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sábado, 25 de octubre de 2008

SCIFI -- 1ªparte- LOS LIMITES DE LA FUNDACION -- ISAAC ASIMOV / SAGA "LA FUNDACION" 4

SCIFI

-- 1ªparte- LOS LIMITES DE LA FUNDACION --

ISAAC ASIMOV / SAGA "LA FUNDACION" 4

***



Los Límites de la Fundación
Isaac Asimov

***
1 CONSEJERO
1

- Naturalmente no lo creo - dijo Golan Trevize, deteniéndose en los anchos escalones de
Seldon Hall y contemplando la ciudad bañada por el sol.
Términus era un planeta templado, con un elevado porcentaje de agua/tierra. Como Trevize
pensaba a menudo, la introducción del control climático lo había hecho mucho más cómodo
y considerablemente menos interesante.
- No creo nada en absoluto - repitió, sonriendo.
Sus dientes blancos y uniformes brillaron en su rostro juvenil.
Su compañero y colega, Munn Li Compor, que había adoptado un segundo nombre a
despecho de la tradición de Términus, meneó la cabeza con desasosiego.
- ¿Qué es lo que no crees? ¿Que hemos salvado la ciudad?
- Oh, eso sí que lo creo. Lo hemos hecho, ¿no?
Y Seldon dijo que lo haríamos, y que actuaríamos correctamente haciéndolo así, y que él lo
sabía todo hace quinientos años.
Compor bajó la voz y dijo casi en un susurro: - Mira, no me importa que me hables de este
modo, porque sé que hablas por hablar, pero si vas gritándolo por ahí otros te oirán y,
francamente, no quiero estar cerca de ti cuando caiga el rayo. No sé lo preciso que será.
La sonrisa de Trevize permaneció inalterable y dijo:
- ¿Hay algo malo en decir que la ciudad está salvada? ¿Y que lo hemos hecho sin guerra?
- No había nadie a quien combatir - repuso Compor. Tenía el cabello de un amarillo
mantecoso y los ojos de un azul celeste, y siempre resistía el impulso de alterar esos tonos
pasados de moda.
- ¿No has oído hablar nunca de la guerra civil, Compor? - preguntó Trevize. Este era alto,
tenía el cabello negro, ligeramente ondulado, y la costumbre de andar con los pulgares
metidos en el cinturón de suave fibra que siempre llevaba.
- ¿Una guerra civil por el emplazamiento de la capital?
- La cuestión fue suficiente para provocar una Crisis Seldon. Destruyó la carrera política de
Hanni. Nos introdujo a ti y a mí en el Consejo a raíz de las últimas elecciones, y el
problema persistió... - Movió lentamente una mano, de delante atrás, como una balanza al
nivelarse.
Se detuvo en los escalones, sin hacer caso de los otros miembros del gobierno y medios
informativos, así como de las personas influyentes que habían conseguido invitación para
presenciar el regreso de Seldon (o, en todo caso, el regreso de su imagen).
Todos bajaban las escaleras, hablando, riendo, enorgulleciéndose de la perfección de todo,
y complaciéndose en la aprobación de Seldon.
Trevize permaneció inmóvil y dejó pasar a la multitud. Compor, que estaba dos escalones
más abajo, se detuvo; una invisible cuerda se extendía entre ellos.
- ¿No vienes? - preguntó.
- No hay prisa. La reunión del Consejo no empezará hasta que la alcaldesa Branno haya
repasado la situación con su estilo firme y escueto. No tengo prisa por soportar otro
aburrido discurso. ¡Mira la ciudad!
- Ya la veo. También la vi ayer.
- Sí. Pero ¿la viste hace quinientos años, cuando fue fundada?
- Cuatrocientos noventa y ocho - le corrigió automáticamente Compor -. Dentro de dos
años celebrarán el quinto centenario y la alcaldesa Branno aún seguirá en su cargo, salvo
imprevistos que todos esperamos no se produzcan.
- Esperémoslo - dijo secamente Trevize -. Pero ¿cómo era hace quinientos años, cuando fue
fundada? ¡Una ciudad! ¡Una pequeña ciudad, ocupada por un grupo de hombres que
preparaban una Enciclopedia que nunca se terminó!
- Claro que se terminó.
- ¿Te refieres a la Enciclopedia Galáctica que tenemos ahora? Lo que tenemos no es
aquello en lo que ellos trabajaban. Lo que tenemos está en una computadora y es revisado
diariamente. ¿Has visto alguna vez el original incompleto?
- ¿El que está en el Museo Hardin?
- El Museo de los Orígenes Salvador Hardin. Llamémosle por un nombre completo, por
favor, ya que eres tan puntilloso respecto a las fechas exactas. ¿Lo has visto?
- No. ¿Debería haberlo hecho?
- No, no vale la pena. Pero, en todo caso, ahí estaban... un grupo de enciclopedistas,
formando el núcleo de una ciudad, una pequeña ciudad en un mundo virtualmente
desprovisto de metales, girando alrededor de un sol aislado del resto de la Galaxia, en el
límite, el mismo límite. Y ahora, quinientos años más tarde, somos un mundo suburbano.
Esto es un gran parque, con todo el metal que queremos. ¡Ahora estamos en el centro de
todo!
- No exactamente - replicó Compor -. Aún giramos en torno a un sol aislado del resto de la
Galaxia. Aún estamos en el mismo límite de la Galaxia.
- Ah, no, eso lo dices sin pensar. Esa fue la causa de esta pequeña Crisis Seldon. Somos
algo más que el aislado mundo de Términus. Somos la Fundación, que extiende sus
tentáculos por toda la Galaxia y gobierna esa Galaxia desde su emplazamiento en el mismo
límite. Podemos hacerlo porque no estamos aislados, excepto en la situación, y eso no
cuenta.
- De acuerdo. Lo acepto. - Evidentemente a Compor le era indiferente y bajó otro escalón.
La cuerda invisible que había entre ellos se estiró aún más. Trevize alargó una mano como
para tirar de su amigo escalones arriba.
- ¿No ves lo que eso significa, Compor? Ha habido un cambio enorme, pero nosotros no lo
aceptamos. En el fondo del corazón queremos la pequeña Fundación, la sencilla
organización de un solo mundo que teníamos en los viejos tiempos, en aquellos tiempos de
férreos héroes y nobles santos que se han ido para siempre.
- ¡Oh, vamos!
- Hablo en serio. Mira Seldon Hall. Para empezar, durante las primeras crisis de la época de
Salvor Hardin, sólo era la Bóveda del Tiempo, un pequeño auditorio donde aparecía la
imagen olográfica de Seldon. Eso era todo. Ahora es un mausoleo colosal, pero ¿tiene una
rampa con campo de fuerza? ¿Una cinta transportadora? ¿Un ascensor gravítico? No, sólo
estos escalones, y nosotros los bajamos y subimos como Hardin habría tenido que hacerlo.
En una época extraña e imprevisible, nos aferramos con miedo al pasado.
Alargó apasionadamente el brazo.
- ¿Hay algún componente estructural visible que sea metálico? Ninguno. No sería
conveniente, ya que en tiempos de Salvor Hardin no había metales nativos y casi ninguno
importado. Incluso instalamos plástico antiguo, rosado por los años, cuando construimos
este enorme conglomerado, a fin de que los visitantes de otros mundos puedan detenerse y
exclamar: «¡Galaxia! ¡Qué hermoso plástico antiguo!» Te lo digo, Compor, es una farsa.
- Así pues, ¿es esto en lo que no crees? ¿En Seldon Hall?
- Y en todo su contenido - dijo Trevize en un furioso susurro -. No creo que tenga sentido
esconderse aquí, en el límite del Universo, sólo porque nuestros antepasados lo hicieron.
Creo que deberíamos estar ahí fuera, en medio de todo.
- Pero Seldon dice que te equivocas. El Plan Seldon está desarrollándose tal como debe.
- Lo sé. Lo sé. Y todos los niños de Términus son educados para creer que Hari Seldon
formuló un Plan, que lo previo todo hace cinco siglos, que instituyó la Fundación de modo
que anticipó ciertas crisis, y dispuso que su imagen apareciera olográficamente durante esas
crisis, y nos dijera lo mínimo que deberíamos saber para continuar hasta la siguiente crisis,
y así nos conduciría a través de mil años de historia hasta que pudiéramos edificar un
Segundo y Mayor Imperio Galáctico sobre las ruinas de la vieja y decrépita estructura que
estaba derrumbándose hace cinco siglos y se desintegró completamente hace dos siglos.
- ¿Por qué me dices todo esto, Golan?
- Porque te digo que es una farsa. Todo es una farsa, Y aun en el caso de que en un
principio fuese real, ¡ahora es una farsa! No somos dueños de nosotros mismos. No somos
nosotros quienes seguimos el Plan.
Compor miró escrutadoramente al otro.
- Ya me habías dicho cosas así antes de ahora, Golan, pero siempre había pensado que sólo
decías ridiculeces para excitarme. Por la Galaxia, ahora creo que hablas en serio.
- ¡Claro que hablo en serio!
- No puede ser. O bien es una broma pesada a mis expensas o bien has perdido la razón.
- Ni lo uno ni lo otro - dijo Trevize, ya calmado, metiendo los pulgares en el cinturón como
si ya no necesitara los gestos de las manos para acentuar la pasión -. Admito haber
especulado otras veces sobre ello, pero solo fue por intuición. Sin embargo, la farsa que
esta mañana se ha desarrollado ahí adentro me ha abierto los ojos y pretendo, a mi vez,
abrir los ojos al Consejo.
Compor exclamó:
- ¡Estás loco!
- De acuerdo. Ven conmigo y escucha.
Los dos bajaron las escaleras. Eran los únicos que quedaban, los últimos en completar el
descenso. Y mientras Trevize se adelantaba ligeramente, los labios de Compor se movieron
en silencio, lanzando una muda palabra en dirección a la espalda del otro:
«¡Tonto!»
2
La alcaldesa Harla Branno declaró abierta la sesión del Consejo Ejecutivo. Sus ojos habían
mirado a los reunidos sin muestras visibles de interés; no obstante, ninguno dudó de que
había advertido quiénes estaban presentes y quiénes no habían llegado todavía.
Su cabello gris estaba peinado en un estilo que no era marcadamente femenino ni imitación
del masculino. Era el modo en que ella lo llevaba, nada más. Su rostro desapasionado no
destacaba por su belleza, pero no era precisamente belleza lo que uno esperaba ver en él.
Era el administrador más capaz del planeta. Nadie podía acusarla de poseer la brillantez de
los Salvor Hardin y los Hober Mallow, cuyas historias animaron los primeros dos siglos de
existencia de la Fundación, pero tampoco nadie podía asociarla con las locuras de los
hereditarios Indbur que habían gobernado la Fundación antes de la aparición del Mulo.
Sus discursos no excitaban la mente de los hombres, ni tenía el don del dramatismo, pero
poseía la capacidad de tomar decisiones sensatas y defenderlas mientras estuviese
convencida de que eran acertadas. Sin un carisma evidente, tenía la habilidad de persuadir a
los votantes de que esas decisiones serían acertadas.
Puesto que, según la doctrina de Seldon, el cambio histórico es muy difícil de alterar
(siempre salvando lo imprevisible, cosa que la mayoría de seldonistas suele olvidar, pese al
incidente del Mulo), la Fundación podía haber mantenido su capital en Términus bajo
cualquier circunstancia. Pero esto es un imponderable. Seldon, en su reciente aparición
como un simulacro de quinientos años de edad, había fijado tranquilamente la probabilidad
de continuar en Términus en un 87,2 por 100.
No obstante, incluso para los seldonistas, ello significaba que había un 12,8 por 100 de
posibilidades de que se hubiese realizado el traslado a algún punto más cercano al centro de
la Confederación de la Fundación, con todas las fatales consecuencias que Seldon había
esbozado. El hecho de que esta posibilidad de uno entre ocho no hubiese tenido lugar se
debía a la alcaldesa Branno.
Era indudable que ella no lo hubiese permitido.
Incluso en períodos de considerable impopularidad, se había aferrado a la decisión de que
Términus era la sede tradicional de la Fundación y continuaría siéndolo. Sus enemigos
políticos habían caricaturizado su pronunciada mandíbula (con cierta efectividad, había que
admitirlo) como un bloque colgante de granito.
Y ahora Seldon había respaldado su punto de vista y, al menos por el momento, eso le
proporcionaba una considerable ventaja política Al parecer había dicho un año antes que si
Seldon la respaldaba en su próxima aparición, consideraría su labor felizmente concluida.
Entonces se retiraría y asumiría el papel de ex estadista, en lugar de exponerse a los
dudosos resultados de otras guerras políticas.
Nadie la había creído realmente. Estaba familiarizada con las guerras políticas hasta un
extremo que pocos habían alcanzado, y ahora que la imagen de Seldon había aparecido y
desaparecido no daba muestras de querer retirarse.
Habló con una voz perfectamente clara y un marcado acento de la Fundación (en otros
tiempos había sido embajadora en Mandress, pero no había adoptado el estilo dialéctico
imperial que ahora estaba en, boga, y formó parte de lo que había sido una incursión casi
imperial en las Provincias Interiores).
Dijo:
- La Crisis Seldon ha terminado y es tradición, muy prudente a mi juicio, que no se tomen
represalias de ninguna clase, ni de hecho ni de palabra, contra los que han respaldado al
bando equivocado. Muchas personas honestas creían tener buenas razones para querer lo
que Seldon no quería. No tiene objeto humillarlas hasta el punto en que sólo puedan
recobrar su dignidad censurando el Plan Seldon. A su vez, existe la arraigada y deseable
costumbre de que quienes hayan apoyado al bando perdedor acepten alegremente la
derrota, sin más discusión. El tema ha quedado relegado al olvido, por ambos lados, para
siempre.
Hizo una pausa, escrutó las caras reunidas durante un momento, y después prosiguió:
- La mitad del tiempo ha pasado, miembros del Consejo; la mitad del período de mil años
entre imperios. Ha sido una época llena de dificultades, pero hemos recorrido un largo
camino. En efecto, ya somos casi un Imperio Galáctico y no quedan enemigos externos de
importancia.
»El interregno habría durado treinta mil años, a no ser por el Plan Seldon. Después de
treinta mil años de desintegración, quizá no habría quedado fuerza suficiente para volver a
formar un imperio. Quizá sólo habrían quedado mundos aislados y probablemente
moribundos.
»Lo que hoy tenemos se lo debemos a Hari Seldon, y en él hemos de confiar siempre. El
peligro de aquí en adelante, consejeros, somos nosotros mismos, y a partir de ahora no debe
haber dudas oficiales sobre el valor del Plan. Convengamos ahora, sosegada y firmemente,
en que no deben haber dudas, críticas o condenas oficiales del Plan. Tenemos que apoyarlo
incondicionalmente. Ha demostrado su efectividad a lo largo de cinco siglos. Constituye la
seguridad de la humanidad y no debe ser alterado. ¿Convenido?
Hubo un sordo murmullo. La alcaldesa apenas levantó la mirada para obtener pruebas
visuales de conformidad. Conocía a todos los miembros del Consejo y sabía cómo
reaccionaria cada uno. Después de la victoria, no habría objeciones. El año siguiente, tal
vez. Ahora, no. Abordaría los problemas del año siguiente el año siguiente.
Siempre que no...
- ¿Control mental, alcaldesa Branno? – preguntó Golan Trevize, enfilando el pasillo a
grandes zancadas y hablando a gritos, como para compensar el silencio del resto. No se
molestó en ocupar su asiento que, en su calidad de nuevo miembro, estaba en la última fila.
Branno siguió sin levantar la mirada.
- ¿Sus opiniones, consejero Trevize? - dijo.
- Que el gobierno no puede prohibir la libertad de expresión; que todos los individuos, y
con más motivo los consejeros y consejeras, que han sido elegidos con este fin, tienen el
derecho a discutir los temas políticos del día; y que ningún tema político puede ser
disociado del Plan Seldon.
Branno enlazó las manos y levantó la mirada. Su rostro era inexpresivo.
- Consejero Trevize, ha entrado irregularmente en este debate y ha interrumpido la sesión al
hacerlo así. No obstante, le he pedido su opinión y voy a contestarle – replicó -. No hay
límite para la libertad de expresión dentro del contexto del Plan Seldon. Es sólo el Plan en
si lo que nos limita por su misma naturaleza. Hay muchas maneras de interpretar los
acontecimientos antes de que la imagen tome la decisión final, pero una vez la toma, esta
decisión no puede seguir siendo cuestionada en el Consejo. Tampoco puede ser cuestionada
de antemano, como diciendo: «Si Hari Seldon declarara esto y aquello, estaría
equivocado.»
- ¿Y si uno lo pensara de verdad, señora alcaldesa?
- Entonces podría decirlo, en el caso de que esa persona fuese un particular y discutiera el
asunto en un contexto particular.
- Así pues, ¿quiere decir que las limitaciones a la libertad de expresión que usted propone
afectan exclusiva y específicamente a los funcionarios gubernamentales?
- Exactamente. Esta no es una norma nueva de la ley de la Fundación. Ha sido aplicada con
anterioridad por alcaldes de todas las facciones. Un punto de vista particular no significa
nada; la expresión oficial de una opinión tiene peso y puede ser peligrosa. No hemos
llegado hasta tan lejos para exponernos ahora al peligro.
- Permítame indicarle, señora alcaldesa, que esa norma suya ha sido aplicada, escasa e
irregularmente, a ciertos decretos del Consejo. Nunca se ha aplicado a algo tan vasto e
indefinible como el Plan Seldon.
- El Plan Seldon necesita más protección, porque es precisamente ahí donde las dudas
pueden ser más fatales.
- ¿No consideraría usted, alcaldesa Branno...?
- Trevize se volvió, dirigiéndose ahora a los miembros del Consejo, que parecían haber
contenido unánimemente la respiración, como esperando el resultado del duelo -. ¿No
considerarían ustedes, miembros del Consejo, que hay motivos para pensar que no existe
ningún Plan Seldon?
- Todos hemos sido testigos de su funcionamiento hoy mismo - dijo la alcaldesa Branno,
más sosegada cuanto mayor era el apasionamiento y la elocuencia de Trevize.
- Precisamente porque hoy hemos visto su funcionamiento, consejeros y consejeras,
podemos darnos cuenta de que el Plan Seldon, tal como nos han enseñado a creer, no puede
existir.
- Consejero Trevize, éste no es su turno de intervención y no debe continuar en esta línea.
- Tengo los privilegios de mi cargo, alcaldesa.
- Esos privilegios han sido revocados, consejero.
- Usted no puede revocarlos. Su declaración limitando la libertad de expresión no puede
tener, en sí misma, la fuerza de ley. El Consejo no ha votado formalmente, alcaldesa, y
aunque lo hubiera hecho, yo tendría derecho a cuestionar su legalidad.
- La revocación, consejero, no tiene nada que ver con mi declaración protegiendo el Plan
Seldon.
- Entonces, ¿en qué se basa?
- Se le acusa de traición, consejero. Haré el favor al Consejo de no arrestarle dentro de la
Cámara, pero en la puerta le esperan miembros de Seguridad que le tomarán bajo su
custodia cuando salga. Ahora le pido que salga sin oponer resistencia. En el caso de que
haga algún movimiento imprudente, lo consideraremos un peligro inmediato y Seguridad
entrará en la Cámara. Confío en que no sea necesario.
Trevize frunció el ceño. En la sala reinaba un silencio absoluto. (¿Acaso todos lo
esperaban, todos menos él y Compor?) Dirigió la mirada hacia la salida. No vio nada, pero
estaba seguro de que la alcaldesa Branno no fanfarroneaba.
Balbuceó con rabia:
- Repre.., represento a un importante grupo de votantes, alcaldesa Branno...
- Sin duda se sentirán decepcionados.
- ¿En qué pruebas basa esta absurda acusación?
- Lo sabrá en su momento, pero puede estar seguro de que tenemos todo lo que
necesitamos. Es usted un joven muy indiscreto y debería haber comprendido que alguien
podía ser amigo suyo y, sin embargo, no estar dispuesto a ayudarle en su traición.
Trevize se volvió en redondo para fijar la mirada en los ojos azules de Compor, que no se
inmutó.
La alcaldesa Branno dijo tranquilamente:
- Recuerden todos los testigos que cuando he hecho mi última declaración, el consejero
Trevize se ha vuelto a mirar al consejero Compor. ¿Quiere salir ahora, consejero, o me
obligará a incurrir en el deshonor de un arresto dentro de la Cámara?
Golan Trevize se volvió, subió nuevamente los escalones y, en la puerta, dos hombres
uniformados y armados lo flanquearon.
Harla Branno, mirándolo impasiblemente, murmuró a través de sus labios apenas
entreabiertos:
- ¡Tonto!
3

Liono Kodell había sido director de Seguridad durante todo el período de administración de
la alcaldesa Branno. Como le gusta decir, no era un trabajo agotador, aunque naturalmente
nadie sabía si mentía o no. No parecía mentiroso, pero eso no significaba nada.
Tenía un aspecto agradable y cordial, y muy posiblemente eso fuera adecuado para el
cargo. Estaba bastante por debajo de la estatura media, y bastante por encima del peso
medio; llevaba un tupido bigote (algo insólito para un ciudadano de Términus) que ya era
más blanco que gris; tenía unos brillantes ojos marrones, y un parche característico de un
color básico marcaba el bolsillo superior de su mono pardusco.
- Siéntese, Trevize. Me gustaría que habláramos amistosamente, si es posible - dijo.
- ¿Amistosamente? ¿Con un traidor? – Trevize introdujo ambos pulgares en el cinturón y
permaneció en pie.
- Con un acusado de traición. Aún no hemos llegado al punto en que una acusación, aunque
sea hecha por la propia alcaldesa, equivalga a una condena. Confío en que nunca
lleguemos. Mi misión es absolverle, si puedo. Preferiría hacerlo ahora, cuando todavía no
se ha causado ningún daño, excepto, quizá, a su orgullo, que verme forzado a exponer el
caso en juicio público. Espero que opine igual que yo.
Trevize no se ablandó.
- No se moleste en congraciarse conmigo. Su misión es tratarme como si fuese un traidor.
No lo soy, y me desagrada tener que demostrar este punto a su satisfacción. ¿Por qué no
demuestra usted su lealtad a mi satisfacción?
- En principio, no hay inconveniente. Sin embargo, lo triste del caso es que yo tengo el
poder de mi lado, y usted no. Por este motivo el privilegio de interrogar es mío, no suyo. Si
alguna sospecha de deslealtad o traición recayera sobre mí, supongo que me reemplazarían,
y entonces sería interrogado por algún otro que, espero seriamente, no me trataría peor de
lo que yo pretendo tratarle a usted.
- ¿Y cómo pretende tratarme?
- Confío en que como a un amigo, y a un igual, si usted está dispuesto a hacer lo mismo.
- ¿Puedo pedirle una copa? - preguntó Trevize con amargura.
- Más tarde, quizá, pero ahora le ruego que se siente. Se lo pido como amigo.
Trevize titubeó y luego se sentó. De repente le pareció absurdo mantener su actitud
desafiante.
- Y ahora, ¿qué? - preguntó Trevize con amargura.
- Ahora, ¿puedo pedirle que conteste a mis preguntas sinceramente y sin evasivas?
- ¿Y si no lo hago? ¿Cuál es la amenaza? ¿Una sonda psíquica?
- Espero que no.
- Yo también lo espero. No es sistema para un consejero. No revelaría una traición, y
cuando me absolvieran, pediría su cabeza y quizá también la de la alcaldesa. Tal vez valdría
la pena someterme a una sonda psíquica.
Kodell frunció el ceño y meneó ligeramente la cabeza.
- Oh, no. Oh, no: Hay demasiado peligro de lesión cerebral. A veces resulta difícil de curar,
y no le compensaría. Seguro. Verá, algunas veces, cuando no hay más remedio que utilizar
la sonda psíquica...
- ¿Una amenaza, Kodell?
- Una declaración de hecho, Trevize. No me interprete mal, consejero. Si debo recurrir a
ese sistema lo haré, y aunque sea usted inocente no le servirá de nada.
- ¿Qué quiere decir?
Kodell accionó un interruptor que había en la mesa frente a él y dijo:
- Todo lo que yo le pregunte y usted me conteste será grabado, tanto en imagen como en
sonido. No quiero ninguna declaración gratuita o fuera de tono. Por lo menos, esta vez.
Estoy seguro de que lo comprende.
- Comprendo que sólo grabará lo que le plazca - dijo Trevize con desprecio.
- Es cierto, pero le repito que no me interprete mal. No falsearé nada de lo que usted diga.
Lo utilizaré o no, eso es todo. Pero usted sabrá que no lo utilizaré y no nos hará perder el
tiempo ni a usted ni a mí.
- Ya lo veremos.
- Tenemos razones para pensar, consejero Trevize - y el toque de formalidad que imprimió
a su voz fue prueba suficiente de que estaba grabando -, que ha declarado abiertamente y en
numerosas ocasiones que no cree en la existencia del Plan Seldon.
Trevize contestó con lentitud:
- Si lo he dicho tan abiertamente, y en numerosas ocasiones, ¿qué más necesitan?
- No perdamos el tiempo en subterfugios, consejero. Usted sabe que lo que deseo es un
reconocimiento explícito en su propia voz, caracterizada por sus propias huellas sonoras,
bajo condiciones en las que tiene pleno dominio de sí mismo.
- ¿Porque, supongo, el empleo de algún producto hipnótico, químico o no, alterada las
huellas sonoras?
- Muy notablemente.
- ¿Y usted está ansioso por demostrar que no ha utilizado ningún método ilegal para
interrogar a un consejero? No le culpo.
- Me alegro de que no me culpe, consejero. Así pues, continuemos. Usted ha declarado
abiertamente, y en numerosas ocasiones, que no cree en la existencia del Plan Seldon. ¿Lo
admite?
Trevize dijo lentamente, escogiendo las palabras:
- No crea que lo que llamamos Plan de Seldon tenga el significado que solemos darle.
- Una declaración muy imprecisa. ¿Le importaría explicarse con más detalle?
- Opino que la creencia general de que Hari Seldon, hace quinientos años, utilizando la
ciencia matemática de la psicohistoria, trazó el curso de los acontecimientos humanos hasta
el último detalle y que nosotros seguimos un curso destinado a llevarnos desde el Primer
Imperio Galáctico hasta el Segundo Imperio Galáctico por la línea de máxima probabilidad,
es ingenua. No puede ser así.
- ¿Quiere usted decir que, en su opinión, Hari Seldon nunca existió?
- De ningún modo. Claro que existió.
- ¿Que no desarrolló la ciencia de la psicohistoria?
- No, claro que no quiero decir tal cosa. Escuche, director, se lo habría explicado al Consejo
si me lo hubieran permitido, y voy a explicárselo a usted. La verdad de lo que le diré es tan
terminante...
El director de Seguridad había desconectado silenciosamente, y sin ningún disimulo, el
aparato grabador.
Trevize hizo una pausa y frunció el ceño.
- ¿Por qué ha hecho eso?
- Me está haciendo perder el tiempo, consejero.
No le he pedido un discurso.
- Me ha pedido que explique mi punto de vista, ¿no?
- De ningún modo. Le he pedido que conteste mis preguntas; sencilla, directa y
francamente. Conteste sólo las preguntas y no añada nada más. Hágalo y no tardaremos
demasiado.
Trevize dijo:
- Quiere decir que me arrancará declaraciones que reforzarán la versión oficial de lo que
supuestamente he hecho.
- Sólo le pedimos que diga la verdad, y le aseguro que no falsearemos sus declaraciones.
Intentémoslo de nuevo, por favor. Estábamos hablando de Hari Seldon. - Volvió a poner la
grabadora en marcha y repitió con calma -: ¿Que no desarrolló la Ciencia de la
psicohistoria?
- Claro que desarrolló la ciencia que llamamos psicohistoria - dijo Trevize, sin poder
disimular su impaciencia y gesticulando con exasperada pasión.
- Que usted definiría... ¿cómo?
- ¡Galaxia! Suele definirse como la rama de las matemáticas que estudia las reacciones
generales de amplios grupos de seres humanos ante determinados estímulos y bajo
determinadas circunstancias. En otras palabras, se cree que predice los cambios sociales e
históricos.
- Ha dicho «se cree». ¿Lo duda usted bajo el punto de vista de la experiencia matemática?
- No - contestó Trevize -. Yo no soy psicohistodador. Tampoco lo es ningún miembro del
gobierno de la Fundación, ni ningún ciudadano de Términus, ni ningún... .
Kodell alzó la mano y dijo suavemente:
- ¡Consejero, por favor! - Y Trevize se calló.
- ¿Tiene usted algún motivo para suponer que Hari Seldon no hizo los análisis necesarios
que combinarían, con la mayor eficacia posible, los factores de máxima probabilidad y
menor duración en el camino que conduce del Primer al Segundo Imperio por medio de la
Fundación? - continuó Kodell.
- Yo no estaba allí - dijo sardónicamente Trevize -. ¿Cómo quiere que lo sepa?
- ¿Puede saber que no lo hizo?
- No.
- ¿Niega usted, quizá, que la imagen olográfica de Hari Seldon que ha aparecido durante
cada una de las crisis históricas acaecidas durante los últimos quinientos años es, en
realidad, una reproducción del mismo Hari Seldon, hecha en el último año de su vida, poco
antes de la constitución de la Fundación?
- Supongo que no puedo negarlo.
- Lo «supone». ¿Pretende usted decir que es un fraude, un engaño urdido por alguien en el
pasado con algún propósito?
Trevize suspiró.
- No. No afirmo tal cosa.
- ¿Está dispuesto a afirmar que los mensajes transmitidos por Hari Seldon han sido
manipulados de algún modo por alguien determinado?
- No. No tengo motivos para creer que dicha manipulación sea posible o provechosa.
- Comprendo. Usted ha presenciado la más reciente aparición de la imagen de Seldon. ¿Le
ha parecido que su análisis, preparado hace quinientos años, no se ajusta a las
circunstancias actuales con suficiente exactitud?
- Al contrario - dijo Trevize con súbito regocijo -. Se ajusta con toda exactitud.
Kodell pareció indiferente a la emoción del otro.
- Y no obstante, consejero, tras la aparición de Seldon, usted sigue manteniendo que el Plan
Seldon no existe.
- Claro que sí. Mantengo que no existe precisamente porque el análisis se ajusta con tal
exactitud...
Kodell había desconectado la grabadora.
- Consejero - dijo, meneando la cabeza -, me obliga a borrar. Le pregunto si sigue
manteniendo esa extraña creencia suya y empieza a darme razones. Déjeme repetirle la
pregunta: Y no obstante, consejero, tras la aparición de Seldon, usted sigue manteniendo
que el Plan Seldon ni existe.
- ¿Cómo lo sabe? Nadie ha tenido la oportunidad de hablar con el amigo que me delató,
Compor, después de la aparición.
- Digamos que lo hemos supuesto, consejero. Y digamos que usted ya ha contestado, «claro
que si». Si quiere volver ó decirlo, sin añadir nada más, podremos continuar.
- Claro que sí - dijo Trevize con ironía.
- Bueno – dijo Kodell -, escogeré el «claro que Si» que suene más natural. Gracias,
consejero.
- Y desconectó nuevamente la grabadora.
Trevize preguntó:
- ¿Eso es todo?
- Para lo que yo necesito, si.
- Al parecer, lo que usted necesita es una serie de preguntas y respuestas que pueda
presentar a Términus y a toda la Confederación de la Fundación a la cual gobierna, para
demostrar que acepto totalmente la leyenda del Plan Seldon. Esto hará parecer quijotesca o
demente cualquier desmentida que yo haga después.
- O incluso una traición a los ojos de una excitada multitud que ve el Plan como esencial
para la seguridad de la Fundación. Quizá no sea necesario divulgar esto, consejero Trevize,
si podemos llegar a algún acuerdo, pero si fuera necesario nos encargaríamos de que la
Confederación lo oyera.
- ¿Es usted suficientemente tonto, señor – dijo Trevize, con el ceño fruncido -, para no
querer saber lo que realmente tengo que decir?
- Como ser humano estoy muy interesado en saberlo, y si llega el momento apropiado le
escucharé con interés y un cierto grado de escepticismo. Sin embargo, como director de
Seguridad, tengo, en este momento, exactamente lo que necesito.
- Espero que sepa que no les servirá de nada, ni a usted ni a la alcaldesa.
- Aunque le parezca extraño, no opino lo mismo. Ahora ya puede marcharse. Custodiado,
naturalmente.
- ¿Adónde me van a llevar?
Kodell tan sólo sonrió.
- Adiós, consejero. No ha cooperado demasiado, pero habría sido poco realista esperar que
lo hiciera.
Alargó la mano.
Trevize, levantándose, simuló no verla. Se alisó las arrugas del cinturón y dijo:
- No hace más que retrasar lo inevitable. Debe de haber otros que piensan como yo, o los
habrá más tarde. Encarcelarme o matarme causará extrañeza y, a la larga, acelerará la
generalización de esa manera de pensar. Al final la verdad y yo ganaremos.
Kodell retiró la mano y sacudió lentamente la cabeza.
- De verdad, Trevize – dijo -, usted es tonto.
4
Era medianoche cuando dos guardias fueron a sacar a Trevize de lo que era, tenía que
admitirlo, una lujosa habitación en la Dirección General de Seguridad. Lujosa, pero cerrada
con llave. La celda de una prisión, en todo caso.
Trevize dispuso de más de cuatro horas para intentar justificarse amargamente, paseando
con nerviosismo de un lado a otro durante todo el rato.
¿Por qué había confiado en Compor?
¿Por qué no? Parecía tan claramente convencido.
No, eso no. Parecía tan dispuesto a dejarse convencer. No, eso tampoco. Parecía tan
estúpido, tan fácilmente dominado, tan ciertamente desprovisto de cerebro y opiniones
propias que Trevize aprovechó la ocasión de utilizarlo como una cómoda caja armónica.
Compor había ayudado a Trevize a mejorar y pulir sus opiniones. Había resultado útil, y
Trevize había confiado en él por la sencilla razón de que le había convenido hacerlo así.
Pero ahora era inútil intentar decidir si debía haber descubierto el juego de Compor. Debía
haber seguido la regla: no confiar en nadie.
Sin embargo, ¿puede uno vivir sin confiar en nadie?
Evidentemente había que hacerlo.
Y, ¿quién habría pensado que Branno tendría la audacia de arrestar a un miembro del
Consejo, y que ni uno solo de los demás consejeros movería un dedo para proteger a uno de
los suyos? Aunque hubieran discrepado totalmente con Trevize, aunque hubieran estado
dispuestos a apostar su sangre, hasta la última gota, por la rectitud de Branno; de todos
modos, deberían haberse rebelado, por principio, contra esa violación de sus prerrogativas.
A veces llamaban a Branno «la mujer de bronce», y ciertamente actuaba con rigor
metálico...
A menos que ella misma ya estuviera en las garras de...
¡No! ¡Este camino desembocaba en la paranoia!
Y sin embargo...
Su mente andaba de puntillas y en círculos, y no había podido librarse de los pensamientos
inútiles repetitivos cuando llegaron los guardias.
- Tendrá que venir con nosotros, consejero – dijo el mayor de los dos con gravedad
desprovista de emoción. Su insignia revelaba su graduación de teniente. Tenía una pequeña
cicatriz en la mejilla derecha, y parecía cansado, como si hubiera estado en su puesto
demasiado tiempo y hubiera hecho demasiado poco, como podía esperarse de un soldado
cuyo pueblo había vivido en paz durante más de un siglo.
Trevize no se movió.
- Su nombre, teniente.
- Soy el teniente Evander Sopellor, consejero.
- Se dará cuenta de que está quebrantando la ley, teniente Sopellor. No puede arrestar a un
consejero.
El teniente dijo:
- Tenemos órdenes directas, señor.
- Eso no importa. No pueden ordenarle que arreste a un consejero. Debe comprender que se
expone a un consejo de guerra.
El teniente dijo:
- No le estoy arrestando, consejero.
- Entonces no tengo que ir con usted, ¿verdad?
- Nos han ordenado que le escoltemos hasta su casa.
- Conozco el camino.
- Y que le protejamos hasta llegar a ella.
- ¿De qué? ¿O de quién?
- De cualquier multitud que pueda reunirse.
- ¿A medianoche?
- Por eso hemos esperado hasta medianoche, señor. Y ahora, señor, por su propia seguridad,
debo pedirle que venga con nosotros. Puedo decirle, no como amenaza, sino como
información, que estamos autorizados a emplear la fuerza si es necesario.
Trevize reparó en los látigos neurónicos con que iban armados. Se levantó con lo que
esperaba fuese dignidad.
- A mi casa, pues. ¿O descubriré que van a llevarme a la cárcel?
- No hemos recibido instrucciones de mentirle, señor - dijo el teniente con un orgullo
propio.
Trevize comprendió que estaba en presencia de un profesional, que exigiría una orden
directa antes de mentir, y que incluso entonces su expresión y tono de voz le delatarían.
Trevize dijo:
- Le pido perdón, teniente. No quería dar a entender que dudaba de su palabra.
Un vehículo de superficie les aguardaba en el exterior. La calle estaba vacía y no había
indicios de hombre alguno, mucho menos de una multitud, pero el teniente no había faltado
a la verdad. No había dicho que en el exterior hubiese una multitud o que fuera a
congregarse. Se había referido a «cualquier multitud que pueda reunirse». Sólo había dicho
«pueda».
El teniente mantuvo cuidadosamente a Trevize entre sí mismo y el vehículo. Trevize no
habría podido escabullirse y huir. El teniente entró después de él y se sentó a su lado en la
parte trasera.
El coche arrancó.
Trevize dijo:
- Una vez esté en casa, supongo que podré hacer lo que quiera..., que podré marcharme, por
ejemplo, si así lo deseo.
- No tenemos órdenes de obstaculizar sus movimientos, consejero, en ningún sentido,
excepto en el caso de que supongan un peligro para usted.
- ¿Un peligro? ¿Le importaría concretar un poco más?
- Tengo instrucciones de comunicarle que una vez esté en su casa, no podrá salir de ella.
Las calles no son seguras para usted y yo soy responsable de su seguridad.
- Quiere decir que estoy bajo arresto domiciliario.
- No soy abogado, consejero. No sé lo que eso significa.
Desvió la mirada hacia el frente, pero su codo tocó el costado de Trevize. Trevize no habría
podido moverse, ni siquiera un poco, sin que el teniente lo notara.
El coche se detuvo ante la pequeña casa de Trevize en el suburbio de Flexner. En ese
momento no vivía con nadie, Flavella se había cansado de la vida irregular que su cargo de
consejero le obligaba a llevar, y no esperaba que nadie estuviera aguardándole.
- ¿Puedo bajar? - preguntó Trevize.
- Yo bajaré primero, consejero. Le escoltaremos hasta dentro.
- ¿Por mi seguridad?
- Sí, señor.
Dos guardias esperaban en el vestíbulo. Había una lamparilla encendida, pero las ventanas
habían sido opacadas y no se veía ninguna luz desde el exterior.
Durante un momento se sintió indignado por la invasión y después se encogió de hombros.
Si el Consejo no podía protegerle en la misma Cámara del Consejo, era evidente que su
casa no podía servirle de fortaleza.
Trevize dijo:
- ¿A cuántos de ustedes tengo aquí? ¿A un regimiento?
- No, consejero - dijo una voz, recia y firme -. Sólo hay una persona aparte de las que ve, y
hace mucho rato que le espero.
Harla Branno, alcaldesa de Términus, apareció en el umbral de la puerta que conducía al
salón.
- ¿No le parece que ya es hora de que hablemos?
Trevize la miró con asombro.
- Todo este jaleo para...
Pero Branno le interrumpió con voz baja y enérgica:
- Silencio, consejero. Y ustedes cuatro, fuera. ¡Fuera! Aquí todo irá bien.
Los cuatro guardias saludaron y giraron sobre sus talones. Trevize y Branno se quedaron
solos.
***
2 ALCALDESA
5
Branno había esperado una hora, reflexionando fatigosamente. Hablando con propiedad,
era culpable de allanamiento de morada. Lo que es más, había violado, de forma totalmente
inconstitucional, los derechos de un consejero. Según las estrictas leyes que establecían las
prerrogativas de los alcaldes, desde la época de Indbur III y el Mulo, hacía casi dos siglos,
podía ser inculpada.
Sin embargo, ese preciso día y durante veinticuatro horas no podía cometer ninguna
equivocación.
Pero pasaría. Se agitó con nerviosismo.
Los primeros dos siglos habían sido la Edad de Oro de la Fundación, la Era Heroica; al
menos retrospectivamente, si no para los desdichados que vivieron en una época tan
insegura. Salvor Hardin y Hober Mallow fueron los dos grandes héroes, semidivinizados
hasta el punto de rivalizar con el incomparable Hari Seldon en persona. Los tres constituían
un trípode sobre el que descansaba toda la leyenda de la Fundación (e incluso la historia de
la Fundación).
No obstante, en aquellos días la Fundación sólo era un mundo insignificante, con un tenue
dominio sobre los Cuatro Reinos y únicamente una idea aproximada del grado de
protección que el Plan Seldon ejercía sobre ella, defendiéndola incluso contra los restos del
potente Imperio Galáctico.
Y a medida que aumentaba el poder de la Fundación como entidad política y comercial,
disminuía la importancia de sus gobernantes y combatientes.
Lathan Devers había sido casi olvidado. Si por algo se le recordaba, era por su trágica
muerte en las minas de esclavos más que por su innecesaria pero triunfal lucha contra Bel
Riose.
En cuanto a Bel Riose, el adversario más noble de la Fundación, también había sido casi
olvidado, eclipsado por el Mulo, el único de todos sus enemigos capaz de truncar el Plan
Seldon y vencer y dominar a la Fundación. Sólo él era el Gran Enemigo; en realidad, el
último de los Grandes.
Pocos recordaban que el Mulo había sido derrotado, en esencia, por una sola persona, una
mujer, Bayta Darell, y que había logrado la victoria sin ayuda de nadie, sin siquiera el
apoyo del Plan Seldon.
También se había casi llegado a olvidar que su hijo y su nieta, Toran y Arkady Darell,
derrotaron a la Segunda Fundación, consiguiendo que la Fundación, la Primera Fundación,
recuperase la supremacía.
Estos triunfadores de tiempos recientes ya no eran figuras heroicas. Los tiempos se habían
vuelto demasiado expansivos para hacer otra cosa que reducir a los héroes a ordinarios
mortales. Además, la biografía de Arkady sobre su abuela la había convertido de heroína en
personaje de novela.
Y desde entonces no había habido héroes; ni siquiera personajes de novela. La guerra
kalganiana fue el último momento de violencia que afectó a la Fundación, y ése fue un
conflicto de poca relevancia.
¡Casi dos siglos de virtual paz! Ciento veinte años sin el más leve arañazo en una sola nave.
Había sido una paz buena, Branno lo reconocía, una paz beneficiosa. La Fundación no
había constituido un Segundo Imperio Galáctico, según el Plan Seldon, sólo estaba a medio
camino de hacerlo, pero, como la Confederación de la Fundación, ejercía un fuerte control
económico sobre un tercio de las diseminadas unidades políticas de la Galaxia, e influía en
lo que no dominaba. Había pocos lugares donde «Soy de la Fundación» no causara respeto.
Nadie tenía más alto rango en todos los millones de mundos habitados que el alcalde de
Términus.
Este seguía siendo el título. Había sido heredado del caudillo de una ciudad pequeña,
aislada y casi olvidada en el límite de la civilización, casi cinco siglos antes, pero a nadie se
le ocurriría cambiarlo o darle un átomo de sonido más glorioso. Sólo el casi olvidado título
de Majestad Imperial podía rivalizar con él.
Excepto en la propia Términus, donde los poderes del alcalde estaban cuidadosamente
limitados, el recuerdo de los Indbur aún perduraba. No era su tiranía lo que el pueblo no
podía olvidar, sino el hecho de que habían perdido frente al Mulo.
Y allí estaba ella, Harla Branno, la más fuerte desde la muerte del Mulo (ella lo sabía) y
únicamente la quinta mujer en ocupar el cargo. Sólo ese día había podido utilizar
abiertamente su poder.
Había luchado por su interpretación de lo que era correcto y lo que debía serlo, contra la
tenaz oposición de quienes aspiraban al prestigioso Interior de la Galaxia y al aura del
poder Imperial, y había vencido.
Aún no, había dicho. ¡Aún no! Lanzaos demasiado pronto hacia el Interior y perderéis por
esta razón y aquélla. Y Seldon había aparecido y la había respaldado con un lenguaje casi
idéntico al suyo.
Esto la había hecho, por una vez y a juicio de toda la Fundación, tan sabia como el propio
Seldon. Sin embargo, no ignoraba que podían olvidarlo en cualquier momento.
Y este joven se atrevía a desafiarla en un día tan señalado.
¡Y se atrevía a tener razón!
Este era el peligro. ¡Tenía razón! ¡Y como tenía razón, podía destruir la Fundación!
Y ahora se encontraba frente a él y estaban solos.
- ¿No podía venir a verme en privado? ¿Tenía que gritarlo en la Cámara del Consejo por un
deseo estúpido de ponerme en ridículo? ¿Qué es lo que ha hecho, muchacho insensato? -
dijo tristemente.
6
Trevize se sintió enrojecer y luchó por controlar su ira. La alcaldesa era una mujer a punto
de cumplir los sesenta y tres años. Dudó en lanzarse a una violenta discusión con alguien
que casi le doblaba la edad.
Además, ella tenía experiencia en guerras políticas y sabía que si lograba irritar a su
oponente desde un principio casi habría ganado la batalla. Pero para que dicha táctica
resultara efectiva se necesitaba público y allí no había público ante el que uno pudiera ser
humillado. Sólo estaban ellos dos.
Por lo tanto hizo caso omiso de sus palabras y se esforzó en examinarla
desapasionadamente. Era una anciana vestida a la moda unisex que prevalecía desde hacía
dos generaciones. No le sentaba bien. La alcaldesa, líder de la Galaxia, si es que había
algún líder, era una simple anciana que podría haber sido confundida fácilmente con un
anciano si, en vez de llevar su cabello gris oscuro recogido en un tirante moño, lo hubiese
llevado suelto al estilo tradicional masculino.
Trevize sonrió con simpatía. Por más que una anciana oponente se esforzara en que el
epíteto «muchacho» sonara como un insulto, este «muchacho» en particular tenía la ventaja
de la juventud y la apostura, así como la plena conciencia de ambas.
- Es cierto. Tengo treinta y dos años y, por lo tanto, soy un muchacho, por así decirlo.
También soy un consejero y, por lo tanto, ex officio, insensato. Lo primero es inevitable.
En cuanto a lo segundo, sólo puedo decir que lo siento - dijo.
- ¿Sabe lo que ha hecho? No se quede ahí, intentando mostrarse ingenioso. Siéntese. Ponga
el cerebro en funcionamiento, si es que puede, y contésteme racionalmente.
- Sé lo que he hecho. He dicho la verdad tal como la veo.
- ¿Y en un día como hoy trata de desafiarme con ella? ¿En un día como hoy, cuando mi
prestigio es tal que he podido expulsarle de la Cámara del Consejo y arrestarle, sin que
nadie se atreviese a protestar?
- El Consejo recobrará el aliento y protestará. Quizá estén protestando ahora mismo. Y me
escucharán todavía más gracias a la persecución de que usted me hace objeto.
- Nadie le escuchará porque si le creyera capaz de continuar lo que ha estado haciendo,
seguiría tratándole como a un traidor sin reparar en medios.
- En ese caso, debería someterme a juicio. Tendría una oportunidad ante el tribunal.
- No cuente con eso. Los poderes del alcalde en caso de emergencia son enormes, aunque
raramente se utilicen.
- ¿Sobre qué base declararía una emergencia?
- Inventaría cualquier motivo. Sigo siendo muy ingenua y no temo los riesgos políticos. No
me presione, joven. Llegaremos a. un acuerdo ahora o jamás recuperará su libertad. Pasará
el resto de su vida en prisión. Se lo garantizo.
Sus ojos se encontraron; grises los de Branno, marrones los de Trevize.
Trevize dijo:
- ¿Qué clase de acuerdo?
- Ah. Siente curiosidad. Eso está mejor. Ahora podremos dejar de atacarnos y empezar a
hablar. ¿Cuál es su punto de vista?
- Lo sabe muy bien. Ha estado chismorreando con Compor, ¿no es así?
- Quiero que usted me lo explique... a la luz de la Crisis Seldon recién ocurrida.
- ¡Muy bien, si eso es lo que quiere... señora alcaldesa! -(Había estado a punto de decir
«anciana») -. La imagen de Seldon ha sido demasiado precisa, excesivamente precisa
después de quinientos años. Según creo, es .la octava vez que aparece. En algunas
ocasiones, no hubo nadie para oírle. Al menos en una ocasión, en tiempos de Indbur III, lo
que dijo no se ajustaba en absoluto a la realidad..., pero eso fue en tiempo del Mulo,
¿verdad? Sin embargo, ¿cuándo, en cualquiera de esas ocasiones, ha sido tan preciso como
hoy? - Trevize se permitió una ligera sonrisa -. Nunca, señora alcaldesa, ateniéndonos a
nuestras grabaciones, ha conseguido Seldon describir la situación tan perfectamente, hasta
el más pequeño detalle.
Branno dijo:
- ¿Esta sugiriendo que la aparición de Seldon, la imagen olográfica, ha sido falsificada; que
las grabaciones de Seldon han sido preparadas por un contemporáneo como, por ejemplo,
yo misma; que un actor desempeñaba el papel de Seldon?
- No sería imposible, señora alcaldesa, pero lo que quiero decir no es eso. La verdad es
mucho peor. Creo que lo que vemos es la imagen de Seldon, y que su descripción del
momento actual es la descripción que preparó hace quinientos años. Es lo que le he dicho a
su colaborador, Kodell, quien me ha guiado cuidadosamente a través de una charada en la
que yo parecía respaldar las supersticiones de cualquier miembro poco reflexivo de la
Fundación.
- Sí. En caso necesario, utilizaremos la grabación para demostrar a la Fundación que usted
nunca ha estado realmente en la oposición.
Trevize extendió los brazos.
- Pero lo estoy. El Plan Seldon, tal como nosotros creemos que es, no existe; no ha existido
desde hace quizá dos siglos. Lo sospecho desde hace años. Y lo que hemos visto en la
Bóveda del Tiempo hace doce horas lo demuestra.
- ¿Porque Seldon ha sido demasiado preciso?
- Eso es. No sonría. Es la prueba concluyente.
- Como ve, no sonrío. Prosiga.
- ¿Cómo puede haber sido tan preciso? Hace dos siglos, el análisis de Seldon sobre lo que
entonces era el presente fue completamente erróneo. Habían pasado trescientos años desde
el establecimiento de la Fundación y volvió a equivocarse. ¡Completamente!
- Eso, consejero, lo ha explicado usted mismo hace unos momentos. La causa fue el Mulo.
El Mulo era un mutante con intenso poder mental y no había habido manera de tenerle en
cuenta en el Plan.
- Pero, de todos modos, surgió. El Plan Seldon fue interrumpido. El Mulo no gobernó
durante mucho tiempo y no tuvo sucesores. La Fundación recuperó su independencia y su
dominio, pero ¿cómo pudo el Plan Seldon reanudar su curso después de un descalabro tan
enorme?
Branno frunció el ceño y enlazó fuertemente las manos.
- Ya sabe la respuesta. Somos una de dos Fundaciones. Ha leído los libros de historia.
- He leído la biografía de Arkady sobre su abuela, después de todo es una lectura
obligatoria en la escuela, y también he leído sus novelas. He leído la versión oficial de la
historia del Mulo y los que gobernaron a continuación. ¿Me permite que dude de ellas?
- ¿En qué sentido?
- Oficialmente nosotros, la Primera Fundación, debíamos preservar los conocimientos de
las ciencias físicas y ampliarlos. Debíamos actuar abiertamente, de modo que nuestro
desarrollo histórico siguiera el Plan Seldon, lo supiéramos o no. Sin embargo también
estaba la Segunda Fundación, que debía conservar y desarrollar las ciencias psicológicas,
incluida la psicohistoria, y su existencia debía ser un secreto incluso para nosotros. La
Segunda Fundación era el órgano sintonizador del Plan, y actuaba ajustando las corrientes
de la historia galáctica, cuando se desviaban del camino trazado por el Plan.
- Se está contestando a sí mismo - dijo la alcaldesa -. Bayta Darell derrotó al Mulo, quizá
bajo la inspiración de la Segunda Fundación, aunque su nieta asegure que no fue así. Sin
embargo, no cabe duda de que fue la Segunda Fundación la que luchó por encarrilar la
historia galáctica hacia el plan tras la muerte del Mulo, y es evidente que lo logró.
Así pues, ¿se puede saber de qué está hablando, consejero?
- Señora alcaldesa, si nos guiamos por el relato de Arkady Darell, está claro que la Segunda
Fundación, al intentar corregir la historia galáctica, desbarató todo el proyecto de Seldon,
ya que al intentar corregir destruyó su propio carácter secreto. Nosotros, la Primera
Fundación, descubrimos que nuestro homónimo, la Segunda Fundación, existía, y no
podíamos vivir sabiendo que nos estaban manipulando. Por lo tanto, emprendimos la
búsqueda de la Segunda Fundación para destruirla.
Branno asintió.
- Y, según el relato de Arkady Darell, lo conseguimos, aunque como es evidente, después
de que la Segunda Fundación volviera a encauzar firmemente la historia galáctica tras la
interrupción causada por el Mulo. Y sigue encauzada.
- ¿Cómo puede usted creer eso? La Segunda Fundación, según el relato, fue localizada y
sus diversos miembros eliminados. Esto sucedió en el año 378 E.F., hace ciento veinte
años. Durante cinco generaciones hemos actuado, aparentemente, sin la Segunda
Fundación, y sin embargo hemos seguido el curso del Plan hasta tal punto que usted y la
imagen de Seldon han hablado de un modo casi idéntico.
- La interpretación más lógica es que yo he discernido el modo en que se desarrolla la
historia con gran perspicacia.
- Perdóneme. No dudo de su gran perspicacia, pero creo que la explicación más lógica es
que la Segunda Fundación no fue destruida. Sigue dirigiéndonos. Sigue manipulándonos. Y
éste es el motivo por el que hemos reanudado el curso del Plan Seldon.
7
Si la alcaldesa se sintió escandalizada por tal declaración, no lo demostró.
Era más de la una de la madrugada y deseaba ansiosamente zanjar la cuestión, pero no
podía precipitarse. Aquel joven tenía cualidades dignas de ser aprovechadas y ella no quería
impulsarle a romper la cuerda. No queda tener que librarse de él, si antes podía sacarle
partido.
- ¿De verdad? ¿Afirma, entonces, que el relato de Arkady sobre la guerra kalganiana y la
destrucción de la Segunda Fundación es falso? ¿Inventado? ¿Una estratagema? ¿Una
mentira? - preguntó.
Trevize se encogió de hombros.
- No tiene por qué serlo. Ese es otro asunto. Supongamos que el relato de Arkady fuese
totalmente cierto, a su entender. Supongamos que todo ocurrió exactamente como Arkady
dijo: que el emplazamiento de la Segunda Fundación fue descubierto, y que sus miembros
fueron eliminados. Sin embargo, ¿Cómo podemos asegurar que los exterminamos a todos?
La Segunda Fundación tenía bajo su dominio a toda la Galaxia. No sólo manipulaban la
historia de Términus o de la Fundación. Sus responsabilidades abarcaban algo más que
nuestra capital o toda Nuestra Confederación. Seguro que había algún miembro de la
Segunda Fundación a mil pársecs de distancia o más. ¿Es posible que los extermináramos a
todos?
»Y si no lo hicimos, ¿Podíamos decir que habíamos Vencido? ¿Pudo el Mulo haberlo dicho
en su época? Conquistó Términus y, junto con él todos los mundos que controlaba
directamente, pero los mundos comerciantes independientes se mantuvieron firmes.
Conquistó los Mundos Comerciantes, pero quedaron tres fugitivos: Ebling Mis, Bayta
Darell y su marido. Consiguió dominar a ambos hombres y dejó a Bayta en libertad. Lo
hizo, según el relato de Arkady, a causa de un sentimiento. Y eso fue suficiente. A juzgar
por la versión de Arkady, había una sola persona, Bayta, que podía actuar a su antojo, y
debido a ello el Mulo no consiguió localizar la Segunda Fundación y, por lo tanto, fue
derrotado.
»¡Una sola persona sin controlar, y todo se perdió! Aquí se demuestra la importancia de una
persona, pese a todas las leyendas que rodean al Plan Seldon en el sentido de que el
individuo no es nada y la masa lo es todo.
»Y si nosotros no sólo dejamos con vida a un miembro de la Segunda Fundación, sino a
varias docenas, como parece probable, ¿qué pudo ocurrir? ¿No es posible que se agruparan,
reconstruyeran sus fortunas, volvieran a desempeñar su profesión, multiplicaran su número
por medio del reclutamiento y la instrucción, y nos convirtieran una vez más en peones?
Branno dijo con gravedad:
- ¿Lo cree así?
- Estoy seguro de ello.
- Pero, dígame, consejero. ¿Por qué iban a molestarse? ¿Por qué un grupo tan exiguo iba a
aferrarse desesperadamente a un deber que nadie acoge con satisfacción? ¿Qué les impulsa
a encauzar a la Galaxia hacia el Segundo Imperio Galáctico? Y si ese grupo tan pequeño
insiste en cumplir su misión, ¿por qué vamos a preocuparnos? ¿Por qué no aceptamos el
curso del Plan y nos alegramos de que ellos se encarguen de que no nos desviemos o
perdamos?
Trevize se llevó la mano a los ojos y se los restregó. A pesar de su juventud, parecía el más
cansado de los dos. Miró fijamente a la alcaldesa y dijo:
- No puedo creerla. ¿Acaso tiene la impresión de que la Segunda Fundación hace esto por
nosotros? ¿Que son una especie de idealistas? ¿No le bastan sus conocimientos de política,
de las consecuencias prácticas del poder y la manipulación, para darse cuenta de que lo
hacen por ellos mismos?
»Nosotros somos el filo cortante. Somos el motor, la fuerza. Trabajamos y sudamos,
sangramos y lloramos. Ellos se limitan a controlar, ajustando un amplificador aquí,
cerrando un contacto allí, y haciéndolo con tranquilidad y sin riesgo para sí mismas.
Después, cuando todo esté hecho y cuando, tras mil años de esfuerzos y luchas, hayamos
establecido el Segundo Imperio Galáctico, los miembros de la Segunda Fundación se
introducirán en él como la elite gobernante.
Branno dijo:
- Entonces, ¿quiere eliminar la Segunda Fundación? Estando a mitad de camino del
Segundo Imperio, ¿quiere correr el riesgo de completar la labor nosotros solos y actuar
como nuestra propia elite? ¿Eso es?
- ¡Exactamente! ¡Exactamente! ¿Acaso usted no lo desea? Usted y yo no viviremos para
verlo, pero usted tiene nietos y yo puedo llegar a tenerlos, y ellos tendrán nietos, y así
sucesivamente. Quiero que ellos vean el fruto de nuestros esfuerzos y quiero que nos
recuerden como el origen, y nos ensalcen por lo que hemos realizado. No quiero que toda la
gloria corresponda a una conspiración tramada por Seldon, que no es un héroe de mi gusto.
Le aseguro que es una amenaza mayor que el Mulo... si permitimos que su Plan siga
adelante. Por la Galaxia, ojalá el Mulo hubiese desviado el Plan enteramente, y para
siempre. Le habríamos sobrevivido. El era único en su clase y muy mortal. La Segunda
Fundación parece ser inmortal.
- Pero a usted le gustaría destruir la Segunda Fundación, ¿no es así?
- ¡Si supiera cómo!
- Ya que no lo sabe, ¿no cree que probablemente ellos lo destruirían a usted?
Trevize adoptó una actitud despectiva.
- He llegado a pensar que incluso usted podría estar bajo control. Su acertada suposición de
lo que diría la imagen de Seldon y su modo de tratarme podrían ser obra de la Segunda
Fundación. Usted podría ser una cáscara hueca con un contenido de la Segunda Fundación.
- Entonces, ¿por qué me habla como lo está haciendo?
- Porque si usted esta controlada por la Segunda Fundación, yo estoy perdido de todos
modos y bien puedo dar rienda suelta a mi ira; y porque, en realidad, no creo que esté bajo
su control, sino que no se da cuenta de lo que hace.
Branno dijo:
- Así es. No estoy bajo el control de nadie más que el mío. Sin embargo, ¿puede estar
seguro de que digo la verdad? Si estuviese controlada por la Segunda Fundación, ¿lo
admitiría? ¿Sabría yo misma que estaba bajo su control?
»Pero no tiene objeto hacerse tales preguntas. Yo creo que no estoy controlada y usted debe
creerlo también. Sin embargo, piense en esto. Si la Segunda Fundación existe, no cabe duda
de que su mayor empeño es asegurarse de que ningún habitante de la Galaxia conozca su
existencia. El Plan Seldon sólo funciona bien si los peones, nosotros, ignoramos cómo
funciona el Plan y cómo somos manipulados.
La Segunda Fundación fue destruida en tiempos de Arkady porque el Mulo centró la
atención de la Fundación en la Segunda Fundación. ¿O debería decir casi destruida,
consejero?
»De esto podemos deducir dos corolarios. Primero, podemos suponer razonablemente, que
interfieren lo menos posible. Podemos suponer que les resultaría imposible apoderarse de
todos nosotros. Incluso la Segunda Fundación, si existe, debe de tener un poder limitado.
Apoderarse de algunos y permitir que otros lo adivinaran distorsionaría el Plan.
Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que su interferencia es tan discreta, indirecta y
escasa como es posible... y, en consecuencia, yo no estoy controlada. Y usted tampoco.
Trevize dijo:
- Este es un corolario y yo tiendo a aceptarlo porque deseo hacerlo, quizá. ¿Cuál es el otro?
- Uno más simple e inevitable. Si la Segunda Fundación existe y quiere guardar el secreto
de esa existencia, una cosa es segura. Cualquiera que piense que aún existe, y hable de ello,
y lo anuncie, y lo grite a toda la Galaxia debe ser eliminado, acallado, aniquilado
inmediatamente. ¿No llegaría usted también a esta conclusión?
Trevize dijo:
- ¿Por eso me ha arrestado, señora alcaldesa? ¿para protegerme de la Segunda Fundación?
- En cierto modo. Hasta cierto punto. La cuidadosa grabación que Liono Kodell ha hecho
de sus creencias será publicada no sólo para evitar que el pueblo de Términus y la
Fundación se altere indebidamente, sino también para evitar que la Segunda Fundación lo
haga. Si existe, no quiero que se fije en usted.
- ¿En serio? - dijo Trevize con marcada ironía -. ¿Por mi bien? ¿Por mis hermosos ojos
marrones?
Branno se agitó y después, sin previo aviso, se rió quedamente y dijo:
- No soy tan vieja, consejero, para no ver que tiene unos hermosos ojos marrones y, hace
treinta años, ése podría haber sido motivo suficiente. Sin embargo, ahora no movería un
dedo para salvarlos, como tampoco a todo el resto de su cuerpo si sólo sus ojos corrieran
peligro. Pero si la Segunda Fundación existe, y si atraemos su atención hacia usted quizá no
se detenga ahí. Debo tener en cuenta mi propia vida, y la de muchos otros más inteligentes
y valiosos que usted, así como todos los planes que hemos hecho.
- ¡NO me diga! ¿Así que cree en la existencia de la Segunda. Fundación, ya que reacciona
tan cautelosamente ante la posibilidad de su respuesta?
Branno descargó un puñetazo sobre la mesa que tenía delante.
- ¡Claro que creo en ella, grandísimo tonto! Si no supiera que la Segunda Fundación existe,
y si no estuviera combatiéndoles tan firme y efectivamente como es posible, ¿me importaría
lo que usted dijera sobre este tema? Si la Segunda Fundación no existiera, ¿importaría que
usted declarase lo contrario? Hace meses que deseaba silenciarle, para que sus afirmaciones
no trascendieran pero carecía del poder político para tratar severamente a un concejal. La
aparición de Seldon me ha hecho ganar fuerza y me ha dado el poder, aunque sólo sea
temporal, y en este preciso momento, sus afirmaciones han trascendido. He actuado con
rapidez, y ahora le haré matar sin un solo remordimiento o un microsegundo de
vacilación... si no hace exactamente lo que le diga.
»Toda nuestra conversación, a una hora en la que preferiría estar durmiendo en la cama, ha
tenido como objeto lograr que me crea cuando le digo esto. Quiero que sepa que el
problema de la Segunda Fundación, que usted mismo ha esbozado, me da razón suficiente
para hacerle un lavado de cerebro sin juicio.
Trevize casi se levantó del asiento.
- Oh, no haga ningún movimiento. Yo sólo soy una anciana, como seguramente debe estar
diciéndose a sí mismo, pero antes de que pudiera ponerme una mano encima, estaría
muerto. Mis hombres, muchacho insensato, nos observan de cerca – dijo Branno.
Trevize se sentó y, con voz un poco trémula, replicó:
- No la comprendo. Si creyera que la Segunda Fundación existe, no hablaría tan libremente
de ella. No se expondría a los peligros a los que, según usted, me estoy exponiendo yo.
- Entonces, reconoce que tengo más sentido común que usted. En otras palabras, usted cree
que la Segunda Fundación existe, pero habla libremente de ella, porque es un necio. Yo
creo que existe, y también hablo libremente..., pero sólo porque he tomado precauciones.
Ya que parece haber leído con detenimiento la historia de Arkady, quizá recuerde que habla
de un invento hecho por su padre llamado «Dispositivo Estático Mental». Sirve de escudo
frente a la clase de poder mental que posee la Segunda Fundación. Aún existe y, además, ha
sido mejorado bajo el mayor de los secretos. Por el momento, esta casa se halla
razonablemente a salvo de sus fisgoneos. Una vez explicado esto, déjeme decirle lo que va
a hacer.
-¿Qué?
- Deberá averiguar si lo que usted y yo creemos es realmente así. Deberá averiguar si la
Segunda Fundación todavía existe y, en ese caso, dónde. Esto significa que tendrá que
abandonar Términus e ir adonde sea, aunque al final tal vez resulte, como en tiempos de
Arkady, que la Segunda Fundación está entre nosotros. Significa que no regresará hasta que
tenga algo que comunicarnos; y si no tiene nada que comunicarnos, no regresará nunca, y la
población de Términus contará con un tonto menos.
Trevize se sorprendió tartamudeando:
- Por Términus, ¿se puede saber cómo lograré buscarlos sin que se enteren? Se limitarán a
darme muerte, y usted no sabrá más que antes.
- Entonces no les busque, muchachito ingenuo. Busque alguna otra cosa. Busque alguna
otra cosa con todo su empeño y todas sus fuerzas, y si, mientras tanto, se tropieza con ellos
porque no se han molestado en prestarle atención alguna, ¡buena suerte! En ese caso, puede
enviarnos información por hiperondas blindadas y codificadas, y le dejaremos regresar
como recompensa.
- Supongo que ya ha pensado en lo que debo buscar.
- Claro que lo he pensado. ¿Conoce a Janov Pelorat?
- Jamás he oído hablar de él.
- Lo conocerá mañana. El le dirá lo que debe buscar y se marchará con usted en una de
nuestras naves más perfeccionadas. Sólo serán ustedes dos, pues sería absurdo arriesgar
más vidas. Y si intenta volver sin tener los datos que necesitamos, le arrojaremos fuera del
espacio antes de que llegue a un pársec de Términus. Eso es todo. La conversación
terminado.
Se levantó, miró sus manos desnudas, y luego se puso lentamente los guantes. Se dirigió
hacia la puerta, que abrieron dos guardias, armas en mano. Estos se apartaron para dejarla
pasar. Al llegar al umbral se volvió.
- Fuera hay otros guardias. No haga nada sospechoso o nos evitará la molestia de su
existencia.
- Entonces usted también perdería las ventajas que puedo proporcionarle - dijo Trevize y,
con un esfuerzo, consiguió decirlo despreocupadamente.
- Correremos ese riesgo - dijo Branno con una sonrisa desprovista de regocijo.
8
- He oído toda la conversación. Ha hecho gala de una paciencia extraordinaria - dijo Liono
Kodell, que la esperaba en el exterior.
- Pero estoy extraordinariamente cansada. Creo que el día ha tenido setenta y dos horas.
Ahora debe ocuparse usted.
- Lo haré, pero dígame... ¿Había realmente un Dispositivo Estático Mental dentro de la
casa?
- Oh, Kodell - dijo Branno con cansancio -. Usted lo sabe mejor que yo. ¿Qué
probabilidades había de que estuvieran vigilándonos? ¿Se imagina que la Segunda
Fundación lo vigila todo, en todas partes, siempre? Yo no soy tan romántica como Trevize;
él puede pensarlo, pero yo no. Y aunque así fuera, si la Segunda Fundación tuviese ojos y
oídos en todas partes, ¿no nos habría delatado inmediatamente la presencia de un DEM? Y
¿no habría su uso demostrado a la Segunda Fundación que existía un escudo contra sus
poderes, una vez detectaran una región mentalmente opaca? ¿Acaso el secreto de la
existencia de dicho escudo, hasta que estemos preparados para utilizarlo al máximo, no vale
más, no sólo que Trevize, sino que usted y yo juntos? Y sin embargo...
Estaban en el vehículo de superficie, y Kodell conducía.
- Y sin embargo... - dijo éste.
- Y sin embargo, ¿qué? - preguntó Branno -. Oh, sí. Y sin embargo, ese joven es inteligente.
Le he llamado tonto media docena de veces de distintas maneras con objeto de mantenerle
en su lugar, pero no lo es. Es joven y ha leído demasiadas novelas de Arkady Darell, y ellas
le han hecho creer que la Galaxia es así, pero posee una gran perspicacia y será una lástima
perderlo.
- Entonces, ¿está segura de que se perderá?
- Completamente segura - dijo Branno con tristeza -. De todos modos, es mejor así. No
necesitamos jóvenes románticos que ataquen a ciegas y destrocen, quizás en un instante, lo
que nos ha costado años construir. Además, nos será de utilidad. No cabe duda de que
atraerá la atención de la Segunda Fundación, suponiendo que en realidad exista y se
interese por nosotros. Y mientras se ocupan de él, posiblemente nos dejen en paz. Quizá
consigamos algo más que eso. Es posible que, en su preocupación por Trevize, lleguen a
delatarse a sí mismos, dándonos la oportunidad y el tiempo para tomar medidas
preventivas.
- Así pues, Trevize atraerá el rayo.
Los labios de Branno se crisparon.
- Ah, la metáfora que he estado buscando. El es nuestro pararrayos, absorberá la descarga y
nos protegerá del mal.
- ¿Y ese Pelorat que también estará en el radio de acción del rayo?
- Quizá también sufra, Eso no puede evitarse.
Kodell asintió.
- Bueno, ya sabe lo que Salvor Hardin solía decir:,«Nunca dejes que tu sentido de la
moralidad te impida hacer lo que está bien,»
En este momento no tengo ningún sentido de la moralidad – murmuró Branno – Tengo el
sentido del cansancio óseo. Y sin embargo..., podría nombrar a muchas personas cuya
pérdida no me importaría tanto como la de Golan Trevize. Es un joven muy guapo. Y
naturalmente, él lo sabe. - Sus últimas palabras fueron un susurro casi inaudible; cerró los
ojos y se sumió en un sueño ligero.
***
3 HISTORIADOR
9

Janov Pelorat tenía el cabello blanco y su cara, en reposo, era bastante inexpresiva. Pocas
veces dejaba de serlo. De estatura y peso medios, tendía a moverse sin prisa y a hablar con
ponderación. Aparentaba mucha más edad de los cincuenta y dos años que tenía.
Nunca había salido de Términus, algo de lo más insólito, en especial para una persona de su
profesión. El mismo no estaba seguro de si había ido adoptando sus sedentarias costumbres
a causa de, o a pesar de, su obsesión por la historia.
La obsesión le había sobrevenido repentinamente a la edad de quince años cuando, a raíz de
una indisposición, le regalaron un libro de leyendas antiguas. En él encontró la reiterada
alusión a un mundo que estaba solo y aislado, un mundo que ni siquiera era consciente de
su aislamiento, ya que nunca había conocido otra cosa.
Su indisposición empezó a remitir inmediatamente. Al cabo de dos días había leído el libro
tres veces y ya no tenía que guardar cama. Al día siguiente estaba frente a la terminal de la
computadora, averiguando todo lo que la Biblioteca de la Universidad de Términus pudiera
tener sobre leyendas similares.
Eran precisamente estas leyendas lo que le había ocupado desde entonces. La Biblioteca de
la Universidad de Términus no había sido un gran recurso en este aspecto, pero, con el paso
de los años, descubrió el placer de los préstamos interbibliotecarios.
Tenía impresiones en su poder que había recibido por señales de hiperradiación desde
lugares tan lejanos como Ifnia.
Se convirtió en profesor de historia antigua y ahora, treinta y siete años más tarde, estaba
empezando su primer año sabático, que había solicitado con la idea de realizar un viaje por
el espacio (el primero) hasta el mismo Trántor.
Pelorat era plenamente consciente de lo insólito que resultaba para una persona de
Términus no haber estado nunca en el espacio. Nunca había tenido la intención de ser
notable en ese sentido en particular. Sin embargo, siempre que se le había presentado la
oportunidad de ir al espacio, un nuevo libro, un nuevo estudio o un nuevo análisis se lo
había impedido. Entonces retrasaba su proyectado viaje hasta haber estudiado a fondo el
nuevo tema y haber añadido, si ello era posible, otro dato de hecho, especulación o
imaginación a la montaña que había reunido. Después de todo, lo único que lamentaba era
no haber hecho nunca aquel viaje a Trántor.
Trántor había sido la capital del Primer Imperio galáctico. Había sido la sede de los
emperadores durante doce mil años y, antes de eso, la capital de uno de los reinos
preimperiales más importantes que, poco a poco, había capturado o absorbido de algún otro
modo a los otros reinos para constituir el imperio.
Trántor había sido una ciudad rodeada de mundos, una ciudad revestida de metal. Pelorat
había leído sobre ella, en las obras de Gaal Dornick, que la había visitado en tiempos del
propio Hari Seldon. El volumen de Dornick ya no circulaba, y el que pertenecía a Pelorat
habría podido venderse por la mitad del salario anual del historiador. La sugerencia de que
pudiera separarse de él lo habría horrorizado.
Naturalmente, lo que le interesaba a Pelorat de Trántor era la Biblioteca Galáctica, que en
tiempos imperiales (cuando era la Biblioteca Imperial) había sido la mayor de la Galaxia.
Trántor fue la capital del Imperio más extenso y populoso que la humanidad había visto
jamás. Había sido una ciudad mundial con una población superior a los cuarenta mil
millones, y su biblioteca había sido el archivo de todas las obras creativas (y no tan
creadas) de la humanidad, el compendio completo de sus conocimientos. Y todo estaba
computarizado de un modo tan complejo que se necesitaba ser un experto para manejar los
ordenadores.
Y lo que era más, la biblioteca había subsistido.
Para Pelorat, esto resultaba asombroso en grado sumo. Cuando Trántor cayó y fue
saqueada, hacía casi dos siglos y medio, sufrió una terrible destrucción, y los relatos de
sufrimientos y muerte eran escalofriantes. A pesar de ello, la biblioteca subsistió, protegida
(según se decía) por los estudiantes universitarios, que emplearon armas sumamente
ingeniosas. (Algunos creían que la defensa llevada a cabo por los estudiantes había sido
excesivamente mitificada.)
En cualquier caso, la biblioteca había resistido a través del período de devastación. Ebling
Mis había hecho su trabajo en una biblioteca intacta en un mundo destruido, cuando casi
había localizado la Segunda Fundación (según la historia que el pueblo de la Fundación aún
creía, pero que los historiadores siempre han tratado con reservas). Las tres generaciones de
Darell (Bayta, Toran y Arkady) habían estado en Trántor en una u otra época. Sin embargo,
Arkady no había visitado la biblioteca, y desde entonces la biblioteca no había figurado en
la historia galáctica.
Ningún miembro de la Fundación había estado en Trántor desde hacía ciento veinte años,
pero no existían motivos para creer que la biblioteca no siguiera todavía allí. El mero hecho
de no saber nada de ella era la prueba más segura de que aún subsistía, Su destrucción
habría sido sonada.
La biblioteca era anticuada y arcaica, lo había sido incluso en tiempos de Ebling Mis, pero
eso formaba parte de su atractivo. Pelorat siempre se frotaba las manos con excitación
cuando pensaba en una biblioteca vieja y anticuada. Cuanto más vieja y más anticuada
fuese, más probabilidades había de que tuviese lo que él necesitaba. En sus sueños, entraba
en la biblioteca y preguntaba con jadeante alarma; «¿Ha sido modernizada la biblioteca?
¿Han retirado las viejas grabaciones?» Y siempre se imaginaba la respuesta de polvorientos
y ancianos bibliotecarios: «Sigue tal como estaba, profesor.»
Y ahora su sueño se convertiría en realidad. La propia alcaldesa se lo había asegurado.
Ignoraba cómo se había enterado de su trabajo. No había conseguido publicar muchos
documentos. Poco de lo que había hecho era suficientemente sólido para ser publicado y lo
que había aparecido no dejó huella. Sin embargo, se decía que Branno, «la mujer de
bronce», sabía todo lo que pasaba en Términus y tenía ojos en el extremo de cada dedo.
Pelorat casi se inclinaba a creerlo, pero si ella conocía su trabajo, ¿por qué no había visto su
importancia y le había prestado un poco de apoyo financiero mucho antes?
Por alguna razón, pensó, con toda la amargura que podía generar, la Fundación tenía los
ojos firmemente clavados en el futuro. Era el Segundo Imperio y su destino lo que les
absorbía. No tenían tiempo, ni deseos de ahondar en el pasado, y les irritaba que otros lo
hicieran.
Eran unos necios, naturalmente; pero él solo no podía erradicar tanta necedad. Y quizá.
fuese mejor así. Podría emprender la búsqueda por su cuenta y llegaría el día en que seria
recordado como el gran pionero de lo importante.
Por supuesto, ello significaba (y era demasiado honesto intelectualmente para negarse a
verlo) que también él estaba absorto en el futuro, un futuro en el que se le reconocería y
sería un héroe de la magnitud de Hari Seldon. De hecho, incluso más importante, pues,
¿cómo podía compararse la investigación sobre un futuro de un milenio de duración,
claramente visualizado, con la investigación sobre un pasado perdido de al menos
veinticinco milenios de antigüedad?
Y éste era el día; éste era el día.
La alcaldesa había dicho que sería el día siguiente a la aparición de la imagen de Seldon.
Esa era la única razón por la que Pelorat había estado interesado en la Crisis Seldon, que
durante meses había preocupado a todos los habitantes de Términus e incluso a casi todos
los habitantes de la Confederación.
A él le había parecido totalmente irrelevante la cuestión de si la capital de la Fundación
permanecía en Términus o era trasladada a algún otro lugar. Y ahora que la crisis había sido
resuelta, continuaba sin saber con certeza cuál era la alternativa apoyada por Hari Seldon, o
si la cuestión en debate había sido mencionada.
Bastaba con que Seldon hubiese aparecido y que ahora éste fuera el día.
Eran poco más de las dos de la tarde cuando un vehículo de superficie se detuvo frente a su
casa, algo aislada en las afueras de la ciudad de Términus.
Una de las puertas traseras se abrió. Un guardia con el uniforme del Cuerpo de Seguridad
de la Alcaldía se apeó, seguido por un hombre joven y otros dos guardias.
Pelorat se sintió impresionado a pesar suyo. La alcaldesa no sólo conocía su trabajo sino
que también lo consideraba de la mayor importancia. La persona que debería acompañarle
iba escoltada por una guardia de honor, y le habían prometido una nave de primera clase
que su compañero pilotaría.
¡De lo más halagador! ¡De lo más...!
El ama de llaves de Pelorat abrió la puerta. El hombre joven entró y los dos guardias se
colocaron a ambos lados de la entrada. Por la ventana, Pelorat vio que el tercer guardia
permanecía fuera y que un segundo vehículo de superficie acababa de llegar.
¡Guardias adicionales!
¡Desconcertante!
Se volvió al oír entrar al joven en la habitación y se sorprendió al reconocerle. Le había
visto en holoemisiones.
- Usted es ese consejero. ¡Usted es Trevize! - exclamó.
- Golan Trevize. Así es. ¿Y usted es el profesor Janov Pelorat?
- Si, sí - dijo Pelorat -. ¿Es usted el que...?
- Vamos a ser compañeros de viaje - dijo Trevize con voz átona -. O eso es lo que me han
comunicado.
- Pero usted no es historiador.
- No, no lo soy. Como usted mismo ha dicho, soy consejero, un político.
Si... Si... Pero ¿en qué estoy pensando? Yo soy historiador; por lo tanto, ¿para qué
necesitamos otro? Usted sabe pilotar una nave espacial.
- Si, lo hago bastante bien.
- Bueno, pues eso es lo que necesitamos. ¡Excelente!. Temo no ser uno de sus prácticos
pensadores, joven, de modo que si usted lo es, formaremos un buen equipo.
- En este momento, no me siento abrumado por la excelencia de mis propios pensamientos,
pero al parecer no tenemos más alternativa que intentar formar un buen equipo - replicó
Trevize.
- Entonces esperemos que yo pueda superar mi incertidumbre acerca del espacio, ¿sabe?
Soy un ratón de biblioteca, por decirlo de alguna manera. Por cierto, ¿le apetece una taza de
té? Voy a decirle a Kloda que nos prepare algo. Después de todo, creo que tardaremos
varias horas en irnos. Sin embargo, yo estoy preparado. Tengo lo necesario para los dos, La
alcaldesa ha cooperado mucho. Sorprendente... su interés por el proyecto.
- Así pues, ¿estaba al corriente de esto? ¿Desde cuando?- pregunto Trevize.
- La alcaldesa me lo propuso - aquí Pelorat frunció ligeramente el ceño y dio la impresión
de estar haciendo ciertos cálculos - hace dos, o quizá tres semanas. Yo estuve encantado. Y
ahora que tengo clara la idea de que necesito un piloto y no un segundo historiador,
también estoy encantado de que mi compañero sea usted, mi querido amigo.
- Hace dos, o quizá tres semanas - repitió Trevize, un poco aturdido -. Entonces ha estado
preparada todo ese tiempo. Y yo... - Su voz se desvaneció.
- ¿Perdón?
- Nada, profesor. Tengo la mala costumbre de murmurar. Tendrá que acostumbrarse a ello,
si nuestro viaje se alarga.
- Se alargará. Se alargará - dijo Pelorat, empujando al otro hacia la mesa del comedor,
donde el ama de llaves estaba preparando un esmerado té -. No tiene limite de tiempo. La
alcaldesa dijo que podíamos estar fuera todo lo que quisiéramos y que toda la Galaxia se
extendía ante nosotros y que adonde fuéramos contaríamos con los fondos de la Fundación.
Naturalmente, añadió que deberíamos ser razonables. Yo se lo prometí. - Se rió entre
dientes y se frotó las manos -. Siéntese, mi buen amigo, siéntese. Esta puede ser nuestra
última comida en Términus en mucho tiempo.
Trevize se sentó y dijo:
- ¿Tiene familia, profesor?
- Tengo un hijo. Forma parte del cuerpo docente de la Universidad de Santanni. Es
químico, creo, o algo así. Salió a su madre. Ella no está conmigo desde hace mucho tiempo,
de modo que como verá no tengo responsabilidades, ni rehenes activos a quienes favorecer.
Confío en que usted tampoco los tenga... Coja un bocadillo, muchacho. .
- Ningún rehén por el momento. Alguna que otra mujer. Vienen y se van.
- Sí. Sí. Delicioso cuando funciona. Incluso más delicioso cuando descubres que no es
necesario tomárselo en serio. Ningún hijo, supongo.
- Ninguno.
- ¡Bien! Verá, estoy de un humor excelente. Me ha cogido desprevenido al llegar. Lo
admito. Pero ahora le encuentro muy estimulante. Lo que necesito es juventud y
entusiasmo, y alguien que sepa moverse por la Galaxia. Vamos a emprender una búsqueda,
¿sabe? Una búsqueda extraordinaria. – El tranquilo rostro y la tranquila voz de Pelorat
alcanzaron una animación insólita sin cambio preciso alguno de expresión o entonación -.
Me pregunto si se lo habrán contado.
Los ojos de Trevize se empequeñecieron.
- Una búsqueda extraordinaria?
- Si, desde luego. Una perla de gran precio está escondida entre las decenas de millones de
mundos habitados en la Galaxia, y no tenemos más que pistas insignificantes para guiarnos.
De todos modos, el premio sería increíble si la encontráramos. Si usted y yo tenemos éxito,
muchacho, Trevize debería decir, ya que no es mi intención tratarle con condescendencia,
nuestros nombres sonarán a lo largo de los siglos hasta el fin de los tiempos.
- El premio del que habla..., esa perla de gran precio...
- Parezco Arkady Derell, la escritora, ya sabe, hablando de la Segunda Fundación, ¿verdad?
No me extraña que esté sorprendido. - Pelorat inclinó la cabeza hacia atrás como si fuera a
estallar en carcajadas, pero se limitó a sonreír -. Nada tan tonto y carente dé importancia, se
lo aseguro.
- Si no está hablando de la Segunda Fundación, profesor, ¿ de qué está hablando? -
preguntó Trevize.
Pelorat se mostró súbitamente grave, casi arrepentido.
- Ah, ¿entonces la alcaldesa no se lo explicado? Es muy raro, ¿sabe? He pasado décadas
resentido con el gobierno y su incapacidad para comprender lo que estoy haciendo, y ahora
la alcaldesa Branno se muestra notablemente generosa.
- Si – dijo Trevize, sin tratar de ocultar un tono de ironía -, es una mujer de notable
filantropía, pero no me ha explicado de qué se trata todo esto.
- ¿Entonces no está al tanto de mi investigación?
- No. Lo siento.
- No necesita disculparse. Es normal. No he causado exactamente un revuelo. Déjeme
explicárselo.
Usted y yo vamos a buscar, y encontrar, pues se me ha ocurrido una excelente posibilidad,
la Tierra.
10
Trevize no durmió bien aquella noche.
Una y otra vez, examinó la prisión que la anciana había edificado a su alrededor. No pudo
encontrar ninguna salida.
Le estaban conduciendo al exilio y él no podía hacer nada para evitarlo. La alcaldesa había
sido inexorable y ni siquiera se había tomado la molestia de disfrazar la
inconstitucionalidad de todo ello. El había confiado en sus derechos de consejero y
ciudadano de la Confederación, y ella no les había otorgado ningún valor.
Y ahora ese Pelorat, ese extraño académico que parecía estar ubicado en el mundo sin
formar parte de él, le decía que la temible anciana llevaba semanas haciendo preparativos
para aquello.
Se sentía como el «muchacho» que ella le había llamado.
Iban a exiliarle con un historiador que se empeñaba en dirigirse a él como «mi querido
amigo» y parecía estar sufriendo un mudo ataque de alegría causado por el inicio de la
búsqueda galáctica de... ¿la Tierra?
En nombre de la abuela del Mulo, ¿qué era la Tierra?
Lo había preguntado. ¡Naturalmente! Lo había preguntado en cuanto se hizo mención de
ella.
Había dicho:
- Perdóneme, profesor. Soy un total ignorante de su especialidad y confío en que no se
molestará si le pido una explicación en términos sencillos. ¿Qué es la Tierra?
Pelorat lo miró con gravedad mientras veinte segundos transcurrían lentamente. Luego,
dijo:
- Es un planeta. El planeta original. Aquel donde primero aparecieron seres humanos, mi
querido amigo.
Trevize se asombró.
- No entiendo lo que eso significa.
- ¿Dónde primero aparecieron? ¿Procedentes de que lugar.
- De ningún lugar. Es el planeta donde la humanidad se desarrolló a través de procesos
evolutivos desde animales inferiores.
Trevize reflexionó, y luego meneó la cabeza. Una expresión de fastidio pasó brevemente
por el rostro de Pelorat. Se aclaró la garganta y dijo:
- Hubo un tiempo en que Términus no estaba habitado por seres humanos. Fue colonizado
por seres humanos procedentes de otros mundos. Supongo que lo sabia, ¿verdad?
- Si, naturalmente - dijo Trevize con impaciencia. Se sintió irritado por la súbita actitud
pedagógica del otro.
- Muy bien. Esto también reza para todos los demás mundos. Anacreonte, Santanni,
Kalgan..., todos ellos. Todos, en algún momento del pasado, fue, ron fundados. Llegaron
personas de otros mundos. Reza incluso para Trántor. Puede haber sido una gran Metrópoli
durante veinte mil años, pero antes no lo era.
- Pues, ¿qué era antes?
- Un planeta vacío. Por lo menos, de seres humanos.
- Es difícil de creer.
- Es verdad. Los viejos documentos lo demuestran.
- ¿De dónde procedían las personas que colonizaron Trántor? .
- Nadie lo sabe con certeza. Hay cientos de planetas que aseguran haber estado poblados en
la oscura neblina de la antigüedad y cuyos habitantes explican cuentos fantásticos sobre la
naturaleza del primer advenimiento de la humanidad. Los historiadores tendemos a
descartar tales cosas y a meditar sobre la «Cuestión del Origen».
- ¿Qué es eso? Nunca he oído hablar de ello.
- No me sorprende. Ahora no es un problema histórico popular, lo admito, pero hubo una
época durante la decadencia del Imperio en que gozó de cierto interés entre los
intelectuales. Salvor Hardin lo menciona brevemente en sus memorias. Es la cuestión de la
identidad y emplazamiento del planeta donde todo empezó. Si miramos hacia atrás, la
humanidad fluye hacia el centro desde los mundos establecidos más recientemente hacia
otros más antiguos, y hacia otros incluso más antiguos, hasta que todos se concentran en
uno: el original.
Trevize se percató enseguida del fallo evidente del argumento.
- ¿No es posible que hubiera un gran número de mundos originales?
- Claro que no. Todos los seres humanos de toda la Galaxia pertenece a una sola especie.
Una sola especie no puede originarse en más de un planeta.
Completamente imposible.
- ¿Cómo lo sabe?
- En primer lugar... - Pelorat dio un golpecito en el dedo índice de su mano izquierda con el
dedo índice de la derecha, y luego pareció cambiar de opinión respecto a lo que
indudablemente habría sido una larga y complicada exposición. Dejó caer ambas manos a
lo largo del cuerpo y dijo con gran seriedad -: Mi querido amigo, le doy mi palabra de
honor.
Trevize se inclinó ceremoniosamente y replicó:
- Jamás se me ocurriría dudar de ella, profesor Pelorat. Así pues, digamos que hay un solo
planeta de origen, pero ¿no podría haber cientos que reclaman ese honor? .
- No sólo podría haberlos, sino que los hay. Sin embargo, ninguno de ellos presenta una
evidencia terminante. Ni uno solo de los centenares que aspiran al mérito de la prioridad
revela indicio alguno de una sociedad prehiperespacial, y mucho menos indicios de
evolución humana a partir de organismos prehumanos.
- Así pues, ¿está diciendo que hay un planeta de origen, pero que, por alguna razón, no
reclama ese mérito?
- Ha dado en el clavo.
- ¿Y usted va a buscarlo?
- Nosotros, Esta es nuestra misión. La alcaldesa Branno lo ha dispuesto todo. Usted pilotará
nuestra nave hasta Trántor.
- ¿Hasta Trántor? No es el planeta de origen usted mismo acaba de decirlo.
- Claro que no es Trántor; es la Tierra.
- En ese caso, ¿por qué no me está diciendo que pilote la nave hasta la Tierra?
- Veo que no me explico con claridad. La Tierra es un nombre legendario. Está encerrado
en antiguas leyendas. No tiene un significado del que podamos estar seguros, pero es
conveniente emplear la palabra como un corto sinónimo de «el planeta de origen de la
especie humana». Sin embargo, nadie sabe qué planeta del espacio es el que nosotros
definimos como «la Tierra».
- ¿Lo sabrán en Trántor?
- Ciertamente espero encontrar información allí. Trántor es la sede de la Biblioteca
Galáctica, la más grande del sistema.
- Seguramente esa biblioteca ha sido revisada por esas personas que, según usted, estaban
interesadas en la «Cuestión del Origen» en tiempos del Primer Imperio.
Pelorat asintió con aire pensativo.
- Sí, pero quizá no suficientemente a fondo. Yo sé muchas cosas sobre la «Cuestión del
Origen» que quizá los imperiales de hace cinco siglos no sabían. Quizá yo revise los viejos
documentos con mayor discernimiento, ¿sabe? Hace mucho tiempo que pienso en esto y se
me ha ocurrido una excelente posibilidad.
- Me imagino que le ha explicado todo esto a la alcaldesa Branno, y ella lo aprueba.
- ¿Aprobarlo? Mi querido amigo, estaba extasiada. Me dijo que seguramente Trántor era el
sitio idóneo para encontrar todo lo que necesitaba saber.
- No lo dudo - murmuró Trevize.
Esto fue parte de lo que le ocupó aquella noche. La alcaldesa Branno le enviaba fuera para
averiguar lo que pudiese sobre la Segunda Fundación. Le enviaba con Pelorat para que
pudiese disfrazar su verdadero propósito con la pretendida búsqueda de la Tierra, una
búsqueda que podía conducirle a cualquier lugar de la Galaxia. De hecho, era una tapadera
perfecta, y admiró la ingenuidad de la alcaldesa.
Pero ¿y Trántor? ¿Qué sentido tenía aquello? Una vez estuvieran en Trántor, Pelorat
encontrada el camino de la Biblioteca Galáctica y no volvería a salir. Con interminables
montones de libros, películas y grabaciones, con innumerables datos procesados y
representaciones simbólicas, seguramente no querría marcharse jamás.
Aparte de esto. . .
Ebling Mis había ido una vez a Trántor, en tiempos del Mulo. La historia contaba que allí
había encontrado la ubicación de la Segunda Fundación y había muerto antes de poder
revelarla. Pero también éste fue el caso de Arkady Darell, y ella había conseguido localizar
la Segunda Fundación. Pero la ubicación que encontró estaba en el propio Términus, y allí
el nido de sus miembros fue arrasado. El emplazamiento actual de la Segunda Fundación
debía de ser distinto, de modo que, ¿qué otra cosa tenía Trántor que decir? Si estaba
buscando la Segunda Fundación, era mejor ir a cualquier lugar menos a Trántor.
Aparte de esto. . .
Ignoraba qué otros planes tenía Branno, pero no estaba dispuesto a seguirle la corriente.
¿Así que Branno se había mostrado extasiada acerca de un viaje a Trántor? ¡Muy bien, si
Branno quería Trántor, no irían a Trántor! A cualquier otro sitio. ¡Pero no a Trántor!
Y agotado, ya cerca del amanecer, Trevize se sumió en un ligero sueño intermitente.
11
El día que siguió al arresto de Trevize fue bueno para la alcaldesa Branno Recibió más
alabanzas de las que en realidad merecía y el incidente ni siquiera se mencionó.
No obstante, ella sabía que el Consejo no tardaría en recobrarse de su parálisis y que haría
preguntas. Tendría que actuar con rapidez. Así pues, dejando a un lado gran cantidad de
asuntos, se dedicó al caso de Trevize.
Cuando Trevize y Pelorat estaban hablando de la Tierra, Branno estaba frente al consejero
Munn Li Compor en su despacho de la alcaldía. Mientras él tomaba asiento al otro lado de
la mesa, claramente seguro de sí mismo, lo estudió una vez más.
Era más bajo y delgado que Trevize y solo dos años mayor. Ambos eran consejeros
novatos, jóvenes e impetuosos, y eso debía de ser lo único que tenían en común, pues eran
diferentes en todos los demás aspectos.
Mientras Trevize parecía irradiar una ceñuda intensidad, Compor brillaba con una
confianza en sí mismo casi serena. Quizá fuesen su cabello rubio y sus ojos azules, nada
comunes entre los habitantes de la Fundación. Estos le conferían una delicadeza casi
femenina que (a juicio de Branno) le hacían menos atractivo para las mujeres de lo que era
Trevize. Sin embargo, él estaba claramente orgulloso de su aspecto, y le sacaba el máximo
partido dejándose el cabello largo y asegurándose de que estuviera cuidadamente ondulado.
Llevaba una tenue sombra azul debajo de las cejas para acentuar el color de los ojos. (Las
sombras de diversos tonos sé habían generalizado entre los hombres a lo largo de los
últimos diez años).
No era un tenorio. Vivía reposadamente con su Esposa, pero aun no había revelado
intenciones paternales y no se le conocía una segunda compañera clandestina. En eso
también era diferente de Trevize, que cambiaba de amante con la misma frecuencia que
alternaba los chillones cinturones por los que se caracterizaba.
Había pocas cosas acerca de ambos consejeros que el departamento de Kodell no hubiera
descubierto, y el propio Kodell se hallaba sentado silenciosamente en un rincón de la
habitación, rezumando su acostumbrado buen humor.
Branno dijo:
- Consejero Compor, ha prestado un gran servicio a la Fundación, pero desgraciadamente
para usted, no es de los que pueden ensalzarse en público o recompensarse del modo
habitual.
Compor sonrió. Tenía unos dientes blancos y uniformes, y Branno se preguntó ociosamente
durante un fugaz momento si todos los habitantes del Sector de Sirio tenían el mismo
aspecto. Compor declaraba proceder de esa región, bastante periférica, basándose en las
afirmaciones de su abuela materna, quien también había sido rubia y de ojos azules y quien
había mantenido que su madre era del Sector de Sirio. Sin embargo, según Kodell, no
existía ninguna evidencia concluyente a favor de ello.
Siendo las mujeres como eran, había dicho Kodell, bien podía haber alegado una
ascendencia lejana y exótica para incrementar su encanto y ya formidable atractivo.
- ¿Es así cómo somos las mujeres? - había preguntado Branno con sequedad, y Kodell
había sonreído y murmurado que se refería a mujeres corrientes, naturalmente.
- No es necesario que los habitantes de la Fundación estén al corriente de mi servicio... sólo
que usted lo esté - dijo Compor.
- Lo estoy y no lo olvidaré. Lo que tampoco haré es dejarle creer que sus obligaciones ya
han concluido. Se ha lanzado a una empresa complicada y debe continuar. Queremos más
sobre Trevize.
- Le he contado todo lo que sé respecto a él.
- Eso es lo que quiere hacerme creer. Quizá lo crea usted mismo. No obstante, conteste mis
preguntas. ¿Conoce a un caballero llamado Janov Pelorat?
La frente de Compor se arrugó por espacio de Un momento, pero se alisó casi enseguida y
dijo con lentitud:
- Quizá lo recordaría si lo viera, pero el nombre no me suena.
- Es un erudito.
La boca de Compor se abrió en un despectivo aunque mudo «¡Oh!», como si le
sorprendiera que la alcaldesa esperase que él conociera a eruditos.
- Pelorat es una persona interesante que, por razones particulares, tiene la ambición de
visitar Trántor. El consejero Trevize le acompañará. Ahora bien, ya que usted ha sido un
buen amigo de Trevize y quizá conoce su sistema de pensar, dígame... ¿Cree que Trevize
consentirá en ir a Trántor? – preguntó Branno.
Compor repuso:
- Si usted se encarga de que Trevize embarque en la nave, y si la nave es pilotada hasta
Trántor, ¿qué puede hacer más que ir allí? ¿Acaso le cree capaz de amotinarse y adueñarse
de la nave?
- No me ha entendido. El y Pelorat estarán solos en la nave y será Trevize quien la pilote.
- ¿Está preguntando si iría voluntariamente a Trántor?
- Sí, eso es lo que estoy preguntando.
- Señora alcaldesa, ¿cómo voy a saber yo lo que él hará?
- Consejero Compor, usted ha estado cerca de Trevize. Sabe que cree en la existencia de la
Segunda Fundación. ¿No le había hablado nunca de sus teorías sobre dónde podría estar,
dónde podría encontrarse?
- Nunca, señora alcaldesa.
- ¿Cree que la encontrará?
Compor se rió entre dientes.
- Creo que la Segunda Fundación, fuera lo que fuese y por muy importante que hubiera
llegado a ser, fue arrasada en tiempos de Arkady Darell. Creo su historia.
- ¿De veras? En este caso, ¿por qué traicionó a su amigo? Si estaba buscando algo que no
existe, ¿qué mal podía haber hecho planteando sus originales teorías?
- No sólo la verdad puede perjudicar. Es posible que sus teorías fueran simplemente
originales, pero podrían haber inquietado al pueblo de Términus e, introduciendo dudas y
temores respecto al papel de la Fundación en el gran drama de la historia galáctica, podrían
haber debilitado su liderazgo de la Federación y sus sueños sobre un Segundo Imperio
Galáctico. Está claro que usted también lo creyó así, o no le habría arrestado en la misma
Cámara del Consejo, y ahora no se vería obligada a exiliarle sin un juicio. ¿Por qué lo ha
hecho, si es que puedo preguntarlo, alcaldesa? - contestó Compor.
- Digamos que fui suficientemente cauta para considerar si había alguna pequeña
posibilidad de que tuviese razón, y si la expresión de sus opiniones podía ser activa y
directamente peligrosa.
Compor no dijo nada.
Branno añadió:
- Estoy de acuerdo con usted, pero las responsabilidades de mi cargo me obligan a tener en
cuenta esa posibilidad. Déjeme volver a preguntarle si le dio alguna indicación acerca de
dónde cree que está la Segunda Fundación, y adónde puede ir.
- No me dio ninguna.
- ¿Nunca le insinuó nada en ese sentido?
- No, claro que no.
- ¿Nunca? No se apresuré a contestar. ¡Piense!
¿Nunca?
- Nunca - dijo Compor con firmeza.
- ¿Ninguna alusión? ¿Ningún comentario en broma? ¿Ningún garabato? ¿Ningún
ensimismamiento en momentos que adquieran significado al recordarlos?
- Nada. Se lo digo, señora alcaldesa, sus sueños sobre la Segunda Fundación son de lo más
inconsistente. Usted lo sabe, y es una pérdida de tiempo preocuparse por ello.
- ¿No estará por casualidad cambiando súbitamente de bando y protegiendo al amigo que
puso en mis manos?
- No - dijo Compor -. Se lo entregué por lo que me parecieron razones buenas y patrióticas.
No tengo ningún motivo para lamentar mi decisión, o cambiar de actitud.
- Entonces, ¿no puede darme ninguna pista sobre el lugar a donde irá cuando tenga una
nave a su disposición?
- Como ya le he dicho...
- Y no obstante, consejero - y en este punto las arrugas del rostro de la alcaldesa se
acentuaron hasta darle una expresión nostálgica -, me gustaría saber. a dónde va.
- En ese caso, creo que debería colocar un hiperrelé en su nave.
- Ya había pensado en ello, consejero. Sin embargo, Trevize es un hombre receloso y creo
que lo encontraría..., por muy astutamente que lo colocáramos. Naturalmente, podríamos
colocarlo de tal modo que fuera imposible retirarlo sin dañar la nave, y se viera obligado a
dejarlo en su lugar...
- Una idea excelente.
- Pero entonces - dijo Branno - estaría inhibido. Quizá no fuese a donde ira si se sintiera
libre. Los datos que obtendría me resultarían inútiles.
- En ese caso, parece ser que no puede averiguar a dónde irá.
- Tal vez si, porque tengo la intención de ser muy primitiva. Una persona que espera algo
sofisticado y toma precauciones contra ello no suele pensar en lo primitivo. Me propongo
hacer seguir a Trevize.
- ¿Hacerle seguir?
- Exactamente. Por otro piloto en otra astronave. ¿Ve como se sorprende? El se sorprenderá
del mismo modo. Quizá no se le ocurra examinar el espacio en busca de una masa de
escolta y, de todos modos, nos aseguraremos de que su nave no esté equipada con nuestros
últimos aparatos de detección de masa.
- Señora alcaldesa, hablo con todo el respeto posible, pero debo señalar que usted carece de
experiencia en el vuelo espacial. Hacer seguir a una nave por otra es algo que no se hace
nunca... porque no
daría resultado. Trevize escapará en el primer salto hiperespacial. Aunque no sepa que le
siguen, ese primer salto será su camino hacia la libertad. Si no tiene un hiperrelé a bordo de
la nave, no puede ser rastreado - dijo Compor.
- Admito mi falta de experiencia. A diferencia de usted y Trevize, no he recibido
instrucción naval. Sin embargo, mis asesores, que si han recibido esa instrucción, me dicen
que si una nave, es observada inmediatamente antes de un salto, su dirección, velocidad y
aceleración hacen posible Adivinar cuál puede ser el salto..., en líneas generales. Con una
buena computadora y un buen criterio, un perseguidor podría duplicar el salto con exactitud
suficiente para volver a encontrar el rastro en el otro extremo, especialmente si el
perseguidor tiene un buen detector de masa.
- Esto podría ocurrir una vez - dijo Compor con energía -, incluso dos veces si el
perseguidor es muy afortunado, pero nada más. No se puede confiar en estas cosas.
- Quizá, nosotros podamos. Consejero Compor, usted compitió en hipercarreras en su
juventud. Como ve, lo sé casi todo sobre usted. Es un piloto excelente y ha hecho cosas
asombrosas en lo referente a seguir a un competidor a través de un salto.
Los ojos de Compor se agrandaron. Casi se retorció en su silla.
- En aquella época estaba en la universidad. Ahora soy más viejo.
- No demasiado viejo. Aún no ha cumplido los treinta y cinco. Por lo tanto, usted seguirá a
Trevize, consejero. Adondequiera que vaya, usted lo seguirá, y me informará de ello. Saldrá
poco después de que Trevize lo haga, y lo hará dentro de unas cuantas horas. Si rehusa la
misión, consejero, será encarcelado por traición. Si embarca en la nave que le
proporcionaremos y fracasa, no se moleste en regresar. Será arrojado fuera del espacio si lo
intenta.
Compor se puso bruscamente en pie.
- Tengo una vida que vivir. Tengo un trabajo que hacer. Tengo una esposa. No puedo
abandonarlo Tendrá que hacerlo. Aquellos de nosotros que elegimos servir a la Fundación
debemos estar preparados en todo momento para servirla de un modo prolongado e
incómodo, si eso fuese necesario.
- Mi esposa debe ir conmigo, naturalmente.
- ¿Me toma por una idiota? Ella se queda aquí, naturalmente.
- ¿Cómo rehén?
- Si le gusta la palabra. Yo prefiero decir que usted va a ponerse en peligro y mi bondadoso
corazón quiere que ella se quede aquí, donde no estará en peligro. No hay nada que discutir.
Usted se halla bajo arresto igual que Trevize, y estoy segura de que comprende que debo
actuar con rapidez... antes de que la euforia que envuelve Términus se desvanezca. Me
temo que mi estrella pronto palidecerá.
12
- No ha tenido clemencia con él, señora alcaldesa - dijo Kodell.
La alcaldesa replicó con un bufido:
- ¿Por qué iba a tenerla? Traicionó a un amigo.
- Eso nos fue muy útil.
- Sí, dio esa casualidad. Sin embargo, su próxima traición podría no serlo.
- ¿Por qué iba a haber otra?
- Vamos, Liono - dijo Branno con impaciencia -, no se haga el tonto conmigo. Cualquiera
que hace gala de una aptitud para la traición debe ser considerado capaz de volver a
utilizarla.
- Puede utilizar esa aptitud para cooperar una vez más con Trevize. Juntos, pueden...
- Usted no cree tal cosa. Con toda su insensatez e ingenuidad, Trevize avanza en línea recta
hacia su objetivo. No comprende la traición y nunca, bajo ninguna circunstancia, confiará
en Compor por segunda vez.
- Perdóneme, alcaldesa, pero permítame asegurarme de que la entiendo. ¿Hasta dónde,
entonces, puede usted confiar en Compor? ¿Cómo sabe que seguirá a Trevize e informará
sinceramente? ¿Cuenta con sus temores por el bienestar de su esposa como un freno? ¿Su
deseo de regresar a ella? – preguntó Kodell.
- Esos son dos factores, pero no depende enteramente de ellos. En la nave de Compor habrá
un hiperrelé. Trevize tendría sospechas de una persecución y abriría bien los ojos. Sin
embargo, Compor, siendo el perseguidor, no creo que sospeche de una persecución, y no
abrirá bien los ojos. Naturalmente, si lo hace, y lo descubre, tendremos que depender de los
atractivos de su esposa.
Kodell se echó a reír.
- ¡Pensar que en otros tiempos tuve que darle lecciones! ¿Y el fin de la persecución?
- Una capa doble de protección. Si Trevize es capturado, tal vez Compor siga adelante y
nos dé la información que Trevize no podrá damos.
- Una pregunta más. ¿Y si, por casualidad, Trevize encuentra la Segunda Fundación, y nos
enteramos a través de él, o a través de Compor, o si hallamos motivos para sospechar su
existencia..., pese a la muerte de ambos?
- Yo espero que la Segunda Fundación exista, Liono - dijo ella -. De todos modos, el Plan
Seldon no va a servimos mucho tiempo más. El gran Hari Seldon lo trazó en los últimos
días del Imperio, cuando el adelanto tecnológico casi se había detenido.
Seldon también fue un producto de su tiempo, y por muy brillante que fuese su semimítica
ciencia de la psicohistoria, no pudo crecer sin raíces. Seguramente no permitiría un rápido
avance tecnológico.
La Fundación está lográndolo, en especial durante este último siglo. Tenemos aparatos de
detección de masa tan perfeccionados como nadie ha soñado, computadoras que responden
al pensamiento, y, por encima de todo, protección mental. La Segunda Fundación no puede
seguir controlándonos mucho tiempo más, si es que ahora lo hacen. Yo quiero, en mis
últimos años de poder, encauzar a Términus por un nuevo camino.
- ¿Y si, en realidad, no hay una Segunda Fundación?
- Entonces iniciaremos ese nuevo camino inmediatamente.
13
El inquieto sueño que finalmente venció a Trevize no duró mucho. Alguien le tocó en el
hombro por segunda vez.
Trevize se despertó sobresaltado, confuso e incapaz de entender por qué estaba en una
cama desconocida.
- ¿Qué. .. ? ¿Qué... ?
Pelorat le dijo en un tono lleno de excusas:
- Lo siento, consejero Trevize. Usted es mi invitado y tendría que dejarle descansar, pero la
alcaldesa está aquí. - Se hallaba en pie junto a la cama, vestido con un pijama de franela y
temblando ligeramente.
Los sentidos de Trevize se despertaron y recordó.
La alcaldesa estaba en el salón de Pelorat, tan serena como siempre. Kodell se encontraba
con ella, frotándose el bigote.
Trevize se ajustó debidamente el cinturón y se preguntó si los dos, Branno y Kodell,
habrían estado separados alguna vez.
Trevize dijo burlonamente:
- ¿Es que el Consejo ya se ha recuperado? ¿Están sus miembros preocupados por la
ausencia de uno de ellos?
La alcaldesa contestó:
- Hay señales de vida, si, pero no tantas como para que le sirvan de algo. Lo único
importante es que aún tengo poder para obligarle a marcharse. Será conducido al puerto
espacial de Ultimate...
- ¿Por qué no al puerto espacial de Términus, señora alcaldesa? ¿Me privarán de la
despedida de mis numerosos partidarios?
- Veo que ha recobrado su afición por las simplezas de la adolescencia, consejero, y me
alegro.
Acalla lo que de otro modo podría ser un creciente remordimiento de conciencia. En el
puerto espacial de Ultimate, usted y el profesor Pelorat se marcharán tranquilamente.
- ¿Y nunca regresaremos?
- Y quizá nunca regresarán. Naturalmente - y en este punto esbozó una fugaz sonrisa -, si
descubren algo de tanta importancia y utilidad que incluso yo pueda alegrarme de tenerles
aquí con su información, regresarán. Quizá incluso sean recibidos con honores.
Trevize asintió con indiferencia.
- Eso puede ocurrir.
- Casi todo puede ocurrir. En cualquier caso, estarán cómodos. Se les ha asignado un
crucero de bolsillo recién terminado, el Estrella Lejana, bautizado como el crucero de
Hober Mallow. Una sola persona puede manejarlo, aunque albergará un máximo de tres
personas con razonable comodidad.
Trevize se sorprendió hasta el punto de olvidar su fingida actitud de festiva ironía.
- ¿Completamente armado?
- Desarmado, pero completamente equipado en lo demás. Adondequiera que vayan serán
ciudadanos de la Fundación y siempre habrá un cónsul hacia el que puedan volverse, dé
modo que no requerirán armas. Dispondrán de todos los fondos que necesiten. Aunque
quizá deba añadir que no son fondos ilimitados.
- Es usted muy generosa.
- Lo sé, consejero. Pero, consejero, entiéndame. Usted ayudará al profesor Pelorat a buscar
la Tierra. A pesar de lo que usted piense que está buscando, está buscando la Tierra. Todos
aquellos a los que conozca deben entenderlo así. Y recuerde siempre que el Estrella Lejana
no está armado.
- Estoy buscando la Tierra - dijo Trevize -. Lo entiendo perfectamente.
- Entonces ya puede marcharse.
- Perdóneme, pero seguramente hay muchos detalles de los que no hemos hablado. Piloté
naves en mi juventud, pero no tengo experiencia en cruceros de bolsillo último modelo. ¿Y
si no sé pilotarlo?
- Me han dicho que el Estrella Lejana está totalmente computadorizado. Y antes de que me
lo pregunte, usted no tiene que saber manejar la computadora de una nave último modelo.
Ella misma le dirá lo que necesite saber. ¿Desea alguna otra cosa?
Trevize se miró tristemente.
- Cambiarme de ropa.
- La encontrará a bordo de la nave, incluyendo esas fajas que lleva, o cinturones, o como se
llamen. El profesor también dispondrá de lo que necesite. Todo lo razonable ya se halla a
bordo, aunque me apresuro a añadir que eso no incluye la compañía femenina.
- Lástima - dijo Trevize -. Sería agradable, pero, en fin, da la casualidad de que en este
momento no tengo una candidata adecuada. Sin embargo, me imagino que la Galaxia es
populosa y que una vez lejos de aquí podré hacer lo que me plazca.
- ¿Respecto a su compañía? Desde luego.
Se levantó pesadamente.
- Yo no le acompañaré al espaciopuerto – dijo -, pero hay quienes lo harán, y le aconsejo
que no se esfuerce en hacer nada que no le digan. Creo que le matarían si intentara escapar.
El hecho de que yo no esté con ellos impedirá cualquier inhibición.
- No haré ningún esfuerzo que no esté autorizado, señora alcaldesa, pero una cosa... - dijo
Trevize.
- ¿Si?
Trevize pensó con rapidez y finalmente, con una sonrisa que deseó no pareciera forzada,
dijo:
- Quizá llegue el día, señora alcaldesa, en que usted me pida un esfuerzo. Entonces haré lo
que me parezca mejor, pero recordaré estos dos últimos días.
La alcaldesa Branno suspiró.
- Ahórreme el melodrama. Si ese día llega, llegará, pero por ahora... no le pido nada.
***
4 ESPACIO
14

La nave resultaba incluso más impresionante de lo que Trevize, a tenor de sus recuerdos de
la época en que el nuevo tipo de crucero fue ampliamente divulgado, había esperado.
No era el tamaño lo que impresionaba, pues era bastante pequeña. Estaba diseñada para
alcanzar la máxima maniobrabilidad y velocidad, para motores totalmente gravíticos, y por
encima de todo para una computadorización avanzada. No necesitaba envergadura; ésta
habría frustrado su propósito.
Era un aparato individual que podía reemplazar, ventajosamente, a las naves antiguas que
requerían una tripulación de doce miembros o más. Con una segunda o incluso una tercera
persona para establecer turnos de guardia, una nave así podía derrotar a una flotilla de
naves mayores no pertenecientes a la Fundación. Además, podía superar la velocidad de
cualquier otra nave existente y escapar.
Había cierta elegancia en su diseño; ni una línea inútil, ni una curva superflua dentro o
fuera. Hasta el último metro cúbico de volumen estaba aprovechado al máximo, como para
crear una paradójica sensación de amplitud en su interior. Nada de lo que la alcaldesa
pudiera haber dicho sobre la importancia de su misión habría impresionado a Trevize más
que la nave con que debería realizarla.
Branno «la mujer de bronce», pensó con disgusto, lo había empujado hacia una peligrosa
misión de la mayor importancia. Quizás él no habría aceptado con tal determinación si ella
no hubiera dispuesto las cosas de modo que él quisiera demostrarle lo que era capaz de
hacer.
En cuanto a Pelorat, estaba maravillado.
- ¿Creería usted - dijo, colocando un suave dedo sobre el casco antes de trepar al interior -
que nunca me he acercado a una astronave?
- Si usted lo dice, naturalmente, le creeré, profesor, pero, ¿cómo lo ha conseguido?
- Si he de serle sincero, no lo sé, mi querido ami..., quiero decir, mi querido Trevize.
Supongo que estaba demasiado ocupado con mi investigación. Cuando se tiene una
excelente computadora capaz de llegar a otras computadoras en cualquier lugar de la
Galaxia, uno apenas necesita moverse de casa, ¿sabe? Por alguna razón, pensaba que las
astronaves eran más grandes que ésta.
- Este es un modeló pequeño, sin embargo por dentro es mucho más grande que cualquier
otra nave de su tamaño.
- ¿Cómo es posible? Se está usted burlando de mi ignorancia.
- No, no. Hablo en serio. Esta es una de las primeras naves que ha sido completamente
gravitizada.
- ¿Qué significa eso? Pero, por favor, no lo explique si se trata de algo muy técnico.
Aceptaré su palabra, tal como usted aceptó ayer la mía en lo referente a la única especie de
la humanidad y el único mundo de origen.
- Intentémoslo, profesor Pelorat. Durante los miles de años de vuelo espacial, hemos tenido
motores químicos, motores iónicos y motores hiperatómicos, y todos ellos han sido
voluminosos. La vieja Flota imperial tenía naves de quinientos metros de longitud y no más
espacio vital que el de un pequeño departamento. Felizmente la Fundación se ha
especializado en la miniaturización durante todos los siglos de su existencia, gracias a su
falta de recursos materiales. Esta nave es la culminación. Utiliza la antigravedad y el
aparato que lo hace posible ocupa muy poco espacio y está incluido en el casco. Si no fuese
porque aún necesitamos el...
Un guardia de Seguridad se acercó.
- ¡Tendrán que darse prisa, caballeros!
El cielo empezaba a clarear, aunque todavía faltaba media hora para que amaneciese.
Trevize miró a su alrededor.
- ¿Está mi equipaje a bordo?
- Sí, consejero, encontrará la nave totalmente equipada.
- Con ropa, supongo, que no será de mi talla ni de mi gusto.
El guardia sonrió, de improviso y casi con infantilismo.
- Creo que lo será – dijo -. La alcaldesa nos ha hecho trabajar de lo lindo durante estas
últimas treinta o cuarenta horas y hemos conseguido un duplicado de todo lo que tenía. Con
dinero no hay problemas. Escuche - miró a su alrededor, como para asegurarse de que nadie
observaba su súbita fraternización -, son ustedes muy afortunados. Es la mejor nave del
mundo, totalmente equipada, a excepción del armamento. Vivirán a cuerpo de rey.
- Pero de rey destronado - dijo Trevize -. Bueno, profesor, ¿está listo?
- Con esto lo estoy - dijo Pelorat, y levantó una oblea cuadrada de unos veinte centímetros
de lado, guardada en un estuche de plástico plateado. Trevize cayó repentinamente en la
cuenta de que Pelorat no la había soltado desde que salieron de su casa, cambiándosela de
una mano a otra pero sin dejarla un momento, ni siquiera cuando se detuvieron a desayunar.
- ¿Qué es eso, profesor?
- Mi biblioteca. Está clasificada por temas y orígenes, y la he condensado toda en una
oblea. Si piensa que esta nave es una maravilla, ¿qué hay de esta oblea? ¡Una biblioteca
completa! ¡Todo lo que he reunido! ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!
- Bueno - dijo Trevize -, vivimos a cuerpo de rey.
15
Trevize se maravilló al ver el interior de la nave.
La utilización del espacio era ingeniosa. Había una habitación con comida, ropa, películas y
juegos. Había un gimnasio, un salón y dos dormitorios casi idénticos.
- Este - dijo Trevize - debe ser el suyo, profesor. Al menos, contiene un Lector FX.
- Bien - dijo Pelota con satisfacción -. He sido un tonto evitando los viajes espaciales
durante tanto tiempo. Podría vivir aquí, mi querido Trevize, con absoluta satisfacción.
- Más espacioso de lo que esperaba - dijo Trevize complacido.
- ¿Y los motores están realmente en el casco, como usted ha dicho?
- Los aparatos de control lo están, en todo caso. No tenemos que almacenar combustible o
utilizarlo. Utilizaremos las existencias de energía fundamental del Universo; así pues, el
combustible y los motores están... ahí fuera. - Hizo un gesto impreciso.
- Bueno, ahora que lo pienso... ¿qué ocurrirá si algo falla?
Trevize se encogió de hombros.
- He sido adiestrado en navegación espacial, pero no en estas naves. Si hay algún fallo en
los controles gravíticos me temo que no podré hacer nada.
- Pero ¿sabe conducir esta nave? ¿Pilotarla?
- Ni yo mismo lo sé.
Pelorat dijo:
- ¿Supone que es una nave automatizada? ¿Es posible que seamos simples pasajeros? Tal
vez no tengamos que hacer absolutamente nada.
- Eso ocurre en el caso de transbordadores entre planetas y estaciones espaciales dentro del
sistema estelar, pero nunca he oído hablar de un viaje hiperespacial automatizado. Al
menos, hasta ahora.
Miró de nuevo a su alrededor y sintió una cierta aprensión. ¿Se las habría ingeniado la bruja
de la alcaldesa para maniobrar hasta tal punto a espaldas suyas? ¿Había la Fundación
automatizado también los viajes interestelares, y se proponían depositarle en Trántor contra
su voluntad, y sin consultarle más que al resto de los enseres de la nave?
- Profesor, usted siéntese. La alcaldesa dijo que esta nave estaba totalmente
computadorizada. Si en su habitación hay un Lector FX, en la mía debe haber una
computadora. Póngase cómodo y déjeme echar una ojeada por mi cuenta - dijo, con una
optimista animación que no sentía.
Pelorat se mostró instantáneamente ansioso.
- Trevize, mi querido compañero... No irá a desembarcar, ¿verdad?
- No tengo la menor intención de hacerlo, profesor. Y si lo intentara, puede estar seguro de
que me lo impedirían. La alcaldesa ya habrá dado órdenes en ese sentido. Lo único que me
propongo hacer es averiguar qué pone en funcionamiento al Estrella Lejana. – Sonrió -. No
le abandonaré, profesor.
Aún sonreía cuando entró en lo que parecía ser su dormitorio, pero su cara recobró la
seriedad mientras cerraba suavemente la puerta tras de si.
Tenía que haber algún medio de comunicarse con un planeta situado en las cercanías de la
nave. Era imposible imaginarse una nave deliberadamente aislada de sus alrededores y, por
lo tanto, en algún lugar, quizás en un nicho de la pared, habría un comunicador. Lo
utilizaría para llamar al despacho de la alcaldesa y preguntarle por los controles.
Inspeccionó minuciosamente las paredes, la cabecera de la cama, y los funcionales
muebles. Si aquí no encontraba nada, revisada el resto de la nave.
Estaba a punto de abandonar la búsqueda cuando percibió un destello luminoso sobre la lisa
superficie marrón de la mesa. Un círculo luminoso, con nítidas letras que rezaban:
INSTRUCCIONES DE LA COMPUTADORA.
¡Ah!
Sin embargo, su corazón latió con rapidez. Había computadoras y computadoras, y había
programas que no resultaban sencillos de descifrar. Trevize nunca había cometido el error
de subestimar su propia inteligencia, pero, por otra parte, él no era un Gran Maestro. Había
quienes tenían habilidad para usar una computadora, y quienes no la tenían.... y Trevize
sabía muy bien a qué grupo pertenecía.
Durante la época que pasó en la Armada de la Fundación, había alcanzado el rango de
teniente, y de vez en cuando había sido oficial de servicio y había tenido la oportunidad de
usar la computadora de la nave. Sin embargo, nunca había estado a cargo exclusivo de ella,
y nunca se le había exigido que supiera nada más que las maniobras rutinarias
encomendadas al oficial de servicio.
Recordó, con una sensación de aprensión, los volúmenes ocupados por un programa
enteramente descrito en impresión, y recordó la conducta del sargento técnico Krasnet ante
el tablero de mandos de computadora de la nave. Lo manejaba como si fuese el instrumento
musical más complejo de la Galaxia, y lo hacía con aire de indiferencia, como si su
simplicidad le aburriera; y aun así había tenido que consultar los volúmenes algunas veces,
maldiciéndose a sí mismo con desconcierto.
Trevize colocó un vacilante dedo sobre el círculo luminoso y la luz se extendió
inmediatamente hasta cubrir la superficie de la mesa. Sobre ella apareció el contorno de dos
manos: una derecha y una izquierda. Con un movimiento suave y repentino, la superficie de
la mesa se inclinó hasta un ángulo de cuarenta y cinco grados.
Trevize tomó asiento frente a la mesa. Las palabras no eran necesarias. Lo que se esperaba
de él estaba claro.
Colocó las manos sobre los contornos, situados de modo que pudiera hacerlo sin esfuerzo.
La superficie de la mesa le pareció suave, casi aterciopelada, cuando la tocó; y sus manos
se hundieron.
Miró sus manos con asombro, pues no se habían
hundido en absoluto. A juzgar por lo que le revelaron sus ojos, estaban sobre la superficie.
Sin embargo, para su sentido del tacto era como si la superficie de la mesa hubiese cedido,
y como si algo estuviera sujetando sus manos con suavidad.
¿Eso era todo?
Y ahora, ¿qué?
Miró a su alrededor y luego cerró los ojos en respuesta a una sugerencia.
No había oído nada. ¡No había oído nada!
Pero dentro de su cerebro, como si fuese un impreciso pensamiento propio, estaba la frase:
«Por favor, cierra los ojos. Relájate. Haremos la conexión.»
¿A través de las manos?
Por alguna razón Trevize siempre había supuesto que si uno iba a comunicarse
mentalmente con una computadora, lo hada a través de un capuchón colocado sobre la
cabeza y con electrodos encima de los ojos y el cráneo.
¿Las manos?
Pero ¿por qué no las manos? Trevize se sintió como si flotara, casi amodorrado, pero sin
pérdida de agudeza mental. ¿Por qué no las manos?
Los ojos no eran más que órganos sensoriales. El cerebro no era más que un tablero de
distribución central, encajado en hueso y aislado de la superficie activa del cuerpo. Las
manos eran la superficie activa, las manos eran las que tocaban y manipulaban el Universo.
Los seres humanos pensaban con las manos. Las manos eran la respuesta de la curiosidad,
eran las que palpaban y pellizcaban, giraban, levantaban y sopesaban. Había animales que
tenían un cerebro de respetable tamaño, pero no tenían manos y eso constituía la gran
diferencia.
Y mientras él y la computadora estaban cogidos de las manos, sus pensamientos se
fusionaron y ya no importó que tuviera los ojos abiertos o cerrados.
Abrirlos no mejoraba su visión y cerrarlos no la empañaba.
En la habitación con total claridad; no sólo en la dirección en que
miraba, sino todo su alrededor, por encima y por debajo.
Vio todas las habitaciones de la astronave y también vio el exterior. Había salido el sol y su
fulgor estaba empañado por la neblina matinal, pero pudo mirarlo directamente sin
deslumbrarse, pues la computadora filtraba automáticamente las ondas luminosas.
Notó el suave viento y su temperatura, y percibió los sonidos del mundo que lo rodeaba.
Detectó el campo magnético del planeta y las minúsculas cargas eléctricas de la pared de la
nave.
Adquirió conciencia de los mandos del vehículo, sin saber siquiera lo que eran con
exactitud. Sólo supo que si quería levantar la nave, o hacerla girar, o acelerarla, o utilizar
cualquiera de sus recursos, el proceso sería el mismo que para realizar el proceso análogo
con su cuerpo. Sólo tenía que utilizar su voluntad.
Sin embargo, su voluntad no estaba libre de impurezas. La propia computadora podía
anularla. En el momento presente, había una frase formada en la cabeza y él supo
exactamente cuándo y cómo despegaría la nave. No había flexibilidad en lo que a eso se
refería. Asimismo supo con igual seguridad que después podría decidir él solo.
Al extender hacia fuera la red de su conciencia aumentada por la computadora, descubrió
que percibía el estado de la atmósfera superior; que veía las configuraciones climáticas; que
detectaba las demás naves que avanzaban hacia arriba y las que circulaban hacia abajo.
Todo esto tenía que tomarse en cuenta y la computadora estaba tomándolo en cuenta. Si la
computadora no lo hubiera hecho, comprendió Trevize, habría bastado con que él deseara
que lo hiciera.
Y en cuanto a los volúmenes de programación, no había ninguno. Trevize pensó en el
sargento técnico Krasnet y sonrió. Había leído mucho sobre la inmensa revolución que la
gravítica causaría en el mundo, pero la fusión de computadora y mente aún era un secreto
de Estado. Sin lugar a dudas causaría una revolución todavía mayor.
Era consciente de que el tiempo pasaba. Sabía exactamente qué hora era por el patrón local
de Términus y el patrón galáctico.
¿Cómo puso fin a la conexión?
En el momento que el pensamiento se introdujo en su mente, sus manos se alzaron y la
superficie de la mesa regresó a su posición original; Trevize quedó abandonado a sus
propios sentidos.
Se sintió ciego y desvalido como si, durante un rato, hubiese estado abrazado y protegido
por un ser supremo y ahora estuviese abandonado. De no haber sabido que podía volver a
establecer contacto en cualquier momento, la sensación le habría hecho llorar.
Por el contrario, se limitó a hacer un esfuerzo para volver a orientarse, para ajustarse a los
límites, y luego se levantó con inseguridad y salió de la habitación.
Pelorat levantó los ojos. Evidentemente, había puesto a punto su lector y dijo:
- Funciona muy bien. Tiene un excelente programa de investigación... ¿Ha encontrado los
mandos, muchacho?
- Sí, profesor. Todo va bien.
- En ese caso, ¿no deberíamos hacer algo respecto al despegue? Quiero decir, para
autoprotegernos. ¿No debemos atarnos o algo así? He buscado algún tipo de instrucciones,
pero no he encontrado nada y eso me ha puesto nervioso. He tenido que recurrir a mi
biblioteca. Por alguna razón cuando trabajo en mi...
Trevize había alzado las manos como para detener el torrente de palabras. Ahora tuvo que
levantar la voz para hacerse oír.
- Nada de eso es necesario, profesor. La antigravedad es el equivalente de la no inercia. No
hay sensación de aceleración cuando cambia la velocidad, ya que toda la nave experimenta
el cambio simultáneamente.
- ¿Quiere decir que no sabremos cuándo despegamos del planeta y nos internamos en el
espacio?
- Eso es exactamente lo que quiero decir, porque mientras le he estado hablando, hemos
despegado.
Atravesaremos la atmósfera superior dentro de muy pocos minutos, y en media hora
estaremos en el espacio exterior.
16
Pelorat pareció encogerse un poco mientras miraba fijamente a Trevize. Su alargada cara
rectangular palideció tanto que, sin demostrar ninguna otra emoción, irradió una gran
ansiedad.
Luego desvió los ojos hacia la derecha y hacia la izquierda.
Trevize recordó cómo se sintió en su primer viaje más allá de la atmósfera y dijo del modo
más desapasionado que pudo:
- Janov - era la primera vez que se dirigía tan familiarmente al profesor, pero en este caso la
experiencia se dirigía a la inexperiencia y era necesario parecer el más viejo de los dos -,
aquí estamos totalmente seguros. Nos hallamos en el seno metálico de una nave de guerra
de la Flota de la Fundación. No estamos enteramente armados, pero no hay lugar en la
Galaxia donde el nombre de la Fundación no nos proteja. Incluso si alguna nave
enloqueciera y nos atacara, podríamos ponernos fuera de su alcance en un momento. Y le
aseguro que he descubierto que puedo manejar la nave a la perfección.
Pelorat dijo:
- Es el pensamiento, Go... Golan, de la nada...
Términus. Solo hay una fina capa de aire muy tenue entre nosotros en la superficie y la
nada está justo encima. Lo único que estamos haciendo es atravesar esa insignificante capa.
- Puede ser insignificante, pero la respiramos.
- Aquí también respiramos. El aire de esta nave es más limpio y más puro, y se mantendrá
indefinidamente más limpio y más puro que la atmósfera natural de Términus.
- ¿Y los meteoritos?
- ¿Los meteoritos? .
- La atmósfera nos protege de los meteoritos.
Y de la radiación.
Trevize dijo:
- La humanidad ha viajado por el espacio durante veinte milenios, creo...
- Veintidós. Si nos guiamos por la cronología hallblockiana, es indudable que, contando
los...
- ¡Basta! ¿Sabe usted de algún accidente por meteoritos o de alguna muerte por radiación?
Es decir, algo reciente. Es decir, ¿casos de naves de la Fundación?
- La verdad es que no estoy al tanto de las noticias sobre estas cuestiones, pero yo soy
historiador, muchacho, y...
- Históricamente, si, ha habido tales cosas, pero la tecnología progresa. No hay un
meteorito del tamaño necesario para dañarnos que pueda acercarse a nosotros antes de que
tomemos las medidas evasivas necesarias. Cuatro meteoritos que vinieran simultáneamente
hacia nosotros desde las cuatro direcciones trazadas desde los vértices de un tetraedro tal
vez podrían destruirnos, pero calcule las posibilidades de que eso ocurra y comprobará que
morirá de vejez un trillón de trillón de veces antes de tener la mitad de posibilidades de
observar un fenómeno tan interesante.
- ¿Quiere decir, si usted estuviera ante la computadora?
- No - dijo Trevize con desprecio -. Si yo manejara la computadora sobre la base de mis
propios sentidos y reacciones, seríamos alcanzados incluso antes de que yo supiera lo que
estaba pasando. Es la propia computadora la que trabaja, y reacciona millones de veces más
rápidamente que usted o yo.
- Alargó la mano de repente -. Janov, déjame mostrarle lo que la computadora puede hacer,
y cómo es el espacio.
Pelorat lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos. Luego, se rió.
- No estoy seguro de querer saberlo, Golan.
- Claro que no está seguro, Janov, porque no sabe qué es lo que le espera. ¡Corra el riesgo!
¡Venga! ¡A mi habitación!
Trevize cogió al otro de la mano, en parte guiándolo, en parte arrastrándolo. Mientras se
sentaba ante la computadora, dijo:
- ¿Ha visto la Galaxia alguna vez, Janov? ¿La ha mirado alguna vez?
Pelorat contestó:
- ¿Quiere decir en el cielo?
- Sí, por supuesto. ¿Dónde, si no?
- La he visto. Todo el mundo la ha visto. Si uno levanta los ojos, la ve.
- ¿La ha contemplado alguna vez en una noche oscura y clara, cuando los Diamantes están
debajo del horizonte?
Los «Diamantes» constituían las pocas estrellas que tenían la suficiente luminosidad y
estaban suficientemente cerca para brillar con moderada intensidad en el cielo nocturno de
Términus. Era un pequeño grupo que ocupaba una anchura de no más de veinte grados, y
durante gran parte de la noche estaban debajo del horizonte. Aparte del grupo, había un
puñado de estrellas mortecinas, apenas discernibles a simple vista. No había nada más que
la consistencia lechosa de la Galaxia; éste era el panorama a que uno podía aspirar viviendo
en un mundo como Términus, que estaba en el borde extremo de la espiral más exterior de
la Galaxia.
- Supongo que sí, pero ¿por qué contemplarla? Es un panorama corriente.
- Claro que es un panorama corriente - dijo Trevize -. Por eso nadie lo ve. ¿Para qué
mirarlo, si puedes verlo siempre? Pero ahora usted lo verá, y no desde Términus, donde la
neblina y las nubes se interponen continuamente. Lo verá como nunca lo vería desde
Términus... por mucho que mirara, y por muy oscura y clara que fuese la noche. ¡Ojalá yo
no hubiera estado nunca en el espacio, para que, como usted, pudiese ver la Galaxia en toda
su belleza por primera vez!
Empujó una silla hacia Pelorat.
- Siéntese aquí, Janov. Esto puede requerir cierto tiempo. Tengo que continuar
habituándome a la computadora. Por lo que ya he experimentado, sé que la visión es
olográfica, de modo que no necesitaremos pantalla de ninguna clase. Entra en contacto
directo con mi cerebro, pero creo que puedo lograr que produzca una imagen objetiva para
que usted también la vea... Apague la luz, ¿quiere? No... ¡qué tontería! La computadora lo
hará. Quédese donde está.
Trevize estableció contacto con la computadora, asiéndole las manos afectuosa e
íntimamente.
La luz se amortiguó, y luego se apagó del todo; Pelorat se agitó en la oscuridad.
- No se ponga nervioso, Janov. Quizá tarde un poco en controlar la computadora, o sea que
deberá tener paciencia conmigo. ¿Lo ve? ¿El creciente? - dijo Trevize.
Estaba suspendido frente a ellos en la oscuridad.
Algo empañado y fluctuante en un principio, pero adquiriendo mayor nitidez y
luminosidad.
La voz de Pelorat reflejaba cierto temor.
- ¿Es eso Términus? ¿Tan lejos estamos de él?
- Sí, la nave va muy de prisa.
El vehículo estaba entrando en la sombra nocturna de Términus, que se veía bajo la forma
de un grueso creciente de brillante luz. Trevize tuvo el impulso momentáneo de dirigir la
nave en un amplio arco que les llevara hasta el lado diurno del planeta para demostrarlo en
toda su belleza, pero se contuvo.
Tal vez esto fuese una novedad para Pelorat, pero la belleza resultaría insustancial. Había
demasiadas fotografías, demasiados mapas, demasiados globos.
Todos los niños sabían cómo era Términus. Un planeta hídrico (más que la mayoría), rico
en agua y pobre en minerales, rico en agricultura y pobre en industria pesada, pero el mejor
de la Galaxia en alta tecnología y en miniaturización.
Si lograra que la computadora utilizase microondas y lo trasladara a un modelo visible,
verían cada una de las diez mil islas habitadas de Términus, junto con la única de ellas de
extensión suficiente para ser considerada continente, la que albergaba la ciudad de
Términus y...
¡Cambia!
Sólo fue un pensamiento, un ejercicio de la voluntad, pero el panorama cambió
inmediatamente. El creciente iluminado se desplazó hacia los limites de visión y
desapareció tras el borde. La oscuridad del espacio sin estrellas llenó sus ojos.
Pelorat se aclaró la garganta.
- Me gustaría que volviera a enfocar Términus, muchacho. Me siento como si me hubiesen
cegado.
- Había cierta tensión en su voz.
- No está ciego. ¡Mire!
En el campo de visión apareció una tenue neblina de pálida translucidez. Se extendió y fue
abrillantándose, hasta que toda la habitación pareció resplandecer.
¡Cóntraela!
Otro ejercicio de voluntad y la Galaxia se retiró, como vista a través de un telescopio
decreciente que iba haciéndose más potente en su capacidad para decrecer. La Galaxia se
contrajo y al fin se convirtió en una estructura de luminosidad variable.
¡Ilumínala!
Se hizo más luminosa sin cambiar de tamaño, y como el sistema estelar al que Términus
pertenecía estaba encima del plano galáctico, no se veía exactamente en el borde. Era una
espiral doble sumamente condensada, con curvilíneas fisuras de oscuras nebulosas que
veteaban el borde resplandeciente del lado de Terminus. La cremosa neblina del núcleo,
lejano y menguado por la distancia, parecía insignificante.
Pelorat dijo en un susurro atemorizado:
- Tiene razón. Nunca la había visto así. Nunca había soñado que tenia tanto detalle.
- ¿Cómo iba a hacerlo? No se puede ver la mitad exterior cuando la atmósfera de Términus
se interpone. Apenas se ve el núcleo desde la superficie de Términus.
- Es una lástima que la veamos tan de frente.
- No tenemos por qué. La computadora puede mostrarla en cualquier orientación. Sólo he
de expresar el deseo... y ni siquiera en voz alta.
¡Cambia las coordenadas!
Este ejercicio de voluntad no fue en modo alguno una orden precisa. Sin embargo, a
medida que la imagen de la Galaxia empezaba a sufrir un lento cambio, su mente guió a la
computadora y le hizo hacer lo que deseaba.
La Galaxia estaba girando lentamente para que pudiera verse en ángulo recto con el plano
galáctico. Se desplegó como un gigantesco y brillante remolino, con curvas de oscuridad,
nudos de fulgor, y una llamarada central casi sin rasgos característicos.
Pelorat preguntó:
- ¿Cómo puede la computadora verla desde una posición en el espacio que debe estar a más
de cincuenta mil pársecs de este lugar? - Luego, añadió, en un susurro ahogado -: Le ruego
que me perdone por preguntar. No sé nada de todo esto.
Trevize dijo:
- Yo sé tan poco como usted sobre esta computadora. Sin embargo, incluso una
computadora sencilla puede ajustar las coordenadas y mostrar la Galaxia en cualquier
posición, partiendo de lo que percibe en la posición natural, es decir, la que aparecería
desde la posición local de la computadora en el espacio. Naturalmente, sólo utiliza la
información que percibe en un principio, de modo que cuando cambia a la vista de costado
encontramos vacíos y borrones en lo que muestra. No obstante, en este caso...
- ¿Sí?
- Tenemos una vista excelente. Sospecho que la computadora está equipada con un mapa
completo de la Galaxia y por eso puede mostrarla desde cualquier ángulo con igual
facilidad.
- ¿A qué se refiere al hablar de un mapa completo?
- Las coordenadas espaciales de todas las estrellas deben estar en el banco de datos de la
computadora.
- ¿De todas las estrellas? - Pelorat parecía sobrecogido.
- Bueno, quizá no de los trescientos mil millones. Incluiría, sin lugar a dudas, las estrellas
que brillan sobre planetas habitados, y probablemente todas las estrellas de la clase
espectral K y más brillantes. Eso significa unos setenta y cinco mil millones, por lo menos.
- ¿Todas las estrellas de un sistema habitado?
- No puedo asegurarlo; quizá no todas. Al fin y al cabo, había veinticinco millones de
sistemas habitados en tiempos de Hari Seldon; parecen muchos, pero sólo es una estrella de
cada doce mil. Y después, en los cinco siglos posteriores a Seldon, la desintegración
general del Imperio no truncó la colonización. Yo diría que la impulsó. Aún hay muchos
planetas habitables donde establecerse, de modo que ahora debe de haber treinta millones.
Es posible que no todos los planetas nuevos estén en los archivos de la Fundación.
- Pero ¿y los viejos? Seguramente constan todos sin excepción.
- Supongo que sí. Naturalmente, no puedo garantizarlo, pero me sorprendería que algún
sistema habitado y colonizado desde hace tiempo no se hallara en los archivos. Déjeme
enseñarle algo... si mi habilidad para controlar la computadora llega hasta tan lejos.
Las manos de Trevize se pusieron un poco rígidas con el esfuerzo y parecieron hundirse
más en el apretón de la computadora. Quizá eso no hubiera sido necesario; quizá sólo
hubiera tenido que pensar silenciosa y relajadamente: ¡Términus!
Eso fue lo que pensó y, en respuesta, surgió un fulgurante diamante rojo en el mismo borde
del remolino.
- Ahí está nuestro sol - dijo con excitación -.
Esa es la estrella alrededor de la cual gira Términus.
- Ah - dijo Pelorat con un leve y trémulo suspiro.
Un brillante punto de luz amarilla adquirió vida en un gran racimo de estrellas hundidas en
el corazón de la Galaxia, pero situadas muy a un lado de la llamarada central. Estaba
bastante más cerca del borde de la Galaxia correspondiente a Términus que del otro lado.
- Y eso - dijo Trevize - es el sol de Trántor.
Otro suspiro, y después Pelorat dijo:
- ¿Está seguro? Siempre se ha afirmado que Trántor está situado en el centro de la Galaxia.
- Así es, en cierto modo. Está todo lo cerca del centro que puede estar un planeta sin dejar
de ser habitable. Está más cerca que cualquier otro sistema habitado importante. El
verdadero centro de la Galaxia consiste en un agujero negro con una masa de casi un millón
de estrellas, de modo que el centro es un lugar violento. Que sepamos nosotros, no hay vida
en él y quizás es que no puede haberla.
Trántor está en el subanillo más interior de los brazos espirales y, créame, si pudiera ver su
cielo nocturno, pensaría que estaba en el centro de la Galaxia.
Está rodeado por un racimo de estrellas sumamente denso.
- ¿Ha estado en Trántor, Golan? - preguntó Pelorat con clara envidia.
- En realidad no, pero he visto representaciones olográficas de su cielo.
Trevize contempló la Galaxia con expresión sombría. A raíz de la gran búsqueda de la
Segunda Fundación durante la época del Mulo, ¡cómo habían jugado todos con mapas
galácticos, y cuántos volúmenes se habían escrito y filmado sobre el tema!
Y todo porque Hari Seldon había dicho, al principio, que la Segunda Fundación se
establecería «en el otro extremo de la Galaxia», llamando al lugar «Extremo de las
Estrellas».
¡En el otro extremo de la Galaxia! Mientras Trevize lo pensaba, una fina línea azul adquirió
vida, extendiéndose desde Términus, a través del agujero negro central de la Galaxia, hasta
el otro extremo.
Trevize casi dio un salto. No había ordenado directamente la línea, pero había pensado en
ella con mucha claridad y eso había bastado para la computadora.
Pero, naturalmente, la ruta de la línea recta hasta el lado opuesto de la Galaxia no era
necesariamente una indicación del «otro extremo» sobre el que Seldon había hablado. Fue
Arkady Darell (si uno daba crédito a su biografía) quien utilizó la frase «un círculo no tiene
fin» para indicar lo que ahora todos aceptaban como verdad...
Y aunque Trevize intentó repentinamente suprimir el pensamiento, la computadora era
demasiado rápida para él. La línea azul se desvaneció y fue reemplazada por un círculo que
bordeaba nítidamente la Galaxia en color azul y pasaba a través del punto rojo intentos del
sol de Términus.
Un círculo no tiene fin, y si el círculo empezaba en Términus, en el caso de buscar el otro
extremo, simplemente volvería a Términus, y allí era donde se había encontrado a la
Segunda Fundación, habitando el mismo mundo que la Primera.
Pero ¿y si en realidad no había sido hallada, si el supuesto descubrimiento de la Segunda
Fundación había sido una ilusión? Aparte de una línea recta y un círculo, ¿qué podía tener
sentido en la conexión?
Pelorat dijo:
- Está creando ilusiones? ¿Por qué hay un círculo azul?
- Sólo estaba comprobando los mandos. ¿Le gustaría localizar la Tierra?
Durante unos momentos reinó el silencio, y luego Pelorat dijo:
- ¿Bromea?
- No. Lo voy a intentar.
Lo hizo. No sucedió nada.
- Lo siento - dijo Trevize.
- ¿No está? ¿La Tierra no está?
- Supongo que podría haber pensado erróneamente la orden, pero eso no parece probable.
Es más probable que la Tierra no figure en los datos de la computadora.
Pelorat dijo:
- Puede figurar bajo otro nombre.
Trevize se aferró rápidamente a eso.
- ¿Qué otro nombre, Janov?
Pelorat no dijo nada y Trevize sonrió en la oscuridad. Se le ocurrió pensar que las cosas
podrían estar empezando a encajar. Dejémoslo por un rato. Que maduren. Cambió
deliberadamente de tema y dijo:
- Me pregunto si podemos manipular el tiempo.
- ¿El tiempo? ¿Cómo podemos hacerlo?
- La Galaxia da vueltas. Términus tarda casi quinientos millones de años en recorrer la gran
circunferencia de la Galaxia una sola vez. Como es natural, las estrellas que están más
cerca del centro completan la vuelta mucho más rápidamente. El movimiento de cada
estrella, en relación al agujero negro central, puede ser registrado en la computadora y, en
ese caso, es posible lograr que la computadora multiplique cada movimiento millones de
veces y el efecto giratorio resulte visible. Puedo intentar que lo haga.
Lo intentó y no pudo evitar que sus músculos se tensaran con el esfuerzo de voluntad que
estaba realizando, como si estuviera apoderándose de la Galaxia, acelerándola,
retorciéndola, obligándola a girar contra una terrible resistencia.
La Galaxia estaba moviéndose. Lentamente, poderosamente, se retorcía en la dirección que
debía estar siguiendo para estrechar los brazos espirales.
El tiempo pasaba con increíble rapidez mientras observaban, un tiempo falso y artificial, y
entretanto las estrellas se convirtieron en objetos evanescentes.
Algunas de las más grandes, aquí y allí, enrojecieron y se hicieron más brillantes antes de
dilatarse y convertirse en gigantes de color rojo. Luego, una estrella de los racimos
centrales estalló silenciosamente en una llamarada cegadora que, durante una minúscula
fracción de segundo, oscureció la Galaxia y desapareció. Luego, otra, en uno de los brazos
espirales hizo lo mismo, y luego otra, no muy lejos de ellos.
- Supernovas - dijo Trevize con voz un poco temblorosa.
¿Era posible que la computadora predijera exactamente qué estrellas explotarían y cuándo?
¿O sólo utilizaba una maqueta simplificada que servía para mostrar el futuro estelar en
términos generales, más que precisos?
Pelorat dijo en un ronco susurro:
- La Galaxia parece un ser vivo arrastrándose por el espacio.
- Así es - dijo Trevize -, pero empiezo a cansarme. A menos que aprenda a hacerlo de un
modo más distendido, no seré capaz de jugar a esto durante mucho rato.
Se relajó. La Galaxia disminuyó la velocidad, luego se detuvo, y luego se inclinó hasta
colocarse en a perspectiva lateral desde la que la habían visto al principio.
Trevize cerró los ojos y respiró profundamente.
Era consciente de que Términus iba quedando atrás, y de que los últimos jirones
perceptibles de la atmósfera habían desaparecido de sus alrededores. Era consciente de
todas las naves que llenaban el espacio próximo a Términus.
No se le ocurrió comprobar si había algo especial en alguna de esas naves. ¿Había alguna
que fuese gravítica como la suya y que siguiera su trayectoria de un modo demasiado
preciso para ser casual?

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