Visiones Kármicas
Helena Blavatsky
Publicado en “Lucifer” de Junio 1888
¡Oh, la tristeza pasó! ¡Oh, la dulzura pasó!
¡Oh, lo extraño pasó!
En la cercanía de un arroyo musgoso me senté en una piedra
Y, a solas, olfateé la fragancia de una flor salvaje;
Mi oído zumbaba
Mis ojos se llenaron de lágrimas,
Ciertamente todas las cosas agradables se habían escurrido.
¡Ya están profundamente sepultadas contigo!
Tennyson ("La Joya", 1831 )
I
“Un campo repleto con carruajes bélicos, caballos relinchando y legiones de soldados con cabellera larga [. . .] Una tienda real, fastuosa en su esplendor bárbaro. Sus paredes de lino se arrugan bajo el peso de las armas. En el centro, se
yergue un asiento cubierto de pieles. Ahí está sentado un guerrero de aspecto salvaje. Pasa revista a los prisioneros de
guerra que, paulatinamente, desfilan delante de él y cuyo futuro es dictado por la arbitrariedad de este déspota impiedoso.
Ahora se encuentra cara a cara con una nueva prisionera la cual le habla con fervor pasional [...] Mientras la escucha, suprimiendo la cólera en su rostro masculino, sin embargo fiero y cruel, sus ojos se encarnizan desorbitándose con furia. Al
inclinarse hacia adelante con mirada fiera, su presencia, con los mechones apelotonados que cubrían la frente ceñuda, su cuerpo de huesos imponentes con músculos turgentes y las dos grandes manos colocadas sobre el escudo situado en la rodilla derecha, justificó la observación susurrada por un soldado canoso a su vecino: "¡La santa profetisa recibirá poca misericordia por parte de Clovis!"
La cautiva, colocada entre dos guerreros borgoñones, frente al ex-príncipe de los Salianos y ahora rey de los Francos, es una
anciana de cabellera canosa y despeinada, que recae sobre sus espaldas esqueléticas. A pesar de su edad avanzada, su imagen alta es erecta y los ojos moros inspirados, miran orgullosa e
intrépidamente el rostro cruel del hijo aleve de Gilderich.
En voz alta y telúrica le dice: "Oh Rey, ahora eres grande y poderoso, sin embargo, tus días están contados y reinarás sólo por otros tres veranos. Naciste malévolo [...] eres pérfido con
tus amigos y aliados. Defraudaste a más de uno la corona que le correspondía legalmente. Asesino de tus semejantes, en el campo de batalla añades, al cuchillo ya la lanza, el puñal, el
veneno y la traición. ¡Cuidado en cómo te comportas con la servidora de Nerthus"!
"¡Ha, ha, ha! [. . .] vieja bruja infernal!", erupta el Rey con escarnio maligno y ominoso. "Has reptado verdaderamente de las entrañas de tu diosa-madre. ¿No temes mi cólera? Está bien;
sin embargo, tus imprecaciones vacías no me infunden ningún pavor [. . .] ¡Soy un Cristiano bautizado!
" Así es", contestó la Sibila. "Todos saben que Clovis ha abandonado a sus dioses atávicos; ha perdido la fe en las advertencias del caballo blanco del Sol e, inducido por el miedo hacia los Alemanes, sirvió rastreramente a Remigio, el vasallo del Nazareno en Rhemis. ¿Acaso vives más en armonía con tu nueva fe? ¿No has, quizá, matado a sangre fría, a todos tus hermanos que confiaban en ti, ya sea antes de tu apostasía o después de ella? ¿No juraste ser fiel a Alárico, rey de los Visigodos, mas en realidad lo mataste alevosamente, perforando su espalda con tu lanza mientras él estaba luchando con valor contra un enemigo? ¿Es quizá tu nueva fe y tus nuevos dioses que te enseñan a orquestar, en tu alma lóbrega, trampas maléficas contra Teodórico que te derrotó? [...] ¡Cuidado Clovis, cuidado! ¡Ya que ahora, los dioses de tus padres se han levantado contra tí! ¡Cuidado, repito, porque [...]"
"¡Mujer!" gritó airado el Rey. "Mujer, cesa de disparatar y respóndeme. ¿Dónde está el tesoro de la gruta que los sacerdotes de Satán han acumulado y escondido después de que la Cruz
Sagrada los desperdigó? Eres la única que lo sabe. ¡Contesta o, por el cielo y el infierno, te haré tragar tu lengua para siempre!" [. . .]
Ella hace caso omiso de su amenaza y continúa dirigiéndose a él con tranquilidad y sin miedo, como si no lo hubiese oído:
"[. . .] Los dioses dicen que tú, Clovis, eres maldito! Renacerás entre tus enemigos actuales y sufrirás las torturas que infligiste a tus víctimas. ¡Todo el poder y la gloria que les sustrajiste serán tuyos sólo en efigie, sin alcanzarlos jamás! [...] Tú [...]"
La profetisa no pudo terminar su oración.
El Rey vociferó una terrible blasfemia y, agachándose como una bestia salvaje en su asiento cubierto de piel, se lanzó sobre ella con la agilidad de un jaguar, tirándola al suelo con un golpe.
Mientras él levanta su afilada lanza mortal, "la Santa" de los adoradores del sol hace reverberar el aire con una última imprecación.
"¡Te maldigo, enemigo de Nerthus! ¡Que mi agonía decuplique la tuya! [. . .] Que la Gran Ley ejerza su venganza [. . .]"
La pesada lanza cae y, perforando la garganta de la víctima, le clava la cabeza al suelo. Un flujo de sangre roja carmesí se derrama de la herida profunda, cubriendo al rey ya los soldados
con una mancha indeleble.
II
El Tiempo, que sirve de referencia a los dioses y a los seres humanos en el campo ilimitado de la Eternidad, el infanticida de su prole y el asesino de la memoria en la humanidad, sigue
silencioso su flujo incesante a lo largo de los eones y las edades [...] Entre millones de Almas, nace un Alma-Ego en la buena o en la mala suerte, ¡quién sabe! Cautiva en su nueva Forma
humana, crece con ella y, al final, ambas llegan a ser conscientes de su existencia.
Felices son los años en que su juventud florece, ajenas a la penuria y al dolor. No saben nada del Pasado o del Futuro. Para ellas todo es un Presente jocoso: ya que el Alma-Ego no está
consciente de que ya había vivido en otros tabernáculos humanos. Desconoce que renacerá de nuevo y no repara en el mañana.
Su Forma es tranquila y contenta. Hasta la fecha no ha causado ningún problema serio para el Alma-Ego. Su felicidad procede de la serenidad dulce y continua de su temple, del afecto
que esparce a donde va. Es una Forma noble y su corazón reboza de benevolencia. La Forma jamás ha sobresaltado su Alma-Ego con una sacudida excesivamente violenta o estorbado la
tranquilidad plácida de su inquilino.
Cuatro décadas se deslizan como un breve peregrinaje. Un largo paseo en las sendas asoleadas de la vida, salpicadas de rosas perennes sin espinas. Los raros dolores que se presentan a este binomio: la Forma y el Alma, son como la luz pálida de la fría luna nórdica, cuyos rayos envuelven, en una sombra más profunda, lo que rodea a los objetos embebidos de luz lunar, en
lugar de ser la oscuridad nocturna, la noche del dolor y la desesperación sin esperanza.
Hijo de un Príncipe, nació para un día gobernar el reino paterno. Desde la infancia lo han rodeado la reverencia y los honores. Meritorio del respeto universal y seguro del amor de
todos. ¿Qué más podría desear el Alma-Ego de la Forma en que habita?
Así, el Alma-Ego sigue gozando la existencia en su ciudadela, observando tranquilamente el panorama de la vida en constante cambio por sus dos ventanas: los dos dulces ojos azules de un ser bueno.
III
Un día, un enemigo arrogante y pugnaz amenaza el reino paterno. En el Alma-Ego se despiertan los instintos salvajes del antiguo guerrero. Deja su tierra de sueño en la flor de la vida e induce a su Ego de arcilla a blandir la espada del soldado, asegurándole que lo hace por defender a su país.
Al incitarse mutuamente a la acción, derrotan al enemigo ensalzándose con la gloria y el orgullo. Obligan al enemigo altanero a postrarse a sus pies en el polvo en suprema humillación. Por eso la historia les otorgó la corona al valor de laureles perennes, que son los del éxito. Pisotean al enemigo rendido y transforman el pequeño reino de su señor en un gran imperio. Satisfechos, no pueden alcanzar nada más por el momento. Entonces, se encierran, nuevamente, en la tierra de sueño de su dulce morada.
Durante tres quinquenios el Alma-Ego permanece en su asiento usual, oteando desde su ventana el mundo circunstante.
El cielo es azul y los amplios horizontes pululan con estas flores que aparentemente son inmarcesibles, las cuales prosperan en la luz solar de salud y vigor. Todo es hermoso, como un pasto lozano en primavera [ . . . ]
IV
Sin embargo, a todos les llega un día infausto en el drama del ser. Aguarda su ocasión en la vida del rey y del pordiosero. Deja una huella en la historia de todo mortal nacido de la mujer y no
puede ahuyentarse, suplicarse, ni propiciarse. La salud es una gota de rocío que cae de los cielos para vitalizar los capullos terrenos sólo durante las horas matutinas de la vida, su
primavera y verano [. . .] Su duración es breve y vuelve de donde provino: los reinos invisibles.
¡Cuántas veces, bajo el capullo más brillante y hermoso, acecha la simiente de un parásito larvado!
Cuántas veces, en la raíz de la flor más rara, el gusano trabaja en su refugio [ . . . ]
La arena del reloj que enumera las horas de la vida humana, desciende más rápidamente. El gusano ha devorado el corazón del capullo de la salud. Un día se descubre que el cuerpo
vigoroso está postrado en la cama espinosa del dolor.
El Alma-Ego ha cesado de brillar. Se sienta inmóvil y a través de lo que se ha convertido en las ventanas de su cueva, observa tristemente el mundo que para ella se está envolviendo,
rápidamente, en los sudarios funerales del sufrimiento. ¿Se está, quizá, acercando la víspera de la noche eterna?
V
Hermosos son los lugares de temporada en la ribera Mediterránea. Una sucesión interminable de rocas negras y fragosas, contra las cuales se estrellan las olas, entre la arena dorada de la costa y las aguas azules profundas del golfo.
Ofrecen su pecho de granito a los impetuosos vientos del noroeste, protegiendo las habitaciones de los acaudalados que se aglomeran a lo largo de las faldas interiores. Las cabañas semi-derruidas en la ribera, son el refugio insuficiente de los pobres.
Las paredes que el viento y las olas turbulentas arrancan y devoran, a menudo aplastan sus cuerpos escuálidos, siguiendo, sencillamente, la gran ley de la supervivencia del más apto.
¿Por qué deberían ser protegidos?
Hermosa es la mañana cuando el sol se levanta con matices de ámbar áureo y sus primeros rayos besan los farallones de la bella ribera. Alegre es el canto de la alondra cuando emerge de su nido acogedor y bebe el rocío matutino de los cálices de las flores; cuando la punta del capullo de rosa vibra bajo las caricias del primer rayo de sol y la tierra y el cielo se saludan
sonriéndose. Triste es el Alma-Ego a solas, mientras observa la naturaleza al despertar en el gran sofá al lado opuesto de la amplia ventana que se abre sobre la bahía.
El mediodía que se acerca es apacible cuando la sombra empieza a reflejarse firmemente en el reloj solar durante la hora de la siesta. El sol cálido disipa las nubes en el aire cristalino y
los últimos vestigios de la neblina matutina que permanecen en los relieves de las colinas distantes, se desvanecen. Toda la naturaleza está preparándose para el reposo durante la hora
tórrida y desidiosa del mediodía. Las tribus aladas cesan de gorjear, sus alas delicadas e irisadas retumban y dejan colgar sus cabecitas somnolientas, refugiándose del calor ardiente. Una alondra matutina está preparando un nido en los arbustos circunstantes bajo los adornos de flores de granado y la hermosa bahía del Mediterráneo. La cantante incansable es silenciosa.
"Su voz reverberará jubilosa mañana", suspira el Alma-Ego, mientras oye los insectos atenuar su zumbido en el pasto lozano.
"¿Será mi voz, alguna vez, tan jocosa?"
Ahora, la brisa, con su fragancia floral, apenas mueve las lánguidas cabezas de las plantas frondosas. La visión del Alma-Ego se concentra en una palma solitaria que crece en un
intersticio de una roca cubierta de musgo. Los poderosos vientos nocturnos del noroeste han torcido y casi arrancado su tronco en un tiempo erecto y cilíndrico. Mientras se extiende
fatigadamente, sus brazos colgantes oscilan en el aire de un azul iridiscente. Su cuerpo tiembla y parece en víspera de romperse a la mitad cuando sople el primer viento borrascoso.
El Alma-Ego, mientras observa tristemente desde sus ventanas, se entretiene en un soliloquio: "Entonces, la parte cortada se precipitará en el mar y la palma, en un tiempo majestuosa, cesará de existir ."
En la hora del ocaso, todo vuelve a la vida en la fresca y vieja morada campestre. A cada instante, las sombras del reloj solar se espesan y la naturaleza animada se despierta más atareada que nunca, en las horas más frescas de la noche inminente. Los pájaros y los insectos trinan y zumban sus últimos himnos nocturnos alrededor de la Forma alta y aun poderosa, mientras camina fatigada y lentamente por el sendero de grava. Ahora su visión atenta se dirige con anhelo hacia la superficie azul del mar pacífico. El golfo brilla como un tapiz de terciopelo azul, salpicado de joyas en los rayos danzantes del sol poniente y sonríe como un niño sin preocupaciones y cansado de saltar y jugar todo el día. Adelante, el mar abierto, en su pérfida
hermosura, se extiende a lo largo del espejo tranquilo de sus aguas frías, saladas y amargas como las lágrimas humanas. Yace en su reposo engañoso como un hermoso monstruo durmiente, vigilando sobre el misterio insondable de sus abismos lóbregos.
El verdadero cementerio sin monumentos de los millones que se hundieron en sus profundidades. [. . .]
Sin una tumba, sin toque a muerto, sin un ataúd y desconocidos. . .
Mientras que, una vez que suene la hora para la Forma un tiempo noble, su triste reliquia se mostrará en pompa magna y las campanas tocarán a muerto para el alma que ha transitado.
Un millón de trompetas anunciarán su muerte. Reyes, príncipes y próceres de la tierra presenciarán las exequias o enviarán a sus representantes con caras fúnebres y mensajes de condolencia para los familiares [. . .]
"He aquí una ventaja sobre los que 'no tienen ataúd y son desconocidos"', observa amargamente el Alma-Ego.
Así los días se suceden uno tras otro. Mientras el Tiempo que transcurre con sus alas veloces apremia su vuelo, cada hora que pasa destruye algún hilo en el tejido de la vida y el Alma-Ego
experimenta una transformación paulatina en sus visiones de las cosas y los seres humanos. La Forma, revoloteando entre dos eternidades, lejana de su lugar nativo, sola entre doctores y
ayudantes, a cada día SA acerca más a su Alma-Espíritu. Otra luz inalcanzada e inaccesible en los días jocosos, desciende suavemente sobre el prisionero exhausto. Ahora ve lo que jamás
había percibido antes [. . .]
VI
¡Cuán grandiosas y misteriosas son las noches primaverales en la ribera, cuando los vientos se atenúan y los elementos se aplacan! Un silencio solemne reina en la naturaleza. Sólo el
arrullo plateado y casi inaudible de las olas, mientras acarician suavemente la arena mojada, besando las piedras y las conchas en su alternarse, alcanza el oído como el respiro leve y regular de un pecho durmiente. Durante estas horas de quietud, cuán insignificante e inerme se siente el ser humano mientras se encuentra entre dos magnitudes gigantescas: el firmamento
arriba y la tierra dormitando abajo. El cielo y la tierra se han sumido en el sueño, pero sus almas están despiertas y dialogan susurrándose misterios inefables. Entonces, el lado oculto de la
Naturaleza levanta su velo oscuro para nosotros, revelando secretos que durante el día sería vano tratar de educir de ella. El firmamento, tan distante y remoto de la tierra, ahora parece
avecinarse e inclinarse sobre ésta. Los campos siderales intercambian abrazos con sus hermanas más humildes de la tierra: los valles salpicados de margaritas y los dormitantes
campos lozanos. La bóveda celestial ha caído exangüe en los brazos del gran mar tranquilo y sus millones de estrellas se reflejan y se bañan en todo espejo de agua. Para el alma
adolorida, estas esferas centelleantes son los ojos de los ángeles.
Dirigen su mirada llena de misericordia inefable hacia la humanidad doliente. No es el rocío nocturno que baña las flores durmientes; sino las lágrimas sensitivas que caen de estas
estrellas al ver el Gran Dolor Humano [. . .]
Sí, dulce y hermosa es una noche meridional. Sin embargo: Cuán terrible es la noche, cuando a la luz de una vela centelleante miramos la cama en silencio,
Cuando todo lo que amamos desaparece rápidamente [. . .]
VII
Otra jornada se añade a la sucesión de días sepultados. Las verdes colinas distantes y los capullos fragantes de los granados se han fundido en las tiernas sombras nocturnas. El dolor y la
felicidad se han sumido en un letargo, el reposo que alivia el alma. En los jardines reales todo ruido ha desaparecido y en esta inmovilidad imperante no se percibe voz ni sonido.
Sueños con alas veloces descienden de las estrellas sonrientes en acopios coloreados y al tocar nuestro suelo se esparcen entre mortales e inmortales, animales y seres humanos. Aletean sobre
los durmientes, los cuales lo atraen según las afinidades. Sueños de júbilo y esperanza, visiones balsámicas e inocentes, vislumbres terribles y apoteósicas, vistas con los ojos cerrados y
percibidas por el alma. Algunos instilan felicidad y refrigerio, otros causan sollozos que agitan el pecho durmiente, lágrimas y tortura mental. Todos preparan, inconscientemente, al que
duerme, sus pensamientos en el estado de vigilia del nuevo día.
Aun durante el sueño, el Alma-Ego no encuentra reposo.
Su cuerpo febricitante se agita angustiado, incesantemente. Para él, el tiempo de los sueños felices es una sombra que se ha desvanecido, un recuerdo muy remoto. A través de la agonía
mental del alma, el hombre se ha transformado. La angustia física de la forma hace vibrar, en su interior, un Alma completamente despierta. El velo de la ilusión se ha descorrido de los ídolos insensitivos del mundo y su vista se abre clara sobre la vanidad y la insignificancia de la fama y la riqueza que, a menudo, le parecen horribles. Los pensamientos del Alma caen como sombras oscuras en las facultades pensantes del cuerpo en rápida desorganización, amagando al pensador durante el día, la noche y las horas [. . .]
La vista de su caballo bufante no lo regocija más. Los recuerdos de los rifles y las banderas arrancadas a los enemigos; las ciudades devastadas, las trincheras, los cañones, las tiendas y
una serie de trofeos conquistados, inciden poco sobre su orgullo nacional. Estos pensamientos han cesado de animarlo y la ambición no puede despertar en su corazón dolido el reconocimiento altanero de cualquier hazaña valiente y caballerosa. Son otras las visiones que pueblan sus días desolados y largas noches insomnes [. . .]
Lo que ve es una multitud de bayonetas en un combate mutuo, que levanta una neblina de humo y sangre. Millares de cuerpos mutilados cubren el terreno. Han sido lisiados por las armas
asesinas que la ciencia y la civilización han inventado y que los servidores de su Dios han bendecido para que tengan éxito. Sus sueños pululan con seres heridos, sangrientos, moribundos, mutilados, con mechones despeinados y empapados de sangre [. . .]
VIII
Un sueño horrible se desprende de un grupo de visiones fugaces, abatiéndose gravemente en su pecho adolorido. La pesadilla le muestra hombres moribundos en el campo de batalla, mientras maldicen a los artífices de su destrucción. Cada dolor de agonía en su cuerpo asténico le instila en el sueño la reminiscencia de angustias aun peores, agonías infligidas a causa de él y para él. Ve y siente la tortura de los millones que murieron después de largas horas de terrible agonía mental y física, exhalando el último respiro en los bosques, en las planicies y en los canales con agua estancada en el margen de la calle, cubiertos de sangre bajo un cielo que el humo había
oscurecido. Nuevamente, sus ojos se fijan en los ríos de sangre, cada gota de los cuales representa una lágrima de desesperación, un grito angustiante y el dolor de una vida. Vuelve a oír los penetrantes suspiros de la desolación y los llantos agonizantes, cuyo eco resuena en las montañas, los bosques y los valles. Ve las madres ancianas que han perdido la luz de sus almas,
mientras las familias han sido despojadas de la mano que las alimentaba. Observa a las jóvenes viudas a merced del mundo frío e insensible ya millares de huérfanos que mendigan
sollozando. Se percata de que las jóvenes hijas de sus soldados más valientes, se desembarazan de sus atuendos de luto para ataviarse con los vestidos despampanantes de la prostitución. El Alma-Ego tiembla horrorizada en la Forma durmiente [...] Los gritos desesperados de los hambrientos le parten el corazón, el humo de las aldeas que arden, de los hogares arrasados y de las ciudades devastadas, lo obceca [. . .]
En su sueño terrible recuerda aquel momento de insensatez durante su vida de soldado, cuando, irguiéndose sobre un cúmulo de fallecidos y moribundos, blandió con la mano derecha una espada cubierta de sangre humeante, mientras en la izquierda tenía el estandarte arrancado de la mano del soldado que estaba expirando a sus pies y, con voz estentórea, encumbró el trono del Omnipoderoso, agradeciéndole por su reciente victoria.
Se sobresalta en su sueño y se despierta aterrado. Un gran escalofrío sacude su cuerpo como una hoja de álamo y, hundiéndose en su almohada, en congoja por tal reminiscencia,
oye una voz, la voz del Alma-Ego que le dice:
"La fama y la victoria son palabras vanas [. . .] Tributar agradecimiento y oraciones por las vidas destruidas ¡son mentiras maléficas y blasfemia!"
El Alma le susurra: " ¿Qué han otorgado estas victorias sangrientas a ti y a tu país? Un pueblo ataviado en una armadura de hierro", le contesta. "Cuarenta millones de hombres muertos
a toda aspiración espiritual ya la vida del Alma. Una población sorda a la voz apacible del deber del ciudadano honrado, contraria a una vida de paz, ciega a las artes ya la literatura,
indiferente a todo, excepto al lucro y la ambición. ¿Qué es tu Reino futuro ahora? Una legión de títeres aguerridos, singularmente; una gran bestia salvaje, colectivamente. Una bestia que, como este océano, ahora dormita sombríamente, mas está siempre lista a precipitarse con gran furia sobre el primer enemigo que se le indique. ¿Quién se lo indica? Es como si un Demonio despiadado y orgulloso, invistiéndose repentinamente de autoridad y encarnando la Ambición y el Poder, hubiera atenazado con presa férrea las mentes de todo el país. ¿Por medio de qué maléfico encanto ha hecho retroceder a la gente a los días primordiales de la nación, cuando sus antepasados, los suevos rubios y los aleves francos, vagaban con índole beligerante, deseosos de matar, diezmar y subyugar el uno al otro? ¿Mediante cuáles poderes infernales se ha efectuado todo esto? Sin embargo, la metamorfosis se ha verificado y es tan innegable como el hecho de que sólo el Demonio se regocija y se ufana por la transformación ocurrida. Todo el mundo está silente en trepidante expectación. No hay una madre o una mujer que en sus sueñas no se agite por la negra y ominosa nube borrascosa que se cierne sobre toda Europa. Está acercándose.
[. . .] Se avecina más y más [. . .] ¡Oh desesperación y horror!
[. . .] Vaticino que la tierra presenciará nuevamente el sufrimiento que ya ví. ¡He leído el destino fatal en las frentes de la flor de la juventud europea! Sin embargo, si viviré y si tendré el poder, ¡jamás mi país tomará parte nuevamente en esto! No, no, no veré la muerte famélica saciarse de las vidas que devoró [...]
"No oiré [. . .] los gritos de las madres despojadas mientras que, de las heridas horribles y los tajos profundos, ¡La vida palpitante fluye más rápida que la sangre! [...]"
IX
El sentimiento de odio intenso hacia la terrible matanza llamada guerra, toma raíces más y más profundas en el Alma-Ego, la cual imprime, de manera más y más firme, sus pensamientos en la Forma que la mantiene cautiva. A veces la esperanza se despierta en el pecho dolido y matiza las largas horas de soledad y meditación, como el rayo matutino disipa las sombras tétricas del desaliento, iluminando las largas horas de reflexión solitaria. Sin embargo, el arco iris no siempre logra disipar las nubes borrascosas y, muy a menudo, es simplemente una refracción del sol poniente en una nube pasajera, así como a los momentos de esperanza soñadora, se suceden horas de desesperación aún más intensa. ¿Por qué, por qué, o tú Némesis burlona, entre todos los regentes de la tierra, has purificado e iluminado a aquel que has reducido inerme, mudo e impotente?
¿Por qué alumbraste la llama del sagrado amor fraterno humano en el pecho de uno, cuyo corazón ya siente el acercarse de la mano glacial de la muerte y de la putrefacción, cuya fuerza está disminuyendo paulatinamente y cuya vida está diluyéndose como la espuma en la cresta de una ola a punto de estrellarse?
Ahora la mano del Destino encuéntrase en la cama del sufrimiento. Finalmente ha sonado la hora para la realización de la ley de la naturaleza. El viejo rey no es más, el príncipe más
joven es el monarca. Afónico e inerme es aún un soberano, el maestro absoluto de millones de sujetos. El Destino cruel ha edificado un trono sobre una tumba abierta, invitándolo a la gloria y al poder. Devorado por el sufrimiento, repentinamente se encuentra coronado. La Forma en consunción es arrancada de la molicie de su nido entre las palmas y los rosales. Se ha
catapultado del refrescante sur al norte glacial, donde las aguas se transforman en bosques de cristales y "las olas en sólidas montañas." Ahí está dirigiéndose rápidamente a reinar y a morir.
X
El monstruo negro que emite fuego, inventado por el ser humano a fin de conquistar parcialmente el Espacio y el Tiempo, procede inexorable su marcha hacia adelante. El tren se
aleja, a cada instante, del sur balsámico y saludable.
Análogamente al Dragón con la cabeza Ignea, devora la distancia, dejando atrás un largo rastro de humo, chispa y olor mefítico. Mientras su largo cuerpo flexible y tortuoso serpentea y silba como un gigantesco reptil negro, el tren se desliza velozmente, atravesando las montañas, los valles, los bosques y los túneles. Su movimiento oscilador monótono concilia el sueño del viajero exangüe, la Forma exhausta y acongojada.
En el palacio móvil el aire es cálido y refrescante. El vehículo lujoso está lleno de plantas exóticas. De un gran ramillete de flores que emiten una fragancia dulce, se eleva también la hada
Reina de los sueños, seguida por los jocosos gnomos. Las Dríadas ríen en sus bosques lozanos y mientras el tren serpentea, envían sobre la brisa sueño de verdes soledades y visiones
hermosas. El ruido sordo de las ruedas se trasforma, gradualmente, en el estruendo de una cascada lejana, diluyéndose luego en los susurros plateados de arroyos cristalinos. El Alma-Ego vuela hacia la tierra de los sueños. [...]
Viaja a lo largo de eones de tiempo, viviendo, sintiendo y respirando bajo las formas y los personajes más heterogéneos.
Ahora es un gigante, un Yotun, que se precipita a Muspelheim donde Surtur reina con su espada flamante.
Lucha intrépidamente contra una hueste de animales monstruosos, ahuyentándolos con un sólo gesto de su poderosa mano. Luego se ve en el mundo del norte sumergido en la neblina. Con disfraz de arquero denodado, penetra en Helheim, el Reino de los Muertos, donde un Elfo Negro le revela una serie de sus vidas y las respectivas misteriosas concatenaciones. El
Alma-Ego pregunta: " ¿Por qué el ser humano sufre?" "Porque quiso ser un hombre", es la respuesta escarnecedora. Enseguida, el Alma-Ego se encuentra en la presencia de Saga, la diosa sagrada. Le canta las hazañas valientes de los héroes teutónicos, sus virtudes y vicios. Muestra al alma los guerreros poderosos que cayeron en el campo de batalla y también en la seguridad sagrada del hogar por mano de muchas de sus Formas pasadas.
Se ve con facción de doncellas, mujeres, hombres jóvenes, ancianos y niños [. . .] Siente que ha muerto más de una vez en esas formas. Fallece como Espíritu heroico y las Valquirias
misericordiosas lo trasladan del campo de batalla sangriento a la morada de la Dicha, bajo las hojas rutilantes de Walhalla. Emite su último respiro en otra forma y es catapultado en el plano frío y sin esperanza del remordimiento. Cierra sus ojos inocentes en su último sueño de bebé y los Elfos dichosos de la Luz, lo transfieren a otro cuerpo, la fuente maldita del Dolor y del
Sufrimiento. En cada caso, las neblinas de la muerte se han disipado y se desvanecen de la vista del Alma-Ego tan pronto como cruza el Abismo Negro que separa el Reino de los Vivos del de los Muertos. Así, para ella, la palabra "Muerte" no tiene sentido, es simplemente un sonido vacío. Cada vez que atraviesa el Puente, las creencias de lo Mortal asumen una vida y una
forma objetiva para lo Inmortal. Luego empiezan a desdibujarse ya desaparecer [. . .]
"¿Cuál es mi pasado?, pregunta el Alma-Ego a Urd, la primogénita de las hermanas Nornas. "¿Por qué sufro?"
Un largo pergamino se desdobla en su mano, revelando una nutrida serie de seres mortales y en cada cual el Alma-Ego reconoce una de sus moradas. Cuando llega al penúltimo, ve una
mano cubierta de sangre efectuar un sinnúmero de crueldades y traiciones y tiembla de horror
[. . .] Víctimas inocentes surgen a su alrededor y claman a Orlog para que las vindiquen.
"¿Cuál es mi presente inmediato?" pregunta el alma asustada a Werdandi, la segunda hermana.
"¡EI decreto de Orlog incumbe sobre de tí!" es la respuesta.
"Sin embargo, Orlog no pronuncia nada ciegamente como lo hacen los humanos insensatos."
"¿Cuál es mi futuro?", pregunta desesperada el Alma-Ego a Skuld, la tercera hermana Norna. " ¿Se me depara un futuro siempre lleno de lágrimas y sin esperanza?" [...]
Ninguna respuesta se enunció. El Soñador siente que revolotea a través del espacio y repentinamente la escena cambia. El Alma-Ego se encuentra en un lugar que le es muy familiar, el bosque real y el asiento delante de la palma rota. Su vista se extiende nuevamente hacia el vasto espejo de agua que irisa las piedras y los farallones. Ahí se eleva la palma solitaria destinada a una rápida desaparición. El suave arrullo incesante de las olas livianas, ahora asume un carácter de habla humana y recuerda al Alma-Ego las promesas formuladas más de una vez en el mismo lugar. El Soñador repite con entusiasmo las palabras pronunciadas previamente.
"De ahora en adelante, ¡jamás sacrificaré para la fama y la vana ambición un sólo hijo de mi tierra natal! Nuestro mundo está tan lleno de dolores inevitables y tan escaso de felicidad y
dicha para que yo le agregue a su copa de amargura, el océano insondeable de desesperación y sangre, llamado Guerra. ¡Lejos de mí un pensamiento de este tipo! [. . .] Nunca más [. . .]"
XI
Una visión extraña acompañada por un cambio [. . .]
Repentinamente, en la vista mental del Alma-Ego, la palma casi desarraigada alza su tronco colgante, asumiendo una posición erecta y lozana como en el pasado. Mas he aquí una dicha
mayor, el Alma-Ego se descubre tan fuerte y saludable como nunca. Con voz enfática canta a los cuatro vientos una canción penetrante y alegre. Dentro de sí siente una ola de felicidad y
dicha y parece saber el por qué está contento.
De súbito es transportado en lo que parece ser una Sala fabulosa, iluminada con luces muy brillantes y construida con materiales jamás vistos antes. En esta sala percibe a los
herederos ya los descendientes de todos los monarcas del globo, reunidos como una familia feliz. No llevan puestos los emblemas de la realeza y él parece saber que los príncipes
reinantes, son tales por virtud de sus méritos personales. Su grandeza de corazón, nobleza de carácter, sus cualidades superiores de observación, sabiduría, amor por la Verdad y la
Justicia, los han elevado a ser dignos herederos de los Tronos de los Reyes y las Reinas. Se han elidido las coronas investidas por autoridad y la gracia de Dios. Ahora rigen por virtud de la
"gracia de la humanidad divina", elegidos unánimamente por ser idóneos a gobernar y por el amor reverencial de sus sujetos voluntarios.
Todo el acervo parece haber experimentado un cambio extraño. Ya han desaparecido la ambición, la codicia y la envidia famélicas, erróneamente llamadas Patriotismo. El egoísmo cruel ha cedido el espacio al altruismo justo, mientras la fría indiferencia hacia las necesidades de las multitudes, ya no encuentra un terreno fértil en el corazón de los pocos favorecidos. El lujo inútil, las falsas pretensiones sociales o religiosas, han desaparecido. Librar una guerra ya no es posible porque se han abolido los ejércitos. Los soldados se han convertido en labradores diligentes y trabajadores y todo el universo hace eco a su canción en un éxtasis de felicidad.
Alrededor del Alma-Ego los reinos y los países viven hermanados. ¡Finalmente ha llegado la gran hora gloriosa! Lo que casi no osaba esperar ni pensar en la inmovilidad de sus largas noches de dolor, ahora se ha convertido en realidad. La gran maldición ha sido conjurada y ¡el mundo se encuentra absuelto y redimido en su regeneración! [...]
Temblante de sentimientos arrobados, con su corazón desbordante de amor y filantropía, al levantarse para declamar un discurso enardecido que llegaría a ser histórico, cuando, de
repente, se percata de que su cuerpo ha desaparecido o mejor dicho, ha sido sustituido por otro [...] Sí, ya no es la Forma alta y noble que conoce; sino el cuerpo de otro acerca del cual aún no sabe nada [. . .] Algo oscuro se interpone entre él y una gran luz radiante y ve la sombra de la cara de un gigantesco reloj en las olas etéreas. En su superficie ominosa lee:
"LA NUEVA ERA: 970.995 AÑOS DESDE LA DESTRUCCIÓN INSTANTÁNEA POR EL PNEUMO-DYNO-VRIL DE LOS ÚLTIMOS DOS MILLONES DE SOLDADOS EN EL CAMPO DE BATALLA EN LA PORCIÓN OCCIDENTAL DEL GLOBO. 971.000 AÑOS DESDE LA SUMERSIÓN DE LOS CONTINENTES Y LAS ISLAS EUROPEAS. ESTE ES EL DECRETO DE ORLOG y LA RESPUESTA DE SKULD [. . .]"
Con un gran esfuerzo vuelve a ser el mismo. Inducido por el Alma-Ego a recordar y a actuar en conformidad, alza sus brazos al cielo y jura, ante toda la naturaleza, que conservará la
paz hasta el fin de sus días, al menos en su país.
Un distante sonido de tambor y largos gritos de lo que, en su sueño, imagina ser los agradecimientos enfáticos por la promesa contraida. Una sacudida abrupta, un fragor violento y mientras sus ojos se abren, el Alma-Ego observa atónita. Su mirada fatigada se encuentra con la cara solemne del médico que le suministra la poción usual. El tren se detiene. El se levanta de su sofá más débil y cansado que nunca ya su alrededor ve prepararse, en el campo de batalla, unas líneas interminables de soldados con un arma destructiva, aun más letal.
Sanjna
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