse el
muerto cuando despertaba, hasta estar preparado para luchar. Alzó la mano derecha.
No se movía. Se quedó con la palma hacia arriba sobre la fresca y lisa piedra de tiempo.
Sentía la carne que le cubría los nudillos fría, rígida. Con un esfuerzo la movió apenas. Se
sentó torpemente, con la mano clavada en la roca.
—Quath.
—Estoy pegado. Ayúdame...
—Me ha atrapado.
Tiró con fuerza. La mano derecha se libró con un sonido lacerante y un relámpago de dolor.
—¡Ay!
Tenía el dorso de la mano despellejado, un retazo escarlata de corpúsculos en movimiento.
Había dejado un jirón deshilacliado de piel pegado a la piedra de tiempo, que ya se volvía
pardo y cuya sangre se coagulaba.
Toby se aferró la mano y maldijo. Abrió su botiquín, sacó su contenido y se puso un vendaje
polivalente sobre la sangrante herida.
—¿Qué dices?
—Pues lo parece.
—¿Qué «acontecimientos»? Esa cosa ha tratado de comerme.
—¿Quieres decir que aquí todo puede sorbernos como una esponja?
—¿La hierba, aun el aire?
Toby sacudió la cabeza.
—Mira, vamos a comer un poco de esa materia común. Me refiero a las provisiones. Me
siento débil.
Quath le lanzó una ración.
En otras partes no es así, y la tierra y la vida pueden sobrevivir. Una estructura muy
ingeniosa.>
Toby apenas le oyó. El vendaje era una capa activa con la función de regenerar la piel. El
dorso de su mano se movía, y una espuma verde se comía la sangre seca y formaba una
epidermis. Pero en la bioingeniería de la Familia —cuando era un arte vigente— primaba la
reparación. El alivio del dolor no iba en primer lugar, así que por su culpa seguía apretando los
dientes. Lo eliminó en gran parte gracias a sus subcontroles, pero tardó un rato. Como el dolor
también era un útil recordatorio, no era fácil bloquearlo.
Se comió parte de la ración sentado en la hierba, a prudente distancia de la piedra de
tiempo. La mañana no era allí como un amanecer, aunque el aire era cortante. Retazos de
piedra irradiaban pálidos haces de luz que se desparramaba entre los retorcidos árboles. Picos
distantes rebosaban de colores que cambiaban con lentitud. Cuando las nubes se abrieron,
pudo ver otras fuentes de luz, emitían un fulgor difuso que centelleaba en lentas palpitaciones.
—Parece suficiente para permitir el crecimiento de los árboles.
—¿Quién crees que hizo esto?
comprensión.>
—¿Y qué hay de nosotros?
<¿Vosotros? ¿Los primates?>
—¿Por qué no? Construimos el Argo, hace mucho tiempo. Y no olvides los Candeleros.
—Tú estás impresionado por las grandes ideas. Yo estoy impresionado por una mano
desgarrada.
Toby había hecho la sugerencia como una broma. Había renunciado hacía tiempo a tratar de
comprender de dónde venían las cosas. Sobraría tiempo para esos lujos cuando se sintiera a
salvo.
Si alguna vez se sentía a salvo.
Un pájaro descendió por el aire rutilante. Era el primero que veía desde Nieveclara, desde
los años previos a la caída de la Ciudadela Bishop. Los mecs consideraban que las aves eran
algo por completo a extinguir y las habían borrado del cielo.
Esta era mucho más grande que cualquier cosa que él hubiera visto en vuelo que no fuera
mec. No aleteaba como una mariposa ni se remontaba como un halcón, sino que jugueteaba
con soberbia confianza en el aire. Cogió algo que Toby no pudo distinguir. Luego se revolcó en
una lechosa hebra de vapor congelado, como si nadara en vez de volar.
Un cuenco de aire moteado envolvió a Toby, que notó un repentino escalofrío. Trató de alzar
el brazo y descubrió que no podía, que ni siquiera podía pestañear. Se le congeló el pecho. Se
le endurecieron los músculos. Luego aquella cosa que parecía vidrio traslúcido desapareció y
lo dejó respirar. El ave había aguardado sin un gorjeo ni la menor muestra de preocupación.
Sólo cuando hubo pasado, Toby notó que el pájaro tenía cuatro alas y una cabeza
desproporcionada. Sus alas amarillas batían contra una brisa creciente; el aire se espesaba a
su alrededor. Los vientos se curvaban. La atmósfera adquirió un color de tiza mezclada con
herrumbre.
—¿Quath?
—Vaya clima —fue todo lo que Toby pudo decir.
Toby dejó de respirar al instante. Le dolía el pecho. ¿Roca que se transformaba en aire? ¿Y
luego de nuevo en roca? Exhaló lentamente.
Otro pájaro se acercó aleteando en la corriente. El admirado Toby siguió su trayectoria.
—No sé si me gusta este lugar, muchacha insecto. Si tienes que revisarlo antes de respirar...
Quath disparó contra el ave, haciéndola trizas.
—¿Qué diablos...? —exclamó Toby alarmado.
Toby encontró parte del cuerpo entre unas hierbas achaparradas. Había sangre por doquier,
visceras relucientes, un olor ácido. La cabeza partida, los ojos vidriosos. En la parte trasera del
cráneo brillaban algunos componentes eléctricos.
—¡Dios mío! Lleva componentes mecs.
—Y aquí...
—Todo este tiempo he creído que estábamos a salvo.
Andro dijo que tales medidas eran efectivas.>
—¡Mierda, mierda, mierda! Ese pájaro era bastante bonito.
—Lo hicieron antes, ¿recuerdas? Ese líder demente de Nueva Bishop, Su Supremacía...
tenía la cabeza repleta de estas cosas.
—Pero ¿quién iba a pensarlo? Incluso dentro de un pájaro.
—Si tuvo tiempo de enviar una señal a sus fabricantes...
—Humm. Depende de cuántas Vías haya.
¿Coquetea? Quath a veces elegía las palabras más raras.
—También depende de cuántos espías envíen los mecs.
—¿A mí? Vamos, a mi padre le gustaría ponerme las manos encima, pero ¿por qué a los
mecs? No soy importante para ellos.
Los servos de Quath sisearon.
3 - LA ROCA DEL CAOS
«Usar» significaba moverse deprisa por terreno desconocido, buscando un poro-abertura.
Toby pensaba en los lugares de ruptura por donde el esti se abría como un hervor, como confusiones
vertiginosas, pero Quath hablaba de ellos como de las obras más inteligentes que había
visto.
Mientras corrían, saltando sobre láminas de piedra de tiempo, Toby procuraba entenderlo.
Aún le dolía la mano y pisaba con cuidado, temiendo que aquella roca aparentemente sólida lo
engullera. Quath soltaba su risa chirriante, pero a él no le parecía gracioso.
Le costaba comprender que fuera posible unir espacio y tiempo para crear algo por donde él
pudiera caminar. Era consciente del tiempo, del realzado y vivido ahora que separaba el conocido
pero evanescente pasado del desconocido y fantasmal futuro. Pero ¿cómo se unía eso
con la distancia?
—El tiempo... bien, nadie puede detenerlo, ¿verdad? Y el espacio es lo que impide que todo
se haga papilla... ¿Qué tienen en común?
Toby trataba de provocar a Quath, pero ella se lo tomaba todo con solemnidad. Se lo explicó
con suma gravedad.
Escuchándola, Toby comprendió algunos detalles. Los humanos tenían conciencia del
devenir, de que las cosas alcanzaban un grado concreto de materialización y luego se
desvanecían en el limbo de la memoria. Quath decía que el espacio-tiempo, el esti, contenía
tiempo real, y que la transitoriedad de las experiencias humanas era sólo una ilusión propia de
las criaturas vivientes.
¿Y de qué valían sus opiniones, pensó Toby con amargura, si existían durante un lapso tan
breve? Su Aspecto Isaac le recordó una antigua rima:
Pasa el tiempo, dicen otros.
¡No! El tiempo permanece,
sólo pasamos nosotros.
Y se echó a reír.
Pasaron frente a enormes murallas de piedra de tiempo con poros de luz imprecisa. Torres
gigantescas trabajaban y estallaban de energía, creciendo como árboles triangulares. Algunas
parecían sacudir el cielo y desgarrar las estrellas con su inquieto vigor. Quath y Toby pasaron
de largo. Se aventuraron en curvas pronunciadas, en laberínticas avenidas de piedra de
tiempo. Toby se había mantenido en forma en el Argo, pensaba, pero le costaba seguir el ritmo
de Quath. Le ardían los pulmones. Los servos se le recalentaban.
Se paró en seco.
—Quath, yo estaba equivocado. Totalmente equivocado.
<¿En qué?>
—Hemos abandonado a la Familia. Ese pájaro... ¿Y si aquí los mecs ya están por todas
partes?
<¿Crees que los mecánicos buscarán a todos los humanos de este lugar?>
—Al menos a los Bishop. Vamos.
<¿Adónde?>
—Regresaré.
Se sintió bien consigo mismo en las horas siguientes, mientras desandaban el camino.
Quath callaba. Al final Toby entendió porqué.
—¿Adonde vamos desde aquí?
—Vinimos por aquí, ¿verdad?
—La conexión con la Vía estaba por aquí.
Colinas, árboles, cielo: todo cambiado.
Toby se sintió abatido.
—¿Entonces no podremos encontrar el camino de regreso?
Desandaron el camino nuevamente. Recorrer infructuosamente el mismo terreno era
desalentador. Y el lugar era sutilmente diferente, lo cual aumentaba el desánimo de Toby.
Había huido de su padre para caer en una trampa. Un lugar que no perdonaba los errores.
Quath seguía mirando a su alrededor. Cuando Toby le preguntó por qué, ella respondió:
—No lo entiendo. ¿Qué buscamos?
En el sistema sensorial de Toby apareció un conjunto de pares de números.
1 100
2 99
3 43
61 97
96
: :
50 51
—Eo has embrollado. Cada par debía sumar ciento uno. Eran cincuenta, de modo que la
multiplicación daba cinco mil cincuenta.
noventa y nueve. El esti está diseñado de este modo. Lo que Andro llamaba las Vías son
subconjuntos de todo el espacio-tiempo de aquí, túneles que se abren y cierran al azar. Pero la
suma de todo, de los cuatro mil novecientos noventa y nueve, permanece igual. Nada se gana
ni se pierde.>
—Si tú lo dices... Pero ¿adonde vas?
interjuego de las Vías.>
—¿Me estás diciendo que los mecs no pueden encontrar ninguna Vía específica porque
nunca está dos veces en el mismo sitio?
—¿Ocultarse en el tiempo, no en el espacio?
planeta, un viento pasajero puede provocar una tormenta. La interferencia con las Vías del esti
las reordena en el tiempo y el espacio. Ningún algoritmo matemático puede desvincularlas ni
seguir su evolución. La seguridad reposa sobre la firme roca del caos.>
Toby aminoró la marcha, asimilando la idea. En aquel lugar se había escondido gente. Hacía
tiempo, en la Era de la Agachada. En aquella época los Bishop y todas las Familias se habían
refugiado en los planetas, pensando que los mecs eran más eficaces en el espacio.
Pero una fracción de la humanidad había huido al caos del esti. Los mecs no podían trazar
mapas de ese espacio espagueti, así que nunca podían tener la certeza de encontrar colonias
humanas. Entendía a qué se refería Quath con su aritmética, hasta cierto punto. Pero aun así
resultaba extrañísimo que aquel intrincado desorden fuera más seguro que los planetas.
Los números encerraban una sencilla y dócil grandeza. Tal vez el aspecto más interesante
de todo aquello era que la realidad reflejaba la danza de los números. Leyes que dependían de
la lógica del caos obligaban al esti a anudarse y flexionarse. En comparación con aquel
misterio, los mees parecían algo vulgar.
—¿Adonde vamos, pues?
—¿Cómo regresaremos con la Familia?
—¿Siguiéndonos?
—Tienes razón. Encontrémosle a él primero. —Toby asintió. Al haberse fijado una meta se
sentía mejor. Y prefería con mucho estar allí que encerrado en el Argo.
Toby tuvo la perturbadora sensación de que Quath le leía el pensamiento.
—¿A qué te refieres?
—¿Nos has estado estudiando otra vez?
Toby empezaba a sentirse culpable por disfrutar de aquella situación, sobre todo ahora que
no podían regresar con la Familia.
—¡No somos tan previsibles!
—Oye, no digas sandeces.
—A veces el entendimiento es el premio de los bobos, insecto. —Toby se echó a reír y
apartó todas las teorías de su mente. Eran un lujo, algo para la gente de ciudad. Se concentró
en el ritmo de la carrera.
Observó el paisaje con cauto respeto, sabiendo que se necesitaba tiempo para modelar el
tiempo. Las tormentas esti habían tallado intrincados desfiladeros con un conglomerado de instantes.
Las compresiones y torsiones levantaban murallas inexpugnables, abrían abismos
vertiginosos, ponían trampas de tiempo curvo y silencioso.
Subir las empinadas cuestas y cruzar las repentinas brechas era extenuante. A Quath le
sobraban energías, pero la carrera empezaba a agotar a Toby. Miraba hacia atrás buscando
indicios de persecución. Recordó las palabras de su padre en su último encuentro.
Shibo estaba allí para confortarlo, para sumergir los punzantes recuerdos en su blanda
presencia. Cantaba y lo deleitaba con distracciones.
Aun así, la sensación de persecución no lo abandonaba. Le dolían las pantorrillas, le faltaba
el aliento. Se obligó a seguir el ritmo de la enorme Quath, que parecía deslizarse con facilidad
sobre los amontonamientos de grava y las rocas cada vez mayores.
Al fin, cuando Toby no pudo más, descansaron al pie de un peñasco escarpado. Quath se
tendió sobre las piernas y pareció dormirse al instante; era el primer indicio que tenía Toby de
que la alienígena dormía. O tal vez, gracias a sus mentes múltiples, estaba descansando
mientras una parte de ella montaba guardia.
El peñasco tenía torres, charcos que pendían de la empinada ladera como lágrimas de
hierro negro, y estacas amarillentas que perforaban el cielo. Pero la ladera en sí era lisa. Toby
observó un friso cremoso que parecía salir flotando de la roca, un vacío sesgado donde
caracoleaban manchas y cordeles. Se acercó a mirar.
Observó un campo profundo donde jugaban las sombras. Un momento de otro tiempo y
lugar, una pintura de sufrimientos. El lento mosaico emitía sonidos lacerantes, como el del
acero contra el acero.
En las profundidades de la piedra de tiempo, borrones rojizos y palpitantes caían sobre tallos
verdosos, estrujándolos hasta que brotaba pus de puntas rojas. Estallidos de imágenes surgían
de la roca como dolores liberados.
Toby lo observó fascinado, e interpretó esa acción como una batalla, un exterminio de los
tallos a manos de manchas depredadoras del color de la sangre seca. Al cabo de un rato
distinguió los tallos diminutos y grises que rodaban en la estela de cada batalla. Pensó que las
manchas colaboraban en el apareamiento de los tallos, o que los ordeñaban para obtener una
joven generación de tallos, todavía torpes y vacilantes.
Pero también esta impresión quedó desmentida cuando vio manchas amarillentas surgiendo
de la punta de los nuevos tallos, flotando como burbujas de jabón, y adhiriéndose al moteado
vientre de las manchas más grandes.
Mientras lo hacían, la muralla de piedra de tiempo emitía alaridos. Láminas de frágil sonido,
como los últimos y desesperados gritos de pequeñas aves desgarradas.
Pero el mosaico continuaba tarareando melodías zumbonas; era un perpetuo juego flotante
de fuerzas que él no podía comprender. Toses ásperas, alaridos de dolor, parloteos de insecto.
Y nada parecía repetirse ni infundir sentido a la acción.
Sólo entonces Toby comprendió que sus intentos por encontrarle un sentido a la visión eran
vanos. Estaba presenciando un acontecimiento de un lugar desconocido, que surgía de la
piedra de tiempo. Un antiguo registro disolviéndose en la niebla mientras se desprendía de la
esponjosa superficie. El movimiento que él presenciaba se presentaba como un desgajamiento
de planos delgados, cada cual de un grosor tan inapreciable como el delgado corte que separa
el futuro del pasado.
Reflexionó sobre lo que había dicho Quath. No le gustaba mucho la ciencia, que él
consideraba una cosa temible, más una fuerza natural que un conjunto de ideas, pues nunca
había conocido a un científico y no sabía qué aspecto tenían. Aquí la ciencia había cogido el
tiempo, lo había despojado de sus aspectos cotidianos y lo había convertido en algo inestable y
plástico. Hacía que las vidas parecieran páginas de un libro.
Extendió la mano, acarició el rostro de aquella materia hecha de acontecimientos. Era fresca
como el agua en algunas partes, candente en otras. Una vez más, no había lógica ni patrón. Y
así eran las cosas: sucesos que sobrepasaban las categorías humanas, traídos de lugares
inconcebibles.
La piedra de tiempo se fracturó. El la había inspeccionado suponiendo que los
acontecimientos que presenciaba eran planos, pues cada cual se manifestaba a medida que
las capas se desprendían formando una pátina neblinosa.
De pronto un tallo saltó de la niebla. Caracoleó. Soltó astillas de hielo plateado. El tallo, que
parecía de goma, se desgajó de la piedra de tiempo, más grueso y más largo que el brazo de
Toby. Se soltó y cayó a sus pies con un aullido profundo, con una llamada plañidera.
Y le siguieron más. Saltaban húmedos y brillantes de la piedra de tiempo, como si ésta los
escupiera, convirtiendo las imágenes distantes en algo real y provisto de olor. Un surtidor de
obsidiana líquida brotó a su izquierda. Se cristalizó en el aire y cayó con un tintineo. Paneles de
bruma húmeda sobrevolaron su cabeza. Una de las manchas creció desde la piedra y se
adhirió a un charco flotante. El tallo rodeó un núcleo de gas azul y oscuro y la mancha
respondió con un remolino de fuego aterciopelado.
Estremecedor, irreal.
Shibo dijo:
Recuerda que todo esto proviene de leyes físicas. Estos son acontecimientos apresados en
otra parte del esti. Deberíamos explorarlo.
—¿Por qué?
Es un modo de saber qué más se oculta en el esti. No podemos visitar esos sitios en
persona.
—No creo que me interese, de todos modos —susurró Toby.
¡No seas timorato!
—Parece raro..., arriesgado.
Avanza. Cuando yo vivía, nunca me acobardé.
—No, me has entendido mal. Yo sólo decía...
Quería saber más acerca del mundo. Es el único modo inteligente de seguir vivo. Créeme,
sé cuan muerto puedes estar por dentro si algo te impide... si dejas de aprender, de cambiar,
de intentar cosas.
—Shibo, yo no...
Cobarde. No te cierres.
Toby se acercó.
Llamas negruzcas brotaron y lamieron a Toby antes de que pudiera moverse. Eran tibias y
blandas y le hicieron desear más de esa confortante calidez. Sentía aprensión, pero en su
interior bullía un tumulto de impulsos contrarios. La Personalidad Shibo acometía, bloqueando
su cautela con una sedosa y sedante curiosidad.
Debemos explorar este lugar. Creo que es maravilloso. Tuviste mucha razón al venir aquí.
—Yo sólo...
Toby enmudeció. Shibo quería explorar aquella llama atezada, así que se agachó y hundió
las manos y los brazos en la masa rojiza.
Fresca, lustrosa. No era fuego. Ahora era más agradable. Era placentero hundir en ella los
hombros, el rostro. Lo atravesaban fragancias dulces, dóciles.
Era tan reconfortante, tan acogedor.
Entonces recordó los entretenimientos adictivos de la ciudad gris. En eso había algo
importante.
Aquella cosa le bailaba en la cara. Se apartó. Se la arrancó con manos pesadas. Se le
adherían cordeles pegajosos, algunos mechones le lamían la boca, la nariz, los ojos. Los
golpeó, los arrancó.
Un olor nauseabundo le invadió la nariz. Olores como emociones. Furiosos, vengativos,
despectivos, amor ultrajado.
Enrolló el viscoso filamento, luchando contra oleadas de emociones fugaces pero agudas.
Soltó aquella blandura hospitalaria y fofa y al instante lo lamentó. El aguijonazo de remordimiento
era intenso y amargo. Shibo le advirtió:
¡Aléjate! ¡Pronto!
Toby se apartó deprisa, lleno de remordimiento y miedo.
—¿Qué era eso?
Una forma parasitaria bastante compleja.
—Tú me dijiste que lo hiciera.
Yo sólo sugiero. No puedo actuar.
Aquel tono ofendido lo irritó.
—Tú te apoyaste en mí, maldita sea, me hiciste...
En su apresuramiento tropezó con Quath. Mientras recobraba la compostura, ella soltó uno
de aquellos agudos estallidos que eran lo más parecido a una risa humana.
<¿Tienes miedo de los peces?>
Quath se había perdido todo el episodio.
—Son peligrosos —dijo Toby, comprendiendo que todo había ocurrido en su interior.
Febriles ondas de emociones encontradas bailaban por su piel. La nueva epidermis del dorso
de la mano herida le envió un insistente placer, como si una boca ancha y sensual lo besara.
4 - MOVIMIENTO INESTABLE
Habían corrido hasta agotarse y la luz no menguaba.
No estaban en un planeta que diera vueltas, así que el día y la noche no se sucedían de
forma cíclica. Un fulgor espasmódico brotaba de las estribaciones de piedra de tiempo,
arrojando sombras en el follaje verde y amarillo. Toby siguió corriendo hasta que arrastró los
pies, y entonces se detuvieron para dormir. Todavía no había indicios de otra presencia, ni de
una persecución.
Despertó, y oyó cantar a Shibo. Las palabras resonaban con una delicada e insistente
melodía, ligera y airosa. Notó que tenía los ojos abiertos pero no veía nada.
Parpadeó. Arboles retorcidos, nubes convexas, roca... su visión fluctuó, se estabilizó. Toby
se incorporó, contrariado. Ninguna amenaza acechaba en las cercanías. El viento suspiraba en
el sinuoso matorral. Una sulfurosa lanza de luz cortaba la bruma.
No había ningún motivo para que ella se adueñara de sus sentidos.
—¿Qué...?
Necesitaba una salida. Tú estabas profundamente dormido, así que...
—En efecto, y ahora estoy despierto. No gracias a ti.
Después de tus desventuras de ayer, me ha parecido que te vendría bien un poco de
reposo.
—¿Desventuras? ¡Ah, esas llamas rojas! Eras tú quien quería echar un vistazo.
Recuerdas mal. Fui yo quien te advirtió del peligro cuando estabas metido hasta el cuello...
—No es lo que yo recuerdo. No dejabas de empujarme porque ansiabas tocarlas.
Has omitido la atracción que tú mismo sentías.
—¡Y un cuerno! Me interesaba averiguar qué era, desde luego, pero...
No discutamos. Escapamos ilesos, juntos. Eso es lo importante. Mientras permanezcamos
juntos y atentos, aun en este lugar tan extraño y maravilloso estaremos a salvo.
Aquel corto sermón lo sacó de quicio, pero decidió contenerse. Dirigir pensamientos hacia
ella la haría hablar más y por el momento quería silencio interior, la oportunidad de pensar por
sí mismo. Para sí mismo.
Satisfizo una necesidad natural. Mientras enterraba los excrementos para que el olor fuera
difícil de rastrear, Shibo le habló.
Él la rechazó, presionando con fuerza. Luchó en silencio, torciendo la boca, y al fin
comprendió alarmado que no podía liberarse de ella.
Siempre estaba allí, detrás de sus ojos.
¿Por qué no deseas mi ayuda?
—¿Por qué? Porque ya no me das opción.
Eres demasiado joven para continuar sin mi ayuda.
—¿Qué te parece si lo decido yo?
A eso me refiero. Tú solo puedes tomar muchas decisiones equivocadas.
—Al menos serán mías.
¡Estamos tan unidos! No me rechaces.
Algo en esa «unión» lo ponía nervioso, pero no pudo encontrar las palabras para expresarlo.
... Una pegajosa sensación de presiones húmedas, aire espeso en sus pulmones jadeantes,
líquido entrando por la nariz y las orejas y la boca, una bruma ondeante y dulce...
Cuando volvió a respirar con normalidad, regresó a donde estaba Quath. Ella había
calentado parte de las raciones de campaña.
Toby se olvidó de Shibo. Los pringosas delicias de aquella comida caliente y aceitosa
alejaron su presencia. Era un alivio. Hacía días que Shibo le apretaba como una bota nueva.
Toby sólo lo comprendió cuando ella se alejó.
—Supongo que soñaba.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Me lees la cara mientras duermo?
—¿Mediciones de qué?
—¿Madre mía! Trabajas bastante.
<¡Si es lo mismo que haces tú!>
—¡Qué va! Yo sólo echo una ojeada a la gente y deduzco... Oye, ¿dices que es así como yo
sé cómo se siente la gente?
—¿Tú lo haces de forma consciente?
—¿Y si no lo deseas?
Toby sabía que el pensamiento era una red de veloces impulsos eléctricos, una danza de
átomos hablando por medio de sus rápidos mensajeros. Pero ¿eso era cuanto significaban sus
pensamientos?
Miró a Quath sin saber qué decir.
—Es Shibo. Hay algo en ella...
—Sí...
menudo a un pronto.>
—Oye, yo no soy tan malo.
reservado. Vuestras hembras son propensas a la espera, lentas por los estrógenos. Sus
errores tienden a lo estático, lo duradero.>
—Eso es una simplificación. Diablos, muchas veces me siento equilibrado y estable...
aunque no últimamente. Y mira a Besen. Ella es un manojo de nervios cuando se enfada.
existencia del negro y del blanco.>
—Tienes el sexo en el cerebro, insecto —dijo Toby, inquieto.
explota las ventajas de lo oculto, de lo que nunca se puede conocer del todo, la gruta de la
oscuridad. Estas son las estrategias de vuestra especie. Fusionarlas en una mente joven como
la tuya es desestabilizador por necesidad.>
—¿Eso es lo que me pasa?
—¿Qué debo hacer?
subcaracteres.>
—¿Cuáles?
—Conque si reforzara este sentido del yo...
—Vaya...
A Toby le costaba concentrarse en la conversación. Tenía un mal presentimiento cuando
prestaba atención a las palabras de Quath. Pero luego, tenía que bostezar o rascarse una
picazón en los servoacoples, o bien atender una pequeña señal de su sistema sensorial, y
perdía el hilo de la argumentación de Quath.
Muchos detalles lo incordiaban, distrayéndolo continuamente del problema.
—¿Y la otra manera?
—Ya. —Inhaló profundamente—. Mira, resolveré esto por mi cuenta.
—¡Tenemos muchas otras preocupaciones!
—Déjame en paz.
Toby se levantó, enérgico. Echó a andar, contrayendo el sistema sensorial, cortando la
discusión. Seguía oyendo las palabras de Quath. Te mueve un impulso variable, agitado por
los andrógenos.
Pisoteó con furia un fragmento de piedra de tiempo.
Bebió del arroyo que circulaba a cierta distancia. El agua era fresca y caudalosa. Le aclaró la
cabeza y de pronto comprendió que después del sueño sentía una deliciosa pereza. La
inquietud había desaparecido, se había calmado, y no preguntó cómo.
Mientras regresaba hacia Quath, un pico distante se resquebrajó y se desmoronó en
fragmentos relucientes. Miró pensativo aquella torcida grandeza que lo rodeaba.
—Oye, podríamos ponerles nombre.
—Tal vez nadie ha estado nunca en esta Vía. Es posible, ¿verdad?
—¿Cuánto tiempo?
Toby se representaba la historia en términos de Aspectos, no de «años». Isaac pertenecía a
las Arcologías tardías. La pobre y fracturada Zeno era de tiempos aún más remotos. La historia
consistía en gente, no en cifras.
—Si somos los primeros en estar aquí —dijo con impaciencia—, podríamos poner nombres
a las cosas.
<¿Es una convención humana?>
—Lo llamamos tradición. Es un derecho, en realidad.
—Vamos, podríamos usar algunos nombres raros de los lugares que mencionan los
Aspectos.
Al instante asaltó su mente ociosa una ráfaga de nombres y títulos teñidos de ecos del
pasado: Tumbas de Ishtar; Gran Palacio; Altares de la Inocencia; Montaña Maldita; Flor del Pináculo;
Descanso Eterno; Monte de los Olivos.
<¿Por qué ponerles nombre?>, preguntó Quath.
Toby parpadeó. Comprendió que se trataba de una extraña vanidad humana, que respondía
al deseo de apropiarse de las cosas y conservarlas. Shibo le ayudó a ver lo que todo nómada
sabía en el fondo: uno podía ver mundo, servirse de él y recorrerlo; era parte del flujo y el viaje
de la vida. No era adecuado poner nombres a esa tierra.
—Bien... que se pongan su propio nombre, entonces.
Pero no dejó de sentir frustración. Se lo ocultó a Shibo. O lo intentó.
5 - CHISPA DURA
A pesar de las empinadas cuestas y de lo escabroso del terreno avanzaron a buen ritmo, si
eso significaba algo en un esti retorcido que se empeñaba en confundir a Toby. Varias veces el
aire y la roca se mecieron como objetos submarinos, produciéndole náuseas.
El tiempo, decía Quath. El esti ajustándose a la entrada de masa. Su oído interno le decía
que «abajo» era una cuestión de opinión, algo que variaba mientras la piedra de tiempo gruñía
y se descamaba.
Entraron en un desierto ventoso. Un terreno irregular se alejaba en curva, internándose en
un cielo anaranjado. El otro lado de la Vía estaba tan lejos que no podía distinguirlo ni siquiera
a máxima ampliación.
—Gran lugar. ¿El opuesto de la gravedad está allá?
—Sí, pero hay algo más. ¿Lo sientes?
—En efecto, y no puedo localizar desde dónde.
—No son mecs, diría yo. No parece cosa suya.
—En algunos sentidos, tal vez.
Quath se estaba poniendo nerviosa. Hablaba poco y movía las piernas cuando no las usaba.
Se puso a hacer más calor, y de repente más frío. Un viento seco soplaba y canturreaba
como una música tenue. Pequeñas ondas esti se mecían. Los tonos susurrantes eran claros
pero misteriosos, inhumanos pero agradables para un oído solitario.
—No hay mucha agua por aquí —dijo Toby, tratando de mantener una conversación para
aliviar la inquietud.
recoger y conservar agua con notable eficacia.>
—¿Crees que fue hecho para nosotros? ¿Para los humanos?
—Recuerdo que una vez me contaste que habíais mezclado material genético de algunas
especies, hace mucho tiempo. ¿Fue con nosotros?
—¿Ah sí? ¿Superior hasta qué punto?
Toby no sabía bien qué significaba «avanzado», pero si se trataba de ser enorme, tener un
caparazón duro y tirar las cosas sin darse cuenta, no le impresionaba demasiado.
Por la mañana había intentado afeitarse, pero el aire había sorbido el agua y el jabón antes
de que pudiera terminar de hacerlo. Una aridez multiplicada: el aire era como una esponja.
Brisas de gravedad distorsionada los condujeron a un territorio de vegetación demencial.
Heléchos en espiral formaban cerrados bucles a su alrededor. Sus frondas aladas y
gigantescas se estiraban para recibir la luz esporádica de las distintas murallas esti.
Cada espiral era un bosque en miniatura. Sus láminas retorcidas tenían venillas verdes y
anaranjadas, y ocultaban huecos y grietas poblados de criaturas que cloqueaban, parloteaban
y silbaban llamando desde la enmarañada complejidad del árbol madre. Por diversión, Toby
intentó apresar un ratón alado y terminó con un codo despellejado después de dar inútiles
manotadas en el aire.
Se estaba comiendo un delicioso fruto rojizo cuando sintió un espasmo en el sistema
sensorial; no demasiado fuerte, apenas una contracción. Luego una cuña pálida y fantasmal
atravesó sus sentidos. Una inspección. No se trataba de aquella sensación sutil de ojos
invisibles.
Miró hacia arriba. Algo largo y ahusado surcaba el cielo broncíneo.
Conocía esa fuerza fría e implacable.
Toby la siguió. Mirar a Quath subiendo una cuesta era ver esa tarea reducida a sus
elementos esenciales. Se ocultaron bajo unos árboles tupidos. Toby estaba corriendo y
tratando de identificar las furtivas huellas en el sistema sensorial cuando resonó un estruendo
en el bosque.
Ambos cayeron. El sistema sensorial vibraba. Crujieron algunas ramas en las cercanías.
Cayeron frondas helicoidales.
—Mecs. A gran altura.
—¡Maldita sea!
—¡Maldita, maldita sea!
—Deben haber irrumpido en ellas forzándolas.
—Recuerdo algunos de estos patrones y... —Algo apareció en el sistema sensorial, se
acercaba rápidamente.
—Quath, es el Mantis.
Un largo silencio. Estrías desplazándose en los límites de su sistema sensorial.
—Y es tremendamente peligroso.
El Mantis zigzagueaba, a veces se encogía como si continuara por la Vía, luego reanudaba
su movimiento por un risco cercano, medio oculto por la roca reluciente.
Formas más pequeñas pasaron revoloteando como nubes algodonosas. Una rozó
susurrando la arboleda, viró, se alejó.
—Creíamos haber matado al Mantis en Nieveclara.
—Lo hicimos pedazos con el escape del Argo.
—Bien, parece que hacerlos trizas da buen resultado.
Toby se echó a reír.
—¿Mecs con parentela? —La familia era algo humano. Los mecs no necesitaban aquel
concepto—. Conque crees que ha venido a curiosear...
—Nuestra fuga de Nieveclara...
—¿Crees que fue una trampa?
—¿Crees que el Mantis quería que sucediera así?
Quath se apoyó en sus muchas piernas. Sus sistemas sensoriales comunes se contrajeron y
los sensores de Quath, mejores que los de Toby, escudriñaron el cielo.
—¿Y qué? ¿Para qué quiere un mec que estemos aquí?
—Nunca he visto que hicieran otra cosa.
—¿Inferiores?
—No lo hicimos tan mal. Hemos conservado el pellejo.
—Humm. Como el Mantis. —Formas sombrías se aproximaron, ondeando sobre las colinas
como manchas de aceite resbaladizo.
—Nuestros esfuerzos y los riesgos que hemos corrido ya no resultan tan gloriosos, ¿verdad?
con un cortés desprecio por aquellos excesos animales.
—Pero ¿qué busca el Mantis?
—Infligirnos la muerte definitiva, entonces.
—¿Entonces qué quiere?
Toby frunció el ceño. Una sombra cubrió el tupido ramaje. Redujo el sistema sensorial al
máximo. Con los supresores acústicos, ni siquiera podía filtrarse el susurro de la respiración.
Permaneció cubierto por los bucles de verdor que habían caído sobre ellos. Irguió la cabeza
apenas, justo a tiempo para ver una chispa amarilla rodando entre los árboles. La chispa
botaba y rebotaba, zumbando como si hablara consigo misma. Era del tamaño de su cabeza, y
se oscurecía y se teñía de naranja con cada colisión. Se aproximaba a tremenda velocidad.
Golpeó a Quath. Los rescoldos rojos llovieron con violencia sobre el caparazón de Quath.
Uno brincó y rozó el flanco izquierdo de Toby. Este rodó sobre sí automáticamente, tratando de
evitar el dolor. Los rescoldos se apagaron.
Toby se quedó quieto. Nada cambió. La sombra había pasado de largo y con ella la cuña
pálida que aparecía en su sistema sensorial. Los dolores se redujeron a una quemazón en el
brazo.
—¿Quath?—Ninguna señal—. ¡Quath!
Permanecieron así un buen rato, mientras los vientos agitaban los pliegues en espiral. Toby
se palpó. Le dolía mover el brazo izquierdo en cierto ángulo, y descubrió que lo tenía roto.
Bloqueó la mayor parte de los nervios de la zona afectada, pero no pudo anularlos todos.
Eliminar por completo el dolor habría significado perder el control motor del brazo.
Quath se movió. Lenta, tanteando.
Toby sólo había pensado en sí mismo y se sintió culpable cuando vio lo mal parada que
había resultado ella.
—¿Te duele mucho?
Preguntarlo era estúpido. Tenía tres piernas despedazadas y del caparazón le sobresalían
agujas de metal blanco. Había fluido pardo por todas partes.
—¿Puedes caminar?
—¿Puedo ayudarte?
—¿Qué? —Toby se incorporó tambaleándose y cogió una de las piernas astilladas—. ¡Ni lo
sueñes!
Toby frunció el ceño.
—¿Qué ha cambiado, Quath?
—Pero... pero ¿qué? —Toby calló porque temía romper a llorar.
—¿Por qué soy tan importante?
—¡Maldita sea, eso no es más que una teoría!
—¡Ridicula y santurrona...!
—¿Qué? Yo, oh... —Toby no sabía qué decir.
—Pero ¿dónde te encontraré? Este lugar es enorme. ¿Qué haré?
—¡Maldita sea! No lo haré.
6 - CIRUGÍA MENTAL
Se ocultó en un hueco umbrío y el dolor comenzó a acuciarlo. Se había propagado hasta las
costillas, y no le sorprendió descubrir que tenía tres de ellas rotas. La energía eléctrica de la
chispa se había propagado en diminutas ondas de choque capaces de partir el hueso y romper
los capilares.
Eso decía el diagnóstico. Los datos aparecieron en su ojo izquierdo cuando los solicitó. Los
brillantes iconos eran claros: las fracturas, amarillas; las hemorragias del brazo, amoratadas;
para las redes de dolor, espaguetis tridimensionales azules.
También aparecieron las soluciones. No era fácil efectuar reparaciones en campaña. Invocó
a dos Rostros poco usados que realizaron el trabajo duro en su nuca. Abandonaron el córtex
cerebral para internarse en la maquinaria básica. La mayor parte del cerebro era un circuito
para operaciones de mantenimiento. Uno no intervenía conscientemente en la digestión de la
comida ni en el control de los latidos del corazón. Eso funcionaba independientemente de uno;
y habría sido desaconsejable facilitar la intervención en tales procesos y arriesgarse a
estropearlo todo por torpeza. Pero la reparación de un daño podía acelerarse, y en aquel
momento era necesario hacerlo.
Los Rostros reptaron hasta centros operativos que alimentaban estímulos y transportaban
nutrientes. Tomaron el mando. Toby supo que estaban trabajando cuando sintió un hormigueo
en el brazo. Era como si le hicieran cosquillas por dentro, pero no le daba risa. Lloró un rato y
se sintió mejor. Su flanco izquierdo le temblaba y sudaba.
Resonaron más explosiones en el cielo, pero eran lejanas y no le importaban. Sus sistemas
trabajaban a pleno rendimiento. La reparación de huesos era complicada y lo sabía, así que
procuró que su mente consciente no interfiriese en la labor.
Pero tenía que pensar en muchas cosas y no podía concentrarse en ellas. Lo atravesaron
agujas de dolor. Sus sistemas detectarían el problema y estaría bien de momento. Pero no
dejaba de sudar.
Empezaron los sueños.
No eran sueños, sin embargo, porque Toby tenía los ojos abiertos. Jugaban en su retina y él
no podía hacer nada para detenerlos. Trató de cerrar los ojos, pero las imágenes persistían.
Viajaba en un vehículo con ruedas pero que parecía volar. Una mujer se había ofrecido para
llevarlo; habían atravesado una turbulencia de aire y roca y en aquel momento sobrevolaban un
lago plano. Era liso y parecía horizontal, pero también estaba en ángulo, así que viraron para
atravesarlo. La oscura superficie gorgoteaba, regurgitaba y murmuraba como un líquido
tormentoso; la mujer la golpeaba con una vara a intervalos de varios minutos, como si verificara
su resistencia, y el líquido respondía con una vibración sólida, como el acero contra el granito.
Shibo le sonrió. Dientes brillantes y puntiagudos. Risas. Palabras tan distorsionadas que
Toby no podía entenderlas ni tenía tiempo de interpretarlas. Continuaron viaje.
Pasó mucho tiempo. A Shibo le faltaban dientes. Tenía dos orejas en el lado izquierdo de la
cara y ninguna en el derecho; y sólo usaba un sostén. Esto había parecido importante cuando
la vio, pero ahora esos detalles perdían relevancia ante el viento desgarrador que lo barría, la
vertiginosa velocidad, los vuelcos de su dolorido estómago.
—¡Que viva todo el mundo! —gritó ella, dando una chupada a un vaporizador.
—Que viva yo, al menos —respondió Toby. Había dado unas chupadas al vaporizador y se
sentía raro, pero continuaba asustado.
Algo grande chocó contra el lago negro y levantó un surtidor oscuro de dedos arqueados.
—¡Llegaremos! —gritó Shibo.
Tenía que gritar porque otras personas intentaban hablar con Toby. Sus voces descendían
del cielo, pero cuando llegaban hasta él ya eran simples susurros.
En vez de estallar en gotas, las aguas negras se partían en planos.
—Deja que lo haga yo —dijo Shibo. Destrozó los planos convirtiéndolos en una lluvia de
relucientes astillas de mica—. ¿Ves?
... y Toby estaba al descampado, rodando por una colina. Se partió la rodilla contra una
piedra y tragó polvo. Se sofocó. Jadeó. Aquello era real, no era un sueño. Miró hacia la cuesta
y vio las altas hierbas aplastadas en el lugar donde antes yacía bañado en su propio sudor.
Algo le había hecho levantarse dando tumbos y caer aquí, donde estaba al descubierto.
Regresó arriba a toda prisa.
Mientras subía, la rodilla le dolía más que el brazo o las costillas. Era una buena señal
mientras la rodilla no estuviera dañada. Encontró el lugar donde se había acostado. Estaba húmedo
y apestaba.
Pero la rodilla mejoraba. Caminó tambaleándose hasta un arroyo y se lavó por primera vez
en dos o tres días. Le costaba recordarlo. Su monitor interno se lo dijo: 2,46 días en total. Era
imposible saberlo con aquella luz cambiante. Se preguntó cómo el bosque se había adaptado a
sus imprevisibles idas y venidas.
Permaneció un rato tendido junto al arroyo, sin fuerzas para más. Pero un hecho era
indudable. Sabía lo que debía hacerse, y sabía que Quath tenía razón. Shibo le había impedido
verlo, como le había impedido saber otras cosas, entreteniéndolo con espectáculos interiores
cada vez más desenfrenados.
El daño y su reparación le habían restado influencia, al menos de momento. Lo cual
significaba que Toby debía actuar inmediatamente, ya que más tarde pensaría en otra cosa y
se dejaría distraer por una articulación que crujiría o por una picazón, y no lo haría nunca.
Regresó a rastras hasta el agujero y sacó su equipo de campaña. Las herramientas no eran
las específicas para aquella tarea. Tenían orificios, ranuras, brazos de inserción e instrumentos
de geometría variable, pero no eran especializadas. Y tenía que trabajar en su espalda. Operar
sirviéndose sólo del tacto y hacerlo sentado, cuando hubiera preferido acostarse.
Tú no quieres hacer esto.
Toby no respondió. Era difícil manejar las puntas ajustables. Tenía los dedos entumecidos y
torpes. Una punta se le cayó, y tuvo que recogerla del polvo y limpiarla. No había manera de
alinear bien todos los instrumentos.
He hecho mucho por ti. Tú y yo trabajamos juntos. Tu lado femenino se integra con el mío.
Las puntas se desviaban. Las alineó y las insertó en el extremo de la herramienta-eje. No
encajaban a la perfección, pero serviría.
Tengo mucho que enseñarte. Si me das tiempo, puedo darte excelentes consejos para
orientarte en este lugar. Estás solo. Me necesitas.
Le costó llegar a la nuca. Se apoyó en el estropeado brazo izquierdo. El dolor le indicó que
no era muy buena idea. Los Rostros encargados de las reparaciones enviaron aguijonazos de
advertencia al córtex cerebral; lanzas de sufrimiento y furia, como insectos coléricos. Pero no
podía hacer otra cosa.
¡Podemos pasarlo muy bien juntos! Te he mostrado mi pasado. Todo mi mundo. ¿Eso no
basta?
—No quiero tu mundo.
Escupió aquellas palabras apretando los dientes. Shibo habló más deprisa cuando él logró
llegar a la ranura espinal. Ahora lo atravesaban imágenes. Ruinas en sombras purpúreas.
Restos de mecs en un campo de Nieveclara. Sabores de platos picantes; olores de una fresca
primavera; risas en un pasillo de piedra.
Apartó la piel que cubría la ranura. Ahora tenía que operar a ciegas. Las imágenes que le
cruzaban los ojos eran fragmentadas, aceleradas, cambiantes.
Estás traicionando a tu padre. Él me puso aquí. Lo hizo para guiarte. ¡Para ayudarte! Y tú te
vuelves contra mí, me expulsas...
Abrió la ranura. Tanteó los micros. Las imágenes aceleradas temblaban, se deshilachaban.
Una Personalidad no puede vivir mucho tiempo encerrada en un chip. Lo sabes. Me
encogeré. ¡Partes de mí se perderán! Quedaré reducida a un Aspecto a menos que me aireen,
que me usen.
Las herramientas no eran apropiadas y temía dañar el chip. El tamaño de la ranura era doble
para albergar a una Personalidad. Los lectores estaban concentrados alrededor del chip, en
una capa de una molécula de grosor. Había una manera de extraer los lectores sin arrancarlos,
pero resultaba imposible sin herramientas más refinadas, aun en el caso de haber podido ver lo
que hacía.
¡No puedes hacerlo! He hecho mucho por ti. He sacado a luz todo el lado femenino de tu
personalidad... Te he ayudado a madurar.
—En efecto. Soy tan maduro que estoy solo y herido en este lugar, sin Familia que me
ayude a extraerte.
Yo no te he obligado a hacer esas cosas. No puedes negar que la culpa de haber huido de
tu padre es tuya. ¡No ha sido obra mía!
Palpó con cuidado. Parecía que había insertado bien las puntas, pero costaba estar seguro.
Tenían que coincidir con los atestados receptores del borde del enchufe.
¡Por favor! No recordaré ni pensaré nada más sin tu aprobación. No sabes cómo es. Yo
tenía que...
Probó con uno. Movió suavemente el extremo, y la punta se insertó en la entrada y encajó.
No sabía qué sucedería si sacaba sólo una parte del chip. Shibo estaba unida a él por medio
del circuito rígido de la base del cráneo. ¿Podría liberar el chip sin dejar una parte de Shibo
dentro? No lo sabía.
Haré lo que quieras.
No había razón para esperar. Cogió las puntas con fuerza y aspiró profundamente.
¡Aguarda! ¡Por favor!
Durante un buen rato no pudo moverse. Ella le había inmovilizado los músculos y Toby sintió
el pleno impacto de su furia.
Había sido una mujer maravillosa, pero vivir de aquella manera la había transformado. Llevar
una Personalidad era mucho más difícil que llevar un Aspecto, pero algo más había sucedido
entre ellos. Algo relacionado con ella y él, la imponderable mezcla de personas. Tal vez no
fuera culpa de ninguno de los dos.
No sabía si la verdadera Shibo podría regresar alguna vez como Personalidad, pero ahora
no se trataba de eso, y así se lo dijo en un fogonazo de estrecho contacto mutuo, no con palabras
sino con aguijonazos de remordimiento.
Dos latidos. Luego la respuesta.
La furia de Shibo lo sacudió. Le tembló la mano derecha. Se le entumecieron los dedos. Le
costaba sostener las puntas. Se le cortó el aliento.
Ella actuaba deprisa, probándolo todo. Se le contrajo el esfínter, le dolieron los testículos,
una espasmódica sacudida nerviosa le recorrió la piel. Se le congeló el pecho. La mano le colgaba
con el pulgar torcido, los músculos agarrotados.
Se obligó a relajar la mano derecha y aflojó la muñeca. En la reacción de sus músculos
revirtió la tensión contra ella y se movió.
Tiró de las herramientas en todos los sentidos. Se soltaron.
No no puedes te amo amo a Killeen amo a todos no me hagas esto basta por favor por favor
no puedo no puedo no puedo.
Extrajo las puntas, ensangrentadas y con jirones de piel. Su cuerpo tiritó como un solo
músculo. Un espasmo violento, gotas de sudor. Sus pulmones resollaron como si hubieran
estado bajo el agua.
El húmedo bosque que lo rodeaba se encontraba al final de un túnel largo y sombrío.
Enjambres de moscas rojas zumbaban en torno a las paredes del túnel.
Se cerraba a lo lejos, en la oscuridad.
Se metió en él.
MARCOS DE REFERENCIA
Desde una perspectiva, la Cuña gira con sobrecogedora velocidad angular, bordeando la
velocidad de la luz.
Desde la perspectiva matemática, permanece en estado estacionario en una geometría
múltiple. Quieta, silenciosa. Eíneas de espacio-tiempo plegado se arremolinan a su alrededor.
Desde esta perspectiva, a pesar de los forzados gradientes y las desgarradoras torsiones, la
Cuña es una isla de serena estabilidad. La radiación gravitatoria del agujero negro se condensa
alrededor de sus resbaladizos contornos.
Ea lamen olas lánguidas y apacibles. Las tensiones de la torsión juegan como intrincadas
telarañas a lo largo de sus protuberancias lustrosas y palpitantes.
Esta presión impide que la Cuña se disgregue. Lo ha hecho durante un intervalo cuya
longitud —o duración— depende de la geometría propia de cada observador.
Desde otro punto de vista, la Cuña está engarzada en una incesante y furiosa lucha con el
agujero negro.
Eas fuerzas combaten. El Comilón desea comer. La Cuña se atasca entre las mandíbulas
del Comilón. Las entreabre. Tapa la garganta. Se salva.
Todo lo dicho es cierto.
Cada planteamiento configura un marco de referencia. La verdad es la suma de todos los
marcos de referencia.
Por las líneas de los campos magnéticos que orlan la Cuña, elásticas pero irrompibles,
gotean ondas de vibrante complejidad. Transmiten información de la única manera posible por
la apretada urdimbre de la Cuña.
A lo largo de esos haces —delgadas e intrincadas líneas de vida— la civilización mecánica
conversa con su delegado. Las inteligencias mecánicas se reúnen en paquetes, elaboran
escurridizos análisis de datos. Revolotean sobre la turbulencia del vasto disco de acreción, bajo
el granizo eterno de la radiación dura. Contra esta tormenta, estas mentes escurridizas usan
defensas de cerámica y metal.
Haciendo ondear los campos magnéticos, conversan con el delegado. Voces huecas en un
pozo enorme.
En el fondo, la criatura solitaria oye. Responde. Siempre en medio de la discordia, el
delegado debe debatir mientras actúa. Dividiendo una vez más su inteligencia, asigna distintas
porciones de la misma a estas ocupaciones.
No disfruta de los placeres de sus gobernantes, que flotan en la majestuosa lejanía. Debe
soportar la fricción y conmoción de los parajes de la Cuña. Buscando, siempre buscando.
Todos los que participan en esta conversación piensan a la velocidad de la luz. Sin embargo,
sus voces no pueden escapar a sus orígenes ni a las presunciones de su especie.
Yo/tú he explorado una vasta gama de
bóvedas y espacios, ¦>A<¦. ¡No obstante,
nada encuentras!
¡He descubierto un tesoro de cultura primate!
Ésa no era tu misión, ¦>A<¦.
Lo sé muy bien. Según nuestros antiguos datos son unos primates especiales, portadores de
un mensaje. Los he buscado. Pero es difícil distinguirlos de las hordas de primates que pululan
aquí.
¿Tantos son? ¿Ocultándose de nosotros?
Nos temen, y supongo que con razón.
¡Busca a los portadores del mensaje!
Termina con esta molestia.
Aquí los espacios son innumerables.
Continúa. Asegura los tres estratos
genéticos mínimos que nosotro/vosotros
necesitamos.
Tenemos la información biológica básica de la generación más antigua, la del «abuelo».
Pero la naturaleza del mensaje codificado exige tres generaciones. Descendencia biológica
directa.
Los Legados implicaban sin duda alguna que nosotros/vosotros necesitábamos analizarlos
en profundidad. Esto significa copias completas y viables.
Yo/nosotros creo que no. Bien podrían estar
muertos.
Estudio atentamente cada muerte definitiva que provoco. Mis subunidades son igualmente
cuidadosas. No pasaré por alto la marca característica del primate que necesitamos, el más
joven. Yo lo conocí.
¿En su planeta?
Fue útil para apresar el yo de su padre cuando yo deseaba hacer una captura.
Espero que vosotros/nosotros podáis hacer lo mismo ahora/aquí.
Vosotros/nosotros estáis saliendo de
nuestro campo visual. ¿Se está dañando
la Cuña?
He navegado por las variaciones, pero hay un trasfondo perturbador. Algo más acecha en
estos parajes distorsionados.
¿Qué es? Yo/tú he oído informes de
unidades anteriores que nosotros/todos
enviamos a la Cuña. Antes de perderlas de vista.
No sé cómo describirlo. Una presencia trémula y tenue, más allá de mis campos. Pero no es
localizada.
Se trata de un eco.
Creo que no. Viene de todas partes pero no repite lo que envío. Estoy inquieto.
Sofoca vuestras/nuestras reacciones.
Tú/nosotros actúas por nosotros/todos,
recuérdalo.
No es momento para titubeos.
Mátalos a todos si vosotros/nosotros
podéis. Yo/nosotros deseo terminar con
esta vejación.
He infligido la muerte definitiva a muchos. Mis factores se sobrecargan. ¡Tantos tesoros para
conocer y saborear!
Olvida tu/nuestro extraño sentido de la belleza. Nunca un medio tan fuerte como tú/nosotros
ha penetrado tan profundamente en la Cuña. Conócelos, sí. Luego liquida a esos parásitos en
su última guarida.
¡Extermínalos!
Obedezco.
QUINTA PARTE - ATENCIONES MALIGNAS
1 - EL DOLOR DE LA ETERNIDAD
Toby despertó sintiéndose cansado pero limpio. Había estado fuera mucho tiempo. Ahora el
brazo le palpitaba menos, con un dolor sordo que se desvanecía lentamente.
Shibo no estaba allí. Llevaba su chip en la bolsa. Se exploró, buscándola. Se deslizó por las
oscuras grietas donde sus Aspectos vivían sus compactas semividas. Erró por la galería de
Rostros.
Recorrió grises pasajes. Isaac, Zeno y los demás lo llamaban y querían hablar de Shibo.
Siempre querían hablar. Acerca de cualquier cosa. Pero no había rastro de Shibo.
Sabía que aún podía tener adheridos algunos jirones. La naturaleza de una Personalidad era
difusa, escurridiza. Así que tendría que mantenerse atento. Sus primeros indicios —cambios de
humor, distracciones, control completo de su sistema sensorial— habían sido cada vez más
manifiestos. Si quedaban rastros de su personalidad, serían sutiles.
Cuando se levantó le crujieron los huesos. Estaba dolorido, sentía una fatiga abrumadora
que el sueño no podía eliminar.
No había advertencias en el sistema sensorial. Se expandió como una burbuja azul en su
visión y barrió los susurros del bosque y las nubes de vientre oscuro. Era hora de que volviera
a sus ocupaciones.
Años de disciplina Familiar le habían enseñado a acatar órdenes aunque no le gustaran. El
modo en que Quath le había dicho que se largara tenía la fuerza de una orden.
La cumplió sin pensar. A fin de cuentas, pensar era un lujo cuando la vida dependía de la
velocidad, la capacidad de ocultarse y el sigilo.
Avanzó con el sistema sensorial comprimido en una semiesfera apenas mayor que el
alcance de su brazo. Eso no le dejaba prácticamente tiempo para defenderse contra una de
aquellas chispas como la que había herido a Quath, pero de ese modo esperaba ser más difícil
de localizar.
Cuando llegó al siguiente punto elevado, miró hacia atrás. Formas sombrías se deslizaban
como hojas movidas por brisas sistemáticas. Quath. Quath. Ansiaba enviar la llamada.
Más chispas amarillas botaron y rebotaron en el bosque. Otras se elevaron hacia la
curvatura de la Vía. Algo enviaba furiosos relámpagos blancos hacia donde había dejado a
Quath.
Toby sabía que era una estupidez tratar de buscar la señal de Quath, pero sentía un
incontrolable deseo de hacerlo. Al fin dio media vuelta y huyó.
Corrió un rato antes de notar que estaba llorando. Nunca, en las largas persecuciones que la
Familia había sufrido en Nieveclara, se había sentido solo. Ahora le embargaba la amarga desesperación
de su difícil situación y no podía dominar la angustia que lo desbordaba. Sin
Quath, sin Familia, sólo una fuga vana.
¿Qué pensaría Killeen? Se detuvo y se obligó a contener las lágrimas. Tenía que actuar
como un Bishop. Aunque estuviera allí, aunque estuviera solo. Tal vez especialmente allí.
Llegó a un paraje desnudo y pedregoso. ¿También allí estaría expuesto? Nubes grisáceas
cubrieron el terreno y se elevaron de pronto, como si un gigante las hubiera apartado. Pero no
avistó ninguna furtiva silueta voladora, así que continuó.
Algo asomó por encima de un pico distante y descendió sobre él. Disparó y falló, pero en un
momento aquella cosa le quemó el flanco derecho. Efectuó el segundo disparo cuando caía.
Acertó. Una bola de fuego rápida y zumbona. Algo diminuto que caía. Se estrelló, rasgando el
aire.
Se había mojado los pantalones. Sintió asco de sí mismo, pero su brazo derecho era más
importante.
El dolor le hacía temblar las manos. Efectuó algunas reparacienes para mantener el flanco
derecho en funcionamiento. Todavía le dolía el brazo, pero se movería de nuevo.
Encontró agua en las cercanías y se lavó. Una tarea humillante. Le sorprendía haberse
asustado tanto. El miedo, comprendió, siempre parece ridículo una vez pasado.
Cuando pudo acercarse al lugar donde había caído la cosa, encontró un agujero en el suelo.
Había tenido mucha suerte de poder derribarla, y lo sabía.
Se relamió los labios, sintiendo miedo otra vez. Si seguía así, uno de los rastreadores daría
con él y regresaría con una bandada.
Recordó la pequeña lección de Quath acerca de las sumas y el funcionamiento de aquella
geometría. Las Vías eran como esos pares de números. Cada par sumaba una centena, y su
reordenamiento incesante mantenía constante el total. El esti permanecía intacto.
Y el total no tenía que ser de un centenar o de un millar. Las Vías podían sumar un millón, o
mil millones. O cualquier otra palabra acabada en -ón que usara su parlanchín Aspecto Isaac.
Las palabras como millón o billón sólo indicaban que algo era mayor de lo que una persona
pudiera concebir.
Así que no le sorprendió que el tiempo transcurriera y él siguiera su camino sin ver a nadie.
Tal vez nunca más viera a un ser humano. Las Vías podían seguir su tortuosa trayectoria
eternamente.
Lo importante era encontrar una salida, un camino que los mecs no pudieran rastrear
fácilmente. ¿Cómo? No bastaba con correr más.
Tenía la cabeza llena de interrogantes. Quath había dicho que la gravedad era esti, curva.
Era un efecto de la masa. Los planetas retenían las cosas mediante la curvatura del espaciotiempo,
que los humanos sentían como una fuerza clara y fuerte. De acuerdo, muy bien.
Pero Isaac decía que la curvatura esti generaba más curvatura. Así que la gravedad podía
multiplicarse, obteniendo más de menos. Algo había urdido aquel esti de manera tal que se
sostenía con firmeza. Incluso medraba al borde del abismo, besando al Comilón de Todas las
Cosas.
—Todo lo que se entiende se puede utilizar —murmuró Toby mientras trotaba. Recordó que
era un dicho de su abuelo, y se preguntó en qué parte de aquel lugar podría estar el viejo
Abraham.
—Abraham habría hecho algo con esto —se dijo, la voz frágil contra las músicas susurrantes
del paisaje.
Ningún lugar hacia donde correr, al menos literalmente. Y se estaba cansando.
Así que trató de modelar la piedra de tiempo. La lógica le decía que era imposible, pero la
lógica no funcionaba muy bien últimamente, ¿o no?
Sus armas no sirvieron de nada, pero después del corte con láser la piedra relucía. Lo
intentó con microondas, ondas sónicas, incluso con una nanofresadora que llevaba desde los
días de Nieveclara. Nada dio resultado.
Luego usó todo el espectro. Ninguna reacción. Le disparó con infrarrojo en pulsaciones. Por
un instante una delgada sonrisa partió la piedra.
De nuevo. Esta vez la sonrisa duró más y él metió la bota dentro y empujó. Cedió, luego
empezó a aplastarle la bota. Se zafó y la piedra se cerró.
La próxima vez fue más cuidadoso. Primero encontró un lugar donde se sintió mareado. Las
perspectivas eran ahuecadas, la luz acuosa, se producían refracciones de sonido y espacio.
Allí donde las Vías se cruzaban, la gravedad se distorsionaba.
Luego abrió un boquete, lo calentó. Golpeó, apalancó, usó diversas armas. Sudaba a mares.
Se cortó la mano, se quemó un brazo. Nada le salía bien a la primera. Pero aparentemente estaba
perforando más la piedra de tiempo. La fatiga lo venció y tuvo que hacer una pausa para
descansar. El sudor le humedeció los ojos, y supo que no era sudor.
Eran lágrimas de nuevo. Se impacientó consigo mismo. Killeen resoplaría y miraría hacia
otro lado. Besen lo comprendería, y eso sería aún peor.
—Si te apresan, ¿sabes qué harán? —Decir eso en voz alta le ayudó. Te sorberán todos los
conocimientos. Los usarán contra Besen, Killeen y los demás.
Su voz era severa, y eso también ayudaba. Comprendió cuánto echaba de menos esa cosa
tan sencilla, la voz humana, una voz que no fuera la propia. Maldito seas, estás hablando solo,
le decía otra parte de sí, pero apartó ese pensamiento. Todo lo que le ayudara a sentirse mejor
valía, y al cuerno con los análisis.
De vuelta al trabajo.
Progresaba lentamente. Encontró un risco ondulante donde la bruma esti flotaba en haces
de luz anaranjada. Trató de cortar nuevamente. Una línea ancha resquebrajó la piedra. Por ella
salió una bocanada de algo maloliente y ponzoñoso, unos vapores verdes; pateó la piedra para
cerrarla pronto. Era difícil abrir el esti, las vibraciones acústicas podían cerrarlo de nuevo. El
material poseía una especie de tensión de superficie.
Después de aquello, aprendió a intuir los hoyuelos y flujos del esti. Podía abrir uno para
echar un vistazo, y se cerraba herméticamente. Lo cual era una suerte, casi siempre. Algunos
pasajes conducían a Vías de vacío, otros a escalofriantes paisajes pétreos, a tornados de polvo
aullantes.
Sus sistemas lo prevenían si de las aberturas emanaban radiaciones calcinantes. Las
cerraba inmediatamente, pero una vez saltó un chorro de fluido candente y Toby tuvo el tiempo
justo para apartarse. El chorro abrió un boquete profundo en el cielo.
En una ocasión vio una ciudad entera a través de una grieta momentánea. Tanto las calles
como los oblongos edificios formaban bucles intrincados; tubos delgados entraban y salían por
las paredes porosas. Las criaturas que había dentro de los tubos parecían hirvientes piedras
blancas. Parecieron fijarse en él y Toby sintió pánico. Dejó que la grieta se cerrara.
Tras varias docenas de intentos le cogió el tranquillo a la cosa; era un artista en la materia.
Durante días probó suerte y se olvidó de la persecución. Si quería encontrar a la Familia o a
Abraham, tenía que dominar aquel arte.
Los lugares donde el esti parecía flexible continuaban su incesante movimiento. Sentía
náuseas mientras trabajaba la piedra, pero ése era el precio que debía pagar. Encontrar el momento
apropiado, el ángulo, el espectro, se convirtió en una especie de cacería basada en la
intuición.
La mayoría de las Vías parecían hostiles a la vida humana. Pero no todas. Entró en una de
aspecto agradable, y al primer intento.
Tuvo sus dificultades. Se despellejó un poco y se le congelaron los dedos, pero se internó en
un valle de fracturada piedra de tiempo. Al menos era más interesante que el lugar anterior.
Además, la experiencia le enseñó que la piedra de tiempo era engañosa. Muchas veces se
sentaba a comer los alimentos que obtenía y admiraba las formas estilizadas y limpias de las
cordilleras distantes. Eran elegantes, serenas, puntiagudas. Más tarde se acercaba y
comprobaba que en realidad eran ásperas e inhóspitas.
Las torsiones tiraban de él en las cuestas y salientes. Las distorsiones caracoleaban en los
rebordes angostos y quebradizos por donde se arrastraba, temiendo mirar arriba o abajo, pues
ambas direcciones eran inestables y fluctuaban.
Los senderos se curvaban para formar túneles que lo encerraban. Se estiraban a lo largo y
se arqueaban hacia abajo.
Tuvo que arrastrarse para atravesar orificios que lo estrujaban, algunos con lentitud, otros
con brutal rapidez. Se zambulló en uno que gruñía cerrándose sobre él, y perdió el tacón de
una bota. El tacón se partió limpiamente, dejando pocas dudas sobre lo que le habría pasado
de ser un poco más torpe. Tuvo que cojear un buen rato, hasta que el tacón volvió a crecer.
Y entretanto sentía una soledad creciente. Despertó de un sueño profundo, llamando a
Quath con la garganta reseca. En otro sueño hablaba con Killeen con una voz ronca que no
podía atravesar la niebla que lo rodeaba. Esperaba que todavía estuvieran vivos en alguna
parte, pero a veces lo abrumaba la aplastante certidumbre de que habían muerto.
Los episodios se sucedían. Al cabo de cierto tiempo notó que sabía leer un cambiante mapa
tridimensional, seguir un camino sobre roca resbaladiza, memorizar puntos destacados del
terreno sin que importara desde qué ángulo los veía, encender una fogata bajo una lluvia
densa e insistente, tratar las mordeduras de animales pequeños y sinuosos, descender por un
peñasco trémulo, deslizarse por un glaciar de aire congelado, entablillarse un hueso roto y
quedarse tendido los dos días que necesitaba para sanar, encontrar agua bajo la arena áspera,
domar una bestia de carga que encontró a la deriva, enterrar un cuerpo cortado a rodajas, tal
vez una víctima de los mecs.
Reparó un planeador de goma que encontró en un risco y lo usó para recorrer un buen
trecho volando en medio de un viento feroz. Después de estrellarse, lo alcanzó el frente de
tormenta. Un huracán repentino y cortante. No encontró refugio. Empezó a horadar de nuevo la
piedra de tiempo, un poco cada vez. Mientras cavaba en medio del frío, los acontecimientos se
desprendían a medida que los golpeaba con la pala. Lanzaban gritos y carraspeos mientras se
despedazaban como planos cristalinos.
Llegó a un estrato que conservaba el calor de un verano pasado. Lo ahuecó y tuvo una
cueva donde refugiarse.
Así combatió el frío profundo. Dormía, agradeciendo el calor, pero Killeen le hablaba a través
de la niebla lechosa. Toby, Toby. Las siguientes palabras fueron inaudibles. Se esforzó para
captarlas y despertó. Tibieza, soledad. Notó que la piedra de tiempo estaba tibia porque lo
estaba aplastando lentamente, procurando cerrarse.
—¡Maldita sea!
Se levantó y se alejó a trompicones hacia la luz pálida, hacia el otro extremo del huracán.
Besen. Los mecs la apresarán si pueden sonsacarme lo que sé... y será por mi culpa y mi
tonta huida... y si los mecs ganan aquí, será para siempre; nunca más existirán los Bishop,
serán polvo y nunca sabrán qué es todo esto, qué significa...
Murmuraba al caminar, pero no había mucho en sus pensamientos, salvo la soledad que
ahora tenía como compañera.
Una tormenta demoledora le enseñó a esquivar rocas que caían. Cuando cesó, el paisaje se
había distorsionado de nuevo y Toby aprendió a trepar por un resbaladizo desfiladero, a descender
por un pico cada vez más empinado antes que se partiera y echara a volar.
Cuando hubo pasado más tiempo del que podía recordar, estaba en condiciones de predecir
los caprichos del clima, hasta cierto punto.
Todo aquello lo había cambiado cuando encontró a las primeras personas.
2 - OPTIMISMO IRRACIONAL
Los encontró en una sabana, cultivando unos cereales nudosos que Toby no reconoció.
Cuidaron de él. Estaba peor de lo que pensaba, pero no poder entenderles era una ayuda.
No hablaban ningún idioma que él conociera o que tuviera en los chips. Eran menudos y
compensaban con elegancia lo que les faltaba en talla y fuerza. Eran equilibrados, reservados.
Las mujeres, aunque tímidas, eran radiantes, ágiles y cálidas, con unos ojos velados que
chispeaban cuando hablaban.
Los individuos de ambos sexos parecían comprimidos; sus hombros anchos coronaban un
torso que nacía de una cintura delgada. Tenían un porte perfecto, iban erguidos y se movían
con desenvoltura. Su tez era suave, oscura, dorada y reluciente bajo el cabello negro muy
trabajado.
Las Familias se cuidaban mucho el cabello y durante los largos años de huida lo habían
convertido en su única concesión a la moda. Aquí, en gravedades distorsionadas que
cambiaban sin cesar, el cabello podía obrar milagros: formar salientes imposibles, curvarse
como un fuego negro y congelado, enroscarse de manera cómica.
Tenían los dos sexos habituales y cuatro géneros; ambas variedades de homosexuales
llevaban un peinado distintivo, una sinfonía provocativa. Eran muy agradables. Hablar por
señas resultaba siempre más interesante que conversar, y el escaso vocabulario que dominaba
Toby lo obligaba a guiarse por la intuición. Aprendió a leer lo tácito, que era más interesante.
En sus momentos de descanso —no muchos, pues todo el mundo trabajaba o de lo
contrario nadie comía— comenzó a comprender qué distinta era aquella gente.
Para ellos todo detalle merecía atención, en todo momento debían estar ocupados. Lo que
se estaba haciendo lo era todo. Mientras uno trabajaba no existía más que la labor concreta del
momento. Todo pensamiento acerca de otras actividades, de inconvenientes pasados o
futuros, desaparecía. Salvo por algunos dolores en el brazo derecho y las costillas,
consecuencia de su larga fuga, Toby se las apañaba bastante bien.
La vida social de la comunidad se centraba en un complejo drama escénico. Les aburría
hablar del esti y de los mecs. Sólo querían comentar la obra que se representaba. Toby asistió
a una representación y descubrió que ellos lo consideraban un gran honor. El público se puso
de pie y lo aplaudió juntando los labios cuando él se sentó. O al menos eso creyó que hacían,
aunque luego se preguntó si habría cometido alguna torpeza.
El drama comenzó de inmediato, así que no tuvo tiempo de reflexionar sobre ello. La obra
dependía absolutamente de la concentración. Sin el control y la concentración de los actores,
habría sido insoportablemente aburrida.
De hecho no lo era. Miró cautivado cómo una actriz entraba en escena y caminaba con
inhumana lentitud por el borde del escenario, a centímetros del público pero enormemente
distante a causa de su ensimismamiento. Controlaba el ritmo y el andar hasta tal punto que
ningún gesto ni pestañeo perturbaba un andar sugestivo que evocaba la superficie de un lago
negro y liso. La actriz parecía atravesar el aire del teatro vestida de un silencio tal que habría
podido cortar un tornado. Más tarde, la escena se repitió. Esta vez los micrófonos amplificaron
cada movimiento de los sedosos pies sobre el tablado desnudo. Una música susurrante seguía
cada movimiento, transfigurando el acontecimiento hasta volverlo irreconocible.
Descubrió que el drama, cuyo escaso argumento se podía sintetizar en una frase, surtía un
curioso efecto sedante. Parecía decirle: Presta atención. Concentrarse en el momento era más
importante que jugar mentalmente con el pasado o el futuro.
Extraño, si se paraba a pensarlo. Porque aquél era un lugar donde no era fácil separar
pasado y futuro. Fluían juntos en ciertos lugares, como un río lodoso.
Allí ya habían combatido contra los mecs. Tardó en averiguar un hecho tan simple porque
hablaban muy poco. Una vez se cruzó con una ceremonia fúnebre —no se realizaba en un lugar
ritual sino en la calle— que parecía honrar a alguien muerto a manos de los mecs. Sus
hogares y talleres eran como los cascos del Argo invertidos, de modo que desde lejos parecían
ampollas creciendo juntas. Las cruzaban quemaduras y dos de ellas tenían enormes boquetes.
Aquella gente estaba bien organizada. Se entrenaban para la defensa y usaban armas que
él no comprendía. Decían que la última incursión mec en el esti se había prolongado tanto
como se tardaba en criar a una niña hasta que alcanzaba la mitad de su altura —lo cual
parecía ser su modo de medir el tiempo—, y que las anteriores habían sido peores. Las
mutilaciones de algunos eran buena prueba de ello.
Toby les hablaba de la Familia Bishop y del largo camino que lo había llevado hasta allí. Aun
así, no era uno de ellos: había dado un uso diferente a su mellada y estropeada armadura. En
términos generales, se había limitado a mantenerse con vida. Allí habían luchado contra los
mecs y los habían matado, los habían acechado, derrotado y sufrido bajas por ello. Ser alcanzado
como lo había sido Toby era un accidente que todos conocían; muy diferentes era
participar en una batalla porque uno quería.
Y ellos querían. Una mujer menuda le contó con acaloramiento que estaban luchando por
una gran idea. No pudo entender claramente de qué idea se trataba, y al cabo de un rato
desistió de forzar su vocabulario. La mujer hablaba deprisa y parecía considerar toda pregunta
como un desacuerdo.
Toby pensó en ello después de presenciar ese lento y solemne drama. Una actriz llevaba un
tambor que contenía un cerebro mec. Cuando golpeaba el tambor, el cerebro botaba, chocaba
contra el interior del tambor mientras la actriz seguía batiendo los parches. El contrapunto
creaba un eco horripilante. Toby no sabía qué significaba, pero le daba escalofríos.
Una vez, después de terminar su trabajo, regresó al lugar donde dormía. Un viento cortante
hacía oscilar los escasos faroles que titilaban en la niebla suave. Sabía que nunca habría participado
en una batalla en pro de algún principio abstracto. Había luchado y huido —
normalmente huido— por la Familia, y sólo luchaba cuando no le quedaba más remedio.
Estos tranquilos hombres y mujeres eran diferentes. Tenían la antigua tradición de
permanecer atrincherados en el esti. Ellos no la comprendían, o al menos no se la sabían
explicar. Quizá la entendían de una forma que él no podía conocer. A veces vivir las cosas
producía ese efecto.
Recordó las largas dársenas vacías donde habían atracado el Argo. Grandes y cubiertas de
melladuras, abolladas y maltrechas. Desiertas salvo por el Argo, como brazos estirándose para
recibir naves que ya no llegaban.
Aquella gente había dicho que pocas naves venían de otros mundos, de los planetas como
Nieveclara. Muchas naves más pequeñas se deslizaban entre los portales del esti, siguiendo
atajos entre las Vías. Pocas Familias planetarias entraban en las Vías porque casi todas habían
perecido. Fracasado.
Su historia no cuadraba con lo que él sabía. Tenía su lógica. El tiempo era diferente en cada
Vía. Algunas estaban a mayor profundidad en la curvatura que rodeaba el agujero negro, de
modo que allí el tiempo transcurría con más lentitud. Y el propio esti mezclaba y enmarañaba
los acontecimientos, de modo que confundía la memoria humana.
Renunció a la idea de comprenderlo cuando descubrió que se había internado en la
oscuridad. Era la primera vez que notaba cuánto extrañaba a su padre. Lloró un rato en la
oscuridad y se alegró de que nadie le viera.
Algo le decía que era estúpido avergonzarse de llorar. Nunca se lo había planteado. Se
preguntó si no sería indicio de un vestigio de Shibo, pero no pudo detectar nada de ella por
ninguna parte.
Se sentía inquieto. Regresó con aprensión hasta el cobertizo donde dormían los peones
eventuales. Todos los demás ya estaban acostados, así que se tendió en el catre.
Durmió bien y sólo despertó cuando el cobertizo se vino abajo. Un golpe en la frente,
suciedad en la boca. El suelo temblaba. Alguien gritaba en la oscuridad.
Las vigas del techo no le habían acertado, pero estaba bajo los escombros. Salió a rastras
mientras explosiones violentas sacudían el suelo. Fuera había mecs en la penumbra. Edificios
derribados. Llamas que lamían un cielo moteado.
La gente corría por doquier. Aullantes ferocidades peleaban por encima de nubes sucias.
Las pantallas de defensa se activaron. Las vio en su sistema sensorial como planos rojos y
brillantes que se elevaban en el aire; un verdor eléctrico serpenteaba en sus bordes.
Bajas. Personas sin heridas visibles, pero ojerosas y conmocionadas. Algunas sangraban
por la nariz y la boca. Otras se apretaban el vientre sin poder hablar. Otras más estaban tumbadas
de bruces sobre la hierba machacada.
Quiso ayudar. Los médicos no parecían agradecer su presencia. Ponían mala cara y
comprendió lo que sospechaban. Nadie podía saberlo con certeza, pero él había llegado y
luego habían llegado los mecs.
Pensó que sería más un estorbo que una ayuda, así que dejó a los heridos y corrió hacia el
límite de los edificios. Allí observó el rápido y misterioso juego de resplandores y detonaciones
en la sombra.
Quería luchar, pero no sabía qué hacer. Los métodos de la Familia Bishop no parecían
adecuados. Y si esas fuerzas de arriba lo buscaban a él, nada había que pudiera hacer.
Al final huyó. Si había sido el causante de aquella catástrofe, lo mejor sería desviarlos.
Durante horas trotó por el aire turbio. De nuevo solo. Quatb. Killeen. Besen. Nombres.
Su sistema sensorial no detectaba perseguidores. Al fin la luz comenzó a filtrarse por un
arrugado risco y vio que estaba en otro terreno. Había gente aferrada a la desnuda piedra de
tiempo y una presencia la buscaba.
De repente se encontró en medio de un combate. Se echó al suelo y no tardó en entender
que algo —no sabía muy bien qué— trataba de exterminar a un grupo de gente. También
aprendió a mantener la cabeza gacha en la cambiante piedra de tiempo.
Una bruma verde fluía en lo alto. Desde lejos llovía sobre él y sobre la imagen que él veía
reflejada en la piedra de tiempo.
Esa imagen lo miraba. Pasaron segundos lentos, difusos. La figura lo saludó. Toby
parpadeó. La figura sonrió. No entendía cómo la piedra de tiempo podía tener un Toby
atrapado en su interior, un otro yo que lo saludaba jovialmente; pero no había tiempo para
averiguarlo.
Ni para ver al causante de la matanza. Quiso erguir la cabeza para ver, pero desistió. Su
sistema sensorial no indicaba la presencia de nada peligroso, pero oía motas sibilantes, astillas
en el viento que le habrían rebanado la cabeza con precisión quirúrgica si hubiera mirado.
Lo supo porque lo vio al cabo de unos segundos. Una de aquellas cosas susurrantes le dio a
una mujer en la barbilla. Los objetos buscaban un blanco deslizándose por el terreno hasta
encontrar su presa.
También observó los intentos de los amigos por volver a juntar la cabeza de la mujer.
Aquella gente hablaba en un idioma rápido y entrecortado que él no comprendía. Incluso
intentó ayudar, aunque no le veía sentido, y no le prestaron atención. Confiaban en que la
medicina humana curase una cabeza escindida en tajadas precisas. No resultó.
Al cabo de un rato cesaron los susurros. Toby quería ayudar a la gente, pero cuando fue a
hacerlo todos habían muerto.
Le quedaban ya pocas dudas de que detrás de aquel caos había algo que lo buscaba. ¿Esa
gente había muerto por su culpa? No quería pensar en ello.
Y lo único que podía hacer era huir en vez de luchar, aunque le disgustara como Bishop.
Encontró refugiados. Pudo entenderse con algunos. Hablaban de lugares y tiempos peores,
pero la mayoría seguía su camino como si él fuera un espejismo. O tal vez consideraban que
sus preguntas carecían de sentido.
Caminó mucho tiempo. Era mejor no pensar demasiado.
El mundo parecía más liviano, como si su cabeza fuera un globo sostenido por su cuerpo.
Caminó así, disfrutando de cada paso. Haces brillantes y amarillos brotaron de arriba, de la
piedra de tiempo. El resplandor era abrasador.
La gente pasaba sonriente. Aquel estado de ánimo fue en aumento hasta que todos
aplaudieron y aun para Toby la escena se volvió tan agradable que parecía ridículo que alguien
pudiera morir. No él, al menos.
Recordó afligido lo que una vez Quath le había dicho sobre el irracional optimismo de los
primates, o al menos sobre el de los actuales. Según Quath, era una extraña adaptación de la
cual carecía su especie. Toby se había echado a reír.
Y ahora también rió, entre dientes. Era una insensatez, pero hacía que se sintiera mejor.
Recordando el desconcierto de Quath, rió de nuevo. Ni siquiera la pesadumbre de la soledad
pudo quebrar aquella alegría repentina e inesperada. Podía ser irracional, pero era divertido; lo
era en un lugar y un tiempo como aquéllos, tan racionales y prácticos.
3 - BAJAS
—Aquel hombre quiere hablar contigo.
Toby se sorprendió.
—¿Conmigo? ¿Por qué?
—Te conoce.
—Imposible.
—Pues él dice que te conoce. Mira, está malherido.
Toby fue, aunque a regañadientes. Avanzó entre los heridos de la seca planicie y cedió lo
que le quedaba de agua.
Era un hombre pálido y arrugado que se quejaba mecánicamente, con un gruñido húmedo y
regular. Le habían tapado la cabeza con una manta lustrosa que cumplía una función médica.
El hombre se quitó la manta. Toby vio lo que había sido un rostro y ahora parecía una colina
que hubieran roturado bajo la lluvia con equipo pesado y luego hubiera permanecido
demasiado tiempo al sol.
—Me han quitado mi viejo rostro y me han dado uno nuevo —dijo una voz clara y suave. Los
labios no se movían.
—Sí, ya veo. —Toby se sintió inútil.
—Ahora me está creciendo otra cara.
—Ya veo —dijo Toby sin mirar.
—¿Quieres saber qué me ha pasado?
—Claro.
—Tratábamos de derribar una de esas cosas, de esas serpientes que disparan desde el eje
de la Vía. ¿Las has visto?
Toby había visto muchas de aquellas cosas, pero no las consideraba animales, pues eso
sólo inducía a error.
—Creo que sí.
—Espantosa, estaba matando a muchos de los nuestros. Así que esperamos y le
disparamos desde cinco posiciones. La hicimos trizas.
El hombre tenía la mirada desenfocada. Toby lo alentó a que continuara.
—Esa cosa giró y se hizo pedazos antes de estrellarse contra el risco. Cerca de mí. Estalló
con una potente detonación. Muy bonito. No noté más que un golpe caliente en el costado y
luego me encontré aquí.
Toby cogió la mano del hombre y se preguntó si debía creer todo cuanto le decía. Su mano
era tan suave como su voz, no una mano que hubiera estado mucho tiempo en campaña. Y la
voz era soñadora. No parecía la historia de una verdadera batalla. Toby había aprendido que
los heridos no eran de fiar como cronistas; a veces mezclaban los hechos con sus sueños.
Toby murmuró algo y volvió a cubrirle el rostro con la manta. Estaba seguro de que el
hombre no veía y que se limitaba a usar su sistema sensorial interno. El hombre no dijo nada y
Toby dejó la manta. El hombre dijo súbitamente.
—Oí decir que estabas aquí.
—¿Yo? ¿Cómo es posible que alguien me conozca?
—Te vimos, recibimos un mensaje en el sistema sensorial general.
—¿Qué decía?
—Que te esperáramos, que cuidáramos de ti.
—¿Quién lo enviaba?
—Una orden general.
—¿Podéis enviar señales de Vía en Vía?
—A veces. Nuestra tecnología no es la mejor. Pero teníamos noticias de ti.
—¿Mi padre tiene algo que ver en esto?
—Tal vez. No lo recuerdo.
Toby se preguntó si sería verdad. Había oído a hombres mentir acerca de cómo los habían
herido, a veces poco después del impacto e incluso delante de testigos presenciales. No sabía
por qué, pero él lo había hecho una vez, hacía años, y no le parecía tan mal.
Una descarga mec le había destrozado la pantorrilla izquierda y tardó una semana en volver
a correr. Cuando pudo caminar ya había urdido una historia totalmente distinta de la realidad.
No halagüeña, sólo diferente. No sabía por qué lo había hecho, y al cabo de un tiempo dejó de
preguntárselo. Por eso le costaba hablar con aquel hombre que jamás recobraría el rostro.
—A mi modo de ver —dijo el hombre—, tienes que ser importante.
—¿Yo?
Toby había estado pensando y casi se había olvidado de dónde estaba. Recordaba a la
Familia. A Killeen.
—Debes serlo. La mayoría de las órdenes son sobre armamento o tácticas.
—No soy importante.
—Bien, pero condenadamente grande sí, no cabe duda. ¿De dónde eres?
—Pertenezco a la Familia Bishop.
Lo dijo en tono desafiante; nunca sabía cómo reaccionaría la gente. A veces quedaba
desconcertada. En ocasiones hacía un comentario hiriente sobre los planetarios, o bien ponía
cara de indiferencia. Aquel hombre no hizo nada de eso, ya que de pronto se puso a vomitar en
su propia mano. Toby le ayudó a limpiarse.
—No hay duda de que eres importante. —El hombre tenía peor aspecto, y el rostro se le
ponía amarillo como una vieja herida, pero seguía aferrado a su idea—. Tienes que serlo.
Hablaba con acento monótono, pero se expresaba como los viejos Bishop que Toby había
conocido. Tal vez la gente de por allí pertenecía a Familias de la Agachada. Toby palmeó al
hombre, sin saber qué hacer.
—Duerme.
—Tienes que serlo. Las órdenes decían que te cuidáramos.
—¿Y luego qué?
—Pasar el informe. Y permanecer contigo.
—¿En nombre de quién?
—No lo sé. Ahora quédate aquí.
—Duerme.
—¿Por qué eres tan importante? ¿Tienes algo que ver con todo esto?
La pregunta flotó en el aire polvoriento. Aunque Toby la había oído en su sistema sensorial,
las susurradas palabras quedaron sin respuesta porque Toby ya estaba en el borde de la planicie,
moviéndose deprisa.
4 - RESCATE
Llegó a un largo valle parecido a una quebrada. Era verde y húmedo, una depresión entre
relucientes macizos de piedra de tiempo.
Le costaba recordar cuándo había empezado a huir de los mecs. Se había ensuciado los
pantalones varias veces más y ya no se avergonzaba. Killeen. Quath. Los nombres evocaban
las mismas emociones, pero hacía mucho que no lloraba por ellos.
Esta nueva Vía era agradable y Toby no detectaba ningún mec. Se había habituado a la luz
tenue y difusa que brotaba de las protuberancias y las plantas, a veces arrojando sombras
ascendentes. La piedra enviaba cintas de luz que se proyectaban en las raíces de los árboles.
Parecían vasos sanguíneos enterrados en el suelo carnoso. Avanzó sin pausa y llegó al valle.
A ambos lados, nudos amarillos de niebla de tiempo se aferraban a los picos.
El cielo no presentaba amenazas. Aun así, los mecs podían pillarlo con rapidez excesiva
para su estropeado sistema sensorial, así que se mantuvo a la sombra mientras pudo.
Una vez había pasado un día llevándole la delantera a un rastreador mec, una nave
plateada que sobrevolaba los árboles y que le disparó tres veces. Lo había eludido saltando a
un río y nadando hasta que agotó la reserva de aire. Los mecs no entendían muy bien el agua.
O al menos no veían a través de ella. Había permanecido bajo la superficie hasta que
oscureció y salió jadeando a la total negrura.
¡Oh, Besen, Killeen. El viejo Cermo el Lento. ¡Hacía tanto tiempo!
Notó olor a quemado, y por debajo una pálida dulzura. En el valle crecían densos maizales.
No había visto maíz desde que era niño, cuando apenas tenía edad para caminar, y entonces
sólo crecía en un campo raquítico al borde de la Ciudadela. Avanzó por un sendero lleno de
baches, aspirando el aire suave y lechoso.
Maíz. Recordó el maíz en el lodo primaveral, plantado en una ladera arada; mujeres de ojos
rasgados ahuyentando las aves que se comían las semillas; finas espigas que despedían un
aroma penetrante en los días lluviosos; el trabajo de desbrozar la maleza; la azada de hoja
reluciente revolviendo el polvo seco; la hoz para segar el maíz; las espigas verdosas que
buscaban la luz del sol durante el día; las espigas maduras amontonadas en una carretilla;
insectos diminutos preparados para defender el maíz de las plagas, leales a sus plantas; tallos
desnudos bajo una muda nevada; una hermana que perdió un dedo en una trilladora; granos
crujientes brotando de un alimentador a manivela con dientes de acero; mazorcas desnudas
cayendo en una pila; un silo abarrotado de vainas secas; el whisky llenando un vaso de madera;
un grifo tiznado de carbón; el dulce aroma de la mantequilla donde se cocía una mazorca
nadando en su propio jugo...
Toby tambaleó, sabiendo que aquellos recuerdos no eran suyos. Parecían reales sin
embargo, sobre todo las fragancias.
Trabajé mucho en los campos de niña.
La voz de Shibo parecía bajar del cielo amarillo. Toby tragó saliva, se le humedecieron los
ojos. Siguió caminando y dejó que el seco olor de los campos lo calmara.
No había logrado expulsarla del todo. Y ahora nada podía hacer. Ni siquiera un cuchillo
podía ayudarlo.
El olor a quemado era más fuerte y miró cautelosamente los campos mientras andaba. El
grano estaba listo para la cosecha. Arrancó algunas mazorcas y se las comió mientras seguía,
disfrutando del sabor azucarado de los granos. El maíz estaba tan maduro que ya comenzaba
a salirse de las vainas.
Los escasos árboles estaban calcinados, astillados como si algo los hubiera reventado por
dentro. Había claros círculos de maíz aplastado en los espesos campos.
Siguió caminando y un olor lo golpeó. Recordó que una vez, estando descompuesto, se
había quedado en un retrete de la Ciudadela, aguantando el olor y temiendo salir a respirar una
bocanada de aire fresco, por miedo a la diarrea, que no le daba tregua. Toda la Familia se
había contagiado. Al cabo de un tiempo había ayudado a su padre a derribar el cobertizo y a
llenar el agujero con tierra de otro pozo. Luego un equipo de hombres y mujeres lo había
reconstruido.
Entonces encontró los primeros cuerpos. Unas zarzas dividían los largos campos y canales
de irrigación. Colgaban a trozos de las ramas. Los cuerpos habían estallado en pedazos que
no respetaban líneas anatómicas.
No era nuevo para Toby. Aquello tenía que ser reciente, porque no habían empezado a
descomponerse, aunque la sangre ya formaba una costra seca y parda.
Su Aspecto Isaac estaba inquieto, pues hacía tiempo que no le dejaban salir.
Cenizas a las cenizas, polvo al polvo, como rezaba el antiguo dicho.
Toby sabía que los cuerpos hacían precisamente lo contrario. Se corrompían hasta producir
una viscosidad muy atractiva para los escarabajos y los enjambres de moscas. ¿Cómo era posible
que los antiguos estuvieran equivocados en algo tan elemental?
Tocó algunos cuerpos con prudencia. En Nieveclara los mecs solían instalar trampas
cazabobos en los cadáveres; al parecer aquí no se habían tomado esa molestia.
Parecía mal dejar tendones, músculos y huesos desgarrados colgados de los arbustos, pero
apartó la mirada y continuó la marcha. El olor a retrete se debía a que también las visceras
estaban desparramadas por los campos.
Más adelante cadáveres enteros tachonaban los campos. Yacían en pequeños claros donde
aparentemente habían tratado de combatir contra algo que venía de arriba. Estaban intactos y
su piel era tersa y vidriosa. Conocía el modo en que los cuerpos cambiaban con el tiempo. La
piel pronto cobraba un tinte amarillo que acababa siendo un verde amarillento. Si permanecían
a la intemperie varios días, la carne se volvía oscura, de un marrón más profundo que el bello
color de la tez de Cermo.
... Y si permanecían así demasiado tiempo, recordó de pronto, la carne adquiría la
consistencia del carbón, formando duras costras donde estaba lacerada, y los cuerpos se
hinchaban, reventando las mangas y las cremalleras de la ropa. Las personas se convertían en
globos, y en el calor seco del mediodía su olor era tan penetrante que se alojaba en la
garganta...
Se contuvo. Aquellos recuerdos no eran suyos.
Cuando murió mi Familia vi muchas cosas que más te valdría no conocer.
—¡Entonces no las dejes aflorar!
Buscó a Shibo, pero ella era escurridiza y se le escapaba.
No puedo impedirlo. Tus recuerdos se cruzan con los míos y hacen que me manifieste.
—¡No lo necesito!
Soy quien soy. O quien era.
Siguió caminando, apartando los ojos de los cuerpos. Había sólo uno o dos por sembrado.
Los cuerpos que no presentaban daños tal vez hubiesen muerto por pérdida del yo. Habían
sufrido la muerte definitiva. Sin yo, el cerebro seguía con las rutinas básicas de inflar los pulmones,
bombear sangre y digerir los alimentos, pero pronto algo le faltaba a todo el sistema. El
cuerpo se detenía.
Nadie había estudiado bien por qué sucedía aquello. Parecía innecesario hacerlo. La
persona desaparecía en el sentido más profundo. Una vieja nave como el Argo se valía de
trucos tecnológicos para mantener el cuerpo con vida o congelado para su uso futuro, algo que
no tenía sentido tratándose de muertos definitivos.
Vio tierra removida y maíz aplastado allí donde algunos de ellos, en sus últimos instantes,
habían pateado el suelo con las botas, agitando los brazos y los pies a pesar de haber caído
ya. A medida que perdían el control, los cuerpos luchaban de la única manera que conocían.
Todavía tenían los puños apretados y las muñecas ennegrecidas. Algunos se habían
arrancado la ropa en su afán por desembarazarse de la cosa que los devoraba por dentro,
donde las manos no podían alcanzarla.
Toby pensó en sepultarlos, pero eran demasiados y el hedor aumentaba bajo el cielo
amarillo. Detectó movimiento a su izquierda y rodeó un espeso maizal maduro. El movimiento
aparecía identificado como humano en el sistema sensorial. Sería conveniente alejarse de
aquel lugar, pero sentía la necesidad de ver a alguien vivo, así que regresó.
Había una persona, una mujer delgada arrodillada junto a un hombre tendido de bruces.
Por un momento, Toby pensó que estaba rezando y dio media vuelta para irse. Entonces
ella alzó la mano hacia la luz. Su dedo meñique cobró forma de herramienta roma que clavó en
la nuca del cadáver. Allí la piel estaba roja y contraída. Ella movió la mano y arrancó algo de la
columna vertebral. Toby reconoció el disco gris de un Aspecto. La mujer no reparó en Toby,
aunque a esa distancia él debía haber aparecido en su sistema sensorial. Se guardó el disco
en una bolsa.
Había otro cadáver a pocos pasos. Ella convirtió dos de sus dedos en herramientas de
exploración y los introdujo diestramente en los puertos espinales del cuerpo. Esta vez obtuvo
dos discos y un cartucho cuadrado que en el caso de la Familia Bishop podía albergar tres
Rostros. Cuando se los hubo guardado en la bolsa, la mujer se incorporó y miró a Toby.
—¿Tienes derechos aquí?
El salió de detrás del maíz susurrante.
—No. ¿Y tú?
—Claro. Derechos de rescate.
—¿Eran de tu Familia?
—¿Quién lo pregunta?
—Soy un Bishop.
—Yo soy una Banshee.
Toby la miró.
—Nunca he oído hablar de los Banshee.
—Yo nunca he oído hablar de los Bishop. El esti es grande.
—¿Tiene sentido llevarse esos Aspectos?
—Tal vez.
—Habitualmente los Aspectos de los muertos definitivos son absorbidos.
—Depende de la rapidez con que se extraigan.
—Aunque queden algunos, ¿no estarán locos?
—Tengo que correr ese riesgo.
—He oído decir que quedan fritos.
—Todavía valen algo.
—¿A qué te refieres? —Toby se movió un poco a la derecha.
—Se puede obtener un Rostro de un Aspecto.
—Tal vez sea mejor dejarlos ir.
—Eso es cosa de los Banshee.
—¿Cómo sé que éstos son Banshee?
Ella lo miró de hito en hito.
—Métete en tus propios asuntos.
Toby retrocedió.
—Vale.
—¿Vale? ¿Y eso qué significa?
—Significa que estoy de acuerdo.
Ella frunció los labios en una sonrisa despectiva.
—Pues tienes un modo raro de hablar.
—En efecto, vale.
La saludó, dio media vuelta y se alejó. El sistema sensorial de la mujer le cosquilleó en la
espalda y activó sus micros, que barrieron el campo y la arboleda.
Toby se detuvo, hasta que ella lo olvidó y siguió moviéndose entre los cadáveres, haciendo
su trabajo. Mientras esperaba, Toby pensó qué hacer. Ella se alejó y luego regresó por la izquierda
mientras buscaba.
Mantuvo el sistema sensorial en la sintonía más baja, para seguirla sin delatarse. La mujer
estaba ocupada y parecía nerviosa. Toby se ocultó detrás de un árbol torcido y oscuro. Cuando
volvió a verla, estaba registrando deprisa el último cadáver.
Toby la golpeó por detrás con un paralizador. Ella fue rápida y rodó sobre sí en cuanto
recibió el impacto al tiempo que disparaba. Él le disparó otra descarga de baja potencia y falló.
El otro lado del gran árbol estalló en llamas. La mujer se puso de pie y disparó de nuevo,
pero a demasiada altura. Toby disparó una vez más mientras la refracción térmica contraía el
aire.
Ella se sentó, se echó hacia atrás y se esforzó para levantar los brazos. Su mano izquierda
era un arma; parpadeó una vez. El rayo pasó junto a Toby, y no era paralizante. Su sistema
sensorial emitió señales rojas de advertencia. No podía defenderlo de un impacto directo.
Sin pensar, pero con pulso firme, Toby disparó otros dos descargas paralizantes. Esta vez
ella cayó y ya no se levantó.
Se acercó cautelosamente. La mujer estaba despatarrada, con los ojos vidriosos. Toby se
agachó y cogió la bolsa. Era pesada.
Ella lo siguió con la mirada mientras él revisaba su contenido. Una ceja le tembló
furiosamente.
—Conque Banshee, ¿eh?
Sus índices le decían que era algo llamado Bahai. Sacó un Aspecto de la bolsa y lo presionó
contra su lector de muñeca. El diminuto cristal hexagonal estaba rajado por culpa de un antiguo
accidente, pero el tubo óptico del hueso le seguía funcionando. Le indicó que el Aspecto estaba
dañado y que había sido una mujer de la Reunión de Buda, lo que supuso que sería una especie
de Familia.
—Eres una cazadora de cabelleras.
Ella movía los ojos colérica. Toby pensó en estimularla para que le dijera algunas mentiras
más, pero, aun en condiciones, la mujer parecía demasiado rápida. Y llevaba un buen equipo.
Toby ni siquiera sabía para qué servían algunos de sus componentes. Sólo con que tuviera un
par de dedos libres, podía ser peligrosa.
—Me llevaré esto. —Levantó la bolsa—. Pensabas venderlos, ¿verdad?
Ella empezaba a mover la boca, y torció los labios. Era interesante observarlo. Luego Toby
pensó en lo que había estado haciendo la mujer y ya no le pareció tan divertido.
—Se los entregaré a la Familia Buda, si encuentro a alguno de sus miembros.
Se alejó deprisa. Era mejor así, antes de que cediera a la tentación de hacérselo pagar un
poco más.
5 - EL MAR DE ARENA
Llegó una época larga y oscura y la temperatura bajaba continuamente. Toby se había
quedado sin comida y no había mucho que recoger. Se topó con poca gente. La tierra oscilaba
y ondulaba y él sentía náuseas a causa de la turbulencia gravitatoria.
En una región desértica se encontró con un hombre y una niña. Mientras jugaba en el frío, la
niña había pegado la lengua y el labio superior a un tubo que formaba parte de un edificio en
ruinas, y se le habían adherido al congelarse. Estaban acampando allí. El hombre no quería
arrancar la carne, pero la niña estaba frenética, temblaba de dolor. Gimoteaba, agachada junto
al tubo. No había agua en las cercanías, ni fogatas encendidas, por miedo a los mecs. La
chiquilla clavó sus grandes ojos en Toby y éste tuvo una idea que expuso al padre de la niña.
El único modo de liberarla era que el hombre orinara sobre el labio de su hija para
descongelarlo. Dio resultado. La niña dijo que ni siquiera había notado el gusto de la orina,
pero Toby pensó que lo decía por cortesía.
Continuó por una cuesta arenosa y avistó una región de bosques. Hacia allá se dirigía
cuando su sistema sensorial se contrajo con el típico y prolongado sonido hueco y la cuña gris.
El Mantis.
Sobre la piedra de tiempo desnuda Toby estaba al descubierto, pero tomó las medidas
habituales. Con un susurro menguante, su sistema sensorial se desactivó. El aceleró,
deseando comida.
La piedra de tiempo se convirtió en guijarros, luego en cascotes y, finalmente, en dunas de
arena. Se le hundían las botas mientras nadaba en profundas corrientes. Cruzó una duna que
se elevaba como un gran pecho y luego descendía. Alcanzó la cuesta antes de lo previsto y
casi se cayó. Luego llegó a la cima y siguió trotando por un llano. Pero de nuevo la cuesta
comenzó antes de lo esperado y la arena le tiró de las piernas como si quisiera arrastrarlo. La
cresta arremetió contra él.
Por un instante estuvo en el pico. Otras dunas formaban largas estribaciones. La arena se
volvía vidriosa en la distancia y titilaba con pequeños temblores, como vista a través de una
vaharada de calor. Pero el aire era cada vez más frío.
Sus servos de grafito lubricado se quejaron del frío con un gemido agudo. Su sistema
sensorial no le daba ni siquiera su respuesta mínima. Toby sólo detectaba una penumbra
hueca y zumbona.
Llamó a sus Aspectos y Rostros. Ninguno contestó.
Vio que las dunas se movían. Sus largos bordes avanzaban lentamente desde un horizonte
curvo. Descendió por la cuesta hacia el surco siguiente y de allí hacia otro. La velocidad de la
onda le ayudaba a apresurar el paso y en poco tiempo estuvo en la cima de la siguiente cresta
pero no pudo ver más allá. No había cielo, sólo una oscuridad moteada. Un hirviente mundo de
encrespadas olas de arena.
Aunque notaba las ondulaciones a través de las botas, la arena no se deslizaba ni se
desmoronaba al pasar. Los diminutos granos le rozaban el calzado y pasaban de largo,
obedeciendo instrucciones de algo que rodaba por debajo sin formar remolinos ni prestar
atención a su presencia. Ignoraba por qué no se hundía en esa arena. En la cresta de la ola la
arena formaba una espuma batiente y descendía. Parecía líquida.
En la siguiente ola había una mancha blanca. A largas zancadas, bajó la cuesta. Empezó a
trepar hacia el trozo blanco, que parecía más grande que antes...
Y se detuvo. Dio media vuelta y corrió hacia abajo.
La mancha blanca era un jardín de huesos.
Dedos y pies blanqueados en los bordes. Más arriba, antebrazos cortados conducían a
hileras de pelvis trituradas. Algunos muslos dispuestos en abanico rodeaban costillares vacíos.
Una torre de brazos, y sobre ella un círculo de cráneos blanqueados. Sonrisas petrificadas.
Cuencas oculares vacías.
Sobre la cresta de la ola asomó una red móvil de varas esqueléticas. Parecían huesos de
carboacero girando en cuencas cromadas. Cables delgados, casi invisibles, la impulsaban con
espasmódica agilidad.
No se movía como una criatura sino como el vehículo de algo invisible. Toby pensó en un
laberinto móvil y frenético, un enrejado que albergaba a un ser que no necesitaba una auténtica
presencia física.
Aquel lugar no era real. Ahora lo sabía.
Había pasado de la seca aridez de la piedra de tiempo a un mar de arena. Sin notarlo. Lo
cual significaba que el Mantis había preparado aquel complejo engaño y que él había caído en
la trampa.
Su Aspecto Isaac comentó de buen humor.
Es una inteligencia tipo antología y puede hablar más directamente a través de nosotros.
—¿Trabajáis para ella?
Hablas como si tuviéramos elección. Estamos inmersos en ella, igual que tú.
Necesitaba ayuda de alguien, de cualquiera. Desesperadamente, buscó vestigios de Shibo.
Ninguno.
—¿Qué quiere? ¿O es así como se siente uno cuando sufre la muerte definitiva?
No hemos sufrido la muerte definitiva.
—No todavía, querrás decir...
Los Aspectos nos parecemos más al Mantis que a ti. No dependemos de la química ni de
molestas mentes estratificadas. Los Aspectos perciben mejor el lenguaje holográfico del
Mantis, y lo hemos aprendido durante este tiempo de cautiverio.
—¿Cuánto tiempo ha sido?
La presencia de Isaac tenía un pesadez, un peso plomizo que lo puso en guardia. Era un
Aspecto viciado desde fuera.
El Mantis se aproximó lentamente. Sus anchos pies acolchados trituraban los huesos al
avanzar. Aunque parecía liviano, su peso destrozaba fácilmente cráneos y fémures. Por
supuesto, todo formaba parte de un paisaje digital y Toby tendría que recordar que el
movimiento físico era una simple analogía.
Isaac dijo en su tono académico:
Este lugar es una transformación ondulatoria del espacio real y de la mente del Mantis, Las
inteligencias encajan mejor en este espacio matemático. Es mucho más limpio y seguro.
División exacta de las ideas. Aquí la suma total de una inteligencia permanece constante
aunque toda suma parcial pueda variar enormemente.
—Ya... y la suma total es de un centenar, ¿me equivoco?
No te sigo.
—Olvídalo.
La mente del Mantis ha consagrado muchos esfuerzos a encontrarte. Sus inteligencias
aliadas —grandes mentes, que en rigor no pueden separarse plenamente de ella misma—
exigían tu captura.
—¿Por qué?
Posees información de suma importancia.
—Ya —dijo Toby con sorna.
Pero recordó al moribundo de voz aflautada: ¿Por qué eres tan importante? ¿Tienes algo
que ver con todo esto?
... y aún corría por un paisaje quebrado. Sudando. El tupido bosque verde estaba más
cerca...
Se sentó en la arena sedosa, que se deslizó formando un cómodo asiento. Si algo de
aquello era real, más le valía estar cómodo. Tenía hambre y sed; mientras lo pensaba apareció
en la arena una extraña comida de maíz con capullos de flores. Se formó una mesita y luego un
vaso transparente.
Cogió el vaso; estaba tibio, como recién hecho de arena derretida, y contenía agua helada.
Bebió ávidamente. El condenado comió una apetitosa aunque inexistente comida.
¿No sabes en qué consiste esa información?
—Claro que no. —Si lo supiera, esa cosa se la podría sacar por la fuerza, estaba seguro.
La voz de Isaac dejó de ser neutra y distante cuando el Mantis habló directamente a través
del Aspecto. Ahora Isaac era su títere.
He calculado esto basándome en mis conocimientos previos acerca de ti y de Killeen.
Sepultada en vuestra mente hay una clave que conducirá al mensaje. Vuestra organización
mental constituye una dificultad para las formas como yo. No tenéis acceso a gran parte de
vuestro yo.
—Lamento no poder ayudarte. Últimamente me falla un poco la memoria.
Terminó de comer. El Mantis no captó el sarcasmo. Usó una forma rebuscada de la voz de
Isaac para replicar.
Estas capas de vuestro yo me causan muchas dificultades. Soy una inteligencia tipo
antología y puedo localizar cualquier fragmento de mis procesos mentales en un santiamén.
Aunque estoy obligado a intentar descubrir la clave, mi verdadero interés se centra en otra
faceta de tu interioridad.
Esas palabras le llegaban a través de las fluctuaciones de dos imágenes en conflicto. Toby
estaba sentado en la arena y sentía los finos granos a su alrededor, pero también estaba
trotando hacia el verdor, resistiéndose a un enorme peso que quena arrastrarlo. Su estómago
protestaba de hambre. Le costaba respirar...
De vuelta en la arena. El corazón palpitante, pesadez.
Tal vez no hubiera modo de dejar aquel lugar, el espacio del Mantis, si «afuera» no
significaba nada allí.
Pero mientras no lo supiera con certeza, tenía que intentarlo sin descanso.
—Ya me lo olí en Nieveclara. Se trata de tus «creaciones», ¿verdad?
Mi obra obedece a propósitos más elevados. Es comprensible que no puedas entenderlo del
todo.
—Mataste a bastantes Bishop. Nos llevaste en manada nos engañaste, jugaste con nosotros
hasta la saciedad y...
En absoluto. Primero os tendí una «emboscada» para disminuir el dolor de la disolución
mientras juntaba vuestros componentes Bishop.
—Te apoderaste de Fanny, de mi madre y... y... sin siquiera darnos la oportunidad de
conservar un Aspecto.
Isaac emergió, como la espuma en la cresta de una lenta ondulación. Su voz era plañidera y
sofocada.
No creas que mi reducida vida es suficiente. Los Aspectos somos como mascotas para
vosotros, nada más. ¡Una vez fuimos hombres y mujeres! A veces golpeamos las paredes. ¿Te
parece una conducta pueril? ¡Somos sombras! En otro tiempo congregaba a un numeroso público,
recorría imponentes vestíbulos seguido por un cortejo de suplicantes, saboreaba vinos de
calidad y conocía...
—Termina ya.
Pero esta vez no tuvo que suprimir el Aspecto. La lenta hinchazón de su mente se mezcló
con la arena ondulante. Incontables torrentes de granos infinitesimales fluyeron, se arremolinaron,
sofocaron a Isaac. Entonces regresó la voz del Mantis, humilde y estirada.
Lamento que tales nimiedades hayan salido a colación.
—Sólo está un poco preocupado. —Toby decidió defender a Isaac, sin saber por qué—. Si
me infliges la muerte definitiva, ¿qué será de mis Aspectos?
Serían desechados con la cosecha.
—Conque llamas a esto cosecha.
Como hollejos, separados de los granos de maíz y apartados.
A tu padre tampoco le gustaba este término. Interesante similitud.
—Escucha, a nadie le gustará. Mi padre me contó que había hablado contigo de esta
manera, dentro de este lugar que has creado. No entiendo cómo no has aprendido algo más
desde entonces. Para nosotros no se trata de una «cosecha».
No obstante, es la descripción correcta. Encarnáis una forma elevada del reino orgánico, con
un rasgo característico: sabéis que tenéis fin. Cuando los seres tipo antología somos
cosechados —como le sucede a todo el mundo, ya sea por azar o respondiendo a un plan—
parte de nosotros se conserva y se incorpora a formas más avanzadas. Tus mutilados
Aspectos, Rostros y Personalidades son algo así.
... Corriendo con más ímpetu. El miedo como astillas de hielo en la espalda. El verdor
acercándose...
—Bonitas palabras, pero siguen significando que nos estás matando.
Al cosechar, sí. En cierto sentido, utilizo vuestro yo remodelado para construir nuevas
formas de vida mixta. Fusionan las dos facetas de la vida orgánica, lo inferior-vegetal con lo
superior-animal, como es vuestro caso.
Con las palabras llegaron rápidas imágenes.
Una estera verde erizada de órganos. Reptaba por una pradera llena de baches y alzaba
sus órganos lustrosos y serpentinos en una especie de saludo militar.
Nudos tubulares enmarañándose con furia demencial. Bocas famélicas. Heridas de las que
brotaban capullos azules.
Una niebla que constituía un ser más grande, y cuyas volutas de vapor cobraban forma y se
derretían con desconcertante celeridad. Toby llegó a captar la magnitud de la criatura cuando
ésta alzó un brazo ahusado, cogió un nubarrón y lo deshilaclió con alegría juguetona.
Por medio de tales construcciones, vegetales y humanas por igual, exploramos los niveles
estéticos de vuestra especie. Yo incluyo posibilidades no admitidas por las fuerzas aleatorias
de vuestra evolución. Es un acto interactivo que trasciende la especie.
—Killeen me lo contó una vez. Eres un artista. —Toby rió.
Es verdad. Así vivirás en manos de fuerzas más grandes. Sólo y o, el artista y constructor,
puedo darte esta posibilidad mediante una cosecha oportuna.
—Nos gustaría seguir siendo como somos. Ser plantado en tu arte no es lo que yo tenía
pensado.
Lo dijo con suavidad para no alertar al Mantis, y porque en su sistema sensorial sucedía algo
que no entendía.
Cosechar es sembrar.
—¿Y eso es lo que tienes planeado hacerme?
... Sus piernas golpeando la piedra de tiempo como troncos. El aire frío raspándole la
garganta sin que él lograse aspirar lo necesario para correr más deprisa...
Todavía no. Este pequeño discurso me ha ayudado en mis planes para proyectos futuros,
pero por ahora llevaré a cabo los deseos que personifican mis inteligencias aliadas. Debo
contribuir a reunir suficientes primates Bishop para buscar ese conocimiento sepultado.
—¿Qué significa eso?
Debo llevarte a un lugar donde juntaremos a los de tu linaje. Reuniremos a vuestra
generación con las anteriores.
Toby pensó deprisa. Notaba que movía las piernas con más vigor; eran reales, no como el
delicado contacto del mar de arena.
Una parte de él continuó la marcha. El aire le quemaba la garganta.
Otra parte se agachó a estudiar la arena. Cogió un puñado. Granos. La mica parpadeó.
Entre los granos un borrón. Indefinido. En cuanto notó aquella imprecisión, la imagen cobró mayor
relieve. El Mantis había aumentado la definición. Ahora su mundo era un poco más claro.
Aun el grano más pequeño tenía contornos precisos.
El artista pulía su obra.
Corriendo. Ardor en el pecho, martilleo en los oídos.
Sabía que tenía que hallar un modo de desviar el momento.
El espasmódico enrejado de varillas oscilaba mientras el Mantis se paseaba por el jardín de
huesos blanqueados. Había triturado los sonrientes cráneos. En la duna de arena jugaban
extrañas sombras de la mente que dirigía todo aquello.
Toby luchaba entre dos mundos. No podía distinguir sus propios sentidos.
... Le costaba mover las piernas, y balanceaba los brazos para continuar la marcha a pesar
de que una presión insistía en impedirle llegar a la humedad verde. Estaba cerca, pero el
dolor...
Sin duda comprendes que es necesario. Te aseguro que mis mentes aliadas han hecho un
uso apropiado de vosotros para zanjar este antiguo y molesto asunto. Os cosecharé con la
atención al detalle y la genuina preocupación que caracterizan mis mejores obras. Aunque
tengo críticos entre mis aliados, ellos no cuestionan mi reverencia por las formas antiguas e
inferiores como tú. Ten la certeza de que...
La oscura línea de árboles altos. Humedad fresca.
Sin falsas dunas de arena. Sin mees hechos de varillas.
Recordó a los niños que jugaban en sus seudomundos digitales en el mercado de la ciudad
y rió, sin poder contenerse, mientras se colaba en las umbrías entrañas de la espesura.
Sólida. Real. Extendió las manos. Palpó.
La techumbre de árboles y de intrincadas redes parasitarias era tan espesa que el aire
resultaba húmedo y sombrío. Lo rodeó un silencio impenetrable que se espesaba, en vez de
quebrarse, con el arrullo de las aves y las ratas aladas, con el crujido de las frondas
descendentes, con el blando ruido de los frutos que caían, con la estridente llamada de
criaturas híbridas; iba en aumento en lugar de romperse.
Arriba sonaban las chirriantes protestas de una cosa grande y colérica que brincaba y
pataleaba entre ramas altas. Toby sintió inquietud por su propia intromisión y se movió con
mayor sigilo para no despertar a los espíritus de aquel lugar. El polvo flotaba en las franjas
largas y amarillas de luz catedralicia que se filtraban desde lo alto. Vio en el suelo una
silenciosa procesión de criaturas que, salvo por las colas diminutas, parecían hormigas. Al
examinarlas de cerca vio que formaban un dibujo rizado, una cinta oscura. Poco a poco
comprendió que le enviaban una señal, que escribían un mensaje; pero él no sabía cómo
responder. Con un gesto de impotencia, continuó la marcha, procurando no pisarlas.
El Mantis no estaba allí. Había escapado a una cuña de tiempo que podía cesar en cualquier
momento. ¿Por qué?
Pasó junto a enormes y tensas telarañas, preguntándose qué criaturas quedaban atrapadas
en ellas... y qué criaturas venían a buscar la presa. Frutos brillantes se hinchaban en los
resquicios de aquel dosel, pinceladas de color en un aire tan denso que parecía verde.
Y el Mantis regresó, asediando su mente.
Te había perdido. Algo, no sé qué, algo me está entorpeciendo...
En el sistema sensorial de Toby, el Mantis aparecía ahora muy por encima del tubo esti de
aquella Vía. También sentía a su alrededor las tensiones que distorsionaban el habla del
Mantis.
Tensiones errabundas en acción, romas y mudas. Convergentes.
6 - COMIENDO LA TORMENTA
La violencia comenzó como una fluctuación.
Un goteo amarillo se deslizó por el largo túnel del tubo. En el punto donde el túnel verde se
estrechaba hasta perderse en una confusión brumosa, el rayo se atenuaba y fluía como una
fogata distante. Pero una picazón le invadió la mente.
Se detuvo en la penumbra. Ya no tenía sentido correr.
Arriba, las nubes perdieron consistencia y mostraron el otro lado desnudo de la Vía. Un
cuenco de arcillosa piedra de tiempo proyectó un calor implacable. Parecía que los espíritus
bailaran en el verdor circundante. Ruidos crujientes y ondulantes.
Su sistema sensorial, repentinamente alerta, barrió la zona.
Nada. Un silencio vacío. Toby sondeó el espeso y húmedo bosque que a su derecha se
perdía en la brumosa distancia, curvándose hacia el cielo hasta quedar reducido a una pátina
verde que algunas protuberancias de roca parda fragmentaban.
Un pájaro se posó en una rama cercana. Toby lo miró y el pájaro dijo:
—Ayuda.
Toby parpadeó.
El ave tenía alas, patas y pico, pero no era un ave. Sus ojos eran enormes y una boca
carnosa se abría debajo de un pico que se parecía más a una nariz, amarilla y puntiaguda.
Mientras Toby lo examinaba, aquel rostro trabajaba con febril intensidad, pasando de fruncir el
ceño a una mueca y luego a una sonrisa fugaz.
—Necesito ayuda —dijo la boca con un acento Bishop perfecto.
—¿Quién o qué eres tú?
—Este lugar, este tiempo, que es urgente para tus necesidades. —El pájaro tembló,
agitando las plumas, haciendo vibrar las alas como láminas delgadas, moviendo las patas
sobre la tosca rama.
—¿Urgente para...? —No había tiempo para misterios—. Oye, hay un Mantis allá arriba.
Necesito un lugar donde ocultarme.
—Se requiere lo opuesto. —El pico del ave señaló el suelo—. Debes abrir, no cerrar.
—¿Abrir qué?
—Una puerta. Hay esencias que necesitan entrar en este esti. ¡Pronto!
—¿Cómo?
El pájaro avanzó un paso por la rama, aleteando.
—No creas que te hemos abandonado. Esperamos que vivas para ayudar.
Toby resopló.
—Gracias, amigo. Pero ¿qué diablos...?
Una cascada de sensaciones inundó su sistema sensorial.
Imágenes. Instrucciones. Era tan vitales e imperiosas que Toby se movió al instante,
cogiendo las herramientas con una mano mientras apartaba las hojas en busca del lugar
indicado. Allí. Esti expuesto.
De pronto el resplandor caliente de arriba se apagó. Noche cerrada. ¿Dónde estaba el
Mantis?
Trabajó en medio de la negrura.
Soplete, láser, borbotones de microondas. No podía distinguir cómo respondía el esti, salvo
por algún esporádico fulgor rojo.
Pero una pulsación de energía lacerante brotaba del lugar donde trabajaba. Era un torrente
de energía gravitatoria liberada, una ola que le retorcía las visceras.
Debajo de él, energía palpitante. Muda, inquieta.
—No es suficiente —dijo el pájaro—. Qué pena.
—¿Qué más...?
—Demasiado tarde.
Llegó. Una descarga de exploración llovió a su alrededor. Láminas de luz perlada
atravesaron el gran eje de la Vía, cayendo hacia él.
Algo contrarrestó la descarga. Sintió sin ver una presencia sólida y oscura. Corcoveaba,
gruesa como un nubarrón. Una mole hirviente.
Como un animal corpulento que irguiera la cabeza hacia el techo de la Vía. Atacó con
dientes de piedra.
Las láminas de luz perlada se arquearon, cayeron sobre él con celeridad asombrosa. Astillas
de calor bajaron del eje.
No sólo lo atacaba a él, sino al bosque. Miles de voltios vertieron su potencial en sendas
sinuosas que hendían el aire y barrían el suelo.
En el brillo azul y eléctrico vio que el pájaro caía de la rama, muerto.
Una contracorriente saltó hacia el cielo, fulminante, un brillante rebote rojo y amarillo que se
retorcía en el aire.
Su sistema sensorial le indicó todo aquello mientras él buscaba refugio —sabiendo que el
gesto no tenía sentido dadas la magnitudes de la situación— y los datos crepitaban en su espalda.
¡Quath!¡Killeen!¡Papá!, envió, presa del pánico.
El desgarrador rayo rojo atacó de nuevo. Cegador. La crujiente respuesta se repitió. Una y
otra vez.
El enfrentamiento continuó en el aire trémulo. Un largo relámpago y un crujido. Sólo su
sistema sensorial podía interpretarlo, y se lo presentaba como un problema resuelto, aunque
sin decirle qué significaba.
Un viento helado. Se aplastó contra un árbol carbonizado. Una humareda acre invadió sus
fosas nasales.
Quédate agachado. No podía toser, se negaba a toser, aunque ansiaba hacerlo. No podía
permitir que lo encontraran.
Algo pesado y sordo se aproximó por encima del bosque.
Descendió, escrutando. Toby lo sentía sin saber cómo.
En la sofocante penumbra distinguía animales que corrían en círculos, enloquecidos,
chillando. El aire hirvió y todos cayeron. Muchos gemían, con chillidos penetrantes como de
uñas raspando pizarra. Luego desaparecieron del sistema sensorial, muertos. Toby no tenía
tiempo de pensar en ellos, pero sus gritos lo afectaban por razones que no podía entender.
Un aullido rojo hirvió a lo largo del eje. Detonaciones y presiones, amontonándose una sobre
otra. Colisiones sordas, aceleradas. Algo profundo, zumbón, metálico.
Salió de debajo de un techo de ramas rotas y se incorporó. Era mejor enfrentarse a él así.
Sabía sin embargo que esto era irracional, poco inteligente, pueril quizá.
Un gran poder irrumpió en la Vía. Toby encogió su cuerpo de miedo.
De entre los arbustos y los árboles llegaba una creciente respuesta.
Algo hirvió en el aire, caracoleando como niebla espesa, pero con ímpetu perturbador. De
repente Toby comprendió: allí la urdimbre de la vida había evolucionado de tal modo que tenía
capacidad de absorción y reacción.
Sintió que los seres diminutos que lo rodeaban se atrincheraban en la blanda tierra,
llamándose con gorjeos, trabajando con un propósito inimaginable.
Cada engranaje encajaba en otro. Afinándose. Y de algún modo él era un eslabón de
aquella cadena. Tenía que decidir cuándo y hacia dónde enfocar tales energías.
No sabía cómo lo sabía, pero la certidumbre lo colmaba. Él era la criatura más inteligente de
aquel lugar. Tenía que valerse de su criterio.
Tenía que tratar de matar al Mantis.
De nuevo trabajó en el esti. Vació su paquete energético en microondas, sintiendo un hervor
de energías bajo el esti. Algo quería salir. ¿Qué había dicho el pájaro? Hay esencias que necesitan
entrar en este esti.
Una pulsación de gravedad le vibró en los huesos. Se acercaba.
Guardó el láser, pasó a infrarrojo. ¿Qué importaba si el Mantis podía verlo? Ya era
demasiado tarde para preocuparse. Demasiado tarde para cualquier cosa salvo esto. Lanzó un
rayo entre sus pies.
Él era un disparador...
Conducto. Conector.
Tráelo, atráelo.
Toby dejó que una esquirla de sí mismo aflorase. Una pequeña cuña abriéndose en su mudo
sistema sensorial.
La presencia se acercó. Extendió zarcillos.
Hora de actuar. Aunque no importara, frente a energías tan colosales. Toby proyectó su
sistema sensorial hacia arriba.
Aquí estoy. ¿Veis?
El peso descendió. Lo escrutó con ojos atentos.
Revoloteó. Más cerca, más cerca, aún inseguro...
El bosque se abrió. Toby brincó, golpeó y rodó. Un volcán hizo erupción donde él estaba. Y
se difundió.
La violencia chisporroteó desde millones de hojas. Las raíces de superficie, dormidas un
instante antes, descargaron la energía acumulada. Una luz salvaje atravesó intrincadas
conexiones entre árboles en espiral. El dosel mismo lanzó dedos verdes al aire.
Una lámina de rayos amarillos se elevó. Una respuesta.
Toby sintió la tibieza del suelo. Una cruda pulsación de energía infrarroja. Murallas de calor
duro.
Agua hirviendo. Lagunas llenándose. Ondas de vapor frío. Humedad invadiendo la
atmósfera helada. Bullentes hongos ondularon, titilaron, tiritaron en un árbol cercano.
Una vehemencia energética irrumpió en el eje de la Vía. Un resplandor descendió.
Toby unió las manos sobre su cabeza. Una piedra le golpeó las costillas. Un trueno de
presión lo tumbó.
En aquel instante supo que la violencia se propagaba a lo largo de toda la Vía. Era un furor
mental, no físico, una concatenación de inteligencias grandes y pequeñas.
Y el furor hizo erupción en todas ellas, provocando muerte y júbilo por igual.
7 - CORRIENTES TRANSITORIAS
Más tarde —tendido bajo una capa de vegetación triturada, con todas las articulaciones
doloridas mientras se reparaban sus costillas—, Toby comprendió en parte lo sucedido.
La vida del bosque tenía diversas defensas. Era múltiple, silenciosa, antigua y estaba dotada
de algo más que de las fuerzas naturales. Algunas cosas que Quath había dicho ahora tenían
sentido, encajaban.
La vida derribada podía levantarse. Organismos oportunistas que formaban parte de
intrincados eslabones absorbieron el brutal bombardeo y lo devolvieron. Pues el bosque no era
simplemente vegetación aferrándose al cambiante cauce del esti, sino que incorporaba el esti.
Innumerables astillas de esti, en los árboles, los arbustos y las capas del suelo, provocaron
fuerzas eléctricas. Las partes interactuantes del mundo natural tenían circuitos evolucionados a
partir de los pliegues de espacio-tiempo. El bosque poseía una inteligencia difusa, o tal vez allí
«inteligencia» fuera un término sin demasiado significado.
En cierto sentido había actuado más allá de las categorías de la evolución natural que Toby
comprendía. Reflejaba los extendidos eslabones del Mantis y su especie. Y aquella íntima
asociación estaba incorporada a la herencia genética del vasto esti.
Aquel tapiz podía devorar una tormenta, absorberla en sus genes.
Aprender del castigo. Prepararse.
Lo había hecho durante años.
Sepultado en el escondrijo más profundo de toda la galaxia, aquel yo difuso había aprendido
durante mucho más tiempo del que era posible para un hombre.
Toby había recorrido las Vías considerándolas pasillos de un vasto edificio esti. Una
analogía falsa.
La vida entretejida anudaba reinos que él no podía ver. Sólo en momentos fugaces y
esporádicos su sistema sensorial podía detectar las profundas y lentas conversaciones de
aquel ser.
Esa sensación de ser observado... Pero más que eso... la sensación de formar parte de un
todo brumoso.
Este mundo nudoso se sostenía porque permanecía fiel a sí mismo, devorando a sus rivales.
Y ahora digería a Toby. Lo sabía sin saber cómo estaba tan seguro.
Había abierto una puerta, eso era todo. Había usado su don para abrir un agujero
momentáneo en el esti. Para dejar entrar fuerzas que de otro modo no habrían podido llegar
tan rápidamente, o ni siquiera habrían llegado.
Tal vez él hubiera dejado su huella. O tal vez al fin tuviera edad suficiente para saber que no
importaba preguntarse si uno dejaba su huella. Había que intentarlo, eso era todo.
No creas que nos hemos olvidado de ti. Esperamos que vivas para ayudar. No había
garantía de ello, sin embargo.
Más tarde, su único recuerdo sólido y duradero era lo sucedido cuando lo había tumbado la
descarga. Había sido sólo un fragmento pasajero de los acontecimientos más grandes de
arriba.
La explosión debía haberse producido dentro de él, pues el bosque estaba intacto. Pero
había presenciado la inmensidad de la fugaz presencia y, por un breve instante, había
participado en sus decisiones.
En cierto modo había sido el interruptor. Para abrir la puerta, necesitaba estar en el circuito.
Pero los electrones no saben mucho sobre radiotransmisión aunque naden como peces entre
resistencias, capacidades y mares de potencial.
Aquello que alimentaba la ferocidad lo había usado; había usado la conciencia de Toby para
concentrarse.
Su participación en ello era algo en lo cual ni se atrevía a pensar sin sentir escalofríos.
Había sentido el obrar de poderes indiferentes. Peor aún, había sentido las muchas vidas
que estallaban, sufrían y morían. Pero al menos eran iguales en sus tormentos. Se sumaban
multitudes y el peso de arriba las aplastaba sin reparar siquiera en sus padecimientos.
Él sí había reparado en ellos. No como algo distante, sino como experiencia inmediata. Más
que nada, recordaba el dolor.
Pues en esa fracción de segundo los dientes le bailaron en las encías. Las costillas de calcio
que formaban su pecho se convirtieron en huesos cromados y nudosos, lustrosos y
resbaladizos. Rápida gracia metálica. Tormentas rojizas rugieron en sus venas congestionadas,
en sus ligamentos trémulos. Los pies le bailotearon, tamborileando, hablando con el suelo. Los
tobillos le castañetearon con tal fuerza que corrían el riesgo de fracturarse.
La cabeza erguida, el cuello estirado. Hormigueo en la piel hirviente y eléctrica en la luz
polarizada. Su columna vertebral era parabólica, crujiente. Pasajes huracanados se abrieron en
él, un rechinante canto de dolor.
Lo atravesó. Buscó a su verdadero enemigo y él no supo si el fuego de voltaje venía de los
mecs o surgía de descargas imponderables desde las honduras del bosque hirviente. Y no
importaba. Él pertenecía a esa furia y por un momento fue el conductor. Las corrientes lo
atravesaron sin que él lo supiera.
El furor recorrió caderas pulidas por gusanos azules y voraces. Serpientes de frenesí
luminoso atravesaron vorazmente los huesos.
Y para él fue suficiente. Más tarde sólo recordaría con claridad el dolor. Un dolor jubiloso y
pleno. Abundante.
Despertó tendido sobre ceniza gris. Silencio, lluvia suave. Un ratón alado pasó volando.
No era preciso moverse. Sólo pensar.
Vio cuál era la diferencia de los mecs más elevados. Había una estremecedora belleza en su
distanciamiento. Una dura concentración en el oficio de tratar con la muerte sin correr peligro
de sufrirla. No morían como la gente. Tal vez eso fuera un verdadero avance. No lo sabía.
Podía envidiarlos u odiarlos, pero lo mejor era no hacer ninguna de las dos cosas.
Ahora sentía la soledad como no la había sentido nunca. La extrañeza de los mees le había
hecho ver que la Familia Bishop, u padre, incluso Quath, cuando estaban cerca, constituían un
mundo para él. Sin ellos estaba definitivamente solo frente a los lechos desnudos.
Ahora sabía cosas que no podía haber sabido de ningún otro modo. Había huido de su
padre en su confusión, respondiendo a sus principios y a su amarga furia. No sabía que era el
portador de todo aquello, y ahora era demasiado tarde.
Tal vez así tenía que ser, y nunca aprendías nada a menos que lo hicieras de forma
retrospectiva, examinándolo a la luz de la experiencia. Era preciso incorporar lo que uno
llevaba encima. Coraje, fracaso, rencor, todo eso.
Luego el universo procuraba incluirte, y si no encajabas te destruía. Algunas personas
encajaban bien después de eso. Toby comprendió que algo se había roto en él y que a lo sumo
cabía esperar que después de la fractura fuera más fuerte.
Había crecido creyendo que el universo era hostil a la gente; en cierto modo eso la hacía
importante. Estaba enzarzada en una gran lucha contra un gran enemigo.
La verdad era mucho más triste. Al universo no le importaba.
Los mecs eran así. Implacables, pero indiferentes a las personas en cuanto tales, viéndolas
sólo como un elemento más en un paisaje llano y carente de sentido. Cumplían su misión sin
reparar siquiera en sus extrañas y falsas muertes.
Encontró al pájaro que le había hablado. Estaba calcinado y aplastado, con los ojos
hinchados de sangre seca. Lo sepultó.
A fin de cuentas, se trataba del Yo. Killeen le había impedido ser él mismo, aunque tal vez
era algo que sucedía siempre entre padres e hijos. Y nunca sabría cuánto de aquello se
relacionaba con la silenciosa invasión de Shibo.
De un modo extraño, el Mantis quería lo mismo. El único bien que Toby nunca cedería. El
Yo.
Recordó la alegría y la paz del comercio en la ciudad portal. Allí el comercio reforzaba el Yo.
Obtener un premio justo significaba saber comerciar. Ayudaba a definir quién era uno. Lo mismo
sucedía con la Familia, que era una especie de maquinaria para crear el Yo por medio de la
acción.
Nunca le habría sucedido aquello si hubiera estado con la Familia o con Quath. La Familia
limaba las asperezas. La Familia era una ficción, ahora lo sabía. Una ficción que se defendía
contra el abismo frenético que se abría por doquier.
Pero también era una ficción veraz, porque la historia que las Familias contaban con su
ejemplo permitía seguir adelante. El abismo seguía allí y uno lo vería de nuevo, al menos una
última vez, pero nadie tenía prisa por alcanzar ese momento. Después de encarar el abismo,
uno sabía para siempre que el abismo aguardaba, y que regresaría. Sabiendo esto, Toby era
libre.
8 - FANTASMAS
Al principio creyó que el pico distante era una montaña.
Había caminado un buen rato. El bosque se había abierto ante él y parecía expulsarlo hacia
un terreno escabroso donde los vientos de tiempo soplaban revolviéndole el estómago. Fue, de
todos modos.
La montaña corcoveaba, y no pensó mucho en ella. Luego vio que los flancos eran lisos y
firmes. No se deshilachaba ni se despedazaba en planos como la piedra de tiempo que lo rodeaba.
Sus suaves declives permanecían fijos. Sus laderas se unían en bordes labrados. Las
fuerzas magnéticas eran potentes y seguían en aumento.
Una pirámide. Esquinas de diseño claro. Y los acontecimientos no nadaban en sus lados.
Tocó la base y era dura como granito. Materia común. Un montón de piedra tan grande que
parecía formar parte del paisaje. En su silencio había misterio.
Escalándola, se sintió mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Tenía hambre,
pero no le importaba. Lo apartó de su mente, como había hecho en los años de Nieveclara. Era
raro, pero uno se acostumbraba a todo. Comprendió que el hambre le producía nostalgia y rió
en voz alta. Un silencio profundo sorbió aquel sonido brillante, instándolo a callar nuevamente.
Había recorrido un largo trecho y tenía mucho tiempo para pensar. Todo ser humano de
aquel lugar sabía que era un actor diminuto y prescindible en un escenario que él no había
fabricado. Se estaba representando el drama de la lucha de los mecs contra las formas de vida
naturales, y Toby no lo comprendía. Ansiaba hablar de nuevo con Quath, ver el rostro de su
padre.
Debajo de las colosales energías de los mecs y la materia yacía la larga historia de la
Agachada. ¿Quién había sido su causante? ¿Por qué los Bishop y las demás Familias habían
sido condenadas a la tosca vida de la superficies planetarias, cuando existía un refugio como la
Cuña, que los enanos como Andro lograban disfrutar?
Debajo de ese acertijo estaban los Bishop, todavía vivos cuando muchas otras Familias
estaban muertas. Simple suerte, pensó Toby. Pero le llamaba la atención.
Y además estaba la Calamidad. Él había huido de esa catástrofe hacía tiempo, cuando era
un niño pero no sabía qué era ser un niño. Ese día él y su padre habían perdido a Abraham. Y
ahora Abraham estaba allí. En alguna parte. De algún modo.
Para comprender una mínima parte de todo aquello, Toby tendría que encontrar primero a
Abraham. En un lugar donde la dirección no significaba nada y el tiempo era un lugar.
En mitad de su ascenso oyó pasos. Estaba seguro de que eran pasos y de que procedían de
arriba. Apresuró el paso. Encontraba sendas a intervalos regulares a medida que subía.
Las sendas se dirigían a izquierda y derecha, y Toby sospechó que todas rodeaban la
estructura. Se curvaban a lo lejos y él no veía a nadie en las inferiores. Trepó con esfuerzo por
la cuesta, cada vez más empinada, y llegó a la senda siguiente.
Nadie. Pero los pasos ahora eran mas lentos. Mientras seguía su ascenso, los pasos se
volvieron más tenues, como si los hubiera dejado atrás. Eran cada vez más espaciados.
Como un efecto Doppler en el tiempo. Dirigiéndose a fronteras futuras o pasadas de lo real.
Como si el caminante vacilara, anduviera más despacio por la fatiga. Toby mismo comenzaba a
cansarse, pero todavía oía los pasos que se acercaban en notas largas y bajas y continuó la
marcha.
La cima no era lo que esperaba. Ancha, plana y lisa, con la superficie moteada de manchas
grises. El campo magnético era muy fuerte.
Nadie. Ya no oía los pasos.
Miró hacia abajo. Las sendas estaban tan lejos que no distinguía si había alguien o no en
ellas. Pulcra e impecable, la gran estructura se estiraba. En la neblinosa distancia distinguió las
incesantes y conflictivas formas del cronopaisaje, el esti luchando contra sí mismo, las Vías
entrecruzándose en una desgarradora turbulencia.
Se apartó del borde; pensaba descansar un rato antes de regresar.
—¿Dónde has estado?
El hombre pálido que tenía delante era bajo y robusto, del mismo tamaño que Andro y los
demás enanos, pero arrugado, e iba totalmente desnudo.
—¿Comprendes, o no?
Toby miró a su alrededor pero no veía de dónde había salido aquel hombre.
—Mira, no tenemos mucho tiempo. Eres un Bishop, ¿verdad?
Toby tenía la lengua hinchada y paralizada.
—En efecto.
—Bien. De la última generación, supongo.
—En efecto, sí. ¿Quién...?
—Vamos, ven, ven, dentro estaremos más seguros. Y más calientes.
El enano enseñó a Toby su espalda correosa mientras atravesaba apresuradamente la
planicie. Cuando Toby lo alcanzó, la piedra se abrió dejando al descubierto un limpio
rectángulo, una rampa que descendía.
—Ven.
Toby se detuvo ante la rampa.
—En mi Familia nadie entra en un lugar sin saber de qué lugar se trata.
—¿De veras? Es un centro de operaciones.
El enano se dispuso a bajar.
—¿De quién?
—Pues mío. Nuestro. Humano, si a eso te refieres.
—¿Y quién eres tú?
—Oh, lo siento. —El enano se acercó tendiéndole la mano—. Walmsley. Nigel Walmsley.
—¿Qué Familia es ésa?
—La de los Brit.
—¿Y cómo sabes quién soy?
—Historia. Hace mucho tiempo que te espero.
—¿Cuánto tiempo?
Walmsley calculó mentalmente.
—Calculo que unos veintiocho mil años. De los tuyos, claro. —Ante la mirada estupefacta de
Toby, añadió—: Aproximadamente.
—¿Por qué? ¿Y para qué?
—Ven a tomar el té. Los Bishop mantuvieron viva esa tradición, al menos, ¿no es así?
—Pues sí. —Toby no probaba el té desde su infancia—. En la Ciudadela.
—Entiendo, la Ciudadela. Muy bien. ¿Eres el hijo de Killeen?
El sorprendido Toby se quedó boquiabierto. Walmsley asintió con la cabeza.
—Veo que sí. Hay un mensaje para ti.
Movió las manos rápidamente y momentáneamente uno de sus brazos se volvió
transparente, mostrando redes intrincadas bajo la piel.
Killeen estaba de pie entre ambos.
Su padre tenía aspecto cansado y estaba ojeroso. Vestía el uniforme de campaña de la
Familia Bishop, no el uniforme de a bordo.
—Hijo, te necesito.
Toby no supo qué decir. Quiso tocar a su padre y su mano atravesó la imagen.
Killeen no reaccionó.
—Sé que ha sido muy difícil. Mira, puedes quedarte con Shibo. Yo estaba equivocado. He
olvidado ese incidente.
Toby habló con voz seca, cascada.
—¿Estás seguro?
—En efecto. Yo... me extralimité.
—¿Dónde estás?
—No hay modo de saberlo. No sé cuándo recibirás esto.
Toby frunció el ceño.
—Emitió este mensaje hace un tiempo, en el marco local —explicó Walmsley.
Killeen se movió a un lado y miró a Toby.
—Pareces estar bien. Un poco delgado.
Toby sonrió.
—He perdido toda la grasa que había acumulado en la nave.
—Los mecs tienen a todos en fuga. Muchos han muerto, incluidos algunos Bishop. Ellos...
—¿Besen? ¿Cermo? ¿Cómo...?
—Están aquí, todavía enteros. Ninguno de nuestros allegados ha sufrido la muerte definitiva.
Toby sintió alivio y alegría; ansiaba verlos a todos.
—Cuéntame todo lo sucedido. ¿Has visto a Quath? ¿Ella...?
—Escucha, los mecs han interferido en las Vías. Destruyeron algunas. No sé dónde
encontrarás esto, pero podemos buscarte si envías una señal.
—Lo haré. —Toby le susurró a Walmsley—. ¿Está recibiendo esto?
—No, una manifestación de él reacciona ante ti. Este es un Killeen, no el Killeen. No sé
dónde está ahora la persona real. Ni cuándo, si me apuras.
—No es preciso que susurres —dijo el Killeen—. Soy una representación limitada y no me
avergüenzo de ello.
—¿Qué buscan los mecs? Me han estado pisando los talones continuamente.
El Killeen titubeó, continuó.
—Nos quieren a ti y a mí. No sé por qué.
—¿Quieren infligirnos la muerte definitiva?
—Algo más que eso. Algo raro sucede con Abraham, pero no sé qué. Trata de encontrarlo.
—¿No hay un sitio donde podamos reunimos?
Killeen sacudió la cabeza.
—Recuerda que estoy huyendo, igual que tú. Tengo que seguir buscando.
—El Mantis quiso capturarme.
—También a nosotros.
—Entonces debemos estar cerca.
—No. Creo que hay más de un Mantis.
—¿Los Mantis son toda una clase de mecs?
—Es como dividir agua. No puedes definir límites.
Toby se sintió confortado por la sencillez con que hablaba su padre, por el sonido de su voz.
—Papá...
—Hijo, te necesito —repitió Killeen, con la misma voz y la misma postura—. No sé cuánto
más puedo decirte. Sólo... intentémoslo.
—Claro —dijo Toby con un inmenso alivio—. Naturalmente.
—Sé que ha sido muy difícil. Mira, puedes quedarte con Shibo. Yo...
—Papá, yo... —Toby enmudeció. Era extraño hablar con una grabación y querer sonsacarle
más. Pero tenía que decirle la verdad—. Tuve que extraer a Shibo.
El Killeen se sobresaltó. Ondeó en el aire un instante, como si aquella noticia sacudiera toda
la representación.
—Tú... no tienes las herramientas.
—Lo sé. Me las apañé como pude.
—¿Ella era... demasiado?
—No podía manejarla.
El Killeen cabeceó adustamente.
—No era fácil en persona, tampoco.
—Creo que yo...
Junto a Killeen, condensándose en el aire, estaba Shibo. Era traslúcida y sus piernas habían
desaparecido, pero la parte superior del cuerpo se movía con naturalidad. Volviendo la cabeza
hacia Killeen y hacia Toby, Shibo sonrió.
—Yo... todavía... estoy aquí... parcialmente...
—El lector está recogiendo campos contiguos a ti —dijo Walmsley—. Ella debe estar
integrada a tus perceptores.
Toby asintió con un gesto de la cabeza.
—Así es, y quiere hablar.
Shibo suplicaba con la mirada. Sus palabras resonaban débilmente en el sistema sensorial
de Toby.
—Estaré aquí... para ayudar. Tenía que salir. Mi querido... Killeen...
Con movimientos espasmódicos y el rostro convulso, se volvió hacia el Killeen. Toby sintió
fluir una extraña corriente entre los dos. Las valencias se desplazaban, obtusas y ciegas.
Ambos se miraron un buen rato en silencio. Toby captó un temblor en el aire. Pequeñas
señales cruzando un abismo frenético.
Shibo alzó una mano, saludando, y se desvaneció. Toby no entendió nada de aquello.
El Killeen sacudió la cabeza y se volvió para mirar a lo lejos. Profundas arrugas le cruzaban
el rostro.
—Muy bien —dijo Walmsley—. Creo que has comprendido el meollo del asunto. Manos a la
obra, tenemos trabajo que hacer.
Cuando Toby miró para ver la reacción de su padre, el Killeen había desaparecido.
Aquella pérdida repentina le hizo perder el equilibrio. Cerró los ojos, recobró la compostura.
Walmsley le hizo una seña.
—Sé que es un poco apresurado, pero hay cosas realmente urgentes.
Toby echó un último vistazo a las cambiantes perspectivas y siguió a Walmsley por la rampa
hacia un oscuro subterráneo donde la luz se endurecía en pequeños puntos, como en un
estanque consternado de estrellas.
Conque el tiempo había hecho su trabajo y su padre había cambiado. También Toby. Ya no
importaba quién hubiera tenido razón. Aquello era una nimiedad entre hechos que se
desvanecían, perdidos en la curva de los acontecimientos. Los lugares donde el esti le había
dejado sus cicatrices eran más firmes y él podía afrontar toda eventualidad sin aferrarse al
pasado ni temer el futuro. Se dirigió con paso firme hacia un rumbo incierto.
EPILOGO
Dentro de lo posible he procurado mantener las imágenes de esta novela, y las de sus
predecesoras en esta serie, dentro de los límites impuestos por las observaciones
astronómicas. La explosión del conocimiento ha sido uno de los prodigios de las últimas
décadas, pero ha puesto en aprietos a los narradores.
Durante la última década, el Very Large Array5 y otras nuevas variedades de «telescopios»
han abierto ventanas por las que nos asomamos a nuestro centro galáctico, con asombrosos
resultados.
Yo he tenido que revisar mis propias ideas y, naturalmente, también algunos de los
supuestos de esta novela, cuyo fundamento teórico se relaciona principalmente con los
avances en la teoría de la gravitación.
Es indudable que en el centro galáctico se desarrolla un potente proceso, impulsado
aparentemente por una enorme explosión que sucedió hace un millón de años. Los efectos
electrodinámicos son tremendamente fuertes en un radio de cientos de años luz a partir del
centro dinámico exacto en torno al cual gira el disco en espiral. Allí el campo magnético es por
lo menos cien veces más fuerte que en otros lugares de la galaxia, como el que habitamos
nosotros, mucho más apacible. Al parecer, esas largas y luminosas franjas derivan de este
5 Literalmente, «Muy Grande Formación». Es un conjunto de radiotelescopios inaugurados en 1981 en Socorro, Nuevo
México. Dependen del NRAO (National Radio Astronorny Observatory), el mayor observatorio radioastronómico de
Estados Unidos. (N. de! T.)
fuerte campo. Ello sugiere también que los campos magnéticos pueden desempeñar una
función formativa en los núcleos galácticos con mayor actividad energética de las galaxias
distantes.
Mis investigaciones teóricas sobre la región central, en mi trabajo como profesor de física,
toman esto como punto de partida. Lo mismo sucede con mis novelas. Ha sido una experiencia
insólita concebir acontecimientos imaginarios acerca de un lugar sobre el cual también
realizaba cálculos precisos. Libre de las ataduras del Astrophysical Journal, me permití la
libertad de especular sobre los procesos que pudieron conducir, en los diez mil millones de
años de frenética cocción de la galaxia, a la creación de formas de vida e inteligencia más allá
de nuestra comprensión. (Coincidencia: poco después de escribir el párrafo anterior, recibí una
elogiosa nota del director de esa respetada publicación sobre una de mis anteriores novelas.
Algún día intentaré rastrear las interacciones entre ciencia y ciencia ficción. Más aún, ése sería
un buen tema para un graduado entusiasta en busca de una buena tesis doctoral.)
Esta novela y todas las anteriores de la serie «galáctica» —En el océano de la noche, A
través del mar de soles, Gran río del espacio, Mareas de luz— tienen una deuda con los
científicos, correctores, académicos y escritores que me han alentado durante dos décadas con
sus ideas, sus consejos, sus alabanzas y su lectura perspicaz.
Ellos son, aunque no precisamente en este orden, Marvin Minsky, Sheila Finch, David
Hartwell, Mark Martin, David Brin, Betsy Mitchell, David Samuelson, Steven Harris, Lou Aronica,
Joe Miller, Jennifer Hershey, Stephen Hawking, Gary Wolfe, Norman Spinrad, David Kolb, Ruth
Curl y Arthur C. Clarke. Sus estimulantes ideas me han mantenido en marcha.
Mi especial agradecimiento para Mark Morris, de la Universidad de California en Los
Ángeles, quien organizó y dirigió el simposio de la Unión Astronómica Internacional sobre el
centro de la galaxia. Los datos y teorías de ésta y otras convenciones me alentaron a mirar
más allá de los modelos que yo había concebido para los fenómenos magnéticos en el centro
galáctico. Exponer mis ideas y someterlas al juicio de los observadores —una perspectiva
siempre temible para un teórico— me permitió afrontar la desconcertante profusión de
espectáculos fulgurantes, explosiones violentas, energías lacerantes y estructuras de elevada
(y misteriosa) organización de nuestro centro galáctico. Eso abrió mi imaginación a las
posibilidades de la vida (y, supongo, de la muerte) en un lugar tan virulento.
Me disculpo ante los lectores que han esperado varios años la aparición de un nuevo
volumen de esta serie. Necesitaba escribir otras novelas.
Y además están las exigencias de la vida real. Mis ideas sobre la vida en el universo han
cambiado muchísimo desde que envié a Nigel Walmsley en su odisea en 1971 (comenzando
por el cuento «ícaro desciende», que luego fue ligeramente adaptado y ahora inicia En el
océano de la noche). A pesar de los cambios, he procurado mantener la coherencia de las
novelas. Los acontecimientos que se prolongan varias decenas de miles de años a menudo
presentan contradicciones, sobre todo si el autor ha interrumpido la narración para dedicarse a
otras tareas.
El volumen final de esta serie está actualmente en marcha. Prometo terminarlo y publicarlo
al año de la aparición de este libro. Tal vez vuelva a aventurarme en este universo en un futuro,
si tengo el ímpetu necesario, pero espero resolver la trama y las líneas de razonamiento al final
de la próxima novela. Ha sido un viaje largo y extraño.
FIN
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